Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.
Universo Loveraft-Park
Tras la huella de los dioses
Capítulo 3
«Tengo la certeza de que veré, una vez más, aquella temblorosa entidad de las estrellas. Estoy convencido de que pronto volverá para llevarme a esa negrura que es hoy morada de mi amigo. A veces deseo vivamente que llegue ese día, porque entonces aprenderé yo también, de una vez y para siempre, los Misterios del Gusano.»
—Robert Bloch, El vampiro estelar
El sargento Yates se sentó pesadamente en su escritorio, para posteriormente tomar la carpeta con el expediente del caso que investigaba en la actualidad y dejarlo frente a sí. Estaba en un callejón sin salida. Algo, o más bien alguien, había estado atacando a personas al azar en las calles desde hacía un par de noches. Los cuerpos que dejaba atrás se centraban, literalmente, secos. Como momias. Según los forenses, lo que hacía eso estaba drenando a sus víctimas de todo fluido, comenzando por la sangre.
—¿Cómo carajo está seguro que esto es debido al ataque de alguna criatura? —preguntó al forense, quien se encontraba en la oficina con él.
El médico, un hombre de complexión robusta y cara de pocos amigos, se limitó a revisar sus notas antes de contestar:
—Encontramos laceraciones en la piel, similares a mordidas de sanguijuelas. Es fácil asumir que a través de las ellas que la sangre fue extraída. Los huesos estaban triturados, por lo que podemos asumir que el atacante sometió al cuerpo de sus víctimas a una fuerza enorme. Según los datos obtenidos, la cosa que hizo esto tuvo que haber envuelto a la víctima en una especie de abrazo con algo similar a los tentáculos de un pulpo.
Yates tomó la copia del informe que el forense le acababa de entregar y lo arrojó a la papelera. ¡Era absurdo! Si se aparecía por allí diciendo que todo era obra de una especie de pulpo-vampiro, lo tacharían de demente.
Tenía que encontrar una mejor explicación para esas muertes. Tal vez, si inculpaba a algún negro o indigente…
Descartó lo primero de inmediato. No había negros ricos en el pueblo de momento –salvo por los Black, pero esos malditos tenían muchas amistades en el sistema judicial de Colorado, haciéndolos intocables–. Básicamente, estaba jodido. Su única esperanza era encontrar alguien para inculpar con toda esa mierda. Y ese alguien tenía que tratarse de un ser humano, de preferencia una minoría.
—Escúchame bien —dijo Yates, con voz autoritaria—, nada de esto debe salir de esta oficina. No podemos andar por allí diciendo que tenemos pulpos-vampiros, o lo que sea, vagando por las calles. Tal vez este pueblo sea un jodido imán para esas rarezas, sin embargo, no nos conviene echar más leña al fuego. No quiero tener a un montón de lunáticos por las calles buscando monstruos. ¿Lo entiendes?
El forense asintió.
—Querrán respuestas.
—Pues diremos que es un loco, si es necesario culparemos a un jodido sin hogar. Por lo pronto, no digas nada.
El otro asintió y se despidió de él para volver al hospital. Yates mientras tanto se recargó en su silla.
—Un maldito pulpo-vampiro —dijo en voz baja—. ¡Vaya estupidez!
A pesar de pensar eso, Yates no pudo evitar estremecerse cuando un escalofrío le bajó por la espalda.
- ULP -
El lunes, más por obligación que por otra cosa, Kenny finalmente volvió a la escuela. Su madre le envió de regreso. ¿Su argumento?: que no iba a soportar una visita del inspector escolar solo porque él era un egoísta quien únicamente quería pasar el tiempo durmiendo, o de vago hasta altas horas de la noche. Como si pasarse el día bebiendo alcohol y fumando marihuana mientras sus hijos tenían hambre, no fuera peor que cualquier cosa que él pudiera hacer.
De no ser por el temor que tenía a ser separado de Karen en el sistema de crianza, habría denunciado a sus padres al sistema de protección a menores mucho tiempo atrás. Aunque, a decir verdad, a veces se preguntaba si en ese maldito pueblo lleno de locura a alguien le importaban esas cosas.
Al llegar a la parada del autobús, se encontró con una escena usual: Cartman haciendo comentarios insultantes sobre los judíos y Kyle respondiendo con más insultos sobre su gordura, mientras Stan se masajeaba el entrecejo con actitud exasperada.
—¿Qué hay, chicos? —los saludó Kenny con su capucha puesta, y su voz distorsionada como de costumbre.
—Buenos días —le respondió Stan, mientras los otros dos dejaban de discutir y volteaban a verlo.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó Kyle, aparentemente molesto—. Garrison encargó un estúpido proyecto grupal, y ya que no estabas, tuvimos que hacerlo con Butters.
—Lo siento, he tenido cosas que hacer —respondió Kenny.
—Por un momento creí que habías muerto de nuevo —agregó Cartman con actitud despreocupada.
—No empieces, culo gordo —lo retó Kyle.
—Siempre que Kenny desaparece por algunos días dices lo mismo —agregó Stan.
—¡Espera! ¿Cómo es que pensabas que estaba muerto? —preguntó Kenny molesto.
—Pues qué más iba a ser, jodido pobretón: los pobres siempre se están muriendo de hambre.
Kenny frunció el ceño. Sospechaba que había algo más en sus palabras. Conocía demasiado bien a Cartman y su forma de ser como para saber cuándo estaba jodiendo y cuándo decía algo en serio.
—Únicamente ignóralo, Kenny. El gordo siempre dice tonterías.
—¡Maldita sea, judío! —se quejó el gordo—. El único que dice tonterías aquí eres tú. Siempre con tus jodidos discursos morales gais.
Kenny, sin embargo, quería conversar con Cartman seriamente con respecto a sus comentarios sobre su muerte. Nada le quitaba de la mente que el gordo sabía algo más. Por algún motivo, tenía la certeza de que el cabrón sabía sobre sus muertes. Sin embargo, la llegada del bus escolar le impidió hacerlo. De mala gana, subió al vehículo con el resto de los chicos.
Al llegar a la escuela no perdieron tiempo y fueron directo al salón de clases. Kenny arrastró los pies y se dejó caer en su asiento de siempre, mientras a su alrededor los demás niños discutían sobre cosas ocurridas el fin de semana.
Finalmente, sonó el timbre que anunciaba el comienzo de las clases y Garrison entró al salón. La clase transcurrió como de costumbre: el profesor parloteando de todo, menos el programa escolar.
Finalmente, como era su costumbre para no tener que dar todas las clases él mismo, llegó la hora de la exposición. El tema del día era cualquier noticia de actualidad en el pueblo o en Colorado. Como de costumbre, el único que levantó la mano fue Cartman.
—Muy bien, Eric —dijo Garrison, con voz cansina al tiempo que se recargaba en su silla—, terminemos con esto. Expón… cualquier tontería que vayas a decir esta vez.
—Gracias, señor Garrison —respondió con evidente sarcasmo.
Cartman preparó un proyector, como de costumbre, apagando las luces para que se pudiera ver mejor.
—Estoy seguro de que todos aquí han escuchado sobre las misteriosas muertes que se han producido en el pueblo últimamente.
La mayoría de los niños sintieron un escalofrío, sobre todo cuando Cartman comenzó a mostrar algunas imágenes de escenas policíacas en las cuales se podían ver los cuerpos secos y destrozados de las víctimas, como si fueran momias. ¿Cómo las había conseguido? En realidad, les daba igual, puesto que se trataba de Cartman.
—Sí, muy horribles —dijo—. La policía insiste en que se trata de una especie de asesino en serie. Yo sé la verdad: es una conspiración. Esas personas fueron despojadas de la sangre y de la grasa de sus cuerpos por un motivo fundamental: el mercado negro.
—Oh, por favor. ¿Mercado negro de sangre y grasa humana? —lo cuestionó Kyle—. Eso es una estupidez.
—¿Oh, de verdad, Kahl? —Acto seguido, Cartman mostró imágenes de bolsas de sangre para transfusiones—. Se sabe que en algunos países de Europa se pagan grandes sumas de dinero por esta sangre. Y, sobre la grasa humana, pues bien, Kahl, te informo que algunas personas la utilizan para la confección de productos cosméticos, entre muchas otras cosas.
—Oh, y tú sugieres que tenemos a un traficante que asesina personas para obtenerla —dijo Kyle con tono sarcástico.
—No cualquier asesino, Kahl. El único en este pueblo tan desesperado por obtener ganancias de algo como esto, eres tú.
Eso desató varios murmullos, entre incredulidad y temor.
—Oh, por favor, gordo de mierda. Ya invéntate algo nuevo.
—¡Eres un apestoso, traicionero y avaro judío, Kahl! —insistió Cartman—. Seguro viste en internet las muchas ganancias que se podía obtener de esto en el mercado negro de órganos y partes humanas, y como la avariciosa rata que eres no pudiste resistirte.
Y así prosiguió la discusión, que casi se va a los golpes, hasta que finalmente Garrison intervino enviando a ambos a la oficina de la directora.
La mayoría del salón se olvidó del asunto y siguieron escuchando la clase como siempre. Salvo por Kenny. Por estar ocupado en el asunto de su investigación sobre El Necronomicón no tenía idea de esos asesinatos. Bien podrían ser un inventó de Cartman, pero las fotos que tenía y las reacciones de los otros chicos ante ellas parecían demasiado comunes para ser un mero invento.
Más tarde, en cuanto terminó su almuerzo –nunca se lo saltaba, ya que usualmente la comida de la escuela era su única comida en el día–, salió de la escuela y se dirigió a la biblioteca. Entró en internet y buscó los últimos diarios y vídeos de noticias locales.
Tal como Cartman dijo en clases, durante la última semana la policía había descubierto a una docena de personas muertas en sus casas o en las calles. Al parecer, toda la sangre había sido extraída de sus cuerpos, los cuales yacían en el suelo, secos y marchitos, con aspecto momificado. Revisó una a una las notas al respecto, anotando fechas y demás datos que pudieran resultar útiles.
La investigación de los Antiguos tendría que esperar, Mysterion debía intervenir en ese asunto.
- ULP -
Kenny regresó a casa a eso de las cinco de la tarde. Tenía pensado dormir un rato antes de salir por la noche a investigar, pero los gritos de su madre cambiaron sus planes. Carol McCormick discutía nuevamente con su esposo. Sólo que esta vez no era una de sus usuales peleas por drogas o dinero: esta vez el motivo era Karen.
—¡Seguro que es tú culpa! —gritó su madre molesta—. No te basta con lo que pasó con Kenny, ahora también quieres orillar a mi pequeña a eso.
—¡Si no recuerdo mal fue tu idea! ¡Tú fuiste la que quería cerveza gratis!
—¡Tal vez si no fueras un vago hijo de puta hubiéramos tenido dinero para comprar nuestra propia cerveza y no mendigársela a un montón de fanáticos retrasados!
Kenny pasó de largo a sus padres discutiendo en la sala y se dirigió a la habitación de Karen. Encontró a su hermana sentada en una esquina de su habitación, abrazando sus propias rodillas. Gruesas lágrimas fluían por su rostro.
—Karen, tranquila, ya estoy aquí —dijo, quitándose la capucha, mientras se agachaba junto a ella y la abrazaba.
—¡Lo siento! —sollozó la pequeña.
—Ya, ya, no es tú culpa. Es de ellos, siempre es de ellos.
—¡No, Kenny! Esta vez no… yo no quería, pero mamá vio la pintura y… yo… —rompió a llorar—. Están muy molestos.
Kenny no dijo nada, simplemente la abrazó con más fuerza. Aunque la mención de que una pintura era la causa de esa nueva pelea en la casa de los McCormick hizo que un escalofrío recorriera su espalda. Quiso pensar que algún dibujo hecho por Karen en la clase de arte había atraído la atención de los trabajadores sociales a su situación familiar; sin embargo, una especie de sexto sentido desarrollado por una vida en South Park, le decía que era algo mucho más siniestro que eso.
Transcurrió una hora más o menos hasta que los gritos de sus padres finalmente se detuvieron. Los sollozos de Karen también se habían vuelto más esporádicos. Kenny se dio cuenta de que se había quedado dormida. Con mucho cuidado, la llevó hasta su cama. Era muy ligera, para tener solo siete años.
La arropó y permaneció un rato más junto a ella para cuidar su sueño, antes de salir de la habitación. Fue hacia la sala donde ahora su hermano se encontraba sentado en el sofá, viendo la televisión con una lata de cerveza en la mano.
Sobre la mesa de centro había una hoja de papel. Con cierto cuidado la tomó entre sus manos y vio su contenido. Era un dibujo hecho con las acuarelas que él le había comprado a su hermana unos meses atrás con el dinero que ganó cortando el pasto en las casas del pueblo.
Comprendió que ese era el dibujo por el que sus padres discutían y su hermana lloraba. Sintió nuevamente el peso de su maldición sobre sus hombros.
En la imagen, aunque notablemente hecha por una mano infantil, se encontraba la figura de Cthulhu; y tras de él los inconfundibles pilares de la ciudad de R'lyeh. A pesar del poco tiempo que había estado en ella, jamás olvidaría cómo lucía. Y su hermana de alguna manera había pintado a Cthulhu en el lugar de su sueño.
Dobló el dibujo y fue de inmediato a vestirse con su traje de Mysterion. La noche apenas comenzaba a caer, pero no le importó. Tenía que ver a Henrietta, y sabía perfectamente donde estaban los góticos a esa hora.
Los encontró justo donde esperaba, sentados en una mesa de Village Inn bebiendo café.
Arrojó el dibujo de su hermana al centro de la mesa y esperó. El gótico más alto contempló el dibujo por un momento y luego se giró a verlo. Se encontraba de pie en el respaldo del sillón en el cual ellos estaban sentados.
—Lindo dibujo, ¿sacaste «A» en la clase de arte conformista? —preguntó sarcástico.
—Vi algo parecido en la exhibición de Wilcox —se dirigió a Henrietta ignorando a los otros tres—. ¿Qué significa?
—Salir de casa en pijama te está dañando el cerebro: es obvio que es una imagen de Cthulhu. Muy pobremente dibujada, por cierto.
—Sí —intervino el gótico pelirrojo, mientras se echaba hacia atrás los mechones que le colgaban frente a la cara—. Le falta algo de negro, y tal vez un poco de rojo para la sangre.
—Y algunos conformistas huyendo de él —agregó el más pequeño.
—No es a eso a lo que me refiero. ¿Por qué alguien que no tiene relación con el culto lo dibujaría?
—Bueno, ha estado mucho en las noticias últimamente, así que no creo que haya realmente un misterio que resolver —le respondió Henrietta.
—Cthulhu tal vez esté en las noticias, pero no R'lyeh.
Henrietta tomó el dibujo y lo acercó más a su rostro para analizarlo. Sí, efectivamente, algo de ese dibujo coincidía con las descripciones que había leído de R'lyeh.
—Quien dibujo esto pudo inspirarse de dos fuentes: o estuvo tratando de imitar el arte de Henry Wilcox, de forma muy pobre e infantil; o ha estado viajando por las Tierras del Sueño recientemente.
—¿Las Tierras del Sueño? —preguntó Mysterion. Jamás había escuchado de algo como eso, aunque si le preguntaban sonaba a algo sacado de algún libro de fantasía juvenil—. ¿Qué son las Tierras del Sueño?
—Otra dimensión, solamente accesible mediante los sueños —respondió Henrietta—. Todo lo que Wilcox esculpía o pintaba provenía de ese lugar. Puedo citar al mismo Wilcox al respecto: «… y los sueños son más antiguos que la ensoñadora Tiro, la contemplativa Esfinge, o la misma Babilonia, cercada de jardines».
Dejó el dibujo nuevamente y procedió a dar un largo trago a su café.
—Si sigue así, el artista terminará igual de loco y atormentado que Wilcox —agregó finalmente—. No puedo esperar a que mejore más su estilo.
Mysterion no quiso escuchar más. Tomó la hoja de papel y se marchó de inmediato. Debía ver a Karen.
Era imposible que su hermana estuviera teniendo visiones de los Antiguos. Recordó las terroríficas obras de arte de la galería. Sintió náuseas y horror de solo pensar que el nombre de su hermana estuviera, en el futuro, asociado con algo tan grotesco como esas esculturas y grabados de los Antiguos.
Sus pensamientos fueron interrumpidos al escuchar una carcajada extraña y antinatural, seguida de los gritos de un hombre, provenientes de un callejón. Sus sentidos se agudizaron y, protegido por las sombras, fue a ver qué ocurría.
Se encontró a un hombre tirado en el suelo, tratando de arrastrarse para huir de algo aparentemente invisible. Pero, ese algo, fuera lo que fuera, lo sostenía contra el suelo. El hombre comenzó a gritar, cuando una fuerza aparentemente inhumana e invisible lo levantó del suelo y comenzó a estrujarlo.
Pronto, aquello que lo sujetaba pareció estar desgarrando su ropa, al tiempo que pequeñas cortadas aparecían en las partes donde la piel quedaba descubierta. La sangre comenzó a fluir, dándole forma a una criatura gelatinosa, similar a la textura del cuerpo de medusa, cuyos tentáculos envolvían al pobre desdichado, alimentándose de él con unas extrañas y grotescas ventosas. La sangre le confirió un color entre rosado y rojizo, conforme se hacía visible su extraño aspecto, como una especie de pulpo gigantesco que se alimentaba de los fluidos de aquel hombre. La piel del hombre comenzó a secarse y arrugarse al tiempo que el líquido vital era extraído de su cuerpo.
Por último, la cosa gelatinosa, dejó caer el cadáver y rápidamente se escabulló por una alcantarilla cercana para desaparecer en las cloacas bajo South Park.
No se atrevió a seguir a la criatura hacia las alcantarillas. Había visto suficientes películas de terror para saber qué seguir al monstruo en su aparente guarida era una pésima idea –además de que no podía permitirse morir esa noche–. Por tal motivo, pasó el resto de la noche vigilando las calles, en espera de que ese ser se presentará de nuevo.
Cerca de la medianoche, recibió una visita inesperada en su lugar de vigilancia, en el techo de la estación de policía del condado Park. El Coon había decidido volver a las calles.
—¿Qué carajo haces aquí, culón? —preguntó, sin girarse a verlo.
—¡Es El Coon! —le espetó el gordo—. No eres el único héroe de la ciudad. También quiero saber qué está pasando.
—Vete a casa, gordo. Luego de lo de Cthulhu tienes suerte de que no te entregue al FBI.
El Coon lo miró con molestia, pero no se movió. En lugar de eso, se acercó a la orilla de la azotea y colocó su pie en el borde mientras miraba hacia abajo.
—Lárgate de aquí —le insistió a Cartman.
—Por supuesto que no. No dejaré que te quedes con toda la gloria, pobretón. Seré yo quien atrape al asesino.
Antes de que Mysterion pudiera replicar, un grito femenino en un edificio cercano llamó su atención. Rápidamente, ambos héroes se lanzaron en ayuda de la mujer.
Entraron por la ventana de una oficina de ventas cercana a la jefatura de policía. Encontraron un escritorio volcado y a una mujer siendo sostenida contra un muro por la misma criatura (o una similar) a la que Mysterion había visto unas horas atrás en el callejón. La mujer forcejeaba mientras su sangre era drenada.
—Carajo, creo que la está violando —dijo Cartman en cuanto la vio—. Esos tentáculos… Seguro que es un violador japonés.
—¿De qué mierda hablas? —le preguntó Mysterion, mientras sacaba un shuriken y lo arrojaba contra la criatura, la cual soltó un chillido en cuanto este se clavó en su cuerpo.
La criatura aplastó la cabeza de la mujer contra el muro. Una mancha de sangre, sesos y restos de hueso quedó embarrada en la pared mientras el cuerpo se resbalaba hasta caer al suelo.
Aquella cosa, de un color rosado-transparente gracias a la sangre absorbida de la mujer, se arrojó contra el Coon, atrapándolo con sus tentáculos. Más por reflejo que otra cosa, Mysterion corrió hacia el monstruo, mientras sacaba un cohete y lo encendía. Lo introdujo en la cosa gelatinosa. El cohete estalló, lo cual hizo emitir a la criatura un alarido horrible, al tiempo que dejaba caer a El Coon.
Mysterion empujó al otro héroe hacia un lado. El Coon trastabilló un momento, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Mysterion se dio la vuelta y trató de sacar otro cohete, dándose cuenta de que el fuego era útil contra esa criatura. Pero, antes de que pudiera encenderlo, el ser lo envolvió con sus tentáculos para levantarlo y atraerlo hacia sí.
—Al carajo —dijo El Coon, mientras se ponía de pie—. Yo me voy.
—¡Cartman! —gritó Mysterion, mientras extendía la mano hacia El Coon.
El gordo comenzó a retroceder, mientras veía como su «amigo» quedaba envuelto por los tentáculos de la criatura, la cual ya comenzaba a alimentarse con su sangre.
—Lo siento Kenny, tal vez tú vuelvas, no obstante, yo no soy un fenómeno pobretón. Te veré luego.
Y, dando media vuelta, El Coon se marchó por la ventana, dejando morir a Mysterion… Otra vez.
Lo último que Mysterion, Kenny, pensó antes de iniciar su acostumbrado, y doloroso, viaje hacia la muerte fue que tenía que hablar seriamente con Cartman. Ahora lo sabía: el cabrón recordaba sus muertes y jamás le había dicho lo que pasaba.
