Me mira fijamente mientras avanzo hacia la isla de la cocina, solo camino con incomodidad sin decirle nada, su comportamiento deja mucho que decir y es algo en lo que no repara, así se de cuenta que está lastimando a cualquiera.

—Anastasia… —su voz deja entrever una suerte de amenaza, me doy la vuelta y lo observo fijamente.

—¿Ahora estás indignado, Grey? Quién debiera estarlo soy yo, tu comportamiento es inaceptable.

Extiende su mano hacia mi brazo, pero atajo su muñeca con mi mano sin hacer mucha fuerza, pero dejándole claro que sí llega a intentar algo no dudaré en defenderme.

Me siento en la barra algo acalorada, el alcohol se me ha subido a la cabeza, pero no es ningún problema, puedo controlarlo.

Mi queridísimo Christian solo me mira una vez más antes de dar vueltas alrededor y caminar cómo un animal acorralado al igual que se tira del cabello, no sabe que hacer, pero soy consciente de que no estaríamos teniendo esta conversación si fuese su sumisa.

—¿Qué hiciste con Leila, Christian? Ella necesitaba ayuda que tú ni tu excelentísimo Doctor lograrían —se queda parado y me mira lleno de reproches contenidos—. No puedes negarlo, tu necesidad de control y de acosar no se han ido.

Vuelve a pasarse los dedos por el cabello frustrado y me mira fijamente, sus ojos cambian de un color acerado hacía un gris muy claro, casi no parece tener color allí, creo que tiene miedo. Sus manos tiemblan en el aire cuando deja de pasarlas por su cabeza.

No es capaz de decir algo, parecería que su boca se ha quedado atorada con las miles de palabras que quizá quiera decirme, pero no lo hará.

—Sé que deseas negarlo, pero es muy evidente —ruedo los ojos al notar como parpadea conmocionado—. El que hayas comprado SIP, el que supieras donde vivía, donde trabajaba anteriormente, todo lo sé y es lo que más me llena de rabia.

A cada palabra que sale disparada de mi boca, veo cómo su faceta como amo del universo se quebranta en pequeños fragmentos que se asoman en su rostro que cambia del odio al asco en cuestión de segundos, lo cual me hace pensar en que hay algo más que está escondiendo.

Su lucha interna se ve exteriorizada en el momento en que vuelve a caminar cómo animal enjaulado por toda la estancia y se acerca a una de las paredes y le suelta un buen puñetazo que resuena alrededor del ático, por suerte la señora Jones ni Taylor están presentes.

Veo cómo el hombre que siempre me ha intentado controlar se desvanece entre las sombras que reinan en su ser. Pareciera un fiel retrato de Dorian Gray cuando se dio cuenta de que el cuadro que tanto amaba y le brindaba inmortalidad, era la causa de su dolor y de su desesperanza.

—Dímelo, dímelo, Christian Grey —la intensidad de mis palabras me sorprende, ácidas y cortantes, diferente a cómo me expresaba anteriormente hacia él—. Es hora de acabar con este juego, de siempre estar a la expectativa de todo aquello que nunca quieres contar, de ser tu jueguito de turno. Si me amas lo harás.

La estancia se queda en silencio repentinamente, los pasos se detienen y sus manos tiemblan a sus costados, siento el aire gélido de la noche que se cuela por mis poros y penetra en mis huesos, parece un mal augurio, pero no me interesa.

Miro hacia la ventana para intentar vislumbrar por donde entra el frío y en ese momento un sonido seco me hace volver la mirada y lo que veo hace que mi cuerpo se tensione por completo. Es Christian, está de rodillas.

Su cabeza está inclinada hacia el suelo, sus manos continúan temblando y su cuerpo está rígido, cómo si estuviese obligado a continuar en una posición que detesta, trago en seco, ¿por qué está haciendo esto? Intento preguntarle, pero mi diosa interior se ha escondido y todo el coraje que almacenaba en mi ser se va disolviendo al verlo de esa manera. Pareciera un muñeco sin vida, monocorde, esperando que alguien le de cuerda y le sople vida…

—Christian, no hagas esto, por favor… —solo anhelo que me haga las cosas más fáciles—.Tan solo suéltalo todo de una vez por todas.

Este se queda callado, por un momento la tristeza que emana en esa posición me toma con fuerza, pero la diosa que se halla en mi se levanta para hacerme recordar que no puedo continuar dejándome llevar por los sentimientos de otros y no de los míos. Necesito saber la verdad.

Tras un largo silencio y al ver que no respondo de la manera en la que esperaba, con lágrimas en los ojos y arrodillándome a su lado o preocupada cómo si fuese su madre, Christian se anima a hablar, lo noto en la forma en la que sus hombros se mueven, intentando hallar aquellas palabras que nunca ha pronunciado.

Escucho un hilo de voz inteligible, antes de que profiera los clavos finales del ataúd en el que quizá esté nuestra relación.

—Soy un sádico, Ana. Me gusta azotar a jovencitas menudas cómo tú, porque todas ustedes se parecen a la puta adicta al crack… mi madre biológica. Estoy seguro de que podrás imaginar porqué.

Siento un impulso de querer salir corriendo, la leve borrachera que se propagaba por todo mi interior se ha desvanecido y ante mi queda un pozo profundo en el que no hallo fondo. Y no me quiero lanzar por él.

Me alejo de la barra de desayuno con asco, dolor y la sensación de siempre estar viviendo una mentira. Tantas veces prometió flores y corazones e intentarlo de nuevo para llegar a esto, a ser una especie de sustituta de su madre muerta a la que quiere castigar por todo aquello que le causó dolor.

Y me niego a serlo.

—Christian, yo… —me quedo callada, ¿qué estará esperando que le diga?

—Me voy.

Siento salir por mi boca el aire que he retenido por el largo de esta discusión y confesión tan macabra, ya lo he dicho, lo que toda la noche he tenido en mente. Christian se levanta y en sus ojos puedo ver la repentina alarma que cruza por ellos, sus pupilas totalmente dilatadas y sus ojos llorosos, antes de que este vuelva a arrodillarse y a tomarme por las piernas.

—Ana, no por favor —su voz se quiebra en llanto—. No me dejes, te necesito, eres mi salvación, sin tí estoy perdido, yo ya no quiero eso, te lo juro.

Su llanto se desborda y no digo nada, de igual forma ya estoy llorando de la rabia y la decepción que me he llevado con él, puedo sentir su dolor y su tristeza, pero soy consciente de que no soy una cura a sus problemas ni quien debe ayudarlo a menos de que este realmente quiera la ayuda.

—No, Christian, no puedo.

Lentamente hago que me suelte mientras lo miro fijamente, sus ojos están llenos de una inmensa congoja que no puedo ignorar y me provocan mucho daño, mi corazón duele, mi pecho igual, pero la diosa en mi interior me insta a avanzar.

Cuando logro soltar sus brazos alrededor de mis piernas, me alejo en dirección a la puerta y Christian solo llora con fuerza gritando que no me vaya, que se hará cargo de sus problemas, pero eso no es suficiente.

—Christian, quien debe tomar la decisión de arreglar todos sus problemas y buscar ayuda en donde debe, eres tú —toml aire un momento—, quién debe alejarse de Elena Lincoln e ir con otro psiquiatra que no sea el Doctor Flynn, eres tú.

Mi corazón está hecho pedazos, me siento débil, sé que ya es momento de irme, de dejar que sea él quién tome las riendas de su vida y no me arrastre a su desastre.

Me voy alejando lentamente hasta la puerta de entrada y este me alcanza, me toma de la mano sin decir nada, pero sus hipidos son inconfundibles, vuelvo a soltarme y llamo al ascensor que se abre.

Nos miramos una última vez antes de que las puertas se cierren y solo atino a susurrar una última cosa.

—Buena suerte, Christian.

Con eso mi relación ha terminado.