SUGOKA!
¡ALUCINANTE!
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"La raíz de la realidad está asida a la tierra tanto como las nubes al cielo."
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—Kagome, tienes los dedos azules —declaró InuYasha con tono solemne y voz adormilada, una mezcla difícil de definir. No conforme con eso, y dudando sobre si había dicho lo que creía que había dicho, agregó— y las puntitas te brillan como las lamparitas esas que vuelan…
Kagome se rio de forma entrecortada, parecía no poder decidir si reír o mencionar el nombre de las lamparitas esas que indicaba InuYasha y que ella conocía, estaba segura.
—Luciéerganas —intentó—. Luciéeeerganas…
InuYasha rió con tal claridad en la voz que a ella le pareció como si fueran gotas de agua que cantan salpicando la superficie de…
¿Dónde estaban? —se preguntó, mirando alrededor, para descubrir ondas en la pared que se movían con la cadencia del mar en calma.
—¡Kagome! —esta vez InuYasha habló más fuerte y ella se giró para mirarlo— ¡Las puntitas de tus dedos brillan!
Kagome alzó su mano y la contrastó con las ondas que se movían en la pared, comprobando que sí brillaban, mientras se reía confusa entre la alegría y la sorpresa. Entonces InuYasha le dio un beso rápido, que ella reconoció como algo agradable y que le pertenecía; algo suyo y habitual.
—¡Sé mi compañera! —le pidió, con arrebato, como si llevara el pecho abierto y estuviese exponiendo el corazón.
Ella lo observó por un instante y comenzaron a llenársele los ojos de lágrimas. InuYasha pareció confuso y nervioso.
—No puedo —confesó en una respuesta que resultó apenada, cargada de un sentimiento cercano a la nostalgia.
—¿Por qué? —él pareció reflejar la misma emoción.
Kagome sorbió un poco de aire por la nariz, apaciguando las lágrimas para poder hablar.
—Porque ya tengo compañero —confesó.
Esta extraña historia había comenzado esa misma mañana, aunque el modo en que todo había sucedido al principio era de lo más normal y no auguraba nada excepcional.
InuYasha regresaba de uno de los trabajos que él y Miroku hacían fuera de la aldea. Y mientras caminaba pensaba en lo mucho que extrañaba a Kagome cuando pasaba todo el día lejos de ella. En ocasiones se preguntaba cómo había sido capaz de mantener este sentimiento en cierta paz, durante el tiempo que Kagome había pasado lejos del Sengoku y de él. Se mofó de sí mismo, y de su ansia, mientras caminaba el sendero que comunicaba el pozo con la cabaña que compartía con su compañera y se obligaba a mantener bajo control el deseo de dar un par de saltos y plantarse delante de la puerta, acortando así el tiempo y la distancia. Sin embargo, del mismo modo que hallaba placer en reencontrarse con Kagome, también lo hacía en el instante previo a verla; cuando el corazón latía un poco más rápido y la calidez del hogar se le instalaba dentro.
Cuando ya estuvo cerca de la cabaña pudo distinguir la suave columna de fuego proveniente del interior, la que se abría paso por el anaranjado moribundo del atardecer. Percibió el olor del guiso que Kagome estaba preparando y su estómago rugió por el hambre que traía y por el recuerdo del sabor de la comida que ella cocinaba.
Al entrar la miró de forma directa y ella lo hizo igualmente. Se sonrieron como si aquello fuese un código instaurado a modo de saludo previo. Luego InuYasha dejó a un lado la tawara de arroz que traía como pago por el trabajo efectuado y se acercó a Kagome para compartir cuestiones del día. Él le habló del youkai que habían expulsado de la aldea en que estuvieron y del modo en que Miroku no le había permitido zanjar todo con Tessaiga o sus Sankon Tessō. Finalmente su amigo había exorcizado al espíritu que estaba poseyendo al youkai que terminó siendo apenas una criatura menor.
Todas las almas merecen redención —le había soltado el monje.
Kagome, por su parte, le contó de su mañana con Kaede y de su tarde recogiendo bayas silvestres, manzanas de las que le gustaban a él y algunas setas de las que recolectaba en este tiempo. Luego le sirvió un cuenco con comida y puso sobre el guiso parte de aquellas setas ya cocinadas. InuYasha repitió dos veces.
Y aquí estaban.
—¿Te has emparejado? —preguntó, InuYasha, sintiendo un nudo enorme en el estómago.
—Sí —el monosílabo fue prácticamente un suspiro.
—¿Por qué no me has esperado?
—No lo sé.
Ambos se miraban con profundo pesar, el mundo parecía acabarse con aquel conocimiento.
—Y ¿Con quién? —quiso saber él, cargando el dolor de la pregunta.
Ella volvió a sorber el aire por la nariz para aclararse las lágrimas y la voz.
—Con InuYasha —alzó la mano derecha y le enseño el hilo rojo que tenía en el dedo meñique.
Él se quedó mirando ese símbolo y le tocó la mano con las yemas de los dedos en una caricia que destilaba una delicadeza casi etérea. Entonces se miró su propia mano derecha y vio el mismo hilo rojo que los unía, la alzo para mostrarlo.
Kagome observó aquel hilo con detención, como si le estuviese contando una historia. Luego comenzó a sonreír, con las mejillas aún humedecidas por las lágrimas y miró a InuYasha a los ojos.
—Eres tú —declaró y el alivio se filtró por cada milímetro de aire usado para formar cada letra de esa frase.
InuYasha pareció beberse la declaración, al inhalar un instante después que ella la formulara.
—Lo soy —expresó y soltó todo el aire.
Se acercó a ella con toda la rapidez que consiguió y le robó un nuevo beso, otro toque con los labios que quería ser una declaración de felicidad. Kagome lo miró con sorpresa, para luego imitar el gesto, con menos asertividad, dejando un beso en la comisura del labio. Se separó de él unos pocos centímetros, para mirarlo mejor y definir bien dónde estaba su boca; a continuación el beso sí fue dado en el lugar correcto. InuYasha le enmarcó la cara con las manos en las mejillas y profundizó ese beso para convertirlo en otro que él deseaba más, uno de esos en los que las lenguas se acariciaban y el calor de las bocas se mezclaba, haciendo que el corazón latiese tan rápido que no alcanzaba sólo con la respiración que podían conseguir por la nariz.
—Me ahogo —declaró ella, echando atrás la cabeza.
—¿Cómo? No hay agua —expresó InuYasha con sencillez, pasando a besar el cuello que se había extendido delante de él.
—No ¿Verdad? —Kagome miraba el techo y las ondas del mar se movían en la madera de éste, aunque eso perdió toda relevancia ante el cosquilleo que comenzaba a sentir en el cuerpo.
Cerró los ojos y comenzó a ver los colores de lo que sentía; rojo, azul, naranja. Los colores danzaban, brillaban y se entremezclaban. Ella los veía más suaves o más intensos, según lo que InuYasha le hacía. Notó las cosquillas de los besos en el cuello y lo sostuvo por la cabeza, con los dedos hundidos en las hebras del pelo que también pudo visualizar extendiéndose tras él. Abrió los ojos y el matiz plata de aquellos hilos pareció luminoso, lo que la llevó a estirar la mano y dejar que el pelo se deslizara desde sus dedos, cayendo como una cascada de brillo plateado.
—Brillas —comenzó a decir y terminó suspirando la palabra.
Kagome cerró los ojos y vio el estallido de naranja y amarillo intenso que le hizo sentir la boca de InuYasha sobre un pezón. Sintió la caricia de la lengua, que presionaba hacia los dientes, como lo único existente en el espacio que ahora transitaba su mente. Echó el cuerpo completamente hacia atrás y percibió que colgaba, sostenida por el abrazo que su compañero le daba. Abrió los ojos nuevamente y las estrellas que se veían por entre el cierre de la ventana, le parecieron lo más hermoso que existía.
—Las estrellas —musitó, entre suspiros y suaves quejas—… Bajo las estrellas —agregó.
—¿Qué hay bajo las estrellas? —murmuró, abriendo más el hitoe para acceder al otro pecho.
InuYasha lamió primero la protuberancia firme y la sensación le trajo el recuerdo del olor de la tierra húmeda bajo la lluvia, de inmediato se conectó con la vida y el deseo. Un gruñido salió de su pecho y se metió el pezón a la boca, abarcando todo lo que pudo, llenándose, al momento de succionar y sentir que su cuerpo se cargaba de la emotividad ardiente del sexo.
De pronto el concepto apareció en su mente con colores múltiples y radiantes, convirtiendo hasta las obscenas posiciones que se imaginaba, en una promesa de armonía.
—¡InuYasha! —escuchó a su compañera clamar su nombre, mientras extendía los brazos y de las puntas de los dedos brillantes y azules, se deslizaban las hebras de su pelo— ¡Me arde el cuerpo!
En cualquier otro momento esa frase habría sido contenida, pensada y quizás susurrada; sin embargo ahora Kagome tenía la mente expandida y los límites parecían lejanos.
—Kagome —le habló, con la mejilla apoyada en la humedad que había dejado su saliva sobre el pezón—, no quiero que te quemes —murmuró y luego su mente se la imaginó vibrando bajo su cuerpo, latiendo y sudando, mientras suspiraba, en todas aquellas posturas obscenas y armónicas—. O ¿Sí? —confesó.
—Sí… sí —habló ella, expresando la petición, mientras volvía a hundir los dedos en el pelo plateado, para abrir las hebras y verlas resplandecer—… Brillas… Y tienes un halo de luz plateada enorme alrededor…
—Tú hueles muy bien —declaró, comenzando a olerla por sobre los tramos de piel que empezó a desnudar.
InuYasha le abrió el hitoe del todo y respiró hondamente sobre el estómago, intentando que su mente le indicara a qué olía; la respuesta siempre era la misma: a Kagome.
—Tu nariz me hace cosquillas —la escuchó reír entre suspiros—. Las cosquillas me gustan.
—¿Las garras te gustan? —quiso saber, porque las iba a usar para quitar el molesto hakama que no le dejaba oler, directamente, el punto en que el aroma de Kagome era más poderoso que las setas.
Su mente registró esa comparación y pensó en las setas nuevamente y supo que debía recordar algo sobre ellas; sin embargo las olvidó de inmediato.
Rasgó el cinto y el hakama por el centro, rozando con los nudillos por entre las piernas de Kagome. La escuchó jadear y gemir, soltando un suspiro cuando el roce se detuvo. Su aroma se había hecho tan intenso que por un instante InuYasha olvidó todo lo que había; la ropa, el lugar, las palabras que podía usar para anunciar su intención, sólo existía la tensión de la dureza de su sexo y el olor que desprendía Kagome.
—Quiero lamerte —confesó.
Y todo lo que se lo impedía desapareció bajo sus garras.
Kagome se arqueó y gimió y miró las ondas de madera que se movían, luminosas, en el techo. Los colores parecían destellos de luz anaranjada como las llamas de una hoguera y todas provenían de aquel punto en que la lengua de InuYasha había entrado en ella. Tuvo consciencia de su piel y de la capa viva que era al erizarse e inflamarse por la excitación. Las sensaciones la hacían flotar, cómo si el suelo no existiera e InuYasha y ella estuviesen en el aire. Cerró los ojos y volvió a ver las estrellas y extendió las manos. Para cuando consiguió tocarlas, éstas la inundaron con su energía y todo su cuerpo se sacudió, entonces se supo luminosa. Buscó las hebras plateadas de su compañero y abrió los ojos, mientras aún temblaba, para verlo pasarse la mano por la boca. Pudo distinguir que tenía la mirada relampagueando de un intenso tono dorado que le recordó lo mucho que lo amaba. Le pareció que él se componía de todos los colores y todas las emociones que ella tenía dentro y que nada podía existir si no pasaba por InuYasha para que ella pudiera verlo.
—Ven —lo llamó. La emotividad de su corazón irradió en todos los matices de rosa que Kagome podía imaginar.
—¿Por qué brillas tanto? —estaba increíblemente sorprendido.
Se alzó por encima de ella y comprobó que seguían existiendo sobre un enorme futón de nubes verdes. Le recordó a la hierba que crecía en el prado que más les gustaba a ambos. La besó y el sabor del sexo de su compañera se mezcló con el de la boca y tuvo la sensación de estar poseyendo algo único. Se empujó entre las piernas que Kagome mantenía separadas para él y descubrió que había barreras que aún no eliminaba. Por un momento se permitió razonar sobre lo absurdo que se sentía y a continuación se deshizo de todo lo que le impedía adentrarse en el calor ardiente de Kagome.
Entrar en ella resultó diferente e igual a todas las veces en que lo había recibido. Era distinto, la intensidad era abrumadora y sin embargo no importaba; era idéntica, porque el amor que le profesaba sólo era más nítido.
—Estás caliente y mojada —murmuró, abrazándose a su compañera, en el momento en que sus sexos se habían acoplado del todo.
InuYasha se quedó muy quieto por un instante, esperando a que su cuerpo dejase de temblar.
—¿Por qué todo se siente tan fuerte? —preguntó y sintió que Kagome lo besaba en la mejilla, en la sien y en el nacimiento del pelo.
Buscó su boca y resolló sobre ella al salir de su sexo y volver a entrar. El futón de nube de hierba se hizo más grande y amplió el espacio que ocupaban, al punto que pensó que estaban en mitad del bosque. Cada lugar en que hacía contacto con la piel de Kagome que parecía arder en un fuego que no quemaba, que se introducía dentro de él hasta inflamarle el pecho de amor y ese amor tenía el mismo color de la luz que irradiaba su compañera. Se incorporó levemente por sobre ella, sin dejar la unión que mantenían sus sexos. De pronto las estrellas parecían haber dejado el cielo, para desperdigarse sobre el verde de la hierba del futón. Kagome lo miraba e InuYasha podía ver todos los sueños de su vida en el resplandor castaño de sus ojos, mientras su pelo oscuro se ramificaba en mechones de hebras de las que brotaban flores blancas y azules, violetas y naranjas. Sintió que su cuerpo se volvía ingrávido y cerró los ojos por un momento, notando las manos de su compañera acariciándole el pecho y el vientre, hasta encontrar sus propias manos y enlazarlas. La voz de Kagome lo llamaba por su nombre, una y otra vez, al son de los movimientos que él hacía.
Abrió los ojos y las estrellas se habían agrupado en torno a Kagome, que temblaba, mientras todo alrededor de ella florecía cada vez más. En algún punto de su mente pensó en la germinación de la semilla que comenzaba a derramar con una intensidad que no recordaba, era como vaciarse por completo y estar en un espacio en el que sólo había lugar para el amor. En ese instante sintió todo lo que él era y todo lo que su compañera era en él; la abrazó.
Habían recorrido el caos.
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Las respiraciones agitadas acompañaban a las risas. El aire les tocaba la piel y la hierba los pies descalzos. Se quedaron por un momento mirando las estrellas que parecían brillar con más intensidad de la habitual. InuYasha se posicionó tras Kagome, para custodiar la desnudez de su compañera con su cuerpo.
—Ahora dime —la escuchó señalar— ¿Por qué me pediste que fuese tu compañera?
InuYasha sonrió, aún se sentía ligero y despreocupado, como si todo en el mundo estuviese ahí, y existiera, para que ellos fuesen uno.
—No me preguntes esas cosas, estaba con la cabeza en otra parte… Y un poco aún lo estoy —se inclinó hacia adelante y le acarició la mejilla con la propia.
—Pero lo sabes —Kagome sonrió y acarició uno de los brazos que le cruzaban el pecho.
La risa de InuYasha continuaba pareciéndose a gotas de agua que cantan salpicando la superficie del río.
Finalmente confesó.
—Para hacerte el amor.
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N/A
SUGOKA!
¡ALUCINANTE!
Me encantó escribir esto, me lo pasé muy bien imaginando la situación y las conversaciones incongruentes de InuKag xD
Espero que disfruten de la lectura, tanto como yo al crearla.
Anyara
Este relato fue escrito para el concurso "We Love Fics" de la página Mundo Fanfic InuYasha y Ranma, bajo las siguientes etiquetas: #Gran_Concurso_MundoFanficsIyR #WeLoveFicsMundoFanficsIyR #Por_amor_al_fandom_MundoFanficsIyR.
