Ranma ½ no me pertenece.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta
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La magia del deseo
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Era una sensación muy agradable, entre el sueño y la realidad. Un soporífero ardor que ascendía desde sus piernas hasta las caderas. Luego por su abdomen, como si unas manos lo estuvieran recorriendo, con la sutileza de un gato que no quería perturbar el descanso del amo. El calor recorrió su pecho y bajó por sus hombros. Recorrió su cuello y se acercó a su mentón. Rozó su nariz. Regresó a su hombro no sin antes pasar por sobre su oreja, provocando un cosquilleo, seguido por un escalofrío.
Entonces sintió un suave pinchazo, casi ínfimo, entre su hombro y su cuello. Pero en lugar de molestarlo le provocó una exquisita comodidad.
Al borde de entregarse al mundo onírico, un pensamiento racional despertó su cerebro del embotamiento.
Y maldijo, porque lo estaba disfrutando, y mucho, pero sabía que debía acabar.
Abrió los ojos y todos sus sentidos despertaron al unísono.
El peso sobre su cuerpo, el aroma intenso y dulce de la wisteria, la fría suavidad de las sábanas, la dureza del colchón, los crujidos de la cama, el aire fresco en su piel al tener la camisa abierta y una incómoda y cálida humedad que caía por su hombro. Las puntas del cabello rozando su mejilla y un intenso frío que comenzaba a expandirse por su brazo izquierdo.
Ranma maldijo, cuando entendió que Akane estaba sentada sobre sus caderas con la cabeza sobre su hombro. El dolor de la mordedura se hizo latente. La sangre manchaba su camisa y piel, y la sentía acumulándose bajo su espalda. Iba a maldecir, hasta que la muchacha se acomodó, como un felino que ronroneaba feliz con la comida que más le gustaba, contorneado su cuerpo, recostada sobre él. Ranma sintió los encantos de Akane aplastando su pecho, no eran exageradamente grandes, pero tampoco pequeños. Tenían la redondez y la suavidad adecuadas e imaginó que tan concentrada como estaba en su sangre, no sentiría si él se aseguraba de tantear sus medidas.
Algo lo alertó, como golpes que únicamente él escuchó, o imaginó. Giró la cabeza al lado opuesto al de Akane. En el velador tenía un pequeño espejo de mano y en el reflejo estaba Ranko, dando de golpes a la superficie.
Cuando Ranko se dio cuenta de que finalmente estaba despierto, le hizo enérgicos ademanes para que se moviera.
Ranma despertó del todo saliendo del encanto mágico que lo había atrapado.
—Akane, ¡es suficiente!
Ella reaccionó, apartó la cabeza asustada y lo miró a los ojos.
Vestía apenas su camisón que se había recogido en las piernas hasta el inicio de los muslos. Suaves, pálidos y muy apetecibles a los ojos de su presa, que se distrajo por un momento. Ranma sacudió la cabeza y apartó los ojos hacia arriba. Se encontró con que su rostro estaba justo delante del escote de Akane. Las delgadas cintas que ataban la prenda sobre los senos de la muchacha, se habían soltado y los bordes comenzaban a separarse delante de su pecho que subía y bajaba con mucha agitación.
Akane sonrió como una nena coqueta al descubrirlo tan silencioso, con la boca entreabierta y concentrado en esa parte de su cuerpo.
—Eh…
En su cabeza escuchó otra vez los golpes que daba Ranko. Espabiló y buscó el rostro de Akane.
Sus pequeños labios estaban pintados de rojo y los colmillos asomaban grandes y peligrosos. Pero los ojos de Akane estaban apagados, perdidos, como si también fuera víctima de un trance, o de una droga que había nublado del todo sus pensamientos. Y Ranma sabía que esa droga era él.
Akane recobró el ímpetu y quiso recostarse otra vez sobre él. Pero Ranma hizo lo contrario, tomándola por los brazos la obligó a mantenerse al margen. Ambos forcejearon y ella intentaba lanzar pequeñas mordidas a la herida de su hombro, como si estuviera jugando, entre risitas como de borracha.
Ranma tuvo dificultades para mantener la espalda en alto, más cuando Akane, sentada sobre él, movía las caderas de una manera que le quitaba el deseo de luchar. El mago vio, por el costado de Akane, un gran espejo contra la pared opuesta. Pero antes se distrajo al notar que el amplio camisón de la muchacha se traslucía contra la luz de la mañana, lo que provocó que su rostro palidecido recobrara el furioso color.
—No estoy mirando —murmuró para sí, al borde del pánico.
Ranko sacudió los brazos, desde el espejo le hizo señas, fingiendo mover las manos como lo haría un mago.
—No voy a hacer magia, demonios, ¡podría lastimarla!
En el reflejo, Ranko alzó una ceja en un gesto de incredulidad.
—¿Crees que lo estoy disfrutando?
Akane liberó los brazos, rodeó a Ranma por los hombros y abrazándose a él presionó con todo su cuerpo, con sus juveniles senos, casi escapándose del escote, sobre su rostro.
Ranma, sin aire, atrapado en una suave y en extremo peligrosa sensación de placer, tan solo pudo murmurar una débil protesta.
Ranko lanzó las manos al frente en un gesto de que se daba por vencida, cruzó los brazos, suspiró impaciente y meneó la cabeza de lado a lado. Dio una mirada al reloj de la pared.
Akane apartó el rostro de Ranma y buscó sus ojos, le sonrió y acarició su cabello lentamente. Ranma todavía estaba un poco confundido, con la cara roja y el aroma a wisteria saturando todos sus sentidos.
—Akane, escúchame, esta no eres tú —dijo con voz rasposa—. Te vas a arrepentir de esto, te lo prometo, y espero que entonces no me culpes.
Akane sonrió, lo miraba como si no comprendiera sus palabras.
Ranko se movió como si se estuviera riendo, llevándose una mano a los labios.
—¡No lo hago porque quiero! —gritó Ranma.
Ranko, en un gesto de sarcasmo, abrió y cerró una mano rápidamente, como imitando una boca hablando.
El mago intentó empujar a Akane, pero ella presionó de vuelta a punto de hacerlo volver de espaldas a la cama. Entonces Ranma se dejó empujar, pero al caer giró sobre las sábanas llevando a Akane con él, cambiando de posición y quedando ahora arriba.
Akane no se rindió, sonriendo levantó las piernas desnudas y rodeó la cadera de Ranma. Lo hizo caer sobre ella en un apretado abrazo. Los rostros de ambos quedaron uno frente al otro, juntos sobre la cama.
—Akane, lo siento.
Ranma la besó. No fue un beso casto y tímido, sino que uno profundo, ansioso, que le cortó a la muchacha la respiración. Akane reaccionó con sorpresa, incluso un poco de miedo. Pero tras unos instantes respondió al beso y sus manos buscaron la espalda de Ranma.
El beso se profundizó, Akane se olvidó de la sangre, y Ranma de que estaba tratando con su paciente. Las manos de los dos buscaron acariciar. Los dedos de Akane jugaron con la trenza, y en un nervioso movimiento comenzó a desenredarla con los dedos. Una mano de Ranma bajó y atrapó uno de los muslos de Akane. Con tanta intensidad que la muchacha arqueó la espalda, como si una descarga eléctrica hubiera explotado en su sistema nervioso.
Ranma se olvidó del tiempo que pasaron besándose y acariciándose, hasta que la escuchó gemir suavemente y murmurar sonidos sin palabras.
Apartaron sus rostros, agitados, rojos, con sus cuerpos abrazados, las piernas de Akane alrededor de las de Ranma, hundidos en el colchón y las sábanas.
Akane abrió los ojos muy grandes.
—¿Señor Ranma?
—Buenos días, Akane.
Sus rostros seguían tan juntos que aún podían saborear el aliento del otro.
Los ojos de la muchacha se movieron en todas direcciones, intentando entender la situación. Entonces se clavaron en la herida del hombro de Ranma y en su camisa empapada de sangre.
—Ah, eso —dijo el mago, intentando mostrarse calmado, como si nada en realidad hubiera sucedido—, no te preocupes, no fue nada.
Buscó hacer su sonrisa más encantadora.
Pero ella bajó los ojos y descubrió que estaba casi desnuda. Y también fue consciente de las manos de Ranma sobre su cuerpo, en especial la que tenía sobre su pierna.
—Tú…
La puerta de la habitación fue arrancada junto con el cuerpo de Ranma cuando la atravesó. Y se partió en dos contra la pared opuesta del pasillo en la mansión Tendo. Ranma se deslizó de cabeza por la pared hasta quedar de espaldas en el piso, con las piernas todavía en alto.
—¡Si me tocas de nuevo voy a matarte! —gritó Akane, que salió de la habitación envuelta con una sábana.
Y corrió por el pasillo desapareciendo en las sombras.
Ranma iba a quejarse, cuando el extremo del bastón cayó en el piso al lado de su rostro.
Sobre él estaba el conde Tendo, seguido por sus otras dos silenciosas hijas, a quienes seguía sin conocerles las caras por vestir siempre un velo oscuro, como el que antes usaba Akane.
El pálido conde Soun no expresaba ningún sentimiento.
—Maestro Saotome, ¿cómo sigue el tratamiento de mi pequeña Akane?
Ranma, acostado de espalda en el piso, con el largo cabello revuelto sobre los escombros de la puerta y las piernas todavía en alto en la pared, intentó sonreír.
—Estamos…. progresando.
—Me parece muy bien.
Lo vio marchar tan rápido como apareció, con sus otras dos hijas caminando tan silenciosamente que podría jurar que se deslizaban o flotaban sobre el piso. Giró y se sentó en el suelo, frotándose la dolorida cabeza. El cabello suelto cayó y se desenredó por su espalda. Restos de madera resbalaron de sus hombros.
Ranko lo miraba fijamente desde el reflejo de una ventana del pasillo, con un gesto de desaprobación.
—No me aproveché de ella, si eso te molesta. ¡Ella se metió primero en mi habitación! Tan solo me estaba defendiendo.
Ella no le creyó, después levantó un dedo en alto como si lo estuviera regañando.
—¿Y qué quieres que haga?
Ranko hizo como si se estuviera poniendo una sortija en su dedo.
—¿Qué…? Debes estar bromeando, ¡no pienso casarme con alguien que me cree su desayuno!
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Akane se encerró en su habitación y recostó su espalda contra la puerta.
—Ese… Ese…¡Ese puerco inhumano, rastrero, sinvergüenza, mujeriego, desgraciado, animal insaciable, deleznable, degenerado, lisonjero, atrevido, pervertido! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Lo odio!
Lo odiaba con todo su ser.
Lo aborrecía.
Su solo recuerdo le daba asco.
Ese mago engreído era la peor escoria de todo el reino. Si los magos tenían mala reputación, ¡Ranma Saotome era el vivo ejemplo de que todos los blasfemos practicantes de la magia merecían arder en las llamas infernales! Estaba cansada de tenerlo en casa, bajo el beneplácito de su paciente padre, viviendo de gratis y aprovechándose de ella a la primera oportunidad. Tan solo respirar el aire que él compartía era ya un insulto para ella.
Abrazó su cuerpo y contuvo un escalofrío. Recordó lo sucedido, cuando ella… entró en la habitación de Ranma y… ¿Ella?
¿Fue ella? ¿De nuevo?
Pudo recordar vivamente todo lo sucedido desde el inicio, las extrañas sensaciones de las que era víctima cuando el hambre la llamaba y también los sentimientos que, contra su voluntad, todavía palpitaban en su pecho. Jamás había sentido algo así. Temblando se llevó un dedo a los labios y lo sintió húmedo. Al mirarlo lo notó rojo, manchado de sangre fresca.
—Oh —susurró.
En ese momento Akane sintió una muy pequeña, apenas existente, casi ínfima y sin importancia. Muy, muy, muy reducida y para nada justificable sensación de que, quizás, tal vez y muy lejanamente, muy en el fondo, pudiera ser que un poco de culpa la tenía ella.
Suspiró cansada. Todavía tenía que vestirse para presentarse en el comedor a desayunar.
Y lo peor de todo era que ya no tenía hambre.
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Fin
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Cuando Randuril me dio la palabra «sangre» me sentí obligado a continuar con nuestra nueva y divertida tradición: la de meter en embrollos al caótico mago en el condado de Nerima.
Confieso que planeaba una historia más larga, con acción y misterio, pero seamos honestos, no tengo el talento de mi esposa para condensar mucho contenido en poco espacio, y si me dedico a escribir algo así no acabaría para un desafío diario. Me conozco. Así que tuve que cortar todas las ideas y dejar tan solo un esbozo de la nueva vida que a Ranma le tocó sufrir…
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Espero que les haya gustado y nos leemos en la siguiente historia.
