Personajes: Remus y Lucius


Escuchó el sonido de una lechuza picando el cristal de la ventana. Con cuidado, se quitó el brazo de su acompañante de encima y se levantó despacio. Se puso la bata, resintiendo el dolor de los huesos y músculos maltratados por la última luna llena.

Abrió la ventana y respiró el aire tibio de la noche de final de verano. La lechuza le tendió la pata para que tomara la nota y se marchó sin esperar la acercó a su escritorio y prendió la lámpara para leerla. Le hizo primero sonreír y luego suspirar. Después se levantó y cogió un libro de la estantería superior.

Lo abrió allí mismo, de pie, apoyándolo en el escritorio. Acarició las páginas ya un poco amarillentas, nostálgico.

— Ey, ¿qué haces? —preguntó su amante, mientras le abrazaba por detrás y besaba su cuello—. Vuelve a la cama.

Remus negó con la cabeza y siguió pasando páginas.

— ¿Qué es? —insistió, curioso.

— Hagrid me ha mandado una carta. Harry ha llegado a la escuela este año y resulta que no tiene ningún recuerdo de sus padres. Hagrid le está haciendo un álbum de fotos y me ha preguntado si tengo alguna que le pueda dar.

Por encima de su hombro, Lucius observó las fotos. Aunque hacía poco más de diez años, parecía que pertenecían a otra vida. Abrazó a Remus más fuerte contra su pecho. Las pérdidas... cerró los ojos y apretó la frente contra su nuca.

— Eso puede esperar a la mañana. Ven, volvamos a la cama.

Tardó unos instantes en reaccionar, con los ojos fijos en la fotografía de la boda de los Potter, en la que un alegre Sirius Black le pasaba un brazo por los hombros. Por fin, acarició el rostro en la foto y cerró el álbum. Silencioso y perdido en sus pensamientos se dejó llevar a la cama.

Metidos de nuevo entre las finas sabanas, Lucius volvió a abrazar su cintura y pegarlo a él, con un aire posesivo.

— Nunca hablas de ellos —dijo al cabo de un rato, con forzada neutralidad.

— ¿De James y Lily?

— Y de Pettigrew y... de Black —susurró este último apellido como si le costara salir de su boca.

— Tú no hablas de Narcissa. Ni siquiera con tu hijo —le contestó Remus, con dureza.

— No te pongas a la defensiva.

— Todos tenemos fantasmas, Lucius. Pero tú tienes una vida que te permite no pensar en ello, a mí me sobra el tiempo.

Esta acusación velada, e injusta, molestó a Lucius. No era una discusión nueva, Remus le acusaba de vez en cuando de tener una vida en la que él no tenía cabida, pero tampoco quería escuchar hablar de cambiar las cosas.

— Es tu elección vivir solo en lugar de venir con Draco y conmigo. Y más ahora que se ha ido al colegio —respondió, cansado.

— ¿Ahora vas a lucirme en tus fiestas de la alta sociedad? —El tono incrédulo de Remus le molestó aún más— Vamos, Lucius, los dos sabemos que no.

— Te empeñas en convencerme de que esto es lo que quiero. ¿Prefieres ser mi amante en un pequeño apartamento en lugar de ser mi pareja? No me avergüenzo de ti, ese eres tú. No soy idiota, Remus, sé que no estarías conmigo si Black no estuviera en Azkaban y Narcissa muerta.

— No quiero discutir.

Lucius bufó a su espalda. Lo sintió alejarse y luego salir de la cama, pero no se giró. Su orgullo, su maldito y puñetero orgullo era en realidad lo único que tenía. Ni siquiera pagaba la casa en la que vivía. Era un mantenido, el amante en las sombras del hombre poderoso.

— ¿Por qué quieres que viva contigo? —preguntó por fin, su tono más amable que antes, era una pregunta que no se había permitido hacer en el pasado, seguramente porque le resultaba más cómodo convencerse de que Lucius se avergonzaba de él y por eso vivían así.

— ¿Es una pregunta trampa? Diga lo que diga no vas a creerlo.

Se giró en la cama y lo miró vestirse. A pesar de lo que dolía verlo marcharse cada vez, le resultaban terriblemente atractivos sus gestos precisos y suaves a la vez.

— Amaba a Sirius, seguramente más de lo que él llegó a entender —admitió por fin.

— Y yo amaba a Narcissa.

— ¿Somos entonces un parche para el hueco que dejaron otros?

Los ojos azul hielo se clavaron en él, mientras se ajustaba los gemelos. Entonces se agachó y lo tomó con las dos manos por la nuca para hablar muy cerca de su cara.

— No, Remus. Mi padre me ordenó casarme y lo hice, pero estos últimos ocho años contigo no son una orden de nadie. Estos somos tú y yo. Por eso quiero vivir contigo, porque te amo. Y ya no sé cómo hacer que me creas.

Remus cerró los ojos y unió sus frentes.

— No tenemos ni una triste foto juntos —murmuró.

Sintió a Lucius sonreír sobre sus labios y lo imaginó en su mente, el rostro normalmente serio transformado en un gesto que le gustaba besar.

— Hay un rincón en el jardín, cerca del estanque, con una luz increíble. Deberías venir a verlo.

Sonrió también y le pasó los brazos por la cintura. Abrió los ojos y lo besó despacio.

— Lo pensaré —susurró entre dos besos, mientras volvía a desabrocharle la camisa.


Parece que hemos entrado en una fase tristona. Pero bueno, parece que estos dos van a hacer cambios, si el orgullo de Remus se lo permite.

Mañana volvemos a ver a algunas parejas que han pasado ya por aquí. ¡Abrazos!