En el que Hylla Haddock, la nueva reina de Arendelle descubre un secreto a voces.
No le gustaba demasiado la comida de Arendelle, tampoco las frutas que traían de reinos ubicados al sur del continente, las bebidas alcohólicas también le resultaban extrañas sobre todo por lo poco que la emborrachaban y no disfrutaba en lo absoluto los dulces empalagosos que cada soberano extranjero había llevado como regalo a la nueva reina… pero, tenía que admitirlo, el café era algo maravilloso.
¿Una bebida amarga y caliente con un sabor adictivo que aumenta un poco de tu energía y te mantiene en alerta? Más, por favor.
El problema es que el café era para la clase baja, mientras que el té era la bebida apropiada para la nueva y joven reina de Arendelle, la vikinga que la Santa Sede afirmaba que se había convertido sin queja alguna al cristianismo. A Hylla eso de comer, beber, decir y hacer todo dependiendo de lo que otros esperan de ella le está empezando a cansar y solo lleva dos días como reina.
Se paso todo su primer día de mandato regañando a sus amigos vikingos, explicándoles por qué no podían meterse con su nuevo marido, el rey extremadamente peligroso y poderoso de Arendelle, les costó unos cuantos gritos y unas pocas amenazas, pero al final comprendieron que lo mejor sería guardarse sus comentarios jocosos y crueles contra Ezra para la intimidad que daría volver a sus tierras, por lo que cerrarían la boca y no se meterían en problemas durante los pocos días que les quedaban para huir de aquella pesadilla que suponía para ellos el reino de Arendelle. A Hylla le costaba, pero estaba controlado todo lo posible sus emociones para que sus amigos se fueran con algo de seguridad de que ella estaría bien, a pesar de que tendría que soportar a toda la corte de aquel reino cristiano y al lunático de su rey, pero podía soportarlo.
Su segundo día se basó en preparar todo lo que sus amigos tendrían que hacer nada más llegar a Berk, por eso mismo, luego de darle rápidas asignaciones a Snotlout y a los gemelos, esos tres eran los menos interesados en la plática política puesto que solo querían hacer sus obligaciones lo más rápido posible y realmente no les importaba mucho el por qué, se puso a caminar por el palacio de Arendelle para que el resto de sus amigos aprendieran a ubicarse en él.
–Tenemos que domar a algunos Terrores Terribles para que puedan volar hasta aquí por si necesitáis mandarme algún mensaje, la comunicación mediante barco tomaría mucho tiempo y eso nos vendría fatal para situaciones desesperadas –añade a la larga lista de quehaceres mientras que camina con Aster, Fishlegs, Gobber y su madre, Valka y Fishlegs parecían los únicos interesados en apuntar en alguna parte todas las cosas que estaban aceptando hacer una vez llegarán a Berk, las cuales eran bastantes. Además de la mensajería berkiana que tenía que adaptarse a Arendelle, aquel grupo de vikingos se había dado cuenta de la necesidad poner sobre la mesa la discusión de cómo funcionaría ahora la sucesión del puesto de jefe. Por el momento Hylla estaba confiando la escuela de dragones y el entrenamiento de nuevos jinetes a Aster, sería Fishlegs ahora quien apoyase a Gobber en la forja y se encargaría de aprender todo lo necesario de la cultura cristiana para que en Berk no hubiera ningún problema con algún aristócrata que quisiera pasarse de listo, y su madre sería renombrada jefa de Berk, el problema era la siguiente generación. El primogénito de aquella unión inesperada y forzada tendría que asumir el trono de Arendelle, pero en Berk no se aceptaría a ninguno otro que no fuera el primer hijo.
–Todo sería mucho más sencillo si tuvieras gemelos –comenta Gobber cuando el tema vuelve a salir a flote después de unos minutos de preguntarse que faltaba por dejar en claro.
Fishlegs asiente casi sin pensarlo. –Dos primogénitos, dos pueblos contentos.
–Eso pondría en peligro su salud –responde de inmediato Aster en un gruñido que indicaba a la perfección que no le gustaba esa charla sobre los hijos que su amada tendría con otro.
Hylla ignora esos sentimientos que quiere compartir. –Con ese rey de Corona la salud no es problema para ningún soberano de la Santa Alianza.
Valka alza una ceja. –¿A qué te refieres con eso? –cuestiona y Hylla aprieta los labios para guardarse un bufido pesado.
–Os lo he comentado antes –responde frustrándose cada vez más al ver que los presentes no parecían entenderle–, todos los soberanos de la Santa Alianza tienen algo mágico rodeándolos, el rey actual de Corona tiene un cabello mágico que brilla y sana cuando canta.
Aster suelta una carcajada. –¿Cuándo canta?
–Sí, también crece. Depende de qué cante. Tengo entendido que puede atacar y sanar, bastante útil, en verdad.
–Cabello mágico –insiste incrédulo, Hylla solo asiente sin mirarlo–, que brilla cuando él canta.
–Así es.
–Los cristianos son tan raros –murmura mientras niega con la cabeza en señal de desaprobación.
–No –se apresura Hylla para sorpresa de los demás presentes–, ellos son raros, esos cuatro son peligrosos… poderosos, no sé ni con qué podría compararlos. Raphael puede curar o destruir todo a su paso. Murdoch parece ser capaz de controlar a las criaturas más feroces de los bosques además de siempre acertar por muy errado que esté su tiro. Catriel conoce tanta brujería que no tengo ni idea de cómo siguen considerándola cristiana. Y, por último, claro, está Ezra, que controla el hielo y la nieve a su antojo… aunque con ciertos límites –lo último lo añade con una sonrisa victoriosa, si había soportado las locuras de ese monstruo, tenía derecho a aprovecharse de ellas para su beneficio.
Aster la mira con un brillo de esperanza en sus ojos.
–¿Qué límites? –le pregunta emocionado.
–Sus emociones –responde con simpleza, y se da cuenta de que necesitará añadir más información en cuanto ve la confusión en las expresiones de sus acompañantes. Suelta un suspiro y continúa–. Me lo dijo hace dos noches, tiene que controlar sus emociones para controlar sus poderes, si pierde el control sobre sí mismo su magia no le hará caso. Es por eso por lo que siempre está tan calmado, para mantener todo a raya.
–Un rey obsesionado con el control absoluto me encantaría decir que no me lo esperaba –bromea Aster.
Fishlegs sigue frunciendo el ceño por la confusión. –¿Eso quiere decir que cuando está descontrolado su magia no funciona? Si, por ejemplo, está asustado ¿no puede defenderse ni atacar con hielo o nieve?
–He ahí el problema –señala mientras juguetea con sus dedos–, no es que pierda momentáneamente su magia, es que pierde el control por completo. Esa noche tuvo una pesadilla, todas las esquinas estaban llenas de hielo y tuvo que tomarse unos largos minutos para poder deshacerlo, sus poderes aún están pero él no puede darles un límite –los tres se ven angustiados y desesperados, pero Hylla sigue hablando para poder mostrarles la opción que ha encontrado–. Tengo que descubrir, no sé cómo, si este descontrol puede también afectarlo a él.
–¿Afectarle a él? ¿cómo? –cuestiona Valka.
–Tal vez, solo tal vez, el hecho de perder el control signifique que pueda salir herido. Imaginároslo, púas de hielo por todas partes, destruyéndolo todo –Hylla extiende los brazos y señala todo el pasillo mientras habla, sin darse cuenta de que poco a poco se está acercando al estudio de Ezra–, él no tiene el control, el hielo sigue creciendo… el hielo también lo destruye a él.
–Asesinado por su propia magia, todo por haber tenido una emoción demasiado fuerte… ¿cómo podríamos causarlo? ¿cuándo podríamos hacerlo? –pregunta Aster, emocionándose en cada palabra. Hylla alza las manos para tranquilizarlo, Fishlegs lo mira preocupado.
–No podemos hacerlo todavía, sería peligroso, estarían preparados… tengo que aguantar aquí lo suficiente como para que ya no me vean como una intrusa.
Aster parpadea confundido.
–¿Qué estás insinuando? –se apresura a preguntar Gobber, reteniendo levemente al joven vikingo con una mano sobre su hombro.
Hylla mordisquea su labio inferior, intenta hablar, pero Fishlegs logran decir algo primero.
–No puede sencillamente atacar de inmediato, tiene que ganarse la confianza de esta gente, si no la consigue nos destrozaran –Aster aprieta con rabia sus puños, Fishlegs lo sujeta de los hombros para obligarle a mirarlo–. Escucha, Aster, esto es complicado para todos ¿de acuerdo? No eres el único que lo está pasando canutas –Aster quiere contestarle, pero ver a su amigo tan serio es una buena forma de darse cuenta de que no podía responderle ni refutarle nada–. Ellos se esperan que ataquemos, ellos esperan que hagamos algo, ellos esperan que Hylla hago algo, no hay duda de que están preparados para nosotros, si actuamos ahora la que recibirá todo el daño al final será Hylla, ¿me estás entendiendo?
Por la vergüenza, Aster no ve más opción que asentir con la mirada desviada hacia otro lado.
–Pues eso –termina con simpleza, dándole palmaditas en los hombros al pobre vikingo preocupado–. ¿Cuánto tiempo crees que necesitaríamos? –pregunta enfocándose ahora en su jefa.
Hylla sigue mordisqueando levemente su labio.
–Dadme un año… tal vez un año y medio –murmura mientras calcula sin parar las maneras más rápidas e inmediatas en las que podía ganarse la confianza absoluta de Ezra y sus aliados–, si en un año no tengo la confianza que necesitamos para todo esto…
Valka posa con cariño una de sus manos sobre el hombro izquierdo de su hija.
–Tranquila, hija, lo conseguirás, sé que…
Un chillido interrumpió los ánimos que Valka le daba a sus hijos. Los vikingos, confundidos y frunciendo el ceño, voltean hacia aquel ruido consiguiendo así dos cosas al mismo tiempo. Primero que nada, Hylla se dio cuenta que la puerta del estudio de Ezra, ese lugar al que solo podía entrar con permiso explícito del rey y que parecía el escondite privado en el que los dos hermanos reales se ocultaban del mundo, estaba abierta. La segunda cosa la notaron todos los vikingos, y era el muchacho con la camisa y el pantalón abiertos, tirado de espaldas desde el interior del estudio hacia afuera, con los mechones de cabello desordenados, las mejillas enrojecidas y los ojos brillando patéticamente por las lágrimas.
–¿Qué mierda? –es Gobber quien logra expresar lo que todos están pensando.
El muchacho voltea bruscamente para verlos en cuanto escucha la voz de Gobber, revelando así sus ojos de color caramelo que combinan con su rubio cabello. Los ojos llorosos de aquel muchacho se fijan de inmediato en Hylla, el espato los rodea con rapidez espantosa al mismo tiempo que la nueva reina se siente incómoda al verlo. El muchachito, porque se ve muy joven, se ata apresuradamente el pantalón y sale corriendo en dirección contraria entre disculpas que son pronunciadas de manera demasiada torpe. Hylla sigue mirando como corre como alma que se la lleva el diablo, mientras los vikingos la miran a ella esperando por explicaciones.
Es en ese momento que el príncipe Anne sale del estudio, sacándose el guante negro que tapaba su mano izquierda, con una cara de asco que intimida a pesar de ser solo un niño de once años. Se deshace del otro guante y los dobla de manera que uno cubre al otro, guarda las prendas en uno de sus bolsillos y se sacude los pantalones. Nota, entonces la presencia de los vikingos y alza una ceja en su dirección.
–Su majestad –se inclina levemente hacia Hylla, con la misma elegancia que hace dos días–, ¿sería osado preguntaros que hacéis paseando por el castillo sin ningún arendeliano cerca vuestro pero rodeada de vikingos de vuestra isla?
A pesar de sentirse expuesta, pues Anne no se equivocaba al sospechar de ella, Hylla logra usar ese tonito de reina que tanto ha estado intentando imitar de Ezra.
–Sí que es osado preguntarlo, príncipe Anne –responde con tal seriedad y firmeza que sus acompañantes paganos la miran incrédulos–, soy tu reina, has de aprender a no mirarme con recelo a menos que quieras que yo también lo haga –añade lo último apuntando disimuladamente con la cabeza a la dirección por la que aquel muchacho había salido corriendo.
Anne coloca sus manos detrás de su espalda, Hylla ya sabe que eso es lo que hace cada vez que quiere disimular su enojo e indignación. Al verlo tan rabioso, no puede evitar querer picarlo un poco más, pero unas manos largas y blancas se posan en los hombros del príncipe, una figura alta y oscura sale de las sombras de aquella zona prohibida y una sonrisa juguetona se muestra ante todos los presentes.
–Vaya, vaya ¿puedo saber a qué viene esta pelea infantil, queridos míos? –cuestiona juguetón Ezra mientras reposa su mentón en la cabeza de Anne, quien se aguanta lo mejor posible una mueca infantil–. Anne querido, ya sabes lo que tienes que hacer, así que procede de inmediato, no le niegues este simple favor a tu hermano.
Hylla frunce el ceño por la confusión, se aguanta las preguntas y hace señas para que el resto de berkianos hagan lo mismo. Ven a Anne asentir levemente y dirigir una mirada acusatoria a la nueva reina mientras pronuncia las siguientes palabras.
–Por supuesto, querido hermano, sé qué he de hacer –afirma con orgullo, alejándose un poco del agarre del rey–, la cuestión es si vos sabéis cómo debéis de proceder por el bien de nuestra patria.
Dicho aquello, el joven príncipe se retira antes de que nadie pueda pronunciar queja alguna contra su indirecta acusación. Mientras los vikingos se preguntan qué podrían hacer para sacar de en medio al molesto príncipe de Arendelle, Hylla prepara la mejor de las excusas para cuando Ezra le pregunte lo mismo que Anne. Con el pequeño puede aferrarse a la defensa de ser la reina y no poder ser cuestionada de esa manera, tal truco no serviría en lo absoluto con el rey de Arendelle. Hylla no ve ninguna otra alternativa que mostrar primero sus dudas.
–¿Quién era ese muchacho? –cuestiona con toda la elegancia que puede–. ¿Por qué salió medio desnudo de tu estudio?
La sonrisa que le dedica Ezra le indica que le estaba dejando escapar del interrogatorio de buena gana. Seguramente toda esa situación le parecía muy divertida y por eso estaba dejando que se saliera con la suya.
–Honestamente, amada mía –dice con tal veneno y crueldad que Aster no puede evitar dejarse inundar por la rabia–, no tengo ni idea de quien era ese muchacho, solo sé que alguien lo mandó conmigo, las preguntas serían: ¿por qué? Y ¿ quién?
–Te preguntas por qué mandarían a un muchacho… yo me pregunto por qué un muchacho y no una muchacha.
Aprieta los labios en cuanto la mirada de Ezra se ensombrece un poco. Se olvida, lamentablemente, de indicar a los demás que tenían que mantenerse callados en ese momento, por lo que Ezra termina mirándola acusatoriamente en cuanto las risillas tontas se escapan de los labios de Aster y Fishlegs. Intenta hacerles señas tras la espalda de que tenían que detenerse de inmediato, pero ninguno de los dos parece ser conscientes de sus intentos por detenerlos.
–Querida –la llama Ezra mientras avanza hacia ella con una mano acariciando la pared más cercana, dejando un rastro de hielo por allí donde sus dedos pasaban. Los vikingos le retan con la mirada mientras Hylla maldice su suerte–. Controla a tus bestias a menos que quieras que lo haga yo.
Hylla decide ignorar el hecho de que, nuevamente, la han metido en problemas, y decide dar la cara por ellos. –Son mis amigos, no bestias –gruñe con firmeza, retando a su marido con la mirada.
–Amigos, bestias… –repite mientras se acerca más–, contigo, mi querida Hylla, ¿cuál es la diferencia?
Rey y reina de Arendelle mantienen firmes sus miradas rebosantes de enojo contra el otro, el rey sigue amenazando con el hielo mágico que baja la temperatura de la habitación a niveles imposibles de soportar, la reina extiende sus brazos para contener a sus acompañantes vikingos armados no solo con hierro sino también con gran rabia. Aquello, le parece a la reina Hylla, un muy buen resumen del problema que tienen con Arendelle. Ezra y su magia son lo único que necesitan los cristianos para obligar a los vikingos a admitir la derrota; por otro lado, mientras que el pueblo quiere pelear, Hylla tiene que asegurarse que no causen problemas pues conoce a la perfección cuales serían las consecuencias de enfrentarse a un ser tan peligroso.
–Tú no has controlado a los tuyos –señala Hylla, refiriéndose a todos los comentarios molestos que había estado escuchando los últimos dos días–, por el momento, no tengo ningún motivo por el cual debería controlar a los míos. Ese era el trato, ¿no es así, su majestad?
La mano de Ezra deja la pared, pero el rey sigue avanzando hacia ella, hasta estar a tan solo unos pocos centímetros de su cuerpo.
Una de sus manos congeladas sujeta con ternura el mentón de Hylla, Aster se aguanta las ganas de arrancarle la cabeza con sus propios dientes. La reina se mantiene firme e inalterable.
–Te he dicho ya tantas veces que tú no tienes que llamarme así, querida –le dice mientras acaricia su labio inferior con el pulgar–, y tienes razón, Hylla querida, yo no he controlado a mis invitados, ergo tú no tienes que hacerlo –la mano de Ezra sube para acariciar con delicadeza su ternura, procurando no bajar tanto la temperatura–. Te veo en el almuerzo, querida. Y, por favor, no vengas acompañada de tus invitados, será algo de la familia real.
Hylla alza una ceja. –¿Mi madre no forma parte de la familia real?
Ezra la mira con una expresión aburrida por unos largos segundos en los que, lo sabe perfectamente, los vikingos se limitan a verse los unos a los otros completamente confundidos.
–Supongo que tienes razón, tu madre forma parte de la familia real –asiente a la par que se va alejando un poco de su rostro. La vikinga no puede evitar sonreír con suficiencia al verlo tan abierto a aceptar sus errores.
–Parece que hoy no dejo de tener en razón en todo lo que te digo –bromea cruzándose de brazos, los vikingos se remueven incómodos al ver al rey sonreír con complicidad.
Ezra ladea la cabeza. –Oh, ¿quieres que te dé una recompensa por eso, muñequita?
La sonrisa se le esfuma de la cara y la suplanta una mueca.
–Hay que ver cómo te cargas los buenos momentos.
Ezra se aguanta una risotada.
–¿Era esto un buen momento?
–Supongo yo que para el chiquillo que salió medio desnudo de tu estudio pudo serlo.
La única respuesta inmediata que obtuvo fue una ceja alzada. –Vaya, vaya, ¿eso detecto son celos, mi querida reina? Espero que te alivie saber que ese muchacho no me interesa en lo más mínimo. Después de todo –Ezra vuelve a extender su mano para acunar el rostro de Hylla–, ¿quién se fijaría en un patético soldadito de madera cuando tiene en sus manos la mejor de las muñecas?
–No soy una muñeca.
–No, no, querida, por supuesto que no. Eres la muñeca, mi muñeca.
–Idiota.
–Tu lenguaje, querida mía, cuida tu lenguaje.
–No me da la gana.
–Solo conseguirás que hablen mal de ti el resto de los soberanos, querida… también que una que otra doncella se desmaye.
–Pues que pena.
Ezra suspira rendido, con una sonrisa ladina que casi hacía que el resto del mundo se olvidase de la clase de monstruo que era.
–Tengo que hacer algo contigo –murmuró derrotado–, la pregunta es qué –suelta un último suspiro antes de inclinarse levemente hacia ella–. Bueno, yo aún tengo trabajo que hacer –mientras más desciende, el rey se atreve a tomar una de las manos enguantadas de Hylla, los de la cohorte habían insistido que lo mejor sería ocultar sus manos callosas del resto de monarcas, para dejar un beso en sus nudillos–, nos vemos más tarde, querida.
–Sí, de acuerdo.
–Que poco romántica –ríe antes de volver a adentrarse a su estudio.
Ezra seguía molesto con aquel muchachito germánico. Había sido muy osado de su parte presentarse sin permiso alguno en su estudio, había sido muy despreciable la manera en la que se había desnudado nada más cerrar la puerta, había sido terrible la forma en la que empezó a llorar en cuanto vio que Anne estaba presente en aquella habitación, sentado en el escritorio del rey con las piernas colgando y charlando amenamente con una de esas sonrisas que los hermanos solo se dedicaban entre ellos, las que no eran verdaderas del todo pero estaban bastante cerca de serlo. Ezra todavía no comprendía por qué diantres un muchacho tan solo tres años mayor que su hermano se había presentado de momento a otro en su lugar más privado dentro del castillo para pedirle algo como eso.
–Acepte mi pasión, por favor –le había dicho mientras abrí todo lo posible su camisa blanca para mostrar su delgado y delicado cuerpo.
Ezra, mientras Anne se levantaba molestado, le preguntaba entre crueles carcajadas al muchacho si se acordaba de que él estaba casado, pero antes de que aquel joven pudiera defenderse o excusarse de alguna manera, el príncipe Anne ya lo tenía sujetado del cuello de la camisa y lo estaba arrastrando fuera de la estancia.
Supuso de inmediato, y se lo comentó a su hermano, que aquel muchacho había sido enviado por alguien, tal vez lo suficientemente idiota como para ignorar el hecho de que Ezra no podría tener ningún tipo de amantes, tal vez lo suficientemente desesperado por obtener algo de poder como para intentar dañarle de la manera más rebusca posible. El detalle importante era que alguien había mandado a aquel pobre joven para intentar seducirlo y que el intento les había salido fatal al no tener el suficiente cuidado de asegurarse que no hubiera nada más.
En cierto punto se alegraba que el jovencito lo hubiera hecho tan mal y que hubiera sido Anne quien se encargará de investigar, él tenía demasiado trabajo como para molestarse en descubrir quien estaba detrás del crío medio desnudo que había intentado ganarse un lugar en la cama del rey.
Aunque, cuando lo pensaba mejor, en verdad lo que veía más grave de todo ese asunto es que, conociendo lo curiosa que era, Hylla terminaría preguntando por todos lados porque alguien había considerado lógico mandar a un muchacho para satisfacer sexualmente al rey de Arendelle. Lo último que necesitaba Ezra es que Hylla fuera completamente consciente de ese gran secreto a voces… no sabía muy por qué, pero aquel dato que jamás le había avergonzado ahora suponía algo serio para él.
¿Acaso su gusto por los hombres podría llegar a ser un buen motivo para que Hylla le pidiera el divorcio? ¿podría ser una buena excusa por motivos culturales de los vikingos?
Tenía que revisar nuevamente ese tratado… solo por si acaso.
Nuevamente la puerta de su estudio se abre sin permiso alguno de su parte, quiere congelar algo de inmediato y destrozarlo todo, pero la voz de Hylla lo detiene de cometer ninguna acción violenta.
–¿Puedo quedarme o primero tengo que desnudarme? –le cuestiona con sorna mientras se recarga contra la puerta cerrada con los brazos cruzados, Ezra sonríe con picardía en su dirección.
–Oh, bueno, querida mía, si tú deseas quitarte la ropa ¿quién soy yo para impedirte nada? –le responde dejando a un lado la pluma con la que escribía algunas anotaciones que veía necesarias para todo el papeleo con el que trataba. La ve rodar los ojos mientras avanza con las manos maniobrando con algo en su espalda.
–Ayúdame con el corsé, estoy incómoda –le pide mientras se coloca de espaldas a él. Ezra acaricia la espalda de la vikinga, sacándole un chillido involuntario. Hylla intenta escapar de su tacto, pero Ezra rápidamente toma con fuerza su cintura y tira de ella para sentarla en su regazo donde la abraza firmemente y la aprieta contra su pecho–. ¿Qué narices crees que haces? Suéltame.
–Necesitaba tocarte un poco más de lo que querías permitirme –le responde con simpleza mientras se recuesta mejor en el asiento, aprovechando también para pasar sus manos por el cuerpo de su esposa.
–Eres insoportable –gruñe cruzándose de brazos–. Te aprovechas que no tengo ni idea de cómo acomodarme bien esa cosa –reniega mientras sigue intentando liberarse del agarre del rey.
Él asiente entre risas burlonas. –Por supuesto, yo me aprovecho –repite con sorna–, pero ¿quién tiene la culpa de que no te sepas acomodar el corsé?
–Juegas sucio.
–Yo juego como me da la gana, muñequita, porque las reglas las pongo yo –susurra contra su oído–, ¿para qué has venido a mi estudio?
–Tengo curiosidad por lo del muchacho medio desnudo –admite hundiéndose en hombros–, había planeado recorrerme todo el palacio y preguntarle a cualquiera, pero consideré que sería mejor para ambos si te lo preguntara directamente a ti.
Ezra aprieta los labios y aleja su rostro de la vista de Hylla. No le había dado tiempo a revisar el tratado firmado por sus padres, había estado tan concentrado pensando en quien pudo haber sido la persona que envió a aquel muchacho y cuales podrían haber sido sus intenciones que no tuvo la oportunidad de darle una nueva revisada al tratado de paz entre Berk y Arendelle.
–Así que… –Hylla parece estar completamente dispuesta a seguir insistiendo–, ¿debería de asumir que te gustan tanto hombres como mujeres? –pregunta con cierta delicadeza que ninguno de los dos sabe definir si es autentica o no. Molesto por aquel incómodo interrogatorio, Ezra se limita a apretar más el cuerpo de Hylla contra el suyo y a disfrutar la forma en la que se retuerce su esposa bajo sus manos–. Oye, a los vikingos no nos importa un demonio con quién quieras acostarte –le comenta entre murmullos, mintiendo. En realidad sí que importaba un poco, dependiendo del caso. Una cosa muy diferente era, según la gente de Berk, que dos guerreros o dos grandes amigos estuvieran en algún tipo de relación a que alguien poderoso se aprovechase de alguna persona con menor importancia social porque de esa forma se comprendía que el más poderoso estaba desesperado por un encuentro carnal de cualquier tipo, sin importarle nada… algo le decía que aquel era el caso de Ezra.
–Dices eso, pero recuerdo perfectamente las risas de tus amigos, querida mía.
–Eso es porque el muchacho era demasiado joven –murmura–, comprenderás que a cualquiera eso le escandaliza, por muy barbaros que puedan ser considerados.
Siente el agarre de Ezra más brusco, con más rabia.
–Sé que me consideráis un monstruo –masculla él–, pero, os ruego, no me veáis como un maldito degenerado. Yo no tocaría a un niño, bajo ninguna circunstancia.
Hylla termina en el suelo en el momento que Ezra se levanta de golpe, sin preocuparse en sujetarla ni asegurarse de su bienestar. La vikinga lo mira con rabia, pero se confunde al ver la indignación que el rey de Arendelle muestra en su expresión levemente dolida.
–No soy un enfermo, Hylla Haddock –dice con firmeza, con un tono que dejaba muy en claro que ha tenido que especificar eso mismo varias veces–, estoy cansado de que todo el mundo lo crea –es entonces que parece un poco arrepentido y la toma de una mano y de la cintura para levantarla delicadamente–, te pido que no te pongas de parte de aquellos que quieren acabar conmigo –pronunció esas palabras de forma que Hylla no podía estar segura si Ezra llegó a escuchar su conversación de hace unas horas o no–, porque podrían acabar contigo también. Así que te pido que por lo menos en estas cosas te pongas de mi parte y no me veas como los demás lo hacen.
–Lo de monstruo no podrás quitártelo –gruñe mientras él le da vuelta para aflojar un poco su corsé, tal y como se lo pidió hace ya varios minutos, ignorando que ella se siente asqueada por su tacto. La vikinga le da un codazo en cuanto siente sus labios presionándose contra su piel descubierta–. ¿Te parece que puedes arreglar tus errores con besos que yo no disfruto?
–¿No lo disfrutas? –pregunta roncamente, arrastrando las palabras–, juraría que me estás mintiendo ahora mismo.
Ezra pasa sus lengua por el cuello de Hylla, obligándola a morderse el labio inferior para aguantarse los quejidos y suspiros. Las manos del rey pasan por todas las zonas posibles, apretando la piel de la vikinga, jugueteando con las zonas más delicadas con la tela de su vestido de por medio, marcando, de cierta manera, su territorio. A Ezra le gustaría tener una alguna forma de dejar un mensaje claro en cada parte del cuerpo de Hylla, un mensaje brillante que apartara a cualquiera que se le ocurriera la terrible idea de acercarse demasiado a su esposa. Le gustaría poder dejar constancia de aquella vikinga era su posesión, su más preciada posesión…
Ella vuelve a exigirle que la suelte, pero el rey no parece estar dispuesto a dejarla ir, menos ahora que la tiene nuevamente entre sus brazos, con la espalda al descubierto y con bastante espacio entre el vestido y su cuerpo como para que él puede llevar las caricias un poco más lejos. Le repite la misma orden, una orden que se pierde entre sus suspiros y gemidos. Hylla no ve más opción que incrustar lo mejor posible sus cortas uñas en la piel del rey para así obligarle a soltarle.
El rey de Arendelle suelta un quejido al sentir el ataque de la vikinga. Gruñe por lo bajo y suelta de inmediato a su esposa. Mira escandalizado las marcas que en su piel se han dejado para luego mirar indignado a su mujer quien lo enfrenta directamente.
–Te dije que me soltarás –le reclama en cuanto nota que quiere enfurecerse con ella.
–Tus gemidos no me decían lo mismo.
Hylla quiere responder de inmediato a sus terribles palabras que pronuncia el rey, pero desde la puerta ambos escuchan un llamado que tan solo Ezra sabe reconocer. Él chasquea la lengua mientras se aleja de su esposa, quien rápidamente cubre su cuerpo como puede con su ropa, consiguiendo que el vestido estuviera cubriendo su espalda de una forma definitivamente incorrecta. Ezra le abre la puerta a su hermano pero no le invita a pasar, Anne se pregunta a qué se debe eso.
–Tengo toda la información que me pedisteis, su majestad –dice con ese tono formal que acreditaba la situación
El mayor de los hermanos asiente. –Gracias, Anne querido.
–También me han pedido que os diga que la comida está lista, hermano querido –añade cuando ambos dejan un poco de lado la relación de rey y príncipe–. La reina Catriel ha pedido acompañarnos sentada al lado de su hermana, ¿qué debería decirle?
–Dile que estaremos encantados de recibirla en nuestro momento familiar, pues, en cierto punto, ella también es parte de la familia.
Anne hace una leve reverencia.
–¿Debería avisar a nuestra reina? –pregunta con algo de incomodidad–, ¿o lo haréis vos mismo?
Ezra suelta una risotada que confunde a su hermano menor y Hylla reconoce de inmediato que es para burlarse de ella. La vikinga pega un respingo en cuanto ve al rey abriendo por completo la puerta para relevar a su hermano menor la vista de ella con la ropa mal colocada. Entonces pasó algo que Hylla jamás creyó que podría ocurrir. Anne, el príncipe Leal de Arendelle, no supo cómo reaccionar. Abrió los ojos y la boca sorprendido, dio unos leves pasos hacia atrás y su cara entera se tornó roja por la vergüenza.
Fue el mismo príncipe que tomó la puerta y la entrecerró tal y como estaba antes.
–¡Hermano! –regañó con la voz titubeante mientras el rey seguía riéndose.
–¡Capullo! –le gritó Hylla sonrojada, lo que provocó más vergüenza en Anne y arrancó más risotadas a Ezra.
Hylla odiaba con todo su corazón lo cambiante que era su relación con su esposo. Se odiaban, se entendían, se deseaban o se enojaban por tonterías… todo en una misma hora.
La jinete del Furia Nocturna todavía no le veía la gracia al filete de tiburón que los arendelianos parecían apreciar tanto, pero mentiría si no estaba empezando a pillarle, muy poco a poco, el gustillo. A diferencia de su madre, que lo había amado en cuanto lo probó a pesar de su olor y sabor extremadamente fuertes. Quien , al igual que ella, no parecía gustarle mucho el platillo era a la princesa de las Islas del Sur, que se llenaba de verduras y el puré de patatas que acompañaba aquella tarde a la carne marina.
Anne, a pesar de que apreciaba mucho todos los platillos de su patria, después de haber sido avergonzado por los actos de su hermano mayor, no parecía estar con muchas ganas de comer nada en lo absoluto.
–Anne, querido –lo llama Ezra desde el asiento principal–, no juegues con tu comida.
El príncipe de Arendelle frunce el ceño pero no se atreve a dedicarle una dura mirada a su hermano mayor, más que nada por su rotunda negativa a hablar en lo absoluto de aquel tema. Sin embargo, Hylla sí que reprende a su esposo con la mirada, cosa que solo pasa desapercibida por la joven prometida del príncipe Anne.
–Así que –comienza a hablar Catriel luego de tomar un sorbo de vino, la mujer alza bastante la voz pues es la que más alejada del rey está–, ya ha corrido el rumor del muchacho germano en tu habitación, mi buen amigo.
Ezra chasquea la lengua con molestia. –¿Qué malas lenguas han osado a hablar? –pregunta aguantándose lo mejor posible la rabia. Hylla entonces desea no estar sentada tan cerca del rey de hielo.
Catriel niega con firmeza. –¿Cuántas veces tendré que repetírtelo, pequeño muñequito de nieve? –cuestiona la reina con algo de sorna, Ezra hace una mueca aburrida ante el apodo que Catriel solía usar con él durante su infancia–, no importa qué malas lenguas estén hablando, importa a quiénes les hablan.
Ezra suspira pesadamente.
–¿Y a quiénes han hablado?
–Oh no sé –dice con ironía–, tal vez a aquellos que tienen la aprobación que tan desesperadamente deseas.
–No estoy desesperado –masculla como un niño pequeño.
–Muñequito –lo llama con falsa dulzura, Hylla ya se está empezando a incomodar por la insistencia de aquel apodo extraño–, estás más desesperado por la aprobación de la Santa Sede que por meterte en la falda de tu esposa.
Anne se ahoga con la comida, Hazel deja escapar un quejido sorprendido al escuchar las palabras de la mayor de todas sus hermanas, Valka suelta con rabia su tenedor a pesar del pedazo que acaba de coger y Hylla desea con todas sus fuerzas ser tragada por la tierra en ese mismo momento mientras Ezra y Catriel se retan con la mirada.
–¿No cree usted, su majestad, que debería dejar de preocuparse por verse más humano y comenzar a abrazar esa imagen de monstruo sádico que el mundo insiste en darle?
Ezra alza una ceja. –¿Por qué debería de hacerlo?
–Porque nadie recuerda a Trajano, pero los nombres de Julio César y Calígula siguen resonando con temor en las voces de aquellos que admiran su gran legado.
Ezra se inclina un poco hacia la reina de las Islas del Sur, mostrando levemente su interés.
–Ser el monstruo que todo el mundo espera que sea –murmura con un tono que, por un momento, a Hylla le parece pena absoluta–, incluso si quisiera, que no lo quiero… no del todo, ¿cómo lo haría, su majestad?
Con su copa, la reina de las Islas del Sur apunta a la joven esposa del rey de Arendelle.
–Ella tiene dragones –comenta con obviedad, dejando en el aire su propuesta.
–No –rugen madre e hija de inmediato, llamando la atención de todos los cristianos.
Hylla suelta sus cubiertos y se muestra firme frente a la reina del país aliado. –Los dragones no son armas ni útiles soldados, son aliados, amigos, como mucho compañeros de batalla –frunce el ceño y se siente arder en furia al ver la mirada despreocupada de Catriel–. Drago Manodura, el hombre que mató a mi padre intentó hacer un ejército de dragones y no dudamos ni un solo segundo en detenerlo. No pensamos aportar ayuda alguna si vuestra idea es conquistar reinos con nuestros amigos alados.
–Oh sí, el hombre que… –intentó bromear la reina, Ezra, para sorpresa de Hylla, la detuvo de inmediato, Catriel hizo caso a la orden del rey de Arendelle.
–La cuestión es que no dejaremos que uséis a los dragones para guerras que no involucren protegerlos –concluye unos segundos después de decirse que no tiene motivo alguno para seguir preguntándose por qué Ezra la había defendido de ataques que él solía hacer–. No os ayudaremos con eso.
Ve y escucha a Catriel aguantarse un suspiro. –No hablo de guerras, hablo de imagen, su majestad.
–¿Imagen? –se atreve a repetir Valka. Catriel sonríe, ahora mirando al rey Ezra.
–Que te vean volando en un dragón, uno propio –sugiere con malicia–. Que sepan que Ezra, rey de Arendelle, rey de las nevadas eternas, no solo controla el hielo a su antojo, sino también el fuego.
