Campana
Ella no había respondido.
Al día siguiente, Draco accedió al Atrio del Ministerio por una de las enormes chimeneas y avanzó con paso decidido hacia los ascensores.
Miró alrededor, dándose cuenta de que algo era distinto, el suelo parecía reformado, la fuente continuaba siendo una escultura alta con las figuras del trío de oro y Albus Dumbledore. Ladeó la cabeza, faltaban las esculturas que Granger había añadido posteriormente, el monumento a los caídos, Tonks, Lupin, Snape, Weasley… Frunciendo el ceño giró el rostro hacia el muro que contenía el mapa jerárquico del Ministerio y casi se traga la lengua al comprobar que, el Ministro de Magia continuaba siendo Kingsley Shaklebolt.
Maldita fuera ¿No se había jubilado al menos cuatro años atrás?
Se frotó el rostro con ambas manos y gimió interiormente.
¿Qué coño había hecho?
Porque sabía, sabía sin ninguna duda que había sido culpa suya.
¿En qué habría cambiado esta circunstancia? ¿A qué habría afectado? ¿Y dónde demonios estaba Granger?
Siguió contemplando el mapa hasta ver su nombre, parecía continuar en el puesto que había tenido justo antes de ser Ministra, justo por debajo de Shaklebolt, como directora de Seguridad Mágica y del Departamento de Misterios, justo por encima de Potter.
Con un suspiro de pesar se dirigió de nuevo a los ascensores y decidió que la buscaría y hablaría con ella aunque ¿Habría cambiado lo acontecido en aquel bar muggle? Al haber modificado el pasado ¿Había eso afectado a su relación? ¿Recordaría ella haber estado con él, hablado con él? ¿Sabía ella algo del giratiempo?
Con un nudo de angustia llamó a la puerta de su despacho y esperó hasta que su voz llegó al otro lado de la puerta.
—Adelante
Inspirando profundamente abrió y entró buscándola con la mirada.
—Hola —dijo sin saber qué más decir.
Se quedó allí, de pie bajo el dintel de la puerta, contemplándola con abierta curiosidad, esperando alguna señal, algún indicio de lo que ella sabía o recordaba de él, preguntándose si no debería decirle lo ocurrido y esperar que, con aquel prodigioso cerebro suyo descubriera la forma de solucionarlo.
¿Habría cambiado su pasado demasiado? ¿Se habría divorciado? ¿Continuaría casada con la comadreja?
Tenía tantas preguntas que no sabía por donde empezar.
—Malfoy —ella sonrió y le señaló una de las sillas —¿Ocurre algo?
—Te mandé una lechuza ayer —dijo con algo de brusquedad —no respondiste y vine a ver si todo iba bien.
—Oh —ella parpadeó, confundida —no recuerdo haber leído tu carta —miró el desorden de la mesa —tal vez mi asistenta la dejó por aquí y la traspapelé, lo siento, está siendo una semana terrible.
—Entiendo.
Se volvió a quedar en silencio y se pateó mentalmente por su evidente falta de locuacidad.
—¿Qué pasa? —volvió a preguntar ella —¿Es por el giratiempo? ¿Ha ocurrido algo?
Draco cerró los ojos agradeciendo mentalmente que ella recordase, al menos eso no lo había olvidado.
—Más o menos —respondió.
Aquello la hizo abrir los ojos y contemplarle con abierta curiosidad, teñida de una preocupación que no disimuló.
—No has cambiado su pasado —frunció el ceño, como si tratara de recordar —en mis recuerdos tu esposa falleció por lo que no la has salvado aún.
Ese aún hizo que se estremeciera y tocó algo en su interior. Porque puede que fuera un maldito egoísta con más equivocaciones en su haber que aciertos, pero incluso él tenía un límite y sabía que no podía seguir jugando con el pasado, al menos no sin tener la plena y absoluta seguridad de poder salvar a Astoria sin volver a cambiar nada.
—No, pero creo que tenemos que hablar —dijo con una seriedad que la puso a alerta.
—Hablemos —respondió ella.
—No aquí —no iba a hablar sobre sus infracciones de la ley en el Ministerio, no se fiaba de nada que pudiera pasar dentro de aquellas paredes.
—Está bien. ¿Te apetece que tomemos un té?
—Preferiría que fuera lejos del Callejón Diagon ¿Hogsmeade, por ejemplo?
Ella pareció desconcertada pero asintió al cabo de unos segundos.
—De acuerdo.
Cuando llegaron al pequeño pueblo mágico y entraron a las Tres Escobas, Malfoy pidió un whisky en lugar de un té y Hermione finalmente se decantó por una jarra de cerveza de mantequilla.
Eligieron una mesa algo apartada de las demás y se sentaron, disfrutando de sus bebidas durante unos minutos antes de volver a hablar.
—Pasó algo la última vez que regresé —dijo frotándose las sienes con los dedos para paliar el dolor de cabeza que amenazaba con convertirse en una migraña.
—Eso lo he intuido por la cara que traías esta mañana.
Él asintió aunque su expresión seguía siendo grave.
—Vine aquí, a Hogsmeade. Sabía que Tori estaría aquí ese día porque yo me había quedado con Scorpius y ella tenía que ver a una de sus primas, que cursaba su último año en Hogwarts.
Me escondí cerca de Las Tres Escobas a esperar, pero tú llegaste.
Ella contuvo la respiración y se llevó la mano a la garganta.
—Te pregunté si todo estaba bien —continuó ella con el rostro inexpresivo y la voz temblorosa — te conté que había venido a ver a Neville y te pregunté si habías vuelto alguna vez a Hogwarts.
Él simplemente asentía con lentitud.
—Tenías que hacer unos recados y…
—Y fui a la Tienda de Plumas de Scrivenhaft —jadeó mirándole horrorizada —yo… yo estaba dentro cuando atacaron la tienda.
—Por mi culpa —dijo Draco
—¿Cómo puede ser tu culpa? Además… —le miró como si le viera por primera vez después de mucho tiempo —nadie supo cómo llegué a San Mungo pero durante un tiempo yo tenía sueños y… —se sonrojó levemente —soñaba contigo, con que tú me encontrabas entre los escombros. Pensé que quizás, al ser la última persona con la que recordaba haber hablado antes, estaba algo influenciada por el recuerdo.
—Si yo no hubiera estado ahí, si no hubiera hablado contigo tú jamás habrías estado en esa tienda —masculló él masticando las palabras.
—No seas tonto —resopló la bruja —eso no puedes saberlo.
—Claro que puedo —sentenció con frialdad —porque en mi pasado, en el tuyo, en el que había antes de que yo interfiriera en él, tú no estabas en esa tienda el día del ataque. Fui yo quien cambió algo, fui yo quien hizo que casi acabaras muerta.
Se miraron sin hablar, ambos dejando que las palabras se asentaran sobre ellos, procesando la información y las consecuencias y, mientras continuaban sin apartar la vista el uno del otro, una campana sonó en la distancia señalando que era ya el medio día.
Cuando el último repiqueteó terminó de oírse, ella habló.
—Cuéntame todo —su voz era suave y firme —desde el principio.
