Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
7
Kiba
Había algo que decir sobre despertarme con Ino en mis brazos. Ella era suave, cálida y se ajustaba a mi cuerpo como si hubiera sido creada para hacer exactamente eso.
Ya me había despertado esta mañana, desenredé su cabello de los rastrojos de mi barba y me escapé para una ducha. Una vez que terminé de cepillar mis dientes, eran ya las ocho y media, y ella aún no estaba despierta. Debería haber ido abajo a buscarnos comida; tenía mucha hambre, pero al contrario me deslicé de nuevo a la cama con ella. Tan pronto me metí entre las sábanas, ella rodó hacia mí como un misil que buscaba calor, usando mi pecho como almohada y lanzando uno de sus muslos justo sobre mi pene.
Yo era: Su mejor amigo.
No era: Un santo.
Le envolví mi brazo alrededor de su espalda, enredándolo en los gruesos mechones rubios de su cabello. Ella se sentía perfecta envuelta a mi alrededor, y era demasiado fácil imaginar que esto era nuestra vida. Mi mano libre descansó en su rodilla, después acaricié suavemente su suave piel arriba de su muslo. Me mantuve a quince centímetros, saboreando la seda de su piel debajo de mis dedos, pero sin ir más lejos porque sabía que mi camiseta estaba amontonada alrededor de su cintura y no había nada entre mi mano y su suavidad además de sus bragas.
Cuando ella salió anoche usando mi camiseta, había tenido un momento de posesión primitiva y tomó todo en mí no poner mis manos debajo de la tela. Mi pene se ponía duro solo de pensar en eso, o tal vez era su muslo moviéndose hacia mí. De cualquier manera, mi cuerpo no tenía ningún problema en recordarme que ella estaba casi desnuda y yo también.
—Mmmm —gimió, moviéndose incluso más cerca.
Su cabeza se movió hasta que sus labios fueron presionados contra mi cuello, y mi pulso golpeó bajo su caricia inocente. Si ella supiera honestamente lo mucho que la deseaba —el esfuerzo que me costó mantener mis malditas manos quietas— nunca me hubiera querido en la cama con ella. A Ino usualmente le gustaba tener tiempo para pensar en las cosas. Para examinar cada consecuencia de una posible acción y después tomar la opción que pensaba que era la más segura. Era malditamente afortunado de incluso haberla llevado lejos por cinco días completos, dejándola solo pensar que tan fácil sería deslizar mis dedos dentro de ella y darle un orgasmo antes del desayuno.
No está ayudando con la erección.
Ella se desplazó de nuevo, besando levemente mi garganta y mi mano se tensó en su muslo agarrando su extremidad tonificada.
—Buenos días. —Su voz era ronca soñolienta y muy sexy.
—Hola —dije, queriendo que entendiera la situación en la que nos encontrábamos.
En lugar de moverse lejos, se deslizó más hasta que se acostó encima de mí, aún poniendo besos en mi cuello.
—Ino —gemí, mis manos llenas con las apenas cubiertas nalgas.
Mierda, sus bragas eran de encaje.
—¿Hmmm? —Tarareó; la vibración recorrió mi sistema nervioso y se alojó en mi pene.
Se meció gentilmente hasta que me había puesto directamente en el calor entre sus muslos.
Trataba de matarme. Era la única explicación lógica.
—¿Estás despierta?
—Sí —dijo, arrastrando sus labios por mi clavícula.
—¿De verdad? —siseé cuando sus dientes rozaron levemente mi piel. Maldición, se sintió bien—. ¿Sabes lo que haces?
Se deslizó más abajo sobre mi cuerpo; la fricción era tan buena que mi cadera se movió hacia ella. Sus dedos trazaron las líneas de mi abdomen.
—¿Quieres decir, si me encuentro al tanto de que estoy encima tuyo? ¿Besándote?
—Sí, eso.
Una de mis manos acunó la parte de atrás de su cabeza mientras que la otra empuñaba las sábanas a mi lado.
—¿Si me doy cuenta que estás duro por mí? —susurró, mirándome por debajo de sus pestañas con ojos tan azules que rivalizarían con el cielo de Colorado.
—Eso también.
Mi pene se contrajo de acuerdo.
—Sí —dijo, antes de besarme hasta mi estómago
Mierda.
Sus labios en mi piel era la más exquisita tortura.
—Siempre he querido hacer esto —dijo, justo antes de trazar las líneas de mi abdomen con su lengua.
Contuve el aliento mientras cada músculo de mi cuerpo se tensó. Ella era cada fantasía que había tenido hecha realidad.
—Tu cuerpo es increíble. Estoy segura que te lo han dicho un millón de veces…
Demonios, no.
Le di la vuelta tan rápido que aterrizó con un ohhh debajo mío. Entonces estiré sus dos brazos sobre la cabeza y me puse entre sus piernas.
—Nada importó antes de ti. Nadie importó antes de ti. ¿Comprendes?
Asintió, tirando su labio entre sus dientes. Me incliné y lo chupé.
—Hablando de cuerpos increíbles...
Mis manos siguieron sus curvas, su cintura estrecha y su cadera caliente.
—Dios, lo que me haces, Ino.
Sus labios rodaron en mis manos, y puse mi boca en su cuello, amando su jadeo, la forma en que suavemente dijo mi nombre. Cada pequeña emoción o sonido que hizo me dejó más eufórico, me tensó más. Mi camiseta se encontraba amontonada un poco más arriba de su cintura, dejando su estómago desnudo para mis labios. La besé hasta su vientre, dejando mi lengua y mis dientes un poco más cuando ella lloriqueó. La piel justo sobre el hueso de su cadera era la más sensible, así que la tuve retorciéndose debajo mío en pocos minutos.
—Kiba —gimió, con sus dedos en mi cabello, apurándome.
—Quiero tocarte tanto —admití, respirando en el borde de sus bragas azules de encaje.
—Entonces tócame.
Sus palabras me enviaron a un nivel de necesidad que no había conocido. Quería rugir para marcarla como mía, y dejar al mundo saber que esta mujer confiaba en mí lo suficiente para dejar que pusiera mis manos en ella. Corrí mi mano por su muslo, mis ojos trabados en los suyos buscando la primera señal que dijera que ella no quería esto. Mis dedos rozaron la línea de su ropa interior y se deslizaron dentro hasta que...
Toc, toc, toc.
—No me jodas —murmuré—. ¿Qué? —dije mientras Ino se reía debajo de mí.
—¿Señor Hyuga? Soy de la aerolínea.
Dejé el cálido refugio del cuerpo de Ino y caminé a través del cuarto, abriendo la puerta.
—¿Maletas?
—Aquí —dijo, con sus ojos amplios.
Tomé las maletas de sus manos y las puse detrás de la puerta, al tanto de que mi ropa interior no hacía nada para cubrir mi erección.
—¿Puede firmar? —preguntó.
Garabateé mi firma sobre el papel.
—Gracias por traerlas —le dije y cerré la puerta.
Ino se había sentado en la cama, su cabello despeinado en un lío glorioso y mi camiseta estirada para encontrarse con sus muslos. No podía esperar para quitársela. Me sonrió y curvó su dedo.
Demonios, sí.
Otro golpe en la puerta sonó y maldije.
—¿Ahora qué? —pregunté y abrí la puerta.
Neji ya se encontraba completamente vestido, parado allí con sus brazos cruzados. Dio un vistazo y retrocedió suspirando.
—Juega después, hermanito. Tenemos cosas que hacer. Nos vamos a reunir con Shikamaru en media hora.
—¿Media hora? —chilló Ino y corrió al baño, arrastrando su pequeña maleta con ella.
—¿En serio no me podías dar otra hora? —le pregunté mientras cerraba la puerta.
—Considéralo un pago por bloquear mi pene con Sarah Ganston.
—¡Tenía catorce años! —grité mientras me alejaba.
—Nada personal —dijo, repitiendo mis palabras exactas cuando había sido enviado a buscarlo por romper el toque de queda.
Me vestí con ropa limpia y después esperé a Ino. Tal vez tengamos todo el día planeado pero lo único en mi agenda para esta noche era ella.
—Esto es asombroso —susurró Ino mientras observábamos la casa club del equipo Konoha como ellos le llamaban cariñosamente.
—Sasuke utilizó todos sus recursos —dijo Shikamaru mientras hizo un gesto hacia la habitación principal del complejo que se jactaba de tener ventanas del piso al cielo y una vista impresionante hacia las montañas—. Él quería estar seguro de que el equipo de Konoha tenía todo lo que necesitaba.
—¿Qué hay acerca de la gente? —preguntó Neji, sus ojos siguiendo las oficinas de cristal en un lado y las mesas de comedor gigantes al otro.
El complejo era enorme. Cocinas dobles, áreas para comer, oficinas, una sala de estar genial, gimnasio y habitaciones suficientes en la planta baja hacia la salida para cada miembro del equipo de veintidós miembros propuestos.
—No voy a mentir, estamos cortos —nos admitió Shikamaru—. Pero tanto Sakura como Sasuke están trabajando en ello, y hemos llamado a todos los hijos de los bomberos de Konoha. Hasta ahora todos han dicho que volverán a casa, pero lo sabremos mañana.
—¿Qué hay mañana? —preguntó Ino, enlazando sus dedos con los míos.
—La reunión del concejo —respondió Shikamaru—. Tenemos que presentar el equipo. Si tenemos los números, tomaremos el nombre Konoha.
—¿Y si no? —pregunté.
—¿Has visto fallar alguna vez a Sasuke? —respondió Shikamaru.
—¿Alguna vez has visto fallar a alguno de nosotros? —repliqué.
—Exactamente.
Casi podía sentir a Ino rodando sus ojos.
—Bien, digamos que el infierno se congela y su infalible masculinidad no es suficiente. ¿Entonces qué?
Shikamaru le sonrió.
—Me gustas.
—No lo hagas —dije.
Ino dio un vistazo entre él y yo.
—¿Todos tus amigos se ven tan bien aquí? Porque si es así, entonces Colorado de verdad es una buena idea...
Mi boca colgó abierta por un segundo mientras ella me sonreía.
—Tal vez viajar a diario desde Alaska es buena idea.
Shikamaru se rió.
—Si no tenemos los números, entonces aún formaremos el equipo, solo que no estará bajo la misma bandera.
—La de sus papás —dijo Ino.
—Correcto.
—De cualquier manera, estamos dentro —respondió Neji—, aunque no tengamos el nombre de Konoha, este es aún su equipo. Su montaña.
—Es bueno saberlo —dijo Shikamaru—. Ahora vayamos a la parte divertida. Síganme.
Caminó delante de nosotros, guiándonos a una de las oficinas con un mapa de Konoha en la pared.
—¿Estás bien? —preguntó Ino en voz baja en tanto lo seguíamos.
—Sí.
—Estás tenso.
Traté de relajarme y fallé.
—La única razón por la que estoy dispuesto a dejar Alaska y arriesgarme a perderte es porque es el equipo de mi papá. Es el que no nos dejaron reintegrar hace años y si tenemos la oportunidad ahora...
—Tienes que aprovecharla —terminó, mirándome con comprensión y una sonrisa suave—. Lo entiendo e incluso te respeto más por eso.
—Pero si no es el equipo de Konoha auténtico, ¿entonces qué estoy haciendo?
Apretó mi mano.
—Espera y mira cómo va mañana y después responde esa pregunta. Por ahora...
Se calló, mirando hacia donde Neji estaba de pie al lado de Shikamaru en el mapa.
—¿Qué? —pregunté.
—¿Podemos fingir por un par de días?
—¿Fingir qué?
Mi mano libre ahuecó su cara, sosteniéndola para que no mirara lejos.
—¿Que esto es un hecho? ¿Que es seguro que vendré aquí contigo?
Un leve indicio de pánico se arrastró en sus ojos.
—¿Solo fingiremos? —le pregunté suavemente.
—No quiero que sea así, pero tú y yo sabemos que es mucho más complicado de lo que queremos admitir.
La besé dejando que mis labios prometieran lo que mi corazón temía.
—Sí. Podemos fingir. Tal vez te dará una mejor idea de cómo sería si te abrieras a la posibilidad de que la vida existe más allá de los límites que has aceptado.
Trago y asintió.
—Bueno, ¿vamos?
Asintió hacia la oficina. Apreté su mano en respuesta y después entré con ella a mi lado.
—¿Están bien? —preguntó Neji, estrechando sus ojos hacia mí.
—Fantástico —dije, llevando a Ino hacia el mapa.
—Bien, aquí viene la parte divertida. Sasuke está más que forrado. Él sabía lo que costaría trasladar un equipo Hotshot completo hasta acá, y una vez que se dio cuenta la semana pasada que iban a ser chicos de Konoha, bueno... hizo unas cuantas llamadas a los agentes de bienes raíces.
Neji y yo nos miramos. Se encogió de hombros.
—Eso quiere decir que puedes o bien tomar la bonificación que cubrirá la casa que te gustaría comprar o que él te entregará una de las once que ya ha comprado.
—Mierda, ¿en serio? —pregunté, aturdido.
—En serio —respondió Shikamaru—. No iba a dejar que nada se interpusiera en el camino. Claro que aquí hay cuarteles, pero si traes a tu familia —Miró a Ino— entonces quiere asegurarse que la transición será tranquila. Créeme, el dinero no es nada para él.
—Tecnología —respondió Ino a la pregunta no dicha—, vendió algunas aplicaciones e invirtió muy bien.
—Obscenamente bien —agregó Shikamaru.
—Al parecer —dijo Ino ampliando sus ojos.
—¿Qué dices? ¿Quieres ir conmigo en busca de una casa?
Vamos Ino, finge.
—Sí, quiero —dijo con una sonrisa que rivalizaba con el sol.
Cinco horas después, la alimenté dos veces, le mostré algunos de mis lugares favoritos alrededor del pueblo e incluso la llevé a la oficina del periódico. El viejo señor Buchanan seguía a cargo, pero le dijo que buscaba un nuevo reportero/editor/diseñador gráfico.
—La vida en un pueblito —le dije mientras caminábamos de nuevo hacia la camioneta del equipo que nos había dejado Shikamaru. La cosa era completamente nueva y con el clima era perfecto descapotarlo.
—Me encanta. —Se quitó sus lentes de sol mientras se ponía el cinturón en el asiento del pasajero—. Y gracias por llevarme a la escuela secundaria. Nat quería fotos.
—Un placer —le dije mientras conduje hacia la calle principal—. ¿Cómo está?
—Dice que la tía Dawn tiene todo bajo control. Igual, estoy segura que si la casa se estuviera quemando, no me lo diría.
—Sabe que necesitas un descanso —dije—. ¿Cuál es la siguiente casa?
Apretó el papel mientras el viento lo agitaba.
—Avenida Pine 615.
Puse la dirección en el GPS y giramos a la izquierda dirigiéndonos al borde del pueblo. —No estoy seguro de donde es eso.
—¿Ha cambiado mucho desde que te fuiste?
—Hay más cosas aquí. Terminaron mucho de la reconstrucción antes de que me fuera para Alaska, pero también ha habido crecimiento. Apuesto que ya estamos en los cuatro mil habitantes.
—Es hermoso —expresó, con los ojos en las montañas alrededor nuestro mientras dejábamos los límites del pueblo.
—¿Qué piensas sobre las primeras seis casas que vimos?
—Son lindas. No exactamente en dónde te… nos imaginaría viviendo —corrigió—. Un poco a la moda, muy cerca una casa de la otra.
—Estoy de acuerdo. Quiero un trayecto sencillo hasta la casa club, pero creo que Alaska me estropeó. Me gusta estar lejos de la gente.
—Te has convertido en un salvaje —bromeó.
—Solo un poco —repliqué.
Nos adentramos más hacia las montañas hasta que nos alejamos unos cinco kilómetros del pueblo.
—Pine —dije, dando vuelta hacia un camino polvoriento.
—Es mucho más tu tipo —bromeó, alcanzándome para frotar mi nuca.
El camino nos llevó otro kilómetro y medio antes de que una casa apareciera al lado izquierdo de la carretera.
—Guau —suspiró Ino.
Guau, de verdad. Fuimos hasta el largo camino de entrada y aparcamos. Era un estilo a cabaña de madera, similar a mi casa en Alaska, pero más grande.
—Él dijo que era una construcción nueva —le dije mientras salíamos del Jeep— El patio aún no está terminado.
Ella miró alrededor del jardín frontal.
—Tendrías que poner allí algunos macizos. Yo podría plantar algunas flores magníficas. Esas lo suficientemente altas que darían color hasta el nivel del pórtico.
Entrelacé nuestros dedos mientras subíamos los escalones hasta el pórtico.
—¿Mecedoras? —pregunté.
Sacudió la cabeza.
—Un columpio.
—Un columpio —concordé, mientras marcaba el código en la caja de seguridad.
La puerta se desbloqueó y giré la manija. Entonces, antes de que pudiera detenerme a pensarlo, levanté a Ino en mis brazos; su peso se sentía ligero en mi pecho.
—¡Kiba! —Se rió—. No estamos casados.
—Fingir, ¿recuerdas?
Rodeó mi cuello con sus brazos mientras la llevaba adentro.
—Guau —dijo.
—Ya dijiste eso —le dije mientras absorbíamos el interior de la casa.
—Puede que lo diga como doce veces más.
La entrada y la sala grande se hallaban abiertas a la segunda planta, donde había un pasillo que conectaba una suite de habitaciones con otras por encima de nosotros. Había más ventanas que muros, todos con vista a la cordillera y el bosque.
—Es como si fuéramos los únicos en el planeta —dijo al dejarla en el suelo.
Caminamos sobre los pisos de madera de lo que estaba decorado como la sala de estar, para disfrutar de la vista desde las ventanas y la puerta corrediza que iba del techo al suelo.
—¿Quieres explorar?
Asintió con entusiasmo y se fue. Como era común en el curso de mi vida, todo lo que podía hacer era seguirla. Había una cocina gourmet equipada con electrodomésticos, un comedor, un sótano completo con salida al exterior, y eso fue antes de dirigirnos arriba.
Toda la casa estaba puesta en escena para ser vendida, y a pesar de que el mobiliario no era exactamente de mi estilo; el espacio, sí.
—Guau —dijo Ino nuevamente cuando entramos al dormitorio principal. Estaba separado de los otros tres por el puente por el que habíamos pasado bajo las escaleras. Había una cama contra la pared del fondo, dos vestidores, un baño principal gigante, y una pared entera de ventanas que daban vista sobre las montañas, reflejando la planta baja. Una puerta conducía a un balcón privado, y nos acercamos a él, ambos apoyados contra la barandilla que nos sostenía tres pisos arriba—. Nunca he visto algo tan hermoso —dijo, enganchando los mechones sueltos de su moño, detrás de sus orejas.
—Yo tampoco —dije, sin apartar la vista de ella.
Seguía siendo mi Ino, pero aquí, la sentía más libre, menos cargada de cosas. No podía evitar preguntarme cómo florecería si se le permitiera la libertad de definir quién es sin que otros le dijeran qué hacer.
—Puedo verlo —dijo suavemente, volviéndose para mirarme.
—¿Ver qué?
Estaba desesperado por saber cómo se imaginaba la vida, cómo lucía esta casa, este lugar, a través de sus ojos, porque todo lo que yo veía era a ella.
—Puedo ver cómo sería vivir aquí. Podría trabajar en la oficina del periódico, y Nat podría ir a la escuela secundaria. Veo el nuevo comienzo con tanta claridad como puedo oler la pintura nueva, y es…
—¿Aterrador? —ofrecí.
—Hermoso. Es una imagen tan hermosa. Puedo verte aquí, preparando el desayuno en esa cocina, despertándome en las mañanas con suaves besos.
—Eso es exactamente lo que quiero —dije.
—Esta casa es para ti. Deberías tomarla.
Su perfil se hallaba enmarcado por los rayos del sol, dorados en la luz de la tarde, mientras miraba hacia el patio trasero, que terminaba en un bosque, árboles y las montañas que amaba casi tanto como la amaba a ella.
—Esta casa podría ser nuestra —dije, tomando su mano—. Te quiero aquí, durmiendo en esa habitación. Besándome en la cocina, acurrucándonos en el sofá mientras vemos algo horrible en Netflix. Quiero explorar estas montañas contigo, hablar contigo, reírme contigo, hacerte el amor. —Llevé sus dedos a mi boca, besando cada uno mientras ella separaba sus labios— Quiero hacer una vida aquí contigo. No se trata solo de dejar atrás a mi mejor amiga, sino de lo que tenemos entre nosotros, de lo que puede ser si nos damos una oportunidad.
Mi pecho se tensó mientras esperaba a que respondiera, sus ojos moviéndose de los míos al paisaje. Había tenido tanto cuidado con ella estos últimos siete años, cauteloso con mis sentimientos y cuánto le dejaba saber. Pero dejarlo todo al descubierto era tan liberador como aterrador. Prefería estar en un incendio. Al menos esas eran las llamas que sabía cómo combatir. En cambio, Ino… le dejaría quemarme si lo quisiera.
—Es un sueño hermoso —dijo suavemente.
—Un sueño que puede ser realidad.
No te rindas, Ino.
Suspiró.
—¿Y Nat?
—No están obligadas a vivir conmigo. Lo sabes. Pero hay mucho espacio aquí. No quiero nada más que despertar a tu lado cada día, y la habitación al final del pasillo a la izquierda tiene una gran vista que creo que a ella le gustaría.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Harías eso? ¿Vivir con Natsu?
—Natsu es también como mi hermana pequeña. No tengo problemas en ayudarte a criarla. Ya has hecho un maldito buen trabajo, y me encantaría aliviar algo de eso. Además, su habitación estaría al final del tercer piso, por lo que sería muy difícil que un chico logre entrar.
Rió, dos lágrimas corrieron por su rostro.
—No sé qué decir.
Las limpié con mis dedos.
—Di que sí. Di que tomarás la decisión más alocada y vendrás conmigo. Di que saltarás conmigo. Por una vez, hagamos algo temerario.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de que funcionará?
El miedo en sus ojos podría haberme detenido, si no fuera por ese brillo pequeño de esperanza que vi en ellos, y de ahí fue de donde me sostuve.
—Porque ya eres mi relación más duradera. Has sido siempre la mujer que he puesto antes que todos los demás. Nunca te haría daño, nunca te traicionaría, nunca me alejaría de tu cuerpo si supiera que sientes lo mismo.
—¿Y cómo te sientes? —susurró, abriendo la puerta por la que yo había hecho hasta lo imposible por mantener cerrada todos estos años.
—Ino, ¿no te das cuenta de que estoy completa y locamente enamorado de ti?
No esperé su respuesta, simplemente sellé mi boca con la suya y le mostré lo que significaba cada palabra.
