ESTRECHANDO LAZOS

1

- ¡¿Cuánto tiempo más andarás con ella?! - Preguntó Naty, cruzada de brazos, visiblemente enojada.

- Hasta que el capitán me diga que la misión esté concluida. - Respondió la Agente 3, con tono indiferente, evitando la confrontación que buscaba su esposa.

- ¡¿Y cuándo va a ocurrir eso?! ¡Hace más de un mes que sales con esa octariana!

- Octo es su nombre, te lo dije, varias veces, deja de referirte a ella como "esa octariana".

- ¡Ah, lo que faltaba! ¡¿Ahora la defiendes?!

La Agente 3 elevó la vista hacia lo alto, implorando a los dioses que velasen por ella y suspiró con hastío.

- No estoy defendiendo a nadie, amor, pero creo que debes tratarla con respeto y llamarla por su nombre.

- ¡¿Qué te haces la respetuosa, vos?! ¡Si sos una octofóbica consumada!

- No soy una octofóbica, soy realista y consciente de los riesgos que los octarianos, como nación, suponen para Cromopolis. Pero sobre los individuos, no prejuzgo.

- No, se nota.

- ¿Y eso qué quiere decir?

- No sé, decime vos.

- Amor, no empieces, es tarde.

- ¡Así es, es tarde! Qué bueno que la señorita lo notase.

Quizás si las circunstancias hubiesen sido otras, si no se hubiese encontrado tan cansada, si no hubiese sentido sobre sí el duro peso del deber, acumulado por una misión lejos de casa, cuyos coletazos se extendían hasta hoy, entonces el profundo amor que sentía hacia su amada esposa hubiese sido suficiente para buscar la reconciliación; pero era tal su agotamiento, que no lo pudo soportar.

¿No había sufrido lo suficiente? ¿No había sido ya bastante atormentada por la culpa que le provocaban las faltas cometidas? ¿No había pasado incontables noches en vela, añorando el ansiado hogar? Y ahora que por fin estaba de vuelta, esperaba un trato distinto, una amena charla, un cálido abrazo, un cariñoso beso. ¿Y que obtenía en su lugar? Frialdad en la mirada y hostilidad en las palabras y no era justo, la verdad que no.

- ¡¿Se puede saber qué demonios te pasa, Nati?! ¡Estás así desde que llegué, no entiendo nada!

- ¡¿Quieres saber que me pasa?!

- ¡Sí!

- ¡Me pasa que te esperé dos años y cuando al fin regresas, pensaba que iba a pasar tiempo con vos! ¡Pero no, te lo pasas con esa… esa… esa octariana (porque no le voy a decir Octo, que ni siquiera es su verdadero nombre, como bien me contaste)!

- ¡El Capitán me asignó acompañarla! ¡¿Qué quieres que haga?!

- ¡QUE LE DIGAS QUE YA ES SUFICIENTE! - Respiró hondo, buscando calmarse y entonces prosiguió, con la voz quebrada, intentando no llorar… - Dale, Bebu, merecemos pasar tiempo juntas, dile que dé por concluida esa misión para poder tomarte unas vacaciones… Si total esa chica ya debe estar bien adaptada a nuestra sociedad, ¡Ya va más de un mes!

- Yo… - Desvió la mirada - No puedo.

- ¡¿Cómo que no podes?!

- Es que no es el momento.

- ¿No es el momento? - Nati le observaba incrédula - Vos disfrutas pasar tiempo con ella, ¿verdad?

- No, no es así.

- ¡Sí lo es, no me mientas! ¡Llegaste a las once de la noche! No hay dudas que estuviste con esa octozorra, ¡prefieres pasar tiempo con ella que conmigo!

- No, Nati, las cosas no son así.

- ¡Sí, lo son!

- No lo son, deja que te expli…

- ¡No me mientas más, Ernestina!

- ¡LA AGENTE 4 ESTÁ DE VUELTA!

Un abrupto silencio se hizo presente, Nati le observaba estupefacta, no podía creer lo que escuchaba…

- ¿La Agente 4 volvió?

- Sí…

- ¿Cómo lo sabes?

- Octo me lo dijo, todo apunta a que esta le fue a buscar y ya te imaginas quien está detrás de ella.

- Romy…

- No tengo dudas. Por eso no puedo tomarme vacaciones, no puedo descuidar a una compañera, no otra vez.

- Pero Bebu… no tienes por qué hacerte responsable de ella, deja que el resto del Escuadrón se encargue.

- El resto del Escuadrón merece saberlo y así será. Pero esto nos compete a todos, no me puedo ir.

- ¿Sigues culpándote por la Agente 4? - Pero ella no respondió y con eso dijo todo. - Bebu, ella es responsable de las decisiones que tomó y tú solo cumpliste con tu deber.

- Lo sé… pero mi deber también era cuidarla y no lo hice… Puede que a la Agente 4 le haya fallado, pero no le fallaré a Octo.

- Bebu…

- Solo te pido que me comprendas, lamento si te sientes descuidada.

- No, Bebu, yo te entiendo, estaré a tu lado pase lo que pase.

Y entonces le abrazó; a lo cual, la Agente 3 correspondió, mas su corazón se encontraba en otro tiempo y lugar, recordando el momento exacto en que Octo le había contado la noticia y aquello que a su esposa no había revelado…

2

Era el Atardecer, ese momento en que el noble Helios, quien siempre viste con gran orgullo su aurea corona y maneja con gran destreza el igneo carro, encontrábase ya cerca de arribar a su destino y dar entrada a su delicada hermana, Selene, de blanca vestimenta; cuando la Agente 3 acompañaba a casa a la joven Octo, después de un largo día de combates.

Deambulaban por desiertas callejuelas, en mortal silencio, escuchando únicamente el eco de sus constantes pasos, mientras el frío viento del ocaso jugaba con sus tentáculos y los sepulcrales edificios se erigían amenazantes sobre ellas; y de aquel deprimente ambiente la Agente 3 solo pudo rescatar una lúgubre melancolía que entristecía su corazón, motivo por el cual buscó romper aquel silencio mortuorio.

- Hoy te noté un poco distraída.

- ¿Distraída? ¿Por qué lo dices?

- Te observé en batalla, se notaba que no estabas en tu máximo rendimiento.

- Sí, puede ser. No tendría muchas ganas de combatir hoy.

- También estás más callada que de costumbre, ¿ocurre algo?

- No, nada.

- ¿Segura?

- Sí, Agente 3, segura.

- Bueno, bien. - Y poco después de aquella conversación, llegaron al edificio donde residía la octariana - Bueno, llegamos - Dijo la Agente 3 y disponía a marcharse cuando Octo le detuvo.

- Espera, Agente 3.

- ¿Sí?

- ¿No te gustaría pasar?

La propuesta le tomó por sorpresa y no pudo evitar sonrojarse ante tal ofrecimiento, producto del nerviosismo.

- Octo, es tarde, debo ir a casa. Además, ¿a qué viene tal ofrecimiento? - Preguntó, temiendo la respuesta, sin saber bien porqué.

- Es algo importante y quiero hablarlo contigo... en privado.

- ¡¿En privado?! - Por un momento, pensó que perdería el conocimiento. No obstante, logró mantener la entereza e inquirió - ¿Qué es exactamente esto de lo que quieres hablar que es tan importante?

- Tiene que ver con el Escuadrón, pero no pienso decirte nada más aquí en la calle. - Y encaró hacia la entrada, en claro ademán de ingresar al edificio, dándole un ultimátum - ¿Vienes?

La Agente 3 se quedó allí, de pie, por unos segundos, con expresión de incredulidad en su mirada y sin saber qué hacer.

Visiblemente confundida y movida por inercia, sin ser verdaderamente consciente de sus acciones, asintió como poseída.

Y así, sin haberse dado cuenta, como si todo hubiese ocurrido en un parpadeo, se encontró a si misma sentada nuevamente en aquel pequeño living-comedor del departamento de Octo. Si su mente no hubiese estado tan abrumada y más claro hubiese sido su entendimiento, habría notado lo mucho que había cambiado aquella habitación desde la última vez que la vio, hacía ya tanto tiempo. Esta se encontraba mucho mejor amueblada, bien decorada, mucho más confortable. ¿Habría recibido ayuda para realizar tales cambios? Y de ser así, ¿Quién le habría asesorado? ¿Marina, quizás? Imposible responder a tales preguntas y verdaderamente no importaba. Pero lo más curioso de todo aquello era que, si alguien le hubiese pedido que describiese como lucía dicha habitación, no hubiera podido hacerlo, pues no recordaba claramente los detalles, solo la vaga certeza de que esta estaba mucho mejor equipada que aquella primera vez.

El sonido de la taza apoyándose sobre la mesa la sacó abruptamente de sus pensamientos. Levantó la mirada y vio a la bella octariana sentándose ante ella.

- Agente 3... - Dijo y calló de pronto - ¿Cuánto hace que nos conocemos?

- Y... más de un mes. - Respondió, sin saberlo a ciencia cierta.

- Y todavía te digo Agente 3...

- Sí, ¿y?

- ¿Cómo te llamas?

- ¿Perdón?

- ¿Cómo te llamas?, dije. No da que te diga "Agente 3", creo que ya nos conocemos lo bastante como para llamarnos mutuamente por nuestros nombres.

- Mí nombre es... - He hizo una pausa dramática, a lo cual la Octariana respondió con ánimo expectante - Irrelevante por este momento.

- ¿Vos me lo decís enserio? - Mencionó Octo, visiblemente decepcionada.

- No es nada personal, Octo, pero preservo mi identidad con gran celo por cuestiones de seguridad, tanto personal como de mi familia.

- No confías en mí.

- No, no es que no confío en vos, pero...

- ¿Pero qué? No hay nadie más aquí, nadie puede oírnos, si temes por tu seguridad, la única explicación lógica es que desconfías de mí.

- No, Octo, no es que desconfío de vos, pero trata de entender.

- Yo trato de entenderte, pero duele que tras todo este tiempo, no puedas confiar en mí. Yo te quiero, te considero una amiga, esperaba lo mismo de tu parte.

Y viendo en sus dulces ojos el dolor de la ilusión desecha, del cruel desengaño; la Agente 3, guiada más por la emoción que por la razón, dijo:

- Yo también te quiero.

- No sé nota.

Dolida por tal sentencia, buscó apelar, sincerando su corazón:

- Escucha, Octo, voy a ser honesta contigo; si bien mantengo mi verdadera identidad oculta por cuestiones de seguridad, hay otra razón por la cual no quiero revelártela.

- ¿Cuál?

- Me da... Me da vergüenza.

- ¿Vergüenza?

- Sí, tengo un nombre horrible. Por lo general, mis conocidos me llaman por un apodo que me puso mi actual esposa.

- Agente 3... No debes tener vergüenza de tu nombre y menos conmigo. Además, estoy segura de que tienes un nombre hermoso, solo que a vos no te gusta.

- No, es horrible, no es algo sujeto a opinión.

- Pues yo no lo creo, no puede ser tan malo. Anda, dime, quiero saber.

La Agente 3 le miró, avergonzada; giró sus ojos para un lado, luego para el otro y volvió a centrarlos en su compañera, para luego bajar la mirada, enfocándose en su café; el cual, de repente, se había vuelto bastante interesante.

- Bueno, te lo voy a decir... - Dijo, sin levantar la vista - Mi nombre es... es... Ernestina. - Octo, por supuesto, esbozó una pequeña sonrisa y, rápidamente, se llevó la mano a la boca a fin de cubrirla. - ¡Ves! - Gritó la Agente 3, visiblemente enojada - ¡Sabía que te ibas a reír, si es feísimo!

- No me estoy riendo. - Respondió, intentando contener las ganas de hacerlo.

- No seas condescendiente. - Le espetó. - Sé que es un nombre feo, ni siquiera me gusta que me llamen por él.

- ¿Entonces quieres que te siga llamado Agente 3?

- Pues... - Le observó detenidamente - No, puedes llamarme por mi apodo.

- ¿Y cuál es?

- Bebu.

- ¿Bebu?

- Sí, me lo puso mi esposa y luego se popularizó. Todos mis amigos me llaman así.

Octo actuó con normalidad, sin inmutarse, como si no hubiese captado la indirecta, aun cuando por dentro, sentía una profunda alegría, pues de las palabras de la Agente 3 se deducía que ella le consideraba, efectivamente, una amiga.

- Está bien, entonces te diré Bebu a partir de ahora.

- Excepto cuando estemos trabajando para el Escuadrón.

- Por supuesto. - Y sorbió un poco de su café. - ¿Entonces fue tu esposa quien te dio ese apodo?

- Sí, ya hace mucho tiempo. Fue cuando recién nos poníamos de novias.

- Que lindo. ¿Hace mucho que están casadas?

- Ya unos cuantos años. Hemos pasado por mucho.

- ¿Y ella sabe que eres la Agente 3?

- Sí, lo sabe y es duro para ella, últimamente he estado muy distanciada de por culpa del Escuadrón.

- Entiendo y supongo que para ti también.

La Agente 3 no respondió, se quedó allí, pensativa, observando el café ya frío que reposaba en su taza. Octo estaba en lo cierto, el distanciamiento había sido duro para ella. Habíase estado lejos de casa por dos años y, en todo ese momento, no hubo una sola noche en que no pensase en su esposa, a la cual tenía gran cariño, y, sin embargo, desde que había regresado a Cromopolis, apenas y habían compartido tiempo juntas, solo unas pocas horas diarias y la causa era clara y la tenía delante: Octo. El tiempo que pasaba con ella ocupaba gran parte del día, todos los días, ¿pero que podía hacer? El capitán jibión le había ordenado acompañarla a fin de ayudarla a integrarse a la sociedad inkling y, hasta el momento, este no había dado muestras de considerar que la misión estuviera cerca de concluir. ¿Quién sabe cuánto tiempo podría necesitar una octariana para integrarse a una sociedad cuya cultura era tan diametralmente opuesta a la suya propia? Ni mencionar si esta padece amnesia. Lo lamentaba por Nati, pero Octo tenía prioridad, porque ese era su deber; un deber para con su superior, quien le había dado una orden expresa y un deber para con su compañera, Octo; a quien comenzaba a que…

Pero detuvo sus pensamientos, aterrada. ¿Qué demonios pasaba con ella? ¿No tenía, acaso, un deber marital para con su esposa también? ¿Y no debería tener ésta prioridad por sobre todo lo demás? Puede que Octo requiriese su compañía, ¿Pero no podían ser unas pocas horas menos por día?

Mas sus pensamientos fueron abruptamente interrumpidos por la Octariana:

- Sabes, conocí a la Agente 4.

Los ojos de la Agente 3 se abrieron hasta su máxima extensión, mientras su boca cayó lo máximo que la quijada le permitía.

- ¿Viste a la Agente 4? - Dijo con voz temblorosa, profundamente abrumada; y Octo, con seriedad en su semblante, respondió en forma seca:

- Sí.

- Pero… ¿En qué circunstancias la conociste?

- Ella me siguió al Metro Abisal.

La Agente 3 apretó con fuerza la taza que descansaba frente a ella, víctima de una gran consternación. Los hechos hablaban por si solos y lo que decían era fuerte y claro, La Familia estaba detrás de la octariana, sin lugar a dudas.

- ¿Qué te dijo? - Inquirió.

- No mucho, la verdad. Me dijo que si quería saber más de ella, de las razones por las cuales desertó, te preguntase a ti.

La Agente 3 cerró sus ojos, pensativa. ¿Qué buscaba la antigua Agente 4, si merecía seguir siendo llamada así? Había escapado de las manos de la justicia justo debajo de sus narices y, desde entonces, nadie volvió a saber de ella. No cabía duda de que La Familia estaba detrás de su huida, con connivencias dentro de las filas militares (Seguramente de Tina, pero ni quería ni podía probarlo). Ahora, después de dos largos años, ha vuelto y se da a conocer ante Octo. No solo eso, sino que incluso le anima a que le pregunte a ella sobre las razones por las que desertó. La pregunta era, ¿para qué? Posiblemente, para sembrar la semilla de la cizaña en la incipiente relación que existía entre ellas dos, distanciar a Octo de ella y, por ende, del Escuadrón, como Romy había hecho con la misma Agente 4, dos años atrás.

No podía negar que se trataba de una estrategia brillante, que la ponía a ella misma en un dilema: Si decidía no revelar lo que sabía a la pobre Octo, esta se encontraría profundamente desconcertada y este sentimiento, sumado a la curiosidad, podría ser explotado por D y sus hombres para atraerla a sus filas. Pero, si decidía proceder en sentido contrario y dar respuesta al interrogante de Octo, también debería confesar su posición política ante la inmigración Octariana; lo que, posiblemente, traería la animadversión de la Octoling hacia ella. Una situación de perder-perder.

No obstante, ella ya sabía que decidir. Todavía se encontraban frescos en su memoria los errores que cometió con la Agente 4; como la descuidó, como la abandonó, como permitió que Romy la atrapase entre sus garras y la llevase a la perdición. No había día en que no se lamentase de no haber confiado más en ella, de haberle contado todo cuando ella preguntó, en lugar de dejarla librada a su suerte, rumbo hacia el camino del mal. Si solo le hubiese dicho quién era Romy, quien era D, a que se dedicaba La Familia y la relación que esta tenía con el Escuadrón, entonces nada de lo acaecido hubiese ocurrido y todo habría sido mejor. Ella se había equivocado, claro que sí y debía cargar con ello, pero no lo haría nuevamente.

- ¿Quieres saber por qué la Agente 4 desertó del Escuadrón? - Dijo.

- Sí. - Octo respondió.

- Muy bien, te contaré, pero deberé explicarte varias cosas y, cuando las sepas, es posible que no quieras volver a hablarme. Conocerás cosas sobre mí que seguramente detestes. Pero, debes prometerme, Octo, que, aun si a mí me odias, no odiarás al Escuadrón y te mantendrás fiel al Capitán que, de esto que voy a contarte, tiene poco y nada que ver.

- Pero… - Le miró, intrigada - ¿Es tan terrible?

- Octo, por favor, prométemelo, es por tu propio bien.

- Está bien, te lo prometo. - Dijo, claramente extrañada.

- Bien… - La Agente 3 respiró hondo, buscando obtener fuerzas para contar aquello que prefería guardar. - Verás, hay una organización criminal, una mafia, conocida como La Familia, liderada por un enigmático ser que se hace llamar D.

- ¿D? ¿Pero quién es?

- No lo sabemos, nadie conoce su verdadera identidad, ha borrado sus huellas con una meticulosidad nunca antes vista.

- Vaya…

- Entre los cabecillas de esta organización, se encuentra una examiga mía, llamada Romy.

- ¿Ella fue amiga tuya?

- Sí, pero me traicionó, nunca he sabido bien porqué.

- Entiendo.

- El caso es que Romy vio que la Agente 4 tenía potencial, así que la atrajo hacia sus garras y la puso del lado de La Familia... Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, era demasiado tarde, ella había ayudado a un grupo de Octarianos a pasar ilegalmente por la frontera y me vi obligada a arrestarla bajo el cargo de alta traición... - Guardó silencio por unos minutos, la amargura y la tristeza contorsionaban sus facciones y se notaba el gran esfuerzo que hacía por no quebrarse, mas no pudo evitar que una única y solitaria lágrima corriese por su mejilla. Entonces, prosiguió. - Yo debí haberlo notado, pero no lo hice, me preocupé por otros deberes y permití que fuera llevada por mal camino.

- ¿Pero cómo ocurrió?

- Romy hizo germinar la semilla de la curiosidad en su corazón, curiosidad que yo podría haber satisfecho, pero que decidí no hacerlo, pensando que no convenía que una Agente tan poco experimentada se metiese en temas tan sensibles como La Familia y su negocio de tráfico de personas. Lo más probable, por lo evidente, es que la Agente 4 buscase respuestas directamente en Romy. Lo demás es historia.

- Ya veo.

- No sé qué pensarás de mí, ahora.

- Lo mismo que antes, todos cometemos errores, pero merecemos una segunda oportunidad.

- ¿Y por los motivos por los cuales arresté a la Agente 4? Pensé que eso sería lo que más ruido te haría.

- Agen... Bebu - Se corrigió - Mira, yo ya te expliqué esto, me parece. Solo cumplías tu trabajo y no te guardo rencor por este. No hace falta ser un genio para darse cuenta que, entre inmigrantes que buscan un futuro mejor, pueden colarse espías y otros elementos indeseables, considerando las hostilidades entre nuestros gobiernos.

- Es así, te juro que no pienso que todos los octarianos sean malvados, simplemente, yo...

- Bebu... tranquila. Yo lo sé, me doy cuenta por tus acciones, de cómo te comportas conmigo, que no tienes animosidad alguna para con todos los octarianos.

- Gra... Gracias por tu comprensión. - Dijo, con un ligero rubor en sus ojos.

- No hay de qué.

- De todos modos, yo le fallé a la Agente 4, pero no te fallaré a ti, Octo. No te guardaré secretos y responderé a todas tus preguntas. Si ella ha contactado contigo, es muy posible que signifique que Romy va tras de ti. Ten cuidado, no te confíes, no conoces lo astuta que es, intenta mantenerte alejada de La Familia todo lo que te sea posible y recuerda, puedes confiar en mí, nunca temas en contarme nada que te ocurra, no importa qué; te prometo que no te juzgaré, sino que buscaré ayudarte como sea.

- Bebu... - Octo, profundamente enternecida, estiró su mano, posándola sobre la de la Agente 3, quién por un momento se sorprendió pero, en lugar de retirarla avergonzada (como le había ocurrido en pasadas ocasiones, cuando la octariana le había demostrado semejantes muestras de afecto), le correspondió la muestra de afecto.

- Te quiero, Bebu - Esta no le respondió; mas, por un breve instante, esgrimió una leve sonrisa. Octo se preguntó si lo había hecho en forma inconsciente, pero prosiguió. - Y te prometo que tendré cuidado de Romy y lde a Agente 4 y que también te contaré todo lo que me ocurra, pues planeo acercarme a ellas.

El horror se dibujó en la cara de la Agente 3, quien solo alcanzó a presionar la mano que sostenía de su compañera, como si con esta fútil acción, intentase protegerla del peligro inminente en que se iba a meter.

- ¡¿Qué?! ¡No! ¡No lo hagas! ¡No sabes el peligro que representa!

- Lo sé, pero tengo que.

- ¡¿Pero por qué?!

- Has dicho que la Agente 4 ayudó a un grupo de Octarianos a pasar ilegalmente por las fronteras.

- Así es.

- Esto es un negocio de La Familia, ¿no? Ellos trabajan con el tráfico de personas, ayudan a mis compatriotas (los que no tienen visado, al menos) a ingresar ilegalmente a Cromopolis.

- En efecto, pero no entiendo a qué viene.

- Bebu, ¿no lo ves? Ellos deben contar con una gran base de datos de los Octarianos que han pasado ilegalmente las fronteras y, muy posiblemente, sigan tratando con ellos una vez establecidos en Cromopolis. Es posible que puedan a encontrar a alguien que me conozca y me ayude a recordar mi pasado. No sabes cuánto anhelo poder saber quién soy y que fue de mi familia y amigos.

- Pero Octo, si eso es lo que deseas, el Escuadrón puede ayudar. No te inmiscuyas con esos criminales, por favor.

- Bebu, eso no puede ser, los Octarianos nunca confiarían en el Escuadrón, no revelarán nada, menos los que son ilegales. No, según como yo lo veo, solo La Familia puede ayudarme, aun con el riesgo que implica.

La Agente 3 le observó consternada. En su mirada se dibujaba la desaprobación. Sabía que Octo se estaba metiendo en un peligro innecesario, pero no se le ocurría forma alguna de convencerla de desistir de su insensata empresa. No le quedaba más remedio que cuidarla, manteniéndose a su lado y al tanto de lo que hacía. Fue por todo esto, que dijo:

- Solo recuerda, ten cuidado y cuéntame todo lo que te ocurra.

- Lo haré. - Respondió.

3

No fue difícil encontrar la cafetería que Susy, ex Agente 4 del escuadrón, le había indicado. Justo enfrente de la estación de tren cercana a Inkopolis Square, como ella se lo había dicho. Levantó la vista y observó el local bañado bajo el sol del mediodía, no había mucho que ver; rojizo, con un notorio cartel de color azulado que rezaba "Cala-Café" ubicado en su lado superior, una ventana de claros cristales por donde se filtraba la luz del sol y una puerta maciza negra como el carbón.

Exhaló un profundo suspiro, estaba nerviosa por la empresa que estaba a punto de realizar. Sabía muy bien que, tras pasar dicha puerta, no habría vuelta atrás, se metería de lleno en la boca del lobo y su vida estaría en grave peligro y, a pesar de todo, de todos los riesgos, de todos los peligros, de todos los daños que aquellos malvivientes pudiesen infringirle, sabía que no renunciaría en su quehacer, pues ningún precio era demasiado alto ante la posibilidad de hallar algún conocido de su vida pasada que le pudiese rebelar los recuerdos que permanecían ocultos.

Con temor en el corazón, pero ánimo valiente, entró decidida en el local. Dentro, el ambiente era tranquilo, una pacífica melodía inundaba el lugar para placer de sus habitantes. Una docena de comensales se repartían por las distintas mesas; unos conversando, otros abstraídos en sus laptops o leyendo el diario y todos disfrutando de un café.

Además de los clientes, pudo observar la presencia de dos dependientes, delatados por los uniformes que llevaban. Uno de ellos, octariano como ella, permanecía ajeno a sus tareas, mientras charlaba animadamente con dos inklings jovencitas sentadas ante él. En tanto, el otro, un joven calamar de rasgos adustos y ojos penetrantes, se encontraba tras la barra, apoyando el mentón sobre su mano y con una expresión de cansancio que reflejaba un gran aburrimiento.

Sin embargo, no encontraba a Susy por ningún lado, de modo que procedió a acercarse al inkling de detrás de mostrador.

- Buenos días. - Le dijo.

- Bienvenida a Cala-Café, ¿puedo tomar su orden?

- Busco a Susy.

El joven salió súbitamente del sopor en que se encontraba y le observó detenidamente con gran interes, como si aquel nombre hubiese sido una especie de clave secreta que ella, con total inocencia, había adivinado sin darse cuenta. El interés dio paso a la sorpresa en la medida que el joven la miraba con mayor interés.

- Claro, espera aquí, voy a buscarla. - Dijo de repente y se marchó por la puerta del fondo.

Octo esperó allí por el cabo de unos minutos que parecieron una eternidad, mientras que la intranquilidad se apoderaba de su mente y perturbaba su espíritu ¿Qué ocurriría a continuación? ¿Susy se aparecería y le saludaría con falsa amabilidad? ¿O de aquella puerta surgiría el frío cañón de un rociador que abriría fuego a tinta fría? ¿O acaso sería reducida por las armas y llevada cautiva a vaya uno a saber dónde?

Dichas preguntas fueron respondidas de inmediato ni bien Susy entró a la habitación seguida por el joven que le había ido a buscar. Se aproximó a ella con los brazos extendidos, en señal de afectuosa bienvenida ("menuda hipócrita", pensó Octo para sus adentros).

- ¡Octo! ¿Cómo estás? - Le saludó Susy al tiempo que le abrazaba - Al final viniste.

- Por supuesto. - Respondió ella con seriedad.

- Dejame que te presente a los muchachos. Este de atrás mío es Santi, mi novio.

- Mucho gusto. - Dijo el aludido.

- El placer es mío. - Respondió.

- Y el que está allí, es Emiliano, el octariano.

- Buen día, hermosa. - Le dijo mientras le guiñaba el ojo.

- Buen día... - Contestó Octo, levemente incómoda.

- ¡Emi, tienes prohibido tratar de seducirla! - Gritó Susy; lo que, por supuesto, solo incrementó considerablemente la incomodidad de la octariana, cuyas mejillas ya estaban tornándose de un color rojizo.

- Bueno, ven, vamos a sentarnos para charlar más cómodas. ¿Quieres tomar algo?

- No, está bien.

- ¿Segura? Mira que la casa invita.

- No, en serio.

- Pero no hay problema, de verdad. - Octo veía que la ex agente no iba a aceptar un no por respuesta, de modo que decidió ceder.

- Está bien, un vainilla late.

- ¿Pequeño, mediano o grande?

- Mediano.

- ¿Quieres incluir el budín marmolado por $50?

- ¡¿Vos me estás invitando en serio un café o me estás tomando el pelo?! - Preguntó irónicamente. Susy río.

- Perdón, era una broma. Vamos a sentarnos, ahora nos lo alcanzan. Santi, dos vainillas lates medianos, por favor.

Se sentaron en una mesa cercana a la ventana ubicada en un rincón. Al rato, Santiago se acercó con sus bebidas y Susy espero a que este se alejara para empezar a hablar.

- Bueno - Dijo - Al final has decidido venir a visitarme.

- Así es, me interesa hablar contigo.

- Excelente, a mí también me interesa hacerlo. Pero antes que nada, quisiera saber que tanto sabes. ¿Hablaste con la Agente 3?

- Sí, Bebu...

- ¿Bebu? A poco, ¿tú también le llamas así? - Le interrumpió, divertida. - A mí, te digo la verdad, me daría vergüenza que me llamasen por ese ridículo apodo.

- Como decía... - Continuó Octo, ignorándola - Bebu me dijo todo sobre vos y porque desertaste.

- ¿De verdad? - Preguntó, incrédula.

- Sí, me contó sobre como fuiste engatusada por una ex amiga suya llamada Romy, para unirte a La Familia, una mafia, liderada por un tal D y sobre como ella tuvo que arrestarte bajo el cargo de alta traición por ayudar a unos octarianos a ingresar ilegalmente a Cromopolis.

- ¡Vaya! No esperaba que te contase tanto.

- ¿No sientes un poco de remordimiento por tus acciones?

- Depende a que acciones te refieras; hay cosas que he hecho bajo las órdenes de Romy por las que sí, siento una gran culpa, pero he aprendido a vivir con esta, pesará en mi memoria por siempre. Pero si te refieres a lo de ayudar a pasar a los octarianos, la respuesta es no.

- Entiendo... Pues la Agente 3 sí se siente culpable de sus acciones. - Susy se le quedó observando tranquila, no parecía que dicha revelación le hubiese afectado el ánimo. Octo prosiguió - Considera que fue su culpa que tú terminases así, que ella no te protegió como es debido.

- Sí, ya me lo dijo cuando estaba detenida en la prisión militar. No pensé que la culpa le durase tanto tiempo.

- Ella, al menos, siente culpa por lo que pasó. Vos, por lo que entiendo, no tienes remordimiento por traicionar al Escuadrón.

- Yo no traicioné a nadie. Cometí crímenes, es verdad, pero nunca fui en contra de la seguridad exterior de Cromopolis, que es la razón de ser del Escuadrón.

- Acabas de aceptar que habías ayudado a pasar ilegalmente a unos octarianos.

- ¿Y?

- Y que con esa acción, pusiste en riesgo a Cromopolis.

- Veo que la Agente 3 te ha infectado con el mismo pensamiento intolerante y estrecho de miras que le caracteriza. Esos octarianos eran personas sufrientes y desamparadas que iban en busca de un futuro mejor, no enemigos. Me apena que tú, siendo justamente una octariana, no puedas verlo.

- Entre esos octarianos, podía haber tranquilamente espías.

- Suenas igual que ella. - Le respondió decepcionada.

- Te vas por la tangente, Susy.

- Está bien, sí, puede que haya espías. ¿Y? Más importantes eran para mí los octarianos inocentes que buscaban un futuro. Esto, claro está, no lo ve la Agente 3 a la que tanto admiras. No, cuando ella ve octarianos, solo encuentra enemigos; siendo tú, aparentemente, la única excepción.

- No es verdad.

- Claro que sí. ¿No te contó que ella considera que las leyes migratorias no debían relajarse? No, por tu cara, se nota que no. Bueno, eso es lo que ella piensa. Yo quería que el Escuadrón influyese en los políticos para que lo hicieran, porque sabía que así solo se mejoraría la vida de tantos inocentes que podrían inmigrar con los papeles en regla.

- ¿Y los espías?

- Control de frontera, no se trata de que cualquiera pueda entrar como si fuese el patio de su casa, solo de tener requisitos razonables para obtener el visado. Claro, eso requiere esfuerzo y tiene sus riesgos, porque nada es perfecto, pero tampoco lo es el sistema de fronteras cerradas, donde los espías entran de todos modos; pero cuando te importan las vidas de aquellos inocentes que buscan entrar, estás dispuesto a esforzarte y asumir el riesgo. Por eso la Agente 3 se opone a un sistema de control de fronteras (el actual vigente, por suerte) y aboga por un sistema de fronteras cerradas, porque en el fondo no le importa la vida de los octarianos, solo ve enemigos y amenazas, nada más.

- Te equivocas.

- Demuéstralo.

Octo se quedó callada, no sabía que responder. En realidad, notaba cierta verdad en los razonamientos de Susy, los espías podían entrar tranquilamente, de un modo u otro, mientras contasen con los recursos necesarios; de modo que no había un argumento válido para negarles la entrada a los inocentes. ¿Cómo podía ser que Bebu abogase por un sistema de fronteras cerradas? ¿Es qué no le importaban los inocentes que buscaban una vida mejor? Bueno, claro que podía ser que Susy estuviera mintiendo. Podía ser que esta solo dijese eso por el rencor que le guardaba a Bebu y para que ella desconfiase de su amiga. Podía ser que Bebu no fuese tan radical en sus pensamientos, que no fuese una octofóbica consumada; después de todo, Bebu la quería a pesar de ser una octariana y eso no podría ser si fuese una octofóbica, ¿verdad? Claro que su amiga se había demostrado muy preocupada, en dos ocasiones, de que ella le odiase por su condición de agente y por las acciones que había tenido que llevar a cabo en el cumplimiento de su deber. ¿Esto podía ser, inconscientemente, una confesión de culpas? ¿Podía ser que en realidad Susy dijera la verdad? Y si así fuera, ¿por qué Bebu no le había confesado sus opiniones en este aspecto? ¿Lo había olvidado? ¿O podía ser que hubiese temido que ella le odiase si le confesaba dicho pensamiento? Si, podía ser...

Pero lo que no podía ser, es que ella la odiase. No importaba si abogaba por un Sistema de Fronteras Cerradas o si no le interesaba el bienestar de octarianos inocentes o si era una octofóbica consumada. No podía concebir la posibilidad de odiarla, ni siquiera imaginarlo, pues Bebu era la persona más cara a su corazón, aquella con quién había vivido tanto y con quien tanto quedaba por vivir.

¿Qué importaba lo que pensase o había pensado? ¿Es qué una sola idea define todo lo demás? ¿Y aun si esta fuese despreciable, no puede uno cambiar de opinión? ¿No tiene derecho uno a la redención y al perdón? Pues que así sea; que si Bebu tiene algunos pensamientos deleznables, toda ella no lo es y si ha cometido errores, tiene derecho al perdón, porque errar es molusco y el entendimiento, limitado.

- No puedo demostrarlo - Contestó - Quizas tengas razón, quizás a Bebu no le importasen las vidas de aquellos octarianos que pasan las fronteras. Sin embargo, todos tenemos prejuicios y ella no es la excepción.

- Correcto, especialmente ella no es la excepción. - Rió Susy.

- Sin embargo, he aprendido a valorar lo bueno que hay en ella, sabes. Quizás tenga sus defectos, pero también sus virtudes. Es una agente formidable, con un gran sentido del deber y que verdaderamente se preocupa por aquellos a quiénes quiere.

- Está bien, me parece perfecto. Me trae sin cuidado si aprecias a esa octofóbica, aunque lamento tu falta de lealtad ante tu propia gente.

- Te puedo asegurar dos cosas, Susy. - La inkling le miró con interés - La primera, Bebu no es una octofóbica.

- Seguro, se nota - Se burló.

- Ríete si quieres, pero ella no lo es. si lo fuera, dudo que me tuviera el aprecio que dice tener. Podrá tener sus prejuicios, pero una aversión generalizada ante todos los octarianos no es uno de ellos y, si alguna vez la ha tenido, te aseguro que está cambiando de idea.

- Ajá, seguro - Le contestó Susy, no muy convencida. - ¿y la segunda cosa que me aseguras?

- La segunda es que dudo que estar con Bebu y, por asociación, con el Escuadrón, implique falta de lealtad hacia mi pueblo. Quizás vos deberías replantearte si realmente te preocupas por ellos.

- ¿Que quieres decir?

- La Familia a la que perteneces no es precisamente un adalid en la defensa de los octarianos.

- Puede, pero hemos ayudado a muchos a ingresar a estas tierras en busca de una oportunidad.

- Quizás, pero gratis no ha sido y no me extrañaría que, después de meterlos, estos les debiesen una suma considerable y que ustedes se aprovechasen de ello, ¿o me equivoco?. - La inkling no respondió - De modo que vos, que tanto juzgas a Bebu y te la das de que te importan los octarianos, perteneces a una organización que los explota. Quizás la octofóbica seas vos, al fin y al cabo.

- No sabes lo que estás diciendo - Dijo Susy; quien a pesar de mantenerse en calma, demostraba una furia naciente en su voz - ¿Te pensas que quiero pertenecer a esta organización? Si por mí fuera, la dejaría ya mismo. Pero no sabes cómo es esto, te van metiendo poco a poco y, cuando te quieres dar cuenta, ya no lo puedes dejar, no es tan fácil.

- ¿y por qué no buscas ayuda?

- ¡¿De quién?!

- Del Escuadrón Branquias. - Susy rió por lo bajo.

- Ya es un poco tarde para eso, Octo. No seas ingenua. Después de todo lo que pasó, mi relación con el Escuadrón está rota y no se puede reparar. No me queda más remedio que seguir perteneciendo a La Familia hasta el final de mis días.

- Esa es tu decisión, Susy. Si entiendes que nadie puede ayudarte, nadie lo hará. Pero sabes, yo sí necesito ayuda y quizás tú puedas brindarmela.

- ¿Qué necesitas? - Le preguntó, extrañada.

- Si me has estado espiando correctamente, sabrás de mis problemas de memoria.

- Ciertamente.

- Quizás La Familia pudiera ayudarme con eso, puede que tengamos un conocido en común. ¿Me entiendes?

- Fuerte y claro, pero lo que me estás pidiendo está por encima de mis posibilidades.

- ¿Y esa Romy de la que he oído hablar? ¿Crees que ella sí tendría las posibilidades?

- Sí, puede ser.

- ¿ Podría hablar con ella?

- Es posible, tendría que consultarlo primero.

- Excelente.

- Ven a verme mañana a esta misma hora y te diré si Romy acepta hablar contigo.

- Perfecto, Susy. Así lo haré - y dicho esto, se tomó de un sorbo el café que le habían servido - Muy bueno, la verdad, tienen futuro en este negocio - Acto seguido, se levantó. - Bueno, Susy, con esto ya voy partiendo, Te veré mañana y piensa lo de pedir ayuda. Adiós.

Y dicho esto, se marchó del local, mientras la joven inkling se quedó sentada, en silencio, contemplado su propio café enfriarse con el pasar de los segundos.

Su novio, preocupado, se acercó a ella.

- ¿Estás bien?

- Sí, perfectamente... Santi, ¿te encargas de cerrar el local?

- Sí, sin problema. ¿Qué tienes que hacer?

- Contarle a Romy las buenas nuevas. Por suerte, a ella le encantan las voluptuosas - Dicho esto, sonrió, buscando ocultar la incomodidad que le picoteaba el alma...

CONTINUARÁ...