12. HÉROE
Desgraciadamente, estábamos tan concentrados en las maquinaciones de Sadeas que no advertimos el cambio de Patrón en nuestros enemigos, los asesinos de mi esposo, el verdadero peligro. Me gustaría saber qué viento causó su súbita e inexplicable transformación.
Del diario de Echo Griffin, Jesesach 1174
Raven apretó la piedra contra la pared del abismo y la dejó allí pegada.
—Muy bien —dijo, dando un paso atrás.
Roca saltó y se agarró a ella antes de colgarse de la pared, doblando las piernas. Su risa grave y estentórea resonó en el abismo.
—¡Esta vez me aguanta!
Wallace hizo una anotación en su libro.
—Bien. Sigue colgando, Roca.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que te caigas.
—Hasta que… —El gran comecuernos frunció el ceño, colgando de la piedra solo con las manos—. Este experimento ya no me gusta tanto.
—Venga, no te quejes —dijo Raven, cruzándose de brazos y apoyándose en la pared junto a él. Las esferas iluminaban el suelo del abismo que la rodeaba, con sus enredaderas, residuos y plantas en flor—. No es una caída muy alta.
—No es por la caída —protestó Roca—. Es por los brazos. Soy un tipo grande, ¿sabes?
—Entonces ya conviene que tengas los brazos grandes para sujetarte.
—Creo que la cosa no va así —dijo Roca, gruñendo—. Y el asidero no es demasiado bueno. Y me…
La piedra se soltó y Roca cayó al suelo. Raven lo agarró por el brazo, sujetándolo mientras recuperaba el equilibrio.
—Veinte segundos —dijo Wallace—. No es mucho.
—Te lo advertí —le recordó Raven, recogiendo la piedra caída—. Dura más si uso más luz tormentosa.
—Creo que necesitamos un punto de referencia —dijo Wallace. Rebuscó en su bolsillo y sacó un brillante chip de diamante, la denominación más pequeña de esfera—. Toma toda la luz tormentosa de esto, ponla en la piedra, y luego colgaremos a Roca a ver cuánto tiempo tarda en caer.
Roca gimió.
—Es que mis brazos…
—Eh, grandullón, al menos tú tienes dos, ¿no? —dijo Nyko desde más abajo en el abismo. El herdaziano vigilaba para asegurarse de que ninguno de los nuevos reclutas se acercara por casualidad y viera lo que Raven estaba haciendo. Era muy poco probable que eso ocurriera (estaban practicando varios abismos más allá), pero Raven quería a alguien de guardia.
«Con el tiempo todos acabarán por saberlo —pensó Raven, recogiendo el chip que le ofrecía Wallace—. ¿No es eso lo que le prometiste a Syl? ¿Que accederías a convertirte en Radiante?».
Raven absorbió la luz tormentosa del chip con una brusca inspiración de aire, luego infundió la luz en la piedra. Cada vez le salía mejor: absorbía la luz tormentosa en la mano, luego la usaba como pintura luminiscente para cubrir el fondo de la roca. La luz empapaba la piedra, y cuando la presionaba contra la pared, se quedaba allí. Tentáculos humeantes de luminiscencia brotaron de la piedra.
—Probablemente no es necesario que Roca cuelgue de ella —señaló Raven—. Si necesitas un punto de referencia, ¿por qué no nos basamos en cuánto tiempo permanece ahí la roca?
—Bueno eso no será tan divertido. Pero de acuerdo —respondió Wallace, que continuó escribiendo números en su libro. Eso habría hecho que la mayoría de los otros hombres del puente se sintieran incómodos. La escritura se consideraba una actividad poco masculina, incluso blasfema, aunque Wallace solo escribía glifos.
Ese día, por fortuna, Raven estaba acompañado por Wallace, Roca y Nyko: todos de lugares con normas diferentes. Herdaz era vorin, técnicamente, pero estos tenían sus propias reglas, y a Nyko no parecía importarle que un hombre escribiera.
—Bueno —dijo Roca mientras esperaban—. Líder Bendita por la Tormenta, dijiste que había algo más que podías hacer, ¿no?
—¡Volar! —dijo Nyko desde el fondo del pasaje.
—No puedo volar —replicó Raven secamente.
—¡Caminar por las paredes!
—Lo intenté. Casi me rompí la cabeza en la caída.
—Ah, amiga —dijo Nyko—. ¿No vuelas ni caminas por las paredes? Tengo que impresionar a las mujeres. No creo que pegar piedras a las paredes sea suficiente.
—Pues en mi opinión cualquiera lo consideraría impresionante —intervino Wallace—. Desafía las leyes de la naturaleza.
—No conoces a muchas mujeres herdazianas, ¿no? —preguntó Nyko, suspirando—. De verdad, creo que deberíamos intentar otra vez lo de volar. Sería lo mejor.
—Hay algo más —dijo Raven—. No es volar, pero sigue siendo interesante. No estoy segura de poder reproducirlo. Nunca lo he hecho conscientemente.
—El escudo —comentó Roca, de pie junto a la pared, contemplándola—. En el campo de batalla, cuando los parshendi nos disparaban. Las flechas golpearon tu escudo. Todas las flechas.
—Sí —dijo Raven.
—Deberíamos probar eso —propuso Wallace—. Nos hará falta un arco.
—Spren —dijo Roca, señalando—. Sujetan la piedra contra la pared.
—¿Qué? —dijo Wallace, acercándose y mirando la roca que Raven había apretado contra la pared—. No los veo.
—Ah —dijo Roca—. No desean ser vistos. —Inclinó la cabeza hacia ellos—. Mis disculpas, mafah'liki.
Wallace frunció el ceño y miró con más atención, alzando la esfera para iluminar la zona. Raven se acercó a mirar también. Si se concentraba, distinguía los diminutos spren púrpura.
—Están ahí, Wallace —dijo.
—Entonces, ¿por qué no los veo?
—Tiene que ver con mis habilidades —respondió Raven, mirando a Syl, que estaba sentada en una grieta no lejos de allí, haciendo oscilar una pierna que colgaba.
—Pero, Roca…
—Yo soy alaii'iku —dijo Roca, llevándose una mano al pecho.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Wallace, impaciente.
—Que puedo ver estos spren, y tú no. —Roca apoyó una mano sobre el hombro del otro hombre—. No pasa nada, amigo. No te echo la culpa por ser ciego. La mayoría de los llaneros lo son. Es el aire, ¿sabes? Hace que vuestros cerebros dejen de funcionar bien.
Wallace frunció el ceño, pero tomó algunas notas mientras hacía algo con los dedos, como ausente. ¿Llevaba la cuenta de los segundos? La piedra finalmente se desprendió de la pared, emitiendo unos últimos hilillos de luz tormentosa cuando golpeó el suelo.
—Más de un minuto. He contado ochenta y siete segundos —dijo Wallace, mirando a los demás.
—¿Se supone que teníamos que contar? —preguntó Raven, volviendo la vista hacia Roca, que se encogió de hombros.
Wallace suspiró.
—Noventa y un segundos —exclamó Nyko—. No hay de qué.
Wallace se sentó en una roca, ignorando unos cuantos dedos de hueso que asomaban a su lado entre el musgo, y anotó algo en su libro. Frunció el ceño.
—¡Ja! —dijo Roca, agachándose junto a él—. Parece que has comido huevos podridos. ¿Qué pasa?
—No sé lo que estoy haciendo, Roca. Mi maestro me enseñó a hacer preguntas y buscar respuestas exactas. Pero ¿cómo puedo ser exacto? Necesitaría un reloj para calcular el tiempo, pero son demasiado caros. ¡Y aunque tuviéramos uno, no sé cómo medir la luz tormentosa!
—Con chips —dijo Raven—. Las gemas se pesan con exactitud antes de ser engarzadas en cristal.
—¿Y todas pueden contener la misma cantidad? —preguntó Wallace—. Sabemos que las gemas sin tallar almacenan menos que las talladas. Entonces, ¿la que esté mejor tallada contendrá más? Además, con el tiempo, la luz tormentosa de las esferas se va desvaneciendo. ¿Cuántos días han pasado desde que ese chip fue infundido, y cuánta luz ha perdido desde entonces? ¿Pierden todas la misma cantidad al mismo ritmo? Son demasiadas cosas las que ignoramos. Creo que es posible que esté perdiendo el tiempo.
—No es ninguna pérdida de tiempo —dijo Nyko, reuniéndose con ellos. El herdaziano de un solo brazo bostezó y se sentó en la roca junto a Wallace, obligando al otro hombre a desplazarse un poco
—. Tan solo necesitamos probar otras cosas, ¿no?
—¿Como qué? —preguntó Raven.
—Bueno, gancho. ¿Puedes pegarme a la pared?
—Yo… no lo sé —dijo Raven.
—Convendría averiguarlo. —Nyko se levantó—. ¿Lo intentamos?
Raven miró a Wallace, que se encogió de hombros, y acto seguido absorbió más luz tormentosa. La ardiente tempestad la llenó, como si estuviera golpeando contra su piel, un cautivo intentando encontrar una salida. Pasó la luz a su mano y la apretó contra la pared, pintando las piedras de luminiscencia. Inspirando profundamente, alzó a Nyko, que le resultó sorprendentemente liviano, sobre todo con la luz tormentosa que todavía corría por sus venas. Apretó a Nyko contra la pared. Cuando, vacilante, Raven dio un paso atrás, el herdaziano permaneció allí, pegado a la piedra por el uniforme, que se abultó bajo sus sobacos.
Nyko sonrió.
—¡Ha funcionado!
—Esto podría ser útil —dijo Roca, frotando su barba de comecuernos, extrañamente recortada—. Sí, esto es lo que tenemos que poner a prueba. Eres soldado, Raven. ¿Puedes utilizarlo en combate?
Raven asintió lentamente, mientras una docena de posibilidades acudían a su mente. ¿Y si sus enemigos cruzaban un charco de luz que ella hubiera puesto en el suelo? ¿Podría impedir que una carreta rodara? ¿Pegar su lanza a un escudo enemigo, y luego arrancárselo de las manos?
—¿Cómo te sientes, Nyko? —preguntó Roca—. ¿Duele?
—No —contestó él, rebulléndose—. Me preocupa que se me rompa la casaca, o que salten los botones. Vaya. ¡Pregunta para ti! ¿Qué le hizo el herdaziano sin brazo a la mujer que lo pegó a la pared?
Raven frunció el ceño.
—Pues… no lo sé.
—Nada —dijo Nyko—. El herdaziano era inofensivo. —Y estalló en una carcajada.
Wallace gimió, aunque Roca se echó a reír. Syl había ladeado la cabeza y revoloteó hasta Raven.
—¿Eso era un chiste? —preguntó en voz baja.
—Sí —respondió Raven—. Y muy malo.
—¡No digas eso! —exclamó Nyko, todavía riendo—. Es el mejor que sé… y créeme, soy experto en chistes de mancos. «Nyko», me decía siempre mi madre, «tienes que aprender a reírte de ti mismo antes de que lo hagan los demás. Así les robas la risa y la tienes toda para ti». Es una mujer muy sabia. Una vez le llevé la cabeza de un chull.
Raven parpadeó.
—Tú… ¿qué?
—Una cabeza de un chull —repitió Nyko—. Es deliciosa.
—Eres un hombre extraño, Nyko.
—No —intervino Roca—. La verdad es que están muy buenas. La cabeza es la mejor parte del chull.
—Me fiaré de vuestra opinión —dijo Raven—. Más o menos. —Extendió las manos y cogió a Nyko por el brazo cuando la luz tormentosa que lo sostenía empezó a disminuir. Roca lo sujetó por la cintura y entre los dos lo ayudaron a bajar.
—Muy bien —dijo Raven, comprobando instintivamente el cielo para calcular la hora, aunque no podía ver el sol a través del estrecho abismo que se abría sobre ellos—. Vamos a experimentar.
Avivada la tormenta en su interior, Raven cruzó corriendo el fondo del abismo. Su movimiento sobresaltó a un grupo de florvolantes, que se contrajeron frenéticamente, como manos que se cerrasen. Las enredaderas temblaron en las paredes y empezaron a reptar hacia arriba. Los pies de Raven chapoteaban en el agua estancada. Saltó por encima de un montón de residuos, dejando un reguero de luz tormentosa. Estaba llena de ella, latía de luz. Eso hacía más fácil usarla: la luz quería fluir. La empujó hacia su lanza. Más adelante, Nyko, Roca y Wallace esperaban con lanzas de entrenamiento. Aunque Nyko no era muy bueno (el brazo perdido era una gran desventaja), Roca lo compensaba. El gran comecuernos no combatía a los parshendi ni mataba, pero había accedido a entrenar ese día, en nombre de la «experimentación». Luchaba muy bien, y Wallace era aceptable con la lanza. Juntos en el campo de batalla, en el pasado los tres hombres del puente podrían haberle causado problemas a Raven.
Pero los tiempos cambiaban.
Raven atacó con la lanza de lado, sorprendiendo al comecuernos, que había alzado su arma para bloquearla. La luz tormentosa hizo que la lanza de Raven se pegara a la de Roca, formando una cruz. Roca maldijo, intentando recuperar su lanza para contraatacar, pero al hacerlo se golpeó en el costado con la lanza de Raven. Cuando la lanza de Nyko atacó, Raven la desvió fácilmente con una mano, llenando la punta de luz tormentosa. El arma golpeó el montón de residuos y se quedó pegada a la madera y los huesos. El arma de Wallace llegó a continuación, pero no consiguió alcanzar el pecho de Raven por un amplio margen, ya que este se hizo a un lado. Raven esquivó e infundió el arma con la palma de la mano, lanzándola hacia la de Nyko, que acababa de arrancarla del montón de residuos y estaba cubierta de musgo y huesos. Las dos lanzas se pegaron. Raven se deslizó entre Roca y Wallace, dejando a los tres convertidos en un amasijo confuso, desequilibrados y tratando de liberar sus armas. Raven sonrió torvamente y corrió hacia el otro extremo del abismo. Recogió una lanza y se dio media vuelta, danzando de un pie a otro. La luz tormentosa la animaba a moverse. Era prácticamente imposible quedarse quieta mientras contenía tanta.
«Vamos, vamos», pensó. Los otros tres finalmente separaron sus armas cuando la luz se consumió y se dispusieron a enfrentarse de nuevo a ella.
Raven se lanzó hacia delante. A la tenue luz del abismo, el brillo del humo que brotaba de ella era lo suficientemente fuerte para proyectar sombras que saltaban y giraban. Atravesó charcos, notando el agua fría. Se había quitado las botas porque quería sentir la piedra bajo sus pies. Esta vez, los tres hombres del puente clavaron las astas de sus lanzas en el suelo, como preparándose contra una carga. Raven sonrió y luego agarró la punta de su lanza (como la de ellos, era un arma de ejercicios, con la punta roma), y la infundió de luz tormentosa. La arrojó contra la lanza de Roca, con intención de arrancársela de las manos. El comecuernos tenía otros planes, y tiró de su arma hacia atrás con una fuerza que pilló a Raven por sorpresa. Casi perdió el equilibrio. Nyko y Wallace se movieron rápidamente para atacarla uno por cada lado. «Bien», pensó Raven, orgullosa. Les había enseñado formaciones como esa, mostrándoles cómo trabajar juntos en el campo de batalla.
Mientras se acercaban, Raven soltó la lanza y extendió la pierna. La luz tormentosa emanó de su pie descalzo como lo hacía de sus manos, y trazó un gran arco brillante en el suelo. Wallace lo pisó y tropezó: el pie quedó pegado a la luz. Trató de alancearla mientras caía, pero el golpe carecía de fuerza. Raven descargó su peso contra Nyko, cuyo ataque quedó desequilibrado. Lo empujó contra la pared, luego se retiró, dejando al herdaziano pegado a la piedra, que había infundido en el segundo en que se tocaron.
—Ah, otra vez no —protestó Nyko con un gruñido.
Wallace había caído de bruces en el agua. Raven apenas tuvo tiempo de sonreír antes de advertir que Roca blandía un tronco contra su cabeza. Un tronco entero. ¿Cómo lo había levantado? Raven se apartó, rodó por el suelo y se arañó la mano al tiempo que el tronco se estrellaba contra el suelo del abismo. Raven gruñó. La luz tormentosa pasó entre sus dientes y se elevó por los aires ante ella. Saltó sobre el tronco de Roca cuando el comecuernos intentaba levantarlo de nuevo.
Con el impulso de Raven, la madera volvió a chocar contra el suelo. Mientras saltaba hacia Roca, una parte de ella se preguntó qué estaba pensando al enzarzarse a un combate cuerpo a cuerpo con alguien que duplicaba su peso. Se lanzó contra el comecuernos, los dos cayeron al suelo. Rodaron por el musgo. Roca se retorció para agarrar a Raven por los brazos. Obviamente, había recibido entrenamiento como luchador. Raven vertió luz tormentosa en el suelo. Había descubierto que eso no le afectaría ni le molestaría. Así, mientras rodaban, el puño de Roca se quedó pegado en el suelo. Luego pasó lo mismo con su costado. El comecuernos seguía luchando para hacer una llave a Raven. Casi lo consiguió, hasta que su contrincante empujó con las piernas y los hizo rodar a ambos de modo que el otro codo de Roca tocó el suelo, donde se quedó pegado. Raven se zafó, jadeando y resoplando, perdiendo la mayor parte de la luz que le quedaba mientras tosía. Se apoyó contra la pared y se secó el sudor de la cara.
—¡Ja! —dijo Roca, pegado al suelo, con las manos extendidas a los costados—. ¡Casi te pude! ¡Eres resbaladiza como una quinta hija, vaya que sí!
—Tormentas, Roca —dijo Raven—. Qué no daría yo por tenerte en el campo de batalla. Eres un despilfarro como cocinero.
—¿No te gusta la comida? —preguntó Roca, riendo—. Tendré que intentar algo con más grasa. ¡Eso te vendrá bien! ¡Agarrarte fue como intentar atrapar a un pez vivo! ¡Un pez cubierto de mantequilla! ¡Ja!
Raven se acercó a él y se agachó a su lado.
—Eres un guerrero, Roca. Lo vi en Marcus, y ya puedes decir lo que quieras, que lo veo en ti.
—No soy el hijo adecuado para ser soldado —respondió Roca, testarudo—. Eso es cosa de los tuanalikina, el cuarto hijo o por debajo. El tercer hijo no puede desperdiciarse en la batalla.
—Eso no te impidió arrojarme un tronco a la cabeza.
—Era un tronco pequeño. Y una cabeza muy dura.
Raven sonrió, luego extendió la mano, tocando el suelo infundido de luz tormentosa bajo Roca. Ni siquiera había tratado de recuperarla después de usarla de esta forma. ¿Podía hacerlo?
Cerró los ojos e inspiró, intentando… Sí.
Parte de la tempestad de su interior se avivó de nuevo. Cuando abrió los ojos, Roca estaba libre. Raven no había recuperado toda la luz, pero sí un poco. El resto se perdía en el aire. Cogió a Roca de la mano para ayudar a ponerse en pie al hombretón, que se sacudió el polvo.
—Eso ha sido embarazoso —dijo Wallace mientras Raven se acercaba para liberarlo también—. Es como si fuéramos niños. Los ojos del Primero no han visto un espectáculo tan lamentable.
—Tengo una ventaja muy injusta —dijo Raven, ayudándolo a ponerse en pie—. Años de entrenamiento como soldado, más corpulencia que tú. Oh, y la habilidad de emitir luz tormentosa con los dedos. —Le dio una palmada a Wallace en el hombro—. Lo has hecho bien. Esto es solo una prueba, como querías.
«Una prueba de lo más útil», pensó Raven.
—Claro —dijo Nyko tras ellos—. Continúa y deja al herdaziano pegado a la pared. La vista aquí es maravillosa. Oh, ¿y eso que me corre por la mejilla es mugre? Una nueva faceta de Nyko, que no puede limpiarse porque, ¿lo he mencionado?, tiene la mano pegada a la pared.
Raven sonrió y se acercó a él.
—Fuiste tú quien me pidió que lo hiciera, Nyko.
—¿Mi otra mano? ¿La que perdí hace tanto tiempo, devorada por una bestia temible? Te está haciendo un gesto feo ahora mismo. Creí que te gustaría saberlo, para que puedas prepararte para los insultos. —Más de lo mismo con el mismo tono alegre con que parecía abordarlo todo. Incluso se había unido a la cuadrilla del puente con cierta ansiedad enloquecida.
Raven lo bajó.
—La prueba ha sido un éxito —dijo Roca.
—Sí —respondió Raven. Aunque para ser sinceros, probablemente habría podido vencer a los tres hombres con más facilidad usando solo una lanza, además de la velocidad y la fuerza que le proporcionaban la luz tormentosa. Aún no sabía si era porque no estaba familiarizada con estos nuevos poderes, pero le parecía que obligarse a utilizarlos la había puesto en situación incómoda.
«Experiencia —pensó—. Tengo que aprender a usar estas habilidades tan bien como conozco mi lanza».
Esto significaba práctica. Mucha práctica. Por desgracia, la mejor forma de practicar era encontrar a alguien que fuera igual que una misma o te superara en habilidad, fuerza, y capacidad. Considerando lo que podía hacer en ese momento, iba a ser bastante difícil.
Los otros tres hombres se dispusieron a sacar sus odres de los zurrones, y Raven advirtió una figura en las sombras un poco más allá. Se levantó, alarmada hasta que Marcus salió a la luz de las esferas.
—Creí que ibas a estar de guardia —le gruñó Marcus a Nyko.
—Demasiado ocupado pegado a las paredes —contestó Nyko, alzando su odre de agua—. Creí que tenías a unos novatos que entrenar.
—Drehy los tiene controlados —dijo Marcus, abriéndose paso entre los residuos para reunirse con Raven junto a la pared del abismo—. No sé si los muchachos te lo han dicho, Raven, pero traer a ese grupo aquí abajo los sacó del cascarón.
Raven asintió.
—¿Cómo conoces tan bien a la gente? —preguntó Marcus.
—Implica saber hacerlos pedazos —dijo Raven, mirándose la mano que se había lastimado mientras luchaba contra Roca. El arañazo había desaparecido, pues la luz tormentosa había curado el desgarrón en su piel.
Marcus gruñó mirando a Roca y a los otros dos, que se habían repartido las raciones.
—Tendrías que poner a Roca al mando de los nuevos reclutas.
—No luchará.
—Acaba de entrenar contigo. Tal vez lo haga también con ellos. La gente lo aprecia más que a mí. Yo en eso soy un desastre.
—Harás un buen trabajo, Marcus, no permitiré que digas lo contrario. Ahora tenemos recursos. Se acabó racionar hasta la última esfera. Entrenarás a esos muchachos, y lo harás bien.
Marcus suspiró, pero no dijo nada más.
—Has visto lo que he hecho.
—Sí —respondió Marcus—. Tendremos que traer a todo el grupo de veinte si queremos presentarte un desafío adecuado.
—Eso, o encontrar a otra como yo —dijo Raven—. Alguien con quien entrenar.
—Sí —repitió Marcus, asintiendo, como si no se le hubiera ocurrido antes.
—Había diez órdenes de caballeros, ¿no? —preguntó Raven—. ¿Sabes algo de las otras? —Marcus había sido el primero en descubrir lo que Raven podía hacer. Lo había sabido antes que ella misma.
—No mucho —respondió Marcus con una mueca—. Sé que las órdenes no siempre se llevaban bien, a pesar de lo que dicen las historias oficiales. Yo… me mantuve al margen. Y las personas a las que conocí y podrían contarnos algo ya no se hallan entre nosotros.
Si Marcus estaba antes de humor agrio, esto lo hundió aún más en la melancolía. Miró al suelo. Pocas veces hablaba de su pasado, pero Raven estaba cada vez más segura de que quienes fueran aquellas personas, habían muerto por algo que el propio Marcus había hecho.
—¿Qué pensarías si te enteraras de que alguien quiere volver a instaurar a los Caballeros Radiantes? —le preguntó en voz baja.
Marcus alzó bruscamente la cabeza.
—Tú…
—Yo no —respondió Raven, con cierta circunspección. Bellamy Griffin le había permitido estar presente en la reunión, y aunque confiaba en Marcus, había ciertas expectativas de silencio que un oficial tenía que mantener.
«Bellamy es un ojos claros —susurró una parte de ella—. No se lo pensaría dos veces si quisiera revelar un secreto que hubieras compartido con él».
—Yo no —repitió Raven—. ¿Y si un rey en alguna parte decidiera que quiere reunir a un grupo de personas y llamarlos Caballeros Radiantes?
—Diría que es un idiota. Además, los Radiantes no eran como dice la gente. No eran traidores. No lo eran. Pero todo el mundo está convencido de que nos traicionaron, y no vas a cambiar su forma de pensar de un día para otro. No a menos que puedas absorber para hacerlos callar. —Marcus miró a Raven de arriba abajo—. ¿Vas a hacerlo, muchacha?
—Me odiarían, ¿no? —dijo Raven. No pudo dejar de advertir a Syl, que caminó por el aire hasta que quedó cerca y se puso a estudiarla—. Por lo que hicieron los antiguos Radiantes. —Alzó una mano para acallar la objeción de Marcus—. Lo que la gente cree que hicieron.
—En efecto —asintió Marcus.
Syl cruzó los brazos y miró a Raven con reproche. «Lo prometiste», decía aquella mirada.
—Entonces tendremos que hacerlo con cuidado —dijo Raven—. Ve a reunir a los nuevos reclutas. Ya han hecho suficiente ejercicio por un día.
Marcus asintió y se marchó corriendo a cumplir la orden. Raven recogió su lanza y las esferas que había colocado para iluminar el lugar de entrenamiento. Luego llamó a los otros tres hombres. Reunieron sus cosas y se dispusieron a marcharse.
—De modo que vas a hacerlo —dijo Syl, posándose en su hombro.
—Pero primero quiero practicar más —dijo Raven. «Y acostumbrarme a la idea».
—No habrá problemas, Raven.
—Claro que los habrá. Será difícil. Los demás me odiarán, y aunque no lo hagan, me apartarán de ellos. Me separarán. Sin embargo, he aceptado que es mi destino. Lo soportaré. —Incluso en el Puente Cuatro, Miller era el único que no trataba a Raven como si fuera una mitológica heraldo salvadora. Él y tal vez Roca.
Con todo, los demás hombres del puente no habían reaccionado con el temor que le preocupaba. Podían adorarla, pero no la aislaban. Estaba bien.
Llegaron a la escala de cuerda antes que Marcus y los novatos, pero no había motivos para esperar. Raven salió del oscuro abismo y llegó a la meseta situada al este de los campamentos. Le parecía extraño poder sacar su lanza y su dinero del abismo. De hecho, los soldados que protegían los límites del campamento de Bellamy no la molestaron, sino que la saludaron y se pusieron firmes. Fue el saludo más marcial que había recibido en su vida, tan marcial como los que se daban a los generales.
—Parecen orgullosos de ti —dijo Syl—. Ni siquiera te conocen, pero están orgullosos.
—Son ojos oscuros —dijo Raven, devolviendo el saludo—. Probablemente hombres que luchaban en la Torre cuando Sadeas los traicionó.
—Bendita por la Tormenta —llamó uno de ellos—. ¿Has oído la noticia?
«Maldito sea el que les dijo ese mote», pensó Raven mientras Roca y los demás lo alcanzaban.
—No —respondió—. ¿Qué noticia?
—¡Ha llegado un héroe a las Llanuras Quebradas! —gritó el soldado—. ¡Va a reunirse con el brillante señor Griffin, tal vez vaya a apoyarlo! Es una buena señal. Puede que ayude a calmar las cosas por aquí.
—¿Qué es esto? —preguntó Roca—. ¿Quién?
El soldado dijo un nombre y el corazón de Raven se convirtió en hielo. Casi dejó caer la lanza, de tan entumecidos como le quedaron los dedos. Y entonces echó a correr. No hizo caso al grito de Roca a sus espaldas, no se detuvo a dejar que los otros la alcanzaran. Atravesó corriendo el campo, dirigiéndose al centro de mando de Bellamy. No dio crédito a sus ojos cuando vio el estandarte flotando en el aire sobre un corrillo de soldados que probablemente habían llegado acompañados por un grupo mucho mayor que esperaba ante el campamento. Raven pasó ante ellos, atrayendo gritos, miradas y preguntas sobre si algo iba mal. Por fin se detuvo ante las escalinatas del complejo de edificios de piedra de Bellamy. Allí delante, la Espina Negra le estrechaba la mano a un hombre alto. De rostro cuadrado y aspecto digno, el recién llegado vestía un uniforme impecable. Se rio antes de abrazar a Bellamy.
—Viejo amigo —dijo—. Ha pasado demasiado tiempo.
—Demasiado, en efecto —reconoció Bellamy—. Me alegro de que por fin hayas venido, después de años de promesas. ¡He oído que incluso has conseguido una hoja esquirlada!
—Sí —dijo el recién llegado, retirándose y llevándose la mano al costado—. Se la quité a un asesino que se atrevió a intentar matarme en el campo de batalla.
La espada apareció. Raven contempló el arma plateada. La hoja tenía forma de llamas en movimiento, y le pareció que estaba manchada de rojo. Su mente se llenó de nombres: Dallet, Coreb, Reesh… un escuadrón de otro tiempo, de otra vida. Hombres a los que Raven había querido.
Alzó la cabeza y se obligó a mirar la cara del recién llegado. Un hombre al que odiaba, más que a ningún otro hombre. Un hombre al que una vez había adorado. El alto señor Amaram. El hombre que le había robado la hoja esquirlada, le había marcado la frente y la había vendido como esclava.
Fin de la Primera parte
