LXX
Rumbo al peligro
—Yo voy a protegerte —dije, y Louise dejó de llorar de inmediato. Me miró con ojos inquisitivos, como si no terminara de creerse lo que acababa de escuchar de mi boca, por lo que creí necesario repetir mi proposición—. Yo te protegeré de lo que sea que te haga Floch. Si él, o alguno de sus esbirros intenta levantar siquiera un dedo en contra de ti, me aseguraré de que no pueda volver a empuñar un arma en su vida.
Louise seguía mirándome como si no pudiera creer lo que acababa de oír. Me sorprendía su reacción, después de ser testigo de su actitud hacia mí, de cómo hablaba de mí frente a los demás y de sus propios sentimientos por mí.
—¿Lo harías? —dijo ella con una voz apenas audible, y aún se podía percibir la incredulidad en su mirada—. ¿Aun después de lo que hice? Ayudé a Eren a escapar, ¿y tú vas a hacer como que no pasó?
—No estoy diciendo eso —repuse, con un poco de severidad debo añadir, y Louise abrió los ojos a causa de la sorpresa—. Por supuesto que no puedo hacer como que no pasó, así como no voy a olvidar que tú fuiste responsable de que Eren escapara. Pero, en este momento, necesito de tu ayuda. Eres nuestra mejor oportunidad para entender qué es lo que quiere Eren—. Hice un pausa para pensar muy bien mis próximas palabras. Podrían hacer la diferencia entre el éxito y el fracaso de nuestra nueva misión—. Estoy preparando una misión para recapturar a Zeke Jaeger, y necesito que nos acompañes. Si aceptas venir con nosotros, podré protegerte, y, además, podrás contarme sobre el plan de Floch sin que debas arriesgar tu vida. ¿Qué me dices?
Louise no dijo nada por varios minutos, y yo no podía perder mucho tiempo. Cada segundo que pasaba, Zeke se distanciaba aún más de nosotros, y haría más difícil encontrarlo. Pero, por respeto a Louise, no la presioné para que me diera una respuesta. De ese modo, podría ponderar los pros y los contras de mi propuesta. Creo que pasaron siete minutos desde que le propuse venir conmigo hasta que ella abrió la boca.
—Acepto venir con ustedes —dijo Louise, sonriéndome brevemente—. Si existe una persona en todo este ejército que puede cumplir con la promesa de protegerme, esa eres tú, Mikasa. Haré honor a lo que siento por ti, y pondré mi vida en tus manos.
—¿Y qué hay de esas heridas de bala? —pregunté, señalando a los vendajes en su pecho—. ¿Serán un problema?
—No lo serán —repuso Louise con confianza—. Puede que hayan dado en mi pecho, pero, por suerte, las balas no perforaron ningún órgano vital. Eso sí, no debo hacer demasiado esfuerzo físico, porque las balas arañaron mis pulmones, y, si no tengo cuidado, podría rasgarlos, y estaría en serios aprietos.
—Entonces sería una buena idea que no te quitaras los vendajes —le dije, y Louise asintió con la cabeza—. Eso sí, debes prometerme que, no importa lo que pase, no vas a pelear, en absoluto. ¿Tengo tu palabra?
Louise se encogió de hombros.
—No soy tan tonta como para poner en peligro mi salud sin razón.
—Eso es lo que quería escuchar —dije, sonriéndole a Louise, y poniéndole una mano en su hombro—. Ahora, ponte tu uniforme, y reúnete conmigo a la salida de la prisión. Yo te llevaré en mi caballo. Aférrate a mí si sientes que te vas a caer, pero, bajo ninguna circunstancia, abandones el caballo. Si yo soy quien lo deja atrás, mantente atrás, sin importar lo que ocurra.
—Esas son condiciones bastante razonables —repuso Louise, y ella tomó mi mano, la que sostenía su hombro—. No las voy a desobedecer.
Retiré mi mano de su hombro, y di media vuelta para irme de la enfermería.
—Tienes cinco minutos para ponerte tu uniforme —le dije, y, con esas últimas palabras, salí de la enfermería, rumbo a la salida de la prisión. Aún había soldados trabajando en los escombros, o reparando lo que se pudiera reparar. Pasé la mayor parte de esos cinco minutos seleccionando a los miembros faltantes del escuadrón que me iba a acompañar. En un principio, pensé en usar a diez soldados, pero, después de reflexionar un poco, decidí que quince soldados serían suficientes. Era posible que no solamente me encontrara con el titán bestia, sino que con Eren también. No sabía cuál de los dos era el oponente más peligroso, pero, lo que iba a tratar de evitar a como diera lugar, era enfrentarme a los dos al mismo tiempo. Eso sería suicidio. Si tan sólo pudiera contar con el capitán Levi…
Los cinco minutos pasaron, y Louise apareció, completamente uniformada, pero sin armas de ningún tipo. Los caballos ya se encontraban reunidos, y los soldados estaban equipados para la cacería que teníamos por delante. Sin decir nada, asumiendo que todos sentíamos la tensión de enfrentarnos al titán bestia, especialmente después de lo que había hecho en la batalla de Shiganshina, nos subimos a nuestros respectivos caballos. Louise, de acuerdo a lo que habíamos conversado, se subió a mi caballo, aferrándose a mi cintura. No sé por qué, pero podía jurar que había juntado su cara con mi espalda.
—Ahora puedo entender por qué Historia está tan loca por ti —me dijo Louise, y, cuando miré hacia atrás, su cara no andaba ni cerca de mi espalda—. En estas situaciones, irradias confianza, como si estuvieras diciéndome que todo va a estar bien, y que nadie me va a hacer daño. Si antes tenía algunas dudas, ahora ya no las tengo en absoluto. Eres suave y fuerte a la vez, y eso me gusta. Mi novio era igual en ese sentido, pero creo que tú puedes hacer un mejor trabajo protegiéndome. Eres una Ackerman después de todo. No me sorprendería que fueses capaz de acabar con el titán bestia por tu cuenta.
No dije nada, pues no quería que ella desconfiara de mí, pero, siendo honesta, yo no tenía la habilidad suficiente para enfrentar al titán bestia, por muy Ackerman que fuese. No obstante, agradecí la confianza que ella tenía en mí.
Cuando estuvo todo listo, di la orden de salir de la prisión. Cabalgamos directamente hacia el sur, en la misma dirección que Eren. La idea era seguir una trayectoria lo más recta posible hasta el bosque de árboles gigantes, lugar donde Zeke había sido visto por última vez.
Tras dos horas de cabalgata, aún no podíamos divisar el muro Sina. Eran doscientos cincuenta kilómetros entre el muro interior y la capital, y, a todo galope, eran unas cinco horas de trayecto. Afortunadamente, veníamos preparados para un misión larga, pero no tenía contemplado acampar. No podíamos darnos el lujo de detenernos, aunque fuese por un par de horas. Lo máximo que podía hacer, era descansar unos diez minutos, los cuales íbamos a usar para comer y beber. Mis soldados estaban al tanto de las condiciones de la misión, y accedieron a acompañarme. No podía usar soldados que no estuvieran dispuestos a cazar a Zeke Jaeger de día y de noche, pues eso era exactamente lo que íbamos a hacer.
—Ahora podrías platicarme sobre lo que no podías decir allá en la prisión —le dije a Louise, quien seguía aferrada a mi cintura como si un viento poderoso quisiera arrojarla lejos—. No hay nadie aquí que pueda amenazar tu vida.
Louise quedó en silencio por un rato, mirando hacia los lados y hacia atrás, como si estuviera asegurándose que mis compañeros fuesen gente de fiar, y que ninguno de ellos trataría de matarla. No ganaba nada con decirle que ninguno de mis soldados tenía alguna afiliación con Floch. Quería que ella sacara sus propias conclusiones. Al cabo de dos minutos completos, Louise abrió la boca para hablar.
—La razón por la que esperé hasta ahora para actuar, fue porque esperaba por otro evento que ocurriera —explicó ella, tragando saliva, como si estuviera corriendo un gran riesgo. No le podía culpar, sin embargo, por lo que dejé que ella continuara hablando por su cuenta—. Por eso decidí formar parte del grupo que iba a la ciudad a comprar provisiones. De esa manera, podía enterarme del estado del movimiento Jaegerista. Floch me había dicho que las revueltas eran solamente una distracción, y que podían servir para informarme de la situación. Había pancartas, las que eran sostenidas por los protestantes, y habían sido especialmente diseñadas para transmitir la información que yo necesitaba para entender cuál era el estado del plan. Decían cosas como, "la salvación está cerca" o "es hora de actuar". Esta última pancarta fue la que vi último, y, de ese modo, supe que era el momento de liberar a Eren.
Honestamente, no esperaba que a Floch se le ocurrieran ese tipo de cosas, pues no lo veía como un tipo particularmente inteligente. Aquel era un plan que provendría de una mente como la de Armin.
—¿Y cuál era ese evento que te hizo actuar?
—No lo sé —dijo Louise, y compuso una expresión de pena, asumí que por no poder ser más útil. Al parecer, hablar de su rol en el plan había hecho que ella fuese perdiendo de a poco el miedo a abrir la boca—. Lo único que sé, es que, un día después de ver la pancarta que me dijo que debía ponerme a actuar, sentí una suerte de sacudida en mi espalda. Cuando le pregunté a los guardias en el subterráneo si habían tenido la misma sensación, ellos me contestaron que sí. No sé por qué me sentí de ese modo. Ocurrió pocos minutos antes de que liberé a Eren. No creo que haya sido consecuencia que haya sentido eso justo antes de cumplir con mi misión.
Me quedé pensando en las palabras de Louise, específicamente en eso de que había sentido la sacudida justo antes de liberar a Eren, y que ambos eventos podrían estar relacionados. Para empezar, no había forma de conectar ambos hechos de manera lógica, porque no tenía idea de lo que significaba esa sacudida de la que había hablado Louise, y que muchos otros soldados habían sentido. Necesitaba más información para determinar si había una relación entre las sacudidas y la liberación de Eren. Tampoco sabíamos cuál era su real propósito, y si él solidarizaba con la causa de los Jaegeristas. Algo me decía que ese no era el caso, pues Eren no había resultado ser el agitador principal del movimiento.
Había sido Floch quien había incitado el movimiento, de acuerdo con lo que había dicho Louise. No me podía hacer una imagen mental de Floch siendo persuasivo, o tal vez no había mostrado tal faceta hasta hace un par de años atrás. De todas maneras, cuando eres fanático de una causa, haces de todo para convencer a los demás de que te sigan. Incluso era posible que debiese desarrollar ciertas habilidades para ganar seguidores.
Espoleé a mi caballo, ansiosa por descubrir la respuesta a esas preguntas, y, de paso, encontrar a Zeke. Como he dicho antes, no estaba segura de si podía enfrentarme a él y ganar, o al menos salir del combate con vida, pero no tenía otra opción, aparte de hacerme a un lado.
Pero, si algo había aprendido de mi relación con Historia, era a no a hacerme a un lado, menos por cobardía, aunque tuviera que pagar con mi vida.
