Prólogo.

En el que se narra el comienzo de esta trágica historia


Cuenta la leyenda que hace muchos años, cuando una mujer desapareció entre brazas y cenizas, cuando la naturaleza reclamó a una nueva encarnación hecha de hielo y carne humana, cuando una niña prematura nació entre ruinas y soledad, dos familias destrozadas firmaron un pacto para que la guerra no destrozara el resto de sus vidas. Un hombre enviudado, con dragones amenazando su patria y enemigos levantándose desde el rencor y las ansias de sangriento poder, con un pueblo entero al que alimentar, un hombre así ruega por ayuda a los que en tierras cristianas se ponen coronas, susodichos cristianos, reyes mortificados por una guerra interna y mágica que maldijo sus tierras para toda la eternidad, reyes amarrados al secreto del Bosque Encantado y su niebla impenetrable, reyes de tierras pacíficas, padres de una criatura a la que señalan de monstruosa e infernal aceptaron al ver la posibilidad de que su hijo jamás trajera descendencia. Se selló el futuro de dos criaturas: Un vikinga nacida prematura, una futura domadora de dragones, un rey de nieves, un ser espiritual con más fuerza que control.

Invocan, vikingo y cristianos, a la pureza del agua, a la firmeza de las piedras, a la claridad del viento, y a la pasión del fuego. Invocan con sangre y dagas blancas, invocan con cortes y cantos guturales, invocan con miedo y súplica. Invocan con la supervisión de la Madre Luna y de las Hijas Estrellas, a escondidas del Padre Sol y su llameante acusación. Invocan a la ley natural y espiritual de las almas gemelas, invocan al pacto de espíritus, a la alteración del destino, a pesar de que el vikingo no comprende nada, a pesar de que solo una cristiana parece entender y saber qué es lo que está haciendo.

Y el destino se presenta como un ser masculino de brillante cuerpo y puntiagudas armas negras que utiliza para marcar los dorsos de las manos derechas de los bebés. El niño lo recibe como quien recibe a un familiar que no conoce –porque eso es el destino para él, el hermano de su madre naturaleza, el familiar del que le han hablado, pero que ve por primera vez–, ladea su cabecita y sus ojitos azules se centran solamente en él y en sus acciones, lo analiza como tan solo la cría de la naturaleza más pura puede analizar al destino. Lo recibe como un compañero, como alguien a quien respetar pero no temer, como un amigo de familia, como un joven instructor que puedes superar con el tiempo. El niño acepta la marca negra que dejan en su piel limpia y solitaria, acepta el cambio de decisión, acepta el nuevo hecho de que ahora tendrá una compañía que aceptar, tendrá una historia triste que vivir, y una inmortalidad en conciencia de soledad que le dolerá. El futuro rey de una gran unión, Ezra de Arendelle acepta ser vinculado para toda su eternidad a la bebé prematura que a su lado llora.

La niña, sin embargo, recibe al destino como quien recibe a un dios vengativo. Lo recibe entre llantos, miedo, ira, desconcierto y ruegos de clemencia. Recibe, con su mentalidad de bebé y de simple humana, el gran poder que emana de aquel ente tan incomprensible como inexplicable. Lo recibe con dolor, cuando raspa su piel para borrar su primera marca para dibujar una nueva, lo recibe entre lágrimas porque, por un segundo, le dejan ser consciente de un amor tranquilo que le arrebatan, le dejan probar el dolor de saber qué hará que un ser la amé por una eternidad que vivirá acompañado únicamente por los recuerdos y la soledad, le recibe entre quejas porque quiere reclamar el simple y tranquilo amor que le habían prometido al nacer, le recibe entre sollozos porque no quiere que le alteren la vida por un simple capricho. Hylla Haddock, futura jefa de Berk, futura soberana de un eterno imperio reniega de la nueva marca que le dibujan mientras ella llora.

Cuenta la leyenda que los líderes se prometieron formar naturalmente, todo lo natural que se podía en esas condiciones, una buena relación entre los dos bebés, prometieron mantener a los niños lo más cerca posible, mantenerlos unidos para que el destino no tuviera que trabajar demasiado, para que no tuviera que forzar las cosas. Y lo juraron, por todos los dioses que conocían lo juraron, que mantendrían en contacto a esos niños a la fuerza vinculados. Juraron, y esto fue lo más importante, también el apadrinamiento, la adopción en la peor de las situaciones.

Estoico juró unificar Berk y Arendelle y dirigir una regencia hasta la mayoría de edad de Ezra si algo pasaba con los reyes de Arendelle, prometió servir eternamente como el más fiel de los consejeros del muchacho si la necesidad llegaba a los portones de sus hogares. Lo mismo hicieron los reyes Agnarr e Iduna, juraron siempre proteger la honra de la niña con la que su hijo ahora estaba comprometido, juraron mandar a todos los consejeros y servidores posibles a Berk para encargarse de Hylla si la pequeña llegaba a perder al último de sus progenitores.

Pero los humanos no conocen la importancia de sus palabras, los adultos creen conocer la verdad absoluta y nunca reconocen el daño que obtienen por el batacazo que les da la realidad, la cruda y miserable realidad. Estoico quedó demasiado asombrado por toda la magia que aquel día presenció y colocó sobre su hija, quedó enmudecido de malas maneras, y cuando la primer y segunda excusa fueron buenamente tomadas por sus aliados cristianos al otro lado del mar, cuando la tercera y la cuarta apenas fueron respondidas... sencillamente dejó de mandar excusas y comenzó a aprovechar toda la calma que la falta de viaje le traía a su vida. Y los reyes de Arendelle, acostumbrados a las formas cristianas de mantener los matrimonios arreglados, sencillamente se hundieron de hombros y aceptaron la decisión de Estoico de aferrarse más a sus formas que a las paganas, lo agradecían, en verdad, porque estaba demasiado ocupados ellos también, no tenían tiempo ni fuerzas para soportar a más personas en su palacio. Había muchas cosas que hacer como para prestar atención a promesas establecidas más por voz que por escritura.

Pero el destino, que había accedido a un gran favor y que se sentía escupido en la cara –con todo y flema–, decidió vengarse de su indiferencia y negligencia, alterar por completo la ruta que había marcado para uno de esos niños hijos de padres mentirosos. Ezra iba a ser un rey justo, un líder benevolente, un amante cariñoso y un alma introvertida y asustadiza... ese era el plan, pero el destino, cabrón como él solo cuando le tocan demasiado las pelotas, decidió alterarlo por completo, un niño enseñado a temerse y odiarse aprendería pronto, demasiado pronto, que el miedo que querían que sintiera por sí mismo ya lo sentían los demás. Ezra comprendió que los límites y grilletes adheridos a su persona como una extensión más eran ajenos de su mente y su corazón, aquel temor era externo y, después de haberse odiado mucho tiempo, decidió que, joder, vaya que le seguirían temiendo, con la diferencia de que ahora tendrían más que buenos y razonables motivos para hacerlo.

El bondadoso rey de las nieves se convirtió, con tan solo siete años, en el tirano invernal. Un despiadado cabroncete que tomaba lo que quería poniendo como excusa los divinos poderes que tenía. Había puesto rápidamente a los toca narices de la jerarquía eclesiástica a lamerle las botas porque ¿quién más si no Dios mismísimo en toda su gloria pudo haberle brindado tan impresionante don? Y dado que es así, porque así es, ¿por qué no tomarle a él, al niño bendecido por el gran Señor, como el mejor vínculo entre dios y los humanos? Antes de que sus padres lo notaran, Ezra se había convertido en un príncipe endiosado al nivel de los antiguos soberanos de la primera etapa de la gran Roma imperial y su decisión y su palabra, poco a poco, se estaba imponiendo por encima de la de sus padres.

Y como al destino le irritó que los reyes de Arendelle decidieran hacer la vista gorda hasta que la cosa estuviese muy mal con su primogénito, como le tocó de sobremanera las pelotas que ninguno de ellos hubiera comentado ya el matrimonio arreglado y la unión de destinos mediante el ritual de las almas gemelas, decidió mover una nueva ficha y esperar por la respuesta de su nuevo oponente, el movimiento del siguiente jugador, del otro padre mentiroso, Estoico el Vasto.

Mató con una tormenta y un naufragio a los reyes de Arendelle, obligando a Estoico correr para cuidar al ahora príncipe tirano de nueve años, huérfano y acompañado solo por su hermano de salud delicada de un año. Espero a que Estoico decidiera, que actuara, pero, cuando vio el sobre cristiano llegar con la noticia de la muerte de sus aliados se indignó como nunca, se sintió más que ofendido por aquel simple humano. Sin tan siquiera preocuparse lo más mínimo, sin molestarse en abrirlo, lo dejó a empolvarse en alguna esquina de su hogar, junto a todos las otras cartas que llegaban de la tierra cristiana, sin darse cuenta de que aquella figura brillante masculina lo observaba en su manto de invisibilidad, desde las esquinas de todos las habitaciones que ocupaba, desde la lejanía, sumido en la rabia y la sed de venganza.

Fue por ese hambre de justicia que el destino lo decidió, Estoico el Vasto moriría poco después de reencontrarse con su esposa, moriría sin disfrutar de su familia reencontrada, moriría sin explicarle nada a su hija, moriría como un héroe para luego manchar su nombre una vez obtuviera el descanso eterno, moriría para luego dejar manchada para siempre la memoria de las acciones del gran jefe de Berk.

El destino lo dejó todo listo para que, después de una larga charla a cerca de por qué debería conseguir una buena esposa con el consejo asignado por sus padres, el rey de Arendelle, el joven Ezra comenzara a buscar con molestia y ganas de asesinar a alguien entre los papeles de sus padres para ver si, por si acaso, por pura casualidad, ellos ya hubieran preparado algo para él. Ezra, rey de Arendelle, tirano de las nieves, regalo cruel de Dios, a sus diecinueve años descubre que en verdad sí, sus padres sí que le habían comprometido, sus padres había firmado una alianza mediante un matrimonio arreglado con Estoico el Vasto, jefe de Berk. Sus padres le habían entregado a él mientras que Estoico el Vasto había entregado a su única hija. Una muchachita mayor que Ezra por meses, una tal Hylla Haddock.

Ezra relame sus labios mientras relee una y otra vez aquel nombre.

Hylla Haddock.

Hylla Haddock.

Hylla Haddock.

Que emoción, ya se estaba muriendo de las ganas de aprisionar con recelo su nuevo juguetito en su estantería de caprichos. Se pregunta cómo la adornaría, dónde la colocaría, al lado de qué la dejaría, qué explicaría cuándo, al igual que todas las veces, le preguntaran por qué la había maltratado y arruinado tan horriblemente, cómo la repararía, cómo acabaría una vez pasará por sus cuidadoras pero crueles manos... se empezó a imaginar cómo podía llegar a ser, se preguntó de qué estaría hecha, cómo desarmarla para luego volver a formarla, quiénes le pedirían que tratara con respeto a su nueva muñequita, a quienes tendría que expulsar de la zona de juegos... Ezra se moría de ganas de ver su antes y su después.

Sus fantasías se detuvieron cuando tocan su puerta con un llamado común y perfectamente conocido. El joven príncipe Anne se adentra en el despacho de su hermano mayor en cuanto este le invita a pasar. La salud del delgaducho Anne mejoró de increíbles maneras desde hace unos cuantos años, había cierta esperanza con respecto a un posible matrimonio lleno de amor y calma que recordase en todo el mundo al amor de sus padres latiendo en su inocente corazón, pero el velo del luto no solo ennegrecía todas las ropas que lo vestían, sino también la personalidad del jovencito, impidiendo así dejarse llevar por sus sentimientos y esas ganas de amar, aprendiendo rápidamente a acatar los mandatos de su hermano mayor, su rey, su único familiar, aprendiendo rápidamente a querer a aquel monstruo de hielo que parecía solo apreciarlo a él.

–Anne querido, necesito que hagas algo por mí –le anuncia melodiosamente, con una voz de miel pura, luego de que el menor le dedicará una inclinación al entrar.

–Por supuesto, mi señor, ¿qué es lo que desea que haga? –la cálida sonrisa de Anne desentona con la negra ropa cara que cubre su cuerpo. Aquellas prendas finas engullen su pálido y delicado cuerpo y lo rodean en una oscuridad nostálgica que Ezra nunca había llegado a comprender, pues sus oscuridades son mezquinas, solitarias y egocéntricas.

El rey le dedica una tierna sonrisa a su hermano menor y, con delicadeza, responde a su cuestión. –Es imperativo que viajes a una isla vikinga lo más pronto posible, Anne querido.

Su pequeño hermano da un respingo y llega a retroceder unos pasos por su absoluto temor y sorpresa. –¿Por qué me necesitáis en tierra pagana, oh, mi buen hermano mayor?

Ezra mueve un dedo para que se acerque, Anne comete la orden rápidamente. Una vez el niño se sienta en uno de los muebles del otro lado del escritorio de roble oscuro, Ezra muestra el tratado de matrimonio que sus padres firmaron hace casi dos décadas. El príncipe de Arendelle abre la boca y mira espantado a su hermano una vez concluye su lectura del antiguo escrito.

–¿Una vikinga? ¿Te comprometieron con una vulgar pagana?

–Anne querido, hablas de mi mujer –le dice con ternura, sin enojarse en lo absoluto, demasiado ocupado en saborear con vehemencia el sonido de las palabras "mi mujer" saliendo de su boca.

–No puedes casarte con una vikinga –lloriquea el niño, azotando los papeles contra el escritorio a modo de berrinche, Ezra contiene unas carcajadas–, los vikingos son malos, las vikingas aún peor. No son gente de fiar, son gentes violentas y peligrosas, sin mencionar crueles y embusteras.

–Necesito una esposa, Anne querido, el consejo lleva recordándonoslo durante ya varios meses, he de traer un heredero para nuestro reino.

–¿Y no puedes buscar otra? –cuestiona desesperado–. Aquí dice que debisteis haberos casado hace cuatro años, seguramente esa gente anuló u olvidó el tratado, ¡aprovecha para librarte de ella!

Ezra finge una mueca decepcionada mientras ladea la cabeza. –Anne querido, esos no son los actos dignos de un caballero. Reconsidera lo que dices, te lo ruego. Un rey de mi porte no puede faltarles el respeto a las decisiones de nuestros amados padres.

–Y una vikinga no es esposa digna de un rey.

El rey suspira, tirando sus mechones de blanco cabello hacia atrás. Se recuesta en el respaldar de su sillón y mira fijamente el techo, buscando por una respuesta que tranquilice a su hermanito menor. Claro que comprendía las quejas de Anne, y es que el niño tenía razón ¿Una vikinga? ¿Una asquerosa y vulgar pagana bárbara? ¿En qué habían estado pensando sus padres como para hacer algo así? ¡Menuda estupidez! Alguien como él merecía a una digna reina de un gran imperio, no a una sucia pagana, Anne lo sabía, el concejo de Arendelle seguramente lo sabía, Ezra lo sabía y, definitivamente, Agnarr e Iduna lo habían sabido a la perfección en aquel entonces.

Así que, nuevamente ¿en qué habían estado pensando?

Dios Glorioso y Misericordioso, estaba batallando contra los temblores que se producían en su cuerpo por las ansías de saber qué era lo que tenía esa vikinga como para que sus padres vieran correcto arruinar su sangre, legado y estándar con un matrimonio de esa índole. ¿Qué tenía Hylla Haddock que había parecido perfecto para sus padres?

Sonríe entonces tiernamente a su hermano, él solo bufa rendido. Aquella era la sonrisita con la que Ezra le recordaba que no solo le hablaba como hermano mayor y único familiar, sino también como rey absoluto de su tierra.

–Quieres que te la traiga, ¿no es así, hermano mío?

–Me temo que sí, Anne querido. Necesito cumplir con las promesas y deseos de nuestros queridos padres, que en paz descansen y que me perdonen por pronunciarlos cuando deberían estar disfrutando de su descanso eterno junto a Dios Padre. Trae a mi mujer a este palacio, cumplamos con aquellas promesas y juramentos que en papel se establecieron.

No puede evitar la sonrisa burlona que se le forma levemente en el rostro al notar la mueca de aburrimiento y asco que su hermano lleva a cabo. Comprende a la perfección la frustración de su hermano, de la misma forma que entenderá la frustración de sus aliados más cercanos, a quienes pondrá al corriente lo más pronto posible del descubrimiento de su antiguo matrimonio arreglado. Sus aliados eran soberanos de tierras que repudiaban o habían estado en guerra con las gentes del norte, anunciar un compromiso como ese traería consecuencias devastadoras, sino se preocupaba en llevar todo el tema con la mayor de las precauciones.

Ezra tenía tantísimas cosas que hacer, tantísimas cosas en las que pensar, tantísimas cosas que arreglar y planear, su hermanito solo tenía que viajar hacia el norte, hacia la pérdida isla de Berk de la cual nadie en los terrenos cristianos sabía nada. El rey de Arendelle, el tirano de las nieves está emocionado y desesperado por saber lo más rápido posible qué es lo que terminaría trayendo su querido hermanito menor, se moría de ganas por saber qué clase de juguete sería Hylla Haddock, se moría de las ganas que tenía por hacerla su nueva posesión, su nueva muñequita con la que se obsesionaría por un largo tiempo, su nueva muñequita con la que jugaría hasta la saciedad... hasta romperla por completo y aburrirse de ella, dejándola finalmente destrozada en algún esquina polvosa del gigantesco patio de juegos que era el mundo para él. O tal vez ella aguantaría, ganándose el honor de ser arreglada y colocada en su estantería de favoritos.

El rey llega a suspirar en esos momentos con aires de enamorado, aunque en verdad no lo sea, descansa su rostro sobre una de sus manos mientras relee y relee una y otra vez todas las palabras de aquella alianza hace demasiados años firmada. Tiembla mientras lee una infinidad de veces el nombre de su nueva posesión.

Hylla Haddock.


Estoico el Vasto había muerto hacia tan solo unos meses, Hylla había obtenido el puesto de jefa de Berk hace tan solo unas semanas, cuando finalmente el pueblo pudo recomponerse de la pérdida de su amado jefe. El futuro se presentaba como una gran incógnita, un incógnita que no sabía ni cómo formular, una gran incógnita que le costaría demasiado darle una respuesta decente. No tenía nada seguro, ahora que había encontrado a su madre, había perdido a su padre, y había enfrentado la idea de que, algún día, habrá algo demasiado grande para ella que no podrá enfrentar... ahora... ahora necesitaba algo firme e inamovible, una base segura a la que aferrarse cuando sienta que las cosas puedan llegar a sobrepasarla. Cuando se cuestionó qué era esa cosa, una sola respuesta inmediata llegó a ella.

El chico que había querido desde que tenía uso de la razón parecía lo más evidente. El chico que estuvo a su lado desde que dio comienzo a toda su aventura con los dragones, quien arriesgó la vida por ella en múltiples de ocasiones y sin tan siquiera dudarlo un segundo, quien la había mantenido a salvo, quien la había apoyado, quien había estado abrazándola cuando todo el mundo celebraba, cuando la gente se olvidó que su padre había muerto y ella necesitaba apoyo, no que celebraran la muerte del enemigo con el que acababan de lidiar. Él había sido siempre el apoyo y el consuelo al que podía recurrir cuando el mundo parecía desmoronarse encima de ella.

Aster era lo único en su vida que no veía inquietante o condicional, era firme como las rocas que tomaban la función de cimientos de su hogar... Aster era su hogar y seguir ignorando esa indiscutible realidad sencillamente no lo traería nada más que frustración y ansiedad por no tener algo a lo que aferrarse cuando fuera necesario.

Ahora estaba segura, completamente segura y todo era gracias a la idea de estar toda la vida al lado Aster que se le cruzó bruscamente por la cabeza aquel atardecer.

–Casémonos –le dijo a su novio mientras le abraza con fuerza, como si tuviera miedo a que a él también se lo llevaran para siempre los dragones, como si tuviera miedo de que alguien acabara con su vida de forma repentina. El rubio lo miró asombrado, moviendo sus ojos del cielo hacia ella–. Casémonos, Aster, esta primavera –repitió sonriente, aunque algo preocupada.

Él se ve asombrado y encantadísimo, pero la confusión también está ahí, y él tiene que hacer algo para aliviar la confusión.

–Pensaba que... que no querías casarte –murmura acariciándole el cabello, es entonces que cae en cuenta, que la memoria le refresca algo relacionado–. Espera, ¿no estarás haciendo esto por lo que me dijiste el otro día? Eso de que querías algo certero en tu vida, que necesitabas algo seguro.

–Tú ya eres lo único certero en mi vida –dijo hundiéndose de hombros y separándose del abrazo–, solo quiero que eso quede aún más claro para todo el mundo –la mirada acusadora y divertida de Aster le hace añadir lo siguiente–, y, tal vez, un poco a mí también.

Él le planta rápidamente un profundo beso lleno de amor. Ella se abraza rápidamente a él, sintiendo su calor y comodidad.

–Sí... –le susurra con cariño contra sus labios, mirándola con gran ternura–. Case–

–¡Hylla! –la manera preocupada en la que Snotlout brama su nombre desde una gran distancia hace que, como si aún tuvieran dieciséis años, Aster y Hylla se alejen rápidamente uno del otro, como si quisieran no levantar sospechas de algo que ya era obvio para todo el mundo en Berk–. ¡Ven rápido! ¡Ven rápido! –dice, desmontándose de la espalda de su dragón.

–¿Qué? ¿Qué pasa, Snotlout?

–Acaba de llegar un tío en al puerto principal, uno rarísimo, ha llegado como Pedro por su casa, le está vacilando a tu madre, burlándose de ella y pasando el nombre de tu padre por el fango. ¡Tienes que hacer algo! ¡Ahora!

Algo en Hylla se enciende, algo que no había sentido desde la muerte de su pobre y amado padre, algo que siempre se guardaba en el interior y no dejaba que escapará, algo que omitía e ignoraba como si fuese el peor de los pecados: Furia pura.

Oh no, eso sí que no. Ahora ella era jefa y primero la mataban antes de atreverse a faltarle el respeto a su difunto padre o a su querida madre. Se montó rápidamente a los lomos de su dragón –después de todo estaban en una zona muy alta de la isla– siendo rápidamente seguida por los dos vikingos que la acompañaban en ese momento. Toothless se alzó en el cielo de un fuerte salto hacia una caída que sería segura si no fuera por sus potentes alas. El viento silbaba con fuerza contra sus orejas, Hylla pudo notarlo, su dragón había comprendido su furia y la compartía por completo.

Bajo en picado, esperando cualquier cosa, a excepción de lo que en verdad se encontró en aquel momento.

Mientras se levantaba aún sentada a los lomos de su fiel dragón, finalmente logró ver la pequeña figura rodeada por casi todos los vikingos de Berk. No lo veía bien en lo absoluto, así que se metió dos dedos en la boca, chifló con fuerza y todo el mundo se centró en ella inmediatamente, abriendo un leve camino para que su mirada fuera aclarada.

–Díganme, por favor –empezó mientras se bajaba de Toothless, apretando los labios y las manos para no empezar a reír como loca delante de todo su pueblo–, que no estáis esperando a mi autorización para poder zurrar a un crío de... ¿cuántos años tienes, chaval? –le pregunta directamente al chiquillo que ahora ve, vestido elegantemente de negro puro y con una corona reposada sobre sus lisos mechones naranjas, con las manos entrelazadas frente a su vientre. Él la miró lleno de asco e indignación, eso hizo que Hylla levantará una ceja.

–¿Chaval? –repitió con una voz infantil y molesta–. ¿Acaso os referís a mi persona de esa manera?

Reconoció de inmediato aquel acento, aquel acento con retintín que tanto molestaba a los suyos, ese acento pomposo y agobiantemente meloso que usaban las gentes de ese tipo. Lo reconoció de inmediato, más por habladurías de otros que por experiencia propia, pues nunca antes había tenido a alguien así delante de ella.

–¡Anda! Un cristianito, ¿qué haces tan lejos de casa? ¿No sabes acaso que estos son terrenos vikingos? –como el niño le estaba tocando las narices, Hylla decidió extender sus brazos y señalar así a los hombres y mujeres armados hasta los dientes que tenía a su alrededor con una sonrisa cruel dibujada en el rostro–. ¿No te han dicho tus papis que molestar a los vikingos puede traerte pupas? ¿no te han dicho que somos muy peligrosos para niños indefensos y toca pelotas como tú?

Su gente río con ganas y algo de maldad, a penas una pisquita. Aquello, lo sabían perfectamente todos, había sido una invitación abierta a darle la paliza que ese niño se merecía como se atreviera a volver a faltarle el respeto a alguien de su tribu.

La sonrisa de suficiencia que aquel niñato cristiano le dedicó no se la vio venir en lo absoluto.

–No, mis padres murieron cuando yo apenas tenía un año –dijo con simpleza, espantando un poco a Hylla. Entonces, como si lo que acababa de decir no fuera increíblemente fuerte, levantó con sorna un brazo–. Pero sí que otros me han avisado de ustedes, paganos asquerosos –chasqueó los dedos, y en ese momento salieron un inmensa cantidad de cristianos armados de los barcos inmensos que, recién en ese momento, Hylla se había percatado que rodeaban el puerto, todos ellos eran arqueros, cada tres de ellos dedicados a clavar sus flechas en el cuerpo de un solo vikingo. Demasiados... aunque terminaban siendo pocos cuando ponías a bestias escupe fuegos de por medio, Hylla pudo calmarse a tiempo, con los dragones ahí gruñendo contra los cristianos realmente había pocas cosas que la asustarán de verdad–. No os confundáis, pagana, no vengo con intención de entablar una nueva guerra, nuestros pueblos ya han visto demasiadas, sería repetitivo e innecesario, incluso diría que aburrido.

–Has llegado e insultado a mis ancestros más cercanos, a mis padres –gruñó Hylla encendiendo su Inferno, señalando con el arma al pequeñajo–. ¿Qué es lo que estás buscando si no es una buena pelea, niño?

Él entonces alzó una ceja y la examinó, con mucho asco, de arriba abajo. Era Hylla quien ahora se estaba conteniendo para no zurrar a un crío.

–¿Entonces sois vos la hija de Estoico el Vasto? ¿Jefe de Berk? –pregunta, sumamente interesado–. ¿Sois vos Hylla Haddock?

Ella levanta el mentón con orgullo, sin dejar de apuntarle con su arma –Así es, soy yo la hija de Estoico el Vasto, Hylla Haddock, jinete del Furia Nocturna, ¿quién eres tú, niño?

Él vuelve a hacer una mueca, pero aun así responde con el mismo orgullo que ella.

–Aquí delante de vos –empieza a hablar con un tono pretensioso que casi le saca una risa a la nueva jefa de Berk–, tenéis al príncipe Anne, el Fiel, de Arendelle, hermano menor del rey, hijo del rey Agnarr el Misericordioso y de la reina Iduna la Justa.

Hylla alza una ceja. –¿El fiel? –repite con interés, ¿por qué un niño que ni de broma superaba los trece años tenía ese tipo de apodo? ¿cómo demuestras con tan solo once años y ninguna guerra a tus espaldas que eres "fiel"?

–No existe en este mundo príncipe más leal al hombre que lleva la corona de su patria –le responde con todo el orgullo del mundo, como si hubiera brincado de felicidad cuando los suyos decidieron otorgarle ese nombre–. Es por dicha lealtad inmensa que me hallo hoy aquí, en las tierras de Berk, frente a vos, buscando a vuestro padre. El jefe Estoico pronunció y firmó promesas que no ha cumplido en diecinueve años, mi gente me ha mandado para buscar respuestas y para buscar la manera de saldar las cuentas que vuestro padre ha dejado pendientes. Así que, Hylla Haddock, ¿dónde puedo encontrar a vuestro padre?

–Mi padre ha fallecido hace relativamente poco –confiesa Hylla, con un tono crudo y melancólico. El niño no se inmuta por el aura de dolor que parece rodear a todos los vikingos presentes.

–Oh –suelta como si le hubieran dicho que el jefe Estoico se había ido de vacaciones–, que conveniente, ¿hace cuánto?

–¿Conveniente? –gruñe su madre, pero Hylla le toma y aprieta la mano para tranquilizarla. La sintió temblar e intentó no imitarla.

–Unos meses –ella sigue respondiendo, intentando llegar al fondo de todo este asunto confuso–. ¿Puedo saber qué fue lo que prometió?

El muchacho finalmente muestra interés por ella, le sonríe, con burla y pena, haciendo que a Hylla se le vinieran terribles ideas homicidas a la cabeza, de esas que solo se le ocurren a los gemelos.

–Entre varias cosas, os prometió a vos –contesta arrastrando las palabras, saboreando cada silaba, espantando a todos los vikingos que rezan en silencio absoluto a todo el panteón nórdico para que aquello no significará lo que ellos estaban empezando a creer y deducir. No, imposible, no podía tratarse de aquello.

Las palabras del pequeño cristiano insufrible resonaron en la cabeza de todos, en especial la de Valka. Lo recuerda, lo recuerda perfectamente, en cuanto los malestares del parto se le fueron, en cuanto su vida de padres comenzó se prometieron entre ellos jamás comprometer a su hija, permitirle casarse por amor, por su propia decisión, se prometieron jamás entregarle a un hombre cualquiera, jamás dejar que nadie la tomará en contra de su voluntad.

Valka quería llorar de la rabia, la impotencia, la decepción y la culpabilidad, ¿por qué Estoico lo había hecho? ¿qué era lo había arrastrado hasta esa decisión? ¿tuvo, acaso, algo que ver con su repentina desaparición a causa de los dragones? ¿había tenido más opciones? ¿una guerra nueva lo había llevado hasta aquella medida desesperada?

–Jefa Hylla Haddock –el tono del mocoso les dio a entender a todos que estaba disfrutando el pánico en su rostro, sobre todo el color blanco enfermizo de Hylla, quien, al igual que su madre, había empezado a temblar–, me hallo hoy aquí para llevaros conmigo a mi patria, para que cumpláis con la promesa y los juramentos que vuestro padre pronunció y firmó –esos ojos azules verdosos brillaron en crueldad, la crueldad de un verdugo que alza su espada sobre el cuello del peor criminal–, para que os caséis con mi hermano mayor, el rey de Arendelle, Ezra, el tirano invernal, el señor de las nevadas y el congelamiento –finalizó eso con una sonrisa, con un ataque de histeria para los vikingos. Con el temor absoluto de Hylla quien veía todo su futuro cayendo en picado a los más terribles infiernos.

El destino sonríe con crueldad y se sienta en su trono omnipresente, a deleitarse con los movimientos de los insignificantes humanos.


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No me he podido evitar la tentación de publicar aquí también está novela. Esto ya está en Wattpad [cuenta Natalex_12], aunque solo unos pocos capítulos y con un capítulo que funcionaba como "reparto". Quiero, más que nada, ver que tal le va esta novela en esta plataforma (porque me he dado cuenta que cierto tipo de fanfics funcionan mejor o peor en una plataforma o otra). Por el momento sé que este fanfic funciona muy bien en AO3, una novela de Au Moderno que estoy haciendo como pasatiempo funciona maravillosamente en Wattpad, mientras que los One-shots y la saga Destino también funcionan aquí en Fanfiction, quiero ver que tal le va a este fanfic.

Por cierto, no sé si lo sabíais, pero en las novelas antiguas los títulos de los capítulos son un pequeño resumen de lo que pasaba en cada apartado, quiero hacer algo así para este fanfic.