Reflejos o espejismos
Capítulo 6. La bufanda


Nota del autor: Ciertas líneas de diálogo se han extraído literalmente del episodio, ya que algunas escenas son versiones extendidas de las emitidas.

=Durante y tras FBI S04E09 "Unfinished Business"=

—Hola. Siento haberte hecho esperar —dijo Rina al salir del portal de su casa.
—No te preocupes. Doble expreso con leche de almendras —Jubal le ofreció una sonrisa y el vaso de café que le había traído.
—Gracias... Llevas la bufanda —ella comentó, complacida.
—Sí, claro. Me encanta.
Compartieron un beso corto, pero intenso.
—Te sienta bien.
—Me pondré todo lo que me des. Además, hace frío.
Jubal se colocó bien la bufanda en la cara y alrededor del cuello.
—Sí, ¿qué ha pasado-?

El característico estallido de un arma de fuego al ser disparada rasgó el frío aire de la mañana... y el pecho de Rina. Y el alma de Jubal.

·~·~·

Al pasar junto al puesto de trabajo de Jubal en el JOC, algo llamó la atención de Isobel sobre su mesa. Era su bufanda. Pudo reconocerla porque lo había visto estrujarla entre las manos cuando se había encontrado con él aquella mañana, justo después el intento de asesinato contra la vida de Rina. En aquel momento, Jubal le había pedido ir a trabajar.

—Jubal, sé que estáis saliendo y que estabas justo a su lado cuando le han disparado.

Jubal pareció más sorprendido de que lo mencionara a las claras, que del hecho de que lo supiera. Era la primera vez que Isobel abordaba la cuestión en voz alta; tuvo que acorazarse para siquiera decirlo. Se le clavó en el pecho de todos modos, pero logró que no se le notara y ser empática con su situación. No es que sirviera de mucho.

—Déjame concentrarme en esto. Por favor —le pidió Jubal, anulando por completo sus esfuerzos.

A pesar de sus propios temores, a pesar del brillo de febril desesperación en los ojos de Jubal, Isobel accedió. Había sido incapaz de negarse a su ruego.

Pero ahora... ahora acababa de darle la orden de que se marchara.

Cuando Ian les había mostrado el funcionamiento del dispositivo, Isobel casi se le había salido el corazón por la boca. Tuvo que apretar los puños para controlar la sensación de horror. Por su parte, Jubal había reaccionado queriendo hacer algo imprudente por tercera vez.

E Isobel se había visto obligada a ordenarle que fuera al hospital, a estar con Rina. No había tenido más remedio.

No sólo porque Jubal hubiera ofrecido a un sospechoso retirar los cargos de intento de asesinato por dispararles a Maggie y OA, o porque hubiera perdido los estribos durante el interrogatorio, sino porque Jubal estaba cada vez más al filo del precipicio.

—Vamos a encontrar a Winters —le había asegurado Isobel—. Te lo prometo, ¿y Castlewood? Se le acusará por su participación en todo esto. Ahora mismo, ve al hospital a ver cómo está Rina. Estate con ella cuando salga de cirugía. Es una orden, no una petición.

El reproche, el rencor en la mirada de Jubal justo antes de irse se le hincaron a Isobel muy adentro. Temía que ésa no fuera a perdonársela.

Pero no se arrepentía. Ahora que también habían disparado a Maggie, ahora que los médicos habían dicho que Rina tenía una hemorragia cerebral, ahora que Jubal sabía que su familia también estaba amenazada, si Isobel lo dejaba, terminaría por arruinar el caso que tan desesperado estaba por resolver. Jubal no se perdonaría a sí mismo si eso ocurriera, así que Isobel no podía permitirle que cometiera un error como ése, aunque le causara sufrimiento ganarse su inquina.

Acercándose a la mesa de Jubal, cogió disimuladamente la bufanda. Estaba enrollada, pero al desenvolverla un poco, se le cortó por un momento la respiración. Salvo la pequeña parte que quedaba hacia afuera, estaba completamente empapada de sangre. Era obvio que era la de Rina. Jubal debía de haber usado su propia bufanda para detener la hemorragia. Con un nudo en la garganta, Isobel la volvió a enrollar y, antes de que nadie pudiera verla, se la llevó del JOC.

No quería que Jubal se encontrara la sangre de Rina sobre su mesa cuando regresara.

·~·~·

El pasillo del hospital estaba sumido en la semioscuridad habitual de esa avanzada hora nocturna, y el silencio la acompañaba. Isobel lo recorría procurando que el taconeo de sus zapatos apenas se oyera, para no molestar a los pacientes, que seguramente ya estarían durmiendo.

Estaba tan agotada física y emocionalmente, que le costaba caminar. Aquel largo, aciago día pesaba sobre Isobel como una condena.

Esforzándose por honrar la promesa que le había hecho a Jubal, Isobel había tomado las riendas del caso. Al principio no consiguió ningún avance. Entonces Jubal la desobedeció y volvió del hospital.

—No soy médico... Necesito estar aquí, Isobel.

Su súplica le desgarró el corazón. Una vez más ella no pudo negarse.

—De acuerdo, pero estás atado muy corto.

Su regreso fue importante. Gracias a él pudieron detener al canalla que montó los dispositivos y averiguar cuántos se habían instalado. Y entonces Elise descubrió que Vargas estaba detrás de todo. Isobel aún era incapaz de procesar la muerte de su familia, las consecuencias que habían desencadenado las decisiones que ella había tomado, la enorme culpa que la abrumaba.

Más aún, Jubal estaba tentado de cometer una atrocidad para deshacerse de Vargas.

Podía comprenderlo, pero a Isobel le aterrorizaba que llegara a hacerlo; terminar siendo además responsable de su deshonra... y de su probable colapso posterior.

—Y vamos a detenerlo. Pero somos mejores que eso. Tenemos que serlo.

Porque estaba segura de que Jubal no podría vivir consigo mismo después de eso. Algo así sin duda lo destruiría...

—...alguna manera... de algún modo, es culpa mía —oyó Isobel a lo lejos del pasillo del hospital el grave e inconfundible timbre de la voz de Jubal—. Algo que podría haber... podría haber hecho, ¿sabes? Podría haber hecho algo.

Debía estar a la vuelta de la siguiente esquina. Un nuevo pellizco de agonía atormentó a Isobel al oírlo decir eso; sus pasos vacilaron.

—¿Quién diablos te crees que eres? —se escuchó otra voz, de varón, desconocida—. ¿Algo como un lector de mentes? ¿Un santo? —Isobel se detuvo en seco, inquieta por la crudeza de aquellas palabras—. No eres más que otro idiota egoísta que cree que el mundo gira en torno a sí mismo. Y aunque me gustaría mucho responsabilizarte... no puedo hacerlo. Esto no es culpa tuya. Ni de ella. Es sólo algo que ha pasado. Parte del trabajo que los dos elegisteis. —Parecía que había suavizado un poco el tono... pero entonces añadió con cruel desdén—. Así que ahórrate tus "y si" y la autocompasión para otra persona.

El nudo que se había apretado en las entrañas de Isobel la mantuvo allí donde estaba, paralizada, sin poder parar de pensar en lo devastador que debía haber sido para Jubal que le dijeran aquello.

Un hombre muy alto de alrededor de cuarenta, vestido con ropa cara, dobló la esquina y caminó hacia Isobel. Llevaba una expresión amarga en el rostro. Pasó junto a ella sin mirarla. Titubeante, Isobel logró hacer a sus pies empezar a andar de nuevo hacia Jubal que, tras la esquina, había quedado completamente silencioso.

Pero entonces el nudo estalló en furia dentro de ella. Volvió a detenerse. No podía dejar las cosas así. Giró sobre sus talones y siguió al hombre hasta que estuvieron lo suficientemente lejos como para que Jubal no pudiera oírlos. Lo alcanzó ya junto a los ascensores.

—¿Quién es usted y por qué se cree con derecho de hablarle así a Jubal? —dijo Isobel en un áspero susurro.

El hombre se giró y la miró un tanto sorprendido durante un instante, pero enseguida su semblante se tornó agrio.

—Soy Rob Dolan, el ex-marido de Rina —como si eso lo explicara todo.

Isobel le lanzó una mirada fría.

—OK. ¿Y?

El hombre dudó, para luego parecer furioso.

—Pues que "su amigo" destrozó mi matrimonio —escupió el hombre.

Isobel necesitó sólo un segundo para asimilar aquella información. Así que Rina engañó a su marido con Jubal... Cuadró los hombros y miró a Dolan los ojos.

—Mi amigo no rompió ningún compromiso con usted. En todo caso, fue Rina quien lo hizo —espetó, todavía en susurros—. Eso no le da derecho a tratar a Jubal así.

—Es vergonzoso que se culpe —replicó Dolan mirándola a lo largo de su propia nariz con insufrible altivez—. Sólo le he dicho que deje de compadecerse de sí mismo.

—No tiene usted ni idea de lo que está hablando, señor. No es autocompasión. Jubal se cree responsable de lo que le ha pasado a Rina porque desearía con todas sus fuerzas haber podido evitarlo. —Ella lo sabía bien—. Y lo desea porque ella le importaba. Mucho... —Isobel tragó saliva— Y sí, seguro que se culpa. Ése es su defecto. Se culpa de todo aunque no deba. —Y en este caso desde luego no debía. Todo caía sobre la consciencia de Isobel, en realidad. Dio un paso hacia Dolan—. Pero es un defecto mucho menos mezquino que ensañarse con alguien destrozado sólo por obtener algo de mísero desahogo.

Dolan tenía el rostro congestionado. Frunció los labios con desprecio, intentando encontrar una réplica.

Isobel no le dio la oportunidad. Se dio la vuelta y se alejó, dejándolo allí plantado.

Encontró a Jubal observando a Rina a través de un cristal. Parecía absolutamente devastado.

Tragándose su propia desazón, Isobel se acercó a él.

Inmerso en su sufrimiento, Jubal no se percató. Estaba pensando que Dolan probablemente tenía razón, que sólo era un idiota egoísta. Y eso le hacía sentirse aún más culpable, preso de aquel círculo vicioso de auto-recriminación.

—¿Cómo está...? —preguntó Isobel con suavidad.

Jubal miró de reojo tomando conciencia de repente de su presencia.

Le sorprendió encontrarla allí. Decir que su principio de amistad con Isobel se había distanciado de un tiempo a esta parte sería quedarse corto. Jamás se habría esperado que fuera a pasarse por allí. Una parte de él estaba dispuesta a agradecérselo, pero otra no estaba segura de alegrarse de verla tampoco. Aún se sentía avergonzado de la última conversación que había tenido con ella, cuando le había propuesto facilitar la muerte de Vargas.

Y vamos a detenerlo. Pero somos mejores que eso. Tenemos que serlo.

La réplica de Isobel resonaba dentro de él, la decepción en sus ojos grabada a fuego en su memoria. Y aún así la tentación seguía siendo muy fuerte. Eso lo avergonzaba aún más, hasta el punto de no poder mirarla a la cara.

Y para colmo, Jubal no sentía que hubiera la confianza suficiente entre ellos como para mostrarse lo vulnerable que se sentía en ese momento. Ella casi nunca lo había hecho con él y aún menos desde que empezó a salir con Rina.

Se pasó el talón de la mano por cada ojo e intentó con todas sus fuerzas recomponerse. Se aclaró la garganta pero de todos modos su voz sonó quebrada.

—No... No saben si despertará.

—Lo siento mucho... —fue todo lo que Isobel fue capaz de decir. Se sentía perdida. Pero tenía que encontrar el modo de darle su apoyo a Jubal. Luchó por encontrar unas palabras de ánimo—. Pero aún hay esperanza, ¿no?

—Sí... —Jubal no estaba preparado para rendirse. Se aferró a eso desesperadamente—. Sí, aun la hay.

A Isobel no le pareció muy esperanzado. Entonces, él se giró y la miró directamente, los ojos enrojecidos por la pena.

—¿Qué haces aquí?

La pregunta atascó dolorosamente las palabras en la garganta de Isobel. No podía mentir y decir que estaba allí por Rina. Pero tampoco podía exponerse diciendo la verdad, que estaba allí por él.

—Te he traído tu bufanda —dijo absurdamente—. Hace frío. Pensé que la podías necesitar...

Sacó la prenda de su bolso y se la tendió, un poco vacilante. La había lavado; se la traía sin rastro de sangre.

El desconcierto invadió a Jubal. Que Isobel estuviera en posesión de la bufanda no tenía ningún sentido. Estaba intentando encontrárselo -ni siquiera se acordaba de dónde la había dejado- cuando, al cogérsela de la mano, el recuerdo de haber apretado la prenda contra el pecho de Rina intentando frenar la hemorragia irrumpió en su mente con la violencia de un grito, borrando todo lo demás. Se pasó la otra mano por la cara, apretando la bufanda en el puño.

—Me... Me la regaló ella —murmuró, casi sin aliento.

Isobel no pudo evitar pensar que le parecía un regalo un poco impersonal. Una simple bufanda de cuadros. Si ella fuera a hacerle a Jubal un regalo, le habría comprado entradas para que llevara a sus hijos a ver jugar a su equipo favorito de baseball, o le habría conseguido por internet una caja de esos dulces que tanto le gustaban y que sólo hacen en Boston. O al menos habría encargado que le bordaran un lápiz en la bufanda...

—La estrenaba hoy —añadió Jubal, su voz temblorosa, la mirada perdida.

El regalo de Rina tal vez fuera impersonal, pero significaba mucho para él. El corazón de Isobel se retorció de dolor al verlo a punto de derrumbarse. Alzó una mano para acariciarle el brazo, para darle algo de consuelo, pero no terminó el movimiento.

—Me la estaba colocando cuando... Cuando... —su voz se apagó. Y de pronto sus ojos se abrieron espantados—. Oh, Dios mío. —Jubal notó que el aire abandonaba bruscamente sus pulmones y se negaba a volver a entrar. El mundo pareció colapsar a su alrededor—. Me estaba colocando la bufanda... Hacía frio. Me la puse tapándome la nariz y la boca... Si no lo hubiera hecho...

Isobel lo miró aterrorizada. Si no lo hubiera hecho, el tiro -ese único disparo que hizo el arma homicida antes de encasquillarse- lo habría alcanzado a él.

Las rodillas de Isobel flaquearon. Nunca se atrevería a confesarle que todavía se echaba a temblar recordando cuando vio activarse furiosamente el gatillo del dispositivo, al reconocer los rasgos de Jubal. Comprender ahora lo cerca que él había estado de ser el que estuviera en esos momentos al otro lado del cristal casi la hizo entrar en pánico.

Pero para Jubal, significaba algo completamente distinto y desgarrador. Significaba que podría haber cambiado el destino de Rina, que podría haberla salvado... si tan sólo no se hubiera tapado la cara.

No pudo soportarlo. Cerró los ojos con una mueca de dolor y se encogió sobre sí mismo, aferrando la bufanda contra su pecho.

Aquella reacción hizo comprender a Isobel lo que Jubal estaba pensando. Y de pronto, estaba sufriendo con él. La necesidad por abrazarlo se hizo tan incontrolable que estaba por ceder a su impulso.

—Déjame sólo, por favor —suplicó Jubal con la voz ronca y estrangulada.

No quería desmoronarse por completo delante de ella. El modo en que aquello le partió el corazón a Isobel fue devastador. Retrocedió dos pasos.

—Por supuesto —murmuró, los ojos llenos de lágrimas.

Mientras se alejaba por el pasillo, rodaron por sus mejillas antes de que pudiera retenerlas.

~.~.~.~

Nota del autor: El detalle de la bufanda está tomado de hecho del episodio. Si nos fijamos bien, Jubal tiene la bufanda en la cara cuando ambos bajan las escaleras y cuando Rina recibe el disparo. Un detalle muy sutil por parte de los creadores de la serie que demuestra su buen hacer. Casi pasa desapercibido, pero creo que es muy intencionado. Si realmente lo es, vaya mi reconocimiento para ellos, desde luego.

Sin quitar mérito al trabajo de Jeremy Sisto, que también es sobresaliente, quiero llamar la atención sobre la magnífica interpretación de Alana de la Garza en este episodio. Os animo a volver a verlo de nuevo y fijaros en la sutileza de sus emociones. Es fascinante ver la firmeza con que dice sus líneas mientras se intuye la vulnerabilidad en sus ojos. Maravilloso. Sobre todo en estas escenas:

Al principio, cuando acepta que Jubal trabaje en el caso.

- Cuando ve el dispositivo reaccionar a los rasgos de él.
- Tras pedirle a Jubal que vaya al hospital y cuando él regresa y le pide que lo deje quedarse.
- En la suavidad con la que se dirige a la obviamente alterada Elise.
- Y tras atajar la pretensión de Jubal de matar a Vargas.

Y sin estos detalles, escribir este capítulo no habría sido posible.