Inicio esta actualización con una gentil queja: "¡ES IMPOSIBLE NO ALARGAR ESTA HISTORIA!", lo siento, lo siento, pero no tienen la menor idea de lo tanto que batallé para resumir todos los acontecimientos restantes para finalizar el año dos sin dejar cabos sueltos e iniciar el año tres de la forma correcta. Muchos a estas alturas podrán pensar: "este men está extendiendo la Guerra de Troya de forma artificial", y créanme que no. En algún punto recuerdo inclusive que dije que cada 5 capítulos serían un año de la Guerra de Troya, y tras varios intentos inútiles de resumir los acontecimientos del año dos en 10 capítulos, me vi obligado a extender el capítulo 10, y omitir una gran parte, que estoy seguro de que se van a dar cuenta de esta omisión, ya que, si no lo hacía, este capítulo iba a ser eterno. Lo que intento decir es que: Homero solo resumió los últimos dos años de guerra, y ha sido mi trabajo reunir la información del resto de años tomando en cuenta los mitos que ocurrían al mismo tiempo, y alrededor de la Guerra de Troya, que involucran a los personajes de Homero, pero que Homero no menciona en la Illiada. Sin mencionar los registros históricos, que dictaminan que tal o cual rey sufrió una invasión Aquea, y que tengo que hacer lo posible por empatar cronológicamente hablando. Y todo se complica exageradamente más cuando te das cuenta de que los Aqueos llegaron a Egipto, y que, si bien la parte de la mitología griega no cuenta estos acontecimientos, la parte de la mitología egipcia si los cuenta (Fin de rabieta). Lo siento por lo anterior, pero ya nada más me falta que aparezcan los nórdicos en algún punto de la guerra, o los Atlantes… espera… ¿Atlantes? ¿En la Guerra de Troya? Oh dios mío, ¡Si hay menciones de Atlantes en la Guerra de Troya! ¡Renuncio! (Fin de rabieta dos). Resumen del resumen, Homero solo escribió los capítulos 8, 9 y 10, no se tomó la molestia de escribir los primeros 7. En fin, si bien puedo tomarme libertades creativas con las personalidades de los personajes (toce… Tiresias… toce), los mitos son reales, los personajes son reales (mitológicos reales o reales reales, eso es debatible), y los eventos podrán variar en su cronología, pero son reales. Cuando yo me invente algo se los diré (bueno si me inventé algo, lo de Medea, pero es para conectar cosas futuras, ya sabrán a qué me refiero después).

Josh88: ¡Ya te reconocí! Si eres un veterano, mira cuantos años han pasado y aquí sigues, un gusto leerte de nuevo. Que no te vaya a dar un infarto, porque todavía nos faltan 7 años, y si me animo, también la Odisea, así que resiste, prometo terminar. Vaya que es difícil que no vean a Menelao, y principalmente a Agamenón, como un tirano, digo no era un santo, pero Homero se pasó la verdad, el pobre Agamenón también sufrió mucho, quiéranlo, aunque sea un poquito. Y bueno, pues ya se acabó el año dos, espero lo disfrutes… por cierto, hice trampa, es fin de año dos e inicio del tercero. Así que, oficialmente en esta temporada cruce de años.

Goldxroses: Me alegra saber que aún hay lectores de antaño que continúan siguiendo esta historia. Aunque sí siento los estragos tipo covid, la población de mis lectores ha disminuido considerablemente, pero yo tengo la culpa. Sobre el capítulo anterior al del review que me mandaste, siempre fue el plan tener un capítulo enfocado a las heroínas de la Guerra de Troya y su importancia en la misma. Aunque el Daniel de hace dos años al parecer no sabía transmitir el mensaje correctamente y se vio envuelto en una discusión feminista, o eso me pareció, la verdad siempre tuve el plan de hacer evolucionar a Pentesilea, hay un poco más de eso en este capítulo, lástima que soy pésimo en dar esos mensajes de superación femenina. Parece que solo me funciona con Anficlas. Trolio es otro personaje al que me había tardado en darle el enfoque correcto, verás, en el mito, él era muy querido por ser de los pocos príncipes que luchó por Troya. Si te das cuenta, del lado Aqueo todos son reyes, príncipes, y todo eso, del Troyano, solo Eneas y Héctor, los demás rascándose la pansa a gusto. Pero Trolio era muy querido por ser otro príncipe que participó en la guerra. No había tenido oportunidad de usarlo apropiadamente porque su mito no lo empujaba en esa dirección hasta mucho después, por lo que a ojos de todos era un patán… y sí era un patán, pero me pasé de patán. En fin, debía darle su crecimiento apropiado a Trolio también. Espero que las batallas de Áyax y Patroclo no te resulten decepcionantes, no indagaré mucho, pero indistintamente de lo que yo quiera hacer, el mito dictamina ciertas pautas que tengo que obedecer, y por fidelidad al mito, pues… la verdad hubiera preferido hacer otra cosa, pero hay que seguir el mito, ya verás a lo que me refiero, principalmente con Áyax. El décimo ao básicamente será la Saga de Hades real, no nos adelantemos. De momento, espero que estés lista para descubrir al antagonista de la siguiente temporada, ya que, como siempre hago, termina año, y Créusa entrega la batuta a Ilíona. Ahora es el turno de Ilíona de entregar la batuta. ¿Quién será? Estoy completamente seguro de que nadie lo verá venir.

Hanna: ¡Hola y bienvenida! ¡Vi tu primer review en el capítulo uno! Pero, como no estas firmada, no te podía contestar. Además, pensé que si seguías leyendo, tardarías mucho en llegar al capítulo 29, y no sabía si dejarte la respuesta allí. Imagina mi sorpresa cuando te echaste el maratón leyéndote casi 30 capítulos en una semana, wow, ¿están tus ojos bien? Hacer encajar a Saint Seiya en la Guerra de Troya no es para nada fácil, créeme, en especial porque hay temas como el incesto, violaciones, asesinatos a pedradas, concubinatos, y temas en su mayoría sexuales que hacen relativamente imposible que, digamos, Kurumada se meta en hacer la Guerra de Troya al estilo Saint Seiya… pero, donde yo sé que Kurumada no puede meter su cuchara y arruinarme la historia (como sí arruinó mi mejor historia, Guerras Doradas), pues aquí yo mando, jajaja… o Homero manda, pero Homero no puede escribirse gaidens u otros mangas que me arruinen el mito, así que, puedo actuar con libertad… o al menos con cierta libertad… (suspira por el exceso de mito). Agradesco sobremanera tus palabras, me conmueven, es mi deseo que otros puedan disfrutar de una historia original, y respondiendo a tus preguntas de mis otras historias, si tengo, 4 son mis proyectos principales, pero no sé si te interesen ya que son centrados en una pareja crack MiloxSaori. La primera es Academia Sanctuary, una comedia school life donde los Caballeros Dorados son estudiantes de universidad, y es un MiloxSaori, todavía no la termino pero es una comedia romántica, va en su tercera temporada. Después está Guerras Doradas, mi primera historia de Saint Seiya, y tiene 55 capítulos, y un Gaiden que estoy escribiendo como anexo (solo yo escribo un fic de un fic), en fin, Guerras Doradas es un MiloxSaori también, y se centra en u universo alternativo donde Saga no se volvió un traidor, tiene 5 sagas principales: Titanes, Ares, Poseidón, Hades y Zeus, y dos sagas de Epílogo: Apolo y Ragnarok. Lo divertido de Guerras Doradas además es que utiliza como universo mitológico a Guerras de Troya, lo que significa que se referencia a la historia, de hecho, en mi Saga de Zeus nació la idea de crear Guerras de Troya, ya que los personajes antagónicos de la Saga de Zeus, son los protagonistas de Guerras de Troya… es… complicado, solo debes saber que no es obligatorio leer Guerras de Troya para entender Guerras Doradas ni viceversa, pero, Guerras Doradas es algo así como la secuela espiritual de Guerras de Troya, y Guerras Doradas es el prólogo de Guerras del Ragnarok (dios mío, esto es inmensamente difícil de explicar). Guerras del Ragnarok es la tercera entrega de la Trilogía de las Guerras. Básicamente, el final de Guerras Doradas, es lo que crea el universo de Guerras del Ragnarok. De todas formas, cada historia inicia y termina sobre sí misma, piénsalo como Star Wars Precuelas – Star Wars Clásico – Star Wars Disney. La historia se liga, pero también son historias independientes al final de cuentas, solo comparten un mismo universo (espero que la explicación no haya sido increíblemente difícil de entender). Tú tranquila, solo piensa en cada historia como una historia independiente, yo soy el complicado que se hace universos cinematográficos en su cabeza.

En fin, espero disfruten esta historia, y para los lectores de Guerras Doradas (sí, no he terminado con las explicaciones complicadas), ustedes sí saben lo que es un Gaiden en mis historias. Comencé uno nuevo, el Gaiden de Eris, léanlo si gustan, toma lugar entre la Saga de los Titanes y la de Ares. ¡Disfruten!


Saint Seiya: Guerras de Troya.

Troya: Año Dos.

Capítulo 10: Los Hados del Destino.


Anatolia. Abidos. Palacio de Abidos. Sala del Trono de Abidos. Año 1,194 A.C.

-¡Gran Cuerno! –resonaba el estrepitoso ataque de Áyax, diezmando los alrededores de la Sala del Trono del Palacio de Abidos, mientras el cuerpo de Hipocoonte, el orgulloso rey de Abidos, y quien fuera el hermano menor de Niso y Asio, era azotado por todas partes sin significar siquiera una molestia para Áyax, quien lo había superado en todo sentido aún sin sus armas- Aún estoy a tiempo de aceptar tu rendición, rey pelele –le apuntó Áyax con autoridad-. Desde mi enfrentamiento con tu hermano Niso, esperaba que los enfrentamientos contra los Suplicio Obsidiana fueran algo más interesantes. Asio resultó ser un poco más desafiante que lo que me has presentado hasta ahora, pero… solo Niso logró orillarme a una batalla de los 1,000 días… me pregunto si habrá sido por mi propio cosmos desbordante que alimentaba al suyo, o porque Niso en verdad es impresionante. Pero tanto tú como tu hermano Asio… me son indiferentes –insultó Áyax, caminando por el Palacio de Abidos, demoliendo la tierra con sus pasos mientras lo hacía.

-¿Cómo? –se quejó Hipocoonte, incorporándose, y limpiándose algo de sangre de su rostro- Los Suplicios Obsidiana somos los equivalentes a los Caballeros Dorados y nos alimentamos de su fuerza. Cualquier cosa que un Caballero Dorado puede hacer, el Inverso de su signo debería de poder hacerlo también. ¿Entonces por qué no puedo vencerte? –se preocupó Hipocoonte.

-¿Cómo Afroditas quieres que yo sepa si el Suplicio Obsidiana lo eres tú? –le apuntó Áyax- Para ventaja tuya, no tengo tiempo que perder. Acepta tu rendición, exíliate a ti mismo de la ciudad, mientras yo demuelo tu palacio. En verdad que no tengo tiempo para estas tonterías –aceptó Áyax, quien entonces escuchó la tierra bajo él partiéndose, se viró, y encontró a Ifimadante saliendo de los escombros con su cosmos listo. Pero Áyax le impactó su puño en el cuerpo, clavándolo en el suelo tras el potente puñetazo, luego alzó su pie para aplastarle la cabeza, pero se sorprendió cuando Antenor, malherido, viejo y débil, lo interceptó, empujando a Áyax y manteniéndolo fijo-. ¿Cómo es que tu cosmos…? –preguntó Áyax sorprendido.

-Usted lo mencionó… mi señor Caballero Dorado… -le respondió Antenor, temblando de dolor mientras mantenía la bota de Áyax alzada- Solo quien tenga la voluntad más alta… se alzará entre los demás. ¡Y mi voluntad es la de salvar a mis hijos! ¡Avanzada Hoplita! –alrededor del cuerpo de Antenor, proyecciones de cosmos de soldados creados del cosmos mismo de un morado intenso, prepararon sus lanzas, y todos juntos atacaron a Áyax, forzándolo a retroceder, hasta quedar clavado a una pared cercana, misma que se desmoronó sobre él, sepultándolo.

-¿Padre? –se impresionó Ifimadante, mientras Antenor se reponía, le ofrecía su mano, e Ifimadante se permitía ayudar a levantarse- No sabía que aun contaras con semejante poder. ¿Por qué no has entregado el mismo a la causa Troyana? –preguntó.

-¡Porque la causa Troyana no es más que un sentimentalismo patriótico estúpido, guiado por la idealización de que los troyanos somos invencibles! –le respondió Antenor, molestando a Ifimadante- No somos invencibles… ni ellos son invencibles… -le comentó, a momento de que la tierra temblaba, y Áyax se levantaba de los escombros, orgulloso, y mirando a Antenor con molestia-. Pero bien podrían serlo, ya que su causa es la más justa… mi señor Hipocoonte… le aconsejo mediar… -agregó Antenor, mientras Áyax se posaba inmenso delante de él.

-¿Quién eres… anciano? –preguntó Áyax, intimidando a Ifimadante, sorprendiendo a Hipocoonte, pero Antenor, frente a él, se mantenía firme y aferrado a su lanza- No eres un Espectro ordinario… el cosmos de los Espectros normalmente se siente frio, vacío, muerto… el tuyo por otro lado… es cálido… lleno de esperanza… -le apuntó Áyax.

-Cálido como un anfitrión, y lleno de esperanza en el futuro, sí… me describe bien… es una lástima que no haya logrado inculcarle esos valores a mi familia… -miró Antenor a Ifimadante, quien se mordió los labios con molestia-. Hace casi ya dos años, invité a Acamante, a Diomedes, y a Menelao el ofendido, quienes viajaban en compañía de Odiseo, a mi casa… los alimenté bien, durmieron en mi casa, y les prometí que Príamo, en su inmensa sabiduría, entregaría a Helena si supiera que Paris la había secuestrado… confiando en que mi rey velaría por los ideales de justicia, no en los del egoísmo y la soberbia. En ese momento medié, y en estos momentos intento hacer lo mismo. Áyax el Grande… sé de ti, sé de la grandeza de Salamina, y sé que puedes aplastarnos a todos… pero apelo a la sabiduría de los Caballeros de Athena… ya nos tienes sitiados… media, negocia… y evita más masacres… -pidió Antenor, señalando con su mano al exterior, a los Salaminos asesinando a la resistencia de Abidos, y Áyax entonces miró en dirección a Hipocoonte. Pero entonces, Áyax subió la guardia al sentir una fuerza de cosmos agresiva viniendo de Antenor, quien materializo a los Hoplitas nuevamente. Áyax lo pensó como una traición, y con su inmensa mano rodeó a Antenor por la cabeza, y lo azotó al suelo- Mi señor… espere… -pidió Antenor, escuchando entonces el grito de un Espectro, Polidoro, quien había intentado atacar a Áyax por la espalda, solo para terminar siendo atacado por los Hoplitas de Antenor, y derribado a unos cuantos metros de donde Áyax se encontraba.

-Pareces sincero, Espectro… pero, ¿qué hay del rey de Abidos? –miró Áyax a Hipocoonte, quien notó para su desprecio, que los Salaminos habían terminado con las defensas de Abidos, y se presentaban en los restos del palacio- Te adelanto que la única negociación que pretendo hacer es la del exilio… la de ti y de tu gente, ya que Abidos, al ser parte de las ciudades que cuidan del Estrecho de los Dardanelos, será incendiada en su totalidad –amenazó.

-¿Así sin más? –preguntó Hipocoonte furioso- Los Aqueos serán aplastados pronto por las tropas de la Reina del Quersoneso, Áyax… y van a aplastarte a ti también… -le apuntó Hipocoonte, y Áyax comenzó a elevar su cosmos nuevamente.

-¡Alto! –volvió a interponerse Antenor, furioso. Aunque Ifimadante notó que la ira de su padre no era ante Áyax quien saqueaba la ciudad, sino ante Hipocoonte- Mi señor Áyax, le daré una prueba de mi buena fe. Polidoro, quien intentó atacarle por la espalda, es el hijo de Ilíona, a quien llaman la Reina del Quersoneso, además de ser el sobrino de Príamo –le explicó Antenor-. Si toma a Polidoro de prisionero, la Reina del Quersoneso no tendrá más opción que el negociar por su vida. Podría inclusive iniciar un intercambio de prisioneros por Helena y terminar con esta maldita guerra –finalizó Antenor.

-¡Padre! –enfureció Ifimadante- ¡Lo que estás haciendo es alta traición! ¿Cómo te atreves a negociar con los Aqueos? ¡Ellos han insultado a Troya! –indicó Ifimadante, ganándose una bofetada de parte de Antenor.

-¿¡Cuando piensan ustedes soberbios imbéciles el entender, que los Aqueos están en su maldito derecho!? –gritó a todo pulmón Antenor, sorprendiendo a todos los presentes, y enfureciendo a su hijo en el suelo y sobándose la mejilla- Cada muerte… cada maldita muerte desde el día en que ese imbécil de Paris se llevó a Helena… ha sido culpa de Paris… y Príamo es cómplice al no detenerlo… ¡Troya es soberbia! ¡Piensa que puede hacer lo que le venga en gana porque dominaba el Quersoneso de Tracia! ¡Porque era dueña del Helesponto! ¡Porque el comercio marítimo desde el Estrecho de los Dardanelos hasta Chipre le pertenecía! ¡Troya se pensaba capaz de hacer lo que Troya quisiera porque Troya era ama y señora de todo! ¡Y quien osara levantarse contra Troya era un imbécil! ¡Pues no más! ¡Troya está recibiendo lo que Troya merece! ¡Y yo no le daré a Troya la satisfacción de hacer su voluntad sobre mí, y sobre mi familia! ¡Ya le di a Troya a dos hijos por la lujuria de Paris! ¡No le daré más! –finalizó Antenor, mirando a Áyax directamente.

-Eres un hombre muy valiente, y yo respeto eso… pero, sabes que eres hombre muerto por tus palabras, ¿no es así? Hipocoonte, y los de Abidos, no perdonarán tu traición –aseguró Áyax, y Antenor lo sabía perfectamente-. Ven conmigo… Salamina tiene lugar en su corte para todos aquellos que puedan serle útiles –ofreció Áyax.

-Aparte de Ifimadante me quedan 14 hijos en Troya, mi señor… me temo que no puedo abandonarlos –agregó Antenor, entristecido. Áyax entonces asintió, se viró a donde Polidoro, y lo tomó del cuello, levantándolo a la fuerza, y lanzándolo a los Salaminos, quienes lo rodearon de cadenas, enfureciendo a Ifimadante y a Hipocoonte.

-No te defiendas, ahora eres prisionero de Salamina –amenazó Áyax, mientras Polidoro miraba a Antenor con rabia por la traición del anciano-. En cuanto a ti, Hipocoonte… es momento de que decidas… tu pueblo… o tu soberbia… -apuntó Áyax, e Hipocoonte miró a los Salaminos, varios de ellos llevando a rehenes a punta de espada en sus gargantas.

-¡Eres un cobarde! –gritó Hipocoonte, furioso, y se adelantó dispuesto a combatir, pero un chasquido de los dedos de Áyax, y a uno de los soldados de Abidos capturados se le fue cortada la garganta, horrorizando a Hipocoonte- ¡Maldito! ¿Cómo puedes ser tan ruin? –enfureció aún más.

-Pregúntale a tu queridísimo Rey Príamo que falló a Troya y a sus aliadas al consentirle a un imbécil lujurioso, el rapto de Helena. Ahora… quiero que me escuches con mucho cuidado, y a la primera que me interrumpes, todas esas bonitas gargantas se cortan –amenazó Áyax, y el rey Hipocoonte, aunque furioso, asintió-. Tomaremos a todos sus caballos, menos a uno, que le entregaré a Antenor. Con este caballo, Antenor cabalgará a Troya, y a su familia. Todos tus hombres deberán entregar sus armas y sus armaduras, y saldrán de la ciudad descalzos. ¿Ha quedado claro, Rey Hipocomo te llames? Los enviaremos descalzos a Troya, y si llego a enterarme de que le tocan un cabello a Antenor, este se muere sin negociaciones –apuntó Áyax a Polidoro, encadenado y furioso-. Ya puedes dar tus ordenes… -agregó Áyax.

-Me vengaré por esto, Áyax el Grande… yo mismo te cortaré la cabeza… -le apuntó Hipocoonte, pero Ayax bufó, y preparó sus dedos para otro chasquido, ante el cual Hipocoonte se rindió-. ¡Soldados de Abidos! ¡Suelten sus armas, y despréndanse de sus armaduras y sus sandalias! –los Salaminos miraron a Áyax, y el Caballero Dorado de Tauro asintió, los soldados fueron liberados, y estos, aunque furiosos, se desprendieron de sus armas- Está hecho… -señaló Hipocoonte.

-Bien… ahora, todos largo –apuntó Áyax, mientras los Salaminos hacían un camino, con sus armas preparadas en todo momento, y guiaban a Hipocoonte y a sus hombres y civiles fuera de la ciudad. Un Salamino llegó entonces con un caballo, y Áyax lo presentó ante Antenor- Atiende a mi consejo, Antenor… a tu familia, a tus hijos y a tus nietos, has de ordenarles que siempre mantengan una piel de pantera sobre el marco de las puertas de sus casas… correré la voz entre los Aqueos, de que cuando las murallas de la ciudad caigan, y caerán, se perdone las vidas de las personas dentro de las viviendas marcadas, y no se saqueará nada dentro. Así, si tras llegar a Troya, cobraran represaría en tu contra, o no vivieras para ver el fin de la guerra por cualquier circunstancia, tu familia estará a salvo –le ofreció Áyax, y Antenor reverenció.

-Lo aprecio mucho, mi señor Áyax de Tauro –aceptó Antenor, y subió a su caballo. Acto seguido, cabalgó hasta su hijo, y le ofreció su mano, pero este abofeteó la misma- Hijo… -intentó decir Antenor, pero Ifimadante lo detuvo.

-¡Un verdadero padre defendería a su hijo ante quien fuera! –enunció Ifimadante furioso- Tu cobardía solo significa, que no defenderías a tu propia sangre si a esta la amenazaran… te niego como mi padre… -amenazó.

-No eres más que un tonto… -agregó Antenor entristecido- Pregúntale a Príamo si los nombres Crino y Arteus significan algo para él. Estoy seguro de que ni siquiera ha oído alguna vez hablar de ellos… lo mismo para todos los muertos en nombre de Paris y su estúpida lujuria… -le aseguró a Ifimadante-. Llegará el día en que la misma Troya se dé cuenta de la tontería que ha cometido, y ellos mismos se levantarán en contra de Príamo y su estupidez. Cuando eso ocurra… espero seguir teniendo hijos… -terminó Antenor, y cabalgó de regreso a Troya. Ifimadante se deprimió un poco, pero miró a Áyax desafiante.

-Espero que estés feliz… Aqueo… mientras vez a las familias desechas, y a los muertos en su búsqueda de la supuesta justicia –declaró Ifimadante de forma desafiante, y Áyax sonrió, se cruzó de brazos, y encaró a Ifimadante.

-Yo duermo muy tranquilo, muchacho imbécil. Aunque no mejor que Príamo a quien defiendes a capa y espada, sin ser nada para él –le apuntó al pecho Áyax, incluso picando un par de veces de forma violenta, enfureciéndolo- ¡Quemen la ciudad! –ordenó Áyax, y la quema comenzó- ¡Sin tesoros! ¡Sin esclavos ni comida! ¡Solo caballos! ¡A Troya ahora! –continuó Áyax, le ofrecieron un caballo, y Áyax se preocupó- Consígueme un Auriga. Que me subo que lo parto –aceptó Áyax, mientras sus hombres llegaban con un auriga. Áyax se subió al mismo, y tirado por 4 caballos, emprendió el camino a Troya, mientras Ifimadante miraba a la ciudad de Abidos, quemándose hasta sus cimientos.

-¿Y si hubiera sido yo, Padre, quien hubiera raptado a Helena? –se fastidió Ifimadante, mirando con lágrimas en sus ojos, mientras la ciudad ardía- ¿Me habrías entregado a los Aqueos? ¿Los hubieras restituido? ¡Un verdadero padre debería velar por su hijo! –gritó furioso Ifimadante, y lejos, Antenor pareció escucharlo, y lloró de dolor.

-Niño estúpido… -se dijo a sí mismo Antenor- La familia no tiene nada que ver con la estupidez humana. Si fueras un asesino, un saqueador, un asesino… los lazos de sangre no importan mientras los principios estén errados… volveremos a ser familia, cuando me entreguen tu cuerpo para un entierro en la granja de nuestra familia… -profetizó para sí mismo Antenor, y continuó con su camino en dirección a Troya.

Tracia. El Quersoneso Tracio. Bistones.

-Hemos llegado al fin, hermana –enunció Deípilo, en realidad el hijo legítimo de Ilíona, quien tras haber salido de Sestos la noche anterior, había estado demasiado cansada, además de observando todo lo que acontecía de regreso en Troya gracias a su ojo que reflejaba a la Luna. Deípilo había terminado por tomar él mismo las riendas mientras Ilíona dormía. Pero, el estruendoso rugir de la multitud sobre las murallas de barro de Bistones terminó por despertarla, mientras el reino de Bistones daba la bienvenida a la Reina de Bistones, en su mayoría por el regreso de la reina tras dos años perdida gracias al sitio de Troya. Algunos otros admirándola por los rumores de la Reina del Quersoneso. Algunos otros, sin embargo, la miraban con repudio por esta misma razón.

-¡Salve la Reina del Quersoneso! –exclamó un mendigo, mientras las puertas de madera se abrían. Por alguna extraña razón, al mendigo lo escuchaban todos los presentes, e Ilíona, al verlo, sintió algo extraño- Oh grande eres, Reina del Quersoneso, que has unido a varias de las tribus de Tracia en una sola. Y has dividido las fuerzas del Quersoneso junto a Reso, quien domina a la otra mitad, y has ridiculizado con esto el gobierno de Bistones… muy bien… has herido a mi reino para fortalecer a Troya, hermana… -declaró el mendigo, confundiendo a los presentes.

-¿Apolo? –se impresionó Ilíona, bajando del caballo, y acercándose al mendigo, quien comenzó a tirarse de su cabellera roja, y a rascarse la barba como si de un lunático se tratase, lo que mantenía a los pobladores de Bistones en alerta, y a Deípilo con su mano contra el pomo de su espada.

-Atrás, Deífobo, no molestes a su majestad –empujó un guerrero de apariencia joven, vistiendo una Glorie. Una de las más poderosas, Ilíona la reconocía muy bien, notando además que, pese a las palabras del joven de cabellera azul y ojos azules, este guardaba respeto por Deífobo-. Me disculpo, mi Reina del Quersoneso. Deífobo es nuestro profeta. Me temo, sin embargo, que su mentalidad no siempre es la más… adecuada. Mi nombre es Orfeo de la Lira, el Egleteo del Sol Joven. He sido enviado por su esposo, Poliméstor, a recibirla –reverenció Orfeo.

-Viajaré junto a Deífobo si no le molesta. Después de todo, él es mi hermano –aclaró Ilíona, sorprendiendo a Orfeo, a Deípilo, y a los presentes en Bistones, lo que Ilíona no comprendió- Este… creo que me olvidé que era una mortal… -se apenó Ilíona.

-Y, aun así, estás en lo correcto, hermana –se incorporó lo más derecho que pudo Deífobo, mirando a Orfeo sin una pisca de locura en su ser-. Deífobo, hijo del rey Príamo, y príncipe de Troya –se presentó él, sobresaltando a Orfeo-. Fui capturado en Tenedos por los Aqueos, y entregado como esclavo a Poseidón, quien me liberó. He vagado por toda Anatolia y el Quersoneso por casi un año, esperando el momento en que una hija de Priamo me reconociera, y me liberara de mi locura. Ilíona, estoy en deuda. Al reconocerme como tu hermano me has liberado, y ahora puedo regresar a Troya contigo, hermana –sonrió Deífobo.

-Esto… es bastante incomodo… ¿tuvimos por varias lunas a un príncipe en las calles de Bistones? ¿Cambiando profecías por migas de pan? –se preguntó Orfeo, y Deífobo asintió- Los guiaré a ambos al palacio de Bistones… síganme por favor –agregó Orfeo, liderando a sus hombres. Deípilo ofreció su mano a Ilíona para subirla al caballo, pero ella se rehusó y comenzó a caminar junto a Deífobo- Es divertido ser un humano. Normalmente como un dios en su mayoría las doncellas me niegan por razones que no alcanzo a comprender. Pero como mendigo, he encontrado placeres carnales muy agradables de otras quienes cambian favores por pan –sonrió Deífobo.

-Repugnante –respondió Ilíona-. ¿A qué juegas, Apolo? –preguntó Ilíona, caminando junto a él rumbo al palacio, y sabiendo que nadie podía escucharlos- ¿Hacerte pasar por un mendigo? ¿Revelarte ante mí justamente hoy? ¿Y qué es ese pequeño discurso sobre debilitar a las tribus de Tracia en favor a Troya? –preguntó Ilíona.

-Oh, pero si es precisamente eso, hermana –comentó Deífobo con una sonrisa-. Los Tres Reyes del Quersoneso eran Hitarco quien gobernaba el Estrecho de los Dardanelos, Reso que gobernaba las tribus de Eyón, y tu esposo Poliméstor, quien gobierna desde Apolonia hasta Elayunte. Pero gracias a Hades, quien te ordenó conquistar el Quersoneso Tracio, cosa que ni él mismo pensó que fuera posible debo agregar, no solo uniste a la mayoría de reinos bajo el mando de Hitarco a su suerte, sino que lograste alianza entre ellos y los hijos de Hitarco a quien destronaste, y con el abandono de las tribus de Tracia al mando de Reso a solo yo sé dónde… digamos… que conquistaste todo el Quersoneso tú sola. Lo que no me hace feliz… básicamente le diste mis reinos a Hades en bandeja de plata –le comentó molesto.

-Si hubieras respondido al llamado de Hades y te hubieras aliado con los Troyanos, esto no habría pasado –le recordó Ilíona, molestando a Deífobo aún más-. Me ordenaron encontrarte y así lo hice. Me ordenaron forzarte a unirte al bando Troyano, y a menos que quieras que los Hijos del Quersoneso pierdan la guerra, me temo que estás obligado a cooperar –agregó desafiante, por lo que Deífobo se detuvo, y la encaró directamente, deteniendo la marcha- Parece ser, además, que no estás tan ajeno a la Guerra de Troya si has decidido poseer a uno de los hijos de Príamo –agregó ella.

-Oh, allí es dónde te equivocas –le respondió Deífobo-. Solo tengo un único objetivo… Poseidón… él me declaró la guerra, de allí en fuera, lo que pase con Troya me es indistinto. Poseidón y sus ejércitos están faltándome al respeto, yo soy un conquistador, tenía al Quersoneso bajo control y había posado mi vista en Egipto donde veneran a otro Sol… no me habrían obligado a involucrarme si no te metían en esto… yo soy quien manipula, no el manipulado… -aseguró Deífobo.

-¿Pasa algo? –pregunto Orfeo, y tanto Deífobo como Ilíona lo miraron con molestia- Me disculpo si he interrumpido su conversación… tan solo… tenía curiosidad de que hubieran interrumpido la marcha… -insistió Orfeo.

-Continua, te seguimos –contestó Ilíona, Orfeo asintió, y el grupo prosiguió con el camino-. Indistintamente de nuestra renuencia inicial a unirnos a esta guerra, Hades tiene razón –prosiguió Ilíona, molestando a Deífobo-. Athena ha insultado a los dioses. Ha desafiado directamente a Zeus… estoy en esto por Zeus… -aclaró Ilíona.

-No estás haciendo el mejor de los trabajos convenciéndome considerando que Zeus me desterró del Olimpo, y que Ares, continúa en el Olimpo contoneándose usurpando mi trono –se molestó Deífobo, sus ojos ardiendo como el fuego-. Además, Hades no hace más que disfrutar de los deseos carnales humanos. Elige a sus guerreros y los hace pelear su guerra. Me sorprende que nadie lo haya notado ya, mientras todos hacemos su guerra, él solo se deleita. Dime, ¿por qué debería de involucrarme? ¿Por qué debería permitir estos insultos? –insistió.

-Porque si te unes a nosotros, y derrotamos a Athena y a Poseidón… Hades te promete que el lugar de Athena en el Olimpo, será tuyo… -le explicó, ganando la atención de Deífobo-. Piénsalo… enemistados los dioses o no, todos somos parte de los Dioses Olímpicos… -prosiguió ella-. Aún si Poseidón resulta ser derrotado, es el hermano de Zeus, no lo expulsará del Olimpo –aclaró.

-Oh, pero Athena es su hija –le recordó Deífobo-. No importa lo que ocurra. Hera es la esposa de Zeus, no perderá su puesto sin importar qué. Hermes y Athena son hijos de Zeus, y Hefestos, fue parte de las razones de que me expulsaran del Olimpo. ¿Lo has olvidado? El cómo Hefestos engañó a Hera para sentarse en un trono del cual no le permitió volverse a parar hasta que Zeus le entregara un trono en el Olimpo, el cómo Zeus le ofreció el mío, cuando fue a Ares a quien debió haber expulsado. No importa quien gane esta guerra, Artemisa… no habrá un trono para mí –aseguró Deífobo.

-Parece que no lo entiendes… -insistió Ilíona, mientras las puertas del Palacio de Bistones frente a ella, comenzaban a abrirse-. Independientemente de los actores, esta es una guerra entre Athena y Hades… y si Athena pierde… Hades la condenará al Tártaros… Zeus ya concedió el permiso… -aclaró Ilíona, sorprendiendo a Deífobo-. Si Athena es condenada al Tártaros… no podrá salir, en 1,000 años. ¿Crees que su trono permanecería sin un dios al mando hasta entonces? –preguntó, y Deífobo la miró con molestia.

-¡Amada mía! –escuchó Ilíona, horrorizándose, mientras el rey Poliméstor, un gigante entre los hombres, de barba amplia y despeinada de un rojo intenso, y cabellera con entradas del mismo color, bajaba de su trono revestido en una Glorie, llegaba ante Ilíona, y sin importarle los presentes, la tomaba por las posaderas, y la obligaba a un beso, que incineró la ira de Ilíona, mientras el gigantesco rey se desprendía de ella- Oh, como había extrañado tus labios. Y aún más tus bellas caricias –se lamió los labios el rey, mientras Ilíona perdía toda compostura, y se preparaba para elevar su cosmos y ejecutar al lujurioso rey. Deífobo sin embargo, se adelantó.

-Rey Poliméstor, me temo que ha malinterpretado la llegada de Ilíona a su reino… -comenzó Deífobo, elevando su cosmos, y con el Sol ardiendo a sus espaldas, con su luz entrando por las puertas aún abiertas-. Ha negado el auxilio a Troya, y es bajo este conducto que yo, Deífobo, hijo de Príamo, quien he permanecido en secreto en su reino, esperando verlo apoyando a los Troyanos contra los Aqueos, he decidido arrebatarle su reino para entregárselo a mi hermana, Ilíona –aseguró él, enfureciendo a Poliméstor.

-¿Hijo de Príamo? –enfureció Poliméstor- De modo que, el imbécil de Príamo piensa que puede forzar a Bistones a unirse a la guerra, ¿solo porque me acosté con su hija? No eres más que un imbécil, Deífobo. Príamo se merece todo lo que ha cosechado, y tú te mereces la muerte por atreverte a desafiarme. ¡No tienes ningún poder aquí! –amenazó Poliméstor.

-Oh, se equivoca mi rey… tengo todo el poder aquí –sentenció Deífobo, y tras hacerlo, los hombres de Orfeo sacaron sus espadas, y todos apuntaron las mismas en dirección a Poliméstor-. Usted nunca ha gobernado Bistones, mi rey… no al menos sin que Príamo lo quiera así… todo su ejército, le pertenece a Troya. Díselo, Orfeo –sonrió Deífobo.

-A sus órdenes, mi príncipe Deífobo –respondió Orfeo-. Por órdenes del Príncipe Deífobo, hijo de Priamo, tras el día en que el Rey Poliméstor le negó a Troya la petición de ayuda en contra de la primera avanzada Aquea, se han reemplazado sistemáticamente a los altos mandos militares de Bistones, a mi cargo, por soldados leales a Troya. Además, todas las cabezas militares, fuimos ordenadas por mi señor Deífobo a pretender que no era más que un mendigo, esperanzados en un cambio de opinión de su parte. Su negativa actual a apoyar a Troya, ha significado el final de nuestra lealtad. Por este conducto yo, Orfeo de la Lira, bajo la autoridad que me confiere mi Glorie, que está por encima de la Glorie que lo viste a usted, mi señor Poliméstor, le arrebato el gobierno de Bistones –elevó su cosmos Orfeo, y la Glorie de Polímestor, fue obligada a arrodillar al rey.

-¿Qué significa esto, Ilíona? –preguntó Polímestor, mientras Orfeo con su cosmos controlaba su Glorie, y la obligaba a ofrecerle el trono a la Reina del Quersoneso, lo que incomodó un poco a Ilíona- Ilíona, soy tu esposo… soy el padre de nuestro hijo Polidoro. ¿Acaso eso no significa nada para ti? –preguntó el aterrado rey.

-Alto… -ordenó Ilíona, sorprendiendo a Deífobo- Es mi esposo, y como tal, aunque no consiento su negativa a brindar su auxilio a Troya, fue bendecido por Apolo con una Glorie, la Glorie de Hyperión, uno de los Epítetos de Apolo –le recordó Ilíona, molestando a Deífobo- Apolo no le brindaría una Glorie a mi esposo, si solo pretendiera usarlo. Apolo no consentía la guerra contra Troya, simplemente se vio obligado a involucrarse. Apolo no castigaría a sus seguidores, solo porque han defendido su intención de mantenerse neutral… -desafió Ilíona. Deífobo entonces la miró con desafío, pero sonrió.

-Es verdad. Orfeo –pidió Deífobo, y Orfeo liberó a Poliméstor de su control-. Puedes conservar el mando de Bistones, Poliméstor. Pero la totalidad de tu ejército, se pondrá a disposición de Troya. Orfeo, ve que los hombres de Bistones se preparen para salir –pidió Deífobo-. Y mientras hacen eso, iré a la habitación del trono si no te molesta, cuñado. No podemos esperar que el príncipe de Troya vista de harapos, ¿o sí? Ilíona –pidió Deífobo mientras se retiraba.

-Adelántate, hermano… -le pidió Ilíona nerviosamente, y Deífobo la miró con curiosidad-. Requiero de un momento a solas con mi marido –le pidió, y Deífobo se contoneó, retirándose orgulloso a la habitación de Poliméstor, y tras hacerlo, dejando a Ilíona y a Deípilo con Poliméstor-. Yo no quería esto… -le expresó Ilíona.

-Ah, no es sorpresa para mí en realidad, con todas esas tonterías de la Reina del Quersoneso –se fastidió Poliméstor, e Ilíona bajó la mirada con tristeza- ¿Qué ocurrió contigo? Repudiabas la guerra, y ahora conquistas el Quersoneso Tracio y se lo envías a Príamo. ¿Sabes acaso que eso devuelve el control del mar Egeo a Hélade? –agregó él con molestia.

-Solo temporalmente, y no te equivocas, repudio a la guerra… -aseguró Ilíona-. La repudio más de lo que puedes llegar a imaginar… es por eso que pienso terminarla, contundentemente, pero debes permanecer en el Quersoneso como garantía –le pidió, y Poliméstor la miró con curiosidad- Si gano la guerra… traeré tesoros, riquezas, y poder a tu nombre… tienes mi palabra. Indistintamente de lo que siento actualmente, eres mi esposo, y te recompensaré por todo lo que hoy estás sufriendo… le rezaré a Artemisa eternamente de ser necesario –posó su mano Ilíona contra la mejilla de Poliméstor, como si Ilíona misma sufriera por lo que le estaba haciendo a su esposo-. Deípilo –pidió Ilíona, y Deípilo atendió a su llamado-. Quédate aquí con tu tío. Juntos restauren el orden perdido cuando el ejército de Bistones marche a Troya… por favor… -le pidió, Deípilo y Poliméstor intercambiaron miradas de confusión- No me odies por favor… -suplicó.

-¿A ti? Jamás podría… a tu padre Príamo por otra parte… espero que sepas que voy a vengarme de él, Ilíona… -declaró Poliméstor, e Ilíona asintió, acerándose a Poliméstor, y besándole gentilmente la frente- Bueno… eso es lindo, pero… ¿no puedo al menos darme una revocadita contigo? –pidió, sobresaltando a Ilíona.

-No me siento de ánimos, me duele la cabeza –se excusó ella, y Poliméstor refunfuñó-. Deípilo… seguirás cualquier orden de tu rey, Poliméstor. Y cuídate mucho… hablo enserio… -pidió Ilíona, y Deípilo, confundido, asintió, mientras Ilíona se retiraba de la Sala del Trono, y encontraba a Deífobo vistiendo sedas y una corona dorada.

-O vamos, tienes un cuerpo humano, puedes darte una revolcada sin perder tu virginidad. ¿No quieres saber qué se siente? –insinuó Deífobo, contoneándose con las prendas que se había robado, mientras Ilíona se ruborizaba aún más- Además, ese cuerpo no es virgen. Técnicamente ya vives en tu propio pecado –aseguró.

-¡Que no me voy a acostar con nadie! –enfureció Ilíona. Deífobo solo alzó y bajó los hombros indicando que no le importaba- ¿Qué estás haciendo? ¿De verdad ibas a matar a uno de tus propios soldados? Le diste una Glorie –aseguró Ilíona.

-Una de las más débiles, y Artemisa, parece ser que no entiendes en absoluto nada –le comentó Deífobo-. Los humanos son herramientas… todas esas tonterías de amar a los humanos, son mentiras. Puedo buscar a los humanos por su atractivo físico, como esa tal Casandra, y satisfacer mis necesidades carnales, pero, ¿amarlos? De eso nada. No amo a nadie, ni siquiera a mis hijos. Y eso, hermanita, debes tenerlo muy presente… traicióname… y te golpearé donde más te duele –amenazó, e Ilíona tragó saliva-. Mientras tanto, claro, haré como Hades. Mi involucramiento en esta guerra será mínimo… pero Hades tendrá a mis soldados. Después de todo, acabas de ser testigo de lo bueno que es tener a soldados infiltrados… -aseguró, e Ilíona asintió-. ¿Me querías en tu guerra, Hades? Pues aquí me tienes… veamos si es lo que esperabas… -sonrió para sí mismo.

Anatolia. Lesbos. Metinma. Afueras de Metinma.

-¡Escudos arriba! –ordenaba Aquiles a los Mirmidones, entre los cuales se encontraba Antíloco, ambos con sus escudos alzados, resistiendo la afrenta de flechas incendiarias junto al resto de Mirmidones, quienes se encontraban sobrepasados por los números de los ejércitos de Metinma, quienes habían rebasado las expectativas de Aquiles- Espectros… Anceo tenía razón… Metinma no debía ser subestimada. ¿Has terminado tu revisión, Antíloco? –preguntó Aquiles.

-La he realizado tres veces, Aquiles, y la respuesta es la misma: No hay un solo manipulador del cosmos en Metinma. Son solo humanos comunes –le explicó Antíloco, cuando una flecha pasó peligrosamente cerca de su rostro, una flecha que gracias a su ceguera escuchó venir.

-¡No puede ser que una ciudad enteramente desprovista de cosmos esté resistiendo a nuestro asedio! –enfureció Aquiles- Debe al menos haber un Espectro o algo. ¿Cómo puede ser que no hayas encontrado a nadie? –insistió Aquiles.

-Mi cosmos es más grande ahora gracias a mi ceguera, por eso soy capaz de rodear a todo el Palacio de Metinma con el mismo. Y te repito, no hay un solo manipulador del cosmos en esa ciudad –insistió Antíloco, y Aquiles, furioso, rompió la formación- ¡Aquiles! –se preocupó Antíloco.

-¡Si no hay manipuladores del cosmos, me adelantaré con un salto de cosmos y abriré las puertas! –flexionó Aquiles, antes de realizar un salto de cosmos, dirigiéndose en la forma de un cometa dorado por encima de las murallas de Metinma, perseguido por las flechas incendiarias, pero estrellándose con una barrera de cosmos, que lo repelió, y lo estampó en el suelo en medio de una lluvia de flechas de fuego, que Aquiles despedazó al elevar su cosmos.

-¡Mirmidones, avancen! ¡Escudos alzados! ¡Avanzada de defensa a proyectiles! –ordenó Antíloco, y aunque estaba ciego, los Mirmidones le obedecieron, alzaron sus escudos con el emblema de la Hormiga Negra, y resistieron la lluvia de flechas que iluminaban la noche, mientras se dirigían a Aquiles, ya rodeado de soldados de Metinma, y defendiéndose de ellos con su espada y escudo, encontrando a los de Metinma bastante habilidosos, y aunque Aquiles cortaba gargantas con eficiencia, los de Metinma parecían poder mantenerlo ocupado- ¡Lanceros, avancen! –continuó con sus órdenes Antíloco, preparando su látigo, y rompiendo perfectamente las flechas incendiarias como si pudiera verlas, protegiendo a los Mirmidones, quienes lograron llegar ante Aquiles, y ayudarlo a retroceder-

-Has mejorado –admitió Aquiles, mirando el látigo de Antíloco surcar el aire y partir las flechas incendiarias, mientras con una espada común también repelía las agresiones de los Hoplitas que avanzaron intentando darles muerte- Por cierto, me repelieron. ¿Cómo no puede haber un manipulador del cosmos y de todas formas me repelieron el salto? –preguntó molesto.

-Solo se me ocurre, que alguien dentro de Metinma puede hacer magia –le explicó Antíloco, fastidiando a Aquiles-. No necesito ojos para saber que me estás mirando feo. Hablo enserio, hay muchos tipos de magia, y la magia no es cosmos. Seguramente, una de las razones por las cuales estos soldados pueden hacernos frente sin poseer cosmos, tendrá que ver con alguna bruja –agregó él.

-¿Bruja? ¿Cómo Medea? ¿La esposa de Jasón? –preguntó Aquiles, y Antíloco asintió, aunque algo perturbado por la comparativa- Estoy ligeramente obsesionado con la leyenda de Jasón, no me culpes, culpa a Anceo por contarme de sus viajes con Jasón –se fastidió él.

-¡Entonces apelaré a su fanatismo por Jasón, mi señor, pidiéndole que realicemos una retirada! –pidió Antíloco. Por la cantidad de flechas incendiarias, no podía mantener la protección a los Mirmidones, quienes comenzaron a caer bajo las flechas- ¡Jasón era un gran líder y sabía cuándo retirarse! –insistió él.

-¡Esa es una manera muy sucia de convencerme! –se fastidió Aquiles, pero tras ver lo poco que habían avanzado, terminó por admitir que era lo mejor- Bien, un líder sabio sabe cuándo debe retirarse. ¡Mirmidones! ¡A los campamentos! –ordenó Aquiles, y los Mirmidones, sorprendidos, miraron a Aquiles incrédulos- ¡Al primero que me diga que podemos con ellos lo fulmino! ¡Esa va para ti, Automedonte! –apuntó Aquiles a un Automedonte que ya había adelantado varias filas, pero que tenía varias flechas clavadas en su cuerpo- ¡Repliégate! –insistió Aquiles.

-Pero… señorito… estamos tan cerca de las puertas… -insistía Automedonte, sosteniendo un par de lanzas de unos Hoplitas que lo empujaban pese a no ser manipuladores del cosmos- Como ordene, señorito. ¡Aliento del Dios de los Mares! –atacó Automedonte, haciendo distancia, y elevando una barrera de viento alrededor de los Mirmidones- ¡Barrera de Aire! –conjuró Automedonte, logrando proteger a los Mirmidones para la retirada, instrucción que obedecieron, ante los gritos de victoria de los de Metinma.

Dentro del palacio de Metinma, una hermosa mujer caía sobre su rodilla, mientras el aterrado rey de Metinma temblaba de miedo. Se encontraban en la torre más alta del Palacio de Metinma, donde estaba la Sala del Trono, y desde cuyas ventanas la princesa de Metinma, miraba enamorada a Aquiles dando sus órdenes para la retirada.

-He repelido a los Mirmidones como he prometido, rey Lepetimos, y de cumplirse mi voluntad, le reitero que Metinma no caerá –habló la mujer, de cabellera escarlata, y quien miraba desde las ventanas sobre la torre más alta a Aquiles, encantada por la belleza del Aqueo, así como la princesa de Metinma había quedado fascinada de igual manera.

-Ha sido un excelente trabajo, hechicera Medea –exclamó el rey Lepetimos, nervioso, mientras la hermosa mujer, que aparentaba unos 16 años de edad, pero a quien el rey conocía y sabía que definitivamente aquella no era su edad, sino que era mucho más vieja, caminaba por la Sala del Trono con debilidad-. Increíble… ¿cómo es que los Aqueos han sido repelidos? Pensé que sus conocimientos del cosmos serían nuestra perdición –se impresionó el rey.

-La hechicería es lo más cercano a los poderes divinos, mi rey –aclaró la mujer, quien se veía sumamente débil-. Pero hay límites para lo que puedo hacer. He repelido la agresión inicial de una forma tan contundente al rodear a los soldados de Metinma con mis vientos que forzaron a las armas Aqueas a perder sus blancos. Aquiles en definitiva querrá continuar con el asedio, pero optará por usar la sabiduría, y abandonar sus intenciones por el bien de la empresa. Las fuerzas de Poseidón ya han cruzado la isla de Lesbos, no hay razón para continuar con el asedio a Metinma. Ordenará a los Mirmidones apoyar en la toma de Mitilene y avanzar a Lineón. De allí continuará con el resto de incursiones, y llegada la fecha del regreso a Troya por su exilio autoimpuesto, elegirá la gloria a volver a intentar conquistar Metinma… después de todo, en Troya hay alguien a quien desea ver, y está impaciente. Metinma ya está a salvo, ahora, la información… -pidió Medea.

-Umm… no debí dudar de tus habilidades, hechicera. Después de todo, Jasón no habría logrado todo lo que logró sin tu ayuda –aseguró el rey, y Medea reverenció-. Sin embargo, y pese a que detesto a Jasón por no desposar a mi querida hija, Pisidice, he hecho un juramento y no puedo romperlo. Tendrás que conformarte con saber que, en efecto, Jasón estuvo en Metinma… pero revelarte su destino, es algo que no puedo hacer –aseguró el rey.

-¿¡Me mentiste!? –enfureció Medea, encontrando entonces las espadas de la guardia del rey en su dirección- ¿Sabes acaso con quien te estás metiendo, imbécil? ¡Soy Medea! ¡La más grande de las hechiceras! ¡Es por mí que Metinma no ha caído! –enfureció ella.

-Y por ello, te agradezco, y te he brindado la información que he podido brindarte –le comentó el rey con cautela-. Comprendo que enfurecer a una hechicera es un error, y te pido que no lo tomes a mal. Te brindaré una escolta que te lleve a donde desees ser llevada, te colmaré de tesoros por tu servicio. Pero por mi juramento a los dioses, no puedo decirte a donde ha huido Jasón. Entenderás que, entre la ira de una hechicera, y la de un dios, la de una hechicera es menos dañina –aclaró el rey.

-Veo que no tengo alternativa… -agregó Medea, aunque furiosa. El rey suspiró, y envió a sus hombres a preparar los tesoros, y el transporte-. Si no le molesta, al menos permítame despedirme de la princesa Pisicide. Me hubiera encantado conocerla mejor, pero mi persecución por Jasón, es la prioridad –aseguró ella, y el rey brindó su permiso, retirándose, pero dejando a un par de guardias a cuidar de su hija- ¿Lo deseas? –preguntó Medea tras acercarse a Pisidice, sabiendo de antemano que la princesa observaba a Aquiles.

-Es guapo, valeroso, y su nombre es conocido por toda Anatolia. Lo deseo –confesó ella, mirando a Medea con lujuria en sus ojos-. Pero no es para mí. Mi padre no lo consentiría –aseguró la joven princesa, y Medea le sonrió.

-Comprendo lo que sientes –aseguró ella, llamando la atención de Pisidice- Cuando Jasón llegó a la corte de mi padre, el rey Eetes, quedé enamorada de Jasón. Valeroso, en una armadura de Oro Rojo con la forma de una Pantera, su capa dorada y sus lanzas gemelas de puntas de rubí. Buscaba el Vellocino de Oro que, por supuesto, mi padre se negó a entregarle. En realidad, de no haberle ayudado, Jasón no hubiera conseguido el Vellocino de Oro, ni me habría dado a dos hijos Mérmero y Feres –le explicó, y Pisidices se mostró muy curiosa de aquello-. Aún lo extraño, ¿sabes? No pierdo la esperanza de volver a verlo –aseguró.

-No entiendo por qué mi padre no desea decirte a dónde a huido si le has servido tan bien –aceptó Pisidice-. A mí también me gustaría poder ser desposada por algún guerrero como Aquiles. Pero no sé cómo –aseguró.

-Si sabes algo del paradero de Jasón, podría ayudarte –le comentó Medea, y Pisidice la observó con curiosidad-. Quiero decir, yo ayudé a Jasón aún en contra de mi propio padre. Seguramente, podrías hacer lo mismo. ¿Qué tal hacerlo rey de Pisidice? Si te tomara por esposa, no sería tan descabellado, y solo tendría que destronar a tu padre –aseguró ella.

-Asesinar a mi padre dirás –se burló un poco Pisidice, y ante aquel comentario, y la nula muestra de molestia de la princesa de Metinma, Medea supo que Pisidice no sentía amor alguno por su padre-. Le entregaría a Aquiles mi reino entero, no importa quien deba morir para ello. Aquiles es el más fiero entre los hombres, tal vez más grande incluso que Heracles y Jasón, lo sé, sus proezas resuenan desde Troya hasta Lesbos. ¿Quién no querría de esposo a alguien así? –preguntó.

-Es una lástima que, al estar sitiados, no puedas entregar ese mensaje a Aquiles –declaró Medea, y Pisidice la miró con curiosidad-. Si fuera tu voluntad, podría darle a Aquiles el mensaje que tú quisieras. Pero, ya tuve suficiente de traiciones. Dime lo que sabes, si es que sabes, sobre el paradero de Jasón, y yo te prometo, darle a Aquiles cualquier mensaje que desees darle –le sonrió Medea, y Pisidice lo pensó.

-Bien, no pierdo nada con intentarlo –declaró Pisidice-. Jasón, en efecto, estuvo en la corte. Mi padre le ofreció mi mano, pero Jasón se rehusó. Decía algo sobre estar enloqueciendo, de tener pesadillas, y sobre buscar a los hechiceros más poderosos de todos para salvarle de sus pesadillas –aseguró, y Medea prestó mucha atención a aquellas palabras-. Creo que sus nombres eran… Telquines… -aseguró.

-Rodas… -dedujo Medea-. Por supuesto… el malnacido buscaría la magia de los únicos que son más poderosos que yo para escapar a su maldición. Inaudito, venderle su alma a los Telquines… esto, complica demasiado las cosas… -se dijo a sí misma Medea, poniéndose de pie, pero Pisidice se aclaró la garganta- Oh… cierto… Medea siempre cumple su palabra. Tu mensaje –pidió Medea.

-Dile a Aquiles, que le entregaré el reino de mi padre Lepetimos –comenzó Pisidice, en susurros, para que la guardia del rey no la escuchara-. En una hora, abriré las murallas del este, y le permitiré entrar junto a sus Mirmidones, y que, a cambio de mi ayuda, deberá aceptarme por esposa –pidió Pisidice.

-Le daré tu mensaje, pero debes estar segura de lo que me pides –advirtió Medea-. ¿De verdad entregarías a tu padre, a tus hermanos y hermanas, a tu pueblo entero, por Aquiles? Piénsalo con cuidado, no querrás arrepentirte. Es verdad que las mujeres cometemos actos viles por amor… pero… el arrepentimiento que de ello nace… es una tortura en vida –aclaró.

-Después de asesinar a sus propios hijos por despecho, señorita Medea… usted es la menos indicada para juzgarme –aclaró Pisidice, y Medea aceptó aquellas palabras-. Le entregaré a Aquiles mi reino –aseguró, la guardia del rey entonces entró en la Sala del Trono junto al rey mismo.

-Se han preparado los tesoros, y su transporte, mi señora Medea –comentó el rey, a quien Medea miraba de reojo-. Ahora, si no le molesta. Salga de mi reino –pidió el rey Lepetimos, y Medea suspiró, mientras miraba a Pisidice, sonriente.

-Una promesa es una promesa, y Medea siempre cumple sus promesas –enunció Medea-. Hasta nunca, rey Lepetimos –declaró Medea, y desapareció, convertida en una nube roja, que salió por la ventana, sorprendiendo al rey y a los soldados, quienes prepararon sus armas, pero no encontraron a nadie.

Campamentos Aqueos frente a Metinma. Tienda de Aquiles.

-Anceo te lo advirtió, no tenías los números necesarios –le explicaba Antíloco a Aquiles, sentado en su tienda, con Orsedice limpiándole algunas heridas. La concubina de Automedonte también le curaba las heridas, sacándole las flechas, y llenándolo de ungüentos, mientras Aquiles, con mirada de molestia, observaba a la furiosa de Briseida aún atada a un poste, mientras él limpiaba sus propias heridas.

-Señorito… yo puedo curarle sus heridas si gusta… -lo miró Automedonte preocupado, pero Aquiles movió su mano en negación, y le mostró que no tenía más que raspones, mismos que emanaban un poco de humo mientras le quemaban la piel-. Comprendo que Fénix haya dicho que solo él puede curarle sus heridas, pero. Puedo arriesgarme –aseguró Automedonte.

-Son solo raspones, Automedonte –aseguró Aquiles-. Mi sangre es muy peligrosa. Aun así, me fastidia el haber recibido estos raspones. ¿Cómo es que los de Metinma lo consiguieron sin manipular el cosmos? Normalmente el tocarme es imposible al punto de que mis enemigos me creen invulnerable. Por cierto, aún si es un raspón, deberías ponerme el ungüento tú, esclava –se fastidió Aquiles, mirando a Briseida.

-Te lo pongo con gusto, solo necesito colocar el ungüento en la hoja de una espada, y verás como de fácil puedo atenderte los raspones –amenazó Briseida, enfureciendo a Aquiles, y poniendo nerviosos a Antíloco y a Automedonte.

-De concubina a esclava, sigue mi consejo, preciosa. En el momento en que Aquiles se aburra de ti, te va a cortar la garganta, o te venderá a algún rey menos condescendiente –le comentó Orsedice, ante lo que Aquiles asintió-. Además, es mejor tratarlos bien. Yo podría ser la próxima princesa de Pilos –sonrió Orsedice, apenando a Antíloco-. Después de todo, yo soy su mano derecha ahora, y su izquierda, y todo su cuerpo… -comenzó Orsedice con lujuria, escandalizando a Antíloco.

-¡Espera, Orsedice! ¡No frente a Aquiles! –se quejó Antíloco, mientras Orsedice le mordía la oreja coquetamente, evidentemente desesperada por atención, lo que fastidiaba a Aquiles aún más- No me juzgues… -se apenó Antíloco.

-Algo me dice que ya no eres digno de tu armadura… -se fastidió Aquiles, quien entonces preparó su espada, sorprendiendo a Briseida, quien pensó que Aquiles ya había tenido suficiente de ella e iba a matarla. La espada de Aquiles se posó muy cerca del rostro de Briseida, pero no la cortó, y Briseida, aunque pálida del miedo, notó que la espada apuntaba a una anciana que se había materializado en medio de la tienda, justo al lado de Briseida-. No posees cosmos… pero evidentemente eres poderosa si te has materializado aquí… -amenazó Aquiles con su espada. Antíloco y Automedonte se repusieron, cuidando de sus respectivas concubinas mientras alistaban sus armas, Briseida tan solo respiró pesadamente aterrada por lo cerca que estaba la espada de Aquiles, lo que lo fastidió- ¿¡A qué va esa reacción de terror!? ¿Ladras, pero no muerdes? –preguntó Aquiles a Briseida, quien desvió la mirada incomodada.

-Descuide, príncipe de los Mirmidones, no necesita a una concubina tan mundana –le espetó la anciana, a quien Antíloco le dirigía el rostro, como si a pesar de su falta de ojos, pudiera ver algo con su ser-. No vengo a hacerle daño, mi señor, y como prueba de buena fe… restauraré los ojos destrozados de su compañero –aspiró la anciana, un humo rojizo se arremolinó en su garganta, mismo que sopló en dirección a Antíloco, quien lo respiró y comenzó a toserlo, asustando a Orsedice, y forzando a Aquiles a intentar someter a la anciana, que se convirtió en humo, reapareció detrás de Antíloco, y con una daga cortó los vendajes alrededor de sus ojos, hiriendo a Antíloco, quien fue incomodado por la luz de las antorchas dentro de la tienda, pero tras ajustar su vista, se sorprendió.

-¿Puedo ver? –se estremeció Antíloco, y Orsedice, sorprendida, lo tomó del rostro, y lo forzó a verla- Eres hermosa… -se apenó Antíloco, mientras Orsedice lloraba, y se perdía en los ojos de Antíloco.

-¿Lo dudabas? Tras todas esas noches juntos, ¿me pensabas horrible? Me viste en Chipre idiota –sonrió Orsedice, y besó a Antíloco, derribándolo, y apenando tanto a Aquiles como a Automedonte.

-¡Esperen a estar en su tienda para eso! ¡Y aunque me alegra que puedas ver, primero es saber lo que quiere esta! –apuntó Aquiles con molestia a la anciana, quien sonrió para Aquiles- ¿Quién eres, anciana? –amenazó Aquiles.

-Tan solo la nodriza de mi señora Pisidice, la princesa de Metinma, y la hechicera que repelió su asedio, mi joven príncipe –reverenció la anciana, enfureciendo a Aquiles-. Si quisiera hacerles daño, ya lo habría hecho, y no hubiera restaurado la vista de su compañero. Me parece que me merezco la oportunidad de explicarme –pidió ella, y Aquiles, aunque molesto, bajó sus armas-. La princesa Pisidice me ha enviado con una oferta. Le abrirá las puertas del oeste, permitiéndoles entrar en la ciudad, con la condición de que la tome por esposa –comentó ella.

-¿Esposa? –se impresionó Aquiles, pero rápidamente se repuso- ¿Cómo sé que no es una trampa? –preguntó Aquiles, y la anciana movió sus hombros de arriba abajo, indicando que aquello no le interesaba- Más importante, ¿cómo sé que no es fea? –agregó, sobresaltando a los presentes, y enfureciendo a Briseida.

-¡Cualquier cosa es buena para un ser tan repulsivo como tú, maldito asesino! –insultó Briseida, molestando a Aquiles- Yo digo que tomes la oferta, que te asesinen en una emboscada, y te pudras en el Inframundo –insultó ella.

-La princesa Pisidice no es fea –admitió la anciana-. Pero, ambos sabemos que nadie, solo una, llenaría a Aquiles –continuó la anciana, mirando a Aquiles fijamente-. Sin embargo, ella es inalcanzable, no puede tenerla, mi señor –aseguró la anciana.

-¡Obviamente! –agregó Briseida molesta, y la anciana y Aquiles la miraron con extrañeza- Jamás podría tenerme, por más que lo intentara. Para mí es basura –se fastidió ella, y Aquiles la apuntó con curiosidad mientras miraba a la anciana.

-Oh no, ella se entregará a usted a su debido tiempo –comentó la anciana, enfureciendo a Briseida-. Me refiero a la verdadera dueña de su corazón… ella… a quien no puede alcanzar. Tengo poderes muy grandes, mi señor Aquiles, y puedo decirle que, por más que lo intente, eso no va a pasar –le aseguró, y Aquiles se deprimió, llamando la atención de todos los presentes-. Pero puedo asegurarle, que tendrá a alguien, a quien aún no conoce –aseguró ella.

-¿Pisidice? –preguntó Aquiles, y la anciana no dijo nada, solo mantuvo la mirada fija, y Aquiles comprendía aquella mirada, y sonrió- Puedo ver que eres una hechicera muy poderosa, y que tienes un inmenso resentimiento en tu ser. También puedo ver que sabes lo que ocurrirá si accedo a esto, ¿no es así? –preguntó, y la anciana asintió- Bien… Automedonte… iremos a encuentro de las puertas del oeste. Antíloco, reúnete con Anceo en el campamento principal, y ve a con Patroclo. Nos reuniremos todos en Lineón, y llévate a esta –apuntó Aquiles a Briseida.

-¿Irme con Anceo? ¡Pero Aquiles! –intentó defenderse Antíloco, quien ya había perdido la protección del pecho gracias a Orsedice, quien estaba aferrada a su peto e intentaba abrírselo- ¡Orsedice, dame un respiro! ¡Espera! –intentó quitársela de encima Antíloco, solo para terminar derribado por Orsedice, mientras Aquiles y Automedonte se colocaban sus armaduras, y salían junto a la anciana, mientras Briseida era forzada a ser testigo de la lujuria carnal de Orsedice.

Mitilene. Palacio de Mitilene. Sala del Trono del Palacio de Mitilene.

-¡Real Vórtice Oscuro! –resonó con fuerza el grito del rey Mácar, que despedazó la Sala del Trono del Palacio de Mitilene con el lanzamiento de sus poderosos vientos, revelando la Luna llena, y preocupando a Patroclo, no por la extensión del cosmos del rey Mácar, sino por las reglas de los pueblos Helenos, que dictaminaban que cualquier batalla debía ceder ante el dominio de la diosa Nyx, y su asedio ya se había extendido demasiado- He tolerado los insultos de todos ustedes por suficiente tiempo, Patroclo de Leo… te enfrentas ante el único humano, que ha resistido el juicio de los 4 Jueces del Inframundo. ¿Qué preseas puedes colgar en tu nombre para hacerme frente? Seguro como Caballero Dorado que eres tu trayectoria heroica te precede –le apuntó Mácar, mientras Patroclo se incorporaba.

-Se lo he dicho, mi rey Mácar… -inició Patroclo con respeto, un respeto por el cual siempre lo llamaban un faldero, pero que a él no le importaba. Ante todo, debía conducirse con humildad y honor-. Lo único de lo que puedo presumirle es el haber sido entrenado por Fénix. Ni siquiera puedo darme el lujo de presumir que serví bajo las enseñanzas del Centauro Quirón… no soy príncipe, ni un héroe. Es aquí en Anatolia donde pretendo hacerme de renombre. Y mi primera presea será la conquista de Mitilene… pero puede ser una presea que no termine en un derramamiento innecesario de sangre –le pidió.

-¡De modo que no eres más que un fraude! –insultó Mácar, lanzándose a Patroclo con el puño en alto, mientras los vientos oscuros de su anterior ataque, lo hacían moverse más rápido, un detalle que Patroclo notó, mientras cubría con sus brazos en cruz el lugar donde leyó los movimientos del ataque de Mácar- Un iluso buscando gloria, que perecerá y quién sabe si será recordado en la historia –aseguró Mácar.

-Mi propósito… no es ser recordado, rey Mácar… si eso ocurre, será bienvenido, pero no es mi intención, no es mi deseo… -extendió Patroclo sus brazos, empujando el puño de Mácar, y dejándolo al descubierto por su movimiento-. ¡Mi propósito es el de proteger a los demás! ¡Embiste del León de Nemea! –impactó a puño cerrado Patroclo, Mácar bloqueó, pero todo lo que quedaba de su palacio se sacudió por el tremendo golpe de Patroclo, cuyo cosmos traspasó incluso el brazo de Mácar, cuarteando su protección- ¡Eso incluye a mis enemigos! ¡Embiste de León de Nemea! –continuó Patroclo, lanzando puñetazos visibles, pero poderosos, evadibles, pero que al cortar el viento por su velocidad, fracturaban la Suplice de Mácar, quien impresionado, tuvo que saltar, extender sus alas, y caer grácilmente frente a Patroclo- Soy más poderoso que usted… rey Mácar… la diferencia es abismal. No importa si ha sobrevivido a los 4 Jueces del Inframundo, no es lo mismo que derrotarlos… -aseguró Patroclo.

-Es probable que tengas razón… -pero pese a aquellas palabras, el cosmos de Mácar siguió elevándose-. Pero, probemos con técnicas más determinantes si no te molesta. ¡Retroceso Oscuro! –enunció Mácar, rodeando a Patroclo con su cosmos, y forzándolo a moverse, pero Patroclo notó que sus movimientos eran un espejo inverso de sus movimientos anteriores, mismos que Mácar seguía, como si el tiempo se invirtiera, regresara, hasta un punto en el que el brazo de Patroclo pasó cerca de la Suplice de Mácar fragmentando la misma, notando que al volver en sus propios movimientos la Suplice se restauraba- ¡Restauración Oscura! –enunció entonces Mácar, mientras el cosmos oscuro continuaba apresando a Patroclo, manteniéndolo en aquella posición, mientras Mácar se movía, ahora a su velocidad normal, y lanzaba un tremendo puñetazo envuelto en cosmos oscuro, impactando el pecho de Patroclo, y lanzándolo hasta estamparlo a lo poco que quedaba de la pared de la Sala del Trono- ¿Te sigo pareciendo poca cosa, niño? –insultó Mácar, mientras Patroclo colapsaba en el suelo, más sorprendido que herido- Tienes razón en una cosa, muchacho, "sobrevivir a", y "derrotar a", son cosas totalmente diferentes. Pero déjame ponértelo en términos más sencillos, aún si no puedo derrotar a los 4 Jueces del Inframundo, las habilidades con las que fui bendecido desde mi nacimiento y que he traspasado a mi Suplice, me hacen inalcanzable por los 4 Jueces del Inframundo. El poder de la manipulación del tiempo –le explicó.

-¿Manipulación del tiempo? –preguntó Patroclo confundido- ¿Intentas decirme que posees el poder de mover a los astros alrededor de Gea? No entiendo el concepto, solo entiendo que volví sobre mis mismos movimientos –se repuso Patroclo.

-Nada tan complejo que me haga parecer un dios, pero debido a que mi batalla contigo es inútil, solo un capricho de un rey cuyo reino ha sido derrotado, y cuyos supuestos aliados no llegaron, te lo diré de todas formas, ya que voy a combatirte, derrotarte, y moriré tras llevarme a cuantos pueda conmigo. Naturalmente, no soy tan iluso para pensar que puedo salir de este asedio con mi vida –aseguró el rey Mácar.

-¡Si sabe todo esto, ¿entonces por qué seguir combatiendo?! –le preguntó Patroclo, observando a Mácar fijamente, y notando que el anciano rey no preparaba sus músculos, estaba tranquilo, y con unas facciones que le indicaban a Patroclo, que simplemente se anclaba a lo que le quedaba de vida, ya que, pese a no estar herido, ni moribundo, sabía que iba a morir hoy- No entiendo la terquedad que demuestra –aseguró molesto.

-Terquedad, orgullo, llámalo como quieras. No le temo a la muerte porque esta no puede alcanzarme, y no me refiero a la muerte de los Espectros –aseguró Mácar-. Pero por desprecio a quienes me han traicionado, y como premio a tu orgullo, héroe sin mito, te revelaré a ti el secreto que mis supuestos aliados pusieron de precio para salvar a mi reino, el secreto de la inmortalidad, y la razón de mi dominio en el tiempo que he preservado en mi Suplice para que futuros poseedores de la Suplice de Mefistófeles, puedan usarlo –le aseguró, y Patroclo esperó-. Dime, Patroclo, ¿has escuchado alguna leyenda, sobre algún héroe que haya sido asesinado en batalla, pero, misteriosamente, es asesinado una segunda vez en algún otro lugar y tiempo, en circunstancias distintas, y por individuos distintos? –preguntó.

-Esa es una pregunta bastante rara pero específica a la vez –admitió Patroclo, pero por el respeto que lo caracterizaba, pensó al respecto-. Mi padre solía contarme historias de los Argonautas, e igual lo hacía el rey Peleo de Ftía mientras estuve en su corte. Ambos me contaron historias de los Argonautas, una sobre uno de ellos, Butes, llamó mi atención al mi padre referirse a que él murió lanzándose de la nave Argos al mar hipnotizado por unas Sirenas en el viaje de Jasón al regreso de encontrar el Vellocino de Oro, mientras el rey Peleo de Ftía me comentaba haber asistido a su funeral en la ciudad de Lilibea, donde se casó y tuvo hijos, pereciendo de viejo. No me atrevería a llamar a mi padre un mentiroso, pero él no fue un Argonauta. Supuse que mi padre tan solo escuchó una versión equivocada de la historia –aseguró Patroclo.

-Eso, o el Argonauta Butes conocía el Octavo Sentido –le explicó Mácar, confundiendo a Patroclo-. Antes de responderte lo que creo, te contaré un poco de mi historia. Fui nacido en Rodas, hijo de Rodo, la fundadora de Rodas. Nunca supe el nombre de mi padre, pero tuve seis hermanos. Todos nosotros fuimos instruidos por nuestra madre en la astrología, la náutica, y la metalúrgica. Pero uno de mis hermanos, Ténages, era siempre mejor que los demás –continuó él, mirando a las estrellas, como si el conocimiento que guardaban no le fuera secreto-. Tres de mis hermanos y yo, estábamos celosos, es inútil admitir que no, y deseábamos saber el cómo era que Ténages era siempre mejor que nosotros. Lo que descubrimos, fue inquietante… los primeros habitantes de Rodas, antes de que Rodas recibiera aquel nombre, eran los Telquines… criaturas monstruosas con cabeza de perro, la parte inferior del cuerpo en forma de cola de delfín, y los dedos de las manos palmeados. Los Telquines, enseñaban a Ténages magia oscura y prohibida por los dioses. Mis hermanos y yo los combatimos, y matamos a mi hermano Ténages por su crimen –admitió, lo que molestó a Patroclo, quien veía un crimen muy atroz el asesinar a tu propia familia-. Para fortuna, o infortunio dependiendo del punto de vista, interrumpimos un ritual sagrado de los Telquines, y al hacerlo, conocimiento prohibido fue depositado en mí, y en mis otros hermanos, conocimiento que nos orilló a autoexiliarnos. El conocimiento que yo adquirí, fue el Octavo Sentido, un sentido muy cercano al conocimiento divino, que me permite al morir, viajar con mi cuerpo físico al Inframundo, fuera del control de los Jueces del Inframundo –le explicó, y Patroclo se sorprendió por aquella revelación-. Entre los Caballeros Dorados, el de Cáncer siempre ha tenido el Octavo Sentido como una habilidad innata de su Armadura Dorada, pero para cualquier otro mortal, este conocimiento está prohibido. Mientras escapábamos de Rodas perseguidos por nuestros otros hermanos clamando venganza, yo morí… pero llegué al Inframundo, los 4 Jueces Intentaron juzgarme, pero no contaban con que todas mis habilidades de batalla como un ser humano manipulador del cosmos, continuaban vigentes… luché por años en el Inframundo, los 4 Jueces del Inframundo me dieron cacería, y aunque no pude matarlos, desarrollé el cosmos de controlar el tiempo solo lo suficiente, para obligar a los Jueces del Inframundo a retroceder sus ataques, hasta un punto donde me fueran evadibles, el Retroceso Oscuro –le explicó, y Patroclo recordó el verse forzado a regresar en sus propios movimientos, hasta que Mácar obtuviera la ventaja, y pudiera esquivar su golpe-. De esa forma, no solo permanecí con vida dentro del Inframundo, sino que era intocable para los Jueces del Inframundo. Hades se mostró tan impresionado por mis habilidades, que me ofreció convertirme en un Espectro, me obsequió a la isla de Lesbos, y pude salir del Inframundo para volver a vivir en Gea –admitió, y Patroclo se mostró muy sorprendido de todo lo que había escuchado-. Respondiendo a tu curiosidad sobre si ese tal Butes murió al lanzarse de la nave Argos, o de viejo con esposa e hijos. Mi teoría es que, ambas versiones son reales, ni tu padre ni el rey Peleo mienten. Butes murió al lanzarse de la nave Argos, pero activó su Octavo Sentido para llegar al Inframundo con vida, después encontró la forma de escapar, llegó a Lilibea, se casó, tuvo hijos, y Peleo asistió a su funeral, ya que, la muerte natural no activa el Octavo Sentido –explicó él.

-¿Un sentido que te permite vivir incluso en el Inframundo? Me cuesta creerlo, pero también fui testigo del como manipuló mi cuerpo para regresar por mis propios pasos, con una crucial diferencia… el "tiempo", como usted lo llama, no detuvo el movimiento de la Luna –miró Patroclo a la Luna, y Mácar sonrió-. ¿Qué clase de tiempo es el que puede manipular? ¿Tiene que ver con el Octavo Sentido? –preguntó curioso.

-No sé si tenga que ver para serte sincero, pero sí descubrí que envejecía más lentamente desde que liberé mi Octavo Sentido –le aseguró el anciano rey-. Desconozco si el Octavo Sentido liberó el conocimiento de mis habilidades de manipulación del tiempo, o esta era una habilidad innata que se liberó tras acrecentar mi cosmos luchando contra los 108 Espectros. En todo caso, a Cronos se le llama el Dios del Tiempo, pero su dominio por mucho tiempo se asoció con el paso de las estaciones y la agricultura, no con el concepto del tiempo. Yo pienso que ambos conceptos son el mismo, pero usados de forma distinta. Es un poder que, tras años de práctica, no he alcanzado a comprender realmente, pero… tal vez… alguien que use mi Suplice en el futuro y adquiera este conocimiento, podrá manipular el tiempo para rejuvenecer o envejecer a los demás, o forzar el movimiento de los astros alrededor de Gea, yo no lo sé, pero mientras posea el Octavo Sentido, pienso seguir indagando en esta habilidad. Y como un simple insulto a los supuestos aliados que me abandonaron, transmitiré el otro secreto a ti, Patroclo de Leo. Para activar el Octavo Sentido, tu cosmos deberá elevarse hasta el infinito, mientras pierdes la vida en tu propia autodestrucción. En sí mismo elevar el cosmos hasta el infinito debería volverte un dios, pero las limitantes del cuerpo humano te fuerzan a ti mismo a vaporizarte, esto destruye los Hados, que son los destinos impuestos por las Moiras del Destino, quienes intentan reclamar tu alma, pero al tu cosmos ser divino, solo pueden traer tu alma al Hades, donde tu cuerpo se restaura y ellas no pueden alcanzarte. En otras palabras más comprensibles, con este conocimiento, incluso si conoces la profecía de tu propia muerte, activando el Octavo Sentido puedes romper el Hado, y vivir en muerte, estar vivo en el Inframundo… ese es el secreto que Hades más desprecia, ese es el secreto que yo domino. Pero bien, el que puedas transmitir ese secreto aún está por verse –declaró Mácar, preparando su cosmos, por lo que Patroclo supo que la batalla se reanudaba-. Porque verás… Patroclo… compartí este secreto contigo, con la ilusa esperanza de que lo utilices en contra de mis enemigos en caso de que sobrevivas a mí… pero, como yo sé que voy a morir por la avanzada de Mirmidones de todas formas, y que los 4 Jueces del Inframundo me harán imposible el volver a salir aún si poseo el Octavo Sentido, pretendo irme, castigándote a ti y a cuantos Mirmidones pueda, por arruinar mi segunda vida al conquistar no solo a Mitilene, sino a toda Lesbos. ¡Real Vórtice Oscuro! –atacó Mácar, Patroclo leyó los vientos, y saltó evadiendo- ¡Retroceso Oscuro! –declaró entonces Mácar, rodeando al cuerpo de Patroclo, obligándolo a regresar, sin importar la posición, sin importar que estuviera en pleno salto, su cuerpo fue forzado a regresar, a posarse justo frente al ataque que había evadido, y ser abatido por el mismo- ¿Lo comprendes ahora? ¡Esta es la forma en la que sobreviví a los 4 Jueces del Inframundo! ¡Ellos habrán resistido todos mis golpes! ¡Pero mientras yo podía esquivar los suyos, ellos siempre caían ante los míos! ¡No pude vencerlos, pero ellos jamás pudieron tocarme! –aseguró Mácar.

-Es un poder inquietante, pero no infalible… hay una forma… -se puso de pie Patroclo, con sangre cayéndole por una herida sobre su cabeza, y manchándole la vista-. Tu manipulación en el tiempo o lo que sea que sea lo que haces, no puede detener a los astros, ni volver tanto en el tiempo que puedas prepararte para lo que sea… o lo hubieras utilizado para saber sobre el ataque a Lesbos antes incluso de que ocurriera –elevó su cosmos Patroclo, y se lanzó a una velocidad tremenda, forzando a Mácar a parar el tiempo, encontrando a Patroclo cerca de impactarle el pecho con su mano envuelta en cosmos.

-¡Retroceso Oscuro! –lo obligó Mácar a retroceder en sus movimientos, retroceso que Patroclo podía ver fluir, mientras de reojo miraba a la Luna, a los guijarros en el suelo que reconstruían los lugares donde sus pasos habían sido tan pesados que habían cuarteado las losas de piedra, y así Patroclo analizó el retroceso forzado, hasta el momento previo al lanzar su ataque- ¡Real Vórtice Oscuro! –volvió a atacar Mácar, y Patroclo nuevamente no pudo esquivarlo, y fue arrojado por todas partes por los torbellinos- Ya te lo he explicado, mi manipulación del tiempo no funciona con los astros. El tiempo de los astros continúa fluyendo, aún si tú vas en retroceso –aclaró Mácar, acercándose, pero Patroclo desapareció a una velocidad imperceptible para su vista, levantando guijarros, lanzándolos, corriendo en otra dirección, lanzando más, llegando ante Mácar e intentando otro golpe- ¡Pierdes tu tiempo! ¡Y yo tengo todo el tiempo que me plazca! ¡Retroceso Oscuro! –volvió a rodear los alrededores Mácar, atrapando las rocas, y a Patroclo, y forzando todo a retroceder, mientras Patroclo continuaba observando los alrededores, y el cómo Mácar lo obligaba a volver a colocar todas las rocas en su lugar, pero de las 5 rocas que había lanzado, solo alcanzo a colocar tres antes de que el tiempo se restaurara, y Mácar tuviera que bloquear las otras dos, por lo que Patroclo sonrió.

-No entiendo muy bien el concepto del tiempo, Mácar… pero ya descubrí que tienes un límite para lo que puedes obligarme a retroceder. ¡Solo debo moverme tan rápido que mis golpes no puedan ser todos repelidos! ¡Y tengo la técnica perfecta para eso! ¡Plasma Relámpago! –atacó Patroclo, y Mácar recordó que aquel ataque había destrozado a su sobrino sin que este se hubiera dado cuenta.

-¡Retroceso Oscuro! –conjuró Mácar, y lo que vio lo horrorizó- Esto no es posible –lo que a los ojos humanos eran hileras de cosmos dorado, no eran otra cosa que Patroclo lanzando cuantos golpes podía, creando hileras tenues con cada puñetazo que daba, lo que desafiaba toda lógica, al alcanzar una velocidad que incluso para la manipulación del tiempo de Mácar, se traducía en miles de Patroclos, atacando de todos los puntos posibles, con sus puños creando las estelas de luz que el ojo de los manipuladores del cosmos veía como proyecciones de cosmos- Tu ataque… no es una proyección, es el moverte tan rápido, que solo podemos ver las estelas causadas de tus puños… no hay forma de que pueda retroceder tantos golpes –admitió Mácar, pero no se dio por vencido-. ¡Pero golpeando a una de tus proyecciones, cancela a sus versiones futuras! –escogió a una Mácar, impactando el pecho de uno de los Patroclo que podía ver, desapareciendo a varias proyecciones de Patroclo, restaurando el tiempo, y siendo impactado por las restantes, mientras Patroclo, tras dar su último golpe, se sostenía el pecho donde Mácar lo había golpeado, mientras Mácar quedaba tendido, con su Suplice bastante malherida- ¿Qué clase de… bestia eres…? –se fastidió Mácar, intentando incorporarse- Ni los Jueces del Inframundo descubrieron lo que tú descubriste… -escupió entonces sangre por sus heridas.

-No sé qué tan fuertes son los Jueces del Inframundo, y no me importa –escupió entonces sangre Patroclo, incluso con toda su velocidad, el ataque de Mácar le impedía proteger su cuerpo y atacar al mismo tiempo, por lo que debía sacrificar defensa por ataque-. Solo sé… lo que los Cretenses cuentan… que los 4 Jueces del Inframundo derrotaron a los 7 Generales Marinos de Poseidón, a Palamedes, y a Odiseo. Pero sabes, eso no me importa. Porque mi trabajo, es ser lo más fuerte posible, porque… hay alguien que se hace más fuerte mientras más fuerte soy yo… él quien tiene el deseo de ser el Caballero Dorado más poderoso de todos, Aquiles. Y es mi deber… el que así sea… entérate entonces, de que todo lo que yo puedo hacer… Aquiles puede, ya que jamás lo he derrotado… -aseguró Patroclo.

-Olvídate de ser la sombra de Aquiles, Patroclo de Leo… lo que tú hiciste, va más allá de una proeza de cosmos –admitió Mácar, poniéndose de pie-. He visto todo tu asedio, no eres exactamente brillante militarmente hablando, pero en combate… jamás había visto a una mente tan analítica como la tuya. Eres el soldado perfecto, seguro que podrás liberar el Octavo Sentido, y darles una paliza a los jueces… muy bien, Patroclo. El que llegue a con los jueces, que los haga sufrir por lo que ellos hacen sufrir a los mortales… -elevó su cosmos nuevamente Mácar, y atacó-. ¡Real Vórtice Oscuro! –y la batalla contra el tiempo y los Hados, continuó.

Troya. Campamentos Aqueos. Tienda del Consejo Aqueo.

-¿Estás seguro de que puedes atender a esta reunión, Diomedes? –preguntó Menelao a Diomedes, mientras Anficlas se lo entregaba, ya que por sus múltiples heridas, Diomedes no podía caminar por sí mismo- Ya es muy tarde además, hablaré con Agamenón y le pediré que tengamos esta reunión mañana –le aseguró Menelao.

-Falta ya muy poco para mañana, Menelao… y es preciso que nos organicemos… presiento que los Troyanos no tardan en hacer su próximo movimiento –admitió Diomedes, mientras viraba a ver a Anficlas, quien estaba preocupada por él-. Mantén a los Tebanos listos… cualquier cosa podría pasar… -insistió Diomedes.

-Le pediré a Thoas y a Cycnus que se mantengan listos de igual manera –le comentó Anficlas, sorprendiendo a Menelao, mientras la concubina de Diomedes se retiraba a su tienda. Menelao entonces cuestionó a Diomedes con la mirada.

-Le entregué a Anficlas a Tebas, y Shana básicamente la declaró reina de los tres reinos a mi cargo. Lo que significa que ella está por encima de Egialea ahora y hasta la resolución de una corte judicial –le explicó nerviosamente Diomedes, sabiendo que Menelao no lo aprobaría.

-¡Diomedes! ¡Egialea es tu esposa, y mi discípula! –enfureció Menelao, y Diomedes sonrió nerviosamente- ¿De verdad Shana a…? ¿Puede hacer eso…? ¿Qué pasará con…? –continuó Menelao, pero no podía acomodar sus ideas- Desde que esa chica, Anficlas, llegó, todo es un caos… hablaremos de esto más tarde… -se fastidió Menelao, entrando en la tienda del consejo Aqueo, encontrando a Odiseo y Calcas por los de Plata, y a Néstor y Agamenón por los de Oro. Shana estaba también en el consejo, y sentada en el trono que normalmente le pertenecía a Palamedes, estaba Casandra-. ¿Qué hace Casandra aquí? –se molestó Menelao.

-Bueno… tras la muerte de Palamedes, quedaba libre un puesto… -agregó Agamenón, poniendo nervioso a Odiseo, y fastidiando a Diomedes-. Y bueno, entre Athena y yo decidimos que los votos de Odiseo y Menelao sobre este tema no estaban permitidos. Así que estamos votando entre si Casandra pertenecerá al consejo en lugar de Palamedes o no. Hasta ahora, Athena y un servidor hemos votado a favor, y Calcas y Néstor han votado en contra. Y como ustedes dos no están permitidos en esta votación… Diomedes… por el desempate, ¿a favor o en contra? –preguntó Agamenón, y Diomedes desvió miradas asesinas ante Odiseo y Menelao.

-A favor… -respondió sombríamente, y tanto Odiseo como Menelao bajaron sus cabezas en señal de derrota. Menelao entonces ayudó a Diomedes a sentarse en su trono-. Ahora… ya que el nuevo miembro del consejo ha sido aceptado… ¿qué deberíamos hacer ahora, mi Rey Supremo? Odiseo, Néstor, y un servidor, hemos defendido los campamentos como hemos podido. Estamos agotados, pero presiento que los Troyanos aún tienen algo planeado –aseguró Diomedes.

-Lo tienen –comenzó Casandra, y todos le dirigieron la mirada- Oh, ¿debía pedir mi turno para hablar? En el consejo de Troya todos hablan sin pedir permiso, aunque es un consejo de 6, y este es de 11, pero eso no viene al caso porque en estos momentos somos 8. Aunque me parece un poco ineficiente que seamos tantos, pero por la cantidad de pueblos Aqueos tiene algo de sentido, aunque no sé si 11 sea lo mejor, a mí me gusta 12, porque es un número cerrado y bonito, pero si hay un empate puede haber problemas si no hay una mayoría, ¿y no debería el voto de los dioses valer más que el de los mortales? –preguntó Casandra al aire, por lo que Agamenón se aclaró la garganta- Oh, lo siento, ¿debo levantar la mano? –preguntó nuevamente.

-No necesitas alzar la mano –respondió Agamenón, preocupado, y tanto Odiseo como Menelao intercambiaron miradas de preocupación-. En todo caso, Casandra ya me ha advertido. Es muy probable que los Aqueos pierdan la guerra antes de la llegada del tercer año del asedio el día de mañana –les comentó Agamenón, y la preocupación imperó en los miembros del consejo.

-Solo es una posibilidad, y bueno, yo no estaría aquí sabiendo esto si no supiera que puede evitarse –declaró Casandra-. Tristemente, para sobrevivir, muchos deberán morir. Ya que, en estos momentos, desde el Monte Ida, al menos 40,000 lanzas marchan a encuentro de los campamentos –les explicó Casandra, y Diomedes se dejó caer en su trono, sumamente preocupado-. Es necesario que todos los ejércitos Aqueos se alisten, sin importar cuan cansados estén. Y los 4 Reyes Dorados en el consejo, deberán montar cada uno a uno de los Caballos de Diomedes –les explicó Casandra.

-¿Mis caballos? –preguntó Diomedes- Es una locura… no los aceptarán –le explicó Diomedes, pero Casandra se mantuvo firme. Diomedes entonces notó las miradas de los presentes, por lo que tuvo que hacer las explicaciones- Podargo, Lampón, Xanthos, y Deino, son los sementales descendientes de las 4 Yeguas de Diomedes, un antiguo rey de Tracia con quien comparto el nombre, y quien gobernaba en Bistones y es ancestro del rey Poliméstor –comenzó a explicarles Diomedes, y Casandra asintió en dirección a Agamenón, indicando que todos debían conocer aquella historia-. El rey Euristeo de Argólida, un reino que después se dividiría en 4, Micenas, Argos, Midea y Tirinto, recibió un día a Heracles en su corte, ordenándole como uno de los 12 trabajos el apoderarse de las 4 yeguas del gigante Diomedes. Estas 4 yeguas eran caníbales e incluso devoraron a uno de los compañeros favoritos de Heracles, Adbero. Heracles mató al gigante Diomedes, y entregó las yeguas caníbales a Euristeo, quien les temía, y no las quería en su corte. Euristeo intentó consagrarlas a Hera, pero ella las rechazó. Zeus intentó enviar lobos y fieras y alimañas a comerlas, pero estas escaparon por toda Argos, y por años intimidaron a su población, hasta que fueron domadas por Teseo, en ese entonces el rey de Atenas –prosiguió Diomedes, notando que todos le prestaba atención-. Las 4 yeguas pasaron a pertenecer a Teseo y a su amigo Pirítoo, quienes criaron de ellas a mis 4 sementales. Los profetas indicaron que quien los montara jamás conocería la derrota en el campo de batalla mientras ellos los llevaran –aseguró Diomedes, y Casandra asintió, demostrando que esa era la razón de requerirlas.

-¿Cómo te hiciste de la pertenencia de semejantes bestias? –preguntó Menelao curioso- Tengo que admitir que, antes de conocerte, al escuchar el nombre de Diomedes, pensaba en el gigante rey de Tracia, en especial porque se hablaba de tus 4 sementales sagrados. No me fui a imaginar que fueras un Diomedes distinto, y que tus 4 sementales fueran descendientes de las 4 yeguas con quienes comparten los nombres –terminó Menelao.

-Era una historia que me estaba reservando para cuando me tocara pedirte un favor, ya que me debes el haberte casado con Helena –sonrió Diomedes, realzando la curiosidad de Menelao-. Al escuchar la profecía de los 4 sementales, cuando estos tuvieron la edad suficiente, Teseo y Pirítoo los utilizaron para secuestrar a Helena en Esparta, queriéndola como esposa de Teseo –les explicó Diomedes, sorprendiendo a los presentes-. Yo tenía 12 años, había acudido a Atenas para pedirle a Teseo apoyo para mi venganza en la Batalla de los Epígonos junto a mi abuelo Adrastro. Pero Teseo no se encontraba en la corte, o al menos aquello fue lo que dijo Acamante, quien era el rey en esos momentos. La realidad era que Acamante debía gobernar solo mientras Teseo se encontrara de viaje, y mientras mi abuelo, Adrastro, negociaba con el joven Acamante, yo me paseaba por el palacio de Atenas sin supervisión. Imaginen mi sorpresa de encontrar a Teseo, metiendo a la fuerza a Helena a un calabozo, antes de escucharlo hablar con su amigo Pirítoo, de un plan para secuestrar a Perséfone, quien sería la esposa de Pirítoo, así como Helena sería la de Teseo –ante la mención, Menelao enfureció, pero Agamenón le pidió calma-. A la corte entonces llegaron los Dioscuros, los hermanos de Helena, quienes amenazaron a Acamante por la entrega de Helena. Acamante por supuesto que no estaba enterado, y le hubieran cortado la cabeza, junto a mi abuelo Adrasto, si yo no hubiera intervenido primero. Le conté a los Dioscuros lo que escuché, y con el permiso de Acamante fueron a los calabozos, liberando a Helena. Los Dioscuros entonces nos premiaron a Acamante y a mí, declarando ante a Esparta a Acamante como el rey legítimo de Atenas. Aún si Teseo regresaba, Esparta iría a la guerra de ser necesario por sentar a Acamante en el trono de Atenas. En cambio, a mí me ofrecieron la mano de Helena una vez alcanzada la mayoría de edad… aunque, todo terminó en un concurso por la mano de Helena, y todos ya sabemos cómo terminó aquello –el grupo volvió a asentir, pero sabían que Diomedes no había terminado-. Por último, antes de partir, Acamante regaló a los Dioscuros un gran tesoro, entre los cuales incluía a los 4 sementales sagrados, y al escuchar de su leyenda, y de labios de mi abuelo Adrastro sobre el cómo fue gracias a su caballo alado, Arión, el que sobrevivió a la Guerra de los 7 Contra Tebas, y que yo marcharía al cumplir mi mayoría de edad a Tebas la de las 7 Puertas junto a los Epígonos buscando venganza por la muerte de mi padre Tideo, los Dioscuros, en señal de buena fe, me entregaron a los 4 sementales, montados por 4 Epígonos quienes fueron los únicos sobrevivientes de la Batalla de los Epígonos, Esténelo, Euríalo, Tersandro, y un servidor. Desde entonces corre la leyenda de que, jinete que viaje sobre mis caballos sagrados, encontrará la victoria sin importar qué… -aseguró Diomedes.

-Y es precisamente esa la razón por la que necesitamos a los sementales de Diomedes –les explicó Casandra, y la atención fue en su dirección-. Hay muchas profecías que rodean a esta guerra… la razón, es que los dioses han encontrado esta guerra como la determinante del futuro de la humanidad. Los 12 Dioses Olímpicos han tomado bandos, con solo Hestia y Deméter permaneciendo neutrales. Esto, sumado a la intervención de Apolo, quien puede ser aún más peligroso que el mismísimo Zeus, ha creado un número exagerado de profecías trayendo consigo la victoria de cualquiera de los bandos. A esto se le conoce como la Torre del Destino, o la Torre de los Hados –explicó Casandra, y en la mente de los presentes, la inmensa torre se hacía presente. Para que el Hado, la torre, caiga, y desequilibre la balanza en la victoria de alguna dirección, las profecías deben cumplirse. La profecía que hoy podría significar la derrota de los Aqueos dictamina que los Hijos del Quersoneso asesinarán a los 4 grandes líderes Aqueos, trayendo consigo la victoria de Troya. Pero, no pueden asesinar a quienes montan caballos cuya mayor profecía, es traer la victoria de sus jinetes. Si los 4 Reyes Aqueos, cabalgan sobre los 4 sementales de Diomedes, aún si los Hijos del Quersoneso se han unido a la Guerra de Troya, esta profecía, no podrá cumplirse… esta es la forma en que nosotros los profetas auxiliamos en el desafío a los Hados del destino. Y, por supuesto, hay otro Hado del Destino actualmente dirigiéndose a Troya… uno bastante confuso, que ha sido celosamente protegido por Ilíona, pero… al ella ser poseía por Artemisa, y desconocer cuál de los dos individuos en este Hado es el elegido, no puede ser visto por los profetas… algo similar al travestismo de Aquiles –sonrió Casandra, preocupando al grupo, pero no así a Calcas, quien sí lo entendía.

-El hijo criado como un hermano, y el hermano criado como hijo –comentó Calcas, y Casandra asintió-. He visto la profecía en las aguas de la Armadura de la Copa, pero me había sido incomprensible hasta ahora. ¿Entonces Ilíona no sabe cuál es cuál? –preguntó él.

-Lo sabía, pero lo ha olvidado, ya que Ilíona ha sido poseída por el cosmos divino de Artemisa, quien apoya a los Troyanos –el comentario sobresaltó a los presentes, y enfureció a Agamenón, quien no había olvidado el sacrificio de su hija Ifigenia por la empresa-. Tranquilo, confía en mí, ella vive… -le aseguró Casandra, tranquilizando a Agamenón-. Pero, será mejor que deje a Calcas hacer las explicaciones –aseguró ella, y Calcas asintió.

-La profecía de la Armadura de la Copa muestra a dos niños, nacidos el mismo día. Uno es Deípilo, el otro es Polidoro, uno es el hijo de Ilíona, el otro su hermano, pero gracias a una confusión, no se sabe cuál es cuál –aseguró Calcas-. Igual que con el travestismo de Aquiles, que lo ocultó de mí por muchos años, es una estrategia de los profetas para burlar a los Hados el realizar confusos ocultamientos. Alguien aconsejó a Ilíona pretender que el hermano era su hijo y que su hijo era su hermano. Ambos fueron criados como algo que no son, y uno de ellos debe morir, para que el otro realice un acto que desencadene en la victoria Aquea. Pero, al confundir a los Hados, los profetas ya no estamos seguros de sí es Polidoro o Deípilo quien debe morir. De manera que ese Hado está por cumplirse, ¿es eso? –preguntó Calcas.

-Es una posibilidad, ni yo misma estoy segura. Quien ideó el plan para burlar a este Hado fue mi hermano Heleno –le explicó Casandra, y Calcas se preocupó-. Lo único que sé, es que Áyax el Grande viaja en estos momentos con uno de los dos de prisionero. Sea o no sea el que debe morir, eso no lo sé, pero podría idear una forma de saberlo, si sobrevivimos a lo que está por ocurrir… -miró Casandra a Shana, quien se estremeció en ese momento, llamando la atención de los presentes.

-Siento mi dominio estremecerse… -comenzó Shana, y el grupo se puso en alerta-. Están llegando, no es momento de poner al consejo a votación, como Diosa de la Guerra que soy, he de dar mis órdenes. Los 4 reyes deberán montar cada uno a un semental de Diomedes, y ninguno deberá bajar del mismo, hasta el arribo del tercer año de guerra. ¿Eso será suficiente para sobrevivir? –preguntó Shana a Casandra.

-Así es… -enunció Casandra-. La profecía dictamina que los Aqueos perderán la guerra si los Hijos del Quersoneso se unen a la batalla, antes de la llegada del tercer año del asedio. Con tal de que un solo segundo del tercer año de a inicio, el Hado se romperá, y todos seguiremos con vida… pero si uno solo de los 4 reyes, pisa suelo mientras la confrontación contra los Hijos del Quersoneso ocurre antes del tercer año… todo terminó… -finalizó Casandra, momentos antes de que la trompeta de batalla resonara con fuerza.

-¡Están aquí! ¡Diomedes, tus caballos! –ordenó Agamenón, y el de cabellera escarlata, débilmente, intentó seguir con sus órdenes, pero se le dificultaba hacerlo, por lo que Odiseo terminó por ayudar a su amigo a las afueras de la tienda- Diosa Athena, si todo sale a mal, deberá resguardarse usted también. Sería prudente si… -intentó decirle Agamenón.

-O sobrevivimos, o morimos todos juntos, Agamenón, de aquí nadie me mueve –aseguró Shana, preocupando a Agamenón, pero el estruendo del marchar de los soldados tenía prioridad, mientras Calcas entraba en la tienda con uno de los caballos de Diomedes, ofreciéndoselo a Agamenón, quien terminó por subir, mientras dirigía una mirada intranquila a Casandra.

-Trata de no caerte, o ya no habrá cariños nocturnos. Por cierto, los sementales de Diomedes no serán caníbales, pero muerden –se burló Casandra, y el semental intentó quitarse a Agamenón de encima, requiriendo que Shana lo tomara de las riendas, y lo tranquilizara con caricias.

-Ellos me conocen, seguro si se los pido, cuidarán de ustedes. Este es Deino, el terrible –presentó Shana al caballo negro, que resoplaba con fuerza-. Cuídalo bien, Deino –pidió Shana, calmando al semental, y saliendo a encuentro de Menelao, quien subía a otro de los caballos de Diomedes, uno de piel blanca-. Lampón, el brillante –presentó a Menelao, y el caballo intentó derribar a Menelao, pero Shana lo tranquilizó-. Xanthos, el amarillo –se dirigió Shana entonces al caballo que cabalgaba Néstor, de piel amarilla y un tanto más gentil que sus hermanos, pero que llevaba la capa de Néstor en el hocico tras haberla mordido, por lo que las caricias de Shana, tras tranquilizarlo, convencieron al equino de soltar la misma-. Y finalmente, Podargo, el veloz. Una extraña elección considerando que Deino es tu favorito –se burló Shana, y el semental gris, relinchando, pareció entender lo que Shana había dicho-. Sé que no tengo que pedírtelo, Podargo, pero cuídalo –pidió Shana, y el caballo pareció asentir.

-¿Estás seguro de llevar a Podargo? –preguntó Anficlas preocupada- Con tus heridas y su velocidad, te derribará en medio del campo de batalla. Debiste elegir a Deino o a Xanthos, ellos están acostumbrados a la guerra –insistió Anficlas.

-Deino y Xanthos son caballos de guerra, no temen a las espadas y lanzas, por ellos son los guías de la cuadriga –comenzó Diomedes, tomándose el costado, donde sus heridas no habían sanado-. Xanthos es más gentil y dócil, y se preocupa por su jinete, estará bien con Néstor, pero Podargo, es indomable, solo yo podría con él –le explicó Diomedes, mientras los 4 Generales Dorados, cabalgaban lentamente hasta las empalizadas.

La noche estaba muy avanzada ya, pero el inquietante silencio había sido interrumpido por una marcha estrepitosa, liderada por una figura en armadura blanca, Pentesilea, quien llegaba sobre el auriga tirado por Niso, con Asio en el auriga a su lado, y un ejército de más de 40,000 Pestaltas cuyo marchar despertó a Troya en esos momentos durmiente, mientras de sus interiores, resonaba una trompeta de batalla, y las flamas sobre las puertas de Esceas, Capis e Ilo, se encendían, sus puertas se abrían, y Dardanos y Troya salían escupidos por cada puerta, dibujando una escena intimidante para los 4 reyes y sus soldados, mientras Héctor en su auriga llegaba ante Pentesilea, alzaba su lanza, y la apenada de Pentesilea alzaba su hacha en respuesta. En otro auriga Eneas llegaba con Hebe tirando del mismo, mientras Trolio y Pándaro llegaban en el suyo. Cebríones era, como siempre, auriga de Héctor, y a pie iban Polidamante, y los Daimones Alala y Macas. Eneas no estaba reservando nada, traía a los Daimones que más le funcionaban en este momento, sabiendo que no debía llevarlos a todos consigo.

Del bando Aqueo, Argos, Tebas, Calidón, Ítaca, Pilos, Micenas y Esparta, volvían a la batalla. No había Atenienses, no había Salaminos, no había soldados de Élide, o de Creta, ni los Mirmidones de Ftía, además de que los Nauplios los habían abandonado. Aún había representantes de otros reinos menos poderosos, pero era evidente que en los campamentos permanecían menos de una tercera parte de los guerreros que habían zarpado de Aullis. Por vez primera, los Aqueos eran minoría, y diferente de los Troyanos, sus empalizadas eran de madera.

-¡Vaya refuerzos! –comenzó Héctor, acomodando a los ejércitos en medio de las planicies, regocijándose, sabiendo que sus números eran muy superiores- ¿¡Recuerdan, Aqueos, aquella vez hace casi ya dos años!? –continuó Héctor, buscando infundir miedo en los corazones de los Aqueos- ¿¡Recuerdan llegar a estas playas, sorprendernos con sus números, demandando a Troya!? –preguntó Héctor.

-¡Lo que recuerdo es a una ciudad soberbia, que se pensaba invencible y merecedora de hacer su voluntad! –resonó el grito molesto de Menelao, por lo que Agamenón se quedó con las palabras de aliento en su garganta- ¡Y hoy frente a nosotros, lo que veo es a un reino cobarde, que se ha aliado de otros con tal de no aceptar que han ofendido a Hélade! –terminó Menelao.

-¡El único ofendido aquí, eres tú! –le apuntó Héctor- ¡El resto nada tiene que ver! ¡No son más que peones de un ser egoísta que los ha enviado a la guerra por un iluso ideal de justicia! ¡Tu justicia no existe Menelao! –insistió Héctor.

-¡Tras dos años de guerra, Héctor, me sorprende lo ciego que eres! –devolvió la afrenta Menelao- ¡Esto no se trata más de Helena! ¡Esto no se trata más de mí! ¡Se trata del imperialismo de los autoproclamados dueños del mundo, quienes creen que pueden hacer su voluntad por sobre los demás! ¡Pero ya no es tiempo de hacer analogías, ni de intentar que en tu hueca cabeza entre el verdadero significado de esta guerra! ¡Para ti es un capricho! ¡Para los Aqueos es justicia! ¡Para nosotros es honor! ¡Para nosotros es restitución! ¡Para nosotros es proteger a nuestras familias, a los que amamos, y quienes nos esperan! ¡Y por ello no importa cuántas lanzas los apoyen! ¡No importa si los dioses mismos están en nuestra contra! ¡VENCEREMOS! –terminó Menelao, y para sorpresa del rey de Esparta, los Aqueos corearon con fuerza, respaldando las palabras de Menelao con la convicción misma de los Aqueos en la empresa, lo que molestó a Héctor, quien pretendía debilitar la moral de los Aqueos y que estos se rindieran- ¡Con tu permiso, hermano, he tomado el liderazgo! –preparó su lanza Menelao, y un molesto Agamenón lo miró de reojo, pero preparó su espada. Néstor, divertido por el cómo le arrebataron el protagonismo a Agamenón, se aferró a su masa con una sonrisa. Diomedes también preparó su lanza, pero mantuvo a Odiseo cerca.

-Odiseo, si Trolio piensa en ser el cazador de los más fuertes… me temo que por esta ocasión tendré que pedirte hacerte cargo –declaró Diomedes, mirando además a Esténelo, quien desprovisto de Auriga, se posó al lado de Diomedes también- Te lo encargo –le pidió, y Esténelo asintió, mirando entonces a Anficlas, en su auriga, con Euríalo a su lado- Cuídate –le enunció.

-Estoy en mejores condiciones que tú –fue la respuesta molesta de Anficlas, mientras los Tebanos liderados por Leitus tomaban posiciones al lado de los hombres de Cycnus, y de los de Thoas. Toante y Podarces apoyaban a Ítaca. Cianipo de Pez Austral, el primo de Diomedes y asignado a la corte de Odiseo estaba junto a los arqueros de Ítaca. Otros Caballeros de Plata y Bronce también estaban presentes, pero era obvio que mucho faltaba para estar en igualdad con los Troyanos.

-¡Aqueos! –comenzó Menelao, tomando la iniciativa, lo que no se esperaba Héctor, quien no comprendía el cómo podían ser tan estúpidos para, pese a los números, y sin una muralla, tomar una postura agresiva- ¡Por Hélade! ¡Por nuestras familias! ¡Por Poseidón! ¡Por Athena! –así, los Aqueos gritaron todos al unísono, sacudieron sus armas al aire, y Troya volvió a estremecerse. Minoría o no, en aquellos momentos, el alma de los Aqueos era una sola, y al movimiento de la lanza de Menelao, la gran carrera comenzó, como hiciera hace dos años, sin líderes aparentes, una avanzada desesperada, con el deseo ferviente de terminar con la guerra en ese mismo instante. Las Hordas Aqueas hacían temblar la tierra en su marcha, y las memorias en los Troyanos del primer ataque Aqueo, se imprimieron en sus corazones, algunos incluso retrocediendo asustados.

-¡Manténganse firmes, o yo mimo los fulmino! –amenazó Héctor, y entonces alzó su lanza- ¡Ataquen! –resonó la orden de Héctor, los Troyanos le siguieron sin dudarlo, los de Dárdanos miraron a Eneas, quien alzó su espada Maleros, y ordenó el ataque también. Por último, los Hijos del Quersoneso miraron a Pentesilea, quien dirigió una mirada intranquila a Temiscira, preguntándose si su madre, Hipolita, llegaría a aprobar que se involucrara en la batalla, y conociendo de antemano la respuesta en su corazón, bajó de su Auriga, sorprendiendo a Niso, a Asio, y a todos sus Pestaltas.

-En el nombre de la Reina del Quersoneso… Niso… se te otorga el mando de la alianza de los Hijos del Quersoneso… -le entregó su hacha Pentesilea a Niso, quien no comprendía aquello, mientras Troyanos y Dárdanos se dirigían al choque prometido-. Los Hijos del Quersoneso… solo pueden ser liderados por uno quien sienta, y viva con ellos, quien sangre, y defienda a su pueblo… yo he cumplido mi parte en esta guerra… los traje a salvo… pero solo un Tracio puede decidir en nombre de los Tracios… -agregó ella, orgullosa-. Que mi Alabarda Lunar… te proteja… -sonrió Pentesilea, y Niso tomó el hacha en sus manos, y sonrió orgulloso.

-¡Ya la oyeron, Pestaltas! –alzó el hacha Niso, y todos los Pestaltas atendieron- ¡Por Elayunte! ¡Por Mádito! ¡Por Sestos y Abidos! ¡Por Percote! ¡Por Arisbe! ¡Por nuestra reina Ilíona! ¡Y por la libertad de las tribus de Tracia! ¡Ataquen! –ordenó Niso, su hermano Asio siguió en su grito de guerra, y los Pestaltas gritaron al viento el nombre de la Reina del Quersoneso, quien seguramente los veía a todos, con su ojo lunar, ante el cual los Pestaltas se enaltecieron, y dieron inicio a la gran marcha, mientras Pentesilea, orgullosa, y deseosa de que Niso sobreviviera a aquella gran batalla, caminaba en dirección al mar, en dirección a Temiscira.

Los generales de cada ejército se adelantaron, los 4 Generales Dorados sobre sus caballos, Héctor, Eneas y Trolio en sus respectivos aurigas apoyados por Niso quien iba más atrás, pero había logrado acortar terreno al no llevar a nadie sobre el auriga, o más bien, conducir el auriga, mientras con su enorme mano blandía la Alabarda Lunar como si no le pesara. El choque entre los ejércitos se produjo, con los 4 Generales Dorados avanzando entre los Troyanos, Dárdanos y los Hijos del Quersoneso, atropellando a quienes les hacían frente y abriendo surcos entre las avanzadas Troyanas, que los hombres de cada batallón aprovechaban para desequilibrar la avanzada Troyana.

Entre el caos del campo de batalla, Odiseo se encargó de dar cacería a Trolio, saltando sobre su auriga, y derribándolo a la fuerza, mientras Pándaro terminó siendo derribado por Esténelo. Trolio buscó sacar a Odiseo de en medio del campo de batalla, pero Odiseo materializó al Megas Depranon, demostrándole a Trolio que iba bastante enserio.

Eneas y Héctor intentaron darle cacería a Diomedes, pero gracias a Podargo, Diomedes, quien giraba su lanza atravesando cabezas, logró hacer suficiente distancia entre él y sus perseguidores, quienes terminaron rodeados de los Tebanos, siendo Anficlas nuevamente quien enfrentó a Héctor, quien gustoso le dio a Anficlas lo que estaba buscando, enfrentándola directamente. Ante Eneas la dupla de Toante y Podarces se alzó, con Hebe sirviéndole de sombra a Eneas y encargándose de Podarces, mientras Toante, preocupado, hacía lo que podía por defenderse de Eneas, con solo su velocidad ayudándole a evadir, pero nunca atacar. En cuanto a Niso, adelantó filas para intentar atacar directamente el campamento Aqueo, pero inexperto en la batalla en suelo Troyano, encontró resistencia en el nombre de Agamenón, quien con su espada bloqueó a la Alabarda Lunar de Niso, mientras Asio preparaba su guadaña, preocupando a Agamenón, pero encontrando a su hermano Menelao a su lado, y queriendo bajar de su caballo, pero ateniendo a las advertencias de Casandra, se mantuvo, rodeando a Asio, y evadiendo su guadaña oscura. Néstor había terminado enfrentando, nuevamente, a un Daimón, este siendo Macas, quien se fortalecía por la tremenda batalla a su alrededor, pero Néstor, sabiamente, guiaba a su caballo, Xanthos, a su alrededor, evitando confrontación directa, mientras lanzaba sus planetoides desde los lomos del caballo, arrasando con los soldados de Dárdanos, y enviando a varios por los aires a golpes de su maza, mientras Macas intentaba, inútilmente, alcanzarle.

Se viera por donde se viera, había soldados de diferentes nacionalidades, todos en un caos tremendo, produciendo choques ensordecedores de metal, que estresaban a los pobladores de Troya, y no les permitía conciliar el sueño. La ciudad entera mantenía sus antorchas encendidas, y desde la Ciudadela de Tros, situada en una colina, Heleno, el profeta, quien sabía que, gracias a los Hijos del Quersoneso, la guerra terminaría aquel mismo día, miraba la cruenta batalla, esperanzado en que esta terminara pronto, ya que escasas horas faltaban para la llegada del tercer año del asedio, y si los Campamentos Aqueos no ardían para entonces, Heleno sabía lo que pasaría, y la guerra se extendería mucho más.

-Solo un poco más… -se decía a sí mismo Heleno, mirando la batalla, que desde las ciudadelas de Tros e Illíon era visible hasta el mar. Heleno entonces posó su mirada en los Campamentos Aqueos, y un sentimiento de intranquilidad comenzó a rodearlo- ¿Casandra? –sintió Heleno en su cosmos.

-¡Hola Heleno! –saludó Casandra alegremente desde los Campamentos Aqueos, elevando su cosmos, y asegurándose de que Heleno podía sentirla, y no solo Heleno, Casandra se estaba asegurando de que todos los poseedores de cosmos en Troya supieran que ella estaba presente- ¿Qué piensas ahora de expulsarme de tu corte, rey imbécil? –preguntó Casandra, mientras en Ilíon, Príamo, en sus ropas de noche, había salido al balcón de su habitación tras ser despertado por la conmoción- Todos van a caer… Príamo… Paris trajo la antorcha, yo he traído el aceite que esparcirá sus llamas… por cada profecía de Trolio, yo traeré el desafío a su Hado… -enunció Casandra para sí misma, notando entonces un cosmos oscuro en otra de las viviendas de Tros-. Escupo en su ser, señor Hades… -sonrió Casandra con malicia.

-En verdad estás demente, Casandra… -exclamó Paris desde el balcón de su habitación en Tros, con una preocupada Helena a su lado, nerviosa por la batalla que en esos momentos se libraba- ¿Acaso no sabes que todos, al final, terminarán en mi reino? Tu declaración de guerra actual, no será olvidada –sentenció Paris.

Tracia. Apolonia. Santuario de Apolo.

-Todas esas batallas librándose al mismo tiempo… es demasiado para prestar atención a todas partes –comentó Ilíona, preocupada, mientras reflejado en su Ojo de la Luna, veía a los Aqueos contra los esfuerzos conjuntos de Troya, Dárdanos y los Hijos del Quersoneso, a Pentesilea llegar a Temiscira y ser recibida por sus hermanas Amazonas, a Patroclo y a Mácar en un enfrentamiento atemporal en Lesbos, y a Aquiles en la misma isla, pero en Metinma, guiando a un grupo de Mirmidones ante sus puertas. Pero la visión que más preocupaba a Ilíona, mientras seguía a Deífobo por un santuario de piedras blancas en la cima de la ciudad de Apolonia, era la visión de Polidoro, capturado por los Salaminos, que ya estaban cerca de llegar al campo de batalla-. Son demasiados eventos, todos pasando al mismo tiempo, no sé dónde posar mi atención –se frotó la cabeza Ilíona.

-En el aquí y en el ahora sería una buena idea –se fastidió Deífobo, llegando ante uno de los sacerdotes del templo de Apolonia, a quien Deífobo reconoció- ¿Tiresias? –preguntó Deífobo, y una bella mujer de piel pálida, cabellera rubia y larga, y de ojos azules, se viró para verlo, y ella saludó dulcemente.

-¿Tiresias? –preguntó Ilíona confundida- ¿No es ese un nombre de varón? –preguntó Ilíona, mirando a la chica fijamente, y ella de improviso se convirtió en un apuesto joven- ¿Qué espectros? –se inquietó Ilíona.

-Ilíona, este es Tiresias, un sacerdote de Tebas la de las 7 Puertas, el mismo que maldijo a Diomedes –presentó Deífobo, y Tiresias realizó una gentil reverencia- Su historia es muy compleja, ya después habrá tiempo de rememorarla, lo único que debes saber es que es el pervertido por excelencia, y que, gracias a Zeus y a Hera, puede cambiar entre ser un hombre y una mujer a voluntad, explorando así los placeres carnales de ambos lados. Lo que me recuerda, Tiresias, ¿sigues en tu postura de que el placer femenino es muy superior al masculino? –preguntó Deífobo.

-Por supuesto, mi señor Apolo –respondió Tiresias, quien entonces se transformó en una bella mujer-. Aunque es solo gracias a los diferentes miembros fálicos que los hombres despliegan. Dependiendo del hombre hay placeres muy diversos que como hombre no puedo disfrutar. Eso no me detiene claro –se transformó nuevamente en un hombre, molestando a Ilíona-. Y con el debido respeto que mi señorita Artemisa, la Diosa de las Vírgenes, se merece: no sabe lo que se pierde –aseguró.

-Deja de jugar, Tiresias, no vinimos desde Eyón y desde Colofón, para que puedas acostarte con lo que encuentres, viejo depravado –agregó una figura más, Reso, el rey de Eyón, quien salía de detrás de una columna, y reverenció para Deífobo, y entonces dirigió su mirada a Ilíona-. Mi señorita Artemisa, no se deje engañar, Tiresias tiene cerca de 200 años –le aseguró.

-No descubras, vejete. Que yo pueda cambiar mi físico a voluntad… -enunció mientras pasaba de ser un hombre a una mujer-. No significa que debas irme evidenciando. Vuelve a hacerlo, y no jugaré más contigo –declaró Tiresias, fastidiando aún más a Ilíona, mientras Deífobo sonreía divertido.

-Ya todos, menos Artemisa, tendremos el tiempo de revolcarnos con Tiresias –comenzó Apolo, enfureciendo a Ilíona aún más-. Pero no será de momento. Tiresias, Reso, ¿saben la razón de que hayan sido convocados a Apolonia? –preguntó Deífobo.

-¡Sí, amo Apolo! –enunció Tiresias emocionada- ¡Como Sacerdote Supremo de Apolo que soy, solo yo puedo liberar la Glorie de la Corona de Helios en Gea! ¡Y para ello requiero de las 4 Glories de los Jinetes de Helios, que están bajo la protección de Reso! –apuntó Tiresias, transformándose en un hombre, lo que ya fastidiaba a Ilíona- Ya que la Glorie de la Corona está consagrada al dios Helios, y requiero de sus 4 sementales, en consagración a Apolo, para liberar la Glorie de la Corona a un nuevo dueño divino –continuó con su explicación, volviendo a ser una mujer-. Pero, ¿está seguro? Usar el cosmos primordial de Helios, el dios al que asesinó para convertirse en el Dios del Sol, es algo que estaba reservando para su guerra contra Zeus. Bien sabe que la Glorie de la Corona de Helios es solo un reemplazo para su Ropaje Divino, el cual ya no puede usar ya que fue destruido cuando lo desterraron del Olimpo. La Glorie de la Corona de Helios es lo más parecido a un Ropaje Divino, pero, lo que intento decir es… -se convirtió nuevamente en un hombre-. ¿No está desperdiciando una oportunidad muy valiosa en una guerra que no es de su incumbencia? El Ropaje de la Corona de Helios solo puede liberarse una vez, y cuando su cosmos se extinga, no importa cuántos años pasen, no podrá volver a crearse. Usted es el Tercer Sol, Helios era el Segundo Sol. Si la Glorie muere, se extingue igual que lo hizo Helios –le recordó, volviéndose entonces una mujer, que era la forma que más le agradaba a Tiresias, por lo que comenzó a bailar y a juguetear con su túnica.

-Comienzo a envidiar tu habilidad de cambiar de sexo –se impresionó Deífobo, mientras Tiresias le coqueteaba pestañeando sus ojos-. Un hombre convertido en una mujer, solo el imaginar semejante lujuria. Tal vez algún día lo intente –apuntó Deífobo, pero Ilíona se aclaró la garganta-. A eso voy –continuó Deífobo-. Indistintamente del resultado de esta guerra, yo tengo un objetivo único, destruir a Poseidón… -le comentó Deífobo-. Poseidón es un ser reencarnado, lo que significa que, bajo ciertas condiciones, podría liberar y utilizar su Ropaje Divino, no la burda Escama que utiliza en su estado debilitado. La Glorie de Helios, no es un Ropaje Divino, lo que significa que puede usarse sin poseer el cosmos de un dios, el Dunamis. Y como estoy usando un cuerpo mortal, y no mi cuerpo original el cual está sellado en el Sol mismo, no tengo otra alternativa que usar la Glorie de Helios. Ahora, liberen la Glorie –pidió Deífobo.

-Se hará lo que usted diga, mi señor, solo un detalle –comentó Reso, y Tiresias se transformó en un hombre y lo arremedó fingiendo ser un anciano sabio-. Entre los Hados para la victoria Troyana, está el de que las 4 Glories que representan a los Caballos Celestiales de Helios, lleguen a Troya… sin embargo, para liberar la Glorie de la Corona de Helios, se requiere que los 4 Jinetes sean elegidos por los 4 Caballos. En otras palabras: Si libera la Glorie de la Corona de Helios para vestirla, los 4 Caballos despertarán y buscarán por Gea a sus jinetes, los 4 Helíadas. Esto retrasará sobremanera la llegada de las 4 Glories a Troya para cumplir con el Hado –aseguró Reso.

-Parece que no lo están comprendiendo. ¡No me importa la Guerra de Troya! –se molestó Deífobo- En estos momentos, gracias a Casandra, quien de alguna forma se liberó de mi maldición, está conspirando contra los Hados. Después de todo, Ilíona hiso todo lo posible porque la guerra terminara hoy mismo, pero todo parece indicar que no será así –admitió Deífobo-. Mi único objetivo, y quiero que esto quede bien claro, el único, es asesinar a Poseidón y sepultarlo en el Tártaros, para que por 3,000 años no me moleste. Lo demás me es indistinto. Si es tu deseo de venganza personal, Reso, siéntete libre de volver a reunir a las 4 Glories y llevarlas a Troya. Por mí la Guerra de Troya puede extenderse por 10 años, yo solo quiero a Poseidón –amenazó, y Tiresias salivó- ¡No de esa forma! –se quejó.

-Lo sé, lo sé, pero yo voy a divertirme con su hijo Yalemo si no le importa, ambos podemos cambiar de sexo, imagine las posibilidades –agregó Tiresias transformado en mujer-. En todo caso, es suficiente, Reso. Son las ordenes de Apolo. Así que, si no te molesta, las Glories –pidió Tiresias, Reso suspiró, pero movió su mano, para que algunos de los Pestaltas que permanecían en guardia, trajeran a los 4 Caballos de Helios ante Tiresias-. Comenzaré… -elevó su cosmos Tiresias, y comenzó a hablar en una lengua muerta, que estremeció a Ilíona.

-¿¡Esa es la lengua de los Titanes!? –se estremeció Ilíona, y Apolo asintió- ¿Cómo? ¿Por qué un mortal sabe la lengua de los Titanes? ¿Quieres decir que él, o ella, o lo que sea, puede usar la magia ancestral? –preguntó Ilíona preocupada.

-Tiresias es hombre, y uno muy depravado, no importa si se ve como mujer –declaró Apolo-. Aunque técnicamente su cambia formas no es una ilusión. Pero eso no es importante. Hyperión, el Primer Sol, y Helios, el Segundo Sol, fueron ambos Titanes. Era obvio que, para cambiar el dominio de un Ropaje Sagrado conferido a un Titán, se requeriría de un sacerdote consagrado en sus artes. Tiresias es, después de todo, el sacerdote más grande de todos, el sacerdote de las artes oscuras y discípulo de Hécate, la Titánide de la Magia Oscura y los Hechizos –presentó, mientras los ojos de Tiresias perdían la vista, para reflejar en los mismos el cosmos.

Anatolia. Lesbos. Metinma. Palacio de Metinma.

-¡Reino de Metinma! –gracias a la ayuda de la princesa Pisicide, y de Medea transformada en una anciana, Aquiles logró liderar a los Mirmidones dentro del palacio de Metinma, asesinando de forma efectiva a los líderes militares de la ciudad sin un derramamiento masivo de sangre, y en esos momentos se posaba desde lo alto del balcón del palacio, con el rey de Metinma atado y amordazado- Su reino ha caído. Yo, Aquiles, Príncipe de Ftía, y Rey de los Mirmidones, los he conquistado –enunciaba ante los pueblerinos, mientras los Mirmidones sacaban por las puertas principales a los cadáveres de los soldados de Metinma que habían intentado proteger a su rey- Pero tienen mi palabra de que no serán castigados. Sus muelles serán demolidos, claro, y permanecerán bajo control de mis mirmidones, pero ustedes pueden salvar sus vidas, y recuperarse, yo Aquiles, se los garantizo. Brinden a mis Mirmidones alimento y tesoros, y conservarán sus vidas –declaró, y tras hacerlo, miró a Medea- Has cumplido. ¿No va siendo tiempo ya de que me muestres tu verdadero rostro, antes de que lo corte de tu garganta, harpía traicionera? –la miró Aquiles con molestia.

-Mi verdadero rostro te lo mostraré, mi bello guerrero, cuando seas merecedor del mismo –le sonrió Medea, desvaneciéndose en una nube escarlata momentos antes de que Aquiles le degollara la garganta. Acto seguido, y cuando la nube roja se disipó, Pisicide entró en el balcón.

-¡Aquiles! –llamó ella, abrasándose de su brazo, mientras Aquiles la miraba con repudio- Te he entregado Metinma como he prometido, amor mío. Es hora de hacer el anuncio más importante ante tu nuevo pueblo –sonrió ella, y Aquiles le devolvió la sonrisa.

-Por supuesto, princesa Pisicide –se adelantó Aquiles, mirando a los derrotados desde lo alto de su balcón-. ¡Pobladores de Metinma! ¡Pido su atención una vez más! ¡Prometo que no se arrepentirán! –prosiguió Aquiles- Ante ustedes… -ofreció su mano Aquiles, y Pisicide tomó la misma, dejándose invitar por Aquiles al frente del balcón-. ¡Pisicide! ¡La princesa traidora que entregó a su reino y permitió su conquista! ¡No lo habría logrado sin ella! –se preocupó un poco Pisicide por la mención, pero aquella estaba lejos de terminar- ¡Se las entrego! ¡Para que reciba lo que los traidores merecen! ¡La muerte por empedramiento! –sentenció Aquiles.

-¿¡Qué!? –se quejó ella, mientras un par de Mirmidones la atrapaban por los brazos, y se la llevaban a la fuerza- ¿¡Qué haces!? ¡Yo te entregué mi reino! –lloró Pisicide, pero Aquiles se mantuvo firme ante su decisión- ¡Eres un monstruo! –lloró ella.

-No, princesa… el monstruo, eres tú… yo solo te pago con lo que mereces… -le explicó, mientras seguía a los Mirmidones hasta la entrada, donde tras clavar un poste, amarraron a Pisicide al mismo- Será tu pueblo quien decida si vives o no. Ellos merecían saber que los has vendido por tu lujuria personal –declaró, y la primera piedra fue lanzada, directo a la boca de Pisicide, tumbándole varios dientes. El aterrado rey se estremeció y lloró, pero no podía suplicar clemencia gracias a su mordaza-. En cuanto a usted, mi rey –continuó Aquiles, mientras los gritos de Pisicide aterraban al rey, hasta que estos dejaron de escucharse, aunque el sonido de piedras golpeando la carne de Pisicide, apedreada por su propio pueblo, seguía escuchándose-. Usted se defendió bien. Estoy seguro que enfureció a la bruja equivocada, pero vivirá si jura en el nombre de los dioses, que no se levantará ante los Aqueos, y que gobernará a Lesbos con sabiduría –pidió Aquiles, mientras el rey dirigía una última mirada a su hija apedreada hasta la muerte, y asentía-. Bien… prepararemos una ceremonia de juramento. Los dioses lo castigarán si es falso, y si ellos no lo hacen, tiene mi palabra, rey Lepetimos, de que usted será el siguiente en ser juzgado por su pueblo –amenazó Aquiles, y se dirigió a la cima del palacio, seguido de Automedonte.

-Eso me ha dado escalofríos, mi príncipe –confesó Automedonte, siguiendo a Aquiles hasta el balcón nuevamente, y mirando en dirección a Mitilene, desde la cual se observaban destellos dorados y violetas, que formaban parte del conflicto entre Patrolo y el rey Mácar-. ¿Era necesario el sacrificio de Pisicide? ¿El exilio no habría sido una opción más piadosa? –preguntó.

-En primer lugar, Automedonte. Yo solo realicé la condena. Fue su propio pueblo quien la cumplió –declaró Aquiles, un tanto preocupado por Patroclo-. Además… esa bruja no hubiera permitido que el rey Lepetimos quedara impune. No sé qué le prometió el rey a esa bruja, pero puedo ver que es peligrosa… seguramente no será la última vez que la encuentre –meditó Aquiles al respecto-. Hay mucho que tengo que hacer, y la muerte no va a esperarme. Prepara todo para partir a Lineón. Si Patroclo no llega, lo dejaremos y seguiremos sin él –finalizó Aquiles, y Automedonte obedeció.

Troya. Campo de Batalla.

-¡Excalibur! –resonó el grito de Agamenón, quien se encontraba rodeado por las hordas Troyanas al mando de Héctor, quien con Cebríones y Polidamante a su lado, había logrado separar al Rey Supremo del resto de los Aqueos, mientras su caballo prestado, Deino, resoplaba con fuerza- Tranquilo, amigo. Héctor está tarado si cree que va a derrotarnos –aseguró Agamenón, mientras los Troyanos en círculo apuntaban sus lanzas alrededor de ambos, cortando las rutas de escape.

-No eres de los que combaten a caballo, Agamenón… ese caballo te acortó mucha movilidad –le apuntó Héctor con su lanza, misma que Agamenón repelió con su espada. Un par de Troyanos intentaron clavarles sus lanzas por la espalda, pero Deino los pateó con fuerza.

-¡Ja! ¡Me caes bien, Deino! Pero tristemente es verdad. No acostumbro a combatir a caballo, pero nada me baja de este –se burló Agamenón, repeliendo a los Troyanos con su espada, alternando entre la de Libra y Excalibur, mientras Deino mordía manos y pateaba cabezas, rompiendo algunos cuellos en el proceso, mientras Héctor comenzaba a elevar su cosmos.

-¡Agamenón! –escuchó el Rey Supremo a Diomedes, quien llegaba con Podargo, el más veloz de los caballos, y derribaba con ellos a varios Troyanos. Tristemente, su caballo cabalgaba tan rápido, que había dejado atrás a sus refuerzos de Argos, y había terminado solo, con Agamenón, repeliendo a cuantos Troyanos podía. Los vientos congelados de Menelao, y las explosiones de Néstor estaban también bastante lejos como para ayudarles- Sé que se ve mal, pero no bajes de tu caballo –sugirió Diomedes, mientras los Troyanos insistían al intentar clavarles sus lanzas, pero Héctor alzó su mano, y los Troyanos se retrajeron, dejando al agotado de Diomedes, y al furioso de Agamenón, en medio del circulo de Troyanos.

-Es obvio que están derrotados. Nuestros números son muy superiores, y por el truco con los caballos, no lograron mantener el liderato –recriminó Héctor, enfureciendo a Agamenón-. Entrégate, Rey Supremo, y conservarás la vida. Serás la garantía para que tu hermano Menelao abandone la búsqueda de venganza. En cuanto a Diomedes, ese se muere hoy –amenazó.

-Oh, lo siento, pero tu hija aún requiere de más sesiones con el Galán Escarlata, para llenarme de más hijos –insultó Diomedes, enfureciendo a Héctor, quien intentó clavarle su lanza, pero Diomedes la repelió- ¡No estamos vencidos aun, Héctor! Donde tú ves un ejército, Agamenón y yo vemos cadáveres y tres Espectros que están por saber lo que es enfrentarse a los Caballeros Dorados más poderosos –declaró Diomedes.

-Ah, de modo que sí te crees como tal –se cruzó de brazos Agamenón, Diomedes solo sonrió nerviosamente-. Veamos… por la posición de la luna, en contra posición con las estrellas, estimo que, aunque Nyx aún domine, ¿no es ya mañana? –preguntó Agamenón.

¿Querrás decir si ya es hoy? –se confundió Diomedes, rascándose la nuca, y confundiendo a Héctor- Eso espero, porque aquí entre tú y yo, se me están acabando los temas de conversación para hacer tiempo. Si ya nos tienes capturados, Héctor. ¿Qué te parece oír la historia de los 7 Contra Tebas? ¿O que tal la Batalla de los Epígonos? Puedo contarte del Centauro Quirón y de cómo me entrenó. O de la primera vez con tu hija –insultó nuevamente, Héctor volvió a arremeter, Diomedes se defendió, pero esta vez incluso Agamenón se molestó.

-Es hacer tiempo, no hacer que nos maten porque lo haces enojar –reprendió Agamenón, y Diomedes volvió a sonreír nerviosamente, pero Héctor comenzó a meditar lo que estaba ocurriendo-. De todas formas, yo creo que ya es seguro. Aunque Casandra dijo que cuando fuera el momento lo sabríamos –admitió Agamenón.

-¿Casandra? –preguntó Héctor, y sus ojos entonces se abrieron de par en par- ¡Están aconsejados por Casandra! ¡Por eso están sobre esos caballos! ¡Heleno dijo que los sementales de Diomedes poseían la gracia de la victoria! ¡Ya entiendo! ¡Están haciendo tiempo porque hoy Heleno profetizó que los Aqueos caerían! –enfureció Héctor.

-Ayer, Héctor… -sonrió Agamenón-. Acabamos de romper un Hado… bienvenido al año tres… -aseguró Agamenón, y mientras lo hacía, se escuchó una conmoción, Héctor se viró, y observó a una inmensa cantidad de soldados Troyanos siendo disparados por los aires, y abriendo una brecha en las defensas Troyanas, poniendo un alto a la guerra momentáneo, mientras un camino de cuerpos Troyanos fue creado, por un inmenso ser que partió el mismo con su cosmos.

-¡Gran Cuerno! –exclamó Áyax. El Grande por fin había llegado- ¡Salaminos! ¡Macháquenlos! –ordenó Áyax, y los 1,000 soldados Salaminos, todos sobre caballos, se lanzaron al campo de batalla, diezmando en su gran carrera a los guerreros Troyanos, incluso atropellando a Héctor, quien rodó por el suelo, mientras los hombres de Salamina recuperaban el terreno perdido, expulsando a los Troyanos, quienes, sin el mando de Héctor, fueron contenidos por la avanzada Aquea, que comenzó a ganar terreno por la apertura que realizaron los Salaminos, mientras Áyax, lanzaba a más de ellos por los cielos, incluyendo a Niso, quien no se esperaba el ataque- ¡Gran Cuerno! –proseguía Áyax, derribando esta vez a los Hijos del Quersoneso en embistes inquietantes- ¡Gran Cuerno! –prosiguió Áyax con los de Dárdanos, derribando a Eneas a la distancia inclusive- ¡A las puertas! ¡Avancen! –prosiguió Áyax, y los Salaminos envistieron y asesinaron con facilidad, atropellando a los Troyanos con sus caballos, degollando cabezas de los Tracios, e hiriendo de gravedad a varios de Dárdanos.

-Se ha destruido otro Hado… -comenzó Casandra desde los Campamentos Aqueos, con Shana a su lado y respirando pesadamente por el estrés-. Con la llegada de El Grande, los campamentos Aqueos están a salvo. Espero que sepas entonces, Shana, que esto lo único que ha logrado, sin embargo, es extender la guerra por varios años más… -le aseguró Casandra.

-Lo entiendo, Casandra… y es solo gracias a ti que hemos desafiado incluso a los Hados del Destino… -admitió Shana, y Casandra asintió a sus palabras-. Y es mi deber, seguir entrenando arduamente, para no depender más de profecías y Hados. Lideraré la guerra misma algún día… tienes mi palabra… -aseguró Shana.

-Ese es un Hado, Athena –se burló Casandra, incomodando a Shana-. Y, sin embargo, es un Hado que no romperé… tienes mi palabra –aseguró Casandra, mientras volvía a poner atención al campo de batalla, donde Eneas resonó la trompeta de retirada.

-¡A las puertas! ¡Ahora! –enunció Eneas, y los de Dárdanos rompieron la posición, regresando a Troya, perseguidos por Áyax y los Salaminos, aunque Niso, dando órdenes a los Pestaltas, inició con un bombardeo para desincentivar su avance- ¡Héctor! ¡Ya es suficiente! –insistió Eneas, pero Héctor estaba furioso, y golpeaba su puño con fuerza contra el suelo.

-¿¡No lo entiendes!? ¡Heleno profetizó que antes del tercer año Troya se alzaría con la victoria! –enfureció Héctor, mientras Cebríones tocaba la trompeta de la retirada- ¡Todo se ha ido al demonio por culpa de Casandra! –recriminó.

-No es la primera, ni la última de los hijos de Priamo, que me sacará de quicio. ¡Tú lo haces en estos momentos! ¡Repliégate ahora! –ordenó Eneas, mientras los Salaminos volvían a avanzar filas, forzando a Eneas a tomar a Héctor del cuello a la fuerza, y forzarlo a retirarse dentro de las murallas, que se cerraron en la cara de Áyax, quien junto a un buen número de Salaminos, quienes no frenaron a tiempo, terminaron estampados contra las puertas, reflejando que los de Salamina, eran igual o más desesperados que su príncipe.

-¡Me cerraron la puerta a la cara! ¡Salgan cobardes que los voy a machacar! –amenazó Áyax, mientras de la cima de la muralla, los arqueros preparaban sus flechas- ¡Quita esos alfileres de mi vista y enfréntame, Héctor! –enfureció Áyax.

-¡Ya tienes tu victoria, imbécil! –respondió Héctor desde la cima de la muralla, aún furioso por haber perdido el cumplir con la profecía de Heleno- Repliégate, celebra tu victoria, embriágate, y cuenta las horas que pronto saldré por ti, El Grande –amenazó Héctor.

-Ganas no me faltan, pelmazo –enunció Áyax, alzando su mano para que los Salaminos se retiraran, a una distancia en la que las flecha son podrían alcanzarlos-. Pero ya que tengo tu estúpida atención, hay algo que deseo. Trae a Príamo, tengo que hablar con él –continuó Áyax.

-¡Si esta es una de tus tonterías del Gran Insulto, Áyax de Tauro, puedes ahorrártelas! –comenzó Héctor, cuando sintió una mano posándose contra su hombrera, virándose, y encontrando a Príamo allí- ¿Padre? ¿Tú en Capis? –se impresionó Héctor.

-Nadie en Troya ha podido dormir por esta barbaridad de batalla, Héctor –espetó Príamo, quien llegaba junto a Hécuba-. Además, cuando me llegó la noticia de la llegada de los Hijos del Quersoneso, Antenor me sugirió negociar. He venido a escuchar a Áyax –explicó Príamo, y solo entonces Héctor notó a Antenor detrás del rey.

-¡Qué bueno verte, Antenor! –saludó Áyax, quien tenía toda la atención de Príamo, así como la de los Reyes Aqueos, quienes por fin pudieron bajar de sus caballos, y reunir a todos los reinos alrededor de Troya- Y ahora, un regalo –tronó los dedos Áyax, y los Salaminos trajeron a Polidoro, atado a un poste, y clavaron el mismo frente a las puertas de Capis, pero a distancia suficiente de las flechas- ¿Lo reconoces, Príamo? Creo que es tu sobrino, Polidoro, el hijo de tu querida Reina del Quersoneso, Ilíona –presentó Áyax, y uno de los Salaminos comenzó a repartir piedras, pero no piedras comunes, las lunares, las consagradas a Artemisa-. ¿Ves esta cosa? –presentó Áyax- Son piedras que en Sestos utilizaron para repelernos. Teucro dice que están consagradas a Artemisa, e Ilíona es la representante o algo de Artemisa, algunos dicen que la mismísima Artemisa, pero todos los de Tracia la conocen como la Reina del Quersoneso, creo que eso hace a este el Príncipe del Quersoneso… lo que me lleva a esto, Rey Príamo… príncipe por princesa. Te doy a Polidoro, tú nos entregas a Helena, además de la retribución debida, o este se muere. Y antes de que abras tu boquita de viejo imbécil, la oferta solo se hará una vez, espero una respuesta de sí o no. Cualquier insulto, renegociación, lo que sea que no sea devolver a Helena, y este se muere –amenazó Áyax, Príamo estaba furioso, intentó hablar, pero Áyax alzó la mano, y los de Salamina prepararon sus piedras.

-Mi rey… es el hijo de su hija mayor –comenzó Antenor-. Yo entiendo que un padre lo dé todo por su hijo, pero cuando el hijo es un imbécil… -se atrevió a decir Antenor, molestando a Príamo. Pero Príamo encontró a Eneas apoyando a Antenor-. Tiene que admitir, que un padre debe actuar donde el bien de su hijo o hija es prioridad. No me parece correcto castigar a la Reina del Quersoneso donde ella ha enviado tributo y guerreros, mientras Paris que no ha hecho absolutamente nada para defender su propio honor, secuestró a una mujer ajena, robó a Menelao sus tesoros, e inició con esta guerra absurda… por favor, mi rey… no cometa el mismo error dos veces… -suplicó Antenor. Príamo lo pensó. Pero, si bien ya había aprendido su lección, la triste realidad, era que esta guerra ya había sobrepasado el insulto a Menelao, y se había convertido en algo más.

-No… -respondió Príamo, con una lágrima cayéndole del rostro, demostrado un tremendo arrepentimiento, pero no pudiendo hacer más-. La respuesta es no… Áyax el Grande –repitió Príamo, y Áyax bufó.

-Que lo que está por pasar, rey imbécil… te sea prueba definitiva, de que los Aqueos no estamos jugando… -declaró Áyax, y bajó su mano dando su orden, y los de Salamina comenzaron con el apedreamiento. Las piedras consagradas a la luna eran más fuertes que las piedras comunes, por lo que la Suplice cedió con facilidad, y el resto de piedras comenzó a molerle los huesos, mientras Polidoro gritaba de dolor. El tercer año comenzaba, con los gritos de pena y sufrimiento del Príncipe del Quersoneso, y el llanto del Rey Príamo.

Tracia. Apolonia. Santuario de Apolo.

-¡Polidoro! –exclamó Ilíona aterrada, mientras su Ojo Lunar observaba el apedreamiento, y su corazón lloraba en pena- ¡Hermano! –volvió a gritar en pena, confundiendo a Deífobo, quien la miró con sorpresa.

-¿Hermano? Ah, te refieres a esa estúpida profecía con el Hado de que la muerte de tu hijo desencadenaría la caída de Troya –admitió Apolo, e Ilíona lo miró con miedo-. Descuida, mataron al equivocado. El que debe sobrevivir es Deípilo. Polidoro era más bien, el vengador de su muerte. Supongo que ya no podrá hacerlo –aseguró Apolo.

-¿Qué? –agregó Ilíona entre lágrimas- ¿Quieres decir… que todo eso del hermano que no es mi hermano y que es mi hijo, y que mi hijo que no es mi hijo y que es mi hermano… tenía por objetivo confundir a los Hados, y que la muerte de Deípilo no desatara la caída de Troya? –preguntó ella.

-Por supuesto –le respondió Deífobo, cerrando sus ojos, y abriéndolos un par de segundos más tarde, mostrando al Sol en su ojo izquierdo-. No olvides que la luz de la Luna no es otra cosa que el reflejo del Sol. Todo cuanto veas con el Ojo de la Luna, yo puedo verlo en su reflejo. Si Áyax hubiera presentado ante Príamo a Polidoro como lo que es realmente, tu hermano, lo que lo haría hijo de Príamo, el anciano rey hubiera decidido devolver a Helena, ya que Príamo no elegiría a uno de sus hijos por sobre otro –admitió Apolo, e Ilíona se cubrió la boca sobresaltada-. Si eso hubiera pasado, la Guerra de Troya hubiera terminado con la victoria Aquea. Entenderás entonces, Artemisa, que no solo Casandra sabe cómo romper los Hados… yo también… y he roto un Hado desde el nacimiento de Polidoro y de Deípilo, forzando al profeta de en ese entonces, Calcas, a sugerir a Ilíona mientras estuvo en la corte de Príamo, a mantener el secreto de la identidad de Polidoro como el hijo de Príamo, y que todos pensaran que Deípilo, era su hijo y no el tuyo –aseguró.

-Pero… ¿cómo? –lloró Ilíona, aún dolida por el empedramiento de Polidoro- Para que intentaras romper un Hado… eso solo puede significar que… -se impresionó entonces y miró a Deífobo con temor-. Tú… tú encausaste el estallido de la Guerra de Troya… no es Hades quien controla las piezas en su tablero de ajedrez… Hades es solo un peón más… -descubrió Ilíona.

-Ya estás entendiendo, Ilíona –sonrió Apolo, mientras Tiresias terminaba con su oración, y los 4 Caballos de Helios, despertaban, galopando por el cielo, buscando a sus portadores-. Jamás olvides, que Helios era el verdadero Dios del Sol… yo soy Apolo, el Dios de los Profetas… todas las profecías, son creadas por las pléyades que me sirven, y son cumplidas por los Hados en manos de las Moiras del Destino… -prosiguió Deífobo, su cosmos creciendo inmenso, poderoso-. Yo soy Apolo. ¡El Usurpador del Sol! ¡El Dios de la Luz! ¡El Desterrado del Olimpo! ¡Soy un dios a quien Zeus por envidia desterró! ¡Quien con su poder asesinó a Helios y se apoderó el Sol! ¡Y quien tiene un único objetivo en esta vida! ¡Destruir y sumir a Poseidón en la Tiranía Divina! ¡La Guerra de Troya no inició por Paris poseído por Hades! ¡Comenzó porque yo así lo quise! ¡Y mientras Hades haga mi voluntad, que los mortales se entreguen a esta sucia guerra inútil! –finalizó Apolo, mientras miraba a los Caballos de Helios recorrer el cielo.

Anatolia. Lesbos. Mitilene. Palacio de Mitilene.

-¿Qué es esta fuerza que siento? –preguntó Mácar, malherido y tratando de ganar bocanadas de aire, mientras Patroclo, igualmente cansado, había combatido al rey en casi igualdad de condiciones hasta llegado el tercer año del asedio, aunque aquello era algo que solo Mácar, por su conocimiento de los astros, había logrado deducir- ¿Qué es eso? –se impresionó Mácar, Patroclo dudó entre ver a lo que se refería el rey o no, pero las tremendas luces en el cielo, que asemejaban a un amanecer, terminaron por obligarlo a voltear, sorprendiendo a Patroclo, quien alcanzó a ver a 4 caballos en llamas galopando por el cielo, uno de los cuales viró en dirección al palacio de Mitilene, estrellándose entre Patroclo y Mácar, mostrando a un semental de fuego, que miró a Mácar directamente- ¿Qué brujería es esta? –se asustó Mácar.

-Rey Macareo, desterrado de Rodas –enunció la Glorie, ganándose la atención total de Mácar, quien había mantenido por muchos años su verdadero nombre en secreto, solo para que una Glorie lo revelara-. Bendecido con el poder de controlar el tiempo. Yo, Aetón el Resplandeciente, te he aceptado como mi portador. Acepta la gloria de los Helíadas, los hijos de Helios al servicio del Tercer Sol, Apolo –extendió su cosmos el semental, forzando a la Suplice de Mácar a desprenderse a sí misma, y convertirse en cenizas. La Glorie de Aetón el Resplandeciente entonces se partió en sus partes, vistiendo a Mácar en una Glorie de contornos plateados, que resopló llamaradas azules, que desvanecieron a Mácar, dejando a Patroclo atónito buscando a Mácar por todas partes.

-¡Eeeeeh! ¡Me partí el rostro contra Mácar por horas para esto! ¡No puede ser! –se preocupó Patroclo, entristecido- Supongo… que ya puedes presumir haber sobrevivido a los 4 Jueces del Inframundo y al Caballero Dorado de Leo, rey Mácar –miró Patroclo entonces al cielo, curioso de los otros tres caballos de fuego-. ¿Qué está pasando? –se preocupó.

Tropión.

En una isla de Tropión, uno de los Caballos de Helios se dirigió a un hermoso palacio de murallas blancas, frente a la cual un rey miraba al semental de fuego, que aterrizó frente a él, alegrando al rey quien, aparentemente, ya lo esperaba. Su cabellera era dorada, al igual que su barba, y en su mirada se reflejaba una inmensa sabiduría.

-Rey Tríopas, desterrado de Rodas –habló el Semental de Helios, ante el cual el rey reverenció-. Bendecido con la sabiduría de la astrología. Yo, Éoo del Amanecer, te he aceptado como mi portador. Acepta la gloria de los Helíadas, los hijos de Helios al servicio del Tercer Sol, Apolo –estalló el semental en sus partes, vistiendo a Tríopas en una Glorie de contornos blancos, y que resoplaba un fuego dorado.

Cos.

Desde la isla de Cos, la de Tropión era perfectamente visible. Allí, otro rey observaba desde una colina en la que había estado disfrutando de una cacería nocturna, mientras reparaba su espada, dañada aparentemente en su cacería, al colocarla frente al fuego, cuando uno de los Sementales de Helios cayó frente a él, quemando un poco el cabello castaño, la barba, y las cejas del rey, que terminó con contornos oscuros en su cabello que por más que se frotaba, no podía quitarse.

-Rey Cándalo, desterrado de Rodas –habló el Semental de Helios, resoplando flamas escarlatas de su nariz-. Bendecido con la maestría de la metalúrgica. Yo, Pirois el Igneo, te he aceptado como mi portador. Acepta la gloria de los Helíadas, los hijos de Helios al servicio del Tercer Sol, Apolo –estalló el semental en sus partes, vistiendo a Cándalo en una Glorie de contornos anaranjados, que embravecía la forja instalada en su colina con sus llamas anaranjadas.

Egipto. Heliopolis.

En una tierra diferente, de amplios desiertos, donde gobiernan los pieles de bronce, los Egipcios, quienes creen en otros dioses, un valeroso alto mando militar de los Egipcios, de piel bronceada como la del resto de los habitantes de esta civilización, de amplia barba negra y enchinada, observaba el cielo. Su cabellera no era reconocida a simple vista, ya que, como toda nobleza de Egipto, llevaba una peluca negra rodeada de un anillo dorado alrededor de su frente, además de vestir únicamente una falda shenti de lino, y sandalias de junco. Frente a él aterrizó el último de los caballos de fuego, que relinchó frente a él.

-Rey Actis, desterrado de Rodas –habló el Semental de Helios, resoplando flamas escarlatas de su nariz-. Bendecido con la maestría de la navegación. Yo, Flegonte el Ardiente, te he aceptado como mi portador. Acepta la gloria de los Helíadas, los hijos de Helios al servicio del Tercer Sol, Apolo –estalló el semental en sus partes, vistiendo a Actis en una Glorie de contornos rojos, cuyo brillo confundió a los esclavos, quienes se arrodillaron llamándolo bajo nombres de Dioses Egipcios.

-¿Los esclavos te están llamando Ra? –comenzó otro personaje de piel de bronce, vistiendo arillos dorados en brazos y piernas, maquillado, y con un pskent, la corona roja de los faraones del Bajo Egipto, siendo esta una corona roja y alta con un riso rojo como protuberancia, el indicativo de la divinidad de quien se presentaba ante Actis- Lo creería si Ra no hubiera reencarnado ya en Esmirna, además de que la criatura que te habló y te revistió, se parecía más a Seth. ¿Qué está ocurriendo, Actis? ¿Qué significa este ropaje? –preguntó el faraón.

-Mi Faraón Ramsés III, le pido no me lo tome a mal. Pero presiento que los Pueblos del Mar, están por azotar a los nomos de Egipto… -habló el rey, mirando al faraón Ramsés III fijamente-. Esta es una Glorie, considérela un regalo de Apolo, el dios del Tercer Sol en quien creen los Pueblos del Mar. Un dios que no desea ver su reino caer, y quien le brinda auxilio contra la amenaza del dios del Mar al que sirven… Poseidón… -declaró él.

-¿Poseidón? –preguntó Ramsés III- Dime, Actis. ¿Es Poseidón más grande que Osiris? –preguntó Ramsés III. ¿Saben acaso los Pueblos del Mar, el poderío del Bajo Egipto? ¿El poderío de Ramsés III, la reencarnación de Osiris? –preguntó, y Actis sonrió- Ve que los Pueblos del Mar entiendan que, en Egipto, no creemos en sus dioses. Y sobre Apolo, yo decidiré si es propio el aceptar su culto en Egipto. Por lo pronto, me conformo con la declaración abierta de guerra, entre Osiris y Poseidón –declaró Ramsés III, elevando un cosmos inmenso y radiante, como el de un sol.

Mar Egeo. Navíos Cretenses.

-¿Una declaración de guerra de un Dios Egipcio? –en la proa del navío principal Cretense, con Idomeneo de Crisaor a su lado, Poseidón, ya de 13 años, acababa de recibir una advertencia directa a su cosmos- Todo esto me apesta a Apolo… pero qué se le va a hacer. Supongo que he de aceptar tu declaración de guerra, Osiris… esta es mi respuesta… -elevó su cosmos Poseidón, y el Océano mismo le respondió, escupiendo de sus profundidades una Escama Marina con su forma, que estalló en sus partes, vistiendo a Poseidón, sorprendiendo a Idomeneo, quien no esperaba que Poseidón ya tuviera el dominio suficiente de su cosmos para manipular su Escama Marina-. Si es tu plan entrar activamente a la guerra, Apolo. Osiris será un estupendo calentamiento –aseguró Poseidón, orgulloso.

Tracia. Apolonia. Santuario de Apolo.

-¿Calentamiento? ¡Que pésima palabra elegiste, Poseidón! –respondió a su cosmos Apolo a miles de kilómetros de distancia, mientras la Glorie de Helios, hermosa, con la forma de un dios con una corona en llamas de oro, estallaba en sus partes, y vestía a Apolo- ¡Que se pudran Hades y Athena! ¡La guerra en el Egeo y en Egipto la librarán Poseidón y Apolo! ¡Y el Sol evaporará tu dominio! –el segundo año había terminado ya con el rompimiento de los Hados del Destino, el tercer año iniciaba con una amenaza de guerra, entre los dioses del Sol y los Mares.


Fin de Año Dos.

Comienza Troya: Año Tres.