Tú, yo y nosotros

Disclaimer:

Sólo la historia me pertenece, los personajes son de S. Meyer.


Capítulo 1: Rosita Fresita

BPOV

Sonreí mirando la foto que acababa de publicar en Instagram, era un collage mío y de mi hija, en el campo, en la playa, empacando y fotos mías varias. «¡Dejando Jacksonville atrás!», que quote tan más dramático, pero era cierto.

Reneé, mi madre, me abrazó por décima vez en el día, y me dirigió su mirada azulada, llena de frustración y temor.

—No es necesario que te vayas, Bells, tú sabes que las cosas van muy bien por aquí. Rebe y tú me podrían necesitar, y odiaría no estar allí para ustedes.

Sus palabras, aunque trataban de sonar convincentes, tenían el tinte manipulador que mi madre siempre solía usar cuando hablaba conmigo.

—No te preocupes por nosotras, Charlie estará cerca. Y Sue.— Ella frunció el ceño cuando dije sus nombres.

—Sí, eso es lo que me preocupa. Estarás lejos de mí y con ellos, y me olvidarás, junto con Rebesita. — Traté de no rodar los ojos ante su afirmación exagerada.

—Mamá— le dije, con un poco de la frustración que sentía filtrándose por mi voz—. Estaré bien, y Rebecca igual. Tú sabes que he estado todo este tiempo aquí por ella, y por amor a ti y…— la miré— por amor a ti y a Jessica. Pero eso ha retrasó mis planes por casi tres años, es hora de que avance, de que Rebe y yo avancemos.

Ella frunció el ceño.

—Podrías dejar a Rebecca conmigo.

Jadeé.

—Eso ni siquiera está a discusión— me exalté, no podía imaginar cómo siquiera Reneé pudo haber pensado eso, sabiendo el historial que había tenido cuidándome a mí y a mi hermana. Me sentí mal por la mirada que me dio, ahora triste, así que cambié de tema—. Mamá, te quiero, pero me estoy retrasando, perderé el vuelo.

Caminé hacía Phil, el esposo de mi madre, que cargaba y jugaba con mi pequeña de dos años y diez meses. Las lacias y rubias coletas de Rebecca, junto con sus ojos brillantes azules, me voltearon a ver. Extendió sus brazos hacia mí, no dudándolo ni un segundo.

—Mami. — me dijo.

Le sonreí.

—Hola, bebé, es hora de que nos vayamos. Hay que despedirnos de los abuelos.

Siete horas después encontré a un nervioso Charlie Swan, que me esperaba impaciente frente a las escaleras del aeropuerto. Su bigote se movía de un lado a otro mientras con sus manos ansiosas sostenía frente a él un letrero. «Bella y Rebecca Swan». Me reí y en ese momento sus ojos toparon con los míos. Sonrió aliviado, acercándose a mí.

—Bells, te he extrañado. Y miren por aquí a esta pequeñita, ¡bueno, no! Estás gigante, fresita, y sólo han pasado unos meses desde la última vez que te vi.

Rebecca río, removiéndose de mis brazos para ir a los de su abuelo.

—Abelo Chadlie, te estañe.

—Y yo a ti, fresita.

—¿Y es que para mí no hay un abrazo familiar?— miré a Charlie, fingiendo enojo. Él me sonrío, abrazándome y haciendo que Rebecca quedara aplastada entre nosotros dos. Era el primer abrazo familiar no forzado que había tenido en meses, y se sentía bien de esta forma. Este era mi lugar, lo supe desde el momento en que bajé del avión; no había manera de que regresara a Jacksonville, nunca más.

—¿Y Sue?— pregunté una vez que nos separamos, ya que Rebecca se había quejado de que las estábamos aplastando. Charlie aún la llevaba en brazos, estábamos esperando a que mi equipaje llegara.

—Oh, se ha quedado con Seth en la casa, preparando todo para que tú y fresita estén cómodas, ya sabes cómo es— rodó los ojos—. Hoy comeremos como si fuera acción de gracias.

Sonreí.

Sue y mi papá eran esposos desde hacía dieciséis años y habían tenido a mi medio hermano Seth. Él y mi madre se habían separado desde que yo había nacido, hacía 23 años, y Reneé nos había llevado lejos todo este tiempo. Mientras yo pasaba mis veranos y navidades con Charlie en Forks, mi hermana Jessica siempre había sido una chica de la ciudad del sol.

—Me alegro. A Rebecca le hacían falta estas pequeñas vacaciones antes de la mudanza; así podrá irse aclimatando.

—Bells, no te preocupes, todo irá bien. — mi papá me confortó. Él sabía que aunque yo deseaba el cambio de hogar, tenía miedo por mí y por mi hija.

—Gracias, papá, lo sé. Tendré todo este fin de semana para adaptarme, y Rebe también—. Le sonreí. En ese momento mi papá me pasó a Rebecca y recogió mis maletas, caminamos juntos hacia el estacionamiento.

Yo había decidido vivir en Seattle, y, de hecho, ya estaba rentando en uno de los departamentos que administraba una antigua amiga mía del pueblo, con un muy bajo precio de alquiler para el tipo de zona premium en el que estaba y, aunque había luchado con Rosalie hasta el cansancio por eso, ella se había negado a cobrarme la renta entera, argumentando que las amistades hacían eso, y, que si yo pudiera hacerlo por ella, lo haría. Sólo de esa manera me había convencido, aunque, con Rose, casi nunca había la oportunidad para decir que no. Ella, en general, era un alma noble. Había sido rica antes, y lo era ahora. Su apellido siempre había sido de renombre, de la cadena de famosos doctores Hale y, ahora, ella estaba casada con Emmett Cullen, uno de los arquitectos más famosos de todo Estados Unidos.

El año pasado, en las vacaciones de verano que Rebecca y yo tomábamos religiosamente en Forks, me había reencontrado con ella, coincidiendo en una de sus visitas a los abuelos Hale, que vivían en el pueblo desde antes que yo naciera. Ella, al igual que yo, sólo pasaba sus veranos en Forks, desde pequeña. Habíamos coincidido durante todos los veranos hasta antes del nacimiento de Rebecca, y después de eso habíamos perdido algo de contacto. Cuando ella me volvió a encontrar, ahora con una pequeña de dos años en brazos, no pudo desengancharse de mí, así como yo de ella. Era bueno tener una amistad que, para variar, no le importara que mi vida ahora fuera alrededor de mi hija y nada más.

Ella amablemente me había ofrecido un trabajo en una de las pastelerías que manejaba junto con su suegra, y había ofrecido uno de los departamentos que administraba. Rosalie sabía que desde siempre mi sueño había sido vivir en Seattle, lejos de mi madre y mi hermana, así que me estaba haciendo las cosas más fáciles, sin darme la oportunidad de decir que no. Meses más tarde, había logrado convencerme, y, bueno, aquí estaba.

Mi padre me había convencido de pasar el viernes y el sábado en Forks y se había ofrecido a llevarme a mi departamento en Seattle puntualmente el domingo, para que Rose me pudiera presentar por fin, después de tantos años, a su marido y su familia, los Cullen. Estaba nerviosa, por supuesto, Rebecca y yo nunca habíamos ido a una comida familiar, ni siquiera en la nuestra, debido a que la poca familia que teníamos era Reneé o Charlie, quienes nunca cruzaban caminos, así que las reuniones grandes estaban canceladas para mí. Pero este era un nuevo comienzo, y tomar esta clase de retos era refrescante y nuevo, como debía de serlo todo. Era algo bonito que, para variar, las cosas estuvieran saliendo bien. Deseaba entrar a trabajar pronto y, con el tiempo, cuando mi hija creciera, volver a la escuela de negocios, que había quedado truncada después de su nacimiento, para poder ofrecerle una mejor calidad de vida. Rebecca y yo lo merecíamos, un nuevo comienzo, lejos de todo lo que había sido Jacksonville.

Estaba tan ensimismada en mis pensamientos, que no noté cuando Charlie estacionó el coche enfrente de la casa. Yo estaba en la parte trasera del asiento, con Rebecca en brazos, debido a que mi padre no tenía un asiento especial de bebé. Charlie me miró.

—Bella, antes de entrar, te tengo una sorpresa.

Rebecca se revolvió en mis brazos impaciente en cuanto escuchó eso.

—¿Sopesa? ¿pa mí?— Rebecca dijo.

—Sí, fresita, para las dos, de hecho. — Su abuelo sonrió. Eso me dio curiosidad.

—¿Ah, sí? ¿Qué clase sorpresa, papá?

—Bueno, hubiera sido un mal padre si cuando me dijiste que te mudarías, me hubiese quedado con los brazos cruzados— Charlie frunció el ceño—. Y como no dejas que te ayude con la renta del departamento, bueno, he encontrado otra manera de ayudarte—. Sonrió.

—Ven, vamos— Se bajó del coche y me ayudó a bajar, tomando a Rebecca de mis brazos. La acomodó entre los suyos y luego señaló hacia otro coche, que estaba estacionado frente a la casa, de color negro.

—Es tuyo.— Me dijo.

—¿Mío? ¡No puede ser!— Me acerqué corriendo, abriendo la puerta y viendo el interior. Estaba muy bien cuidado, me encantaba —. Es hermoso, papá, ¡lo amo! Fresita, ven a verlo.

Rebecca se removió de los brazos de Charlie y se acercó corriendo al auto, tratando de subirse al asiento delantero, la ayudé a hacerlo y trató de alcanzar el volante, riendo.

—Ed un auto. Mami no tenda que usad el bus ya— Sonrió. Le devolví la sonrisa, cargándola y sacándola del auto.

—No, cariño, ya no usaremos el bus.

Charlie parecía muy orgulloso consigo mismo.

—Es un Opel Calibra del 97, sabía que te gustaría. El hijo de Billy lo arregló perfectamente para ti y fresita, así estarán más cómodas en la ciudad, y no tendrás que moverte a pie.

—Oh, papá, gracias. Lo amo. — Abracé a Charlie, tratando de esta vez no aplastar a Rebecca. Él se avergonzó, como siempre, por la muestra de cariño.

—No es nada, sabes que aquí estoy para ustedes. — me dijo.

En ese momento, la puerta de la casa se abrió y Sue, junto con un adolescente desgarbado de quince años con el pelo y los ojos de un marrón profundo, me dieron la bienvenida con una sonrisa amplia.

—¡Bella, hermana!— Seth gritó corriendo hacía mí, abrazándonos a mí y a Rebecca y, a pesar de que yo era ocho años mayor que él, ese niño me sacaba casi una cabeza de altura—. Fresita, estás tan grande— continuó diciendo alegremente mientras nos veía, la sonrisa nunca abandonó su rostro—. No saben lo mucho que las he extrañado.

—¡Tío Seh!— Rebecca lo abrazó instantáneamente, separándose de mí. Ella y Seth se habían conocido apenas el verano pasado, y habían quedado hechizados el uno con el otro. En general, Rebecca atraía a las personas por su personalidad dulce, pero casi nunca devolvía el gesto con los desconocidos. Sin embargo, con Seth había notado desde el momento uno que era su familia, así que nunca, a pesar de los meses que estuvieron separados y de su corta edad, lo había olvidado.

Los dejé jugar y tontear, se notaba que se habían extrañado, y me dirigí a Sue, a quien abracé. Sus cálidos brazos me recibieron, como siempre.

—Sue, te extrañé.

—Yo también, Bells. Todos aquí— ella me sonrió, con la mirada maternal que siempre solía darme. Después se dirigió a Rebecca, quien jugaba a atrapar a mi hermano—. Y tú, fresita, ¿no piensas saludar a tu abuela?

—¡Abela! Peldon— Rebecca se acercó a Sue, corriendo, y se aventó a sus brazos—. Te estañe.

—Y yo a ti, Rosita fresita, y yo a ti. — Charlie y Seth se acercaron a ellas y a mí, y todos nos dimos un abrazo familiar.

Aquí empezaba mi nueva vida, o más bien, la nueva vida de Rebecca, y la mía.


Bueno, este fue un capítulo pequeño como introducción a Bella, el otro nos introducirá a Edward y es más largo que este :D espero que les guste, yo ya amo a fresita! Y les aseguro que pronto amarán a Jared! Estoy muy emocionada!

Por cierto, publicaré imágenes referentes en mi cuenta de Facebook, Katia Natalia (spicy dreams), el link está en mi perfil.

Igual las invito a leer mi otra historia, Moose, que es completamente diferente a esta!

Espero sus reviews, lo que me motiva a escribirsss «3

SpicyDreams