Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.
Advertencias: Relación ChicoxChico. Angst. Hurt/Comfort. Time Travel: Regression. Era de los Merodeadores
Pareja: Sirius Black/Remus Lupin (Wolfstar). Y más adelante una relación poliamorosa bcs yes con James/Lily/Regulus
Nota de la autora: Hoooola, pensé que había actualizado, pero me di cuenta que no y jajaja :')
En fin, acá seguimos con un nuevo capítulo.
¡Espero les guste!
Capítulo 2: Promesas
Sirius estaba sentado en la escalera con un libro en el regazo. Parecía estar leyendo, pero se mantenía en la misma página desde hace varios minutos. Levantó la vista cuando vio entrar a Frank Longbottom a una de las aulas y luego salir acompañado con la pequeña Lily Evans. Sirius sonrió, todo marchaba bien. Se levantó, cerró el libro y lo guardó en el bolso sin ningún cuidado para luego asomarse por la puerta desde la cual acababan de salir.
Un Severus Snape de 12 años parecía concentrado en su poción. En la clase de la mañana Peter había volcado sin querer el caldero del Slytherin, impidiendo que pudiera entregar la tarea de ese día. Slughorn, que ya lo tenía en alta estima, le había dado la posibilidad de rehacer la poción y para ello había abierto el aula para él. Lily, como siempre, había decidido quedarse a ayudarlo, así que Remus le había inventado a Frank que la profesora McGonagall estaba buscando a Lily, el niño había aceptado dar el aviso sin sospechar nada. Ahora Snape estaba solo en una habitación llena de asquerosos ingredientes de pociones.
—¿Cómo lo hacemos? —susurró James a su lado.
—Déjamelo a mí.
Sirius entró a la habitación creando algo de bulla. Snape levantó la mirada de su caldero y lo observó con el ceño fruncido. El Gryffindor no le dio importancia a aquello y se acercó a uno de los estantes donde había varios frascos.
—¿Qué quieres, Black?
—Solo vine por algo —respondió con fingida inocencia.
—Pues búscalo luego.
El Gryffindor finalmente agarró un frasco lleno de ojos de salamandra y lo abrió. Un horrible olor emanó del interior, pero no era tan fuerte como para llegar a ser asqueroso. Sirius giró sobre sus propios pies y abrió la boca para hablar.
—¿La poción necesitaba ojos?
Al mismo tiempo que preguntaba, tiró el contenido del frasco sobre Snape y su caldero. El Slytherin hizo una mueca de desagrado y trató de sacudirse los restos de la ropa. Antes de que comenzara a discutir, la poción comenzó a burbujear y a aumentar su tamaño.
—¿¡Qué te pasa!?
Snape trató de detener el crecimiento de la poción, pero era demasiado tarde. El líquido comenzó a desbordarse, llenando el lugar de un olor a azufre. Sirius se cubrió la nariz rápido y observó al Slytherin mirar impotente su trabajo arruinado. El niño lo miró con odio y sin decir ninguna palabra agarró su vieja mochila y a grandes zancadas fue hacia la puerta. Sirius sonrió, Snape estaba actuando tal como había previsto. El Gryffindor se apresuró a cerrar el frasco y dejarlo en su lugar, después salió corriendo detrás de Snape.
El pasillo empezaba a llenarse con diferentes estudiantes que se acercaban al Gran Comedor para cenar. Algunos miraban curiosos a Snape, que aún tenía algunos ojos encima, pero no le prestaron demasiada atención. Sirius le hizo una seña a James, que estaba escondido detrás de una columna, y observó a su mejor amigo tirar de la cuerda que había estado sujetando. Un caldero amarrado al techo se dio vuelta, dejando caer todo su contenido sobre Snape. El olor a pescado e inmundicias llenó el lugar. El Slytherin se detuvo y se observó a sí mismo, a su ropa mojada y los rastros sólidos del pescado.
—Quizás ahora sí te dan ganas de bañarte —se burló Sirius, pasando a su lado.
El resto de estudiantes reían por lo bajo observando la humillación, ninguno se ofreció a darle una mano al niño o a detener a Sirius, que se había ido corriendo. James se iría por otro lado y se reunirían en el Gran Comedor con Peter y Remus. Aunque acusaran a Sirius, nadie podría demostrar que estaba relacionado con el accidente, no había pruebas. Era el crimen perfecto.
En la cena, Sirius comenzó a relatar con lujo de detalles la expresión que había hecho Snape. Su audiencia se reía, siempre había sido bueno contando historias. De un momento a otro James se quedó mudo y bajó la cabeza, como si estuviera más interesado en su puré. Sirius ni siquiera tuvo que voltearse para saber que Lily estaba detrás suyo. Cuando pequeño le había costado darse cuenta de los sentimientos de su mejor amigo, ahora todo parecía tan claro.
—Eso ha sido ruin, Black —Lily lo regañó.
—¿Qué cosa? —Sirius dio media vuelta y observó a la niña.
—¡Lo que le hiciste a Severus! ¡Y que se rían los hace igual de cómplices! Ni siquiera los Slytherin se atreverían a tanto.
Los niños alrededor bajaron la cabeza ante el regaño, James parecía particularmente perturbado por las palabras de la chica. En otro tiempo a Sirius le habría fastidiado la comparación, pero luego había conocido mejor a Lily y había entendido su forma de pensar. Solo tenía que enfocarse en otra cosa y no en su acusación.
—¿Qué tan poderoso me crees? —preguntó sorprendido—. Estaba en el pasillo y no hice nada, muchas personas pueden corroborar que no moví mi varita.
La pequeña pelirroja apretó los puños y elevó la barbilla, tratando de verse digna.
—Sé que tuviste que ver.
—¿Me acusas sin pruebas, Evans? Ni siquiera los Slytherin se atreverían a tanto —devolvió las palabras Sirius, con una sonrisa—. Pero te perdono y de paso te daré un consejo: aléjate de Snape, te va a traicionar a la primera oportunidad.
—Severus es mucho mejor mago y persona que tú, Black. Nuestra amistad es sólida, no como la tuya con el resto de Gryffindor —la niña se había puesto roja por el coraje—. Tanto odias a los Slytherin, pero toda tu familia viene de allí. Eres ruin y cruel, debiste haberte ido con las serpientes.
Era un golpe bajo. Sirius tuvo que enterrarse las uñas en el muslo para evitar saltar sobre la chiquilla. Había olvidado que Lily Evans era una persona con una gran lealtad, pero por encima de ello era osada. Si tenía que ensuciarse las manos para defender lo que creía correcto, lo haría. Sirius recordó vagamente diversas escenas donde la chica le había devuelto los insultos, normalmente utilizando su familia como acusación. Claro que eso había sido en la línea original.
—Me pregunto si es como tú dices —murmuró, aún tratando de controlar su enojo—. ¿Durará más tu frágil amistad con Snape o lo hará la mía con los leones? Eres ciega, no quieres ver que esa serpiente es todo lo que tú me acusas y más.
Sirius sintió una mano en su hombro y al mirar hacia atrás vio a su mejor amigo que había pasado por sobre la mesa para sostenerlo. James era muy pequeño para entender lo mucho que le habían afectado las palabras de Lily, pero era lo suficientemente intuitivo para comprender que algo estaba mal.
—¿No crees que estás siendo prejuiciosa? —alzó la voz Remus—. No tienes pruebas, pero has venido a acusarlo y metes a su familia. ¿No es lo mismo cuando se burlan de ti por ser nacida de muggles?
—¡No soy prejuiciosa! —saltó ella—. Y no puede ser lo mismo, nadie se burlaría de Black por ser un Black.
—Pero lo usaste para acusarlo, ¿no?
—Solo lo defiendes porque eres su amigo, Lupin, pero sabes que tengo razón —Lily se alejó indignada y avergonzada.
En ese entonces Remus no creía tener el derecho de llamar amigo al resto de merodeadores. Solo cuando descubrieron su secreto y no lo juzgaron fue que empezó a confiar en ellos. Sirius se soltó de James y observó a Lupin.
—Gracias… —susurró bajito.
Ni James ni Peter escucharon, pero sí Remus, que le dedicó una pequeña sonrisa. Era un gran avance si se comparaba con la primera vida.
Sirius sentía las piernas entumecidas por estar tanto rato en la misma posición, pero no podía hacer otra cosa más que aguantar. A su lado, su mejor amigo intentaba hacer un dragón de origami. Ambos estaban en un rincón de la biblioteca bajo la protección de la capa de invisibilidad de James.
—Parece que viene alguien —susurró el chico de lentes.
En unas mesas más allá estaba su objetivo: Regulus Black. Sirius no había podido sacarse de la cabeza el hecho de que no sabía nada de su hermano, así que había decidido vigilarlo y averiguar un poco de él. Como Remus estaba irritable ante la cercanía de la luna llena y Sirius prefería cortarse las bolas y comérselas antes de pedir ayuda a la rata traidora, solo se había traído a James.
No era un trabajo muy difícil, pero sí muy tedioso. Regulus iba a clases, a la biblioteca y a la sala común de las serpientes. Se la pasaba estudiando y no hablaba con casi nadie. Al menos así habían sido los tres días que llevaban espiándolo.
De vez en cuando el futuro loco psicópata de Crouch parloteaba a su alrededor, pero aquel pequeño niño destinado a ser un gran mortífago tenía demasiada energía para quedarse quieto por más de cinco minutos. Así que iba y venía sin inmutar al joven Black. La otra persona que se acercaba a su hermano era aquella extraña chica a la cual su hermano se refería como "Pan", solía quejarse de los profesores y hablar de teorías conspirativas. James y Sirius habían estado de acuerdo con Crouch cuando este la llamó "rarita", pero aparte de ello solo habían averiguado que estaba en Ravenclaw.
Sorpresivamente, la persona que caminaba hacia Regulus no fue ninguno de esos dos. Lucius Malfoy se tomó todas las confianzas y se sentó en la misma mesa que el chiquillo, frente a él.
—¿Dónde está ella? —preguntó con altanería.
—¿Quién? —Regulus ni siquiera levantó la mirada de su libro.
—¿Quién va a ser? ¡Ella! Solo habla contigo.
—¿Hablas de Pan?
—¿Pan? —Malfoy se rió de forma cruel—. No es bueno para ti juntarte con ella, Black. Es suficiente con que tu hermano tenga malas amistades.
—¿Estás comparando a Pan con los amigos de mi hermano?
El niño al fin había dejado de prestar atención a su libro y miraba fijamente a Malfoy. Lucius tenía mayor presencia, era un sangre pura con dinero deseoso de poder, podía hacer sentir menos a cualquiera fácilmente. Sin embargo, su rival era un Black. Regulus nunca había desbordado esa altanería, mucho menos cuando pequeño, pero había vivido toda su vida con Walburga Black, se necesitaba más para intimidarlo.
—Pan es una Malfoy, ¿dices que ustedes son comparables a estúpidos Gryffindor? —Regulus no tenía ninguna expresión al preguntar.
—¿Qué pendejadas dices? —Lucius se levantó y golpeó la mesa con las manos. El pequeño niño se sobresaltó, pero su expresión no cambió—. ¡Esa niña nunca será una Malfoy!
—Puede que tengas razón, ella es mucho mejor que tú.
Cuando Lucius agarró a Regulus de la camisa y lo zarandeó, Sirius quiso correr e interponerse, pero James le agarró el brazo antes de que se moviera. El heredero de los Black se giró hacia su mejor amigo, indignado, pero el otro chico solo negó y le indicó que mirara la escena. Las manos del niño temblaban, pero su rostro no reflejaba el miedo. Casi de inmediato Malfoy lo soltó.
—No vuelvas a compararla conmigo —ordenó.
—Es hija de tu padre, él le dio su apellido. ¿Pones en duda el juicio del señor Malfoy?
Lucius apretó los dientes y dio vuelta el bote de tinta, manchando los deberes que Regulus estaba haciendo.
—Esa cosa es una falsa, no merece llevar el apellido Malfoy. Si insistes en ser su amigo, te irá mal, Black. Me encargaré de que tu vida sea un infierno.
—¿Estás seguro de que me quieres como tu enemigo, Malfoy? —Regulus lo miró fijamente—. Una cosa es mi hermano y otra soy yo, Bella no dejará que me hagas algo y si no le gustas a Bella, tampoco le vas a gustar a Cissy. ¿No estás cortejándola?
—¿Te atreves a amenazarme, mocoso?
—No es una amenaza, es un hecho. Quieres a Cissy porque quieres el respaldo de los Black. Hazme algo a mí o a Pan y todas tus aspiraciones serán solo sueños.
Malfoy golpeó la mesa de nuevo y se inclinó hacia Regulus. Había una gran diferencia de tamaño entre ambos, pero el niño se había mostrado como un verdadero Black, no se dejaría pisotear por nadie, ni siquiera por un chico de séptimo. Lucius masculló algo y terminó de derramar la tinta para luego irse. En cuanto el pequeño quedó solo, se dejó caer en la silla y comenzó a temblar violentamente.
—¿Sirius? —susurró James cerca de su oreja.
Para el Gryffindor, su hermano menor siempre había sido un muñeco sin vida que solo sabía obedecer. Sirius nunca había pensado que tenía deseos propios o que lucharía por ellos, pero allí estaba, usando todos esos recursos retorcidos de las serpientes para proteger sus intereses. No llegaba a comprender del todo la situación, pero sí veía un lado totalmente diferente de su pequeño hermano.
—Vamos a vengarnos. Malfoy nunca nos cayó bien —respondió al fin.
Se habría acercado a consolar al Slytherin, pero no se atrevió. De todas formas, a los pocos minutos llegó esa chiquilla extraña que luego de comprender lo que pasaba, ayudó a Regulus a limpiar sus tareas y a rehacer otras tantas. Viendo que todo iba bien, Sirius le indicó a James que se fueran. No recordaba que Lucius tuviera una hermana ni tampoco que tuviera algo contra ella. No fue hasta que estaban frente al retrato de la Dama Gorda que su mente al fin hizo la conexión.
—¡Pandora Malfoy! ¿Cómo pude olvidarlo? —se golpeó la frente.
—¿Pandora Malfoy? —repitió James—. ¿Quién es?
—¡Debes saberlo! Hace unos cinco años Abraxas Malfoy la llevó a su casa y le dio el apellido. Es una niña que nació de una aventura, todos decían que Abraxas debió amar a la madre de la chica como para aceptarla.
—Suena… como chisme de sangre pura.
—Lo es, mi madre y mis tíos hablaban mucho del tema. Que la sangre se iba a ensuciar y no sé qué otras estupideces más. ¡Tiene sentido! Regulus la llamó "Pan" y Malfoy la trató de falsa, debe ser esa chica.
Ambos entraron a la sala común y fueron al rincón donde Remus intentaba enseñarle algo a Peter. Sirius estaba tan emocionado que incluso se olvidó que no quería hablar con la rata traidora.
—¿Tu hermano no tendrá problemas? —James ladeó la cabeza.
—¿A qué te refieres?
—Si es amigo de Pandora Malfoy, tu madre no estará contenta. Si ya se enojó contigo porque nosotros somos amigos, ¿qué dirá de una niña nacida fuera del matrimonio?
—¿De qué están hablando? —preguntó Remus.
Sirius lo ignoró y observó hacia la ventana. En su memoria, él siempre había sido el problemático de la familia. Su madre solía decirle que fuera más como Regulus y eso había generado que empezara a juntar rencor hacia él. Quizás había visto lo que quería ver y no la realidad, como que aquel niño callado y reservado tenía mucho más que entregar que solo la actitud de un sangre pura orgulloso.
—No va a tener problemas —murmuró—. Nunca los tuvo.
Remus murmuró algo de que le dolía el estómago y se negó a ser acompañado a la enfermería. Sirius sabía que se iba a preparar para la luna llena, así que no insistió. En su lugar, fingió estar agotado y se fue a la cama temprano. Aprovechando que conocía una serie de hechizos de alta dificultad, preparó el escenario perfecto para dejar una ilusión donde él estaría durmiendo y luego salió a hurtadillas.
Ya en los terrenos, se transformó en un perro. Era genial que se hubiese mantenido esa habilidad, aunque el canino en el que se convirtió era más un cachorro que el perro grande que conocía. Así debió haberse visto de haberse vuelto animago más joven. Se mantuvo cerca del sauce boxeador, jugando con los insectos o persiguiendo su propia cola.
Antes de que anocheciera, Madame Pomfrey y Remus aparecieron, inmovilizaron al árbol y entraron por el hueco. Sirius, convertido en perro, los siguió. Ya conocía el destino, había acompañado al hombre lobo varias veces en sus transformaciones. La Casa de los Gritos estaba oscura, polvorienta, fría y tenía un olor a encerrado. Remus se dejó caer en un viejo sofá mientras que la enfermera se retiró, susurrando palabras de ánimo.
Sirius esperó un poco antes de salir de su escondite y acercarse al pequeño niño. Remus, que parecía agotado, lo miró con sorpresa para luego sonreír, inclinándose a darle caricias en la cabeza.
—¿Te perdiste, amiguito? No deberías estar aquí, es peligroso.
Sirius se puso patas arriba, enseñando la barriga, y movió la cola frenéticamente. El niño dudó unos segundos antes de agacharse a su lado y dar más caricias.
—En serio no deberías estar aquí…
El perro se las arregló para mantener distraído al muchacho. Sin embargo, en cuanto la luna apareció en el cielo y la transformación comenzó, el niño le dio un empujón y cayó al suelo, jadeando. Su cuerpo temblaba y mientras los huesos se alargaban, la ropa se rompía y su piel se cubría de pelaje, Sirius sintió el miedo invadir cada una de sus células. Su instinto le decía que huyera, pero a fuerza de voluntad se quedó en la habitación.
Remus soltó un aullido cuando la transformación acabó y posó los ojos en el perro negro. De inmediato gruñó, enseñando los colmillos. Sirius, que ya conocía aquello, fue contra todo el sentido común y se acercó con la cabeza gacha. Su sumisión fue suficiente para no ser atacado de inmediato, en su lugar, el lobo acercó el hocico para olisquearlo.
Luego del primer reconocimiento y aprovechando que el miedo había disminuido lo suficiente como para controlarlo, Sirius saltó sobre el lobo y empezó a jugar con él. Remus rodó por el suelo y le tomó unos segundos unirse al juego. Ya no gruñía y su mirada había dejado de ser asesina, pero seguía siendo un animal con garras y colmillos. Sirius le ladró y se metió en el agujero para volver a Hogwarts. El lobo lo siguió, sin darse cuenta del camino que iban a tomar. Solo cuando volvieron a surgir en los terrenos Remus se mostró nervioso, pero Sirius ya sabía qué hacer, así que lo provocó en sus juegos y se metió dentro del Bosque Prohibido.
Jugaron, corrieron, se pelearon y trataron de cazar unos conejos. Estuvieron toda la noche recorriendo el bosque. Cuando Sirius notó que pronto amanecería, llevó a Remus de vuelta a la Casa de los Gritos. El lobo ya estaba cansado y siguió al can sin protestar, tirándose sobre el viejo sofá apenas lo vio. El perro subió a su lado y utilizó el calor ajeno para mantener la temperatura. Se durmieron antes de que las luces del alba aparecieran.
—¡Sirius! ¡Despierta, Sirius!
Una voz ronca y áspera lo sacó de su sueño. Le dolía el cuerpo por haber dormido en una mala posición y haberse ejercitado toda la noche.
—¿Ya es de día? —cuestionó en un bostezo.
—¡Sirius! ¿Cómo se te ocurre venir…? ¿¡Estás loco!? ¡Pude haberte mordido!
—No lo harías. Si te pusieras violento, te detendría, Moony —murmuró, aún sin despertar del todo.
—¡Sirius! ¿¡Eres estúpido!? ¡Pude haberte mordido! ¡O matado!
El chico al fin abrió los ojos y observó al pequeño Remus. Se veía enfermo y parecía estar al borde de la histeria. Sirius solo lo había visto así de alterado una sola vez: cuando casi atacó a Snape en quinto año. Trató de comprender qué era lo que le había molestado tanto ahora, pero no encontraba el problema.
—No pasó nada, Moony.
—¡Y dale con Moony! ¿¡De dónde sacaste eso!? ¡No! ¿¡Desde cuándo lo sabes!?
Sirius miró con la boca abierta al niño. Remus temblaba bajo la manta vieja con la que se había cubierto y miraba hacia el suelo. El animago había olvidado que los apodos habían surgido luego de que empezaran a estudiar para ser animagos, una broma entre ellos cuatro por la forma que adquirían.
—Solo… Solo lo sé… —murmuró al fin.
—¿¡Si sabías por qué viniste!?
Ese niño era el hombre lobo que vivía las lunas llenas en solitario, que sonreía en clases y ocultaba su secreto a sus compañeros. Remus no había confiado en ellos hasta luego de que le habían demostrado que sin importar qué, serían sus amigos.
—No quería que estuvieras solo —confesó al fin.
—¿Tienes idea de lo peligroso que fue?
—No iba a pasar nada…
—¡Sirius!
Ambos se callaron cuando escucharon ruido. Sirius saltó del sofá, se transformó en perro y se ocultó detrás de un mueble roto. Madame Pomfrey entró y observó a su alrededor. Llevaba unas cuantas pociones encima.
—Esta noche fue mejor para ti, ¿no? —la bruja sonrió—. Bebe esto, te hará sentir mejor.
Remus obedeció en silencio, su mirada de vez en cuando iba hacia el lugar donde Sirius se había escondido.
—Venga, vamos a la enfermería. Tendrás el día libre para que descanses y sanes tus heridas —la mujer lo ayudó a levantarse—. Me alegra que no tengas tantas, al parecer la noche no fue tan mala.
—Me duele todo —murmuró el niño.
—Me imagino. Volvamos pronto, podrás comer y dormir.
Ambos salieron. Remus apenas echó una mirada hacia atrás, pero no dijo nada.
Sirius alcanzó a volver a los dormitorios justo antes de que James se metiera a despertarlo. Soltó una mala excusa y se metió al baño a ducharse. Estaba agotado físicamente, pero había logrado su objetivo. Casi no prestó atención a las clases y se ganó un castigo por parte de McGonagall, por lo que no pudo acompañar a sus amigos a la enfermería a ver a Remus que "seguía enfermo". Esa noche, Sirius trataba de dormir, pero solo daba vueltas en la cama. De la nada sintió a alguien colarse y cerrar el dosel, todo estaba a oscuras, pero ya había reconocido a Remus.
—¿Por qué no dijiste que eras un animago? —susurró el contrario.
—¿Estás enojado conmigo?
—¡Lo estoy! —el murmullo sonó agresivo—. ¿Sabes lo que pude haberte hecho? ¿Eres consciente del peligro al que te expusiste?
Sirius se sentó en la cama y rodeó con sus brazos el cuerpo del hombre lobo. El niño se tensó, pero no lo alejó. Sirius encontró en eso suficiente victoria. Después de la broma a Snape y haber dejado en evidencia a Remus, las cosas entre ellos nunca volvieron a ser iguales. Fue una de las cosas que le habría gustado cambiar de haber podido retroceder en el tiempo, y ahora tenía la oportunidad.
—No quise preocuparte, lo siento. Pero desde ahora estaré todas las lunas llenas contigo, es una promesa.
—¿Por qué?
—Porque ya tuviste que vivir muchas por tu cuenta, te juro que nunca más estarás solo.
Sirius se refería a aquel tiempo en que estuvo en Azkaban, cada vez que la luna iluminaba su pequeña celda recordaba a Remus y lo mal que la estaría pasando. Necesitaba estar para él ahora que tenía la oportunidad. El niño no lo entendería así, pero era un detalle sin importancia.
—¿Por qué te esfuerzas tanto? —Remus quería sonar como si no le importara, pero su tono sonaba afectado.
—Porque eres importante para mí, Moony —susurró Sirius—. Y no quiero que vuelvas a sentirte solo.
Remus al fin correspondió al abrazo y soltó un suspiro tembloroso.
—No me llames Moony —susurró bajito.
—A mí me gusta, ¿de verdad no quieres que te diga Moony?
—Haz lo que quieras.
Sirius lo estrechó un poco más en el abrazo y Remus se mantuvo quieto en la misma posición. Seguramente era extraño para él recibir todo ese tipo de atenciones. Aquel pensamiento hizo sentir culpable a Sirius, sin soltarlo, juró a sí mismo que haría cualquier cosa para protegerlo y que no repetiría los errores de su primera vida. Era lo mínimo que Remus se merecía.
