Capítulo 20. Rescate en la prisión de la montaña.

Visto de cerca, el conducto de ventilación parecía un pozo sin fondo. Las sombras se mezclaban entre sí, difuminando cualquier contorno y convirtiéndolo en pura oscuridad. Sin embargo, sabía que allí, entre aquella negrura se encontraba Nabooru, y también un desconocido goron. Si tenía la oportunidad, los rescataría a ambos.

A su lado, Link hacía unos complicados nudos en la cuerda para poder deslizarse hasta el fondo de aquel pozo. Había comentado en voz alta que le preocupaba la profundidad de la prisión, y ahora ella no podía dejar de pensar en ello. En parte agradecía volver a pensar con frialdad.

Apenas unos minutos era la adrenalina quien la había controlado a ella. La intensa sensación de libertad que había sentido en aquel momento no podía compararse con nada que hubiera hecho antes. La fuerza de Gorobar catapultándola al cielo, el viento moviendo sus cabellos, la sensación de fluir en el aire. Había sido osada, pero también temeraria. Un movimiento en falso, un pequeño fallo en la sincronización, y su viaje habría acabado allí. Tenía que centrarse.

Se encogió de hombros y volvió a reparar en su casi desnudez. Se había comportado de forma demasiado impulsiva rompiendo su ropa, y ahora iba a infiltrarse en una prisión en cueros. Por si fuera poco, había notado la mirada de Link sobre ella. No había sido el vistazo desinteresado que solía dedicarle, sino algo más… intenso. Era una mirada de fuego, quemaba su piel donde la posaba, como si fuera consciente de ella, de todo su ser. Nunca lo admitiría, pero sentirse así de expuesta frente a él le había generado una sensación de vértigo, la cresta de una ola justo antes de romper.

–Ya está –dijo Link a su espalda, devolviéndola a la realidad. Había deshecho el lazo que le rodeaba la cadera para hacer un 8 donde cupieran ambos. Le pasó la cuerda a su alrededor, pero al bajar la vista al nudo, su mirada se atoró algo más arriba. Otra vez aquella mirada. Debería sentirse incómoda, incluso irritarse, pero no esa sensación en el estómago.

Frunció el ceño y deshizo el contacto por su cuenta. Parecía molesto consigo mismo. Se quitó la tela semitransparente que le cubría el pecho y se la pasó a ella por los hombros. Al menos así se sentía menos expuesta.

–Gracias. –Él asintió, con su silencio de concentración. Apretó el lazo en ambas direcciones y la cuerda redujo la distancia entre ellos. Después se acercó al extremo de la viga y se descolgó.

Al ver el ruido que hacía la cuerda al descender, comprendió que Link había hecho un nudo corredizo. Era algo que Impa le había enseñado en alguna ocasión, pero dado que su utilidad era prácticamente nula en la Corte, al principio no lo había reconocido. En aquel viaje había descubierto que tenía una gran cantidad de conocimiento teórico que nunca había podido poner a prueba. Multitud de recursos pudriéndose en el olvido por el cómodo estilo de vida de la realeza.

Pensó en un tema sobre el que hablar. Tenía que mantener la mente ocupada más allá del contacto de su cuerpo contra los duros abdominales de Link y sus pechos postizos aún más duros.

–¿Qué te dijo Maiya? –preguntó en voz baja.

–¿Qué me dijo cuándo? –devolvió Link. Utilizaba ambas manos para deslizarse por la cuerda hacia abajo.

–Cuando nos despedimos te dijo algo, y tú le respondiste que sí.

–Mmm… cosas nuestras.

–Venga ya –se quejó. Tenía la intuición de que era algo relacionado con ella.

–Cuando me estaba vistiendo me dijo que cuidara de ti. –La forma en la que lo decía parecía avergonzarle. Curioso. –Yo le dije que te estaba intentando enseñar a utilizar el arco para que te defendieras tú sola, y eso pareció gustarle más. Me dijo que siguiera haciéndolo, y volvió a recordármelo cuando nos estábamos yendo.

–Ya veo –comentó. La anciana Maiya había sido muy considerada con ellos. Rezaría a las Diosas por que no le ocurriera nada.

–Y tú, ¿cómo hiciste esa pirueta en el aire? –preguntó Link. Volvía a mirarla con aquel desinterés artificial, el término medio para que no se sintiera presionada pero sí escuchada; era cómodo hablar así. Sin embargo, no tenía respuesta para aquella pregunta. No había tenido que pensar en nada, su cuerpo había respondido solo.

–Pues no lo… –Un impacto en los pies la silenció. Sonó como la jaula de un pájaro. –Ya estamos.

Link terminó de descender y se acuclilló a su lado. Cada movimiento hacía crujir aquel suelo metálico. Se encontraban sobre un techo de alambre entretejido de tal forma que tanto pasillos como celdas quedaban bajo sus pies. Al amparo de las sombras, el ambiente también se había enfriado. –Tenemos que bajar.

–Pero así sería más fácil encontrarla –susurró.

–Con el ruido que hacemos nos encontrarán antes a nosotros –dijo Link–. Sígueme.

Bajo sus pies, una galería de metal se extendía en la oscuridad. Las antorchas que iluminaban la estancia mostraban la dirección de los caminos, dando la sensación de estar sobre serpientes de fuego. Lo más sorprendente de todo es que estaba vacío.

Cuando Maiya le había hablado de la prisión, había imaginado decenas de celdas repletas de disidentes. Gente de todas las razas unidas por la oposición al tirano que gobernaba. Por desgracia, aquel silencio era peor que los murmullos típicos de una mazmorra. Los muertos no hablan.

Se le aceleró la respiración. Sentía el yugo de la responsabilidad enroscándose alrededor de su cuello. Todo lo que había intentado evitar desde que supo que Ganondorf huyó al desierto estaba allí. Aquel sería el destino del resto del reino si fracasaba en su misión. Tenían que encontrar a Nabooru y salir de allí cuanto antes.

Mientras caminaba descubrió una pequeña junta con forma de cuadrado entre los hilos metálicos, como si fuera una trampilla. Al estar todo hecho del mismo material, no lo había distinguido hasta aquel momento.

–Link, mira. –Se agachó y metió las manos entre los huecos de la verja. Al tirar, consiguió quitar el trozo, dejando una apertura al interior.

–¿Una entrada? –preguntó él en voz baja.

–Quizás también utilicen esta parte de arriba para moverse.

Link asintió. Se deslizó por el rectángulo y la ayudó a bajar. Desde ahí comprendió por qué no hacía falta tener tantos guardias. La prisión no contaba con más paredes que la montaña, y todo lo demás eran finas verjas que dejaban ver lo que había a su alrededor. Con un simple vistazo podían vigilar a todos los presos.

Entre las sombras que proyectaban las antorchas distinguió unos bultos oscuros. Zarandeó a Link por el hombro y señaló en esa dirección, pero él no pareció reaccionar. Tenía la vista fijada en otro lugar. Al seguirlo se le heló la sangre. Una figura esbelta y armada parecía observarlos a varios metros de distancia. Parecía inmóvil, como un centinela, pero no cabía duda de que los estaba mirando. Un mar de hilos metálicos les separaban, pero sabía que aquello no la detendría. –Nos han descubierto.

En un segundo, la figura se movió. Aquello pareció hacer reaccionar a Link. –¿Por dónde?

Zelda volvió a señalar en la dirección de los bultos, y ambos comenzaron a correr por los pasillos. Era un lugar contradictoriamente abierto, una jaula con los barrotes lo suficientemente amplios para ver la libertad, pero no lo suficiente para hacerse con ella. El agobio se incrementaba al ver cómo no podían tomar un camino recto, veían su meta, pero las paredes se torcían y les alejaban. Era como recorrer un laberinto invisible.

Echó la vista atrás y no consiguió ver a la gerudo, lo que le recordó cómo habían entrado. Se detuvo un momento y miró al techo, pero no distinguió ninguna junta. Las entradas estarían en lugares específicos, haciendo que solo las guardianas pudieran desplazarse entre ellas. Era una forma muy inteligente de hacer una mazmorra. Link debió notar que se había detenido, porque le agarró el brazo y tiró de ella. –Vamos, no te pares ahora.

Tras unos segundos más de carrera, llegaron a las celdas en las que había visto los bultos. La penumbra los ocultaba con un manto de sombras, pero distinguió una forma rocosa y pequeña y la silueta de una mujer. Ahí estaba, la habían encontrado. –¡Nabooru! ¡Despierta, Nabooru!

La silueta no respondió a su nombre, pero a Link no le hizo falta. Clavó la punta de la cimitarra en uno de los agujeros de la verja e hizo presión. Los hilos se rindieron frente al filo de la espada con un traqueteo metálico. Link entró de cabeza por la abertura. –Oh, no –dijo.

Fue a preguntar qué ocurría, pero escuchó un ruido sobre su cabeza. No necesitó adivinar qué era, porque un golpe en el costado se lo confirmó. Fue tan fuerte que sintió cómo los pies se separaban del suelo y salía despedida contra la verja. Ésta se combó bajo su peso, devolviéndola al suelo con timidez. Trató de moverse, pero no podía respirar. Por suerte, el impacto contra la valla llamó la atención de Link, que se dio la vuelta. Entre ellos, unos bombachos rojos.

Notó los labios de Link pronunciar su nombre, pero no escuchó la voz que salía de ella. No oía nada. Se hizo un ovillo para mitigar el dolor que sentía. El sonido comenzó a volver en forma de latidos. La voz de una gerudo con un tono amenazante. Link respondiendo de la misma forma. Acero entrechocando.

Al levantar la vista vio cómo Link estaba enzarzado en un combate con una gerudo, mientras que otra, la que vestía de rojo, los observaba con una larga lanza en sus manos. Ésta pareció reparar en su presencia, ya que se acercó a ella con una sonrisa despectiva. Las sombras recortaban su figura con ángulos terroríficos, pero el oro en sus ojos parecía brillar por sí mismo.

–Tú –gruñó, como si la conociera. En la punta de su lanza estaba escrita su muerte. Todo iba a acabar allí.

Link consiguió golpear a la otra gerudo, llamando la atención de su compañera. Al igual que cuando estuvo en el aire, notó cómo su cuerpo se movía solo. Deslizó la daga de su funda roja y la lanzó hacia ella. El filo metálico brilló bajo la luz de la antorcha, haciendo que una curva naranja se reflejara como un destello. Fue un segundo, porque al siguiente estaba clavada en el costado de la gerudo. Ésta miró el pomo, que ahora era parte de su cuerpo, y después a ella. Parecía más sorprendida que enfadada, pero sus piernas fallaron y cayó de lado.

Se incorporó como pudo, aún mareada por el golpe. Link había derribado a la otra gerudo, y ahora parecía ir hacia la mujer de rojo. La cabeza aún le zumbaba, pero atravesó la abertura de la verja. Tenían que sacar a Nabooru de allí. La agarró del brazo y tiró de ella.

–Vamos, tenemos que…

Calló. Tenía la piel fría y húmeda. Además, era muy suave, casi resbaladiza. Con la luz tan pobre no podía distinguir su rostro, pero no reconocía aquel contorno. No veía su nariz prominente, ni tampoco la barbilla. No veía su cabellera rojiza. Entonces lo comprendió. No era Nabooru.

La agarró de las muñecas y tiró de ella hacia la salida, donde la luz de la antorcha bañaba el suelo de un color cálido. Apenas le costó esfuerzo moverla; era escalofriantemente ligera. Más alejado, oía la voz de Link siseando en un tono venenoso. –¿Qué le habéis hecho?

Devolvió la atención al cuerpo que arrastraba. Tenía un aspecto era lamentable, con la piel pegada a los huesos como si fuera papel mojado. Los músculos habían abandonado sus brazos y piernas, dándoles el aspecto ramas secas. Sin embargo, lo más sorprendente era el color. Azul. También sus uñas y labios. La prominente forma de su cabeza y la ausencia de pelo revelaban su raza. La terrible realidad se cernió sobre ella.

–Diosas, no…

Era la princesa Ruto.


Estaba fuera de sí. Agarró del cuello a la gerudo y la golpeó contra la valla. ¿Qué trato le habían dado para dejarla con ese aspecto? ¿Cómo podían haber sido tan crueles? Sintió la perversa tentación de estrangularla, pero a la luz de la antorcha consiguió reconocer el rostro de aquella desgraciada.

–Aveil.

El flequillo de la gerudo y la enorme joya ámbar sobre su frente eran inconfundibles. Su aspecto seguía siendo el mismo que tenía en sus recuerdos, pero no su mirada. Tenía los iris dorados como cualquier gerudo, pero sus pupilas eran rojas como las brasas de una hoguera.

–El héroe –susurró en tono de burla–. Qué considerado haber venido aquí.

Aquella no era la voz de Aveil. La mujer tenía un tono pícaro y altivo que nada se parecía a lo que estaba escuchando. Aun así, parecía mantener la lucidez después de la puñalada de Zelda. –¿Por qué la habéis dejado así? Ella no tenía nada que ver en todo esto.

–Eso no debería preocuparte. –Torció la boca en una macabra sonrisa. Sus dientes estaban manchados de sangre. –Se las habéis traído, estúpidos.

–¿Traer el qué? –preguntó, confuso. Los ojos de Aveil se cerraron con pesadez durante un momento. Link temió que fuera a desmayarse y la zarandeó. Necesitaba respuestas. Al volver a abrir los ojos, su mirada se desvió hacia las manos que la sujetaban por el cuello–. Maldita sea, despierta. ¿Dónde está Nabooru?

El fuego pareció volver a los ojos de Aveil, que se clavaron en los suyos. Su rostro se descompuso en una mueca de desprecio. –La traidora… Recibió su merecido.

Aquello terminó con la paciencia de Link, que comenzó a estrangularla. –¿Dónde está?

El rostro de Aveil se congestionó, tornándose de un color rojizo. Aun así, se las arregló para responder. –Muerta, igual que lo estaréis vosotros –escupió.

Las manos se le aflojaron. En aquel momento fue consciente de que Zelda había estado tratando de hablar con Ruto, porque tras aquellas palabras dejó de oírla. El único ruido que se mantenía era un zumbido sordo en el interior de sus oídos.

–Mientes –dijo al fin.

No podía estar muerta, debía tratarse de un engaño. Estaría en aquella prisión, y la sabandija de Aveil trataba de ganar tiempo para que más guardias gerudo llegaran allí y los atrapasen. No podía permitirse fracasar otra vez, no después del incidente de la Luna. Había recorrido un camino demasiado largo para terminarlo allí. El infierno susurraba su nombre, pero no le daría el gusto todavía.

Agarró el mango de la daga que sobresalía de su costado y lo retorció. Aveil gritó de dolor, y sus ojos se anegaron en lágrimas. Sus pupilas volvían a ser negras. –Habla, desgraciada –susurró–. ¿Dónde está?

–No lo… –gimoteó Aveil, con voz ahogada–. Yo no…

No pudo terminar la frase. Se había desmayado por el dolor. Ahora se encontraba en un lugar desde el que no podía responder a sus preguntas.

Se dio la vuelta y miró a Zelda. Acunaba la cabeza de Ruto entre sus brazos. Unas lágrimas silenciosas recorrían sus mejillas, perdiéndose entre las sombras que dibujaban la escasa luz del lugar. Parecía haber abandonado su cuerpo, dejando una carcasa vacía que se movía por inercia.

Miró hacia arriba y vio la trampilla por la que Aveil y la otra guardia gerudo los habían pillado por sorpresa. Habían sido descubiertos y, conociendo el mecanismo de aquella prisión, el camino de vuelta sería mucho más complicado. Además, tendrían que subir a pulso por la cuerda, con todas las guardias sabiendo que era la única salida posible.

–¿Qué hago? –dijo entre dientes. Se llevó la mano a la frente, amansando su propio flequillo. En aquel momento no veía ninguna solución. La salida del techo le parecía lejana, y ante ellos solo había una red gigante de metal y oscuridad. Tal y como había dicho Maiya, había sido una locura entrar allí.

–Eh, goroayuda.

Creyó oír una voz a su espalda, pero no le hizo caso. El agobio le estaba pasando factura, y volvía a delirar. No podía permitirse desfallecer allí. Si las gerudo le daban caza, las enfrentaría hasta la muerte. Derramaría hasta su última gota de sangre antes de que llegaran a tocar a su princesa. –Eh, en serio, goroayudadme.

–Link –dijo Zelda, señalando a su espalda. Parecía haber recobrado el control de sí misma, pero seguía teniendo los ojos llorosos–, mira.

Tras él, en la celda contigua a la de Ruto, pareció distinguir la cabeza de un goron. –¿Qué demonios…? ¿Qué haces ahí?

–¿Sois los gorobuenos? –preguntó el goron, con voz lastimosa. Estaba metiendo los dedos entre los agujeros de la verja–. ¿Habíais venido a salvar a la princesa goropez? Tenéis que sacarme de aquí. Yo también soy gorobueno.

Link se acercó a él. Aquello no tenía ningún sentido. –¿Pero quién eres?

–Soy Rumba –respondió, como si aquello lo aclarara todo.

–Debe ser el goron del que hablaba Gorobar –dijo Zelda a su espalda, con la voz entrecortada. Tenía sentido, el goron gruñón solo había accedido a ayudarlos porque había entendido que ellos iban a rescatar a su congénere.

–Sí, tenéis que gororrescatarme –dijo Rumba desde el otro lado. La luz de la antorcha solo le iluminaba el rostro, dejando a la sombra el resto de su celda.

–Échate atrás –le dijo Link, esgrimiendo de nuevo la cimitarra. Con un movimiento seco, cortó la verja de su celda. La prisión podría ser una perfecta representación de las armaduras gerudo. Ligereza y libertad de movimientos en detrimento de la protección.

Rumba metió las manos en la apertura y rasgó lo que quedaba de verja sin inmutarse. Para su sorpresa, apenas mediría más de un metro. –Ah, mucho goromejor.

–Es un niño –observó Zelda en voz baja.

–¿No podrías haber salido tú solo de ahí? –preguntó Link, viendo la facilidad con la que el goron había doblado el metal.

–Sí, pero me oirían. Además, no sé adónde goroir. –Lo dijo con una sencillez que le hacían parecer estúpido. Sin embargo, su razonamiento era totalmente lógico. Aun con la fuerza para abrir aquella celda, no había ningún lugar al que escapar, solo en Centro de Instrucción y decenas de gerudo malhumoradas entre él y la salida. –Menos mal que habéis gorovenido.

Link torció el gesto. –Nosotros tampoco tenemos claro cómo salir de aquí.

–¿Habéis goroentrado sin tener idea de cómo salir? ¿Sois gorotontos? –preguntó, enfadado.

Los modales del goron no le gustaron. ¿Quién demonios era aquel niño impertinente? –Entramos por la rendija de ventilación, con una cuerda –respondió él–. Pero tú seguro que la romperías. Además, tendríamos que ir por la parte de arriba de esta especie de jaula.

–No, no podéis ir por el gorotejado –dijo Rumba, espantado–. Aunque no las veáis, está lleno de gerudo por todas goropartes. Por arriba, por abajo… a veces hasta pasean por los goropasillos.

Maldijo en voz baja, pero Zelda volvió a tomar la palabra. –¿A qué te refieres con "por abajo"?

El goron ladeó la cabeza. –A los túneles de las gorominas. También están llenos de gerudo.

–¿Cómo sabes que hay minas?

–Qué gorotontería, porque las he visto. Hice un gorogujero y las encontré.

–¿Hiciste un agujero? –preguntó Link, incrédulo–. ¿Dónde?

–Aquí, en mi gorohabitación –respondió, y volvió a entrar en la celda bamboleándose con sus pequeñas piernecitas.

Link descolgó una de las antorchas y lo siguió, pero la voz de Zelda lo detuvo. –Espera. Link, tenemos que llevarla con nosotros.

Tras él, la princesa continuaba acunando el cuerpo de Ruto. Él no podía mirarlo. Si lo hacía se rompería, y no podía permitírselo en aquel momento. Además, no podían cargar con un cuerpo, por vomitivo que le pareciera dejarla allí. Tenían que seguir adelante. –Será una carga si…

–Link, está viva –le interrumpió Zelda.

–¿Qué? –preguntó, dejando la antorcha en su sitio y volviendo a ella. Tomó a la demacrada princesa del brazo, cuyo tacto parecía el de una roca húmeda. Sin embargo, algo seguía bullendo en su interior. Su corazón, aunque casi apagado, seguía latiendo.

–Está muy débil, pero viva –susurró Zelda.

Miraba a la zora con una mezcla de lástima y preocupación, y cuando lo encaró, vio en sus ojos una dureza tan forzada como imperturbable. Había apartado a un lado el dolor de la reciente pérdida de Nabooru por seguir adelante, deshaciéndose de todo lo que no fuera la supervivencia. Él debía hacer lo mismo.

–Está bien –asintió.

Cogió a Ruto en brazos mientras Zelda descolgaba de nuevo la antorcha. Dentro de la celda se encontraba Rumba, y a su lado el agujero. Se trataba de una pequeña abertura tan negra como el resto de la celda. Un pozo dentro de un pozo.

–¿Cómo hiciste eso? –preguntó Zelda.

–Con mis goromanos, claro. Cuando me hacía una gorobola no me vigilaban, así que aprovechaba para cavar –explicó Rumba. En su voz había un molesto deje de orgullo.

–Es muy profundo –admiró Zelda, dándole coba de forma descarada. Link escuchó cómo las verjas comenzaban a entrechocar. Debían haber enviado a más guardias al ver que Aveil no volvía.

–Ya, pero no es goronada. Puedo hacer gorogujeros mucho más grandes –dijo Rumba, con una falsa modestia que chocaba en los oídos.

–¿Y por qué no escapaste por ahí? –preguntó Link, levantando una ceja.

–Es que estaba gorolleno de gerudo. Si me encontraban seguro que me hacían algún gorocastigo. –Zelda le dio un codazo y le dedicó una mirada cargada de reproche. Era como si le riñera en silencio.

–Bueno, como sea. No hay otra salida así que bajaremos por ahí.

–Yo iré la primera –se ofreció Zelda.

Asomó la cabeza al agujero y dejó caer la antorcha. A los pocos segundos escuchó el ruido de la madera chocando con la piedra. Ahora el agujero parecía un pequeño nido de luz. Zelda le miró una última vez y se sumergió en la roca.


Notas de autor: Y las cosas empiezan a encajar, ¿no?

El diseño de la prisión lo quise basar en el Centro de Instrucción de OoT, aunque solo en la parte en la que hay verjas. Me parecía interesante crear un lugar hueco y grande que estuviera delimitado solo con vallas de esas finitas. Son endebles, pero si tienes a gente desarmada, difícilmente podrán romperlas. Además, siempre he considerado que las Gerudo no son demasiadas, así que cuanto más puedan optimizar en guardias, mejor.

De Ruto no quiero hablar mucho, pero sí de Rumba. Me estuve rompiendo la cabeza para ponerle nombre al chavalín. Miré cómo se llamaba algún niño en BoTW y no me convencía. Después pensé, tiene que ser algo que o empiece por D- o contenga un sonido fuerte de erre. Como no se me ocurría nada que me gustase puse Rumba como la aspiradora automática un poco de risa hasta que se me ocurriera algo mejor. Al final, después de seguir escribiendo con ese nombre le acabé cogiendo cariño y se lo dejé. A fin de cuentas, una Rumba es una cosa pequeña y redonda que se arrastra por el suelo.


Sakura: Me alegra que lo vayas viendo. Sí, espero que tanto la relación entre ellos como el propio personaje de Zelda se vea evolucionar.

23-Juliet: Qué alegría leerte de nuevo por aquí, ya te echaba de menos jajaja. En cuanto a lo del traumita de Link, esa exageración se debe a luna de sangre que "potencia" la magia, y también sus traumitas. Al final aunque Términa sea (al menos desde mi punto de vista) algo que ocurrió en la cabeza de Link, la máscara de Majora, imbuida de magia, seguramente tuvo algo que ver en todo aquello. Y gracias por comentarme lo del ritmo. A mí al escribirlo también me dio un poco esa sensación, como de que pueden moverse pero lo que es la "chicha" no está saliendo. Muy a mi pesar, al ser una primera parte no tendremos una conclusión definitiva, pero espero que al menos desaparezca parte de esa sensación jajaja. Gracias por el mensaje y nos leemos en el próximo (pd: sigo esperando actualización a tu fic).