Ni la historia ni los personajes me pertenecen.

6

Ino

—¿Qué quieres decir con que perdieron nuestras maletas? —le preguntó Kiba al asistente de la aerolínea mientras nos inclinábamos contra el mostrador al día siguiente.

Después de un vuelo retrasado de Fairbanks, de correr a través del aeropuerto de Seattle, apenas logrando nuestra conexión a Denver, y luego tomando el avión más pequeño que estuvo dispuesto a llegar a Gunnison... bueno, este viaje sin duda tuvo un comienzo difícil.

Estuvimos viajando por diez horas, y tan feliz como me sentía de estar aquí y ver la ciudad natal de Kiba, también me encontraba a punto del ir al apocalipsis zombi hacia la máquina expendedora en el vestíbulo si no encontrábamos algo comida pronto.

—Las he estado rastreando así que actualmente van en la ruta de Seattle a Denver, señor —dijo la pequeña chica mientras empujaba sus gafas sobre la nariz con una mirada que casi decía "por favor no me coma".

No es que Kiba fuera intimidante. Mentira. Era enorme y se hallaba bastante irritable en este momento.

—Está bien.

Puse mi mano en su bíceps.

—No está bien —me dijo—. Todas tus cosas...

—Puedo comprar lo que necesito hasta que lleguen aquí. —Miré a la chica que escribía furiosamente—. ¿Puedes enviarlas a Konoha cuando lleguen?

Ella asintió.

—Absolutamente. El siguiente vuelo viene desde Denver... —Tecleó, su mirada nunca subió más alto que el pecho de Kiba— Mañana por la mañana a las siete y media.

—Tienes que estar bromeando…

Le apreté el brazo suavemente, luego enlacé el mío a través del suyo y me abracé yo misma a su lado.

—Eso estará bien.

Sus dedos volaron sobre el teclado mientras tomaba nuestra información de contacto. A cada momento, Kiba se ponía más tenso, hasta pensé que sus músculos podrían romperse bajo mis dedos. Como los ojos de la asistente se abrieron a dimensiones imposibles cuando miró detrás de nosotros, giré la cabeza. Neji caminaba hacia nosotros, con un ceño cada vez más profundo a cada paso que daba. Quizás no era la única con hambre por aquí.

—¿Qué sucede? —preguntó Kiba.

—Todos los autos de alquiler se terminaron. Reservaron de más o algo.

—¿Cómo es posible?

—Es casi igual a nuestro viaje de hoy —respondí, la risa burbujeando al salir.

Ambos me miraron como si estuviera loca.

—Llamé a Shikamaru y está de camino. Probablemente tenemos unos cuarenta y cinco minutos antes de que aparezca.

—¡Perfecto, justo el tiempo para comer! —dije.

—En realidad, el café del aeropuerto cerró hace media hora. Lo siento mucho —dijo la asistente, encogiéndose mientras todas nuestras miradas giraban hacia ella— Cierran después del último vuelo del día. El cuál era el suyo.

La mandíbula de Kiba se tensó.

—Solo son las ocho.

—Aeropuerto pequeño.

—Esperemos afuera —dije—. Nunca he visto la puesta de sol en Colorado… O en cualquier lugar fuera de Alaska.

Esbocé una sonrisa y recé para convencer a Kiba de dejar en paz a la pobre muchacha. No era su culpa que hoy tuviéramos una suerte de mierda.

Un ligero tirón en el brazo de Kiba y me siguió, Neji en sus talones.

Una barra de chocolate más tarde, me sentí un poco humana. Kiba se metió mi dedo índice en la boca, lamiendo el último trozo de chocolate en mi piel y mis muslos se apretaron. Pasó los dientes por el dedo y lo soltó, sonriendo por la forma en que mi boca se abrió.

—Siento mucho que hoy fuera un desastre —dijo, pasando los dedos por los mechones de mi cola de caballo enmarañada por el viaje.

La brisa de la tarde envolvió unos cuantos hilos alrededor de mi cuello, y los tomó mientras nos sentábamos en un banco en el exterior.

—Esto no es un desastre —le dije—. Es solo un caleidoscopio de inconvenientes.

—Los caleidoscopios son hermosos.

—Al igual que esto. Piénsalo de esta manera. Acabamos de terminar un delicioso trozo de chocolate mientras miramos la puesta de sol por detrás de las Montañas Rocosas. El clima es magnífico, y esta podría ser la mejor primera cita que he tenido.

Una esquina de su boca se inclinó hacia arriba.

—Primera cita, ¿eh?

—¿Cómo la llamarías?

—Un pequeño vistazo.

—¿A qué?

—A todo lo que podríamos tener —susurró y luego rozó sus labios sobre los míos, trazando con su lengua mi labio inferior.

¿Alguna vez me cansaría de besarlo? Solo anhelaba más y más. Por lo demás, ¿cuál era la cantidad apropiada de tiempo que tenía que esperar antes de poder besar otros lugares de su cuerpo? ¿Dónde estaba el libro de reglas que establecía "oye, sé que acabamos de entrar en una relación, pero he querido lamer tus abdominales desde hace años"?

Respiré mientras se alejaba, con mi pecho ardiendo.

—Guau, incluso solo besarte me hace perder el aliento.

Se rio.

—Esa, mi querida Ino, es la altitud. Pero absolutamente tomaré el crédito. Estamos casi a tres mil kilómetros aquí, y casi a cuatro de donde nos dirigimos.

—Es más fácil emborracharte —dijo Neji al llegar a la esquina.

Mis mejillas ardieron, preguntándome cuánto vio.

—No te preocupes —dijo como si leyera mi mente— He esperado a que ustedes arreglaran su mierda por años. Y ahí está Shikamaru —indicó mientras un todoterreno negro se acercaba a la acera.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Kiba.

—Somos los únicos aquí, y cerraron las puertas del aeropuerto hace veinte minutos.

—Buen punto —respondió Kiba mientras nos levantábamos.

Cuando un tipo increíblemente atractivo salió y se dirigió hacia nosotros, Kiba me atrajo bajo su brazo.

Sutil.

—Shikamaru —dijo Neji mientras los dos se estrechaban la mano y luego se abrazaban en ese tipo de abrazo de chicos con muchas palmadas.

—Es bueno verte, Neji —Shikamaru volteó sus ojos hacia Kiba y sonrió antes de jalarlo a un abrazo— Kiba. Maldición, estás enorme. ¿Qué demonios te dan de comer en Alaska? —preguntó.

—Alce, en su mayoría —bromeó.

Shikamaru me tendió la mano y la estreché mientras hacía una evaluación obvia.

—¿Y tú quién eres?

—Ino —dije con una sonrisa.

El tipo era magnífico en una forma tipo Scott Eastwood, con ojos que contenían risa y la promesa de un muy buen momento.

—Está conmigo —dijo Kiba, tirando de mí hacia su costado.

—Obviamente —Shikamaru sonrió y movió la cabeza hacia el coche— Nos encontramos a cuarenta y cinco minutos de casa. Vamos a que se instalen y luego a resolverlo todo.

Nos subimos en la parte trasera de la camioneta, y cuando llegamos a la carretera fuera de la ciudad, el zumbido suave del auto en el pavimento envió mi agotamiento a dormilandia. Cuando mi cabeza se balanceó por tercera vez, Kiba desabrochó mi cinturón de seguridad y me deslizó contra su costado, abrochándome en el del medio.

—Descansa un poco —ordenó suavemente.

Mi cabeza golpeó el lugar perfecto justo bajo su hombro. Con su calidez y su ritmo cardíaco constante, me dormí antes de que una segunda canción se reprodujera en la radio. Vagamente sentí los fuertes brazos de Kiba levantándome y el aire fresco de la montaña rozando mi piel mientras me llevaba a algún lugar.

—Está bien, puedes dormir. Te tengo —dijo, besando mi frente.

Un par de parpadeos más tarde estábamos en una habitación de hotel. Enfoqué el cuarto mientras me bajaba en la cama.

—¿Comer o dormir? —preguntó, poniendo mi mochila en el suelo.

Sopesaba mis opciones, pero las tres horas de sueño que tuve junto con el largo viaje y la altitud ganaron.

—Dormir. ¿Qué hay de ti?

—Ya son las diez. Estoy listo para dormir si tú lo estás —Se inclinó sobre mí, colocando un beso contra la línea de mi cabello—. Estaré en la habitación de al lado con Neji, solo avísame si necesitas algo, ¿de acuerdo?

Un fuerte destello de pánico me golpeó cuando se alejó. Estábamos en Colorado, a donde se mudaría, y mientras lo tenía ahora, nada se encontraba garantizado después de este fin de semana.

—¿Te quedas conmigo? —pregunté.

—Ino —susurró, sus ojos marrones oscuros, suaves con la luz de la lámpara.

Me acarició la mejilla con el pulgar.

—No sería la primera vez que dormimos juntos.

Una sonrisa burlona apareció en su rostro.

—Sí, bueno…

—Eso no es lo que quise decir.

Pero ahora que las palabras estaban ahí afuera... bueno, ¿sería una mala idea? Kiba era innegablemente sexy. Diablos, mi ritmo cardíaco se aceleró pensando en cómo se sentirían sus manos en mi cuerpo. Sus labios eran pecaminosos, y la mirada en sus ojos me dijo que me quería tanto como yo lo deseaba a él. Sabía, sin quitar un solo artículo de ropa, que seríamos increíbles juntos.

Explosivos.

—¿Kiba? —susurré.

Sus ojos se estrecharon ligeramente cuando decidió.

—¿Sabes lo mucho que te deseo?

—Creo que sí.

—Puedo controlarme, Ino. No te atacaré, pero hay muchas posibilidades de que podamos cruzar una línea para la cual no estás lista.

Pasé las manos por su cabello, los hilos negros parando justo por encima de su barbilla.

—Lo sé. Pero si solo tengo un poco de tiempo contigo, no quiero renunciar a nada de eso. Incluso si ambos dormimos.

Asintió lentamente.

—Trato hecho.

Dejé salir el bostezo menos sexy de la historia de los bostezos, y se rio entre dientes. Se oyó un golpe en la puerta y respondió, tomando una bolsa de plástico de Neji.

—Eso es todo lo que tenían abajo, lo siento, hombre. Las maletas deberían estar aquí por la mañana.

—Solo quería que fuera...

—¿Perfecto? —preguntó Neji con voz baja.

—Sí, y es cualquier cosa menos eso. ¿Podría algo más llegar a joderse?

—No tentemos al destino —dijo Neji antes de decir un buenas noches tranquilo y cerrar la puerta.

Kiba desapareció momentáneamente en el cuarto de baño.

—Ino, hay pasta de dientes y cosas en el baño si quieres, ¿de acuerdo? —dijo mientras volvía.

Sin camisa… Santa mierda.

Siempre aprecié su cuerpo. ¿Cómo no hacerlo? Pero ver esos metros de músculo, de piel suave y tatuada, y saber que podía tocarlos eran dos cosas diferentes.

—Dientes. Correcto.

Asentí, obligándome a salir de la cama. Mis pies se sentían como si pesaran un millón de kilos, pero me cepillé los dientes con el nuevo cepillo y me preparé para la cama. ¿En qué diablos dormiría? Capris y una blusa no eran propicios para toda la fase del sueño. La camiseta de Kiba se encontraba doblada sobre la encimera, y mis dedos acariciaron el suave algodón. Perfecto.

Unos minutos más tarde salí del baño para ver a Kiba sentado en la cama leyendo el libro que trajo. Volvió a mirarme cuando entré en su línea de visión, y el calor se precipitó a través de mí. De verdad no fingía, al tratar de mantenerme como su mejor amiga fingiendo algún tipo de interés. Sinceramente me deseaba.

Moví las mantas y sus ojos siguieron cada movimiento, calentándose más a cada segundo.

—Espero que esté bien que haya tomado prestada la camiseta.

—Sí. Más que bien.

Apagó la luz mientras me metía en la cama, tirando de las mantas mientras mi cabeza golpeaba la almohada.

—Lamento mucho que hoy fuera un desastre.

—No lo fue.

Recordé lo que le dijo a Neji y le di la espalda hasta que estuve contra su pecho. Su brazo se abrió camino alrededor de mi cintura, y suspiré contenta mientras él me acercaba.

Su nariz recorrió la línea de mi cuello, y lo arqueé para darle un mejor acceso.

—Lo fue.

—Tal vez —dije, entrelazando nuestros dedos—. Pero esto vale la pena. Esto es bastante perfecto.

—Sí, lo eres.

Sus brazos se flexionaron a mi alrededor y me derretí. Kiba me relajaba de una manera que ningún otro hombre podía. En demasiadas formas esto aún podría ser solo mi mejor amigo sosteniéndome, pero no lo era. Claro, seguía siendo Kiba, el tipo que cambió mi neumático pinchado en primer año, el tipo que golpeó a Troy Williams cuando me besó durante el segundo año después de decirle que no. Era el chico que me ayudaba con Nat, papá y mi vida en general.

Él era mi mejor amigo.

Pero este deseo de girarlo, subirme sobre él y explorar cada línea de su cuerpo hasta borrar el recuerdo de cada una de las conejitas de bar que llevó a casa durante años... bueno, eso no era tan amigable. ¿Era nuestra amistad; y ese deseo tan evidente que sentía por él; suficiente para desarraigar mi vida entera?

—¿Ino?

—¿Sí?

—Deja de pensar en eso.

—¿Cómo sabes…?

—Porque te conozco. Deja de pensar que hay alguna expectativa para este fin de semana y solo pásalo conmigo, ¿de acuerdo? Trata de olvidar todo lo demás. ¿Puedes intentarlo?

Si esta realmente era mi única oportunidad de estar con él, entonces tenía que intentarlo. Tenía que arrojarme en esto de cabeza y ver lo que se encontraba ahí, porque sí su partida no me mataba, entonces el nunca saber lo haría.

—Sí.