Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

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Búsqueda frenética

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La neblina apareció tan rápida como inesperada. Como una muralla gris que hacía imposible ver más allá de unos pocos metros, tan sólida que toda luz se reflejaba en su superficie. El aire era frío y el aroma húmedo de los árboles saturaba todos sus sentidos. El chaleco impermeable estaba cubierto por una capa de ínfimas gotitas.

Jadeaba, con fuerza, con cada pedaleo. Con cada esfuerzo que hacía inclinando el cuerpo hacia adelante, luchando contra la férrea oposición de la pendiente. El camino agreste estaba cubierto por piedras y partes húmedas que comenzaban a formar un pegajoso lodo. Las ruedas amenazaban con resbalar, las piedrecillas saltaban disparadas cuando eran aplastadas a su paso. Pero no se detenía. Aferraba con mucha fuerza el manubrio, que vibraba con violencia bajo sus palmas. Un fuerte golpe del suelo hizo que su mano resbalara, pero la volvió a cerrar con más firmeza, seguida de un quejido.

Apretó los dientes. Era una batalla en contra del terreno, de la naturaleza que lo mantenía casi a ciegas, esquivando obstáculos inesperados. La inclinación aumentó y su velocidad inicial disminuyó mucho. Trató de pedalear con más fuerza, de mantener el ritmo, pero se le hacía cada vez más difícil. El peligro de lo inesperado fue reemplazado por el dolor del esfuerzo extremo, del cansancio de los músculos, del aire frío que con cada respiración a grandes bocanadas lastimaba su pecho.

Al cruzar los árboles se encontró con una planicie. El terreno cedió y se tornó más plano. Había alcanzado la cúspide. El sendero ahora cruzaba por un campo de flores amarillas de tallos muy altos. Pedaleó más rápido y otra vez se enfrentó a la neblina. Iba tan veloz que los obstáculos aparecían casi frente a sus narices. Estaba tenso, concentrado al extremo, tratando de mantener alineada la bicicleta que ante cada inesperada curva o roca debía esquivar sin tiempo.

Una sonrisa apareció en sus labios, mostrando los dientes apretados, los ojos afilados bajo el borde del casco.

Avanzó a toda velocidad por el centro del campo de flores, hasta cruzar el final de la neblina. Ante sus ojos se abrió un espectáculo estremecedor, como si se encontrara solo en el borde del mundo. Más allá de la planicie había un bosque de un verdor oscuro e intenso, que ascendía por el cerro. Después del cerro estaba la primera montaña todavía con nieve. Las nubes cubrían el cielo, y el aire era tan puro que lo hacía sentir más vivo y refrescado. Suavizó el ritmo del pedaleo a unos pocos intervalos y se dejó llevar por la inercia, mientras la bicicleta vibraba, subía y bajaba con cada pequeño desnivel.

Se había distraído y no vio el final del camino, hasta que lo tuvo encima. Frenó y ladeó el cuerpo, giró la bicicleta dejándola perpendicular a la fuerza que lo llevaba hacia adelante. Las ruedas se arrastraron ayudadas por un pie. Tiró hacia atrás.

Se detuvo, a menos de un metro del final del campo de flores donde el terreno caía en un profundo acantilado.

Suspiró. Se pasó la mano por la frente y tras el miedo y el bombeo de adrenalina que sintió, vino el alivio. Respiró unos segundos a grandes bocanadas, hizo sonar su nariz. Aspiró una última vez y exhaló todo el aire. Se calmó finalmente. Sacó la botella de agua y bebió un poco. La cerró y se quedó quieto un largo segundo mirando la belleza del valle a sus pies. Un bosque oscuro cubierto por pequeños cúmulos de niebla, que eran como esponjosos círculos grises entre los árboles. Las nubes comenzaron a ceder y unos pocos rayos de sol pálido le dieron en el rostro.

No estaba tan mal.

Una hora después, regresó a la cabaña en el centro de recreación, caminando junto a su bicicleta. Era el lugar que había elegido para pasar unas cortas y obligadas vacaciones. Porque Ranma Saotome nunca dormía bien, tampoco descansaba, todo para él era trabajo, inmisericorde competencia. Vencer en el difícil mercado, hacer que su compañía se mantuviera como la número uno de todo Japón. Pero era humano y por mucho que quisiera negarlo, su mente había colapsado y se vio obligado a, finalmente, parar del todo su ritmo.

«Descansa, relájate, no hagas esfuerzos bruscos», había dicho su médico. Se rio al recordarlo, Ranma desde que llegó a ese lugar no había día en que no se exigiera al máximo. Debía luchar contra algo, la montaña, el río, la naturaleza, lo que fuera. Necesitaba adrenalina, era un adicto a la tensión y al peligro.

Nada podía satisfacer la necesidad con que ardía su cuerpo.

Se detuvo y se llevó una mano a la cabeza. Le dolía un poco. Olvidó que necesitaba descansar. Se sacó el casco y se frotó la frente con fuerza. Era un idiota, pero no se imaginaba a sí mismo sentado mirando el atardecer. Tenía que hacer algo.

Le faltaba algo.

Sostuvo a su madre viuda cuando su padre, un pobre artista marcial, falleció en un accidente durante un viaje de entrenamiento. Viaje en el que lo dejó solo, a un niño de siete años perdido en la intemperie. Sobrevivió, sí, y de ahí su relación de amor y odio con el campo, los bosques y las montañas. Les temía, pero también sentía que debía desafiar siempre ese temor. Porque él era Ranma Saotome.

Para sostener a su hogar trabajó y estudió a la vez, porque su madre le impidió siquiera pensar en dejar la escuela. Su entrenamiento de pequeño en las artes marciales le había otorgado disciplina y un espíritu muy competitivo. En la escuela de chicos hizo amigos con los que luego iniciaría su primer negocio. Una tienda de artículos deportivos que luego, tras tener éxito, abrió una sucursal. Y dos, después tres, hasta tener una famosa cadena, una marca propia, que era conocida en todo Japón.

Pero nunca descansó. Había superado la pobreza, pudo llevar a vivir a su madre a un barrio exclusivo, ya no tenía las necesidades de años atrás. Y, sin embargo, nada de eso lo hizo sentir satisfecho.

Le faltaba algo, no sabía qué. No se trataba de mujeres, nunca tuvo tiempo para relaciones amorosas, eran un fastidio y una distracción. Tampoco era un romántico que anhelaba encontrar a su alma gemela. No, no podía ser eso.

¿Para qué luchaba tanto? ¿Cuál era el motivo de querer combatir siempre, de sobresalir, de ganar? No lo sabía. Con los años quiso retomar su entrenamiento en las artes marciales, pero sentía que algo todavía le faltaba.

A veces imaginaba que, de no haber muerto su padre, su vida sería muy diferente. Hubiera conocido a otras personas, otras relaciones, otros propósitos. Quizás, no sería el que era ahora.

Quizás, sería feliz.

Meneó la cabeza. Era un tonto, el descanso y el tiempo libre lo estaban afectando. Tal vez, ya era hora de cancelar todo y volver a Tokio, al trabajo, no necesitaba nada más…

Ranma sintió un dolor más fuerte en la cabeza, se tambaleó, dejó caer la bicicleta y lo último que vio fue un intenso resplandor blanco.

Maldijo para sí.

Cuando abrió los ojos estaba en una cama. El techo era el de una cabaña, pero no la de él, lo sabía, la ubicación de los muebles era diferente. Intentó levantarse.

—No te muevas —ordenó una mujer.

Le puso una mano en el pecho y lo obligó a quedarse acostado. Y era fuerte, más de lo que creyó al sentir al principio que era una mano pequeña y delicada. Parpadeó confundido y giró la cabeza hacia el costado. Ahí estaba ella, una mujer muy hermosa, de ojos color chocolate y cabello corto. Ella sonreía, pero se veía un poco de preocupación en su rostro.

—¿Dónde estoy?

—En nuestra cabaña —dijo ella—, bueno, en realidad en la cabaña de Nabiki, mi hermana mayor. Ella nos trajo de vacaciones a toda la familia. Es increíble como le gusta gastar dinero, jamás lo hubiera imaginado de ella, durante la juventud era una ahorradora compulsiva. Aunque supongo que simplemente se estaba preparando y ahora disfruta todo lo que ha conseguido con su trabajo.

Ranma estaba aturdido. Era demasiada información e innecesaria en ese momento. Le dolía más la cabeza.

—Y…

—Tofú te revisó hace un momento. Oh, lo siento, no te lo he dicho. Mi cuñado es quiropráctico, pero uno muy bueno. Es el esposo de mi hermana mayor, mi otra hermana mayor Kasumi. Dijo que sufrías de estrés y agotamiento extremo. Supuso que no has cuidado bien de tu cuerpo.

—¿Qué?

—Te vimos desmayarte cuando íbamos camino a la montaña. No sabemos dónde te alojas, así que mientras Nabiki fue a consultar al personal del centro, te trajimos a nuestra cabaña para atenderte. ¿Cómo te sientes?

—Bien y… gracias, supongo.

Hizo amago de sentarse en la cama, Akane quiso detenerlo, pero con un suave gesto le indicó que ya estaba bien. Le dedicó más atención a Akane y de pronto sintió una extraña curiosidad.

Era muy extraño, como si la hubiera conocido antes, pero estaba seguro de que era la primera vez que veía a esa mujer. Y era muy hermosa.

Ella hizo un gesto de incomodidad, encogió los hombros y sonrió con timidez. Entonces Ranma cayó en cuenta de que la estaba observando con demasiada atención.

—Lo siento, estoy un poco confundido todavía. —Se llevó una mano a la frente, pero fingía, ya no le dolía la cabeza.

—Oh, no te preocupes, está bien.

¿No le dolía?

Ranma parpadeó lentamente. Sí, no le dolía, era la primera vez en mucho tiempo que se sentía tan… bien. Sin necesidad de buscar golpes de adrenalina, sin tener que ponerse en peligro y atiborrarse de tareas para no pensar. Era la primera vez que, estando quieto, descansando, se sentía sin ansiedad.

Volvió a mirar a esa mujer, y su alivio fue todavía mejor.

—Me llamo Saotome, Ranma Saotome, ¿puedo saber tu nombre?

Ella se sonrojó. En sus nervios había olvidado presentarse, aunque ya le estaba hablando de la familia. La verdad, es que ese hombre tenía algo especial que la había hecho sentirse en confianza, y a la vez con curiosidad. Asintió.

—Akane Tendo.

—Es un placer, Akane. Y gracias por salvarme ahí.

—No, no hay nada qué agradecer.

—¿Te puedo invitar un café?

No era un mujeriego, creía que el romance solo sería una distracción para sus objetivos, y nunca sintió ese vértigo que otros decían que podía provocar el amor. Por eso se extrañó de sí mismo al haber sido tan directo con una mujer que acababa de conocer.

Pero al ver la duda en los ojos de Akane, de pronto sintió más adrenalina que aquella que conseguía arrojándose en paracaídas, o practicando salto con liana desde un puente. La sola posibilidad de que esa mujer se negara lo hizo sentir tanto o más peligro que cuando corrió de regreso en bicicleta, colina abajo a toda velocidad.

Era una sensación nueva y excitante. De pronto entendió que quería saberlo todo sobre ella. Que Akane era una aventura más interesante que cualquier otra excursión peligrosa que había practicado antes en su vida.

Ella era de verdad emocionante.

Akane movió los ojos hacia un lado. Luego los giró al otro. Ranma cerró un puño, expectante, apretando los dientes. Y los mantuvo así hasta que ella, con una inocente sonrisa, ajena al frenesí que lo estaba devorando por dentro, respondió:

—Sí, Ranma, acepto.

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Fin

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La palabra que Randuril me dio hoy fue «bicicleta», y si alguien tiene una solución para dejar de escuchar la cancioncita de Shakira en la cabeza, se lo agradeceré enormemente.

Bromas aparte, contando un poco del proceso creativo, esta historia para mí fue una de las más improvisadas hasta ahora. Amanecí un poco enfermo y jaquecoso, problema frecuente de la fibromialgia y del exceso de trabajo, por lo que estaba completamente en blanco. Así que practiqué un poco de escritura espontánea. Es un ejercicio que se basa en escribir cualquier cosa, lo primero que se venga a la cabeza. Así nació lo de la frenética carrera en bicicleta y el paisaje sobrecogedor. También lo de la enfermedad de Ranma, pues era como me sentía en ese momento. Incluso lo del bálsamo curativo que fue Akane, porque hoy Randuril me atendió con muchos mimos, me masajeó y no me permitió seguir con mi rutina normal de trabajo.

Mañana necesito retomar la rutina y peligra porque ella todavía me está mirando con dudas de si va a permitírmelo o no, aunque el mundo arda. Así es ella (y la amo más por eso). Bien, ahora me puse parlanchín como Akane. Lo siento, ya no los aburro más. Como decía, fue una historia nacida de manera espontánea y ajustada después para darle una idea. Según yo es de las más débiles, pero a Randuril le encantó, dice que la encontró intensa y romántica.

Espero que les guste tanto como a ella, lo que es yo me voy a la cama temprano. Gracias por sus reviews, nos emocionan sus palabras que nos dan ánimo cada día, y también nos entusiasman a guardar con celo cada nuevo mundo creado durante este desafío. Quién sabe cuál podríamos continuar a futuro.

Nos leemos en la siguiente historia.