Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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Un ramo de flores

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La mujer dejó lo que estaba haciendo y se irguió. Era de estatura pequeña y su cabeza apenas pasaba por encima del mueble. Sus ojos se asomaban a través de un manto de tallos y pétalos.

Era inicios de abril y mucha gente acudía a su pequeño puesto de flores, pero se extrañó de tener a un cliente tan temprano, cuando recién batallaba por sacar el pesado estante llenó de macetas de hortensias, pensamientos, rosas y lirios a la calle.

—Disculpe… —balbuceó el hombre.

Se quedó sin voz cuando notó que ese par de ojos, que parpadeaban nerviosamente entre pétalos rojos y blancos, lo miraban con atención.

Ella retrocedió avergonzada, no quería incomodar al cliente con su falta de modales. Se pasó ambas manos por el delantal y después por el cabello que supuso debía tenerlo desarreglado. Al estar oculta por el mueble y las flores, aprovechó en revisar rápidamente si no tenía mal aroma por culpa del esfuerzo.

Un poco nerviosa por haberlo hecho esperar, giró por la derecha del estante, con pasos cortos pero rápidos.

—Perdóneme, ya lo atiendo.

El hombre, que había demorado en reaccionar, hizo lo mismo, pero por el lado izquierdo del mueble.

—No, no, discúlpeme usted, no quería molestarla.

Ambos se encontraron con que del otro lado de las flores no había nadie.

—Oh.

—¿Ah?

La mujer sacudió la cabeza y regresó. El hombre, frotándose la sien, lo hizo también.

—Lo siento, yo…

—No, no, fue mi…

Los dos callaron al descubrir que del lado anterior tampoco había nadie. Ella agitó las manos sobre el delantal y rápidamente siguió por delante del mueble para girar por el otro extremo. Pero el hombre pensó lo mismo y avanzó rápidamente para girar por el lado contrario.

Alzaron las cejas al no ver a nadie. El hombre abrió la boca, pero ella se le adelantó:

—¡No se mueva! —ordenó con fuerza.

Él obedeció y la mujer, tras un profundo suspiro, caminó de regreso para encontrarse finalmente con su nervioso cliente, que se había sonrojado hasta las orejas. Ella sintió también su rostro arder y, cuando sus ojos se encontraron, en lugar de disculparse como debería hacerlo, algo en su interior se movió. Fue como si un millar de alfileres se estuvieran clavando en las palmas de sus manos, en la planta de sus pies y por dentro de su estómago. Incapaz de contenerse estalló en una melódica carcajada. Ella y sus nervios, el cliente tan serio y erguido, pero con una expresión de niño regañado. Todo era tan ridículo que hasta casi le pareció irreal.

Y él, para su sorpresa, en lugar de mostrarse ofendido, la imitó.

La de ese hombre era una risa viril, noble, como la de un señor antiguo, que llamó su atención. Tras conseguir calmarse y limpiarse los ojos, ella finalmente lo pudo observar mejor. Él era joven, pero algo en sus ojos melancólicos, en el gesto de su rostro, en la postura erguida y algo tiesa, exageradamente solemne, la había hecho creer en un principio que se trataba de un hombre mayor. La hizo pensar en el otoño.

Su corazón dio un salto en su pecho y creyó que el ardor de su rostro iba en aumento.

Tras un prolongado silencio, él carraspeó con fuerza, como si quisiera recobrar la iniciativa y habló:

—Perdón, quisiera comprar un ramo de flores.

Ella no contestó. El hombre perdió la seguridad inicial y su voz ahora se escuchó mucho más débil, cuando insistió.

—Dije que…

—Ya lo escuché —respondió la mujer con prisa, como si de pronto se hubiera despertado de un sueño. Abrió los ojos sorprendida cuando se dio cuenta de que estaba siendo brusca—. Oh, no, ¡perdóneme! Yo no quería…

—Está bien.

Él sonrió al verla tan nerviosa, fue como si se estuviera mirando así mismo en un espejo. Y de alguna manera sus propios temores se calmaron. La observó detenidamente y con más calma.

Ella era mucho más joven de lo que creyó a primera vista, tanto, que dudó de si ella debería estar ya trabajando en lugar de ir a la escuela.

Se trataba de una jovencita muy hermosa, de ropa sencilla y modales recatados. Pero en sus ojos había una chispa de curiosidad, tan vivaz y enérgica, esa niña era como la encarnación de la primavera.

Volvieron a guardar un momento de silencio. Se observan en una misteriosa complicidad, incapaces de hablar, envueltos en un hechizo que ninguno de los dos parecía desear romper.

Para ella era tan extraño, era la primera vez que veía a ese hombre en su vida y aún así…

—Quisiera llevar un ramo de flores —dijo de pronto el hombre.

Algo cambió en su rostro, tan rápido como violento. La melancolía de su rostro, hacía un instante convertido en juvenil alegría, ahora volvía a cincelar sus facciones con una dureza casi cruel.

Ella temió lo peor y sus manos se enfriaron dolorosamente.

—¿Es para alguien especial?

—Sí —confesó con la entereza de un hombre honesto, uno condenado a la desgracia—, es para mi prometida.

Jamás, en los minutos siguientes, ella se sintió tan desolada al armar un ramo de flores. Era una de sus más queridas aficiones. Amaba las flores, amaba trabajar en la florería de la señora Hana, aunque al principio lo había tomado únicamente como un acto de rebeldía hacia su padre tras acabar la preparatoria.

Su padre, un hombre temible y autoritario, había insistido en que ella debía casarse y heredar la casa de la familia. Lo sabía desde muy joven, ese era su destino, y si bien lo había convencido de posponer sus planes para que ella a lo menos pudiera acabar la preparatoria, tan solo fue una postergación de lo inevitable.

No pudo ir a la universidad, y era demasiado realista para creer que podía escaparse de casa para valerse por sí misma. El trabajo en la florería lo consiguió únicamente porque la señora Hana era amiga de su madre y porque su padre creía que las flores la ayudarían a suavizar su carácter indómito, para convertirla en una buena esposa, dócil y estúpida.

—Disculpa que pregunte, pero, ¿estás bien?

La pregunta la tomó por sorpresa.

—Sí, estoy bien —respondió con una sonrisa y el corazón destrozado.

No era culpa de ese hombre lo que ella pensara o sintiera. Una conversación con su padre durante la cena la puso en alerta, pues ese día sería el último de su tiempo prestado. No importaba cuánto discutió con él, las fuertes palabras que le dijo e incluso la amenaza de no presentarse en casa a esa hora, nada movió la voluntad de su padre.

Abrió esa mañana la florería, nerviosa y a punto de quebrarse como un tallo lastimado, creía que ella era la mujer más desdichada del mundo, hasta que ese hombre entró en su tienda. Uno tan único y especial que creía haberse enamorado a primera vista, así, como una tonta romántica de las que mal ella hablaba con sus amigas. La ironía era perversa, o alguna clase de castigo de Kami-sama por juzgar con tanta facilidad a otros. Porque, además, ese hombre que la había hecho temblar de pies a cabeza con una mirada y unas cuántas palabras, ¡ya estaba comprometido y enamorado de otra mujer! ¿Se podría ser más desdichada en esta vida?

Acababa de perder todas las fuerzas que le quedaban para luchar. Pero, a pesar de todo, se estaba encargando de armar el ramo más feo que recordaba haber hecho en toda su vida. Era una cosa espantosa, con ramas y espinos, con flores medio aplastadas, con una amalgama desordenada de pensamientos y un papel a medio abrir apretujado con un cordel. Lo sentía por él y por su feliz y enamorada prometida, pero ella no podía hacer nada mejor en ese momento.

Cuando acabó, ella se dio cuenta de que quizás se le había pasado la mano. Aquello que hizo era algo tan horroroso que ni siquiera se lo regalaría a su peor enemigo. Suspiró profundamente y se preparó para disculparse, para hacer uno de nuevo.

—Eres muy torpe —dijo el hombre que la había observado trabajar en silencio todo ese tiempo.

La sangre se le subió a la cabeza. ¿Sabía siquiera la mitad de los problemas que ella tenía? ¿Los planes que le atiborraban la cabeza, con deseos de escaparse de una vez por todas de esa ciudad y dejar plantado a su padre y su visita ese día? Lo estaba pensando muy seriamente.

—Lo haré de nuevo —gruñó, a la vez que tenía ganas de llorar.

—No, está bien, me gusta así.

Ella abrió los ojos tan grandes como podía y lo miró.

—¿Qué?

—No te preocupes, así me gusta.

—¡Pero esto no puede gustarle a nadie!

—Sí, lo veo. Por eso me lo llevo.

—¿No dijiste que era para tu prometida?

El hombre se encogió de hombros.

—Eso se supone, pero para serte honesto en realidad ni siquiera la conozco. Llegué a Nerima únicamente para cumplir una antigua promesa que le hice a mi padre. Él tenía un amigo en esta ciudad y por lo que parece me comprometió a su hija en matrimonio. No quiero deshonrar a mi padre, tampoco faltarle el respeto a esa familia, pero… Tampoco quiero casarme con una desconocida. Aunque ella sea hija única y su familia sea dueña de un dojo, no creo que sea lo correcto.

—¿Qué dijiste? —preguntó, no entendiendo del todo lo que estaba escuchando.

—Supongo que… si le regalo un ramo tan feo puede que me odie. Que su familia me eche de la casa y anule el compromiso. Oh, ¿no te parece que estoy siendo una persona horrible?

Los ojos de ese hombre estaban llenos de duda, pero también de algo más.

—¿Planeabas esto desde el principio? —preguntó ella.

Él negó con la cabeza.

—La verdad, estaba dispuesto a complacer el deseo de mi padre, pero…

—¿Pero?

—Pero entré a esta florería y creo que por primera vez me siento lo suficientemente valiente como para encarar al amigo de mi padre y decirle lo que realmente siento. Te debo toda mi gratitud.

Ella, con los labios entreabiertos y todavía aturdida, permitió que él tomara su mano y se la besara muy tiernamente. Realmente se había vuelto loca.

Minutos después ella lo vio marchar lentamente por la calle, con el espantoso ramo en una mano. Él se detuvo a mitad de camino, giró hacia atrás, sus ojos se encontraron y se sacó el sombrero para dedicarle una última reverencia, recordando su promesa de que anularía el compromiso y luego…

Pero él no lo sabía, ¡ni siquiera se lo imaginaba!

Ella corrió hacia el interior de la florería, tomó el teléfono y marcó el número de su casa. Iba a hablar con su padre. Iba a decirle que cerraría temprano para volver, prepararse y recibir a su invitado.

Y recibir el ramo de flores más hermoso que nadie le hubiera regalado jamás.

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Ranma se cruzó de brazos en la mesa. Tenía una horrible trenza que nacía desde la parte de arriba de su cabeza con forma de palmera y se abría en su punta como una corona.

—¿Fue Akane? —preguntó Soun a su lado sin dejar de leer el periódico.

—¿Se nota? —El muchacho suspiró—. Es la última vez que dejo que me ayude con mi pelo. No sé cómo puede ser tan torpe, Kasumi es muy hábil y Nabiki es astuta, ¿de dónde sacó ella la torpeza?

Soun lanzó una suave carcajada.

—Su madre hacía unos ramos de flores horribles.

Ranma se quedó mirando a su futuro suegro con curiosidad.

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Fin

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Muchas gracias por haber leído esta pequeña historia. Ayer en la noche Randuril me convenció de que participáramos del Fictober de este año, como un ejercicio literario para soltar la mano entre nuestros proyectos. Pero lo haríamos con una dinámica particular, cada uno escoge una palabra al día con la que el otro debe escribir un fic de lo que sea. En este caso la palabra que Randuril me dio fue «flores».

Espero les haya gustado y nos vemos en la siguiente historia.

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Noham Theonaus

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