Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.


Universo Loveraft-Park

Tras la huella de los dioses


Capítulo 5

«Estos sueños, y los residuos que estos habían dejado en su subconsciente, habían tenido una profunda influencia en su arte, cosa que confirmó al mostrarme una morbosa estatua cuyo contorno casi me hizo estremecer con la potencia de Su siniestro poder evocativo. Wilcox no pudo recordar haber visto el original de esa figura, salvo en su propio bajorrelieve, pero el perfil lo habían moldeado inconscientemente sus propias manos.»

—H. P. Lovecraft, La llamada de Cthulhu


Finalmente, Kenny decidió que no valía la pena desquitarse con Cartman. El cabrón era un hijo de puta y nunca dejaría de serlo. A pesar de que seguía molesto con él por haberlo dejado morir, imposibilitándole estar allí para Karen cuando las pesadillas con Cthulhu y R'lyeh regresaron, se dio media vuelta y caminó por la acera cubierta de nieve de regreso a casa. Le valía un carajo la escuela. Su hermana lo necesitaba. Además, a decir verdad, no estaba interesado en escuchar las tonterías de Garrison sobre las series de HBO.

Stan y Kyle se miraron entre sí un momento, mientras Cartman murmuraba sobre cómo iba a vengarse del maldito pobretón.

—¿A dónde vas, Kenny? —preguntó Kyle.

—¿No es obvio? —respondió Kenny algo mordaz, sin detenerse—. Karen me necesita.

Los dos amigos intercambiaron miradas, claramente preocupados. A lo lejos pudieron ver que el bus escolar daba vuelta en la esquina y ahora se dirigía hacia ellos.

Kyle se mordió los labios, indeciso entre que hacer. Su madre se volvería loca si se enteraba de que estaba siquiera considerando saltarse la escuela. Pero, por otro lado, se notaba que Kenny realmente necesitaba su ayuda. Siempre le había parecido que Kenny era alguien muy despreocupado de la vida, aunque desde el incidente del golfo parecía cada vez más como si estuviera sosteniendo un enorme peso sobre sus hombros. O tal vez, una parte dentro de él le dijo, en realidad siempre ha sido así y su actitud habitual es una forma de ocultar sus problemas reales.

Stan fue el primero en decidirse: echó a correr tras Kenny. Kyle volvió la mirada de nuevo hacia el bus. Acababa de detenerse y la puerta se abrió para que subieran. Cartman no perdió tiempo y abordó. Los ojos verdes de Kyle se encontraron con la mirada del señor Venezuela, quien en silencio le urgía a que se apresurara, pues no tenía toda la mañana.

—¡Carajo! Mamá va a matarme —dijo, antes de echar a correr también para alcanzar a Kenny.

Lo alcanzó casi al final de la calle. Stan le pedía que esperara un poco.

—No tienen que venir —les dijo Kenny.

—Amigo, ¿no pensarás que vamos a dejarte solo? —lo cuestionó Stan.

—Eso mismo —dijo Kyle—. No sé exactamente qué está pasando, y si todo eso que ocurrió durante la crisis del golfo tenga algo que ver, pero no voy a dejarte solo. No de nuevo.

Esto hizo que Kenny se detuviera y se girara a verlo. A decir verdad, siempre había supuesto que ninguno de ellos se preocupaba mucho por él, al menos no en los últimos meses.

Desde aquella vez que le había costado tiempo volver luego de su muerte por una enfermedad muscular, había notado que los chicos estaban un tanto distantes con respecto a él. Era casi como si ahora prefirieran pasar el tiempo con Butters. Vamos, él ni siquiera se había inmiscuido en sus aventuras más grandes, como la de Imaginaciónlandia. Aunque, por otro lado, le habían ayudado con sus problemas de adicción a la orina de gato y a las flores alucinógenas. Y, por supuesto, cuando el maldito anillo de la pureza de Disney lo había convertido en una especie de zombi aburrido. Aunque, en general, cada vez le parecía más que no era sino un adorno de fondo en la vida de sus amigos.

—Gracias —dijo Kenny, y luego los tres siguieron caminando hasta la casa de Kenny.

Encontraron a Kevin sentado en la sala con una lata de cerveza en la mano. Los padres de Kenny no se veían en las cercanías.

Kenny abrió la puerta de la habitación de Karen. Kyle y Stan se detuvieron en la puerta y vieron al interior de la habitación con cierto deje de miedo. Karen estaba de pie, envuelta en una raída manta, la cual sujetaba con su mano izquierda, mientras con la derecha dibujaba de manera desesperada un símbolo similar a una especie de hoja de helecho o de pino en la pared.

—¿Karen? —la llamó Kenny, en voz baja. Miró el signo que la niña había repetido en cada uno de los cuatro muros y en el techo. Por alguna razón le hacía sentir incómodo.

—Tengo que aislar la habitación —dijo la niña en un susurro—. El gato me dijo que, si dibujo este signo en los muros, el piso y el techo, el Hombre de Negro no podrá entrar.

Kenny la abrazó.

—Fue un sueño, Karen.

—Los sueños son reales, Kenny —aseguró la niña, con voz suave y asustada—. Yo también creía que lo que pasaba allí no podía afectarme. Pero me equivoqué. El Hombre Negro me sujetó el brazo con su mano. Si el gato no hubiera saltado a ayudarme, quizá me habría llevado con él. Y cuando desperté: allí estaba su marca.

Kenny se apartó un poco. Karen le miraba con ojos asustados.

—¿Qué marca? —preguntó Kenny, sintiendo que en realidad no quería saber a qué marca se refería.

Karen tembló un poco, no obstante, señaló su brazo derecho. Soltó el crayón con el cual dibujaba el símbolo y luego se subió la manga. Kenny reprimió un jadeo cuando vio las marcas rojas, similares a quemaduras, de una mano.

—Ya no duele tanto —dijo Karen, mientras Kenny volvía a abrazarla.

—Estarás bien. Ese hombre no volverá a lastimarte.

Karen asintió.

—Lo sé. El gato dijo que si completaba el símbolo él no podría entrar de nuevo.

—No, no entrará.

Stan y Kyle no se movieron de la puerta, mirando a su amigo con preocupación. En otro momento, tal vez se habrían reído a carcajadas de solo escuchar a Karen hablar tan convencida sobre cómo un gato le había dicho todo eso. Sin embargo, esa actitud ausente y convencida, el símbolo que la niña había pintado en los muros y la conversación en general que estaba teniendo con Kenny, les quitaban las ganas de tomarse todo eso a broma. De hecho, hasta cierto punto, les provocaba una sensación de incomodidad.

Se distrajeron cuando la puerta se abrió de golpe y Carol McCormick, seguida por Sharon Marsh y Sheila Broflovski, entraron a la casa.

—¡Carajo! —murmuró Stan por lo bajo, mientras Kyle palidecía.

—Estás en muchos problemas, jovencito —dijo Sharon cruzándose de brazos sin apartar la mirada severa de su hijo.

—En serio, Kyle, jamás pensé que pudieras saltarte las clases. Estoy muy decepcionada de ti. ¿Cómo aspiras a ser alguien de provecho si no asistes a la escuela?

—Mamá, yo… —Kyle trató de defenderse.

—Después hablaremos, jovencito. Ahora los llevaremos a la escuela. La directora nos está esperando.

—¡Kenny, el que te guste ser un vago no significa que puedas meter en eso a tus amigos! —gritó Carol McCormick muy alterada.

Kenny, abrazó a Karen, quien se puso a temblar. Carol miró la habitación y se enfureció más.

—¡Por Dios, niña! —gritó con molestia, asustando más a su hija, quien trató de esconderse en los brazos de Kenny—. ¡Mira lo que hiciste! Ya no eres un bebé para andar pintando en las paredes. Cuando llegué el vago de tu padre…

Carol de pronto detuvo sus gritos. Había notado las marcas rojas en el brazo de su hija.

—¿Qué te pasó allí? —preguntó con la ira transformada en miedo. Apartó a Kenny a un lado y tomó a Karen del brazo. La niña soltó un pequeño grito de dolor.

—Dios, es una quemadura muy fea —dijo Sharon, quien junto con Sheila habían ido a ayudar a la mujer al escuchar el miedo en su voz—. Hay que llevarla al médico para que la traten de inmediato.

—¡Kenny! ¿No habrás lastimado a tu hermana? —gritó.

—¿Qué carajo? —respondió el rubio furioso—. ¿Cómo puedes pensar que yo lastimaría a Karen?

—No fue Kenny, mamá… Kenny vino a ayudarme… Se saltó la escuela para ayudarme…

La niña comenzó a dar hipidos de llanto.

—¿Quién te hizo esto, Karen? —preguntó Sheila con voz amable y preocupada.

La niña se mordió el labio. Algo le decía que era mejor no decir nada sobre sus sueños y como el Hombre de Negro la había lastimado en ellos.

—Yo…, me quemé…, con la estufa… —se apresuró a inventar.

Carol cargó a Karen y se dirigió hacia la puerta.

—Vamos, las llevaré al hospital —dijo Sharon—. Sheila, ¿podrías…?

—Sí, yo llevaré a los niños a la escuela, ustedes vayan. Esa quemadura no se ve nada bien.

Y así lo hicieron.

Mientras Carol y Sharon llevaron a Karen para que fuera atendida en la clínica gratuita del Hospital Paso al Infierno, Sheila llevó a los niños a la escuela. Durante el trayecto, los tres simplemente se limitaron a guardar silencio mientras miraban por las ventanillas. Kyle en el asiento del copiloto, y Stan y Kenny atrás. Sheila tampoco dijo mucho.

Una vez en la oficina de la directora Victoria, se enteraron de que –como no podía ser de otra forma– Cartman los había delatado nada más llegar al colegio. Sin embargo, dado que los adultos pensaron que habían faltado debido al accidente de Karen, el castigo no fue tan severo. Los niños decidieron apegarse a ese salvavidas momentáneo, aunque no se salvaron de una reprimenda de cómo en esos casos lo mejor era llamar a un adulto en lugar de ir y tratar de resolver el asunto ellos mismos.

Ya en clases, Kyle no perdió tiempo para reclamarle al gordo por delatarlos, con Stan secundándolo. Kenny, por su parte, parecía realmente ausente. Seguramente estaba reflexionando en todo lo que Karen estaba viviendo, o eso fue lo que sus amigos dedujeron.

No se equivocaban mucho. Aunque, también se sentía culpable. No podía evitar creer que Karen estaba en todo eso debido a él y a su maldición.

Cuando finalmente tocó la campana del fin de clases, a las tres de la tarde, el rubio se sintió realmente aliviado de poder salir de allí y tenía pensado ir de inmediato a ver qué había pasado con su hermana. Se detuvo, sin embargo, cuando notó que Henrietta Biggle le había alcanzado en la acera frente a la escuela.

—¿Qué sucede? —preguntó Kenny, no sintiendo deseos de ser muy amable. No es que alguna vez lo hubiera sido con los góticos, sobre todo porque generalmente era Mysterion quien se veía con ellos.

—El tío Edmund quiere verte —respondió ella, para luego dar una calada a su cigarrillo.

Kenny quiso negarse, pero Henrietta agregó:

—Le hablé sobre el dibujo de Cthulhu. Quiere hablar sobre eso.

Kenny asintió con lentitud. Tal vez el profesor sabía alguna forma de ayudar a su hermana. O incluso podía ponerlo en contacto con el profesor Carter. Desde que lo conociera en aquella exposición el fin de semana, tenía la sospecha de que Carter era mucho más que un erudito de Miskatonic.

Ambos chicos comenzaron a caminar en dirección a la casa del profesor Biggle, sin decir palabra alguna. No es como si realmente tuvieran algo de qué hablar. Cada uno prefería estar en sus propios pensamientos, sobre todo Kenny, que en tan solo unas semanas había pasado de ser un pequeño niño en busca del significado de su existencia, a alguien que desearía nunca haber descubierto los verdaderos horrores del mundo: los Grandes Antiguos.

Llegaron a la casa del profesor, y esta vez no hubo necesidad de saltar la cerca y entrar por la ventana. Atravesaron el recibidor y subieron las escaleras hacia la planta alta, para luego entrar a una biblioteca que bien podría haber competido con la Biblioteca Pública de South Park, en cuestión de material.

—Joven McCormick, bienvenido —lo saludó el profesor Biggle en cuanto lo vio llegar.

—Profesor —saludó Kenny, con un ligero asentimiento.

El profesor le hizo una señal para que tomara asiento en una mesa al centro de la biblioteca, y él hizo lo propio frente a él. Henrietta dio media vuelta y salió de la pieza.

—Mi sobrina trajo a mi atención el asunto de una imagen de Cthulhu. Me preguntaba si podría decirme exactamente cómo es que llegó hasta usted.

Kenny suspiró.

—Mi hermana ha estado teniendo sueños extraños últimamente. Dibujó a Cthulhu luego de uno.

—¿Su hermana? —preguntó el profesor, con aparente consternación.

—¡Únicamente tiene siete años! —masculló Kenny con enfado—. Y esos malditos dioses están jugando con su cabeza. Esta mañana, me habló de un Hombre Negro que aparece en sus sueños. La atacó mientras dormía. Tiene una horrible quemadura en su brazo derecho. Y además de eso, dibujaba frenéticamente un símbolo extraño en los muros. Pensaba que eso alejaría al Hombre Negro de sus pesadillas.

El profesor le escuchó con una expresión de verdadero horror.

—¿Un símbolo? —lo cuestionó—. ¿Cómo era?

—Una especie de hoja, como de pino.

Biggle pareció relajarse con eso.

—Sí. Es un amuleto de protección, común en la zona de Nueva Inglaterra. Protege contra el mal de los Primigenios. Me sorprende que su hermana sepa de él, sin embargo…

—Ella… —Se sintió algo tonto de decir eso—. Dijo que un gato se lo dijo.

Biggle sonrió, aunque no con burla.

—Por lo que escuché, ella podría ser una Soñadora. No es de extrañarse. Los gatos siempre ayudan a los soñadores.

—¿Soñadores?

—Creo que Carter es más adecuado para hablar al respecto. Él es un experto en ese tema. Aunque, me preocupa eso sobre un Hombre Negro. ¿Ella no lo describió?

Kenny negó con la cabeza.

—Bueno, tenemos constancia del llamado Hombre Negro que aparecía en los aquelarres de las brujas. Muchos lo confunden con Satanás, aunque es una figura asociada más con Nyarlathotep para los conocedores del mito primigenio. Es una creencia muy extendida que las brujas sean supuestas satanistas, pero las evidencias reales apuntan más a nombres como Nyarlathotep y a Azathoth como las entidades con quienes pactan. Incluso el mismo Cotton Mather, en su testimonio respecto a los juicios a las brujas en Massachusetts, habla sobre esto.

Soltó un pequeño suspiro.

—En fin… De lo que quería hablar era del dibujo de Cthulhu.

El profesor se puso de pie y caminó hacia un librero. Pasó la mano sobre algunos libros, como leyendo los títulos de sus lomos. Luego, sacó uno grande y de empastado de cuero color rojo y se devolvió hacia la mesa. Lo abrió y Kenny pudo ver una fotografía de una enorme escultura de Cthulhu en lo que parecía ser un tótem indígena.

—Fue encontrada en Alaska —le aclaró el profesor—, y estas otras… —Pasó la página.

Había más fotografías de pequeñas esculturas, bajorrelieves e, incluso, enormes monumentos tallados en mármol y piedra. Todas representando a diversos dioses oscuros, en especial al mismo Cthulhu

—Se han encontrado dispersas por todo el mundo.

Kenny podía verlo. Bajo cada fotografía había un país, estado o región diferente. Entre otros, destacaban: Estados Unidos, Rusia, México, Brasil, China, Grecia y Roma.

Se detuvo.

—Es verdad. Está por todo el mundo —susurró Kenny.

El profesor asintió.

—Desde el despertar de Cthulhu el mes pasado, las diversas sectas parecen estar envueltas en un frenesí de rituales y ceremonias. Incluso con la derrota de su Dios no pararon. Las estrellas se están alineando, no solamente para Cthulhu, sino para algo más grande.

El profesor continuó pasando las hojas en el libro. Conforme avanzaba, las imágenes de ídolos daban paso a cuadros y esculturas modernas, algunas las reconoció de la exposición de Wilcox.

—En 1926 se vivió algo similar a lo ocurrido en el golfo —comenzó a explicar el profesor—. Cthulhu despertó y salió de R'lyeh en las coordenadas exactas donde se calcula está sumergida, cerca de la Polinesia. Meses antes de su despertar, muchos artistas, como Wilcox, comenzaron a pintar y a esculpir a Cthulhu, siempre con base en sus sueños. Algunos acabaron sucumbiendo a la fiebre y murieron entre balbuceos de dioses y ciudades sumergidas. Por aquellos mismos años, algunas sectas comenzaron a vestir de blanco y a realizar suicidios en masa, en preparación a un acontecimiento espiritual muy importante que tendría lugar pronto.

El profesor cerró el libro.

—Cthulhu volvió a su sueño, aparentemente por propia voluntad, una vez que la alineación de las estrellas concluyó. Pero ahora…

—Cuando despierte será la última vez —completó Kenny, intuyendo a dónde se dirigía el profesor Biggle.

—Mis colegas de la Universidad de Miskatonic y yo hemos estado siguiendo la actividad de los cultos a Cthulhu por todo el país desde hace algunos años. —Se puso de pie y fue a devolver el libro a su sitio—. Muchos han muerto, asesinados. Los cultos suelen ser sumamente agresivos cuando se ven descubiertos.

—El líder de la secta me apuñaló en una ocasión —dijo Kenny—. Me extraña que hayan dejado ir a mis amigos, puesto que ellos lo presenciaron.

El profesor se lo quedó viendo un momento. Quizá para él resultaba extraño que alguien que aseguraba haber muerto estuviera frente a él. A pesar de que sabía sobre su inmortalidad, al parecer Cartman era el único bastardo al que eso no parecía molestarle.

—Joven McCormick —habló el profesor muy seriamente—, necesito que me acompañe a mí y a mi sobrina a un viaje este fin de semana. Es de suma importancia.

—¿Un viaje? —preguntó Kenny—. ¿A Dónde?

—Arkham —fue la única respuesta que recibió.

Kenny no necesitó más. Arkham era la ciudad donde estaba la Universidad de Miskatonic. El lugar donde, seguramente, estaban las respuestas que siempre había deseado escuchar.

—Debo pensarlo —respondió Kenny tras un momento. Debía pensar también en Karen.

El profesor Biggle asintió con lentitud.

—Una cosa más, profesor. —La mirada del hombre mayor se encontró con los ojos azules del niño que lo miraban con intensidad—. ¿Hay una forma de impedir que alguien vaya a las Tierras del Sueño?

—No deseas que tu hermana vuelva allí —comentó y luego se apresuró a agregar al ver la expresión de enojo que Kenny le dedicó tras esas palabras—: No me malinterpretes, te entiendo. Nadie quiere que un familiar o persona cercana pase por algo como eso.

Hizo una pausa, para buscar las palabras correctas.

—Desafortunadamente, yo no tengo el suficiente conocimiento sobre las Tierras del Sueño para decir algo al respecto. Eso tendrás que hablarlo con el profesor Carter. Como dije, es el experto en esos temas, y su familia tiene una peculiar historia relacionada con ese mundo.

Kenny asintió. Hablar con Carter de nuevo de pronto se convirtió en una prioridad.

Se despidió del profesor Biggle y volvió a casa.

Cuando regresó, Karen dormía profundamente y, al parecer, en paz por una noche. Se sentó junto a ella y retiró los mechones de su frente. Pudo notar que su brazo derecho estaba vendado.

Definitivamente, iría con ella a ese viaje, aunque tuviera que escaparse de casa por todo el fin de semana. Necesitaba ayudar a Karen y confiaba en que Carter tenía la respuesta de cómo hacerlo. De momento esa era su prioridad, más allá de su maldición.

- ULP -

El miércoles por la mañana, las noticias dejaron de prestar atención a lo que sucedía con las víctimas de los vampiros estelares. Era más importante hablar sobre lo que estaba ocurriendo en el Sanatorio Mental del Condado Park. Luego de tres días de estar cubierto por una niebla espesa y que parecía no ser natural, por la mañana los médicos y demás personal que había en el lugar tuvieron que contener —mediante dosis de sedantes e incluso camisas de fuerza para los más violentos— una especie de histeria colectiva entre los pacientes.

Todos ellos, con los ojos en blanco y babeando por la boca, comenzaron a repetir una y otra vez una especie de mantra o rezo, de tal forma que resultaba aterrador:

¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu, fhtagn! ¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu, fhtagn!

A la vez, los astrónomos de todo el mundo discutían sobre el próximo gran evento que iba a acontecer en el cielo. Y no se trataba de un eclipse o un cometa. Pronto algunas estrellas del hemisferio sur, precisamente visibles en la Polinesia, iban a alinearse de una forma extraña: una estrella de cinco picos invertida.

Algunos bromeaban diciendo que era una señal del apocalipsis, o que Satán iría de nuevo a la Tierra (y no precisamente para una pelea de box o una fiesta de Halloween). Pero, para los entendidos y el mismo Satán, no era momento de hacer bromas estúpidas.

En todas partes del mundo, los cantos, los rituales y los gritos del culto secreto a Cthulhu iban en aumento. La promesa de una era de locura, muerte y libertad desenfrenada estaba por cumplirse.

- ULP -

El jueves por la noche, una semana antes de la alineación de las estrellas, cuatro personas subieron a un avión comercial en el aeropuerto internacional de Denver. El destino de aquel vuelo era Boston.

En el interior del avión, Kenny McCormick observaba el cielo desde la ventanilla con un gesto pensativo. En el asiento de al lado, su pequeña hermana se aferraba a su brazo, temblando. Temía quedarse dormida, por lo que en los últimos días no había descansado más que unas pocas horas. Y esto comenzaba a mellar su salud.