Disclaimer: los personajes pertenecen a Masami Kurumada, yo sólo estoy jugando con ellos.

-X-

Evarella está durmiendo encima de la gran alfombra de piel sintética en la sala de estar. La casa claramente carece del olor a pastel de calabaza que a menudo la invade, lo que sería un alivio si no fuera por el hecho de que no hay nada que enmascare el olor a calabaza podrida del exterior.

Milo se agacha a su lado y la observa atentamente. No hay marcas visibles en su rostro, ningún aroma particular que pueda evidenciar una anomalía física. ¿Posesión? Seguramente. Sólo debe hallar una manera de separar ambas entidades sin infligir demasiado daño a la anciana maribunda.

Va a la habitación al final del pasillo, pero está cerrada. El sol ilumina las marcas de arañazos en la puerta. Algunas de estas son viejas. Algunas de estas todavía están manchadas con sangre seca.

Milo pega la oreja a la puerta, espera un par de minutos, pero no oye nada.

Regresa a la sala de estar de abajo. Evarella sigue durmiendo. Vuelve a hacer un examen rápido de sus brazos, su cuello, sus piernas. Sin marcas. Lo que sea que entró en ella, no dejó ningún rastro. Ahora, ¿qué tipo de criatura... ?

La lleva al dormitorio detrás de la cocina y la acomoda en la cama pequeña allí. Se sienta en una silla de madera al lado del catre y agarra las placas de Escorpio en su cuello, mientras espera.

Evarella se despierta unas dos, tal vez tres horas más tarde. Milo tiene los ojos cerrados, pero el breve cambio de ritmo en los latidos de su corazón y el chirrido de la cama lo regresan a la realidad. Evarella necesita un momento para procesar el hecho de que él está ahí. Ella grita, pero su miedo es rápidamente reemplazado por una risa.

(Ese ruido suyo se está volviendo asombrosamente irritante).

—¡Oh, querido! ¡Me asustaste! —se ríe. Milo la mira impasible—. Oh, alabados sean los dioses, ¿me quedé dormida? Oh, no. Alcánzame ese vestido, hijo, ¿quieres? Gracias. ¿Tienes hambre? Por eso estás aquí, ¿verdad? No puedo dejarte ir sin desayunar, pobrecito. No te preocup- ¡Ah! Alcanza mis sandalias para mí, ¿puedes? Gracias, cariño. Eres un chico encantador —hay otra risa—. ¿Qué te parecería un pastel de calabaza? Sé que te encantará, es la receta secreta de mi familia. ¿Te gustaría saber los ingredientes?

—Sí.

—¡Amor! —Ella se aún más, encantada—. Es el amor, querido, el amor nos mantiene a salvo y unidos, y cuando vertemos nuestro amor en nuestra cocina, bueno, lo sabroso sólo puede ser el resultado final, ¿no crees?

—Mm. ¿Ella solía cocinar contigo?

—¿Quién?

—Tu hija.

Evarella hace una pausa. Ella había estado mirando a Milo hace un momento, pero ahora mira al suelo, toda la alegría risueña, el entusiasmo exasperante se han desvanecido por completo.

—Ella... Ella me dejó.

—Ella murió, ¿no es así? ¿Cómo?

—Me dejó. Le... gustaban las calabazas. Siempre le encantaron las calabazas, deseaba que crecieran durante todo el año para poder cosecharlas... y tallarlas... —su voz se tambalea a tal punto de que sus palabras se convierten en patéticos gemidos. Milo tiene que esforzarse mucho para escucharlos—. Ella las amaba, decía que eran sus amigas, las únicas que podía tener. Ella estaba asustada, ¿sabes? Le tenía miedo al... al exterior... Ella no era así, era feliz y despreocupada, hasta que un día-

La pequeña figura patética que estaba inclinada hacia delante, casi llorando en sus manos con esa voz quejumbrosa suya, de repente ya no existe. Evarella simplemente se detiene, los ojos secos, y observa a Milo como si no lo reconociera. Y luego se ríe—. Oh, querido, ¡estás aquí! Bienvenido. ¿Te gustaría un poco de pastel de calabaza? ¿Te gustaría saber el ingrediente secreto?

—Sí —dice Milo, y suspira, y se levanta. Él ya conoce el ingrediente secreto, de todos modos.


Debería ir al mercado. El mercado de esta ciudad se veía bastante decente cuando pasó por allí hace unos... ¿días?... seguro que tendrían las cosas que necesita. La gente a menudo conoce todos los rumores y habladurías que giran en torno a las rarezas de sus propios vecinos. Quizás alguien le aclare las dudas que lo carcomen. No le gusta la idea, pero por el momento parece la cosa más viable que podría hacer.

Casi le dan ganas de patearse a sí mismo por no haber pensado en ello antes.

¿Todavía es verano? Oh, las hojas han empezado a secarse y tornarse de un naranja rojizo. La temperatura ha disminuido un poco. Se siente lejos, como si estuviera flotando. Qué divertido. Las hojas caen, caen, caen...

Realmente debería ir al mercado.

Se pone las botas, abrocha su cinturón y sale por la puerta principal.

El olor a calabaza podrida casi lo hace vomitar.

Evarella está en el jardín, recolectando cabezas de calabaza frescas para hornear más de sus pasteles de calabaza. Le talla rostros ha todas las que ha puesto a secar: rostros felices, rostros tristes, pequeños rostros espeluznantes con dientes puntiagudos y malicia en sus ojos. Son malvados, mezquinos y perversos, y lo disfrutan. Disfrutan cuando está afuera, porque entonces pueden lastimarl-.

Debería ir al mercado.

Él lo hace, lo intenta. Da un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos, cinco, seis, va, va, ¡lo está logrando!

—¿Puedes ayudarme con esto, querido?

Milo se detiene y la ayuda a llevar las calabazas adentro; la ayuda a despojarlas de su carne hábilmente con el cuchillo de cocina y luego las pone a secar, justo como hace Evarella. Cuando termina, ayuda a tallar las caras. Se mueve por inercia y siente que una extraña pesadez tira de sus extremidades. Él... él iba a hacer algo, ¿no? ¿Pero qué? Lo ha olvidado.

¿Qué es lo que se supone que debe hacer ahora, si ya casi no quedan calabazas, al menos hasta que se cosechen nuevas?

Bien. Tiene que regresar adentro. Permanecer en el interior, donde es seguro; tomar una siesta, tal vez.


Las raíces de mandrágora cuelgan de los marcos de puertas y ventanas, y hay otra debajo de su cama. Milo se las queda observando fijamente. La mandrágora es una planta altamente tóxica que puede provocar la muerte en caso de ingerirla. También puede provocar mareos, dificultad para respirar y bradicardia si se la toca directamente. Lo sabe porque Afrodita se lo explicó una vez, cuando lo ayudó en su jardín.

Las calabazas no son lo único que se cultiva en este lugar, por lo visto.

Decide darse una ducha antes de ir a dormir y agarra con fuerza las placas de su armadura mientras se recuesta.

Sueña que está de nuevo en Escorpio, excepto que no es su Casa, y no es el Santuario; es una fortaleza en lo alto de las estrellas, es un palacio en los límites del océano, es...

Es una casa antigua y elegante en medio de la nada en Dasoktima Tatoiou. Luego, siente dagas en las costillas, trapos sucios en la frente y la depravación de los desesperados a flor de piel. Las canciones de cuna de su infancia ya no lo arrullan, pero la violencia se ha instalado en sus huesos durante mucho tiempo.

Las placas de Escorpio empiezan a vibrar al momento que escucha algo romperse fuera de su puerta. Está aquí, es la cosa; está justo aquí y sólo necesita encender su cosmos para...

No puede moverse.

La cama se hunde por el peso de alguien, algo subiendo encima de ella, uniéndose a él. Eso, la cosa, está gimiendo y lloriqueando y suplicando y silbando...

Aaahr, maaaahhh —y se arrastra sobre él con ojos desorbitados y suplica misericordia y le está pidiendo ayuda; le está rogando que lo haga, que no lo olvide. Está aquí; está llorando y silbando y está cerca y no puede moverse; qué muerte tan ridícula, qué manera más estúpida de irse.

Milo escucha un deslizamiento húmedo cerca de su oído. Sigue una bofetada viscosa, y luego otra, a un ritmo fascinante. El más ligero de los toques en su tobillo hace que gruña. Otro aterriza en su estómago, la humedad fría empapa la tela de su ropa mientras permanece inmóvil. Puede sentir los dedos individuales descansando allí. Contra su cuello, una ráfaga de aire golpea su piel desnuda, trayendo consigo el olor a carne agria que persiste en toda la habitación.

En su hombro, el otro hace un chasquido seguido por el crujido de pequeños dientes. Milo piensa que podría haber hecho un ruido profundo en su garganta. ¡Quiere matarlo, quiere destruirlo con su cosmos pero no puede moverse!

...mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm-

—¡No me toques, maldito!

Milo se lanza hacia adelante, sentándose en la cama con tanta ferocidad que lo marea. Los puntos en su abdomen parecen romperse un poco por la brusquedad de sus movimiento y ahora está sangrando de nuevo, y hay un fluido maloliente por toda su ropa.

—Ese... ese desgraciado —sisea, la rabia y la indignación retorciendo sus entrañas dolorosamente—. ¡Haré que lo lamente!

Él respira. Sólo necesita calmarse. Su cabello está enredado y trenzado por alguna razón, y la maldita cama, consecuentemente, se prende fuego.

—¡Joder, joder, joder!

Agarra lo primero que aparece frente a él, probablemente una alfombra de piel sintética como la que está en la sala, y apaga el fuego.

Se pellizca el puente de la nariz, cierra los ojos y se pasa los dedos por la frente sudorosa.

("...mmmmaaaaaaaaaaahhhhhhhhrrrrrrrrr...")

Milo abre los ojos. Mira fijamente la raíz de mandrágora que cuelga del marco de la ventana durante mucho tiempo.

El Santo de Bronce los colgó. El mocoso que estuvo aquí antes que él. El niño que fue asesinado por la criatura que le está dando estas pesadillas.

Milo empieza a revolver la pila de ropa dentro del armario al otro lado de la habitación. En él hay prendas viejas, elegantes, carcomidas por las polillas. Se mueve hacia el cofre sentado tímidamente en un rincón. Más ropa, algunas joyas, pequeños cuadros, libros. Se dirige a la bolsa de viaje que está debajo del escritorio del estudio. Es uno sencillo, de cuero fino que sin duda sería caro, pero no demasiado, nada parecido a los demás artículos de la habitación, salvo los que pertenecen a Milo, eso es.

Una billetera, un encendedor, una cajetilla de cigarrillos, un pasaporte, un viejo libro de cuentos infantiles traducidos a la lengua común, un celular, un estuche de lápices de colores, un bolígrafo y un cuaderno de notas...

Y un álbum de fotografías.

Son las cosas del Santo de Bronce.

Milo se queda largamente inmóvil, pensando. Su espalda está arqueada y no parece prestarle atención a la mancha carmesí que se extiende en su abdomen, ni al gran mordisco en su hombro.


Esto es lo que pasa con un tipo de espectro que no tiene nada que ver con los de Hades: no nacen, por lo que no pueden considerarse seres vivos. Cobran existencia cuando una persona fallece, dejando atrás una plétora de emociones intensas, generalmente negativas, y asuntos sin resolver: el espectro se levantará del cementerio y, a partir de ese momento, deambulará. Pero pueden ser asesinados: la energía llamada cosmos es más efectiva que cualquier medio convencional para destruir cuerpos astrales.

Sin embargo, aquí hay algo sobre otro tipo de monstruo: los hyms son bastardos astutos, más inteligentes de lo que deberían. Bueno, no del todo inteligentes, pero capaces de tomar algunas decisiones inteligentes que pueden poner incluso al Santo más experimentado en una racha de insomnio malo e inquieto. Es posible que un hym joven no pueda hacer mucho más que causar dolores de cabeza, agonía y pensamientos aterradores, a menos que esté parasitando a un huésped particularmente fuerte, como un adulto completamente sano y desarrollado. ¿Uno maduro, sin embargo? ¿En su ciclo reproductivo? Se han registrado síntomas de agorafobia, paranoia y comportamiento compulsivo en huéspedes cuando están involucrados hyms. Los hyms son demonios a los que les gusta su espacio, especialmente si su objetivo es poner sus huevos en su huésped, por lo que el comportamiento inquietante no es algo tan descabellado para que un parásito se esfuerce por lograrlo en una víctima:

Esto es lo que pasa con el trabajo de un Santo: no siempre es posible tener todas las respuestas. La mayoría de las veces, el trabajo incluye pelear contra dioses ególatras y caprichosos cuyas rabietas son el equivalente a catástrofes de proporciones bíblicas, en el sentido más literal de la palabra. Sus motivaciones no son del todo un misterio, ni tampoco sus emociones cien por ciento humanas. Ahora, existen seres radicalmente opuestos a los enemigos convencionales con los que un Santo de Athena está acostumbrado a tratar.

Y a veces, un Santo sólo puede confiar en su habilidad para conectar los puntos y hacer lo que cree necesario, pues el resultado final sólo dependerá de su propio poder, su propia convicción: la mente humana es un lugar tan salvaje e inexplorado como cualquier tierra de allende de los mares; está habitada por multitud de peligros: miedos, recuerdos dolorosos y traumas que merodean por los límites de nuestra conciencia, como depredadores esperando un momento de debilidad para hacer su aparición... y destruirnos.

Esas son las presas más fáciles para aquellos que no son humanos, o dioses.

Así que aquí está la conjetura de Milo: un hym infectó a la hija de Evarella. No era joven, sino madura, quizás cerca de su ciclo reproductivo. Ella no sobrevivió, por supuesto; no ha habido ningún registro de que alguien haya sobrevivido a algo así. La hija de Evarella, una vez una doncella dulce y cariñosa que disfrutaba de los pasteles de calabaza, ahora es de repente un bicho raro paranoico y agorafóbico. Inquieta a Evarella. Cuando la hija muere, Evarella la pierde. La chica se convierte en un espectro que acecha a su propia madre, y Evarella la pierde aún más. ¿Y el hym? Bueno, el hym tendría que buscar otro anfitrión.

¿Y el Santo que vino antes que él? Bueno...


Se vuelve a coser la herida después de asestarle un gran puñetazo a la pared, agrietándola. Sólo Dios sabe la frustración que lo carcorme en ese momento. Se siente tan inútil.

Luego, Milo espera hasta que la luna, casi llena, esté alta en el cielo. Cuando escucha ruidos de arañazos fuera de su dormitorio, se pone en acción.

Déjame entrar, déjame entrar —sisea la cosa a través de Evarella, rascando insistentemente la puerta porque es la única forma que conoce de entrar en algo. El espectro mantiene la puerta abierta físicamente porque sabe que el hym no puede ver bien sin la ayuda de la luz de la luna.

—Oye —llama Milo, y cuando el hym no le presta atención, lo intenta una vez más, con una voz poderosa—. ¡Oye!

Entonces, el hym gira el cuerpo de su anfitrión. El cuello de Evarella se dobla de manera antinatural y lo mira con ojos vidriosos que parecen estar pidiendo muerte.

—Quieres un nuevo cuerpo, ¿no? —se burla Milo, aunque no está seguro de que el hym pueda entender este nivel de conversación—. ¡Bueno, no hay necesidad de que pierdas el tiempo ahí! Ven, acércate —se corta el brazo con apenas una ráfaga de su cosmos y la sangre empieza a gotear inmediatamente en medio del pasillo. El hym emana un olor a podredumbre, parecido a las calabazas descompuestas del exterior—. ¿No me escuchas? Aquí estoy. Apuesto a que serás el primero en probar la sangre de un Caballero Dorado, pero primero debes ganar ese derecho.

La cabeza de Evarella está inclinada hacia un lado, en una clara muesca de curiosidad. Pero el hym no se abalanza sobre él.

—¿Qué? —se burla Milo, aún más fuerte—. ¿No aceptas esta ofrenda? Ah, ¿entonces no soy lo suficientemente bueno para ti?

El hym da un par de pasos tentativos hacia adelante, cauteloso.

—La quieres porque está debilitada, ¿verdad? ¿Cuántas semanas, meses, te tomó? —otro paso, y luego otro, y Milo sigue hablando—. La espectro ha intentado mantenerla con vida y lejos de ti, pero fracasó, ¿verdad? Al final no pudo evitar que pusieras tus asquerosas zarpas sobre ella. La quieres porque ya tuviste a su hija cuando estaba viva. Pero, observa: soy un anfitrión mucho más adecuado que esa patética anciana, ¿por qué no me tomas?

La puerta se cierra al instante de juzgar que el mahr está a una distancia lo suficientemente segura. La luz de la luna ilumina el pasillo, y aunque Milo no necesita la ayuda de dicha luz para ver la larga lengua de hym saliendo de la boca de Evarella, trata de pensar que al menos así es cómo quiere recordarla: pálida, frágil, envejecida, piel iluminada por la luna, brillando a medianoche a pesar de que apenas queda vida debajo de ella.

Bajo la tenue claridad, el hym se da cuenta de inmediato de lo que está sucediendo. Puede ver cómo se cierra la puerta y lanza el cuerpo de la anciana para impedir que lo haga completamente. El hym no está tan cerca como a Milo le hubiera gustado, pero tendrá que funcionar.

Le lanza su restricción lo más suave y leve posible, y entonces sujeta a la mujer entre sus brazos. El exceso de entusiasmo, por lo general, es el camino más viable para cometer errores estúpidos, y Milo nunca fue un hombre de mucha paciencia, por lo que tiene que contenerse a horrores para evitar incinerar el cuerpo de la anciana con todo y hym dentro. Luego, pega su frente a la de ella y se concentra en derribar las barreras mentales.

Escarba, escarba, escarba, hasta que finalmente llega.

El alma del hym es del negro profundo de un derrame de petróleo, y ha recubierto casi enteramente los destellos azules de la humanidad de Evarella. El demonio grita con voz ronca cuando los colmillos del Escorpión lo atrapan en una mordida asfixiante, sus garras tratando de cortar a través de él para deshacerse de la forma carmesí que se ha enroscado a su alrededor, separándolo de su huésped.

Los rugidos y gruñidos de Evarella se vuelven más frenéticos, insufribles, pero Milo no se detiene. El cuerpo de la anciana intenta doblarse hacia atrás y él afianza su restricción, impidiendo que la columna vertebral se parta en consecuencia. El hym grita aún más fuerte, como si lo estuvieran desgarrando.

Por supuesto, nada le funciona para liberarse de las agonías rojas de Escorpio.

Milo esboza una pérfida sonrisa al momento que logra arrastrar al hym lejos de la anciana, la forma del demonio arremolinándose en la habitación como un caleidoscopio de alas oscuras y bordes afilados, una masa uniforme de ojos brillantes que parecen contener el fuego del infierno.

Es este demonio el que casi lo enloquece.

Para un Santo de Athena, la repugnancia es instintiva, de la misma manera que un humano que se está ahogando lucharía por respirar. Sin embargo, en el fragor de la batalla, hay muy poco tiempo para la teatralidad del disgusto. La existencia se limita a cada momento solitario, y la única preocupación de Milo en ese microsegundo es esquivar los tentáculos de oscuridad que se abalanzan sobre él.

En el instante que sus pies vuelven a tocar el suelo, las garras del hym se extienden de nuevo hacia a él, una y otra vez. Muy pronto, tanto el demonio como el Caballero Dorado entran en un ritmo frenético de golpes y ataques.

Sin embargo, uno es más débil que el otro. Así se confirma cuando el demonio se convulsiona de dolor, emitiendo fuertes chillidos. Su asalto a Milo se detiene mientras lucha por simplemente mantener su forma, cada ojo, cada pluma y cada extremidad víctima de pequeñas estrías rojas que se extienden a lo largo de su cuerpo.

La gente a menudo asume que las picaduras del escorpión se limitan a golpes físicos. La realidad es que el veneno va mucho más allá de eso.

Milo no puede dejar de sonreír. Quizás existan demonios al nivel de un Santo de Oro, pero el que tiene delante no es uno de ellos.


Milo respira.

Su misión está hecha. Le duele mucho la cabeza y siente un regusto amargo en el paladar, pero ¿qué más hay de nuevo?

Ahora, para tratar con el otro asunto urgente...

El dormitorio que tiene la puerta junto a la ventana continúa completamente abierto. Milo se dirige ahí.

Hay un chico tirado en el suelo. Un Santo. Cuánto tiempo ha estado allí, Milo sólo puede adivinarlo, porque incluso para él los días se han vuelto difusos; cómo se las ha arreglado para mantenerse con vida, Milo ni siquiera puede imaginarlo.

Se arrodilla junto al niño.

—Oye —llama, abofeteando suavemente la cara del Santo para comprobar si hay algún tipo de respuesta—. ¿Sigues vivo? Tu respiración me indica que sí.

El niño –Aster, si la información de sus documentos civiles está en lo correcto— apenas se mueve, pero Milo puede ver que sus labios se tensan levemente y que un suave murmullo escapa de ellos. Agua.

—Maldita sea. Muy bien, te daré un poco de agua.

Cuando está a punto de cargar a Aster y Evarella en sus hombros como bolsas de papa para largarse de allí, el aire se torna frío de repente, y Milo siente una presencia a sus espaldas. Se da la vuelta y ve al espectro bloqueando la puerta.

Se parece a lo que Milo imagina que era Evarella en su juventud. Y así, se da cuenta de que ni siquiera preguntó el nombre de la chica.

¿Por qué...? —pregunta el espectro, su voz arremolinándose con el suave viento—. ¿Por qué te quieres ir? Afuera no hay nada. Estás a salvo aquí. Te amaré y te mantendré a salvo, quédate conmigo.

Milo no tiene tiempo para lidiar con un espectro agorafóbico y posesivo en este momento.

—Gracias por cuidar de ellos —dice, aunque sólo sea para ganar un par de segundos—, pero me encargaré del resto.

Antes de que el espectro pueda reaccionar, el cosmos de Milo se dispara en forma de un relámpago dorado y la destroza en miles de fragmentos que se dispersan en el aire. El espectro muere con un grito de angustia al vacío, terminando finalmente allí su existencia. Milo siente que odia esta parte: es demasiado fuerte para sus sensibles oídos.


Aster se despierta y no huele la cocción del pastel de calabaza. Eso parece significativo por alguna razón, pero no puede recordar exactamente por qué.

—Aster de Brújula, ¿no es así? —la voz que escucha es maravillosamente familiar y aterradoramente poco paciente.

Aster siente que un flujo de emociones le corta las palabras. Está... está frente al Caballero Dorado de Escorpio, y es la primera vez que le dirige la palabra.

—Sea lo que sea que quieras decir, ahórratelo —gruñe el hombre—. Ten —le extiende un plato de sopa que huele sorprendentemente bien.

—L-la... ¿La anciana?

—En el hospital. Viva.

—¡Oh, gracias a Athena! ¿Qué fue lo que sucedió?

—Te lo diré frente al Patriarca cuando regresemos.

—Eh, Señor, usted me salvó, ¿no es así? Qué gran alivio. No sabe lo que tuve que... Espere, ¿esto es sopa de calabaza?

Milo sonríe.

—¿Quieres saber cuál es el ingrediente secreto?

—... ¿Amor?

—Sal. Ahora come tu maldita sopa, que estás piel y huesos.

-X-

El hym fue directamente sacado del lore de The Witcher, pero me tomé varias licencias artísticas, como su forma y el hecho de que no usa magia, sino cosmos. Bueno, asumo que en Saint Seiya aquello a lo que llaman "magia", de hecho, es cosmos.

Muchas gracias por la lectura :)