Muy buenas.
Después de unos añitos parado he vuelto con una nueva historia. Este proyecto surge como respuesta a una pregunta. ¿Qué fue del héroe del tiempo? Lo que contaré aquí es mi explicación a cómo el reino en el que vivió el héroe del tiempo cuando volvió del futuro fue cambiando hasta convertirse en el que se desarrollarían las aventuras del héroe del crepúsculo. Para situarnos temporalmente, los hechos ocurrirán 12 años después del final de OoT en la línea del niño, o lo que es lo mismo, con un Link que tendrá unos 22 años.
Como bien explica su título, es la primera parte de dos. Ésta primera está completa y la subiré semanalmente. La segunda no está escrita aún, pero sí estructurada. Tardé unos dos años para escribir esto así que bueno, paciencia para la continuación.
Por último, quiero poneros sobre aviso. Este fic es una carta de amor a toda la saga así que, a pesar de seguir una línea argumental propia y orginal, contará con infinidad de guiños a distintos juegos. Cuantos más hayáis jugado, más descubriréis.
La imagen es de Luis Correa: luiscorrea_art en TW.
Eso es todo, disfrutad.
Capítulo 1. El exiliado.
Apenas era media mañana y el Sol ya reinaba en el cielo con una fuerza abrasadora. Teñía los campos y praderas de colores vivos y brillantes. Las hierbas altas se extendían por la Pradera de Hyrule como si de un mar dorado se tratara.
La naturaleza había ido moldeando el paisaje del reino a lo largo de los años, creciendo a los pies de la enorme cordillera de Hebra o expandiéndose de forma salvaje en el peligroso e infinito bosque de Farone. Y aun así, lo que esos dos parajes compartían por encima de todo, era la ausencia de civilización en ellos. Resultaban ignotos para la gente que circulaba por los caminos de arena, viejas cicatrices que reptaban por la pradera.
La mayoría de ellos terminaban desembocando en el mismo sitio, la majestuosa Ciudadela de Hyrule. Aquel monstruo gris de piedra y madera se alzaba sólido e imponente en medio de la explanada, con los enormes torreones del castillo rasgando el cielo. Incluso desde la distancia, la Casa Real coronaba aquel reino con belleza y poder.
Al sur de la urbe, en un terreno generoso y al mismo tiempo humilde, un complejo de edificios de adobe y piedra parecía contener el tiempo en una atmósfera rural. Un enorme cerco de madera contenía hasta a una docena de caballos que pacían con tranquilidad. Ajenos al calor, dejaban que el sol hiciera brillar sus pelajes pintos y blancos.
A las afueras del cerco, un joven descamisado sesgaba las hierbas rebeldes con una guadaña de hierro. Los movimientos eran firmes y fluidos, con la experiencia que solo da repetir las cosas muchas veces. Los músculos se tensaban bajo la piel tostada, justificando la velocidad con la que se movía la herramienta.
Sus ojos eran azules, de una tonalidad oscura que recordaba a una tormenta en el mar. Atravesaban la paja como si ni siquiera existiera, como si no hubieran podido olvidar todas las pesadillas que habían visto. Así era.
El chico trabajaba en silencio, hundido en sus pensamientos y ajeno a todo lo que había a su alrededor. El movimiento mecánico de la guadaña lo relajaba, le permitía perderse en sus recuerdos. Aunque fueran desagradables, no podía evitar volver a ellos. Tras unos minutos, dio por finalizado su trabajo. Una capa de sudor le cubría la frente, pegándole el cabello dorado a la cara y las sienes. Se pasó la mano por el flequillo, echándolo hacia atrás, y se quedó mirando la silueta del castillo.
Desde allí, tenues reflejos del foso de agua parecían parpadear como si le mandaran señales intermitentes. Llevaba más de cinco años sin pisar la Ciudadela, pero solo con ver las enormes murallas de piedra podía imaginarse el rumor del gentío, la vida y el ajetreo que poblaban el mercado. La acción que bullía en la capital del reino. Y sin embargo, un dolor lento y hueco se instalaba en su pecho cada vez que miraba aquella figura lejana. Era como posar la vista demasiado tiempo en el Sol, tan deslumbrante que acababa por quemarte los ojos.
El ruido de una puerta al cerrarse consiguió sacarlo de su ensimismamiento. Se giró con lentitud, sabiendo a quién se encontraría. Malon se acercaba a él con una cesta en las manos y una sonrisa en los labios. Ambas cosas en conjunto la definían a la perfección.
El rostro de Malon deslumbraba en dos fases. Lo primero que llamaba la atención era su abundante melena rojiza. Los rayos de sol se colaban entre su cascada de ondas salvajes y arrancaban destellos cobrizos. El segundo asalto era su deslumbrante sonrisa. Ya no tanto por sus dientes, ligeramente torcidos, sino por la forma en que se curvaban sus labios, por los hollines que se formaban en sus mejillas, por las arrugas que se formaban alrededor de su nariz regada de pecas.
Hacía ya tres años que vivía con ella, desde el desafortunado final del viejo Talon, y todavía no había conseguido ser inmune a esa sonrisa. Aunque ese peso muerto que sentía en su interior no desaparecía cuando la veía, al menos conseguía sentirlo más ligero.
Se plantó frente a él y frunció el ceño con teatralidad. –Vale, ¿cuál eliges? –le preguntó.
Link observó el contenido de la cesta. En su interior, una docena de huevos. Se trataba de un juego de azar que había ideado él hacía unos meses. Lo que en un principio había sido un mero pasatiempo, se había terminado convirtiendo en un factor determinante para la toma de decisiones. Alzó una ceja.
Malon explicó el castigo. –Comprar una pala nueva y las semillas para la siguiente cosecha.
–¿Hoy? –preguntó, incrédulo. Al que le tocase ir, tendría que salir nada más hacer el sorteo para poder volver antes del anochecer.
Malon asintió con solemnidad. Como si hubiera nacido para ello, Link frunció el ceño y escrutó los huevos nuevamente. A primera vista, todos parecían idénticos. Sin embargo, era el interior lo que decidiría el viaje. Al final se decidió por uno blanco. Tenía algunas plumas pegadas en su cáscara, pero en general era bastante grande.
Parco en palabras, Link esperó a que Malon hiciera su elección. Cogió uno que no parecía muy grande. Ella misma se justificó. –Tengo una corazonada.
Ambos se encaminaron a la casa, Malon con la cesta y Link con la guadaña apoyada en un hombro. Ella fue directa a la cocina mientras Link se enjuagaba la cara en un barreño de agua. Se puso una camiseta de hilo blanco y se acercó a Malon, que ya había sacado una sartén y la había puesto sobre las brasas.
Cascó el huevo de Link en primer lugar y, para satisfacción de él, resultó contener dos yemas. Una ligera curva surgió en las comisuras del rubio. Malon soltó un bufido al verlo. La expectación se mantuvo el tiempo que tardó en cascar el huevo que había elegido ella. Una yema.
–Ha –se jactó Link. La mueca de suficiencia que tenía en su rostro no lo hacía menos atractivo, más bien lo contrario: la mirada cruel que había adoptado su rostro hacía ya años compaginaba perfectamente con esa expresión.
A Malon no le hizo tanta gracia, y salió de la cocina dando pisotones. –Ese maldito cuco, la última vez que confío en él.
Mientras ella se encargaba de ensillar a la yegua, Link dio cuenta de los dos huevos y preparó el saquito de rupias que necesitaría para el viaje. El camino a Kakariko no era peligroso, pero tampoco hacía falta tentar a la suerte cargando con más dinero del necesario.
La acompañó hasta la entrada del rancho mientras tiraba de las riendas de la yegua. Cuando se hubo subido a su grupa, se agachó para recibir el saquito de rupias y un beso rápido en los labios.
–Intentaré estar de vuelta para la cena –dijo a modo de despedida. Link asintió. Malon era una excelente jinete, y yendo ella sola a caballo no tardaría demasiado.
Pese al enorme error que había cometido la familia real hacía ya doce años, el reino seguía siendo pacífico. Al menos eso era lo que se decía a sí mismo para aplacar su preocupación cada vez que veía a la pelirroja adentrarse en la inmensa pradera.
Cuando su figura se perdió en el horizonte, Link volvió al lugar desde el que Malon lo había distraído y comenzó a recoger toda la paja que había cortado con anterioridad. Cuando la hubo amontonado, el Sol ya se había colocado en su cénit.
El problema de las granjas y los ranchos era que el trabajo era para y por los animales, y no podía echar el cierre como si se tratara de un tendero. Tenía que limpiar, dar de comer, cepillar, volver a limpiar, volver a dar de comer, y así sucesivamente desde que se levantaba hasta que caía rendido en la cama. En el fondo debía sentirse agradecido, esa constante actividad lo mantenía ocupado, tanto física como mentalmente. Porque no había nada más peligroso para una mente intoxicada que tiempo libre para pensar.
Mientras recogía la guadaña y la colocaba en el armario del establo principal, sus ojos se desviaron de forma inconsciente al arcón de madera que descansaba junto a la pared. Con las manos ya desocupadas, el silencio lo invadió. Intercambió una mirada con Epona, que a diferencia del resto de los caballos, sabía agradecer una buena sombra. Se acercó al arcón y posó una mano en su tapa. Si Malon estuviera cerca, no se plantearía siquiera hacerlo.
Epona relinchó con desaprobación. –Oh, cállate –respondió Link, con el desdén reservado a los mejores amigos. La yegua giró sobre sí misma y empezó a mordisquear una bala de heno.
Link volvió la vista al arcón y lo abrió. En su interior, unos ropajes verdes que ya no le valían. Pulcramente doblados, recordaban tiempos de aventuras y conflictos que nunca sucedieron. Sobre ellas descansaba una espada que sí había empuñado recientemente.
Dado que Link se negaba a ir a la Ciudadela, la mayoría de compras se las hacían a Ingo. El viejo gruñón hacía la ruta desde la Ciudadela a Kakariko una vez a la semana con su carreta, y solía dejarse caer por el Rancho para venderles mercancías a un precio considerablemente alto.
Era algo que Link asumía como pago por el tanto Malon, que en multitud de ocasiones prefería montar en su yegua e ir ella misma a la Ciudadela a por las compras que fueran necesarias. Y era solo en aquellos momentos contados de soledad que aprovechaba para esgrimirla, para recrearse en lo que se había prometido enterrar.
El simple hecho de rodear la empuñadura con su mano hacía que su corazón cantase. Que recordase que por mucho que dormitara en una granja, seguía vivo. No había nada que lo reavivase de esa manera, nada que pudiera admitir al menos. Describió un arco amplio con toda la envergadura de su brazo, calculando el límite de su alcance. Lanzó una serie de estocadas rápidas, cuchilladas que habrían resultado letales a quien se las hubiera infringido.
Y entonces comenzó a moverse. Su juego de piernas seguía siendo tan agudo como siempre, ligero como el polvo que levantaba, flexible. Cuando combinó ambos movimientos, se sintió imparable. La agilidad de sus piernas lo hacían bailar, mientras que su fuerte torso le permitía descargar terribles tajos a enemigos invisibles. Los aspavientos que escapaban de sus labios asustaban a los animales de alrededor; huían despavoridos ante aquella peligrosa danza. Recostada sobre una cama de paja, solo Epona parecía mantenerse ajena ante aquel derroche de energía.
Cuando Link se dejó caer al lado de la yegua, su humor había mejorado notablemente. Como si de un cubo bajo la lluvia se tratara, el mal humor de Link solía acumularse a medida que pasaban los días. Eran esos momentos los que conseguían despejarlo y volver a poner el contador a cero.
–Para no utilizarla, sigo bastante en forma, ¿no crees? –dijo mientras observaba el filo de la espada–. Ya lo sabes, pero si algún día te molesta algún caballo, me lo dices y me encargo de él. –La yegua no se dio por aludida, y dejó que el rubio recuperase el aliento. Esa indiferencia era lo que le permitía bromear con ella, esa sensación de no tener que cumplir ninguna expectativa.
Ya había comenzado a oscurecer cuando Malon volvió de Kakariko. Su sonrisa seguía inamovible, pero sus ojos y la línea de sus hombros denotaban cansancio. La ayudó a descabalgar y cogió las mercancías que había comprado.
–Ha sido agotador. –Se interrumpió para recibir un beso de bienvenida–. Cuando fui a comprar la pala dijeron que no tenían más. Por lo visto al estúpido de Ingo se le olvidó traerlas desde la Ciudadela en su último viaje – se quejó.
Link sin embargo desvió la mirada a la pala que acababa de traer. Malon continuó. –Necesitábamos la pala así que se la compré a la vendedora de remolachas. Estaba rota, así que prácticamente me la regaló –sonrió con suficiencia. Ambos entraron a la casa. Sobre la lumbre descansaba un caldero lleno de caldo y verdura. Link obligó a Malon a dejar todo y lavarse antes de sentarse.
Cuando hubo terminado, comenzó a servirla mientras Malon se sentaba y continuaba su relato. –Después tuve que buscar al herrero para que me cambiara el palo y lo ajustara a la pieza de metal, pero tampoco estaba. Por lo visto había salido a hacer un recado.
Link soplaba la sopa con desinterés. Echaba de menos comer carne. Si hubiera tenido buenos ingredientes podría haber hecho algo más elaborado, pero vivir en el rancho de una mujer que solo comía verdura traía consigo ciertas limitaciones gastronómicas.
–… y efectivamente estaba en la posada. Había demasiado barullo allí dentro. –Aquello despertó su interés. –Pero al final conseguí sacarlo a rastras y que me hiciera caso. Con lo poco que me cobró por arreglarlo he podido comprar el doble de semillas de tomate.
–¿Había mucha gente en la posada? ¿Por qué? –preguntó él.
–No estoy muy segura, la verdad. No presté demasiada atención –dijo ella, tratando de recordar–. Creo que tenía que ver con el jefe ese del oeste.
–¿Ganondorf? –Decir su nombre en voz alta le hacía sentir vértigo. Era como reabrir una herida que nunca terminaba de cicatrizar. –¿Ha hecho algo?
–Creo que tenía que ver con una ley o algo así. Había gente molesta.
Era difícil para Link hacerse a la idea de algo con una información tan difusa. –¿Pero sabes de qué hablaba? ¿A quién afectaba? ¿Algo? ¿No te enteraste de nada?
La forma en la que subió su tono molestó a Malon. –No lo sé, Link. Esa gente siempre ha tenido problemas con la Corona, así que la gente salta con cualquier rumor. No sé por qué le das tanta importancia.
–Quizás porque ese hombre es un peligro –respondió él, igualmente molesto–. Podías haber prestado un poco de atención.
–Ya, pues siento no haberlo hecho, pero porque te pongas así de borde no voy a tener la respuesta que quieres.
Link iba a responder cuando oyó que llamaban a la puerta. Los dos se miraron. Malon se levantó en silencio y se acercó a Link. –¿Quién puede ser a estas horas?
–No lo sé – respondió él en un susurro. Lo que más le preocupaba no era que hubiesen llamado a la puerta cuando ya había oscurecido, el problema era que no lo había oído llegar. Aquello le dio mala espina.
Se acercó a la puerta con lentitud. –¿Quién va a estas horas? –preguntó junto a la puerta. Malon esgrimía un cuchillo de cocina. Link no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa al ver el rostro turbado de la pelirroja.
–Tengo que hablar con Link –respondió una voz fuerte y clara desde el otro lado de la puerta. Una voz de mujer.
–No has respondido a mi pregunta –dijo él, escéptico. Le traía sin cuidado que fuera un hombre, una mujer o un zorro parlante.
–Soy Impa, Link. Abre la puerta.
El silencio cayó sobre él como un jarro de agua fría. Durante un momento, se quedó bloqueado, sin habla. Era absurdo que Impa estuviera llamando a la puerta. Y menos en el Rancho. Si al menos hubiera sido en Kakariko, pero en aquel lugar.
Fue Malon la que actuó primero. Al ver que Link se quedaba parado pero reconocía a la persona en cuestión, abrió la puerta. Una mujer alta y con rostro severo apareció al otro lado. Tenía el cabello lacio y blanco recogido en una coleta. Solo un pequeño mechón del flequillo se le había escapado y le caía por el lateral de la cara. Sin embargo, lo que más le llamó la atención a la pelirroja fueron los ojos de aquella misteriosa mujer. Tenían un extraño color rojizo, que aun en la penumbra de la entrada, parecían brillar. Había oído leyendas, pero nunca había conseguido ver a una de su raza. –Eres una sheikah –consiguió articular.
–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó Link, hostil. Malon nunca lo había oído utilizar ese tono.
–He venido por orden de la princesa.
El rostro de Link pareció perder color, aunque tampoco se veía con claridad debido a la pobre iluminación. Malon comprendió entonces que la sheikah había venido desde el castillo. –Por favor, pasa. No te quedes ahí fuera –dijo Malon, haciendo gala enorme corazón. Link la miró con desaprobación, pero ella lo ignoró.
Al entrar, los huéspedes fueron conscientes del poderío físico de su raza. Le sacaba una cabeza de altura a Link, que había pegado un estirón el último año. A través de su traje ajustado se podía distinguir una fuerte musculatura, una espalda ancha y unas piernas poderosas. Aquella mujer era pura fibra. Además, el aura que irradiaba hacía agachar la cabeza a quienes escrutaba con sus ojos rojos.
Malon le ofreció asiento, pero ella lo declinó. Se quedó en pie frente a Link. Por otra parte, él parecía haberse recompuesto. Miraba a la guerrera sheikah sin síntomas de esa intimidación que generaba.
–Iré directa al grano. La princesa te convoca en el castillo de Hyrule. –El rostro de Impa permanecía estoico, sin muestra de emociones.
Link ya sabía esa respuesta. No habría mandado a su más fiel sirvienta para dar un simple mensaje. Estaba allí en calidad de escolta además de mensajera. –¿Para qué? –preguntó.
–Eso debes hablarlo con ella, pero no te mandaría convocar si no fuera algo de suma importancia.
–¿Tiene que ver con Ganondorf?
Aquella pregunta sí hizo mella en ella. La máscara de piedra que tenía por rostro pareció mostrar una grieta. –¿Qué sabes del tema?
Link miró a Malon de soslayo. Ella le devolvió la mirada, preocupada. –Nada, realmente. Por lo visto hay rumores en Kakariko, pero no sé nada.
Impa asintió. –Debes ir a hablar con ella, entonces; te contará todo lo que necesitas saber.
–Mmm… no sé, creo que no voy a ir.
–¿Disculpa? –preguntó Impa, sin dar crédito a lo que oía– ¿Eres consciente de quién son mis órdenes?
Link se tomó unos segundos para responder. Unos segundos que solidificaron la incomodidad que había en la sala. –La familia real me echó a patadas del castillo.
–Fue el rey quien denegó tu audiencia –respondió Impa, claramente enfadada–. Y tus formas para dirigirte a él estuvieron fuera de lugar. Podrían haberte colgado por las cosas que le dijiste.
El rostro de Link dibujó una sonrisa venenosa.–Razón de más para no ir.
–Podrían mandar a todo un pelotón a por ti y llevarte a rastras al castillo… –amenazó Impa.
–Quizás deberían –respondió él, desafiante.
–Ya está bien, Link –interrumpió Malon. Parecía a punto de llorar por el ambiente que se había generado–. No te están pidiendo que te cortes un brazo. Te están diciendo que vayas a hablar.
Más que el mensaje, fueron las formas de decirlo lo que consiguieron ablandar a Link. Impa también pareció reducir su nivel de tensión. –Link –dijo con una voz mucho más amable–, el rey está mayor, y el príncipe Noah tampoco está en el castillo. Zelda está sola, y necesita tu ayuda.
El malestar fue floreciendo en su interior, un sentimiento de rabia e injusticia circulaba por sus venas, extendiéndose por todo su cuerpo. Le parecía demencial que después del rechazo plano que sufrió en su momento, y los cinco años posteriores de vacío, aún tuvieran el valor de pedirle algo. Y eso sin contar los recuerdos, las decisiones anteriores igualmente dolorosas.
Sin mediar palabra con ninguna de las dos, Link abandonó el salón y subió al dormitorio.
–Irá –aseguró Malon–. Es un cabezota, pero sabe qué es lo correcto.
Impa se mantuvo en silencio, pensativa. El cansancio del viaje pareció hacer mella en ella de pronto. Su intimidante figura se sentó en una silla. –Tiene cierta razón en cuanto al trato que recibió hace cinco años.
–¿Qué ocurrió? –preguntó, sentándose frente a ella.
–¿No te lo ha contado? –preguntó Impa.
Malon se llevó una mano al pelo, pasándose un mechón cobrizo por detrás de la oreja. –No, Link no habla de su pasado –respondió–. Lo único que sé de él es que vino de la Ciudadela hace cinco años y se instaló en Kakariko. A los dos años murió mi padre y se vino aquí a ayudar.
–¿Vive contigo? ¿Estáis juntos? –preguntó ella. Después pareció darse cuenta de lo inapropiado de su interrogatorio–. Discúlpame, no es asunto mío.
–No hay problema –concedió Malon con una sonrisa. Era algo de lo que se sentía orgullosa–. Sí, vive aquí desde entonces, y sí, llevamos un año juntos.
–Entiendo. –Impa pareció esgrimir algo parecido a una sonrisa confusa. –Lo único que puedo contarte de Link es que conoció a la princesa hace doce años. No entiendo muy bien qué ocurrió en ese entonces, pero después de hablar con ella se despidió y desapareció. –Pareció omitir algo más, pero la dejó continuar.
–Después de siete años sin noticias de él, un día, de pronto, se presentó en el castillo –continuó–. No sé cómo lo logró, pero consiguió ingeniárselas para colarse en los aposentos de la princesa. El problema es que no era ella quien estaba allí, sino con el rey y el joven príncipe.
–¿En sus aposentos? –repitió ella. ¿Cómo sabía cuáles eran sus aposentos? La pregunta que formularon sus labios fue distinta.– ¿Siete años? ¿Dónde estuvo? ¿Y para qué volvió?
–Nadie lo sabe, salvo quizás la princesa. Es una información que nunca llegó a confiarme –respondió, ligeramente molesta–. Cuando tuvo audiencia con el rey le pidió, bueno, le exigió más bien, ser el escolta personal de la princesa.
Malon se quedó en silencio, confundida. Impa sonrió ante su expresión. –Así me quedé yo, y el príncipe. El rey en cambio no se lo tomó tan bien. Lo rechazó de plano y lo echó del castillo. Link tampoco fue especialmente amable pero, por respeto a la princesa conseguí un salvoconducto para que saliera de allí sin grilletes.
Con un largo suspiro, se puso en pie. Malon pareció imitarla por acto reflejo. –Supe que se había instalado en Kakariko y después aquí, pero nada más. –Pareció quedarse sin nada que decir, pero entonces volvió a mirar a Malon. –No dudo que este asunto es complicado, pero no estaría aquí si no fuera estrictamente necesario.
Malon bajó la mirada, consciente de la importancia de la situación. No sabía qué había sido aquello que había herido tanto a Link, pero sí las cicatrices que le había dejado. –No le hagáis más daño, señora Impa.
Impa le apoyó una mano encallecida en el hombro. –No querría nada malo para él, jovencita. Solo busco lo mejor para el reino. Por lo visto, él tiene algo que ver en ello.
Notas de autor: Al final de cada capítulo escribiré unos comentarios sobre mis impresiones al escribir los capítulos.
Creo que cuando la gente piensa qué fue del Link de OoT se imagina dos cosas, o que vivió en paz con Malon o que combatió por el resto de su vida. I say: jejej.
Otra cosa, al preparar el capítulo me di cuenta de lo cortito que es. Es cierto que intenté mantener una longitud media para los capítulos del fic (unas 7 páginas y media en Word), pero iréis viendo lo mal que lo cumplo y cómo los capítulos se estiran cual gato recién levantado.
