Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
8
Ino
Su lengua consumía mi boca de la forma en que sus palabras invadían mi alma; completamente y sin disculpas. Su confesión logró lo que pensé era imposible, y derrumbó cada una de mis defensas contra él. Esto no era una aventura amorosa; esto era Kiba.
Mi Kiba.
Dios, el hombre podía besar. Era una descarada y carnal exploración que me hacía arquear contra él, extendiéndome hacia su cabeza para sostenerlo más cerca. Me agarró por debajo del trasero, alzándome con facilidad, y mis piernas se envolvieron alrededor de su cintura.
Nos condujo dentro de la habitación y nos dirigió a la enorme cama con dosel que se situaba en el centro del dormitorio, ni una vez rompiendo el beso o haciendo una pausa. Nos bajó al colchón, y mis sentidos se encendieron. La sensación de la colcha de piel debajo de mí, combinada con el sabor de Kiba, su olor y su peso mientras descansaba entre mis muslos se unieron para despertar cada terminación nerviosa. La necesidad que me invadió esta mañana se multiplicó por diez demandando ser apaciguada.
Me besó más profundo, con cuidado y con pasión a conciencia controlada. Sentí su restricción en la tensión de sus brazos, en la flexión de sus dedos. Me quería, pero no iba a hacer nada para lo que no me sintiera totalmente preparada. Saberlo resultaba embriagador, relajante y apasionante, todo al mismo tiempo, porque sabía que me daría lo que sea que quisiera.
Y me amaba.
La dulzura invadió mi pecho y emergió al exterior, persistiendo en mis miembros hasta que sus manos acariciaron mi caja torácica, y entonces el deseo se impuso.
Estiré los brazos por encima de mi cabeza, instándole en silencio a que sacara mi blusa.
—¿Estás segura? —preguntó.
—Quiero tus manos sobre mí —susurré contra su boca, con delicadeza tirando de su labio inferior con los dientes—. Aquí. Ahora.
Esta debería ser su casa. No tenía dudas. Por este momento también era la mía, porque él se hallaba aquí. Sin importar qué pasará con nosotros en los próximos meses, deseaba esto con él. Quería que tuviera un pedazo de mí, incluso si era solo en un recuerdo.
Mi camisa azul salió con poco alboroto, y entonces Kiba respiró.
—Increíble —susurró mientras enmarcaba con las manos mis pechos cubiertos de encaje. Su boca colisionó con la mía, una nueva sensación tomó el control.
Sus pulgares rozaron mis pezones endurecidos a través del encaje, y me presioné dentro de sus manos, necesitando más. Su mano se deslizó bajo mi espalda mientras me arqueaba, y con un simple movimiento de sus dedos, desató mi corpiño. Con un movimiento de mis brazos cayó al suelo, y luego su boca llegó a mí, atrayendo el pezón en su boca.
—¡Kiba! —grité mientras trabajaba en la carne sensible. Mis muslos inquietos lo acariciaron. Nunca había estado tan excitada con unos pocos toques, nunca tan desesperada por desnudar a un hombre… pero nunca había estado con Kiba—. Quítatela —demandé, tironeando de la tela de su camisa.
Se sentó en sus talones con una sonrisa engreída.
—Tus deseos son órdenes —dijo, agarrando la camisa por el cuello y sacándola en un solo fluido movimiento.
Mi cerebro no tenía palabras para describirlo; el corte de sus músculos, el profundo bronceado de su piel caliente, el deseo que oscurecía sus ojos. Era la definición de sexo, y ahora mismo era mío.
Pateé mis sandalias mientras él se extendía encima de mí de nuevo, descansando su peso a un lado así no me aplastaba.
—Eres exquisita —dijo, corriendo la boca a lo largo de la parte inferior de mi mandíbula.
Escalofríos recorrieron mi cuerpo, mis caderas se mecieron de forma involuntaria.
—Tan malditamente sexy y por fin mía.
Sus palabras se hicieron eco de mis pensamientos mientras me besaba de nuevo, borrando cada pensamiento más allá de su cuerpo y la magia girando a mi alrededor. Si me sentía así de perdida después de algunos besos, cómo me sentiría cuando él…
—¡Kiba! —jadeé cuando sus dedos se deslizaron más allá de la cintura de mis pantalones cortos.
—Dime que no —susurró mientras esos dedos alcanzaban las bragas.
—Pero entonces te detendrías —dije, moviendo mis caderas para encontrarlo.
—Esa es la regla, sí.
Su mano se detuvo encima de dónde más lo necesitaba, donde un latido silencioso palpitaba.
—No te detengas —le dije mientras mis manos se enhebraban a través de su cabello.
Amaba la textura sedosa, la forma en que se deslizaba entre mis dedos.
—Ino.
Mi nombre era una plegaria en sus labios cuando sus dedos me separaban y frotaban mi clítoris. Grité, moviendo mis caderas, arqueando mi espalda, tensando mis dedos en su agarre. Su respiración se entrecortó en su pecho.
—Dios, si supieras la cantidad de veces que fantaseé con esto.
Hizo un círculo en mi clítoris de nuevo, luego ligeramente lo rodó. Gemí y lo besé mientras una de mis manos se clavaba en los músculos de su hombro.
—¿Se encuentra a la altura de la fantasía? —pregunté, apenas siendo capaz de retener un pensamiento mientras me presionaba.
Una ola de placer me atravesó como si fuera electricidad, y la tensión arrolló mi vientre. Casi no existía espacio entre nosotros, pero deslizó un dedo dentro de mí y mi espalda se separó de la cama.
—No hay comparación. Eres más caliente, más húmeda… —Sacó la mano de mis pantalones entonces, ¡santa mierda!, se lamió el dedo que tuvo dentro de mí—. Más dulce de lo que alguna vez imaginé.
—Más.
Fue la única palabra que pude decir porque era lo único que anhelaba. Había tenido sexo antes, no era una monja, pero nunca sentí esta necesidad intensa, esta desesperación por alguien. Se deslizó con besos por mi vientre, luego con un golpecito abrió el botón de mis pantalones, los bajó por mi trasero y luego por las piernas.
—Estos también se tienen que ir —dijo, y mis bragas le siguieron.
No sentía timidez, ni torpeza mientras me miraba como si necesitara memorizar este momento. El deseo en sus ojos era suficiente para hacerme sentir como una diosa descarada. Sus manos comenzaron en mis pechos, apretándolos con la cantidad justa de presión, luego las serpenteó por mis curvas, sobre mis muslos hasta alcanzar el trasero.
No apartó la mirada mientras llevaba la boca a mi centro. Grité mientras me lamía y me succionaba, me hizo el amor con los dedos y luego con la lengua. Mi mente perdió todo el control sobre mi cuerpo mientras me adoraba. Me mecí contra su cara, amando los arañazos de la barba contra el interior de mis muslos. Mis manos se empuñaron en las sábanas, luego en su cabello, cualquier cosa a la que pudiera agarrarme mientras desvergonzadamente me deleitaba en cada sensación que se disparaba a través de mí. Me lamió hasta que mi cuerpo se puso tan tenso que apenas podía soportarlo, la necesidad de liberación retumbaba en mí. Fue tan malditamente bueno, un placer casi insoportable hasta que me rompí en mil pedazos de luz, su nombre fue la única palabra en mi lengua.
Sus labios se deslizaron hacia arriba por mi cuerpo, sobre mi ombligo, entre mis pechos, hasta que hallaron los míos con un beso sorprendentemente tierno.
—Dios, me encanta —gimió.
—¿Qué parte?
Mi sonrisa era débil mientras luchaba por recuperar la respiración.
—Todas. Tus reacciones, tu sabor, la forma en que dices mi nombre. Dios, especialmente eso.
—Kiba —susurré y besé su cuello.
Gruñó.
—Sí, eso.
—Kiba —repetí, explorando con mis manos los gloriosos músculos de su espalda. Su piel se sentía como cálido satén envuelto sobre duro acero. Jadeó mientras mis dedos trazaron las líneas que conducían a sus pantalones cortos—. Sácatelos.
Unos movimientos rápidos y se encontraba desnudo, sentí el calor y el peso de su erección en el lugar que descansaba sobre mi muslo.
—¿Estás segura? —preguntó, mirándome profundamente a los ojos, su pulgar acariciando mi labio inferior.
—Sí. Quiero que seas mío —respondí, luego besé su pulgar.
—Ya soy tuyo en cada forma posible.
Me besó, reanimando la llama que estaba segura mi orgasmo apagó.
Un rasgón del papel de aluminio, y estábamos protegidos.
Me levantó con facilidad, dándonos vuelta para que me posicionara a horcajadas sobre sus muslos mientras se sentaba. Me dio el precioso regalo del control, y me deleité en la habilidad que tenía para volverlo salvaje. Corrí la mano a lo largo de su longitud, deseando haberme tomado el tiempo para saborearlo antes.
Acunó mi cara entre las manos cuando me elevé en mis rodillas y lo guié a mi entrada. Con la mirada conectada, las respiraciones desordenadas y los corazones martillando, descendí con lentitud, tomándolo en mi interior, centímetro a centímetro. Se tragó mi grito con un beso profundo, y estábamos unidos en cada forma posible. Mi carne se estiraba para acomodarlo, y él permanecía inmóvil mientras me ajustaba a su alrededor.
Pero entonces no era suficiente. No cuando estaba tan lleno, tan duro dentro de mí.
Sus manos sostuvieron mis caderas cuando comencé a moverme, su agarre ahondando en mi carne mientras lo montaba.
—Te sientes. Tan. Perfecto —dije entre deslizamientos.
—Nos —corrigió, besando mi cuello—. Nos sentimos perfectos.
Y era así. No era solo sexo, era como cumplir con la unión que nuestros cuerpos exigían porque nuestras almas siempre lo hicieron. Las líneas de su rostro se tensaron mientras él se concentraba en nuestros movimientos, la transpiración hacía que nuestra piel resbalara mientras nos mecíamos uno contra otro, el placer me atravesaba con cada movimiento.
Su mano se apartó de mi muslo para mover el pulgar sobre mi clítoris, los nervios hipersensibles.
—No tienes… —jadeé mientras lo presionaba y luego hacía círculos de nuevo. Traté de reunir mis pensamientos antes de volver a hablar— No tienes que… No creo que pueda…
—Sí puedes —dijo, su cálida respiración en mi oído. Con la mano libre buscó mi coleta, envolviéndola alrededor de su puño mientras gentilmente tiraba mi cabeza hacia atrás. Su boca atacó mi cuello, lamiendo y succionando cada lugar sensible— Tengo siete años de fantasías, Ino. Siete años de imaginar la forma en que gritarías mi nombre, lo apretado que me envolverías cuando me deslizara dentro de ti. Siete años de querer sentirte viniéndote a mi alrededor. Tengo más que suficiente para llevarte allí de nuevo.
Gemí, ya sintiendo esa tensión comenzando a construirse. Cambió nuestro ángulo para que pudiera empujar más profundo, nuestros cuerpos ondulando en perfecto ritmo. Era como si hubiéramos hecho el amor por años, tan en sintonía y en sincronía.
—Te amo —gimió— Nunca voy a tener suficiente de esto, nunca voy a tener suficiente de ti.
Sí, más. Aceleré el ritmo, hasta que mi mundo era una mezcla de sensaciones y Kiba; su respiración, su cuerpo, su aroma, su corazón. Mi orgasmo se construyó hasta que me encontraba lista para demolerme.
—Kiba —supliqué.
—Sí —siseó, entonces condujo su boca a la mía.
Unos pocos movimientos hábiles de sus dedos y me deshice; mi grito fue tragado por el beso.
En el momento en que comencé a caer sobre él, giró colocándome sobre mi espalda. Nuestro beso se profundizó, se introdujo dentro de mí deslizándose a un ritmo que me hizo volver a gritar, mi orgasmo regresó con nuevas réplicas. Gritó mi nombre mientras se vino, sus músculos esforzándose por encima de mí, y a través de la neblina de mi placer, no podía pensar en nada más que en lo hermoso que era.
Después de un beso, colapsó rodándonos de lado. Nuestras respiraciones eran irregulares mientras nos mirábamos fijo.
—Creo que podríamos ser demasiado buenos en esto —dije.
Sonrió y mi corazón se estrujó; gritando una emoción que no podía —no quería— nombrar.
—Sí, pero creo que podría haber margen para mejorar con práctica.
—Montón de práctica —asentí.
—Tanto como puedas manejar —prometió, besando mi nariz. Entonces todos los rastros de risa se esfumaron— Eso fue… No tengo palabras para describirlo. Perfecto no es suficiente.
Extraordinario. Alucinante.
—Perfecto es casi correcto.
Me besó, sosteniéndome como si fuera infinitamente valiosa para él.
—¿Hola? ¿Kiba?
Una voz femenina llegó desde la planta baja. Buscamos ropa, nos vestimos mientras gritó:
—¡Un minuto!
Me tropecé tratando de ponerme las sandalias, donde Kiba apenas me atrapó antes de que cayera al suelo.
—Todo lo que quería era…
—Perfección —dije, besándolo ligeramente una vez que estábamos bien— La tuvimos. Ahora vamos a ver quién es.
Bajamos las escaleras de la mano para encontrar a una pequeña rubia curvilínea en la cocina examinando la nevera. Se giró cuando nos escuchó, sus ojos verdes se ampliaron de alegría.
—¡Oh por Dios!
—¿Temari? —preguntó Kiba.
Por la forma en que saltó a su abrazo, supuse que lo era. La depositó en el suelo y ella se giró hacia mí, envolviéndome en el mismo cálido abrazo.
—¡Tú debes ser Ino! —Se alejó y sonrió—. Neji dijo que ustedes se encontraban básicamente predestinados para las paredes de la cafetería. Soy Temari. La hermana de Naruto.
—¿Paredes de la cafetería? —pregunté mientras Kiba me deslizaba debajo de su brazo—. ¿Naruto?
Kiba besó la cima de mi cabeza.
—Aún no has conocido a Naruto. En este momento se encuentra en un incendio con Sasuke. Son de la edad de Neji, pero me gradué con Temari. Y la cuidad tiene una pequeña tradición; tallamos nuestros nombres en la pared de la cafetería cuando estamos listos para declarar amor eterno.
Mi corazón se derritió.
—Eso debe ser lo más dulce que he escuchado.
Temari suspiró.
—En verdad lo es. Hasta que hay un divorcio o una aventura y ves a alguna enloquecida esposa cavando en la pared con una navaja.
Kiba asintió.
—Eso sucede. Temari, me encanta verte pero, ¿qué te hizo venir hasta acá?
—Oh, bueno, Shikamaru me dijo que los interruptores no estaban encendidos aquí, y cuando no volviste, pensaron que no querrías perderte en la oscuridad si te quedabas más tarde.
—¿Cómo sabías que nos encontrábamos en esta? —preguntó.
—No lo sabía. He revisado otras cuatro casas —admitió—. De cualquier forma, los disyuntores están encendidos ahora, si los dos quieren regresar al… —Gesticuló hacia nosotros—… asombroso sexo que estaban teniendo.
Me atraganté mientras mis ojos se ampliaban.
—No estábamos…
Nos apuntó con la mano.
—Tu camisa está al revés. Como sea. La ceremonia es mañana a la tarde, y luego la reunión del consejo es mañana por la noche, así que ustedes dos pueden juguetear todo lo que quieran.
Quería morir. Era como esa pesadilla donde eras atrapada en la escuela sin ropas… excepto que las mías las tenía colocadas del revés y esto era real.
—Gracias por venir a vernos. ¿Alguien más sabe que nos hospedamos aquí?
Inclinó la cabeza.
—Puede que Magnolia. ¿Debería decirle a Shikamaru que te quedarás con esta?
—Shikamaru, ¿eh? —Kiba sonrió.
Se puso más colorada que la blusa que vestía.
—Cállate.
Kiba rio, todo su pecho retumbó.
—Es bueno ver que no ha cambiado mucho aquí. ¿Sakura ha perdonado a Sasuke?
—¿Cómo lo sabes?
—Oh, vamos. Saku y Sasuke son un hecho. Tanto como tú bailando alrededor de Shikamaru y rezando para que tu hermano y él no se den cuenta.
Entrecerró los ojos hacia él.
—Ay. Has estado en la cuidad por solo un día —Entonces me miró, una pequeña sonrisa jugando en sus labios— Tú y yo vamos a ser grandes amigas. Necesito a alguien en mi equipo contra este tipo.
Asentí.
—Creo que podemos manejar eso.
Me gustaba su franqueza, la forma en que no se andaba con rodeos, y me encantaba la forma en que no coqueteaba con Kiba. Entonces de nuevo, ya había visto lo caliente que era Shikamaru, y si Kiba tenía razón, y esa era la forma en que su mundo se inclinaba, entonces no podía culparla.
—Dile a Shikamaru que tomaremos esta —dijo Kiba— ¿Crees que tenemos los números para esta reunión de mañana?
Su sonrisa se esfumó.
—Los tendremos, de una u otra forma.
La determinación en su rostro era la misma que vi en la cara de Kiba a través de los años, la misma que Shikamaru demostró cuando nos condujo en el recorrido por la casa club. Había acero en esta generación, una tenacidad que sentía simplemente al mirarlos.
Tuve lástima por quién se interpusiera en su camino para volver a reunir a su equipo.
