Toulouse22: Muchas gracias por tu rw, ya vienen las consecuencias jeje.

: siempre me hacen reir tus expresiones, gracias por ello, este te va a sacar de algunas dudas.

Bel: Mil gracias por tus palabras, la verdad que son una verdadera serendipia los lectores que gustan de este tipo de fic de capítulos largos.

Por cierto, este es mi cap favorito.

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Extendidos, soportando la escasa cantidad de oxígeno de una máscara, resguardados por una semiatmósfera con cambios climáticos tan extremos que no era posible permanecer en dicho sitio sin poseer poderes corporales que rayaran en lo absurdo para protegerse. Gravedad inestable y fluctuante en cientos de unidades, por lo que las condensaciones de materiales propiciaban mantener fijos y disueltos componentes que usualmente eran volátiles o gases.

Un planeta de mares bañados en diversas coloraciones rosas, líquidos ácidos que al toque disolvían incluso los metales más fuertes. Suspendidos buscaban encontrar el control interno a pesar de lo bucólico las "comodidades" tecnológicas con las que se resguardaban.

Merus aguardaba en corta distancia.

El poder fluye de la disociación entre mente y cuerpo— Escuchaban la voz de su maestro llamarles en el interior, concentrándose a pesar de que su cuerpo apenas podía escudarse del ambiente terriblemente hostil —La energía en toda su materia, la esencia de su origen, obligarse a desencadenar todo el potencial ancestral vertido en cada célula, en cada parte— Instruía la pericia de sus alumnos, reconociendo el inmenso portento que cada uno poseía.

Dos caras de la misma moneda con la que la excelencia se compraba. Helos ahí, concentrados descubriendo cada uno su propia versión de las máximas capacidades en sus habilidades privilegiadas.

En donde uno de ellos era rápido, el otro era contundente. En donde uno era indudablemente innovador, el otro era ilimitadamente resistente. En ambos descansaba una genialidad divergente a su propio portador. De poder pelear en perfecta sintonía, serían completamente invencibles.

El sudor corría en ambas frentes, calcinando la piel por el curso del aire con el que se mezclaban. Las fibras musculares ardían al mismo tiempo, variando la intensidad en cada uno de los cuerpos resistiendo el ascenso y descenso del entrenamiento mental que estaban obligados a terminar antes de ser liberados por el extraño truco en los que Merus los tenía apresados.

Ahora ambos sabían que no trataban con un ser ordinario, ni siquiera podían descifrar que clase de forma de vida sería y temían que mencionarlo en voz alta, rebelara algo que como simples mortales, no tenían derecho de saber.

La forma que adoptarán será su verdadera faz —Prosiguió, supervisando el avance energético complacido —La pureza de todas sus emociones en un solo control, el enfoque en su propia esencia ¿Qué es aquello que les representa? —Corrigió la postura del alumno a quien más trabajo estaba costando acceder a la pérdida de el rígido control acostumbrado. Perder la racionalidad de sus actos en función de un sentir, dejarse consumir por la locura sonaba a un tautológico presagio.

Eran esas palabras desesperantes para Vegeta.

En el largo tiempo que pensaba había pasado, sin poder determinar si habría sido un año o un par de meses debido a la densidad de ese planeta y velocidad de rotación inmedible, no habría podido alcanzar en su totalidad la evolución que el otro conseguía. Presentía que era debido a su renuencia a perder la estabilidad que tanto trabajo costó recuperar. Cada vez que era sumergido en sus pensamientos internos; recuerdos, dolor y rabia inundaban la marea de emociones y dado el curso acostumbrado de su orgullo y personalidad, no se permitía demostrar tales flaquezas ante los otros dos testigos de su delicado proceso de cambio.

Explotar, explotar sin miedo a las consecuencias ni remordimiento alguno por su pasado. Manejar las emociones le parecía una tarea imposible. 'Acepta tu naturaleza' era lo que tantas veces repetía su mentor, Mas la verdadera causa de su negación era la incertidumbre a desplegar todo lo que habría suprimido por años y con tal esfuerzo. ¿Era realmente malvado en el fondo? O era un maldito mártir de las circunstancias. Cualquiera de las dos opciones era nefasta.

Están a poco camino de encontrar su versión— Continuó —Del privilegio de los dioses.

El vórtice de volcaduras inundó a ambos, no pudiendo persistir debido a la abrumadora cantidad de energía fluyendo, el cuerpo parecía arder en invisibles llamaradas que ninguno estaba listo para contener. Vegeta desistió de continuar, pero el otro saiyan persistió hasta ser suprimido por su mentor. Parecía emocionado por apenas acariciar el nuevo nivel que se le insinuaba.

—¡Eso fue increíble! —Gritó conteniendo los puños de la emoción, desistiendo de continuar el incremento por temor a perder el control por completo. El salto era exponencial a cada segundo y de no tener cuidado podría hacerse estallar junto con todo el sistema y sus compañeros.

—Felicidades señor Son Gokú— Merus concedió, permitiéndoles movilidad una vez más — No cabe duda de que es un misterio para todos — Fabricó una pequeña esfera donde ambos pudieron retirar todos los aditamentos que les permitían seguir con vida.

—¡Siento ese límite tan cerca! —Declaró el ansioso joven, arrojándose al suelo de la burbuja para darse un merecido descanso. Su mentor lo observaba convencido de que él era el ente que por tantas generaciones habrían buscado. Sin detenerse a observar que el otro saiyan simplemente se aislaba en pensamiento. Harto de escuchar la palabrería y habilidad de su compañero de enfrentamientos, asustado en cierta medida por todos los descubrimientos que pasaban por su mente. Memorias desbloqueadas que ni siquiera sabía que poseía: su familia, su pasado como esclavo, los rostros de la guerra civil a los que habría silenciado y las caras de seres a quienes habría amado, incluyendo una a la que se negaba a reconocer y que por algún motivo le producía ansiedad, un vago presentimiento sin forma. No ahondaría en ello por miedo a transportarse de modo involuntario.

De todo ello lo más insoportable era compartir ese fragmento de su alma con el miserable tercera clase, que ahora podía asegurar le superaba por un limitado margen, por un momento pudo experimentar la sensación de que ese malnacido era algo más que una casualidad en su vida, cual si se encontrase con un hermano a quien ni siquiera sospechaba que existiera.

Terrible pensamiento e igualmente repugnante.

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Recuperó la visión, la conciencia y la capacidad de moverse. Recostada de nuevo en su cama, rodeada por la vista de algunos miembros de su preocupada familia.

—¡Mi bebé! — Exclamó levantándose de golpe. Alarmada por no encontrar rastro de su presencia. Y ese estado no desapareció, entrando en sus entrañas otra oleada de desesperación al descubrir donde estaba —¿Qué hacen aquí? ¡¿Dónde está?!.

—Omori nos informó… —Krillin se sentó al borde de su cama —…que fue un parto prematuro, quizá producto del esfuerzo que hiciste hace unos días.

—Pudiste haber muerto— Bardock intervino poniéndose a un lado de su cama —¿Dónde estabas? — Arqueó la ceja inconforme por el extraño estado en el que ella se encontraba.

—Por suerte Granolah pudo encontrarte y te llevó al laboratorio— Gine tomó su mano intentando proporcionarle un poco de calma, era ya audible para todos el ritmo de sus latidos ansiosos.

—Debo irme — Anunció ella levantándose, no importando que apenas y estuviese vestida.

—¡¿Estás loca?! — Krillin la detuvo regresándola a su sitio—¡No puedes salir así! — Persistió asustado por haberla visto como un cadáver ambulante un par de días antes y completamente enérgica al minuto siguiente.

—¡Estoy bien! — Gruñó quitándoselo de encima, observando apenas con detenimiento el estado en que se encontraba, libre de todo el cansancio, libre de todo el maltrato en su cuerpo y enteramente restaurada, cual si el tiempo y ese embarazo jamás hubieran pasado por ella —…demasiado bien — admitió con gran sorpresa mirándose en el reflejo de los cristales de la puerta magnetizada. Hacia tanto tiempo que no se sentía atractiva, que ese hecho casi la distrae de su objetivo principal. Tenía que averiguar lo que sucedió y rescatar a su hijo.

—No puedes ir por ahí tu sola— Una vez más, el padre de su cosorte intervino —¿Dónde vas? —Le gruñó al verla vestirse con lo primero a la vista y correr al exterior de la vivienda con una prisa equiparable a la de un maremoto dispuesto a acabar con todo en su paso.

—A buscar a mi hijo— Subió en su moto de inmediato en dirección al complejo tecnológico donde suponía le encontraría.

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—¡Bulma! —La recibió blanco de asombro, toda ella parecía otra persona, evidencia de la magia namekiana trabajada para salvarla. Descendió de los talleres donde trabajaba para encontrarla en la entrada del bloque.

—¿Dónde está Omori? — Dejó de lado las explicaciones, sintiendo la terrible necesidad de encontrar a su vástago encrespar sus nervios —Tengo que verlo.

—Guarda silencio— El hombrecillo le reprendió. Llevándola con disimulo al área de transportes aledaña. Tomó uno de los speeders de los estantes, haciéndole una señal para subir detrás.

Condujo entonces a toda velocidad, entre las vastas calles de la ciudadela, sin llamar la atención de ninguno de los habitantes que continuaban absortos en sus actividades. Cuando estuvo en los límites de las placas que resguardaban las estructuras de la inclemente arena, digitó un código que abrió un estrecho pasaje por el que apenas cabían al pasar.

—Te arriesgaste al usar una de las entradas conocidas cuando fuiste a la cueva— Añadió, dando un acusatorio mohín—Granolah tuvo que mentir para no inculparte en contra de las leyes sagradas— suspiró —Todas las entradas están vigiladas por los mandos.

—Lo siento— Soltó tan contradictoriamente como si realmente no estuviese arrepentida.

—Ya no importa— Replicó el otro la falta de humildad y regresó a su vehículo —Sube ¡De prisa!.

Condujeron de ese modo, empañando los goggles de viaje con arena cada vez mas oscura, habiendo pasado un tramo inmenso entre toda forma de vida y el interminable desierto feroz.

Descendieron hasta un acantilado, donde hierba rojiza y suave crecía. Así mismo, arbustos diminutos de tonos ambarinos meciéndose pacíficamente por el viento. Al fondo, estaba una choza de hechura bien conocida para ella. Una casa namekiana.

Cuando descendieron el camino rocoso, los ruidos de su pequeño estrujaron su alma. Corrió sin poder detenerse, hasta escuchar con claridad el llanto a corta distancia.

—Este niño es un demonio encarnado— Escuchó al joven ceresiano quejarse, intentando resguardar de una cleptómana manita, el ocular con que protegía del calor al sensible ojo característico en su especie —No puedo mantenerlo quieto más de un minuto— Se quejó meciéndolo con torpeza —Si Oatmeel viviera ya lo habrías hecho pedazos.

No detuvo ella su veloz estampida, abalanzándose sobre el pequeño, recuperándolo vorazmente de los brazos del otro, abrazándolo ansiosa y feliz. Y el pequeño guardó silencio, dando un largo suspiro complacido de paz, buscando de inmediato tocar a su madre, reconoció de manera instintiva de quien se trataba.

—Has causado muchos problemas, mi pequeño Trunks—Susurró ella hundiéndolo en un abrazo cargado de emociones, teniéndolo por fin entre manos al sobrevivido a las peores circunstancias. Bailó al ritmo de una bendecida canción, cayendo por completo en la dulce sensación de apego instantáneo, olfateando la pequeña cabecita de su nuevo vástago, a quien de inmediato reconoció como el ser que más amaba en el universo. Todo habría valido la pena por conocerle. Ahora sabía que jamás podría renunciar a él, aunque tuviese que escapar de todas las personas que alguna vez amó. No era un accidente, era su destino claro, sonriente y vibrante. Sentía una legítima pertenencia exigirle proteger a ese hijo, a pesar de lo que ello costara.

—Que nombres extraños usaron siempre los Briefs— El viejo Omori se acercó, siendo recibido por los otros dos testigos del intercambio maternal.

Después de haber pasado la conmoción inicial, ella se acercó al trio de sujetos conversando acerca de pormenores de la comunidad relacionados con ese suceso.

—No podemos ingresarlo a un tanque si ya ha iniciado actividades cerebrales complejas—El anciano explicó —Dañaría su desarrollo exponencial, que es hasta diez veces mayor al de nuestra especie— Continuó deteniéndose brevemente al observar el semblante de la joven madre —Ha empezado a reconocer olores y formas, el entorno que le rodea y alimentos— Prosiguió —Su desarrollo mental ya no se detendrá.

—Gracias— Externó ella interrumpiendo toda platica. Necesitaba expedir esa necesidad de resarcirles todo, hizo una ligera reverencia al grupo de sus salvadores con completa humildad, algo que casi nadie podía decir que conocía de ella.

El anciano asintió, el namekiano sonrió y el ceresiano sólo se cruzó de brazos.

Y ella pudo sonreír por vez primera, con una calma que no habría experimentado desde el momento anterior al que su planeta fuera atacado. Se sentó ahí entre ellos a conversar olvidando por un solo instante los detalles de su historia, las promesas de venganza y el dolor. Cual, si tratase con seres imaginarios, cual si escuchara viejos amigos en alguna dimensión donde no había guerra ni daño, sonriendo como en mucho tiempo no habría hecho. Olvidando incluso su propio nombre con mera necesidad de dar un respiro a toda la tragedia acumulada.

—¿Cómo hiciste para restaurar todo mi cuerpo? — Preguntó imperando la curiosidad en torno al namekiano —Ni siquiera Neil pudo hacerlo cuando fui atacada.

—Yo pertenezco al clan del dragón— El anciano inició —Neil al guerrero— Explicó como la cosa más natural —No recibió las enseñanzas antiguas más secretas.

—¡Por todos los cielos! — Ella recordó de pronto un hecho que no habría registrado —¡Las esferas! ¡Tú puedes hacer esferas del dragón! —Se levantó airosa, embargada en un jubilo de exageradas proporciones. Colocando la dormitante figura de su bebe a un lado, sobre la cómoda manta proporcionada por sus anfitriones.

Ambos inquilinos del oasis, se miraron entre sí. Inseguros de brindar una respuesta de esa importancia a una casi desconocida.

—Si— admitió el anciano pausando sus siguientes palabras — Podría, pero no puedo reconstruir algo que ya me fue heredado y existe.

El aliento de la chica se detuvo. Todo ese tiempo un juego de esferas había estado disponible, perdido en algún lugar de la galaxia. No pudo evitar reprenderse por no haber pensado en eso antes. Siempre debía haber sobrevivientes, siempre había esperanza.

—Las esferas se quedaron atrás, en nuestro planeta— Granolah continuó percibiendo que no había forma de replegar la confianza vertida por su tutor —Cuando los saiyajin regresaron, tuvimos que escapar después de un terrible enfrentamiento— Suspiró recordando todas las perdidas vividas en ese combate, incluyendo a su viejo camarada Oatmeel, quien por tantos años fue su fiel compañero —Aunque intenté buscarlas, no pude hallarlas por muchos años.

—Las esferas serían un peligroso aditamento para usar en este momento— Monite añadió a la precaución —Por eso mi existencia permanece oculta del resto— Explicó la razón de su ermitaña forma de subsistir —No debemos permitir que la información caiga en manos equivocadas.

—¡Yo sé como encontrarlas! — Ella insistió ganando la curiosidad de todos —En mi planeta inventé un dispositivo para rastrearlas, ¡Un radar! — Anunció emocionada —Puedo replicarlo, las buscaremos en secreto y revertiremos toda esta pesadilla de una vez por todas.

—No creo que las esferas tengan esa capacidad atemporal de revertir todo— Omori intervino, escéptico ante la esperanza de la chica.

—No lo sé— Monite alegó perdido en sus propios pensamientos —Fueron creadas hace mucho y no utilice condiciones específicas — Regresó el serio semblante en torno de la joven —Pero no pueden conceder eliminar a un ser más fuerte que su energía total.

—Por favor— Increpó ella al resto, levantándose con renovado optimismo, intentando convencerles de los infinitos beneficios de contar con una ayuda de esa magnitud—Nosotros podemos terminar con toda esta injusticia— Rogó buscando sumar aliados a su emergente plan. No pudiendo evitar que la alegría se colase entre huesos. Solo un deseo bastaba para iniciar la recompostura final.

—No— El ceresiano negó de brazos cruzados—Yo lo haré— Agregó con severidad—Yo llevaré el radar y las buscaré— Dio un vistazo receloso en torno a la humana —No puedo confiar esta tarea a tus aliados saiyanos— Replicó suspicaz ante el hasta ahora poco control juicioso que ella parecía tener —No quiero averiguar qué tan corruptibles son, poniéndoles enfrente una tentación de esta dimensión.

—No lo permitiré— Se rehusó la terrícola —Yo te acompañaré entonces, no puedo permitir que pidas algo que los borre de su existencia— Advirtió entendiendo la suma de potenciales deseos que podría pedir para solucionar las condiciones actuales —Son mi familia.

Y un chillido les sacó del curso de la discusión, mientras el pequeño ahora en el suelo intentaba librar su colita atascada en una de las ranuras de las rocas. Nadie se explicaba como habría rodado hasta allá. Seguía siendo sorprendente su tamaño y desarrollo en unos días a comparación con un bebé humano de su cortísima edad.

—¿Cómo lo han alimentado? — Surgió la pregunta en la mente de su madre.

—Formula saiyan— Omori le contestó —Una vieja receta usada para las incubadoras— Se recargó en su silla observándola pararse para acunar al crío en brazos de nuevo —Pero no parece estar recibiéndolo bien.

—¡Por supuesto que no!, ¡Es mitad humano!— Anunció ella entendiendo que debía dejar a la naturaleza seguir su curso y alimentarlo ella misma.

—Y mitad mentira— Granolah espetó —¿Como piensas explicar su retorno? —- Ladeó el rostro inconforme—Se darán cuenta de que no está en la capsula tarde o temprano.

—Supongo que… — Meditó un instante la solución —Tendría que quedarse aquí un tiempo más— volteó a encontrarse con un insatisfecho joven negando cada palabra que decía—Pediré mi traslado al laboratorio pero estaré diseñando los planos de las naves aquí, encontraré la forma de disimular sus facciones en algún momento, pero nadie podrá encontrarlo en este escondite — Dio un inquisitivo vistazo a los pequeños arboles surgiendo de los acantilados que les rodeaban y el canto de la hierba meciéndose en quietud—Es perfecto.

—¡NO! — El otro joven renegó enervado—De ninguna manera— Se levantó convencido de sus palabras —¡No me haré cargo de una maldita cría que ni siquiera engendré! — Rugió enfrentando el rostro perplejo de los dos ancianos mudos detrás. Retomando su severa estampa en torno de la poco sorprendida mujer ignorándolo.

—Eres todo un héroe ¿eh? — Soltó ella sin darle importancia, jugando con su sonriente retoño.

—He dicho: No— Insistió éste, plantándose de frente—Podrás convencer de hacer lo que quieres a todo mono cabeza dura — Replicó con fiereza —Pero no sabes con quien estas tratando.

Momentos después, Bulma se despedía, efusivamente conmovida en múltiples lagrimas perceptibles incluso a la distancia, montando el speeder con Omori que desaparecía en el estrecho camino de los acantilados. Observando a Monite dedicarle el mismo saludo y conteniendo el renegado ceresiano al pacificó bebé tímidamente acurrucado entre sus brazos.

—Tengo que ser más firme en mis discursos—Rezongó el fiero joven derrotado.

…..

Estaba de regreso. Casi 100 días después de su duro entrenamiento. Había hasta ahora, alcanzado grados de poder impensables que apenas podía contener con el límite máximo de sus mutaciones, se sentía completamente diferente y rebasado.

Más no regresaba solo él a escena, sino la peor venganza del recuerdo inconcebible. La misma exacta mujer que recordaba en ese breve periodo en la base lunar. Toda ella en formas, renovada vivacidad, imperiosa, altiva como de costumbre y más atractiva que nunca.

Tenía que soportar incontables juntas de decisión con su presencia. Mañanas, tardes y noches, preparando el éxodo masivo y nuevas naves o tecnologías para superar la amenaza de ser descubiertos por causa de los rehenes en poder de sus enemigos, que hasta ese momento habrían perdido muchas oportunidades de encontrarlos. No querían averiguar si se trataba de suerte o algún hecho no vaticinado.

Asunto que, por si no fuera bastante inquietante, se le sumaba a la enorme incapacidad que tenia de permanecer totalmente indiferente a la fémina. ¡Maldito desbloqueo emocional!

Buscaba cobardemente estar en el mismo espacio que ella, imposibilitado a poner freno a sus reacciones, pupilas dilatadas y narinas abiertas para después alejarla con mordaces comentarios de mal gusto. Excusaba cualquier cosa para tener algún pretexto para buscar su ayuda, siendo constantemente vigilado por los perspicaces ojos del padre adoptivo de la hembra. Padre que se atrevía a tratarlo con irreverencia y sin perder oportunidad para desviar cada señal de cortejo que por infortunio soltaba. Aunque eso último lo agradecía.

Mientras deambulaba en conjeturas indignas, una de las láminas del crucero que construían se vino abajo sin previo aviso. La científica se encontró de pronto flotando sobre un par de brazos que la habrían alejado, incluso antes de que el material cayera al suelo. No podía ella maldecir de forma acostumbrada, hipnotizada por el tacto del hombre que la sostenía congelado en el acto al bajarla de su resguardo. Habiendo llamado la momentánea atención de los curiosos.

—Ten más cuidado humana — Tosió disimulando de inmediato al bajarla con cierto desprecio —Tu torpeza puede costarte la vida— Acusó, disipando toda la reacción que ese leve contacto le habría proporcionado. Incluso su cola languidecía al acercarse ¡Era insoportable! Ni siquiera habría caído en cuenta el momento en que su cuerpo respondió automático ante la absurda amenaza al objeto de su obsesión, pero si constataba los rumores escandalosos de los testigos en el área.

La terrícola desistió de responder, suficientemente desengañada de lo que suponía eran esos continuos rechazos hostiles cada vez que le brindaba ayuda. Estaba empezando a convencerse de que no solo era desprecio, sino de hacer verdadera apología a un pertinaz odio. Intentaba borrar todo rastro de lo que alguna vez les unió. No le dejaría saber que realmente le afectaba.

—Yo me haré cargo alteza — Le gruñó Bardock quitándosela del camino de inmediato, no sin antes dar un amenazador gesto haciéndole ver que propasaba los límites permitidos por su paciencia. Quizá para todos eran sospechas invisibles, pero no para él.

Era el viejo guerrero en definitiva un sujeto astuto, apartándolo siempre en el momento preciso, interponiéndose como una barrera infranqueable cada vez que la tenía cerca, olfateando su intención con mayor claridad que el mismo consorte de la humana, quien parecía totalmente indiferente pese al hecho de que era su cría a quien ella habría traído al mundo.

Los días transcurrían y no encontraba la forma de regresar a su hermética forma acostumbrada, ese maldito entrenamiento le estaba jodiendo en grande. Se sentía absurdo por las sutiles pretensiones que se encontraba haciendo en pos de la humana. De no ser un hábil maestro del disimulo ya todos se habrían dado cuenta de la necesidad que ella presentaba para él. Y al observar la forma en la que su desagradable rival la trataba, su rencor se acrecentaba. Siempre lejos, despreocupado y dando mínimas muestras corporales de su interés u olor en ella. Parecía simplemente ausente.

Según todos los rumores de sapiencia en los pocos vinculados, debía él estar persiguiéndola como un grok hambriento después de haber compartido un hijo con su sangre y ahí estaba el tonto, cada mañana insistiendo en retomar el entrenamiento, pese al insufrible atractivo que esa mujer decantaba. Debía ser un completo subnormal para no aprovechar esa cualidad todo lo posible.

—Príncipe Vegeta— Una voz le llamó distrayéndolo de su previo pensamiento en su sesión rutinaria en la sala— Necesitamos su autorización para una misión de exploración —Un joven recluta extendió el informe. Lo arrebató bruscamente de manos para verificar el nivel de urgencia o riesgo en la operación, esos últimos días, siempre parecía estar de mal humor.

Clavó los ojos en los nombres inscritos, con sumo furor contenido. Analizando el completo desastre que supondría y los motivos por los que solicitaban tal atrevimiento. Y la sangre en su cuerpo hirvió con desacato a su propia mesura. Desactivó el dispositivo y salió como una borrasca en dirección al sitio donde sabía que la encontraría.

…..

Habrían todos regresado a casa como orden precautoria de posibles intrusiones a la atmósfera, todos excepto dos seres que Bardock sabia no se encontraban juntos. Ingresó en la atmósfera uno de ellos, aterrizando justo en el dintel de su residencia. Saludó efusivo a su pequeño hermano que jugaba balbuceando con la arena del suelo.

—¿Dónde has estado? — Le recibió su padre con un reproche displicente.

—Fui a entrenar —Contestó animoso, quitándose de encima el traje de asalto, caminando seguido de su progenitor, para ponerse en al paso el spandex negro y sus holgados pantalones de siempre —Encontré un pequeño planeta perfecto para ello.

—Ni siquiera has buscado conocer a tu hijo— Inició el regaño sin más, acechando enrabiado al abstraído joven—Incluso Bulma lo dotó de un ridículo nombre y tú se lo permitiste.

—Ella ha dicho que no podemos sacarle de ese contenedor— Contestó buscando algo que comer en los estantes de una alacena —Que aún es peligroso— Afirmó sintiendo sobre si el ceño fruncido del otro.

—¿No has ido a observarle siquiera? — Le interrogó juzgando de inmediato su falta de decoro —Has dejado de lado a tu hijo y tu hembra por mucho tiempo y de algún inexplicable modo ha comenzado a llamar la atención insistente de otros machos de nuevo—Le advirtió de inmediato haciéndole desistir de su despreocupada estampa.

—No desconfío de ella— Le enfrentó con el idéntico ceño acusatorio.

—No se trata de eso— Negó intentando otro ángulo para explicar la razón de su preocupación —No sé por qué no dejas a tu instinto tomar parte de esto — Inició tomando asiento a su lado, casi dándose por vencido ante todas las explicaciones dadas y la poca pericia del menor —Eres un temible guerrero, uno de los más poderosos de la galaxia, tienes tácticas de destreza insuperables …pero no puedes usar una sola destreza en vivir una maldita vida normal.

—He hecho todo lo que me has aconsejado — Hizo su merienda a un lado resaltando sus siguientes palabras — No voy a forzarla.

—¿Y qué hay de los días en que la tuviste? — Le interrogó con verdadero hartazgo.

—Ella siempre lo inició— Se encogió de hombros, desestimando la seriedad de la conversación una vez más, engullendo su merienda.

—¡Pues debes convencerla de nuevo! — Bardock salió de sus casillas, entendiendo que la gravedad de ese dilema no terminaba de ser comprendido por el aún ingenuo saiyan — Debes tenerla cerca y mantenerla alejada de posibles catástrofes — Ordenó, sin esclarecer adrede a que situación específica se refería —¡Has tu maldito trabajo y márcala!

—No — Esgrimió en férrea convicción. Enfrentándolo sin un solo grado de lenidad.

—¿Qué pasa contigo? —Se colocó a la altura de la misma actitud empecinada de su hijo, exhortado en la necesidad de convencerle de hacer lo que era mejor para todos.

—No haré algo que ella no quiera— Declaró sin ceder un solo centímetro —No veo ninguna necesidad a lo que dices pues nadie ha intentado dañarla o retarme.

—No sabes lo que haces— Gruñó incapaz de decirle la verdad.

—¿Tu sí? — Cuestionó Gokú con una voz inusualmente hostil —He hecho cada cosa que me han ordenado sin titubear— Inició refrenando el creciente descontento —He seguido todas y cada una de tus ordenes sin cuestionarte— Prosiguió levantándose de su sitio—He peleado cuando me lo ordenas, servido a tus enemigos y aceptado vivir entre seres que me humillaron por lo que creo— El mohín siempre bondadoso estaba desterrado de su porte, reemplazado por una fiera fisionomía indispuesta a ceder—Perdí la vida de mi maestro por no actuar cuando debí hacerlo— y pausó con dolo su siguiente sentencia—y desposé a mi mejor amiga… porque tú me lo ordenaste.

Habiendo puesto en evidencia todos los abusos cometidos en su contra, no quedaban mas palabras que decir, ambos conteniendo con esfuerzo las ganas de elevar la discusión, puesto que muchos limites hasta ese momento se habían violado.

—No volveré a hacer algo que no desee—Finalizó el joven, dándose la vuelta harto de escuchar.

Un barullo creciente afuera los abstrajo de la previa disputa. Una carrera desenfrenada de cientos de curiosos en torno a un halo de destrucción humeando a la distancia.

—¿Qué está pasando? —Preguntó Bardock a uno de los transeúntes corriendo.

—¡Vegeta se volvió loco! — Contestó el chico al que interceptó.

—¿De qué hablas? —El hijo interrogó una vez más.

—¡Dicen que atacó a una mujer!

Los dos perdieron el color de inmediato, volando en esa dirección con toda la fuerza de su impulso, sospechando sin lugar a duda de quien se trataba esa víctima contra la que era su costumbre pelear.

….

Horas antes…

— ¡¿Que significa esto?!— Ingresó Vegeta al complejo tecnológico casi vacío, cuál tornado en pacífica llanura, derribando sin cuidado todo lo que estorbara a su marcha.

—¿No sabes leer? — Replicó ella sin siquiera inmutarse prosiguiendo con sus reparaciones menores. Ya sabía lo que sucedería.

— Nadie irá en busca de ningún planeta— Incineró el comunicado ante sus ojos—Pondrás en riesgo todo lo que intentamos resguardar si te capturan— Espetó con desprecio señalando su evidente debilidad decadente para protegerse a sí misma.

— No sucederá — Se cruzó de brazos sin retroceder a su negativa— Además, ¿No dijiste que no era de tu preocupación lo que me sucediera?

— Ningún saiyano te acompañará— Amenazó — Bajo órdenes de pago por sangre— Se cruzó de brazos conteniendo la negra animadversión.

— No necesito a ninguno de ustedes— Se encogió de hombros con indiferencia — Granolah me acompañará— La seguridad que emanaba hacia hervir aún más la sangre de su oyente.

— ¿Qué hay de tu maldito consorte? — Soltó, señalando la incoherencia.

— Él tiene sus propios problemas— Le enfrentó enfrascándose contra los ojos ónice.

— No irás— Determinó autoritario— Es una orden.

— La última vez que revisé— Emitió con un grado de mofa— En este planeta tienes únicamente autoridad sobre tu raza— Se recargó en su silla esperando el contraataque.

—Por ley perteneces a uno de mis súbditos— Le refutó sin falla en su argumento— Por ende, mi mandato se extiende a ti — Agregó retándola a rebatirle.

— Yo no le pertenezco a nadie—Se apresuró ella a emitir su descontento.

— Tienes una cría que lo contradice—Gruñó con especial injuria

—Nadie va a impedir que me vaya— Susurró, exudando irrespetuosos gruñidos —Nos marcharemos al amanecer— Apretó los dientes— No me interesa tu aprobación— Clavó los ojos jurando desacato—…o tu preocupación— Y le empujó con todo el desdén inscrito en el rostro, sabiendo en total claridad cuanto le ofuscaba la rebeldía con la que lo trataba. Sin ceder ni dejarse dominar, entendiendo que él conocía perfectamente de lo que ella era capaz y que no era mentira la desvergüenza con la que declaraba su amenaza.

El eco de esas palabras se repetía en su trastornada mente orgullosa, tamborileando al mismo tiempo que su pulso, estando tan irremediablemente cerca de su dulce fragancia, robándole la voluntad de demostrar el desprecio que tenía reservado para ella por tal imprudencia. Suplantó a la ira el deseo de tocarla y un profuso desplante negativo para ejecutarlo.

Se encontró entonces acercando su cuerpo inconscientemente hasta poder sentir el calor de su piel a un milímetro de su propia boca, obediente al ímpetu de alcanzarla y ante la evidente flaqueza de su alma indecisa, ella se retiró desapreciándole obstinada.

— ¡Estoy cansada! — Le rugió rencorosa — Tan cansada de ti— Agregó en sutil tono enfurecido— ¡Que vaciles en tus señales! De tu incapacidad de reconocer que me dañas— Enlistó incapaz de frenar el ímpetu con el que lo encaraba— Que reniegues de lo que sientes, ¡Lo que deseas! — Golpeó la mesa haciendo caer lo que antes trabajaba.

Sin ceder un milímetro a su ahora renovado odio, él soltó involuntariamente la cola, moviendo la punta en la inequívoca señal típica de su completo descontrol.

— Quiero que te atrevas a largarte— Amenazó con toda la severidad que pudo emitir.

— ¡Mentira! — Gritó ella comprendiendo a fondo la verdadera cara con la que intentaba amedrentarla.

— ¡Regresaste a él! ¡Le diste un hijo! — Vociferó, finalmente perdiendo los estribos de deshonrosa manera, brotando inauditas confesiones ni siquiera relevantes al problema. Reviró en círculos, temblando de ira ante el cimiento de esa afirmación, incapaz de fingir un solo segundo más el tamaño de la decepción vivida—¡ME TRAICIONASTE!

— No lo hice— Contestó totalmente digna, inmune a su rabia— Pero no mereces saberlo— Se paró firme a su jurada inocencia, guardando para si la explicación que redimiría sus actos.

— No estás en condiciones de darte superioridad moral— Musitó con total rencor implícito.

— Ni tu— Le retó sin temor alguno— No fuiste a quien traicioné— Aseguró dándole un oscuro vistazo— y tú eres culpable por igual— Señaló haciéndole entender a lo que se refería.

Él levantó el rostro, respirando con pausado control, intentando poner un orden a todas las emociones que sobrevenían por esa acusación, tan nefasta como verdadera. Pero al contrario de lo que esperaba obtener como respuesta, ella le encaró con aún más valentía y tozudez. Con un torturado semblante igualando el tamaño de su propia negación, derribándose por un instante toda la farsa con la que se trataban. La falsa independencia con la que se enorgullecían.

No despegó ella sus ojos de encima, así como él tampoco lo haría. Presintió el tormento de lágrimas silenciosas causadas por tener de frente al hombre que tanto tiempo ansió volver a tocar, pasando cada uno de sus días recordando los pocos instantes a su lado en los que fue momentáneamente feliz ¡Cuánto deseaba tan solo un momento de ese fugaz paraíso! Sin cargar el yugo de la culpa.

Él no pudo desairarla, del mismo modo devastado por la cruel renuncia a la que se apegaban para que todo el mundo siguiera funcionando.

— En este momento … ya vivimos el infierno que merecemos— Le sostuvo con impulso insospechado, esperando un milagro que los despertara entre los brazos del otro tiempo atrás. Un solo instante de piedad entre el mar de augurios de completa deshonra.

Cedió, robó intrépida el ansiado beso que soñaba con volver a probar, no habiendo cambiado una sola nota de su inicial viveza, la pasión en su toque renacía cual indómito fénix inmortal. Lo degustó con idéntica ilusión a la primera vez que la sedujo, arrastrándolo a su voluntad, encontrando ambos su propia pertenencia olvidada entre la seda de esos labios, entrega a la que con crueldad subyugaron su voluntad, por tanto tiempo negándose en vano.

No encontró el atrevimiento para detenerla, él se unió a la locura propuesta, aprisionándolos contra el muro del frágil cubículo, no importando nada de lo que pudiese suceder, rindiéndose al ingobernable instinto que le rogaba fundirse en esa mujer prohibida, deslizando los dedos bajo su ropa, impaciente por volver a reclamarla, desnudarla, hechizarla.

Ella no se lo impidió, no protestó, trabajando en encantarle del mismo modo en que él la devanaba en el hilo del deseo. Tocando la melodía de su perdición en la intimidad profanada por los insolentes dedos bajo las bragas de su traje. Absorbió ella todo su olor e imponentes formas, tomando cuanta piel quedara disponible para acariciarlo, sublime cuerpo irresistible al que habría extrañado tanto, del mismo modo en que él se entretenía en degustar cada curva, exponiendo sus bellos senos ante él para volver a adorarla sin comedimiento entre duras manos.

— Hazlo— Rogó ella entre suspiros, concediendo lo que él buscaba con avidez. Vagó con plena libertad sobre la piel de su anhelo secreto, con la misma entrega con la que ella susurraba su nombre al dominarla, habiendo saboreado cada rincón extrajo su propia desnudez y posicionándose en su esencia femenina se adentró en ella de un solo movimiento, haciéndola saltar un suspiro mientras le permitía amoldarse a él por tal rudeza. Mirándose ambos sin atreverse a parpadear al haber concretado su esperada unión. Todo iba demasiado rápido, pero así les era necesario.

Un instante siguió mientras él se mecía suavemente haciéndola aferrarlo hasta temblar imposiblemente llena, sostenida por los aires sin siquiera notar la incomodidad con que era poseída. Ambos intensificando la marcha, aferrándose, sin dejar de mirarse, sin dejar de declarar al otro el profundo sentimiento del que jamás hablarían abiertamente, declarando todo lo que sentían en silenciosa cadencia animal. Escaló la pasión, decayó el orgullo, terminaron en un mismo instante, estallando en un solo gemido, como pocas veces habría sucedido en sus escasos encuentros. Unieron sus rostros incapaces de abrir los ojos por la vastedad de su renuncia: A lo correcto, al deber y lo digno. Entendiendo que no podría ser de otro modo sin traicionarse a sí mismos.

La bajó de sus brazos, repasando la punta de su nariz en su hermoso rostro, recuperando la calma que su alma bebía con especial gusto. Reteniéndola ahí sin querer alejarla, hasta que el tiempo les devolvió el habla y la cordura. Esa necesidad dejaba el testamento innegable de que jamás tendrían suficiente el uno del otro. No había forma de volver atrás.

— Tengo que matarlo— Le susurró disipando de inmediato el momento de alivio previo — De otro modo no podré conservarte— Jadeó recobrando el sentido.

— Si lo haces, yo misma te mataré — Contestó con plena seguridad. Ni un ápice de broma en su amenaza y una desolación implícita por tal dilema.

Se burló sin disimulo, también aludido a la ironía de la precaria situación en la que todos se encontraban, bajo el inminente ataque de sus enemigos en puerta y la muerte pregonando su hoz en la garganta de la última resistencia en la galaxia.

— Habrá valido la pena— Musitó, deslizando los dedos entre sus encantos femeninos expuestos — No puedo dejar que te vayas— Repitió la premisa anterior a su encuentro, cubriéndola con un beso posesivo — No volverás ya a las filas de tu casa— La reprendió con abierto amago.

— No puedes hacerme esto— Le empujó sabiendo lo que pretendía con tal descaro.

— Tu lo has querido así— La observó vestirse con cierto aire descarado en su declaración — Debiste haber permanecido en Yamoshi cuando te reclame y nada de eso habría ocurrido— Aseguró imitando el acto para de inmediato volver a sujetarla con liviandad.

— ¡No puedes mantenerme secuestrada! — Ella se apartó de nuevo— ¡No es correcto hacerme tú prisionera!— Su protesta vertía un sonido inherente de tristeza, negándose a sí misma el arrepentimiento por haber sido tan tonta en ceder una vez más a la necesidad de unirse a él.

— Cuando cruces el umbral de su puerta— Señaló con suma calma— Cubierta en mi olor y marca— Sonrió — Él mismo vendrá a buscarme— Agregó con un oscuro placer — y yo lo estaré esperando. Tú decidirás si quieres verlo morir hoy mismo— Resaltó con orgullo y la mirada fija al ventanal donde la preciosa tarde prolongaba su ocaso— …o postergarás ese momento en mi resguardo.

— ¡No! —Declaró sin ceder, arrepentida de su egoísmo momentáneo. Suplicó haciendo un esfuerzo por cambiar su parecer, acercándose hasta él enérgica —¡Debe haber otra forma! ¡Debes permitirme intentar negociarlo! — Se aproximó en un aura mayor de plegaria que exigencia— ¡No puedes hacerlo! ¡No puedes matarlo!

La dejó instalarse, sentándola en sus piernas, dando breves caricias a su espalda, sin poderle otorgar la garantía que ella solicitaba, pues contemplándola, no se sentía capaz de dar marcha atrás a lo vivido. Pasó la mano sobre sus bellos pómulos. Dirigiéndola a si, intentó de algún modo calmar el dolor en su rostro, no pudiendo hacer algo más que besarla convencido en su propia necesidad. Reafirmando que no podía simplemente ceder una vez más y alejarse de ella fingiendo demencia.

— Tu— Una suave voz, rebosando inminente odio, los sorprendió — ¡Te lo advertí!

Abrieron ambos los ojos, apareciendo frente a ellos la vista de una atroz saiyajin desbordante de ira.

Aprovechando la abierta sorpresa de los amantes, Hakusa la arrancó del resguardo del saiyan, atravesando el cristal del edificio, dispuesta a eliminar todo rastro de la osada humana que sostenía entre la dolorosa prisión de los huesos en sus manos.

Aterrizó complacida en la imagen de dolor en el desmayado temple del blanco rostro. La mueca vil imaginando su siguiente movimiento premeditado. Cobrando la venganza que tanto tiempo deseó ejecutar en contra de la artera mujer indigna que profanó a su símbolo más preciado.

Fue interceptada de su intención por una fuerza invisible. Súbitamente refundida entre las sólidas paredes de las viviendas cercanas. Castigada por un insuperable oponente, quien la sometió de inmediato sobre el suelo, dando un gruñido de muerte.

— No lo harás— Recibió de su mano la severa condena por el atrevimiento, haciéndola retroceder del acto homicida contra la mujer a la que él protegía, no meditando el incauto, el costo de sus acciones ante el resto de seres petrificados en incomprensión.

Sin poder liberarse, la saiyana derramó una silenciosa lágrima, ahora totalmente rechazada de forma indigna. Comprobando que no había forma de divergir la adoración que él debía tener sobre esa simple terrícola, incapaz del mismo modo de borrar lo atestiguado por los cientos de curiosos clavados en la imagen inculpadora. No había ya vuelta atrás.

Cuando su víctima dejó de luchar, el frenesí protector desapareció. Soltándola el príncipe de su raza cual si fuese fuego y volteando en dirección de la joven lastimada e inconsciente al principio del trayecto de destrucción. Se irguió en busca de auxiliarle. Pero la vereda de rostros apabullados en sus súbditos juzgándolo, empezó el curso de flagelaciones silenciosas.

Caminó airoso pese a lo que la imagen y olor declaraban. Firme en su actuar; a pesar de la desvirtuada alevosía en contra de su aliado acusándole, a pesar del plomo de la conciencia asentándose en su volátil nerviosismo. Producto infame de la sorna con la que los que alguna vez lo miraron como un salvador, hoy se declaraban inquisidores despiadados de su innegable caída.

Servidos del miedo y habladurías en boca de cada nativo de ese planeta, emitían mordaces replicas casi inaudibles a su vergonzosa conducta desleal. El descontento por su propia casta real, acciones y esas circunstancias. Contagiándose entre los suyos, ahora finalmente vueltos en su contra de manera abierta. Rostros diversos convergían en muecas, negaciones e indignación. Considerando su acto un ataque directo al corazón del sumamente cuestionado honor de la ciudadela.

Era esa ingratitud, la rapidez de su expresivo inconformismo, los ojos furibundos presurosos en inculparle todo ese tiempo por toda tragedia desde el día que perdieron su hogar y la traición de todas las criaturas por las que habría peleado y perdido todo… lo que disparó el azote de rabia infectándole el corazón.

Nunca más volvería a comprometer su destino por nadie.

Se detuvo enfurecido, haciendo un esfuerzo por no reaccionar frente a las criticas insolentes. Llegó hasta ella, arrodillándose para disponerse a levantarla con delicadeza entre sus brazos, asegurando que continuaba estable, tan sólo desmayada.

Pero la antesala del infierno apenas abría el telón.

— Aléjate de mi mujer— Declaró la firme voz enfurecida del recién llegado a escena, incapaz de soltar la defensa en su posesiva afirmación.

Y sonrió el otro, quebrando su poca cordura al escuchar de quien se trataba. Dándose vuelta seducido en su locura, para exhibir ante el mundo lo que a continuación haría.

— ¡Demasiado tarde Kakarotto!— La bajó con cuidado, detallando su total desacato, deslizando las manos por el cuerpo de la joven, en sugerente intimidad— Ahora es mía.

Encendió de inmediato la incandescente ira del testigo, a quien su instinto golpeaba con claridad la innombrable ofensa proferida, percibiendo de inmediato el característico olor del denigrante marcaje sobre su propia hembra. Respiró con visible esfuerzo, volteando con indignación y temblando violentamente poseído más allá de la rabia.

— Juro que vas a arrepentirte—Declaró regresándole un fijo semblante como nunca empuñado, prometiendo una dura muerte a su osado retador.

Y entre el pánico de todo ser presenciándolo, procedieron a cobrar el precio del desafío pregonado, flameando ambos rivales el tope de su límite en poder. Ojos enrojecidos desbordantes de odio Haciendo levantar la arena y escombros alrededor, en una furiosa tormenta implacable de destructivos rayos atronadores.

— ¡DETENGANSE!— Acercándose a riesgo de dejar la vida en ello, Bardock intentó frenar en vano la batalla. Siguiendo con ojos aterrados el curso de su enfurecido vástago, quien de inmediato embistió al príncipe, sin reserva alguna sobre el catastrófico poder en su arsenal. Bloqueado con éxito por ambos brazos de su rival, recibió del mismo modo un puño pletórico de ira, despedazándose ambos con la misma fiereza.

—¡Maldita sea! — Bramó el padre del joven, sin poder hilar un pensamiento coherente para detener la devastación profetizada. El escándalo de los gritos impidiéndole ver en la distancia a la joven que recobraba el sentido después del brutal ataque sobre ella. Se levantó sintiendo el temblor al que todo el suelo era sometido, sofocada por el incesante ruido de las enormes montañas del paisaje, desmoronándose con ridícula facilidad.

— ¿Que sucedió? — Preguntó desorientada, sintiendo una mano levantarla, para enfrentarse con el juez de su terrible acción, aguzando el ceño en su contra. Percibiendo por sí mismo la evidencia del acto que llevó a firmar la sentencia final de la paz.

—¡¿Que has hecho?!— Le gritó descolocado, buscando una respuesta para tal insolencia de conciencia, sacudiéndola con violencia refrenada y consiguiendo como respuesta solo silenciosas lágrimas vertidas por su imborrable delito.

….

En la distancia la batalla indeliberada carecía de toda esencia de arte, batiéndose sin recelo en encarnizados golpes más rebosantes en odio que hábil destreza. El tamaño de la energía expulsada pulverizaba todo a tu toque, levantando las alarmas de toda comunidad bajo el yugo de los dos seres con la capacidad más destructiva del planeta.

— ¡Vamos miserable tercera clase! —La mirada enloquecida de adrenalina exigía, devolviendo con saña cada arremetida de su rival — ¡Puedes hacerlo mejor que esto! — Increpaba al otro en la cuesta del delirio irreflexivo.

Radiaba el ofendido la suficiente fuerza para eliminar por completo el suelo que pisaban, dispuesto a cargar su mejor ataque en contra del hombre que osó mancillar su honor y asentar las viles garras perversas sobre la criatura a la que amaba.

—KAAAAAA….MEEEE— Rugió tras el aura azulada del tremendo amonto de fuerza entre sus palmas.

Del otro extremo, sosteniendo la misma cantidad de potencial devastación, un haz lila de luz del retador desataba su impresionante ataque.

—¡Hoy saldaremos cuentas! — Rugió poseído por el total descontrol—GALICK…—

— ¡BASTA! — llegando a la escena de devastación, Merus demandó, intentando imaginar de qué forma podría intervenir sin dejar al descubierto su verdadera identidad. Ambos combatientes rozando los mortales límites de la oculta transformación que buscaba enseñarles.

—¡HAAAAAA!—

—¡HOOOOOOO!—

La fuerza de ambos impactos desmembró cada rincón del paisaje. El terremoto ocasionado vertía la apresurada carrera al exilio de todo ser consciente de que ese mundo no aguantaría un combate de tal intensidad. El brillo rojizo destellaba en los ojos de los dos contendientes, la llama amenazaba con estallar un límite mucho mayor a la imaginación de sus portadores, quienes intentaban con todo el poder poseído eliminar al otro de la faz del planeta. No había alguien capaz de detenerlos.

— Es imposible concluir esto…pero…— Aterrizó juntó al expatrullero el único guerrero a la altura disponible. En silencio, aceptando con temor y heroísmo lo que tendría que ser su participación, el ultimo ceresiano se irguió, evadiendo las ráfagas de arena con su propia energía— … puedo ganar tiempo.

— No hay forma de que…—Merus enunció intentando disuadirle de su plan.

—Saca a Bulma y su familia— Anunció interrumpiendo — Detendré a Vegeta lo más que pueda— saltó al filo del acantilado donde presenciaban el cegador conflicto.

— Los encontrará de inmediato— Le sostuvo el otro, impidiendo su precoz intervención— Pueden teletransportarse por igual.

—No si tú lo impides— Lo tomó haciéndole el joven escuchar con atención sus palabras— Sé que todo esté tiempo lo has hecho Merus, contra la magia de Hoi y la bruja— Pausó observando la inacción del otro— Sé lo que eres— Señaló recorriendo con los ojos su posición hasta apuntar al cielo sobre sus cabezas, inequívoca seña de que entendía que se trataba de un ser inmortal, pero dudaba que supiera con exactitud que era un ángel —Ahora deja de perder el tiempo y advierte a Gokú— Exigió preparándose para saltar— Es el único que entenderá de razones.

Pero no soltó el ángel el asga del joven, sin querer admitir sus suposiciones, tampoco tenía la capacidad de advertirle que no podía volver a utilizar un nuevo poder en pos de proteger a un nuevo planeta. La advertencia de su imparcialidad divina se cobraría ahora con su vida.

—Espera— Le tomó del brazo recordando Merus la última oportunidad aún latente— Jiya— Susurró sorprendido — ¡Trae a Jiya!.

….

Minutos antes….

¡¿Que has hecho?! —

No había forma de obligar a las palabras a salir. No encontraba ella del mismo modo la explicación que bastara para entenderlo, nada sería suficiente.

Enredada entre los enfurecidos dedos del causante indirecto de toda esa catástrofe, ninguno de los dos podía trasportar la intensidad de su emoción en vocablos coherentes.

El halo de energía impactó detrás de ellos. Sacándolos del lapso iracundo, un rápido escape les arrojó en sentido opuesto, previniendo el saiyan la urgencia en la distancia, saltó sólo a poco tiempo de evitar ser aplastados por una de las gigantescas torres de mando, derribándose como un coloso abatido ante la furia de la tempestad.

Aterrizó ella sobre su espalda sintiendo la vibración encarecida del suelo, Todo material rígido encontraba el límite de su resistencia. Puso atención a las figuras originando el desastre y entendió que era hora de abandonar los inservibles cargos de conciencia. Tendría que actuar con contundencia si pretendía arreglarlo todo.

Unos metros frente a ella, la figura de su padrastro permanecía cubierta en escombro mirándola del mismo modo que en un principio, más su acercamiento fue frenado por otro hombre aterrizando al lado de la aturdida humana. El afamado ceresiano misterioso que le daba entre brazos un pequeño bulto resguardado, entendía ella la razón por la que su hijo le era entregado.

— ¡Bulma sal de aquí! — Le gritó Granolah entre el caos —Yo intentaré detenerlos — Regresó entonces el joven su vista al saiyan frente a él. Suspirando ante la ironía de encontrarse frente al ser que más habría evitado todo ese tiempo de convivencia. Caminó en pos al que hubiese sido el salvador de su extinción, sin poder evitar el reconocimiento mutuo del otro.

—Todos deben irse— Le anunció asintiendo con solemnidad —Toma a tu familia Bardock y márchense de aquí… solo habrá una oportunidad— Dando por sentado con esa acción, su implícito agradecimiento a pesar del tiempo, la historia y el rencor. Si no habría de haber un mañana, su conciencia terminaría sus días en armonía.

Cuando Bardock le observó despegar en torno al núcleo del tornado, regresó su atención al abandonado desacuerdo con su hija, descubriendo que la mujer de la que exigía explicaciones había desaparecido con una velocidad superior a la esperada a su especie.

….

Corrió ella en sentido opuesto a la muchedumbre aterrada, con el pulso en la garganta y su bebé aferrado, repensando la única esperanza de esa cura secreta entre sus manos y confiando en la habilidad de su nuevo aliado para evitar una catástrofe mayor. Llegó hasta el área designada en su torre en donde escondía una cápsula de emergencia a la que activó. El prototipo del radar secretamente guardado entre manos.

Escuchaba a su padrastro buscarla, pero entendía que era demasiado tarde para regresar, había arruinado la oportunidad de rectificar las cosas por su incapacidad para enfrentar la verdad, su torpeza en desprenderse de un ideal. Como habría arruinado la vida de todo aquel que le importaba, como habría ocasionado todo ese desastre por un deseo. Entonces fulguró su entendimiento con un nuevo precepto: Nunca más sobrepondría un anhelo ante el verdadero sentido del honor.

Partió, armada sólo con la certeza de por vez primera hacer lo correcto, ni un alma percatándose de su furtivo escape, camuflajeada por el estruendo en todas direcciones.

— Salvaremos al mundo Trunks— Susurró prohibiéndose el dolor y miedo, vertiendo todas las imágenes terribles como combustible de su renovada bravura. No había nadie más que ella para ejecutar el plan y ahora entendía el significado de su destino.

Y así, con una esperanza en manos y la promesa de un futuro. Desapareció de la atmósfera en un breve destello.

…..

—¡¿Que está pasando?!— Ingresó el terrícola de mayor estatura, rebosante en pánico e incertidumbre, con cascadas de sutil arena regándose en el techo a cada sacudida del planeta, mientras derrumbes colectivos se escuchaban entre las construcciones aledañas.

—¡Es el maldito fin del mundo!—Cargaba Krillin al pequeño saiyan bebé lloriqueando asustado, seguido de cerca por la madre de su amigo maldiciendo la torpeza de su traje modificado. Intentaba levantar un acervo suficiente para huir y sobrevivir. El techo de la morada sucumbió, sacando un grito al resto. Un minuto después, el jefe de ese clan ingresaba cubierto en polvo y desesperación.

— ¡Gine! — Ordenó con suma prisa— ¡Trae a Gohan y sube a la maldita nave de inmediato! — Levantó los pocos aditamentos útiles colectados por el resto y se dispuso a realizar la retirada — ¡Ustedes también a menos que quieran quedarse! — Ladró a los terrícolas saliendo una vez mas para intentar recuperar de algún modo a su hijo, a quien sentía perder energía a tasas aceleradas, esperando con ansiedad que no fuese causa de la terrible consecuencia de una derrota.

….

Abatido en su totalidad, exudando su propia sangre, jadeaba el más joven de los bravíos saiyanos superdotados levantando la mano en busca de adueñarse de energía para superar la latente desventaja. Con la insistente necesidad de terminar el combate de una vez por todas, pero en un mayormente sosegado ahínco que al inicio.

No obstante, antes de lograr concretar su plan, un par de puños le devolvían lo acumulado a la atmósfera de donde provenían. Desarmando de nuevo el cuerpo de su oponente.

—¿Intentas usar las técnicas para las que tengo un contraataque? — Se burló, también en destrozada estampa, ambos ojos cubiertos por la sangre de sus propias heridas —Eres más patético de lo que creí— Levantó la vista altivo, con la más vil sonrisa, disfrutando el combate más de lo debido. No había cabida alguna para la sensatez, solo rabia desatada.

—¡Eres un maldito traidor!— Se levantó de nuevo el voluntarioso prodigio de Serika, con un odio jamás sentido. Cada pulsar exigiéndole la cabeza de su enemigo.

—Ven y dímelo — Le llamó el retador en un suave movimiento, esgrimiendo su pose más intimidante.

Volaron, pelearon destruyéndose mutuamente. Usando con vileza las debilidades aprendidas del otro. No perdonando una sola apertura, pagaban ambos con sumo dolor los errores momentáneos. Aprovechó Vegeta el cansancio del más joven, le enterró sobre una de las sólidas rocas encima de las cuevas. Aprisionándolo con su propia energía y dispuesto a despedazarlo.

—No te saldrás con la tuya— Le miró Goku, enrabiado.

—Ya lo hice— Se burló Vegeta, extasiado.

—¡Sobre mi cadáver!

—Eso espero.

Se desprendió, haciendo uso de sus magníficas virtudes, proyectando la milagrosa cantidad de fuerza necesaria en el último instante, doblegó toda la anterior defensa del perpetrador de su desgracia. Haciéndole trizas los músculos sin piedad alguna.

Retomó por un breve instante la conciencia entre la carnicería ejecutada, percibiendo con horror que el otro recuperaba la igualmente milagrosa resistencia que siempre lo caracterizaba, dispuesto a continuar hasta las últimas consecuencias a pesar de ser un desgarrador amasijo de sangre y cortes.

No quedaba sección alguna entre ambos con entereza para ganar. Palpitaba la carne a su máxima potencia, perdiendo agresivamente la forma entre la brutal paliza recibida del otro. Acabarían ambos muertos de no conceder una renuncia necesaria. Si alguno de los dos moría, con ellos acabaría también la esperanza de todo el planeta.

—No me obligues a asesinarte— Susurró el menor repensando su estrategia—¡DESISTE! —Dio un cansado derechazo sobre el invencible rival. Su puño fue contenido regresando el mismo acto para engancharse ambos en una férrea trabe. Temblando ambas potencias por dominarse.

—¡¿Te crees capaz de vencerme?!— Ladró el príncipe saiyan—¡PRUEBALO! — Gritó alzando al máximo sus casi vencidas fuerzas hundiéndose ambos entre las rocas pulverizadas del suelo —¡Maldito insecto privilegiado! —Escupió, retomando la insistencia con la que obligaba a cada musculo a dar la talla, prendiendo en llamas todo material que sus auras tocaban, incluyéndose ellos mismos— La vida te indultó cada maldita falta ¡A MI ME COBRÓ CADA ERROR CON CRECES! — Gritó confesando toda amargura de su alma —¡¿Qué sabes sobre perderlo TODO?! — Ambos respiraban sin poder alcanzar el aire suficiente para doblegar las manos de su enemigo, la despiadada temperatura en carrera creciente entrecerraba sus ojos de forma involuntaria —¡¿Qué sabes sobre el deber?! ¡TODA TU MALDITA VIDA LO TUVISTE TODO!

—¡NO SABES NADA SOBRE MÍ! — Contestó el otro sintiendo verter todo su líquido vital entre heridas abiertas, obligándose a resistir por pura supervivencia. Las inmensas descargas provenientes de sus cuerpos les arrojaron al mismo tiempo en dirección contraria.

—¡Lo sé todo! — Recuperó el retador el ritmo, cargando de nuevo en contra del apenas recuperado joven —¡Tus malditas virtudes anormales! — Intentó en vano atinar un golpe al que la defensa impecable del otro frenaba —¡Resguardado de la realidad en tu maldito mundo perfecto! ¡Peleando en estúpidos combates de torneos!— Jadeó interponiendo distancia para recuperar el aliento —¡Mientras yo tuve que luchar por conservar la vida! ¡Fui un esclavo! ¡FUI UN MALDITO EXILIADO!— Regresó al contrataque con el dolor de sus palabras como estandarte —¡TODO LO QUE IMPORTABA ESTA MUERTO!— Respiró ganando dominio sobre la defensa de su rival una vez más —Pero conservaré solo una cosa… una sola… momentáneamente en tu poder…

—¡TAMBIEN PERDÍ TODO! — Afirmó el otro, del mismo modo reteniendo su defensa con los pulmones a tope de colapsar —¡Se me arrebató todo lo que importaba! — Vociferó la propia dolencia en su sufrimiento, regresando lentamente su fuerza bajo el avasallador despliegue, toda roca resquebrajada a la redonda—¡Mi vida terminó el día en que la tierra fue destruida!— Bramó amargamente, con ambos puños blancos en furor sosteniendo la patada que sobrevenía en su marco—Pero no me quitaras lo que aún tengo…— Lamió la sangre de su boca pulsando todo su poder de vuelta— ¡NO TE LA LLEVARÁS! — Regresó implacable sobre el maltrecho príncipe, clamando justicia por propia mano. Imaginando la causa por la que ese abuso habría tomado lugar, no cabiendo otra razón más que haber sido forzada.

La despiadada voracidad de su ira embetía con todo su poder, radiando llamaradas rojas en sus fibras al imaginar el infame acto, la impotencia de no haber protegido con eficiencia a la criatura bajo su resguardo, de no haber sospechado jamás del curso de eventos. Incapaz de haber profetizado que el mismo hombre con quien habría luchado hombro a hombro, fuese capaz de cometer un crimen de ese nivel de bajeza.

No tardó en emerger la respuesta del infortunado merecedor de ese castigo, radiando su propia estampa las mismas flamas con cada golpe propinado, acrecentándose el rastro de destrucción en peores proporciones.

Apártate— Una voz en su interior ordenó, la clara orden de su ultimo maestro. Sacando al menor del transe violento para obedecer en el último momento. Una bala azulada brutal clavó al desprevenido líder saiyan, arrojándolo a suficiente distancia para permitir al expatrullero acercarse lo suficiente.

—Márchate— Habló con plena seriedad a su más joven alumno —Tu familia esta lista, tienes un minuto— Explicó en inquebrantable mando —Sin venganzas— Amenazó en incuestionable autoridad. Desapareció al instante volando en una superior carrera hasta donde el otro había sido impactado.

—¡Quitate Granolah!— Bramó Vegeta devolviendo el mismo gancho al costado — Evadió con toda habilidad al concentrado ceresiano, quien apenas podía resistir la ráfaga de ira sobre si —¡Hazte a un lado o te mataré! — Declaró cegado en la obstinación.

Pero la destreza en batalla del joven era suficiente para darle la ventaja esperada a la sorpresa que sobrevendría, logrando someterlo un solo instante para dar la señal.

—¡JIYAAA! — Gritó, apareciendo de la palma de Merus, el verdadero minúsculo ocupante del enorme traje mecánico amarillo. Saltando el insectoide de inmediato al interior del cuerpo que debía neutralizar. Ingresó contra la voluntad de su víctima, haciendo uso de todo su control mental que era su fuerza natural. Borró la mueca asesina con gran velocidad de la estampa del príncipe saiyajin ahora poseído. Haciéndole descender en robótica estampa hasta el suelo, escurriendo de su nariz un minúsculo rastro de sangre en la perdida mirada neutral cual soldado hipnotizado.

—No me permitirá controlarle por mucho— Habló el pequeño ocupante con la voz del cuerpo que utilizaba — Su voluntad es demasiado fuerte — Se lamentó dando un temblor anormal.

Con el tiempo en contra observaron en la distancia la nave de los implicados ascender, comprendiendo que solo debía resistir unos minutos más, nerviosos por la mueca de dolor que comenzaba a presentarse en el rostro de la victima de su estrategia. Segundo a segundo ganaba Vegeta la batalla contra el huésped que le controlaba.

—¡Mi traje! — Exigió jiya cayendo de rodillas mientras sostenía su cabeza —¡Ahora! — Bramó, de inmediato, materializando Granolah la cobertura necesaria para resguardarlo.

La nave ingresó al hiperespacio al tiempo que Jiya salía disparado de su victima, siendo ayudado por merus para regresar al resguardo del enorme traje robótico.

—Todos ustedes pagaran su atrevimiento— Anunció el enloquecido saiyajin retomando la mirada homicida.

—Es suficiente— El joven de tonos lila afirmó, dándole un certero golpe que le incapacitó.

Los otros tallaron sus ojos incrédulos, pasando la vista entre el expatrullero y su desfallecida víctima. Finalmente suspiraron comprendiendo que todo había terminado.

—¿¡Por qué no hiciste eso desde un principio!? —Granolah recriminó furioso tallando sus cuantiosas heridas.

—Porque había demasiados testigos— Admitió el guardián de la paz —Hace sólo unos minutos que dejaron de presenciar la batalla —Señaló amablemente, devolviendo todos la vista al destruido planeta y los lamentos a la distancia.

—Debemos ponerlo en un tanque —El ceresiano habló una vez más — Y asegurarnos de que se quede ahí hasta que encontremos una mejor forma de hacerlo desistir de vengarse.

—No hay forma de hacerlo desistir— Jiya exclamó casi vencido por el cansancio, recostándose mientras bebía un poco de agua en sus reservas —Lo buscará hasta asesinarlo.

Merus pasaba su mano por el rostro, sacudiendo el penoso sentimiento que le embargaba, esperando que de alguna forma sus futuros planes encontraran el camino adecuado para revertir ese desastre. Pues no podían darse el lujo de enfrentar esa dificultad en ese instante, con los enemigos pisando sus talones y pocas reservas para organizar el éxodo masivo que ahora requerían. No cabía duda, que las pasiones terrenales eran el camino a la perdición.