A quien esté leyendo "El precio de la redención" no lo voy a dejar a medias, de hecho ya estoy escribiendo el siguiente capítulo pero, las que escribís, sabréis que a veces simplemente se necesita un cambio de registro. Esa historia, al intentar encajarla en el canon, me está costando un poco y está adquiriendo un ritmo que no me acaba de convencer entonces pensé en escribir un OS para oxigenarme pero… por algún motivo me ha salido esto y no sé muy bien qué hacer con ello!

No busquéis un por qué al título, simplemente porque lo escribí escuchando una canción que me gusta mucho: Utopia de Whitin temptation feat Chris Jones. Si no la conocéis, os invito a escucharla.

Lectora en las Sombras me dio la idea. Porque tenía razón en algo, quizás me he alejado demasiado de esa adolescencia y me cuesta encontrarle el punto a todo así que esto va un poco gracias a ti (por cierto si alguien que lea esto no la conoce, leedla, os gustará)

Nada más, que espero que quien llegue hasta aquí disfrute de una lectura agradable durante un ratito.

Gracias y saludos

AJ

..

I

De finales y comienzos

Aquella oscuridad opresiva y sofocante lamía a su piel, provocando un sudor húmedo y helado.

El miedo, la desesperación, el abyecto horror, se adhería a los muros de aquella casa que aún guardaba el eco de los desgarradores gritos y el dolor. Draco se desnudó, pese al frío inclemente tenía la ventana abierta y su piel brillaba con las diminutas perlas de humedad que brotaban de sus poros. Se pasó las manos por el pelo y se agarró al alféizar de la ventana con fuerza hasta que los nudillos emblanquecieron.

No podía respirar, se ahogaba en aquellos recuerdos que taladraban una y otra vez su cabeza hasta volverle completamente loco.

Su respiración acelerada creaba pequeñas nubes de vaho a su alrededor y cerró los ojos, intentando inspirar y respirar, intentando recuperara el control de sí mismo.

De nuevo escuchó otro sollozo, otro lamento reverberando en aquellos muros y con un grito rabioso golpeó la pared con fuerza hasta que sintió como la piel de sus nudillos se rasgaba, como el calor de la sangre espesa resbalaba por la palma hasta la muñeca. Apretó la mano en un puño, disfrutando del dolor cuando las heridas se abrieron más aún y se llevó las manos a la cabeza tapándose los oídos con fuerza. Aquellos malditos gritos ¿Por qué no paraban? Necesitaba que alguien los hiciera callar de una puta vez.

Aquel lugar atormentaba sus noches, se ahogaba entre esas paredes, testigos incólumes de una guerra en la que lo había perdido absolutamente todo.

Hacía dos años desde que había terminado, dos años desde que Potter reivindicó su título de el niño que sobrevivió acabando de una vez por todas con el reinado de terror de Lord Voldemort. Dos años en los que los titulares de los periódicos de todo el mundo seguían hablando del Elegido, del auror más joven del departamento de seguridad mágica británico.

Pero para Draco el tiempo había dejado de tener sentido desde que volvió a casa. Tras la batalla de Hogwarts, dónde había visto morir a compañeros, a niños que, de sangre pura o no solo eran críos que no debían haber conocido nunca aquel horror, no había podido recuperarse del todo.

Las pesadillas llegaba a él noche tras noche, inclementes. Volvía a revivir una y otra vez el momento en el que Crabbe fue consumido por el fuego infernal. El calor asfixiante, el olor de la carne quemada mezclándose con la madera y el hollín, los gritos, el miedo... aun podía sentir el humo escociendo en sus ojos, la falta de aire, las cenizas en su pelo y su rostro... Veía los cuerpos en el Gran Comedor, tumbados unos junto a otros, inermes, con las miradas vacías, sucios y rotos, como piezas inservibles y descartadas del ajedrez mágico, peones despedazados, dejados a un lado en medio de la partida que decidiría las vidas de todos. Pero sobre todo la veía a ella. A Granger. Una noche tras otra escuchaba sus sollozos desesperados, sus gritos ensordecedores haciendo eco en su memoria como un cántico fúnebre que reverberaba entre las paredes. Si cerraba los ojos podía ver su rostro surcado de lágrimas, su sangre resbalando por la dorada piel de su antebrazo, el abyecto horror dibujado en sus ojos castaños...

La había odiado durante tantos años que jamás pensó que el recuerdo de su dolor y su miedo serían los demonios que le atormentarían el resto de su vida. Quizás fuera justicia, después de todo Draco había salido libre del Wizengamont gracias al testimonio del trío dorado, gracias a ella. Volvió a golpear la pared hasta que no pudo contener un gemido de dolor.

Maldita fuera. Al principio la había odiado aun más si aquello era posible. Había odiado aquella mirada de lástima, aquella forma de defenderle a él... ¿Qué demonios les pasaba a aquellos imbéciles? No quería deberles absolutamente nada y ahora les debía todo. Se alejó de la ventana y apretó los dientes.. Estaba exhausto y desesperado. Ni las pociones para dormir lograban mantenerle cuerdo porque, cada vez que el mundo onírico le reclamaba volvía la batalla, volvía el humo, el fuego... volvía ella.

Había vuelto a casa después de terminar sus E.X.T.A.S.I.S en Durmstrang. Excepcionalmente, pese a todo, le habían dejado hacer allí el último año. Gracias al Departamento de Cooperación Mágica Internacional, en concreto a la Oficina Educativa, había conseguido una plaza y había logrado terminar sus estudios de forma extraordinaria. No podía ser de otro modo. Draco se había volcado en ellos como si fueran una tabla de salvación con la que salir cuerdo de todo lo que le había rodeado. Durante aquel curso ni siquiera habló, podría contar con los dedos de la mano las veces que había pronunciado alguna palabra. No hizo amigos ¿Para qué? Lo único que quería era el silencio, que le dejaran en paz. Y pasó por Durmstrang como un fantasma, acudía a las clases y pasaba el resto del tiempo libre en la biblioteca, del mismo modo en que Granger había hecho en Hogwarts. Cada día agradecía no haber tenido que volver al castillo en el que había pasado todos aquellos años, daba gracias por no tener que enfrentar los recuerdos de aquel lugar que había sido la tumba de tantos, no creía haber sido capaz de volver a caminar por aquellos pasillos sin ver las miradas vacías de los muertos, ni salir al patio sin recordar los cuerpos aplastados y rotos por los gigantes. No podría volver a pisar el Gran Comedor sin olvidar los sollozos de aquellos que velaban a sus seres queridos, expuestos allí en aquel velatorio improvisado, sin recordar cómo había luchado con ellos, para luego huir cuando pensó que todo estaba perdido.

No era ningún valiente y, aunque al principio, al salir de la Sala de los Menesteres había luchado codo con codo con sus antiguos compañeros y había blandido su varita contra ese ejército al que en realidad pertenecía, al ver a Potter muerto, cuando pensó que todo había sido en vano, volvió a cambiar de bando porque, como siempre le había dicho su padre, lo importante era sobrevivir.

A veces envidiaba a los leones y su abnegación y entrega. Jamás lo reconocería fuera de los límites de su conciencia, pero en noches como aquella, cuando los recuerdos avasallaban su mete y le empujaban a la demencia, le habría gustado ser un poco más valiente.

Pero no lo era. Y ahora que estaba en Malfoy Manor cada día era peor que el anterior, porque los recuerdos habían vuelto a él en el momento en que pisó su hogar y sintió la desesperación y la tragedia impregnada en sus paredes, como una marca imborrable que había quedado latente allí, del mismo modo que seguía grabada en su antebrazo la evidencia de su participación en la guerra que había creado un antes y un después en la historia de la magia.

Cerró la ventada con fuerza, con un movimiento brusco y violento que reventó los cristales pero no le importó. Caminó desnudo hasta la cama y se dejó caer allí, con la mirada perdida en los doseles oscuros. Necesitaba hacer algo con su vida antes de terminar volviéndose completamente loco. Y cuando despuntó el alba Draco Malfoy había tomado una decisión, ese día iba a cambiar el curso de su futuro o al menos iba a intentarlo por el bien de su cordura.

….

— No puedo creer que Kingsley haya invitado a Malfoy

Ron resoplaba mientras se arreglaba su túnica de gala. Dando gracias al cielo de que Harry le hubiera regalado una y no tuviera que asistir a la dichosa boda con alguna de esas llenas de chorreras que su madre parecía tener guardadas a puñados en el ático.

—Ron, Kingsley es el Ministro de Magia —Dijo Harry, siempre conciliador —sería raro que no le invitara

—¿Raro? —su amigo resopló —Malfoy es un mortífago Harry. Debería estar en Azkaban.

Harry sabía que si seguían por ahí, Ron comenzaría una disertación acerca de por qué los Malfoy deberían estar encerrado con el resto de malditos mortífagos detestables que quedaban vivos.

—¿Sabes si ya ha llegado Hermione? —Preguntó dispuesto a zanjar el tema antes de que se animara.

—No —Ron se encogió de hombros —Ginny me dijo que nos avisaría cuando apareciera. Es raro —apuntó frunciendo el ceño —ella siempre llega la primera.

Como si sus pensamientos la hubieran materializado allí, la puerta se abrió y apareció ella.

—Vaya —dijo Ron mirándola con la boca abierta —estás… guapa

—Genial Ron —respondió ella con ironía —sin el tono de sorpresa hubiera sido un cumplido estupendo. Gracias.

Él se puso rojo y murmuró algo para el cuello de su camisa. Ella rió

—Estás preciosa Hermione —dijo Harry con una sonrisa

Ella hizo una reverencia y él le siguió el juego. Ginny rió tras la muchacha y Ron puso los ojos en blanco, divertido.

—Es mío —dijo Ginny empujando dramáticamente a su amiga y acercándose a Harry —tú si que estás guapo —le dio un beso ligero en los labios ignorando al pelirrojo que murmuraba algo sobre las hermanas pequeñas los amigos.

Hermione le sacó a rastras de la habitación

—Déjales en paz Ronald

—Les dejo en paz —dijo él con el ceño fruncido —si pudiera haberle elegido el novio yo a mi hermana habría elegido a mi mejor amigo, obviamente. Pero prefiero no verlos —continuó con una mueca de disgusto.

—Nunca cambiarás —respondió ella colocándole la pajarita —¿Va todo bien?

Ron la miró con cariño y la abrazó.

Lo suyo no había funcionado. Apenas unas semanas después de la guerra se dieron cuenta de que se querían, se adoraban, pero no de la forma en la que debía ser para tener una relación. Hermione comprendió que él despertaba en ella ternura y calidez, no pasión o deseo y Merlín sabía que aquello era una parte inherente de una relación romántica. Habían hablado, extrañamente en ellos no habían discutido, únicamente Hermione expuso los hechos y, contra todo pronóstico, Ron estuvo de acuerdo. Ella volvió a Hogwarts y él se quedó con Harry. Nunca más habían hablado del tema, retomaron su amistad como si nada hubiera pasado y se sentían incluso más cerca que nunca. Hermione había terminado el colegio y había vuelto con Harry a Grinmauld Place. No tardó mucho en encontrar un puesto en el Ministerio, en el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Su paso por allí fue breve pero intenso, había aprendido mucho pero no se arrepentía de haber pasado al Departamento de Seguridad Mágica. El trabajo que realizaba allí era mucho más interesante y le permitía un contacto diario y estrecho con Harry y Ron. Habían cambiado los pasillos de Hogwarts por los del Ministerio pero seguían juntos y aquello era todo lo que necesitaba para ir superando todo el bagaje emocional que cargaba.

—Quiero dejar de ser auror —dijo apartándose de ella.

—¿Cómo? —Preguntó la chica mirándole con sorpresa

Ron se pasó las manos por el pelo y se despeinó

—No quiero seguir siendo auror Hermione… estoy… cansado. George me ha ofrecido trabajar codo con codo con él en Sortilegios Weasley y yo… me apetece mucho.

Ella se mordió el labio. Siempre había sabido que aquel mundo no era para Ron, que al final se cansaría de seguir a Harry quien sí había nacido para ello. Probablemente Harry Potter sería, algún día, el Jefe de la Oficina de Aurores de Londres. Era valiente, un gran líder y un fantástico mago. Ron era también muy valiente, pero no creía que quisiera vivir una vida de aventuras y riesgo por muy leal que fuera a su mejor amigo.

—¿Se lo has dicho a Harry?

—Aun no —torció la boca en una mueca infantil —seguramente se sienta decepcionado —dijo entristecido.

—Oh Ron ¡Claro que no será así!

—¿El qué no será así? —Preguntó Harry bajando con Ginny por las escaleras.

—Ronald quiere contarte algo —soltó su amiga dejando al pelirrojo boqueando como un pez —Vamos Ginny, necesito que me ayudes con el pelo

Tomó a la chica de la mano y las dos salieron del salón cuchicheando.

—¿Qué ocurre?

—Shhh —Hermione arrastró a Ginny sin contemplaciones —tu hermano quiere dejar el cuerpo de aurores. Necesitan hablar.

La pelirroja puso una mueca y aceleró el paso

—Ciertamente esa conversación no me interesa —dijo risueña —vamos a arreglar tu pelo ¿Te he dicho ya que estás maravillosa?

Hermione sonrió encantada.

Lo cierto era que había intentado estar bonita. Al principio había pensado en no asistir al evento porque no tenía absolutamente nada que ponerse para la ocasión. Desde que la guerra había terminado, Hermione había tenido verdaderos problemas para salir adelante. Sin sus padres se tuvo que valer por sí misma para pagar sus gastos, su material escolar, su ropa, incluso su comida. Por suerte Harry se había dado cuenta de todo y la había ayudado tanto como pudo o, más bien, tanto como ella le dejó. Hermione era una leona orgullosa y aunque no era tonta y se había dejado ayudar por él al principio, pronto encontró la forma de devolverle lo prestado.

Decidió dejar que Harry la financiara hasta poder pagarle y aunque por el momento apenas había podido devolverle una décima parte del préstamo, confiaba en tardar mucho menos en el momento en que su carrera en el Ministerio empezara a despegar.

Aquel vestido había sido un regalo inesperado y maravilloso que Harry y Ginny le habían hecho y, pese a que en un primer momento estuvo a punto de incluirlo en ese préstamo que pensaba devolver, se dio cuenta de que aquello sería insultar a sus amigos. A su familia, porque Harry era más que un hermano para ella.

El vestido, de satén azul pálido sin mangas, se pegaba a sus pechos y a su cintura cayendo libremente hasta las puntas de sus pies, sobre la increíble tela, una fina capa de gasa con diminutas piedrecitas hacía que el vestido brillara como si estuviera cosido con pequeños diamantes. Llevaba unas sandalias de tacón que, aunque no se veían eran maravillosas y un brazalete de plata que su madre le había regalado en el último cumpleaños que celebraron juntas.

Sabía que el conjunto era sencillo pero elegante y estaba muy contenta con el resultado. Hermione no era una persona superficial pero reconocía, al menos ante sí misma, que a veces era estupendo sentirse femenina y bonita.

—Deja que te ayude con esto y entonces estarás perfecta.

Ginny le echó distintos productos en el pelo y usó la varita para ayudarse un poco y crear unas delicadas ondas en el cabello de Hermione. Hizo un moño flojo en su nuca y sacó algunas guedejas que enmarcaron su rostro.

—¡Que guapa! —Exclamó encantada la pelirroja

—Ojalá tuviera esa habilidad para arreglarme el pelo más a menudo.

La chica rió

—Y la tienes, pero te aburre hacerlo, como a mi —le guiñó un ojo con complicidad —pero hoy es un día especial.

—¡Ginevra Weasley! —gritó Molly desde la puerta —¡Ni siquiera estás vestida!

—Vamos mamá, no quería arrugar mi vestido —dijo poniendo los ojos en blanco —ya voy, ya voy.

Salió perseguida por su madre que la llevaba casi a empujones a su habitación.

Hermione se miró en el espejo y le gustó lo que vio. Hacía poco más de un año que la guerra había terminado, unos meses desde que acabó Hogwarts y aprobó sus E.X.T.A.S.I.S con Extraordinario, unas semanas desde que se había instalado con Harry en Grinmauld Place y apenas unos días desde que había empezado su carrera en el Ministerio. Se sentía mucho más mayor y aunque su rostro apenas había cambiado en aquel tiempo, ella sabía que la imagen que le devolvía la mirada era la de una mujer, no la de la niña que había sido.

Salió a reunirse con sus amigos. Aquel día tenían mucho que celebrar.

La boda fue preciosa. Después de tanto miedo, tanta desesperación y tanto dolor Hermione se alegraba de que un acontecimiento tan maravilloso pudiera reunirles a todos de nuevo.

—Nada que ver con la boda de Bill y Fleur ¿No? —Dijo Ginny acercándose a su amiga y ofreciéndole un granizado de zumo de calabaza.

—Al menos esta vez no llevo un bolsito con una tienda de campaña encima —dijo ella con una sonrisa.

La carpa de celebración estaba llena de gente del Ministerio, aurores, familiares y amigos. Harry y Ron hablaban con George, Arthur y Bill cerca de la mesa de canapés, Fleur y Angelina conversaban con Molly, MacGonagall estaba sentada en la mesa del profesorado de Hogwarts charlando amigablemente con la profesora Sprout, la profesora Trelawney y Hagrid y Kingsley bailaba con su flamante esposa la profesora Sinistra o, más bien, Aurora Shacklebolt.

—Vaya —Dijo Ginny dándole un empujón con el hombro —Estos dos años no han sentado nada mal a Malfoy.

—¡Ginny! —farfulló Hermione atragantándose con la limonada. Aunque siguió la dirección de los ojos de su amiga y le buscó con la mirada.

Hacía dos años que no le veía, desde que salió en libertad tras los juicios del Wizengamot. Supo que había solicitado una plaza en Drumstang para terminar sus E.X.T.A.S.I.S sin necesidad de volver a Hogwarts pero nunca más había oído una sola palabra acerca de él. Parecía haberse esfumado. Tampoco había buscado información, no le había quitado el sueño lo que Draco Malfoy hubiera hecho con su vida tras la guerra.

Se fijó en él dándose cuenta de que no parecía el mismo chico que recordaba. Llevaba el pelo algo más largo y ligeramente desordenado, con mechones que caían por encima de su frente, como si el viento los hubiera agitado. Sus ojos, de aquel color del mercurio líquido que apenas parpadeaban estaban ensombrecidos y podía distinguir unas casi imperceptibles arrugas cerca de sus párpados. Seguía siendo alto y esbelto, quizá sus espaldas eran algo más anchas y su rostro menos afilado. Pero no fueron las diferencias físicas lo que más le impactaron si no su mirada. En aquella ocasión no estaba velada por el desagrado, el odio o la altivez, parecía cansado, mayor... suspiró pensando que la guerra les había cambiado a todos.

Como si hubiera sentido que estaba siendo observado volvió su rostro hacia ella y la miró. Hermione, que distaba mucho de ganarse un puesto como espía del Mi6 muggle, enrojeció en cuanto se dio cuenta de que la había pillado y bebió de su limonada hasta que creyó que se ahogaría.

—Oh oh —Ginny se giró dando la espalda a Malfoy y la miró con una cara que debió poner en alerta a Hermione —nos ha pillado… es hora de irse.

Antes de que pudiera detenerla la pelirroja se fue hacia Harry y se colgó de él quien, sonriente, abrazó su cintura y continuó la charla con los demás.

—Traidora —masculló entre dientes Hermione justo cuando Malfoy llegaba hasta donde estaba.

—Granger —saludó con un elegante asentimiento.

—Malfoy —dijo ella igualmente cortés pero con evidente incomodidad—No sabía que habías vuelto a Londres —añadió porque ante todo era una persona educada.

—Volví hace un año —acotó él con una voz cordial sorprendentemente carente de insultos o malas maneras.

También Malfoy parecía incómodo, nuevos en aquello de mostrarse corteses el uno con el otro. Nunca habían sido amigos, ni siquiera compañeros, más bien víctimas de una relación antagónica derivada de las circunstancias que habían rodeado sus respectivas vidas y habían hecho que Malfoy la odiara por ser una hija de muggles y ella no le soportara por ser un mortífago y un gilipollas. Casi sonrió ante el pensamiento pero se contuvo en el último momento.

Le sorprendió que fuera solo a la boda que estaba considerada como el acontecimiento del año. Por fin el ministro de Magia contraía matrimonio, nada más y nada menos con una de las profesoras de Hogwarts que había luchado junto a él en la batalla final, lugar en el que, al parecer, siempre según Corazón de bruja había surgido el amor en medio de las llamas de la discordia.

Hermione sabía que Malfoy, al finalizar la guerra se había quedado bastante solo, los pocos Slytherin que no tomaron partido en la guerra no se mezclaban con un ex mortífago indultado porque no querían que sus apellidos se vieran salpicados por el suyo, los que fueron partidarios de Voldemort no querían saber nada de los Malfoy y de cómo habían esquivado la cárcel y quienes lucharon contra él... bueno, para ellos Draco se había convertido en un paria social. Así que quizás no era tan descabellado que pocas brujas quisieran acercarse al aun agonizante apellido Malfoy. Aunque imaginaba que eventualmente aquello cambiaría, Merlín sabía que el dinero abría muchas puertas desgraciadamente.

—Un año difícil ¿Verdad? —Susurró Hermione.

Malfoy no contestó pero al mirarla ella vio muchas sombras en aquellos ojos gélidos. Los recuerdos cayeron sobre ella uno tras otro e inconscientemente se agarró el antebrazo cuando el de Bellatrix empuñando el cuchillo se abrió paso en su memoria. Él apretó las mandíbulas al verla.

—Hay estigmas que no se olvidan ni con el paso del tiempo —masculló interpretando el gesto de ella como una clara alusión a la Marca Tenebrosa

Al darse cuenta de que el gesto le había molestado, y sin saber muy bien porque, Hermione sacó la varita que escondía disimuladamente entre los pliegues del vestido y la usó para quitar momentáneamente el hechizo desilusionador que tenía sobre la piel, para dejarle ver las tenues cicatrices que el cuchillo de Lestrange había dejado para siempre en su piel.

—Lo sé —susurró.

Los ojos de Draco se abrieron con incredulidad y Hermione vio las sombras que pasaron por ellos.

—Mi tía... —como en un trance, el rubio pasó los dedos por la piel marcada de ella y los apartó como si se hubiera quemado al sentir la suavidad cálida de su antebrazo

Hermione supuso que un Malfoy no estaba demasiado acostumbrado a tocar a una hija de muggles. Le molestó el modo en que quitó la mano como si fuera a contagiarle cualquier enfermedad, pero se recompuso con rapidez y sonrió bajándose la manga, incómoda.

—No tuviste la culpa— dijo encogiéndose de hombros

—No era mi mano la que empuñaba el arma pero…

—Pero nada, Malfoy, no nos delataste aunque sabías que éramos nosotros... Eso nos dio más posibilidades... Dio más tiempo a Harry.

Draco miró su brazo nuevamente tapado y tragó saliva.

—Pero no a ti.

Hermione no respondió ¿Qué podía decirle? Aun tenía pesadillas con aquella tarde, aún recordaba el dolor, la sangre, sus propios gritos…

—Todos tenemos cicatrices.

—Algunos más que otros —Murmuró Draco

Ambos permanecieron en un incómodo silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Draco inspiró hondo y tembló. Necesitaba tranquilizarse, necesitaba calmarse porque ver aquellas cicatrices había sido como volver a una de sus terribles pesadillas una vez más.

Las lágrimas, los sollozos, los gritos.

No podía respirar.

Se dio la vuelta y se marchó sin mirar atrás, dejando a Granger con la palabra en la boca, ni siquiera se había dado cuenta que estaba hablando, solo escuchaba un zumbido en sus oídos, el retumbar de su corazón bombeando con fuerza, una y otra vez, golpeando contra su pecho a un ritmo frenético. Y los gritos. Aquellos gritos que le taladraban el cerebro una y otra vez.

Salió al exterior y se alejó a grandes zancadas. Ojalá pudiera aparecerse en su casa y salir de allí. Le daba igual lo que pensaran de él, lo que dijera la prensa al día siguiente o lo que pudiera pensar Granger a la que había dejado con un palmo de narices en medio de la carpa.

Pero no podía usar la magia en el estado de nervios en el que se encontraba.

Los gritos, sus gritos, inclementes, asediándole incasables.

—¡Malfoy!

Apretó el paso maldiciendo ¿Por qué mierda le había seguido? ¿No había sido lo bastante claro largándose de allí?

—Vete Granger —dijo entre dientes sin girarse, sintiendo una gota de sudor brotar de su piel a la altura de la sien y resbalar hasta su barbilla —¿No te ha quedado claro que quiero estar solo?

Hermione se frenó en seco pero la tensión de su cuerpo, la aceleración de su respiración, la fuerza con la que apretaba los puños… todo hacía que sus alarmas se activasen inevitablemente.

—¿Qué ocurre?

Maldita cotilla. Inspira, respira se dijo intentando relajarse lo suficiente como para coger su varita y marcharse a casa.

—¿No has entendido que quiero que te largues? —espetó con la voz enronquecida —Se acabó Granger, vuelve a la fiesta y déjame en paz.

Ella se vio teletransportada a sus años de colegio, a sus pocos encuentros con un Malfoy déspota y estúpido y estuvo a punto de hacer justamente eso, marcharse y dejarle allí con su mal humor y sus fantasmas. Pero no lo hizo, quizás porque fueron esos fantasmas los que hicieron que se mantuviera ahí, tras él, mirándole como si fuera un difícil problema de Aritmancia del que no tenía la solución.

—¿Qué ocurre? —Volvió a repetir.

Draco se giró con el rostro sudoroso y algo desencajado. Sus pupilas estaban tan dilatadas que oscurecían sus ojos y ensombrecían su mirada.

—Sigues siendo igual de estúpida que siempre —siseó con los dientes apretados —deja de gritar —se llevó las manos a los oídos y sacudió la cabeza —déjame el paz de una vez.

Hermione sintió la angustia del chico y frunció el ceño. Ella no había gritado en ningún momento ¿Qué estaba él escuchando? ¿Algo en su cabeza? ¿Se habría vuelto loco Draco Malfoy tras la guerra? Ella sabía que en el mundo muggle los soldados que volvían a casa tras enfrentar los horrores de un conflicto bélico arrastraban en muchas ocasiones problemas psicológicos derivados de sus vivencias, también las víctimas de las guerras, caían en procesos de depresión, ansiedad, agresividad, trastornos del sueño. ¿Tendría Malfoy un trastorno de estrés postraumático? Ella misma había pasado meses terribles después de la batalla de Hogwarts, cuando todo acabó realmente y el peso de las consecuencias se cernió sobre ellos todos tuvieron serios problemas para superarlo. Las pérdidas, el rehacer sus vidas con tantos vacíos imposibles de llenar, los periodistas, las entrevistas, la restauración del castillo… Para Hermione volver a la realidad fue algo casi imposible de sobrellevar, regresó a un Londres en el que estaba completamente sola, sin familia, sin hogar al que regresar y sin un solo knut con el que salir adelante. Ese verano se instaló en Grinmauld Place con Harry, ayudó a la reconstrucción de Hogwarts y, gracias a George, consiguió un sueldo modesto en Sortilegios Weasley que la ayudó a comprar el material del siguiente curso y algo de ropa. Después había regresado a sus estudios y se había centrado en ellos para olvidar, para sanar. Incluso ahora, dos años después, seguía sintiendo la ausencia de sus padres como una losa en el corazón y seguía llorando la pérdida de Fred cada vez que veía a George. Desde luego había cicatrices que, no solo no acababan de cerrar si no que además tenían una asombrosa facilidad de reabrirse y doler tanto como al principio.

—Se lo que es —se escuchó a sí misma —no poder dormir, revivir una y otra vez aquel horror, ver a los muertos, escuchar sus gritos —apretó los puños y tragó saliva —yo volví a Hogwarts, lloré todas las noches y no hubo ni un solo día en el que no bajara al Gran Comedor y viera de nuevo a todos los que… —se le rompió la voz pero se recompuso rápidamente — sé lo que es —volvió a decir.

—¡No sabes una mierda! —susurró. Ella oía los gritos de los muertos pero él escuchaba los gritos de los vivos. Sus gritos.

—Puede que no sepa qué es lo que te pasa a ti, Malfoy, pero si sé algo —le miró con algo parecido a la compasión, la misma mirada con la que le observó durante los juicios en el Wizengamot — si no lo intentas, si no haces algo, te consumirás. Te dieron otra oportunidad ¿De veras vas a tirarla por la borda? Piénsalo, no eres el único que se siente así, no eres el único que vive perseguido por los demonios de la guerra. Todos seguimos luchando cada día para no volvernos locos. Todos.

Se giró porque ya se había cansado de intentar hablar con él. ¿Qué le importaba a ella su estado mental? Malfoy parecía creer que era el único con cicatrices en el cuerpo y la menta y eso distaba mucho de la realidad. Sí, ellos habían ganado la maldita guerra pero ¿A qué precio? ¿De verdad pensaba que todo fueron celebraciones, fiestas y risas cuando Harry mató a Voldemort? Porque si era eso lo que pasaba por su perturbado cerebro se equivocaba de medio a medio. Había sido una mierda y solamente ahora parecía que, poco a poco, empezaban a levantar cabeza.

—Granger —se paró al escuchar su voz pero no se volvió a mirarle — Gracias.

Habló en un susurro tan bajo que Hermione no supo si lo había imaginado. Se dio la vuelta pero cuando miró hacia donde él había estado no había ni rastro de Draco Malfoy.