¡Hola! ¿Cómo están? Regreso por estos lares luego de varios meses. Contaba con poder actualizar antes, mucho antes. Les seré franca, me he sentido muy ocupada recientemente. El por qué lo comento por acá es porque, tal vez, solo quiera desahogarlo. En uno de los concursos de escritura que participé recientemente a nivel regional gané y conseguí pasar a los nacionales… ¡los nacionales! ¿Pueden creerlo? Wow. Simplemente…wow. Me he estado preparando mucho para esto, pero son mis primeros nacionales y es algo inevitable sentir que le esté echando mucha cabeza al respecto.

A raíz de esto, me entró un ligero bloqueo de escritura por esos días. De esas cosas que empiezas a cuestionarte si lo que haces va a ser del gusto de todos. Si realmente vas por buen camino o tienes que dar más. Empecé a cuestionarme todo. Es interesante cómo la autoexigencia puede motivarte a buscar tu mejor versión, pero puede ser la tirana más grande también. En fin. Eso es parte del proceso. Ahora me detengo a pensar que, sea lo que sea que esté escribiendo, daré lo mejor de mí. Y eso es realmente lo que debe contar. Saber que cada uno de mis trabajos sale de lo más profundo de mi esfuerzo y mi amor.

Fiore no es la excepción. A decir verdad, el capítulo habría podido estar listo hace meses, lo lamento. Pero en un arranque de querer hacerlo mejor, lo borré y lo volví a escribir. Si publico algo, me gusta sentirme conforme con lo que está en el papel. Esto que verán aquí es el resultado de ello. Desde el fondo de mi ser, deseo que puedan sentirse conectados con cada una de sus palabras, y logre cumplir con la expectativa de quiénes esperaron tanto. De verdad.

Nuevamente, quiero darles las gracias por seguir esta historia. Y gracias por la paciencia. Aunque a veces tarde, no me olvido de ustedes. Gracias por ser, por estar, y por seguir. No ahondaré tanto en saludos personales esta vez, porque ya siento que me he extendido bastante con la introducción. Pero a ustedes: Moonflavouredtea, isabelgrangerweasley, FairyMe, MissDuckinator, Annie0102, MissCerezo, CCdamita,ValSmile… gracias, gracias, gracias, infinitas gracias. Las llevo en el corazón. Durante esos días de bloqueo, leer sus reviews nuevamente me ayudaron a levantar la moral y a recordarme a mí misma el por qué amo hacer esto. Nunca sabemos cuando una palabra de aliento puede ser un aliciente para otra persona. Gracias por esto. Este capítulo se los dedico desde el corazón.

Los nacionales son el próximo mes. Ufff. Deséenme buena suerte con eso, por favor. xD

¡Un abrazo enorme! Y buena lectura.

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Capítulo 24: Inicios. Lo que fue de mí I

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Syaoran sabía que tenía que hablar con su madre.

No podía dejar de pensar en eso mientras terminaba de redactar un artículo de opinión sobre una película basada en un libro. Hacer eso era agradable. Trabajar lo mantenía concentrado y el café, despierto.

Ese día había tomado la iniciativa de trabajar en un café internet porque en su casa se sentía sólo. Cuando se sentía sólo, extrañaba a Sakura. O eso se decía a sí mismo incluso si la extrañaba estando en ese café. Pensaba de manera recurrente que ese sitio le encantaría, y deseaba traerla ahí cuando volviera a la ciudad.

Era un lugar grande con suelo de madera y varias mesas repartidas en fila al frente de un jardín. Tenía esculturas tradicionales japonesas, acompañadas de árboles deshojados por el otoño. Dentro del café había un espacio de lectura con unos puff en el suelo para que los clientes se echaran a leer cuando lo deseaban. No solía estar lleno porque las personas de Japón no acostumbraban a ver con normalidad las zonas de descanso. Algunos las consideraban demasiado "occidentales" para su gusto, especialmente si en el lugar ponían música indi de fondo.

Pero Sakura no era una mujer convencional. Probablemente amaría ese sitio y pensar en ello hizo que Syaoran sonriera de manera distraída.

No obstante, recordar a la joven Kinomoto lo llevaba a pensar nuevamente en su encrucijada inicial: debía hablar con su madre.

Se lo había prometido a Sakura, a Eriol y también a sí mismo.

Aun así había dejado transcurrir tres semanas desde que arregló las cosas con Sakura, sin animarse a levantar el teléfono para conseguir una cita con Ieran. En primer lugar, ¿por qué tenía que "conseguir una cita" con ella? ¡Era su madre!

Sin embargo, llevaban tanto tiempo sin hablarse que no estaba seguro de cómo iniciar una conversación de manera natural. La vez anterior en la que ella fue a verlo a su apartamento, las cosas no salieron tan bien.

Syaoran dejó de escribir en su computador y levantó la vista del teclado. Tenía el ceño fruncido de manera desenfadada, y releyó el artículo que estaba redactando una tercera vez antes de mandárselo a Midori.

El frío empezaba a sentirse con mayor intensidad. Syaoran consideró el ingresar al interior del café para disfrutar de la calefacción pero, cómo ya había terminado con su trabajo, no le vio utilidad a permanecer ahí por más tiempo. Se preguntó cómo la estaba pasando Sakura ahora que estaba en casa de sus propios padres, y el sólo imaginar a los Kinomoto le llevó a recordar a Ieran nuevamente.

"Mierda."

No podía darle más larga al asunto.

No tenía especiales ganas de acortarlo, tampoco.

Soltó un suspiro prolongado y una bocanada de vaho salió de su boca mientras se recostaba más en el respaldo de la silla. Sus ojos dorados se enfocaron en un punto inexistente en el horizonte, preguntándose si su yo del pasado estaría de acuerdo con esa decisión. Más importante aún, se preguntó si su yo del futuro lo estaría.

Syaoran tenía claro que ese yo del futuro quería vivir con Sakura y quererla de manera sana. Pensar en ello fue un incentivo suficiente.

Se enderezó en el asiento y sacó el teléfono. Buscó en los mensajes de Eriol el número que su madre tenía en Japón y, sin darle tiempo al arrepentimiento, marcó.

Pasaron unos pocos segundos antes de que alguien contestara al otro lado de la línea, pero Syaoran los sintió más largos.

Una voz masculina y acartonada respondió con un tono parco y aburrido.

-Oficina de Ieran Li, ¿qué se le ofrece?

Syaoran apretó la mandíbula, reconociendo la voz.

-¿Mao? - preguntó de manera dudosa. Hubo un silencio en la línea. Syaoran se aclaró la garganta- Soy Syaoran. Syaoran Li. Me gustaría ver a mi madre.

Hubo un nuevo silencio en la línea, más prolongado que el anterior. El joven Li temió que la llamada se hubiera cortado, hasta que escuchó al asistente de su madre toser y responderle con un tono de voz bastante indescifrable.

-Claro, maestro Syaoran. Qué gusto saber de usted. Deme un momento - y silenció la llamada.

Syaoran aguardó.

No dudaba que Mao hablaba en serio cuando decía que era un gusto saber de él. Había sido el asistente personal de Ieran desde que tenía memoria y velaba por la seguridad suya y de Hien de una manera intensa y quisquillosa, casi tanto como el mayordomo Wei. Podía recordar con cierto dejo de nostalgia la expresión contenida y conmocionada en su delgado rostro. A él también le daba gusto volver a saber de Mao.

Al cabo de dos minutos, Mao volvió a retomar la llamada y se apresuró a contestar con un tono fuerte y enérgico.

-La señora Li abrió espacio en su agenda para hoy a las tres de la tarde.

-¿Hoy?- Syaoran miró alarmadamente su reloj de muñeca, notando que ya eran las 2:15. Maldijo entre dientes, apresurándose a guardar todas las cosas con prontitud- Diantres, ¿desde cuando saca citas tan rápido?

-La señora Li sabe elegir sus prioridades, maestro Syaoran.

El joven castaño no supo qué responder. Prefirió no insistir. Le agradeció a Mao, colgó la llamada y se apresuró a pagarle al mesero por su café. Afortunadamente el tráfico era suave a esa hora así que no le tomó mucho tiempo llegar en su auto al hotel Tanaka, donde sabía que Ieran se estaba hospedando.

Probablemente sería extraño para cualquier persona el tener que pedir una cita para ver a su propia madre. Pero esa era Ieran Li: demandante. Implacable. Autoritoria.

Él sabía mejor que nadie cómo era la dinámica con ella.

Consideró que contó con buena suerte al haber conseguido que le sacara tiempo ese mismo día. Eso sólo reflejó que, en el fondo, tal vez Ieran si quería verlo de verdad.

A las dos y cincuenta y cinco Syaoran se encontraba en la recepción del hotel Tanaka, esperando que le dieran permiso de ingresar a la habitación en la que estaba trabajando su madre. Intentaba reprimir el tamborileo inquieto de los dedos sobre sus piernas. Su madre tenía la facilidad de alterarle los nervios. Empezaba a arrepentirse de haber ido hasta allá.

Cuando escuchó a un botones llamarlo, Syaoran entendió que ya no había marcha atrás. Tomó aire profundamente, acomodó su ropa, y emprendió marcha a la suite presidencial, que aparentaba ser tan ostentosa como el resto del hotel.

Syaoran se sorprendió a sí mismo preguntándose si Ieran le diría algo acerca de su vestimenta. Siempre se le exigió estar bien presentado, y ese era uno de los motivos por el cual el joven castaño buscaba permanentemente vestirse con elegancia. Ese día llevaba un pantalón negro y una camisa de botones blanca, oculta bajo un abrigo negro. El cabello lo llevaba desordenado por el viento. Probablemente recibiría una reprimenda por eso último.

Al llegar a la suite, la puerta se abrió antes de que el escritor tuviera oportunidad de golpearla con sus nudillos. Y recibió la imagen de Mao, que lucía tal cómo lo recordaba: bajo, de agudos ojos oscuros enmarcados por lentes de carey. Y un rostro pálido, muy delgado, que apenas reflejaba el trazo de las arrugas sutiles. Mao no tenía mucho cabello, lo que hacía que su frente se viera prominente. Y olía a una mezcla de viejo y colonia. Syaoran recordó que no le gustaba que oliera a viejo y colonia.

Aún así, en el momento en el que ambos cruzaron miradas, fue inevitable que una sonrisa discreta se dibujara en el rostro ambos. En verdad fue un gusto verlo.

Mao hizo una venia educada, mientras le permitía el ingreso.

-Maestro Syaoran, bienvenido.

-Gracias, Mao.

No intercambiaron más palabras en ese momento. La relación de la familia Li con las otras personas acostumbraba a ser hermética. Hien fue la oveja conversadora de la familia. Por eso muchos lo querían: era el que hablaba por todos.

Syaoran avanzó, siendo consciente del eco de sus propios pasos sobre el suelo de porcelanato de la suite. Paseó la vista distraídamente por la sala de estar. Era amplia, con muebles forrados en terciopelo rojo y cojines de bordado exquisito en hilos de oro. Al fondo de la habitación había un escritorio antiguo de madera y, detrás de éste, se encontraba Ieran Li. Elegante, con el cabello oscuro sujetado en un moño alto y vistiendo dignamente un cheongsam de tela plateada. Su dura mirada negra estaba puesta en él, sin perderse ni uno de sus movimientos.

Syaoran se sintió tenso e incómodo. Después de todo, en su infancia sólo conseguía ese tipo de atención de sus padres cuando estos buscaban reprenderlo por algo.

Un silencio se instaló en la habitación, mientras se sostuvieron la mirada el uno al otro como dos felinos apuntando a la misma presa. Syaoran empezó a sentirse nuevamente a la defensiva, hasta que vio a su madre señalar tranquilamente el asiento que estaba enfrente del escritorio. El joven se sentó.

-¿Té o baijiu?- Ieran fue la primera en romper el hielo.

-Té.

-Mao.

-Sí, señora, enseguida lo traigo. - se apresuró a contestar el aludido mientras hacía una venia rígida y daba media vuelta saliendo de la habitación, dejándolos solos.

Un silencio mayor retumbó entre Syaoran y su madre. Tan denso que Syaoran sentía que podía tocarlo, si decidía estirar el brazo en ese momento.

Ieran entrelazó las manos enfrente de su rostro y le dedicó a su hijo un vistazo inmutable. Syaoran se preguntó si ella planeaba algo, pero era difícil saberlo. Tenía que romper el silencio de alguna manera.

-Pensé que no te gustaba el baijiu- atinó a decir el castaño con voz ronca. Los hombros rígidos sostenían su postura.

-Pensé que a ti no te gustaba el té. - dijo Ieran a modo de contestación.

-Bueno, la gente cambia.

-Es verdad. La gente cambia.

Nuevamente se sintió el silencio. Uno tan ensordecedor que Syaoran empezó a sentirse nervioso e irritado. Tamborileaba los dedos sobre su pierna derecha.

Ieran cambió de posición apoyándose contra el respaldo de su silla, poniendo los brazos a cada lado de ella. Sus ojos oscuros permanecían fijos en su hijo mayor.

-Bueno, te escucho.

Incluso hablando, había algo en su expresión que la hacía lucir como una estatua más que como una madre. Había sido siempre así desde que el joven escritor tenía memoria. Ninguno de sus músculos se movía. De no ser por su respiración, Syaoran se habría preguntado nuevamente si de verdad estaban uno en frente del otro en ese momento.

-Me escuchas- Syaoran repitió- ¿Desde cuándo permites que otros hablen antes de ti en tu propia oficina?

- Fuiste tú el que me llamó, Syaoran. Así que asumo que tienes algo por decir. Entonces sí, te escucho.

-Y ya. Me dejarás hablar, así nada más.

-No entiendo qué problema hay con ello.

-¿De verdad esperas que crea que eres así de benévola ahora, madre?

Ieran no respondió.

Syaoran hubiera preferido que respondiera, porque si ella no parecía estar a la defensiva con él, entonces mostrarse enojado sólo lo hacía quedar como un idiota. Él quería que se enojara. Quería que le peleara. Quería que le respondiera de una manera terrible para darle los elementos necesarios que le permitieran responder con todo el enojo que tenía contenido desde hace años. Pero verla así sólo conseguía evaporar esa sensación.

De hecho, el que no le permitiera enojarse le hacía enojarse aún más, pero desde un sentido diferente. Más frustrado. Contenido. Mierda, cómo odiaba estar ahí.

Syaoran se aclaró la garganta y comenzó a hablar. Y hablar. Y hablar. Se permitió hablar como si su vida dependiera de eso. Tal vez en cierta medida así era. El Syaoran que quería ser necesitaba dejar morir a ese Syaoran lleno de rabia y tristeza, cuya existencia sólo le estaba generando peso. Necesitaba dejar ir al niño que buscaba siempre cumplir con las expectativas de sus padres, y que se sintió un estorbo para estos en más de una ocasión. Necesitaba darle voz al adolescente lleno de ira que deseaba convertirse en su propio ser, y en todas las ocasiones se le dijo que eso estaba mal. Necesitaba dejar hablar al adulto, que ardía en dolor y frustración porque ni él, ni el niño, ni el adolescente pudieron despedir bien a su hermano menor. Porque en el fondo los culpaba a ella y a su padre por la muerte de Hien. Y los culpaba a ellos por contribuir a que los dos se separaran, en primer lugar.

Se dio cuenta en la medida que hablaba, que esa ira era más grande de lo que dimensionaba. Que era agobiante mirarla de frente y sentirla a flor de piel. Le ardían los ojos. Le ardía la piel. Le ardía el estómago.

Ella debía saberlo. Tenía que saberlo. Él estaba en lo cierto. Sentía haber estado en lo cierto desde el inicio. Porque su más profunda ira de ese modo lo dictaminaba. Una ira que brotaba a borbotones en su piel. La misma que pululó antaño del alma de Aquiles el Pélida momentos antes de desafiar al príncipe troyano Héctor, tras el asesinato de Patroclo. La ira que llevó a Meursault en "El extranjero" a explotar en una catársis de emociones luego entender que vivía una realidad absurda y debía liberar su ser de algún modo. Las palabras de Meursault parecían repetirse incansablemente en la mente de Syaoran, mientras le hablaba a su madre. "Yo había tenido razón, tenía todavía razón, tenía siempre razón."

Syaoran había iniciado la conversación de una manera tensa y contenida, pero en la medida que hablaba se sintió más agitado. Alterado. Levantando la voz.

Tantos años de malestar y ahora tenía la oportunidad de decirle a su madre todas y cada una de las cosas que hubiera querido decirle desde el principio. Y no había dimensionado cuánto había necesitado ese espacio. Necesitaba decirle a esa mujer en la cara que se sintió lastimado por ella, vulnerado e incomprendido. Y era doloroso, muy doloroso. Porque nunca nada parecía ser suficiente para ella. Porque él nunca fue suficiente para ella. Porque, sin importar lo que sacrificara por ellos, nunca nada parecía estar bien. El que le dieran la espalda cuando él decidió seguir con su propio camino sólo corroboró que al final no era más que un hombre roto y disfuncional en la vida de una familia perfecta. Él era una mancha que dañaba toda esa pulcritud. Él. Él lo arruinaba todo en su familia y lo sabía. Desde el principio lo supo. Pero Hien no tenía la culpa de eso. Hien era bueno, era amable, era gentil. Hien era alguien que merecía amor y compañía y sus padres se lo negaron. Syaoran quiso estar ahí para su hermano y sus padres lo alejaron. Porque Syaoran estaba roto. Porque era imperfecto. Porque era diferente. Porque no daría nunca la talla con sus expectativas, ni podría ser ese hijo ejemplar que tanto se esforzó por ser. Que tanto quería ser, para ellos. Que tanto él mismo esperaba ser. Porque los amaba.

Sí.

Los amaba.

Porque en la medida que la ira extinguió sus llamaradas, quedó a la vista lo que realmente la generó. Aquello que causó el verdadero malestar todos esos años: un corazón roto. Sus padres fueron el primer amor no correspondido en la vida de él como niño. O de ese modo lo sintió. Y dolía. Claro que dolía.

Los amaba tanto que su rechazo dolía. Los amaba tanto que detestaba que lo hubieran puesto a elegir entre ser fiel a sí mismo y ser fiel a ellos, porque esa no fue una discusión que él hubiera querido tener en primer lugar. ¿Qué de malo había en poder ser él mismo y sentirse amado de todas maneras? Quedarse con el paquete completo. Él merecía el paquete completo. Sin mendigar amor. Nunca mendigando amor.

Los amaba tanto que lo único que Syaoran hubiera querido era que sus padres se sintieran genuinamente orgullosos de él.

No se dio cuenta cuánto tiempo pasó desde que empezó a hablar, ni qué tanto había elevado la voz. Pero cuando llegó a ese punto de la conversación, Syaoran le sorprendió descubrirse a sí mismo llorando. Sentía el rostro húmedo y el pecho más ligero, como si hubiera soltado una bocanada de ideas que tenía atrapada en la garganta por años. Sus orbes dorados yacían abiertos, mirando a su madre con un perplejo mutismo luego de soltar todo lo que soltó.

No supo en qué momento había iniciado, pero las lágrimas no parecían querer detenerse.

Ieran no lo interrumpió en ningún momento. Lo dejó expresar cada una de sus ideas, sin mostrar el interés o el ego de querer defenderse de vuelta. Recibió todas y cada una de las frases de su hijo, de manera directa y contundente. Y cuando Syaoran terminó de hablar, le dio el espacio para que recuperara la respiración. Todo eso era demasiado improcedente de ella, pero en ese punto a Syaoran ya no le importaba. Sentía las emociones demasiado a flor de piel como para que realmente le importara.

Ieran se incorporó de su escritorio, y se dirigió en silencio hacia una maleta negra de mediano tamaño que tenía en la esquina de la habitación. Syaoran la vio moverse en silencio, intentando acompasar las emociones en su interior. Le resultaba difícil.

-¿Qué haces? ¿No dirás nada?- preguntó Syaoran, con voz raposa y demandante. Le dolía la garganta. Pero Ieran no contestó- Madre.

Ieran sacó un libro viejo de la maleta y se devolvió al escritorio. Era negro, con portada de cuero y grabado en letras doradas. Lo puso pesadamente en frente de Syaoran y lo abrió. Era un álbum de fotos en blanco y negro.

El joven castaño frunció el ceño nuevamente. Pero cuando abrió la boca para preguntar de qué se trataba todo, Ieran lo interrumpió.

-¿Ves este gran señor de aquí? Es tu abuelo Qiang. Mi padre. Y los doce muchachos que ves a su alrededor, somos todos sus hijos. Yo era la única mujer. - la voz de Ieran era tranquila y paciente, cómo pocas veces Syaoran recordaba haberla escuchado. Se notaba dura, pero extrañamente vulnerable. No hubo atisbo de enfado en su voz.

Era la primera vez que su madre hablaba del resto de su familia. Syaoran se dio cuenta que no sabía nada de ellos.

Ieran le habló al respecto. Le contó del abuelo Qiang; un hombre duro y curtido que participó en la guerra en su juventud. Y le habló de sus hermanos, todos hombres, que constantemente competían entre ellos para ganarse la atención y el reconocimiento de su padre. Ella, modestia aparte, era la más competente de todos ellos. Era inteligente, sagaz, elegante, estudiosa. Era la que le daba a su padre los mejores consejos financieros para poder administrar su riqueza, y la más capacitada para asumir el lugar de líder de la familia.

Pero era mujer.

Y, por ser mujer, su mejor alternativa de la época era ser desposada por el heredero de una buena familia que pudiera tomar las riendas de su vida. Y así sucedió.

Hubo un tono de amargura y resentimiento implícito en la voz de ella, en la medida que contaba esa historia. Incluso en su terso rostro se formaron unas sutiles arrugas de tensión luego de fruncir el ceño. Ieran no parecía guardarle aprecio a su padre o a sus hermanos.

Ella se casó con el heredero de los Li por conveniencia, no por amor. Mientras veía a distancia a sus hermanos despilfarrar los bienes de su padre en vicios y malos negocios, sin poder hacer nada al respecto. Era una mujer, después de todo. La única hija sin voz en un grupo de doce hermanos.

Hubo una pausa en la que ambos miraron las fotos, en silencio. Y al cabo de un momento, ella cerró el álbum con calma mientras volvía a depositar toda la atención en su hijo.

-No vivo esta vida por gusto, como podrás ver. No la elegí. Nunca fue mi elección nada de lo que me rodea- añadió con voz inalterable- No me mal entiendas, Syaoran. Quiero mucho a tu padre. Aprendimos a ser buenos amigos con el tiempo. Pero no puedo decir lo mismo del resto de la familia Li.

En ese momento llegó Mao con las bebidas. Syaoran lo agradeció en silencio, pues le permitió un momento para digerir toda la información en medio de ese mar de emociones que acababa de soltar. El joven castaño recordaba a su madre como una mujer enorme, brillante, imperturbable, pero también implacable. Le costaba imaginarla reducida y mancillada ante la mirada negligente de un padre severo y de unos hermanos ineptos. Mao se acercó torpe y nerviosamente, acomodando las bebidas sobre el escritorio, para luego retirarse haciendo apresuradas venias. Ieran tomó su baijiu y dio un sorbo tranquilo.

-¿Quieres galletas, o algo?

-No, gracias.

-¿Algún pastel?

-Madre, sigue con la historia, por favor. No tengo realmente hambre en este momento.

El reflejo de una sonrisa se asomó en la comisura de los labios de ella.

-¿Sabes? Eres la viva imagen de tu padre joven.

-No digas eso.

-Eso es algo que probablemente él también habría respondido, en relación a su propio padre.

Las lágrimas se habían secado en el rostro del joven escritor. Se sentía cansado. Muy cansado. Y escuchaba lo que le decía su madre con desconcierto, intentando procesar las palabras con atención. Su furia se había ido. Ahora sólo estaba sentado el Syaoran que escuchaba la versión de la historia de su madre.

No había dimensionado hasta qué punto necesitaba escuchar esa versión.

Ieran suspiró nuevamente. Ella misma se le veía agotada.

-Yo no soy una Li. Nunca lo fui. Y ganarme un lugar entre ellos fue duro, además de desesperadamente necesario. Eran toda la familia que me quedaba, y no podía darme el lujo de perderlos.

-¿De qué estás hablando? Eres más pertinente que veinte Li juntos. No tenías nada que demostrarles- soltó Syaoran en un murmullo espontáneo, antes de darse cuenta de lo que acababa de hacer. Se sintió avergonzado y molesto consigo mismo.

Ieran también pareció sorprenderse del repentino cumplido de su hijo. Se notó en el sutil brillo de su mirada oscura.

-Vaya. Gracias por pensar eso.

-No lo dije para hacerte sentir mejor.

-Lo sé.

-En fin. ¿Eso era lo que tenías por decirme?

-No, no he terminado. Te decía que tu padre y yo logramos entendernos bien. Él también sufría con las expectativas de su familia. Como sabrás, él es el segundo hijo de tus abuelos, no el primero. La parte que no sabías era que su hermano mayor, Ming Li, terminó en malos pasos y lo sacaron de la herencia. Es por eso que tu padre terminó tomando su lugar.

-¿Qué sucedió con Ming Li?

Ieran sopló por la nariz mientras apretaba ligeramente los labios en respuesta.

-Esa es una historia que te contaré en otro momento, Syaoran.

-Está bien.

Se instaló un silencio entre los dos, pero en esa ocasión no fue incómodo. No tanto. Syaoran era un escritor. Recolectaba y entendía las historias. Y en ese segundo, deseaba escuchar la de su madre. Por primera vez la veía humana. Con las virtudes y errores que pueden marcar la piel de cualquier mortal.

Ieran pareció notar que Syaoran estaba inusualmente atento a ella. Aún con los vestigios de esa furia fría rodeándolo.

-¿Qué pasa?- le preguntó la mujer.

-Tu vida con los Li suena bastante miserable.

-No, no todo lo fue. También me dio cosas muy buenas.

-¿Cómo qué?

-¿No te lo puedes imaginar?

-Si lo hiciera, no te lo estaría preguntando.

La respuesta sonó más ruda de lo que hubiera esperado, pero Syaoran no se retractó. El rostro de Ieran pareció tensionarse un momento. Soltó un suspiro, mientras intentaba adoptar una expresión más relajada.

-Como tu hermano y tú, por ejemplo.

Syaoran guardó silencio.

-¿Qué?

-¿Es tan terrible imaginarnos a tu padre o a mí queriendo a nuestros hijos, Syaoran? ¿Así de terribles fuimos con ustedes dos?- preguntó Ieran con renovada calma, entrelazando nuevamente las manos al frente de su rostro. En esa ocasión, sus ojos oscuros adoptaron una mirada más renuente- Claro que los queríamos. Los queremos. Por eso hicimos lo que hicimos.

-Creo que no te estoy entendiendo.

-Nosotros no queríamos que ustedes dos repitieran nuestra historia. Por eso les exigimos tanto. Por eso les hacíamos seguir las reglas tan al pie de la letra, para que todos a nuestro alrededor vieran en ustedes herederos dignos de confianza. Porque de esa manera sentíamos que les asegurábamos un futuro estable, cumpliendo con las expectativas que la familia entera tenía sobre nosotros desde el momento en el que me casé con tu padre. Hacíamos lo que era correcto en ese momento. No es tan difícil de entender.

Syaoran soltó una exhalación incrédula.

-¿Ahora sí bromeas, verdad?

-Todo esto lo hicimos por el bien de los dos.

-¿Y qué esperas que te dé? ¿Las gracias? Mira con tus propios ojos cómo todo esto terminó, madre.

Syaoran iba a agregar algo más, pero guardó silencio al ver como Ieran cubrió su rostro con las manos. Se instaló un repentino silencio. La respiración de Ieran se tornó progresivamente lenta y pausada. El castaño reconoció que era el tipo de respiración que se buscaba mantener cuando querías evitar romperte.

Ieran Li no se rompía. Nunca. Syaoran se sintió desarmado.

Pasaron unos largos minutos en silencio. Syaoran no se atrevió a hablar. Tomó la taza de té y bebió un poco en lo que Ieran regulaba nuevamente su respiración y decidía por cuenta propia que quería reanudar la conversación. Mientras eso sucedía, Syaoran la detalló nuevamente tal cómo lo hizo el día que ella fue a su departamento. Le notó las manos menos tersas, y unos pliegues en la comisura de los ojos.

Ieran tomó aire y volvió a mirar a su hijo. Aunque no lloró, en sus ojos se veía el reflejo de una expresión quebrantada. Syaoran no supo qué decir. Se sentía demasiado aturdido.

-¿Qué pasa, Syaoran? ¿Te sorprende descubrir que tu madre es una persona?

Syaoran no respondió.

Ieran tomó una profunda bocanada de aire y buscó con la mano derecha la bebida para llevarla a sus labios. La degustó. Seguidamente la puso con elegancia sobre el escritorio.

-A veces nos terminamos haciendo un seppuku sin querer. Tal cómo Shinosuke. Creemos estar haciendo lo correcto, pero entonces evaluamos nuestras vidas en retrospectiva y nos preguntamos "¿realmente qué he hecho para que las cosas estén mejor?".

Syaoran se sintió conmocionado al reconocer la referencia en los labios de su madre. Pareció recordar que tenía entrañas en la medida que estas reanudaron un movimiento frenético. El nombre de Shinosuke lo sentía tan propio como el de cada uno de los personajes que le dio vida en sus libros.

-¿Tú…? ¿Cómo es que…?

-¿Cómo es que qué?- inquirió la mujer con un tono pétreo . Al ver que su hijo realmente parecía perdido, volvió a dirigirse en dirección al maletín del que sacó el álbum de fotos. En esa ocasión lo tomó entero y lo puso en frente de Syaoran para que él mismo lo abriera. Syaoran dudó. Con dedos temblorosos se dispuso a levantar la tapa, encontrándose con otros objetos que pudo reconocer en el acto: dos de los libros escritos por él, dos diarios que recordaba de Hien y una foto enmarcada del padre de ambos, junto a Hien y Syaoran más pequeños. No había nada más. Si se sumaba el álbum de fotos, parecía que esa maleta estaba destinada a guardar únicamente tesoros familiares de Ieran- A dónde sea que vaya, llevo esto conmigo. Me recuerda siempre de dónde vengo y por lo que lucho.

-¿Por qué… por qué estos dos libros?

-Porque son mis dos libros favoritos de los que tú escribiste, por supuesto- repuso Ieran con notoria obviedad. Frunció el ceño en un gesto desenfadado- Te hacía más inteligente que eso, Syaoran. Esa fue una pregunta muy estúpida.

- Leíste mis libros.

-Todos- hizo una pausa- los que han sido publicados, por supuesto- agregó.

Syaoran guardó un silencio helado. Le dolía articular los dedos. Estiró la mano, tomando los libros. Pasta dura, edición original.

-Todos- repitió el joven castaño.

-Todos- reafirmó su madre.

-Tú odiabas que escribiera.

-No digas tonterías, Syaoran. Nunca odié que escribieras. ¿Acaso olvidas quiénes dispusieron de una biblioteca enorme en la casa, sólo para tí?

-Pero…

-No queríamos que te dedicaras a eso- rectificó la mayor, antes de adoptar una expresión cansina- La vida de un escritor, ¿me entiendes? Es una vida de dos polos opuestos. O te sostienes mediocremente con obras que pocos leen, o eres un rotundo éxito reconocido por todos. No hay punto intermedio. O triunfas o no lo haces. No es un camino lleno de certeza. Quería ofrecerte mayor estabilidad. Siempre has sido muy capaz y no quería que repitieras la historia de Ming Li.

-Ustedes mismo se encargaron de darme la espalda en todo- dijo Syaoran entre dientes, con un desconfiado tono acusador.

Ieran terció una mueca, llevando la mano a su sien.

-Pensábamos que una vez te enfrentaras al mundo real, tomarías la decisión de volver. Pero… - Ieran meditó un momento sus palabras con la mirada perdida en un punto indefinido de su escritorio. Sonrió con amargo cansancio- Tienes más terquedad que yo. Te lo admiro. No te conformaste con lo que te fue impuesto, sino que luchaste por tus sueños y los sacaste adelante. Nos cerraste la boca a todos- Ieran levantó la mirada para ver a los ojos a su propio hijo. A quién recordaba como a un niño mirándola desde el otro extremo del pasillo de su casa. Ahora era un hombre. Se notaba por la línea de su mandíbula, el ancho de sus hombros. ¿En qué momento había crecido tanto?- Syaoran, sé que tal vez es un poco tarde para esto. Pero quiero pedirte perdón. Perdón por no haber estado ahí para tí cuando lo necesitaste, y por no haberte llamado para contar lo de Hien. No tuve la fuerza, ni el coraje- apretó sus labios en una fina línea- Era mi hijo. Tú mismo lo dijiste, yo me encargué de llevarlos a los extremos que los llevé. Todo por las apariencias- bajó la mano de su sien, posándola sobre el escritorio. Se veía dejaba, abandonada. Sola- Sé que las apariencias jamás eliminarán por completo los espero que me perdondes alguna vez, Syaoran. Pero con que lo sepas ahora, está bien para mi.

Syaoran no supo qué responder ante esa vertiente de palabras que le cayó encima. En la medida que escuchaba a su madre hablar, se sentía nadando contra corriente por un mar de emociones turbulentas y caóticas. Luchando contra las olas de manera intempestiva una, y otra, y otra vez. Hasta que por fin su mano rompió la superficie, y pudo sacar su cabeza del agua tomando una fuerte bocanada de aire. Era puro. Limpio. Era un aire completamente diferente, en un mundo que se sentía diferente. Syaoran no sabía lo mucho que necesitaba esas palabras, hasta que la escuchó pronunciarlas.

Y en frente de él sólo quedó su madre. Lo que realmente era: una mujer. Una con sus virtudes y defectos, pero que trató de estar ahí para él a su modo. Desde sus propias heridas. Desde su propia carencia de afecto familiar. Por primera vez vio a su madre como una niña, y sintió compasión por ella. Por su historia. Por su esfuerzo. Ella no supo ser una buena madre desde el comienzo, porque no tuvo una que se lo enseñara. Pero lo intentaba. Syaoran entendió en ese momento que, a su modo, realmente lo intentaba.

Vio sus propios libros guardados en esa maleta. Y los diarios de Hien. Reconoció uno de ellos en partícular, él mismo se lo había regalado antes de irse de la casa. Le sorprendió gratamente descubrir que su hermano menor lo había usado después de todo.

Una mano grande y cálida se posó sobre la de Ieran en el escritorio. Era la mano de Syaoran, reconociendo la de su madre. Sintiendo su calidez. No la miró a los ojos. Ante su breve sorpresa, Ieran tampoco dijo nada, pero recibió el agarre de su hijo en silencio.

No era un agarre aferrado. El tacto se sentía reservado, distante. Pero parecían reconocerse el uno al otro luego de mucho tiempo.

-Tú también hiciste lo mejor que pudiste…- le dijo el escritor en un murmullo ronco.

El labio inferior de Ieran tembló al escuchar las palabras de su hijo, pero no lloró. Habría sido impropio de ella hacerlo, incluso si en su mirada se notaba que las emociones desbordaban de ella en ese momento.

-Siempre has sido alguien muy noble. Increíblemente noble- murmuró Ieran de vuelta, mirando el agarre de su hijo- Me pregunto de dónde habrás sacado ese espíritu.

-Probablemente de los libros.

-Sí. Probablemente.

El comentario bastó para que ambos rieran un poco. Sólo un poco. Pero fue más que suficiente para aligerar el ambiente. Era raro. Todo se sentía raro, diferente. Syaoran se evaluaba internamente, sintiendo como una tormenta que llevaba años en su interior se estaba aplacando. No sabía qué hacer con ese nuevo descubrimiento.

Ieran parecía vivir su propio proceso interno, sin quitarle la vista de encima a su hijo.

-Gracias por venir, Syaoran.

-Ja.- Syaoran dejó salir esa única risa seca, mientras la soltaba. El agarre tan prolongado empezaba a sentirse raro y no quería dañar el momento volviéndolo incómodo- Agradécele a Sakura. Fue ella la que insistió.

-Ya veo. Tendré que decírselo a ella, entonces- concedió Ieran, mientras recobraba el semblante estoico. Pero mantenía toda la atención puesta en su hijo- Es una buena chica, ¿sabes? Me alegra mucho que hayan coincidido. Sakura fue una buena novia para Hien.

-Estoy enamorado de Sakura.

Syaoran lo dijo de manera tan abrupta que Ieran necesitó un par de segundos para procesarlo. Cuando levantó la mirada, notó la firmeza en los ojos dorados del menor. Lo decía en serio. Syaoran sintió la necesidad de decirlo de entrada, pues no se sentía capaz de tolerar que le restregara en la cara la relación de ella con Hien.

Él quería estar con Sakura, tenía absoluta certeza de ello. Por eso fue a encarar a su madre, en primer lugar. No permitiría que le arrebataran eso. Ieran abrió la boca, componiendo una perfecta "o" ante la sorpresa. Al ver que no agregó nada más, Syaoran prosiguió.

-Estoy enamorado de ella, y no pienso verla como una hermana. Espero que entiendas eso, madre.

Nuevamente se instaló un silencio entre los dos, mientras se sostenían la mirada el uno al otro. Ieran le dedicó una expresión analítica.

-Ya veo- murmuró de vuelta, marcando las palabras con lentitud- ¿y qué opina Sakura, al respecto?

Syaoran analizó de vuelta a su madre, midiéndola. Ésta no parecía molesta con el comentario. De todas maneras, el joven escritor pensó sus palabras con cautela.

-Sakura me corresponde. Eso manifestó- apretó los labios luego de hablar- Sé que salió con Hien durante mucho tiempo pero, ¿no crees que realmente a estas alturas Sakura y yo tenemos el derecho de elegir con quién queremos estar? Yo…- dudó antes de hablar. Notó la expresión insondable de Ieran clavada en él. Involuntariamente, Syaoran terminó desviando la mirada a sus propias manos. Tomó aire, buscando reordenar sus ideas- Sé y entiendo… lo que esto puede representar para todos. Y por respeto a la memoria de Hien, intenté hacer caso omiso de estos sentimientos. Ambos lo intentamos.- rectificó. La volvió a mirar más decididamente- Pero, ¿es realmente justo?... Hien ya no está. Y aunque lo amara con todas mis fuerzas por que Dios, madre, sabes bien que lo hice… también quiero a Sakura. Es una mujer brillante, increíble- el joven escritor ignoraba lo mucho que podía cambiar su semblante cuando pensaba en Sakura. Su expresión se tornaba más suave en el acto, iluminada. Ieran no lo pasó por alto- Me hace feliz. Y quiero, con todas mis fuerzas, hacerla feliz a ella.

Madre e hijo se sostuvieron la firme mirada por un breve momento. Al tener en mente la predisposición a anteriores discusiones, Syaoran empezó a sentirse a la defensiva. Pero Ieran hizo un suelto ademán con la mano antes de buscar su baijiu.

-¿Quieres ahora sí las galletas, Syaoran?

Ciertamente esa no fue la respuesta que esperó.

-¿Qué?

-Galletas, postre. ¿Te apetece algo? Tengo deseos de comer algo dulce. Voy a pedirle a Mao.

-¿Escuchaste lo que dije?

-Sí. Fuerte y claro.

-¿Y no tienes nada que decir?

-¿Por qué tendría algo que decir?- manifestó Ieran, enarcando una ceja- Sakura y tú son adultos que pueden tomar sus propias decisiones. Si realmente quieren estar juntos, háganlo.

Syaoran parpadeó, desconcertado.

-No esperé para nada que respondieras eso.

-Hay muchas cosas que no sabes de mí, Syaoran. Las asumes, sí. Pero no las sabes. ¿Entonces? ¿Sí quieres postre o no? El de limón que venden en la recepción es bueno.

-Está bien.

-Perfecto- Ieran se inclinó para marcar el teléfono, esperando que Mao le respondiera. Mientras hacía el encargo, Syaoran aún se sentía demasiado aturdido. Todo había sido demasiado extraño. Nada salió en esa discusión como lo imaginó desde el principio. Una vez Ieran terminó con Mao, Syaoran se apresuró a recuperar su atención.

-¿De veras está bien para tí?

-¿Te confieso algo? Tu padre y yo nunca pasamos por alto lo mucho que Sakura y tú se parecen. Siempre consideramos que Hien buscaba sentirte cerca a través de ella. No me sorprende que tú y Sakura terminaran descubriendo por ustedes mismos lo compatibles que son. Enhorabuena. Es una buena chica.

-Ella también desea ser escritora.

-Y ahora tú tienes experiencia en eso. Qué bueno. Serás un buen apoyo para ella.

-¿Quién eres?- preguntó el castaño con marcada perplejidad, frunciendo el ceño. Ieran empezó a revisar los papeles que reposaban sobre el escritorio, dando por terminada la parte importante de la conversación.

-Esa es una pregunta estúpida, Syaoran.

-Madre.

-¿Quieres que de verdad me oponga?

-No, pero…

-Entonces, no te quejes. Y date por bien servido.

Syaoran no sabía aún como sentirse con eso. Miró el rostro inescrutable de su madre, buscando el reflejo de algún chiste mal contado incluso si sabía que no encontraría ninguno. Ieran no era el tipo de personas que bromeaba.

-No me quejo. Sólo fue muy inesperado.

-Has demostrado ser capaz de tomar tus propias decisiones, no veo por qué harías la excepción con esto.

-No veo por qué tú harías la excepción. Puede que lo aceptes, pero lo más seguro es que al resto de los Li no les agrade ni un poco la idea.

-Qué se pudran el resto de los Li.

Syaoran abrió la boca, sintiendo que se le iba a desencajar la mandíbula debido a la sorpresa. Ieran no era del tipo que cometía injurias pese a su naturaleza severa. Se sintió sacudido por su forma de hablar, y especialmente por la desenvoltura al decirlo. Observó a Ieran organizando el resto de los papeles, como si no hubiera dicho gran cosa.

Syaoran tuvo que hacer un esfuerzo para volver a articular nuevas palabras. Al notar el estupor en su hijo, Ieran suspiró. Detuvo un momento su trabajo.

-Estoy intentando recuperar a mi hijo, Syaoran. No me importan ellos. Ya me quitaron lo suficiente. No voy a permitir que me quiten esto también.- su determinación era inflexible, abrumadora. El joven escritor no estaba seguro de cómo sentirse con esa nueva faceta que estaba conociendo de su madre.

En ese instante llegó Mao con dos platos de pastel de limón. Puso cada uno en frente de ellos y, tras hacer una venia educada, se retiró. Ieran tomó la primera cucharita y empezó a comer en silencio. Syaoran tardó un momento en imitarla. Optó por probar el pastel. Realmente estaba bueno.

Comieron un rato en un silencio tranquilo.

-Syaoran.

-Dime.

-¿Por qué te importa tanto lo que yo piense de tu relación con Sakura?

-...No me importa.

-Oh- por el tono en el que lo dijo, era evidente que la mayor no le creyó. Pero siguió con la concentración puesta en su pastel. Syaoran empezó a sentirse airado otra vez.

-No me importa- dijo con mayor dureza.

-Lo sé. Ya lo dijiste.

-Bueno.

Se instaló otro silencio, pero enfadado. Syaoran se cruzó de brazos, frunciendo el ceño. Su madre seguía comiendo con absoluta calma.

El castaño apartó la mirada, resoplando por la nariz.

-Puede que a mí no me importe. Y no, no me importa. Pero…

Ieran alzó los ojos en su dirección. Syaoran compuso una mueca tensa.

-... Sakura te estima. Mucho- dijo finalmente el menor de los Li en un murmullo tirante- Para ella probablemente sea importante contar con tu bendición. O algo así- frunció más el ceño. Un incómodo sonrojo adornó sus mejillas al decirlo.

Ieran terminó de comer el pastel, tomó una servilleta y se limpió la boca con cuidado. Dejó el plato a un lado, volviendo la vista a los papeles.

-Tu padre y yo pasaremos Navidad en la casa en la que Hien y tú crecieron. Le haremos un homenaje. Sería muy significativo para nosotros poder estar contigo- firmó uno de los papeles y lo puso en una carpeta. Luego procedió a revisar el resto- Fue idea de Sakura. Ella estará ahí también. Anda en la ciudad visitando a sus padres. Por supuesto que los Kinomoto están invitados, así que será una buena oportunidad para que conozcas a tus suegros- arqueó ambas cejas con el fin de dedicarle a su hijo una mirada penetrante- Si vas a salir con su hija, hablarás primero con sus padres. Es lo que un hombre correcto hace, Syaoran. Yo les doy mi bendición. Pero si realmente vas en serio con Sakura, harás las cosas como se deben.

Syaoran tragó pesado. No tuvo manera de replicarle de vuelta, porque sabía que ella tenía razón. Pensaba lo mismo. Le puso nervioso la idea de volver a su vieja casa, junto a sus padres. Se preguntó cómo estaría su padre y qué tan flexible se mostraría él ante la idea de volver a compartir espacio. No le emocionaba mucho la idea.

No obstante, la conversación con Ieran fluyó de una manera tan inesperada que ahora sentía curiosidad de cómo sería regresar a esa casa, ver su antigua habitación, echarle un vistazo a sus viejas cosas. Eriol tenía razón. Sakura también. Ieran había cambiado mucho ante la muerte de Hien.

Escuchar el nombre de Sakura fue un aliciente, porque significaba que podría pasar las fiestas con ella. Y conocer a sus padres. Las cosas empezaban a tomar un camino a una relación más oficial, y eso lo tenía motivado.

Sonrió para sus adentros, pero en esas escuchó a Ieran soltar un quejido. Parecía molesta. Frunció el ceño, leyendo uno de los documentos.

-¿Qué ocurre?

Ieran arrugó la nariz mientras tomaba el celular para hacer una llamada- Nada del otro mundo. Hay unas irregularidades que no entiendo en unos papeles que me entregó Shen, en los acuerdos con los Brown. Pero cuento con que se pueda resolver pronto- llevó el teléfono a su oreja, esperando a que contestara- Bueno, ¿cuento contigo para el viaje, entonces?

Syaoran asintió.

Supuso que era buen momento para retirarse de ahí. Ieran parecía tener que solucionar un asunto delicado del trabajo, y no deseaba estar ahí para cuando Shen contestara esa llamada. Se incorporó, pero nuevamente su vista se dirigió a los diarios de Hien. Especialmente ese que él le regaló.

Syaoran le preguntó a su madre si podría tomarlo y ésta accedió con un asentimiento de la cabeza.

Las yemas de sus dedos hormiguearon un poco al entrar en contacto con la portada del cuaderno. Era muy bonito, de un vivo color rojo con motivos arabescos. Syaoran lo recordaba bien. Lo había traído de regalo durante unas vacaciones, luego del volver de su instituto. Durante los últimos años de secundaria, Hien y él asistieron a escuelas separadas.

Syaoran le había llevado el cuaderno para que Hien escribiera en éste y no lo extrañara tanto. Era un buen regalo. El mayor lo creía de ese modo, en todo caso.

Pero Hien no se lo tomó muy bien.

Las cosas tampoco salieron como planeó durante esa conversación. Recordar su mirada le hizo sentir un nudo en el estómago.

Pero ya no importaba.

Iría a la ciudad de su infancia a pasar las vacaciones de Navidad. Podría ver a Sakura otra vez, conocer a sus padres, volver a ver él mismo a su familia luego de tanto tiempo. Eran demasiadas cosas las que tenía por hacer.

Y mientras realizaba los preparativos, podría leer qué tanto escribió su hermano durante todo ese tiempo.