7. LLAMA AL DESCUBIERTO

No estaba preparada para la pena que conllevó la pérdida, como una lluvia inesperada, caída de un cielo despejado sobre mí. La muerte de Gavilar años atrás fue abrumadora, pero esto… esto casi me aplastó.

Del diario de Echo Griffin, Jesesach 1174

Todavía medio dormida, Lexa sintió pánico. Se levantó del camastro y derribó sin querer el cuenco de esferas casi agotadas. Aunque usaba cera para mantenerlo en su sitio, el manotazo lo soltó y envió las esferas dando tumbos por todo el camarote. El olor a humo era fuerte. Lexa corrió hacia la puerta, despeinada, con el corazón desbocado. Al menos se había quedado dormida con la ropa puesta. Abrió la puerta. Tres hombres ocupaban el pasillo, de espaldas a ella, sujetando antorchas. Antorchas en las que chispeaban llamaspren que bailaban en torno al fuego. ¿Quién traía llamas al descubierto a un barco?

Lexa se detuvo, confusa.

Los gritos procedían de la cubierta superior, y parecía que no había ningún incendio en la nave. Pero ¿quiénes eran esos hombres? Llevaban hachas y se concentraban en el camarote de Anya, que estaba abierto.

Unas figuras se movían en el interior. En un petrificado momento de horror, uno de los hombres arrojó algo al suelo ante los demás, quienes se apartaron para hacerle sitio. Un cuerpo con una fina bata, los ojos ciegos, la sangre brotando del pecho. Anya.

—Asegúrate —dijo uno de los hombres.

El otro se arrodilló y clavó un cuchillo largo y fino en el pecho de la mujer. Lexa oyó que golpeaba la madera del suelo bajo el cuerpo.

La joven gritó.

Uno de los hombres se volvió hacia ella.

—¡Eh! —Era el tipo alto de cara afilada a quien Yalb había llamado el «novato». Lexa no reconoció a los otros hombres.

Superando de algún modo el terror y la incredulidad, Lexa cerró la puerta y echó el cerrojo con dedos temblorosos.

¡Padre Tormenta! ¡Padre Tormenta! Se apartó de la puerta cuando algo pesado golpeó el otro lado. No necesitaban el hacha.

Unos cuantos golpes decididos con el hombro derribarían la hoja.

Lexa retrocedió hacia el camastro y casi estuvo a punto de tropezar con las esferas que rodaban de un lado a otro con el movimiento del barco. El estrecho ventanuco cerca del techo, demasiado pequeño para pasar a través de él, revelaba solo la oscuridad de la noche. En cubierta continuaban los gritos, los pasos sobre la madera.

Lexa tembló, aturdida todavía. Anya…

—Espada —dijo una voz. Patrón, colgando de la pared junto a ella—. Mmm… La espada…

—¡No! —gritó Lexa, con las manos en las sienes y los dedos entre sus cabellos. ¡Padre Tormenta! Estaba temblando.

Una pesadilla. ¡Era una pesadilla! No podía ser…

—Mmm… Lucha…

—¡No! —Lexa sintió que respiraba demasiado agitadamente mientras los hombres seguían intentando derribar la puerta. No estaba preparada para esto. No estaba preparada.

—Mmm… —dijo Patrón con aire insatisfecho—. Mentiras.

—¡No sé cómo usar las mentiras! —exclamó Lexa—. No he practicado.

—Sí. Sí… recuerda… la otra vez…

La puerta crujió. ¿Se atrevería Lexa a recordar? ¿Podía hacerlo siquiera? Una niña, jugando con un titilante patrón de luz…

—¿Qué hago? —preguntó.

—Necesitas la luz —dijo Patrón.

Algo en las profundidades de su memoria chispeó, algo con pinchos puntiagudos que no se atrevía a tocar. Necesitaba la luz tormentosa para insuflar la potenciación. Se arrodilló junto al camastro y, sin saber exactamente lo que estaba haciendo, inhaló profundamente. La luz tormentosa abandonó las esferas que la rodeaban, derramándose sobre su cuerpo, convirtiéndose en una tormenta que rugía en sus venas. El camarote quedó a oscuras, negro como una caverna en las profundidades de la tierra. La luz empezó a brotar de su piel como vapor de agua hirviendo.

Iluminó el camarote con sombras titilantes.

—¿Ahora qué? —preguntó Lexa.

—Forma la mentira.

¿Qué significaba eso? La puerta volvió a crujir y en el centro de la hoja se abrió una gran raja.

Muerta de pánico, Lexa exhaló. La luz tormentosa brotó de ella en una nube; sintió casi como si pudiera tocarla. Notó su potencial.

—¡Cómo! —exigió.

—Haz la verdad.

—¡Eso no tiene sentido!

Lexa gritó cuando se abrió la puerta. Una nueva luz entró en el camarote, la luz de las antorchas, roja y amarilla, hostil. La nube de luz tormentosa saltó de Lexa y de su cuerpo brotó más luminosidad para unirse a la primera y adoptar una vaga forma erguida. Era un borrón iluminado que se abrió paso entre los hombres y atravesó la puerta, agitando apéndices que podrían haber sido brazos. La propia Lexa, arrodillada junto al camastro, se hundió en las sombras.

Los ojos de los hombres se dirigieron a la forma brillante.

Entonces, por fortuna, se dieron media vuelta para perseguirla.

Lexa se acurrucó contra la pared, temblando. El camarote estaba completamente oscuro. Arriba, se oían gritos de hombres.

—Lexa… —zumbó Patrón desde algún lugar en la oscuridad.

—Ve a mirar —dijo ella—. Dime qué está pasando en cubierta.

No sabía si él la había obedecido, ya que no producía ningún ruido al moverse. Tras unos instantes, Lexa se levantó. Las piernas le temblaban, pero consiguió mantenerse en pie. Logró recuperarse. Eso era horrible, espantoso, pero nada, nada podía compararse con lo que había tenido que hacer la noche que murió su padre. Había sobrevivido entonces. Podría sobrevivir ahora. Estos hombres podían pertenecer al mismo grupo que Kabsal, los asesinos que Anya temía. Finalmente la habían encontrado.

Oh, Anya…

Estaba muerta.

El duelo para más tarde. ¿Qué iba a hacer Lexa con el barco tomado por hombres armados? ¿Cómo iba a encontrar una vía de escape?

Salió al pasillo. Había poca luz allí, procedente de las antorchas de cubierta. Los gritos que oía se llenaban cada vez más de pánico.

—Matan —dijo de pronto una voz.

Lexa dio un respingo, aunque naturalmente era Patrón.

—¿Qué? —susurró.

—Hombres oscuros matan —dijo Patrón—. Marineros atados con cuerdas. Uno muerto, sangre roja. Yo… yo no comprendo…

«Oh, Padre Tormenta…». En cubierta, los gritos arreciaron, pero no se oía el roce de botas sobre la cubierta, ni el tintineo de las armas. Los marineros habían sido capturados. Al menos uno había muerto.

En la oscuridad, Lexa vio formas temblorosas y retorcidas que subían por la madera a su alrededor. Miedospren.

—¿Y los hombres que persiguieron mi imagen? —preguntó.

—Buscando en el agua —respondió Patrón.

Así que creían que había saltado por la borda. Con el corazón desbocado, Lexa se abrió paso hasta el camarote de Anya, esperando tropezar en cualquier momento con el cadáver de su maestra. No fue así. ¿La habían arrastrado hasta arriba?

Entró en el camarote y cerró la puerta. El pestillo estaba roto, así que acercó una caja para bloquearla. Tenía que hacer algo. Palpó el camino hasta uno de los baúles de Anya, que los hombres habían abierto, desparramando las ropas que contenía por el suelo. En el fondo encontró el compartimento oculto y lo abrió. La luz bañó de pronto el camarote. Las esferas eran tan brillantes que la deslumbraron y tuvo que apartar la mirada. Patrón vibraba en el suelo junto a ella, temblando de preocupación. Lexa miró a su alrededor. El pequeño camarote era un revoltijo: ropas en el suelo, papeles diseminados por todas partes. El baúl con los libros de Anya había desaparecido. Demasiado reciente para haberse filtrado, la sangre formaba un charco en la cama. Lexa miró rápidamente hacia otro lado. Un grito sonó de pronto en lo alto, seguido por un golpe. Los chillidos se hicieron más fuertes. Oyó que Tozbek suplicaba a los hombres que respetaran la vida de su esposa. Todopoderoso bendito… los asesinos estaban ejecutando a los marineros uno por uno. Lexa tenía que hacer algo. Cualquier cosa.

Se volvió a mirar las esferas en el falso fondo, rodeadas de tela negra.

—Patrón —dijo—, vamos a moldear el fondo del barco y hundirlo.

—¡Qué! —La vibración de la criatura aumentó hasta producir un sonido zumbante—. Los humanos… los humanos… ¿Comen agua?

—La bebemos —respondió Lexa—, pero no podemos respirarla.

—Mmm… confundido… —dijo Patrón.

—El capitán y los demás han sido capturados y los están ejecutando. Lo mejor que puedo hacer es sembrar el caos.

Colocó las manos sobre las esferas y absorbió la luz inspirando bruscamente. Se sintió encendida por dentro, como si fuera a estallar. La luz era un ser vivo que intentaba abrirse paso a través de los poros de su piel.

—¡Enséñame! —gritó Lexa, mucho más fuerte de lo que pretendía. Aquella luz tormentosa la urgía a la acción—. He moldeado almas antes. ¡Debo hacerlo de nuevo! —La luz tormentosa salió por su boca mientras hablaba, como el aliento en un día de frío.

—Mmm… —dijo Patrón ansiosamente—. Intercederé. Mira.

—¿Mirar qué?

—¡Mira!

Shadesmar. La última vez que había ido a ese lugar, había estado a punto de morir. Pero no era un lugar. ¿O sí? ¿Acaso importaba eso?

Rebuscó en su memoria reciente el momento en que moldeó almas por última vez y convirtió sin querer un cuenco en sangre.

—Necesito una verdad.

—Ya has dado suficiente —dijo Patrón—. Ahora. Mira.

El barco desapareció.

Todo… se desvaneció. Las paredes, los muebles, todo se quebró, convirtiéndose en globos diminutos de esferas de cristal negro. Lexa se preparó para caer en el océano de aquellas perlas de cristal, pero en cambio se topó con suelo sólido. Se encontraba en un lugar donde el cielo era negro y el sol brillaba diminuto y lejano. El suelo bajo sus pies reflejaba la luz.

¿Obsidiana? Por todas partes el cielo mostraba la misma negrura.

Cerca de ella, las esferas (parecidas a las que contenían luz tormentosa, pero oscuras y pequeñas) rebotaban hasta detenerse en el suelo. Unos árboles, como cristal brillante, se arracimaban aquí y allá. Las ramas eran delgadas y vítreas, sin hojas. Unas lucecitas colgaban en el aire, llamas sin sus velas. «Personas —advirtió ella—. Cada una es la mente de una persona, reflejada aquí en el Reino Cognitivo». Otras luces más pequeñas se congregaban en torno a sus pies, docenas y docenas de ellas, pero eran tan pequeñas que apenas alcanzaba a distinguirlas. «¿Las mentes de los peces?».

Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con una criatura que tenía un símbolo por cabeza. Sobresaltada, dejó escapar un grito y retrocedió de un salto. Estas cosas… la habían acosado… la…

Era Patrón. Alto y delgado, pero ligeramente difuso, translúcido. En la compleja estructura de su cabeza, con sus afiladas líneas y sus geometrías imposibles, no parecía haber ojos. Tenía las manos a la espalda y llevaba una túnica que parecía demasiado rígida para ser tela.

—Ve —dijo—. Elige.

—¿Elegir qué? —preguntó ella, mientras la luz tormentosa brotaba de sus labios.

—Tu barco.

Él no tenía ojos, pero a Lexa le pareció que podía seguir su mirada hacia una de las pequeñas esferas del suelo vidrioso. La cogió, y se repente recibió la impresión de un barco. El Placer del Viento. Un barco que había sido atendido, amado. Había transportado a sus pasajeros durante años y años, propiedad de Tozbek y de su padre antes que él. Un barco viejo, pero no antiguo, aún digno de confianza. Un barco orgulloso. Allí se manifestaba como una esfera. Podía pensar. El barco podía pensar. O… bueno, reflejaba los pensamientos de la gente que servía a bordo, lo conocía o pensaba en él.

—Necesito que cambies —le susurró Lexa, acunando la perla entre las manos. Era demasiado pesada para su tamaño, como si toda la masa del navío hubiera sido comprimida en esta perla concreta.

—No —fue la respuesta, aunque fue Patrón quien habló—. No, no puedo. Debo servir. Estoy feliz.

Lexa lo miró.

—Intercederé —repitió Patrón—. Traduzco… No estás preparada.

Lexa miró de nuevo la perla que tenía en las manos.

—Tengo luz tormentosa. En cantidad. Te la daré.

—¡No! —La respuesta pareció furiosa—. Yo sirvo.

Realmente quería continuar siendo barco. Lexa podía sentirlo, su orgullo, el refuerzo de años de servicio.

—Están muriendo —susurró.

—¡No!

—Tú sientes su muerte morir. Su sangre en tu cubierta. Una a una, las personas a las que sirven serán abatidas.

Ella misma lo notaba, lo veía en el barco. Estaban siendo ejecutados. Cerca, una de las velas que flotaban se desvaneció. Tres de los ocho cautivos habían muerto, aunque no sabía quiénes.

—Solo hay una posibilidad de salvarlos —dijo—. Y es cambiar.

—Cambiar —susurró Patrón por el barco.

—Si cambias, puede que escapen de los hombres malvados que los matan —susurró Lexa—. No es seguro, pero tendrán la oportunidad de nadar. De hacer algo. Puedes hacerles un último servicio, Placer del Viento. Cambia por ellos.

Silencio.

—Yo…

Otra luz se desvaneció.

—Cambiaré.

Sucedió en un frenético segundo: la luz tormentosa manó de Lexa. Oyó crujidos lejanos del mundo físico mientras extraía tanta luz de las gemas cercanas que estas se rompieron.

Shadesmar desapareció.

Se encontró de vuelta en el camarote de Anya.

El suelo, las paredes y el techo se convirtieron en agua.

Lexa cayó a las heladas profundidades negras. Se debatió en el agua, sus movimientos lastrados por el vestido. A su alrededor se hundían los artefactos corrientes de la vida humana.

Frenética, buscó la superficie. Al principio, tuvo la vaga idea de nadar y ayudar a desatar a los marineros, si estaban amarrados. En ese momento, sin embargo, se encontró desesperada por encontrar el camino hasta la superficie. Como si la oscuridad misma hubiera cobrado vida, algo se envolvió a su alrededor.

Y la arrastró más hacia las profundidades.