Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.


Universo Loveraft-Park

Tras la huella de los dioses


Capítulo 6

«Ex ignorantia ad sapientiam; ex luce ad tenebras.»

—Lema de la universidad de Miskatonic


Arkham era una ciudad ubicada en el estado de Massachusetts, en el valle del río Miskatonic, al norte de Kingsport. La ciudad tenía un aura sombría, con sus casas coloniales de tejados holandeses, las cuales habían estado en pie desde hacía más de trescientos años, y se apilaban una junto a la otra, dejando únicamente pequeños espacios en los que no cabría una persona adulta.

Esos tejados resguardaban las buhardillas en dónde las mujeres acusadas de brujería se ocultaron durante la histeria de juicios a brujas que azotó a la colonia de la bahía de Massachusetts en 1692, y cuyo epicentro fue la histórica aldea de Salem, ubicada a medio camino entre Arkham y Boston. Algunas de sus calles todavía contaban con el pavimento de adoquín, sobre todo en el centro, cerca de la universidad de Miskatonic. La ciudad estaba partida en dos por el río Miskatonic, el cual era navegable casi en su totalidad, por lo que a lo largo de su rivera había muelles y bodegas, algunas más modernas que otras. El aura general de la ciudad era un tanto… deprimente, por decirlo de alguna forma, y parecía estar estancada en el tiempo, a pesar de que fue fundada por librepensadores en el lejano siglo XVII.

Al sentir esa aura de opresión, incrementada por el estilo gótico en la arquitectura de algunas construcciones que databan de los siglos XVIII y XIX, Kenny sintió que ese viejo título de «aquella vieja ciudad embrujada de Nueva Inglaterra» le quedaba a la perfección.

Habían aterrizado en el aeropuerto internacional de Boston tres horas atrás. El profesor contrató un taxi del aeropuerto y de inmediato se dirigieron a la estación de trenes, en dónde tomaron el siguiente que partía hacia la región norte del estado, pasando por Salem antes de llegar a Arkham. Nada más llegar a la estación de la sombría ciudad, el profesor rentó un coche y se dirigieron en dirección al hotel, a pesar de que no estaba muy lejos; pero, dado el cansancio del viaje, le pareció que no era bueno ir allá caminando. El profesor salió de la estación por la entrada del estacionamiento trasero, tomando Armitage Street en dirección oeste, hasta el cruce con West Street, en dónde giró hacia el sur, en dirección al río. Cuando cruzaron el puente de piedra que llevaba en pie más de doscientos años, Kenny notó un islote vacío en el centro del río, el cual le provocó un escalofrío.

—El islote —susurró Henrietta, quien se había medio incorporado de su asiento para verlo mejor.

—¿Es importante? —le preguntó Kenny.

—Según la declaración de Keziah Mason, una mujer arrestada en esta ciudad por brujería, y posiblemente la única bruja auténtica juzgada por los hombres de Cotton Mather, en dicho lugar se llevaron a cabo en el pasado ciertos rituales durante el Walpurgis y el Samhain.

Antes de que Kenny o Karen pudieran preguntar, el profesor Biggle se apresuró a aclarar a qué se referían dichos nombres:

Walpurgisnacht, o Noche de Walpurgis, se refiere la víspera del día de la cruz. Se celebra entre la noche del 30 de abril y la madrugada del 1 de mayo.

»El Samhain, por otro lado, es la celebración celta que dio origen a la tradición del Halloween, es decir, la víspera de todos los santos. Se celebra el 31 de octubre, como ya sabe.

»Ambas fechas, según el folclore europeo, corresponden a las noches en las que las brujas llevan a cabo sus aquelarres.

Mientras hablaban, el río había quedado atrás y ahora pasaban por el costado del campus principal de Miskatonic. A su izquierda, se podían ver los edificios y jardines de este, mientras que a la derecha tenían el estadio olímpico, en dónde también jugaba el equipo de fútbol universitario.

El coche giró hacia el este en College Street. Finalmente, llegaron al hotel Miskatonic, el cual estaba ubicado justo frente a los dormitorios de la universidad.

Apenas tuvieron tiempo de dejar el equipaje en las habitaciones –en el caso de Karen y Kenny, dos pequeñas maletas con poco más de dos cambios de ropa– y bajar a desayunar en el restaurante del hotel, cuando el profesor Biggle recibió una llamada del profesor Carter. Se encontraba actualmente en camino a Arkham y los vería esa noche en el Salón Carter, un edificio de la Universidad de Miskatonic que llevaba ese nombre al haber sido una donación de su familia a finales del siglo XIX.

Kenny estaba impaciente por esta reunión. El profesor Carter era el conocedor más grande de las Tierras del Sueño vivo en la actualidad. Si alguien podía ayudar a su hermana, era él.

Kenny trató de dormir, para descansar del vuelo, pero se encontró con que su mente, y sus nervios, eran un manojo de pensamientos de lo más sombríos, negativos y desesperantes. La atmósfera de Arkham era agobiante para él. Por momentos, cuando se quedaba solo y en completo silencio, podía jurar que escuchaba un murmullo, como de cánticos religiosos, a lo lejos.

Cerca de las seis de la tarde, dos horas antes de la hora acordada con Carter, salió de su habitación y se encaminó en dirección al salón principal del hotel, donde, como es común, había panfletos de guías turísticas de la ciudad y los pueblos cercanos.

Tomó una de estas y la hojeó por encima, solamente por tener algo que hacer y en qué ocupar su tiempo hasta que fuera la hora de la reunión. Luego, fue a sentarse en un sofá de una pequeña sala de espera ubicada a la derecha de la recepción. La guía hablaba de un recientemente abierto paseo turístico por el pueblo de Dunwich, abandonado por sus habitantes tras una serie de extraños «fenómenos» a principios de siglo.

—Dunwich, lo recuerdo un poco —escuchó una voz y de inmediato se volvió para ver a un hombre vestido de traje y de rostro jovial sentado frente a él en una butaca roja.

Era el mismo hombre que le había indicado dónde encontrar al profesor Biggle. Recordó entonces todo lo ocurrido desde esa noche: las conversaciones con los profesores de Miskatonic y lo ocurrido en el infierno. Este hombre no era otro que…

—Nyarlathotep —masculló Kenny con furia.

El dios sonrió e hizo una inclinación de cabeza en reconocimiento.

—Contrario a lo que puedas pensar, Hijo de Shub-Niggurath, me alegra verte más cerca de mis dominios —dijo, sin dejar de sonreír—. Aunque, realmente nunca has estado muy lejos de ellos.

—¿Tus dominios? —preguntó con temor enmascarado en furia.

—Hay muchas minas viejas rodeando South Park —respondió el dios—. Sobre todo, cerca de los montes Cactus. A mediados del siglo XIX, solía pasarme por allí. Antes, cuando los mineros se perdían o quedaban atrapados en los derrumbes, a la gente le importaba poco, así que eran una buena fuente de sacrificios. South Park aún lo es.

Kenny apretó los puños.

—¿Qué hay con este Dunwich?

—Fue destruida, pero yo no tomaré todo el crédito por eso. Yog-Sothoth hizo la mayor parte del trabajo —respondió el dios, luego volvió su mirada al reloj cucú que colgaba de uno de los muros—. Debo irme, no quiero retrasar tu reunión con el viejo Carter.

—Todavía tengo otra pregunta —lo detuvo—. ¿Por qué mi hermana?

Nyarlathotep le sonrío de manera cruel.

—Por nacer —respondió—. Esa niña tuvo la mala fortuna de nacer como tu hermana menor.

Kenny sintió una rabia inmensa, quiso ponerse de pie e ir a destrozarle la cara al dios; sin embargo, se encontró con que estaba paralizado, igual que la primera vez que se encontraron cara a cara.

—Además —agregó Nyarlathotep sin dejar de sonreír—, técnicamente fuiste tú quien la eligió. Eres tan apegado y protector de ella que simplemente era demasiado fácil de usar para llegar a ti. Recuérdalo: mostrar simpatía hacia otras personas es una debilidad demasiado grande como para que te permitas tenerla… Al menos si realmente pretendes resistirte a nuestros designios.

—¡Pueden meterse sus designios por…!

—Ese lenguaje, niño —le interrumpió Nyarlathotep—. ¿Tus padres no te enseñaron modales? Bueno, por la forma en la que se gritan, es obvio que no.

Kenny apretó los puños, aún más furioso.

—Por otro lado, te di una cortesía. Estoy seguro de que tu viaje al borde del Vacío Final fue educativo.

—¿Tú causaste eso?

—Por supuesto. No tienes siquiera la menor idea de cómo manejar el poder que nosotros te dimos. No hubieras podido llegar hasta allí de no ser por mi ayuda. E incluso detuve a mis perros de caza para hacer tu estancia en la negrura infinita más cómoda. Seguro te sentiste como en casa, Hijo de Shub-Niggurath, después de todo ese es el lugar donde nacimos los dioses, y a dónde los tocados por nosotros anhelan regresar. Ah, tuviste suerte de que Nodens anduviera por allí, puesto que de otra forma ahora mismo estarías danzando al son de las flautas monótonas y los tambores execrables, al igual que tu madre, Shub-Niggurath, por el resto de la eternidad.

Nyarlathotep pareció deleitarse con el sufrimiento que le causaba al niño, el conocer el destino de locura y condena al que casi había caído de no ser por Nodens.

Finalmente, el dios se puso de pie y comenzó a alejarse en dirección a la puerta. Pero, a medio camino, se detuvo y volvió el rostro hacia Kenny.

—Te daré una pequeña ventaja: permitiré que te enfrentes a mí. Cuando veas a Carter, pídele la Llave de Plata de Yog-Sothoth, y con ella, ven a buscarme a las Tierras del Sueño.

Y entonces, desapareció, como si jamás hubiera estado allí.

El niño se puso de pie, aún con el rostro pálido y el miedo casi paralizante que le hacía encoger las entrañas. Subió las escaleras con lentitud y se encaminó a la habitación dónde Karen descansaba.

Kenny tocó la puerta de la habitación que el profesor Biggle había reservado para Henrietta y su hermana. Tras unos momentos, la puerta se abrió y Karen apareció frente a él. La niña se veía pálida, agotada y con gruesas bolsas negras bajo sus ojos.

Kenny la abrazó.

—Lo siento —dijo.

—Kenny, ¿qué pasa?

—Solo quería decirte eso —dijo, mientras se apartaba con las manos sobre sus hombros y viéndola directo a los ojos. Los orbes chocolate se encontraron con los azules, los primeros viendo con curiosidad y los segundos con temor.

Con algo de reticencia, Kenny se apartó de su hermana y volvió a su propia habitación. Debía prepararse para el encuentro con Carter.

- ULP -

El Salón Carter era un edificio de arquitectura gótica. Esto no fue una sorpresa, por lo que habían visto en su poco tiempo en la ciudad, era una constante en Arkham. Era usado para eventos de importancia para la Universidad de Miskatonic, tales como reuniones de egresados, benefactores y simposios de profesores y eruditos. Carter los esperaba en la entrada. Kenny tuvo un mal presentimiento cuando vio que las luces dentro del edificio estaban apagadas, y el lugar era una mole de piedra precariamente iluminada por las luces mercuriales del campus.

Nada más llegar, ambos profesores se dieron un abrazo amistoso, y tras los adecuados saludos y la presentación de Karen, Carter los guio rodeando el edificio hasta una puerta lateral. Entraron a un pasillo iluminado con focos ahorrativos de luz blanca. Al final del pasillo, Carter abrió una puerta a una pequeña sala de reuniones y entraron.

Se sentaron todos en una pequeña sala mullida de color azul pastel.

Kenny no pudo evitar notar un retrato pintado al óleo en el que aparecía un hombre demasiado parecido a Carter. De no ser por qué se notaba que era un retrato antiguo, hubiera jurado que era el mismo profesor Carter que conocían y no un antepasado.

—Profesor Carter —dijo Kenny, sin querer perder demasiado el tiempo—. ¿Cómo impedir que una persona viaje por las Tierras del Sueño?

Carter le dedicó una mirada intensa, antes de mirar a Karen de la misma manera. La niña se pegó más a su hermano, asustada.

—Son pocas las personas que pueden ir a las Tierras del Sueño —dijo—. Usualmente, es mediante ciertos objetos Arcanos que dicho viaje es posible.

—Objetos Arcanos —repitió Kenny—. ¿Cómo una llave?

Carter se echó hacia atrás en su asiento, sorprendido.

—¿Una llave que abre la puerta a las Tierras del Sueño? —preguntó Henrietta, al parecer realmente interesada.

—Bueno —intervino su tío—, existen muchos objetos que interactúan con las Tierras del Sueño. Se dice que el mismo Abdul Alhazred poseía una lámpara capaz de desvelar sus secretos mediante visiones. Y, sobre una llave…

—La Llave de Plata de Yog-Sothoth —lo interrumpió Carter.

Su colega asintió con la cabeza de acuerdo.

—Pero, me sorprende —continuó—, joven McCormick. ¿Cómo sabe sobre la llave?

—Nyarlathotep —respondió.

Karen ahogó un grito. Por alguna razón aquel nombre le traía recuerdos terribles de sus pesadillas.

—No es aconsejable hablar con él —repuso el profesor Carter—. Es un dios ruin que no dudara en usar cualquier método necesario para debilitarlo. Le aconsejé no enfrentarlo.

—Es difícil, cuando él mismo es quien no deja de meterse en mi vida y la de mi hermana.

Carter asintió con gravedad.

—La llave existe —declaró—, y ha estado en mi familia por generaciones. Es un objeto increíblemente valioso que ha pasado de padre a hijo durante siglos. Y, si ahora pregunta por ella, me atrevo a decir, es porque quiere ir a enfrentarse directamente con Nyarlathotep.

—¡No! —dijo Karen, mientras se abrazaba a su hermano—. ¡No puedes ir allí, Kenny, es horrible!

—O, por el contrario —dijo Carter—. Señorita, no deje que su mala experiencia provocada por los Grandes Antiguos la haga pensar mal de las Tierras del Sueño.

»Son un lugar único, de templos y ciudades inmensas, hechas de mármol y cubiertas de oro y piedras preciosas; desiertos de arenas blancas en las que caravanas de camellos y otros animales transitan llevando las más delicadas mercancías hacia los puertos milenarios, de ciudades impronunciables para los hombres; y de maravillas que superan los más asombrosos bosques encantados de los cuentos de hadas mejor escritos por la humanidad.

Todas las miradas estaban fijas en Carter. Era más que obvio que el hombre había viajado por las Tierras del Sueño muchas veces en el pasado. Karen dejó de llorar y se concentró en el profesor, seguramente reflexionando sobre unicornios y otros seres que, tal vez, existían en aquellos sitios mencionados por Carter.

Henrietta masculló algo que sonó como: «maldito cuento de hadas conformista de Disney».

—Aunque, insisto, joven McCormick, no es aconsejable actuar de acuerdo a las indicaciones que Nyarlathotep dé. Solo la locura y la muerte esperan tras sus palabras, lo sé por experiencia propia.

—Creo que estuve en las Tierras del Sueño, o cerca de ellas.

Esto atrajo la atención de todos hacia Kenny. Henrietta incluso se inclinó hacia el frente tratando de escuchar mejor.

—¿Cerca de ellas? —le preguntó el profesor Carter.

—Hace unos días —comenzó Kenny—, yo… —se detuvo. No quería mencionar sus muertes, no frente a Karen—. Era un lugar oscuro, en el cual se sentían otras presencias. Me rodeaban y trataban de arrastrarme con ellas, mientras el sonido hipnótico de las flautas y los tambores me impedían ofrecer cualquier tipo de resistencia.

Cerró los ojos.

Era difícil hablar sobre eso y la desesperación que le había producido el darse cuenta, tras salir de allí, de lo cercano que había estado de no poder volver jamás a ver a su hermanita, ni a ninguna de las otras personas preciadas para él.

Cuando abrió los ojos y vio el rostro de Carter, lo supo. Le miraba con temor y una comprensión que solo podían provenir de alguien que había vivido en carne propia esa misma desesperación.

—Si de verdad desea ir a enfrentar a Nyarlathotep —dijo el profesor Carter, dirigiéndose a Kenny, disipando por un momento la sombra del miedo en su rostro—, deberá saber bien a dónde dirigirse. Y siendo él, seguro está en la sima Kadath: su castillo de Ónice en dónde hace muchos siglos los grandes dioses ofrecían sus banquetes.

Kenny miró con resolución a Carter. Iba a hacerlo. Iría a enfrentar a Nyarlathotep a la desconocida Kadath.

—Profesor —intervino Henrietta—. ¿Es realmente seguro enviar a McCormick allá? No puedo evitar pensar que estamos enviándolo directo a una trampa.

Karen se tensó al escuchar esto.

—Sí, es lo más probable —respondió el profesor—. Pero tampoco creo que Nyarlathotep tenga planes de hacerle daño al joven McCormick. Su mera presencia induce a la locura, cuando así lo desea, y se ha presentado ante él dos veces, sin atreverse a hacer nada más que hablar.

—Usted dijo que habló con él —declaró Henrietta—. Y por la forma que se expresa, seguro fue en Kadath.

Carter suspiró viéndose muy cansado.

—Fue hace mucho tiempo. Como dije: la Llave de Plata ha estado en posesión de mi familia desde hace siglos. Cuando era niño solía ir a menudo a las Tierras del Sueño, hasta que perdí la llave. Años después, una oportuna visita espectral de mi abuelo me permitió recuperarla.

»Aunque, algunos años antes de perderla, soñé tres veces con una maravillosa ciudad en la cual el sol se ponía iluminando un paisaje de casitas de mármol y balaustradas esculpidas con la belleza insuperable de los sueños etéreos. La ciudad me fascinaba más y más, cada vez que la contemplaba desde aquel balcón en la cima de una de las altas torres, desde las cuales se podía ver un paisaje de luz y belleza sin igual. Oré fervientemente a los amables dioses del sueño pidiendo encontrar tan fantástico lugar. Pero los dioses no se conmovieron, al contrario, me vedaron la magia de ver de nuevo aquella increíble ciudad del sol poniente.

»Finalmente, con un espíritu aventurero impropio de mí en aquellos años, decidí ir en busca de la Ignorada Kadath, en el centro de la Inmensidad Fría, para solicitar en persona el acceso a la ciudad del Sol poniente. Así, tras escapar una y otra vez de los peligros del viaje, llegué al inmenso castillo de Kadath. Solo que los dioses del sueño no estaban allí, y quien me esperaba era Nyarlathotep.

»El dios me habló sobre las maravillas de la ciudad del Sol Poniente, y como los grandes dioses abandonaron sus responsabilidades para vivir allí con mezquina codicia. Únicamente yo, siendo el forjador de tal maravilla a través de las fantasías de mis sueños, podía ir allá y expulsar a los dioses de regreso a Kadath.

»Era un engaño, pues Nyarlathotep no deseaba otra cosa más que enviarme al destino final de aquel pavoroso lugar en donde mora Azathoth, el Estúpido Sultán de los Demonios, cuyo verdadero nombre no ha sido pronunciado jamás. Escapé, apenas, gracias a la oportuna ayuda de Nodens.

Kenny dio un respingo al escuchar lo anterior.

—¿Encontró la ciudad? —preguntó Karen, en una mezcla de timidez y añoranza de un niño que escucha un maravilloso cuento de hadas.

El profesor sonrió, y asintió levemente con la cabeza:

—Ciertamente, pues la magnífica ciudad del Sol Poniente no era otra cosa que los recuerdos de mi amada Nueva Inglaterra, construida como una mezcla de sus antiguas y hermosas ciudades coloniales. Allí, Boston, Salem, Kingsport, Providence, e incluso Arkham, se mezclaban en un valle bañado por aguas cristalinas y los rayos dorados del sol al atardecer.

Se hizo un silencio momentáneo. Henrietta pidió permiso para fumar y Carter se lo concedió. Su tío, a su lado, miraba al hombre mayor con una mezcla de admiración y temor.

—La llave —prosiguió Carter, retomando el tema anterior a su relato— no solo permite acceder a las Tierras del Sueño, sino a muchas realidades más. E incluso, a la Última Puerta, tras la cual aguarda Yog-Sothoth. Usaremos mi pacto con Yog-Sothoth como una ventaja. Joven McCormick, el viaje a Kadath es complicado y potencialmente mortal. Pero, con el poder de Yog-Sothoth, creo que podría ser posible llevarlo directamente a él.

—Supongo que el Necronomicón será necesario para esto —intervino el profesor Biggle—. Si utilizamos la llave para acceder a las Tierras del Sueño, pero a la vez pretendemos recurrir a Yog-Sothoth, habrá que buscar una forma de invocarlo para pedir su favor.

Pasaron la siguiente media hora discutiendo sobre cómo lo harían. Carter ofreció la vieja mansión familiar en las afueras de Arkham para este trabajo. A su vez, traería una copia del Necronomicón de la biblioteca de la universidad.

Henrietta se ofreció a leer el conjuro.

—Henrietta —dijo el profesor Edmund con tono grave ante esto—. No puedo permitirte hacer eso… es demasiado peligroso.

—Dejarás que McCormick, quien apenas si tiene experiencia en estas cosas, vaya a las Tierras del Sueño, ¿y te asusta que lea un simple conjuro en El Necronomicón?

—Pero eso es…

—No es la primera vez que lo hago —dijo la chica gótica, mientras sacudía la ceniza de su cigarrillo—. Estuve infiltrada en el culto a Cthulhu lo suficiente para aprender algunos trucos.

—No podemos interferir si es su decisión —acotó Carter—. Me resulta fácil reconocer a quien ha decidido seguir la senda del Hechicero y no la del erudito.

Resignado, el profesor Biggle permitió que Henrietta lo hiciera.

Volvieron al hotel para descansar, mientras el profesor se dirigía a la vieja mansión familiar para preparar el ritual que se haría si todo salía bien, la noche siguiente.

Esa noche, Karen no soñó con Cthulhu o las visiones de la muerte de su hermano causadas por Nyarlathotep. En cambio, soñó con la máscara ensangrentada de un animal: un pequeño y gracioso antifaz de mapache.