Capítulo 4. Confesionario
Levi podía ser un experto robándome suspiros y manejando una técnica de defensa personal muy interesante, pero con todo, no era capaz de leer la mente. Yo sería la única dueña de tales pensamientos caóticos hasta el final, al menos hasta que encontrase la manera de dárselos a conocer sin morir en el intento.
—Nada en particular, Levi. Solo estaba buscando una buena excusa para justificar mi tardanza. —Giré la cabeza para encontrarme con su mirada mientras le sonreía con sarcasmo, aunque el garrafón representaba un obstáculo.
Bajó la vista y tomó un sorbo del líquido sobrante. Me di cuenta de que la sostenía de una forma bastante peculiar: no la tomaba del asa, sino de los bordes. Además, levantaba demasiado el brazo, hasta la altura de la barbilla. Me dio la impresión de que estaba tranquilo y que ya me había perdonado, así que podía respirar en total reposo.
—Agradece que mi té no estaba tan caliente, de lo contrario sí que habríamos tenido problemas —habló con formalidad.
Estaba en lo correcto. Si la temperatura hubiera sido elevada, ambos nos habríamos llevado un par de quemaduras como recuerdo. Me pasé la mano por la frente y sentí pesar ante dicha idea, ya que un accidente aparatoso no era la mejor forman de iniciar una relación de cualquier tipo. Lo curioso era que al parecer tengo predisposición a generar este tipo de situaciones, Hange es un ejemplo evidente.
Hange, casi lo olvidaba. Tenía que largarme de inmediato.
—Oye, Levi. Fue divertido ver cómo encendías el garrafón para conseguir agua caliente y todo eso, pero en serio, necesito irme —anuncié.
—¿Acaso el té se prepara solo? —inquirió con desgano.
—No, pero supongo que tú puedes lidiar con eso. —Me crucé de brazos, enfadada ante su cambio de actitud repentino.
—Sí, tal vez, pero quiero que tú lo hagas —ordenó.
—¿Qué dices? ¿Me viste cara de tu sirvienta?
—Interprétalo como quieras. Pero hasta donde recuerdo, tú misma te ofreciste a reparar el daño. Me parece lo más justo, considerando que fue tu ineptitud la que ocasionó este percance. —Apoyó un pie en la pared, alzó la cabeza permitiéndome atisbar en su delicada barbilla y me fulminó con la mirada.
Era verdad. Yo tomé la iniciativa de reponer el líquido derramado. Pero no esperaba que se lo tomara tan a pecho; lo dije solo para apaciguar a mi conciencia.
—Bien, lo haré —bufé con hastío y caminé hasta tenerlo de frente—. Dame tu taza.
Había un ligero inconveniente: solo tengo dos manos, las cuales ya estaban ocupadas. Levi se dio cuenta de lo obvio e intercambiamos los objetos en nuestra posesión. Yo tomé la taza de la forma correcta mientras él sostenía mi burdo intento de cena de una forma adiestrada, mejor que de lo que yo lo habría hecho.
—Y por cierto Levi, ¿dónde está la bolsita de té? ¿Acaso las cargas contigo? —pregunté con voz pícara en afán de molestarlo. Me llevé un fiasco al darme cuenta de que en realidad así era.
Me sentí una imbécil por tratar de burlarme de él y sus curiosos hábitos. Únicamente deseaba romper con las cadenas del nerviosismo que me tenían prisionera.
Se acomodó erguido, extrajo un pequeño saco de tela del mismo bolsillo donde había estado el pañuelo y me lo entregó. ¿Cómo por qué cargaba con un repuesto? Demasiado precavido para mi gusto.
—¿Quieres que le ponga azúcar? —pregunté tras llenar la taza.
—En realidad no, lo prefiero así.
«Debe saber horrible sin algún tipo de endulzante, pero es su decisión», pensé mientras fingía que no me importaba en lo absoluto. De todos modos, no era posible pedir un poco de este en la cafetería, y por nada del mundo sugeriría buscar en mi habitación. Hange y yo no recibimos a extraños.
A falta de una cuchara para revolver la infusión, decidí dejar reposar las hierbas por unos segundos, hasta que su sabor se impregnase en el agua hervida. Tampoco había ningún borde en el que pudiera dejar descansar la taza, de manera que la sostuve durante todo el rato, hasta que intuí que ya estaba listo.
Se la devolví cuidadosamente y él la tomó nuevamente por el borde, entregándome mis cosas. Esta vez no contuve las ganas y me atreví a indagar el motivo por el que lo hacía de esa forma.
—Levi, ¿por qué agarras así la taza? —pregunté con cautela. Hice una mueca de extrañeza, su rostro impasible me confirmó que no encontraba divertida mi intromisión.
—No es asunto tuyo. —Entrecerró los ojos y comenzó a soplar hacia el líquido para que al probarlo no se le quemara la lengua—. Tch —apretó los labios, alejando el pocillo al instante en que entró en contacto con el té—, está hirviendo.
Había acertado en mi predicción. Eso le ocurrió por ser un maleducado de primera categoría.
Elevé las comisuras de los labios en una sonrisa burlona y él me observó con rabia, como si yo tuviera la culpa de que se hubiera apresurado a beber. Un pequeño precio a pagar por la forma tan desagradable en que me ha tratado desde que nos conocimos.
—¿Qué te causa tanta gracia, mocosa? —exigió con severidad. En esta ocasión se aseguró de tantear la temperatura antes de dar el siguiente sorbo.
—Oh, nada. —Sujeté los paquetes contra mi pecho, decidida a ir en búsqueda de Hange. Levi ya no iba a impedírmelo, por más deseosa que estuviera de pasar tiempo con él—. Gracias por compartirme tu receta de té insípido, espero nunca verme en la necesidad de tomarlo sin azúcar. Ahora sí tengo que irme. Nos vemos mañana —anuncié, y una vez más, me alejé sin darle la oportunidad de poner alguna objeción—. Por cierto, qué taza tan más bonita.
Me dirigí hacia el corredor que conectaba el pasillo con la puerta de salida. Como lo anticipé, ya había anochecido. El canto de los grillos amenizaba la oscuridad que abundaba en las afueras. Pequeñas y brillantes estrellas ardían en el cielo sobre mi cabeza. Estaba ansiosa por volver a mi habitación para poder contemplarlas desde el alfeizar de la ventana, en contadas ocasiones me detenía a admirar un paisaje tan hermoso como este.
En medio de tales pensamientos de ensueño, aparecieron aquellos finos ojos grises que me acusan sin dar un respiro y me condenan a un estado de perdición total. Esa mirada monótona a través de la cual me transportaba a un millón de dimensiones desconocidas que me sumergían en una calma asfixiante. ¿Acaso comenzaba a fantasear con que Levi estaba presente en todas las cosas bonitas que tiene la vida? Me parecía demasiado pronto para otorgarle el control de mis pensamientos.
Sabía que era menester ponerlos en cautiverio antes de que fuera tarde. Corría el riesgo de ser vista suspirando sonrojada a diferentes horas, sin ninguna razón aparente, y no podía dar pie a atraer la atención. Sin embargo, reconocía que esto resultaría complicado, en especial porque no soy precisamente buena fingiendo; es más notorio cuando estoy emocionada, no corresponde a mi semblante habitual.
Se podría decir que tengo cara de que odio a todo el mundo, pero no era así, en la mayoría de los casos. Es verdad que no se me consideraba una persona accesible, mucho menos fácil de tratar, mas ya no lo veía como un problema. Había aprendido a sacarle provecho a mi forma de ser al momento de desenvolverme en mi entorno. Empero, mi expresión facial ordinaria no tenía punto de comparación con la mirada apagada de Levi. Él provocaba que lo mirasen con recelo, yo simplemente insto a tomar un camino diferente.
Gracias a que conduje mis pasos con total prudencia, he sorteado y vencido numerosos inconvenientes a lo largo de mi vida. Estaba al tanto de las numerosas complicaciones de las que me había librado por ser tan reservada, y no pretendía usar una ruta alterna. Es por eso que creí que Levi podría llegar a ser un buen prospecto de amigo. Llevamos dentro un ángel negro que nos hunde, y yo no descansaré hasta saber cuál era el origen del suyo.
No tardé en arribar en el edificio de la facultad de Medicina. Los laboratorios se cerraban a eso de las ocho de la noche y, debido a Hange se había ganado la confianza de los maestros, no fue difícil que llegaran a un consenso en prestarle las llaves para que lo utilizara cuando quisiera. El único requisito que le impusieron fue que llenase una bitácora con las horas de entrada y salida, así como con el nombre y firma de las personas que la acompañaban.
El pasillo que conducía al laboratorio lucía aún más oscuro que la planta baja de la residencia. Al fondo, a la derecha, localicé un tenue reflejo de luz asomándose bajo la puerta y caminé a paso veloz hasta dar con él.
Sentí curiosidad de asomarme por la ventana de un salón, tan solo para observar la diferencia entre las horas de clase y las de descanso. Fue entonces logré darme cuenta del importante papel de los estudiantes. Una escuela carece de misión o propósito cuando no hay alumnos. En conjunto, éramos los responsables de darle vida a este enorme edificio que se había convertido prácticamente en nuestro segundo hogar.
Acomodé los suministros como pude en una sola mano, con la otra, llamé un par de veces. En seguida divisé una silueta que se acercaba, se abrió la entrada y escuché risas en el fondo.
—Hola, Nanaba. ¿Puedo pasar? —saludé—. Hange me encargó unas cosas.
Ella me sacaba bastantes centímetros de altura, lo que la hacía ver imponente. Su expresión taciturna me recordaba a la de Levi, pero en menor grado. Me miró al igual que hace con todos: hacia abajo, pero no con el afán de remarcar alguna especie de enemistad sino porque a su lado todos somos como hormigas.
—Ah, sí. Ella dijo que vendrías. Adelante Kiomy. —Se alejó para darme acceso, y cerró la puerta a mis espaldas apenas puse un pie dentro de aquella habitación.
Hange se había arrinconado en una de las mesas pegadas a la pared, encima de un banco alto, del mismo modo que sus compañeros de equipo. Ubiqué a Rico, Lynn, Ian y Mitabi. Me hablaba con frecuencia de ellos y los conocía de vista. Algunos tomaban notas en sus cuadernos mientras el resto se limitaba a observar a través del microscopio y conversaban entre sí a base de murmullos.
Noté una pila de papeles desperdigados por toda la mesa, así como vasos de precipitado, matraces y frascos repletos de sustancias extrañas que despedían un olor desagradable que se mezclaba en el aire, uno que ellos ya ni siquiera percibían debido a que sus fosas nasales se habían acostumbrado al pasar tanto tiempo encerrados sin ningún tipo de ventilación.
Mi amiga yacía apartada del conglomerado, la vi pasarse la mano por la frente varias veces y bostezar con una mirada cabizbaja. Tal vez podría convencerla de irse a dormir. Cuando entendí que no iría en mi encuentro, supe que debía tomar la iniciativa de acercármele.
Todos me saludaron cuando pasé junto a ellos, lo cual hizo que Hange volteara.
—Hange, perdón por la tardanza —dije. Bostezó en cuanto establecimos contacto visual y yo hice lo mismo en el acto—. Mira, te traje esto.
Le ofrecí la cajita de leche y los panecillos. Se veía exhausta, pero sin intenciones de abandonar el laboratorio todavía.
—¿Estás bien? Te ves terrible, ¿qué tanto hacen?
Musitó un burdo intento de risa ante mi comentario. Se removió en la silla e hizo una seña con la que me indicó que tomara la que estaba junto a ella. Hecha de metal soldado, me pareció un tanto pesada y ruidosa cuando la levanté, así que opté por arrastrarla lentamente.
—Estábamos analizando un compuesto, pero nos demoramos debido a la falta de ciertas sustancias, así que lo repetimos varias veces. De todas formas, ya hemos terminado. Solo espero a que todos tengan los apuntes —explicó luego de alzar la cabeza hacia donde Rico, Ian y Mitabi movían las manos de izquierda a derecha a un ritmo apresurado—. Oigan —habló en voz alta y todos, menos Rico, dejaron los que estaban haciendo. Nanaba se acercó, pues estaba en el extremo contrario, lavando los instrumentos—, ¿no tienen hambre?
Y comenzó a agitar la bolsa de panecillos con emoción.
A todos les agradó la idea, por lo que de inmediato comenzaron a sacar más paquetes de sus mochilas. Les ayudé a despejar la mesa de trabajo, que en poco tiempo ya estaba repleta de una llamativa combinación de alimentos altos en calorías y otros más bien saludables.
Al final, tuve la oportunidad de comerme un huevo cocido, una porción de espinacas, un pedazo de pechuga de pollo, un puñado de almendras y dos galletas de canela, que me desatoré con agua pura y un traguito de leche. Me sorprendió la variedad del menú improvisado y la velocidad con que devoraron lo que encontraban a su paso. Me preguntaba por qué no habían comido hasta ahora, no cabe duda que Hange es quien lleva la batuta en este equipo.
Fue así como aprendí que Nanaba e Ian estaban en una dieta especial que les ayudaba a ganar masa muscular con el fin de rendir mejor en sus respectivos equipos deportivos. Nanaba se lo tomaba más en serio, porque a pesar de los repetidos intentos de Lynn por tentarla para comer panecillos, nunca dio su brazo a torcer, no siendo el caso con Ian, quien tomó una de mis galletas cuando pensó que nadie lo estaba mirando.
Rico, por su parte, también llevaba una dieta balanceada, pero no al mismo grado que la de Ian. A ratos, él simulaba agarrar, por ejemplo, un pedazo de chocolate o un trozo del panecillo de vainilla, pero Rico no caía en su juego. En vez de eso, se aseguraba de restregarle en la cara las delicias que él no se podía permitir. Fue gracioso cuando le dio un manotazo veloz que hizo que la galleta se partiera en el aire, justo antes de entrar en su boca.
Lynn, en cambio, se parecía más a Hange y a mí. Los alimentos dulces eran sus favoritos, así que no reparó en compartirnos un trozo de tarta de zarzamora con queso que me supo a gloria. En cuanto averigüé donde lo había conseguido, le dije a Hange que teníamos que comprar una la próxima vez que fuéramos al centro de la ciudad y estuvo de acuerdo.
Descubrí que los genios no eran tan aburridos como parecen. No sé por qué nunca me di la oportunidad de convivir con el resto de los amigos de Hange, una equivocación que dejaría de cometer partir de hoy.
El tiempo se me fue volando en medio de risas. No hubo un minuto de silencio desde que nos reunimos alrededor de la mesa para comer. La conversación era agradable y fluida, no paraban de hacerme preguntas sobre mi carrera y otros temas por el estilo, lo cual me pareció conveniente ya que yo no acostumbro ser quien inicia las pláticas, aunque me consideraba enteramente capaz de continuarlas hasta su culminación.
Les ayudé a poner orden tanto en la mesa que compartimos como en los lavabos donde se aseguraban de limpiar los enseres que habían utilizado. Yo no me atreví a lavar ninguno. Tenía un miedo insano a dejarlo caer y romperlo estúpidamente, así que me limité a recolectarlos y a vaciar el contenido de varios matraces y vasos de precipitado.
Creí que una vez que ordenáramos el laboratorio volveríamos juntos a la residencia. No obstante, ellos tenían otros planes en mente. Decidí quedarme al percibir el misterioso silencio que se anegó en el amplio salón.
Nos acomodamos en los mismos lugares de antes: yo me coloqué nuevamente en medio de Hange y Lynn, y frente a nosotras, Mitabi, Ian, Rico y Nanaba.
Crucé fugazmente la mirada y me centré en Ian, quien abrazaba a Rico por la cintura. Lo sabía. Tanto jugueteo no podía deberse a una simple amistad.
—¿Qué opinan del chico nuevo? —comenzó Nanaba, en un tono que invitaba a debatir.
Hange y yo nos miramos confundidas. ¿Por qué de pronto ella querría hablar acerca de Levi? Quién sabe qué pretendía, pero no le iba a permitir indagar dentro de mis pensamientos.
—Ese enano —respondió Ian con voz indiferente. Sentí como si me dieran una puñalada—. Ha causado mucho revuelo entre las chicas, ¿no es así, Rico? —Giró el cuello para encontrarse con el rostro avergonzado de ella.
—Sí, pero yo la soy excepción, tonto. Solo tengo ojos para ti. —Le apretó la nariz con ternura, gesto que yo sentí más cercano a una reprimenda por haberse atrevido a lanzarle una suposición carente de fundamento.
—Eso lo dices porque Ian está aquí —bromeó Nanaba, logrando que su amiga se sonrojara levemente—. ¿Por qué no le cuentas lo que piensas sobre sus inusuales ojos grises y mirada misteriosa, como dijiste hace un rato? —sugirió con picardía. Sentí celos por la forma en que lo había descrito, era similar a lo que yo pensaba.
Ian fulminó a Rico con la mirada, quién se había recargado en su hombro. La risa nerviosa de ella suavizó el semblante de su novio. Era posible que en sus adentros reconociera que se trataba de un chiste de mal gusto por parte de Nanaba.
—Yo que tú cuidaría mejor a mi chica, Ian —continuó Mitabi—. Te la podrían quitar cuando menos te lo esperes. —Le guiñó el ojo a su amigo, mismo que de inmediato trató de levantarse. Rico se lo impidió.
Mitabi chocó las palmas con Lynn y todos comenzamos a reír ante la reacción tan impulsiva de Ian.
—Mitabi, no es la gran cosa, literalmente —añadió Lynn. Nuevamente rieron todos, a excepción de mi amiga y yo, por supuesto. No era capaz de burlarme de la estatura de Levi, fingí una sonrisa cansina en afán de mitigar esa incómoda sensación de que ellos estaban en su contra—. He visto tipos mucho más guapos y que no tienen cara de cansancio.
Mitabi, Nanaba y Rico la miraban con asombro. Definitivamente esto se iba a poner interesante. Últimamente me enteraba de lo que no competía, sin esperarlo, y me siento culpable por ser una entrometida, aunque debo admitir que lo disfruto en sobremanera.
—¿Y con esos tipos mucho más guapos te refieres a…? —Nanaba dejó la frase volando en el aire, como dándole la oportunidad a Lynn para que la completara.
—A los miembros del equipo de futbol, obviamente —afirmó con cierta angustia.
Se había metido en la boca del lobo y tendría que salir por sus propios medios. Agradecí no estar en su posición.
—Por favor, Lynn —replicó Nanaba, rodando los ojos—, generalizar no se te da para nada bien. No es difícil adivinar que estás hablando de Erwin.
Las expresiones de sorpresa no tardaron en aparecer. Rico se llevó ambas manos a la boca, mientras Ian negaba con la cabeza en repetidas ocasiones. Nanaba sonreía con superioridad y Mitabi la observaba apesadumbrado.
Hange y yo no sabíamos cómo reaccionar. Particularmente me contrarió ver a mi amiga con la cabeza apuntando al suelo. ¿Acaso ella también estaba enamorada de Erwin y aquello le sentó como una puñalada en la espalda por tratarse de otra de sus amigas? Imposible. Aunque así fuera, este no era el sitio en el que discutiríamos aquello. Yo jamás la haría pasar por un bochorno de este tipo frente a una multitud.
La pobre Lynn no hallaba ningún sitio donde esconderse. El hecho de que no pusiera objeciones nos hizo comprender de inmediato que Nanaba estaba en lo cierto. Creo que ella ya lo sabía, simplemente se valió de la presión en grupo para darle un empujoncito que la llevara a admitir lo innegable.
—No es verdad… Quiero decir, él no… Yo no… —Incapaz de encontrar las palabras correctas, suspiró resignada—. Él jamás se fijaría en mí y estoy consciente de ello, pero eso no quita el hecho de que sea un bombón—. Se acomodó sobre el codo, quizá imaginando el afable rostro de Erwin y sonrió como una adolescente enamorada.
Era precisamente esa imagen la que tendría que esforzarme por evitar a toda costa si en serio quería mantener ocultos mis sentimientos por Levi. Me dio la impresión de que Lynn proyectaba todo lo que yo anhelaba hacer y que evitaba por miedo al escarnio público.
—Te mereces a alguien mejor que él y lo sabes, Lynn —enunció Ian. Rico asintió para apoyar su comentario.
—Tiene razón querida, él no es hombre de una sola mujer y lo único que hará es lastimarte —confirmó Rico.
—¿Acaso no prestas atención a lo que se dice en los corredores? Ya sabes la fama que tienen esos del equipo de futbol —habló Mitabi, y todos dirigimos la vista hacia él—. Se creen los reyes de la escuela y todo el mundo los admira. —Percibí un ligero desprecio en su manera de hablar—. Pero como personas, dejan mucho que desear. No digo que todos sean así, obviamente. Dudo mucho que encuentres una persona íntegra en medio esa manda de idiotas.
Lynn parecía compungida ante los consejos de sus amigos. Si en verdad era tan lista como se ve, probablemente se lo pensará dos veces antes de tirarse por el bordo del precipicio.
Era cierto. Especialmente Erwin, Mike y Nile son considerados unos dioses dentro de las instalaciones de la escuela. Han salido invictos en cada partido desde que tengo memoria y las chicas mueren por pasar por sus camas, pues además de exitosos son bastante atractivos. Hasta ahora no me he topado con una sola persona que no concuerde con tal afirmación cuando tiene el honor de verlos de frente por primera vez.
No me refería a que yo formase parte del grupo que los desea en silencio, pero concordé con los demás en aquello de que nunca han tenido problemas para conseguir lo que quieren, tanto a nivel académico como en términos de compañía. Ah, y por supuesto, en que mantenían un estatus social bastante elevado, con Erwin a la cabeza. Eran como Petra, en el lado de los hombres.
Yo no los juzgaba por su actuar. Si fuera más bonita, por supuesto que me valdría de mis encantos para obtener lo que se me diera la gana. Pero existía una fina línea que separaba el respeto de la admiración, y aunque Erwin se había ganado lo primero, al menos en lo que a mí respecta, no estaba segura de otorgarle lo segundo.
Había sido testigo del llanto desgarrador de infinidad de mis compañeras que se lamentaban en el baño, preguntándose qué hicieron mal la noche anterior y maldiciendo su nombre. Nunca quise ser ese tipo de chica, yo tenía ideas firmes sobre el amor y estaba resuelta a no enredarme con una persona que no mostrase disposición a comprometerse conmigo hasta cierto punto. Los novios no se comparten, no son un pasatiempo con el cual ahogar tu soledad y sentirte menos miserable. Yo esperaba algo más y también estaba dispuesta a darlo a cambio.
—Aunado a esto, deberías tomar en cuenta el insignificante detalle de que Mary es su amor imposible —añadió Nanaba—. Quizá solo está tratando de llenar el vacío que le produce la tristeza de no ser correspondido por la única persona a la que quiere realmente, es una lástima.
¿Es que esto se había convertido en una especie de confesionario? Me resultaba inquietante identificar el paralelismo entre la situación actual de Lynn y la mía. Ambas estábamos encantadas por un par de chicos "inalcanzables" que nos rechazarían por diferentes motivos igual de válidos, y que por lo visto tenían la reputación de mantener estándares altos, unos que nosotras no podríamos alcanzar fácilmente. Mary era el equivalente Petra en mi propia versión del cuento, la tercera en discordia.
—Como sea, no digo que no te fijes en él. La verdad es que no te culpo —continuó la rubia y sonreí para mis adentros porque inconscientemente estaba de acuerdo con ella—. No vayas a dejar tu dignidad por los suelos Lynn, te queremos, no nos gustaría verte sufrir. —Extendió la mano para mostrar apoyo, pero como estaban del lado opuesto, no alcanzaron a unirlas. La mirada sincera fue todo lo que necesitaban.
Nadie pronunció una sola palabra. Se observaron los unos a los otros con aprecio y en son de complicidad. Apostaría a que Lynn se sentía dichosa de contar con amigos protectores, de esos que no temían decir la verdad sin tapujos y te apoyaban en tus decisiones, aunque les parecieran absurdas. Sin duda le han sacado provecho a la influencia positiva que ejerce Hange sobre quién se le ponga en frente. Con razón la quieren tanto, al igual que yo.
Aun así, no podía dejar de pensar en que la expresión de mi amiga se había apagado; perdió su brillo su brillo natural en el instante en que mencionaron el nombre de Erwin. Recordé haberla visto conversando con él esta mañana, y todavía no había podido preguntarle sobre qué. Ella no había dicho nada desde entonces, se conformó con emitir unas cuantas risas fingidas para no verse en la necesidad de dar explicaciones.
—Bien, faltan ustedes dos —interrumpió mis deducciones con impertinencia.
Cielos, no estaba pasando, esto no estaba pasando.
Me sumergí tanto en el comparativo que olvidé urdir un plan en caso de que la conversación se dirigiera a mí.
No iba a revelar mis verdaderos sentimientos. Por más agradables que me parecieran, todavía no hemos construido la confianza que yo requiero para hablar con apertura sobre un tema tan delicado.
A juzgar por el tono de Nanaba, presentí que su insistencia tenía un propósito doble. Mi sexto sentido me advirtió que estaba a punto de encarar a una rival incluso peor que Petra, porque esta última nunca dejaba la amabilidad de lado. No había forma de escapar, tenía que elaborar una respuesta inmediata.
—Levi no parece muy conversador, pero quizá se reduzca al hecho de que es tímido —dijo Hange, segura de sí misma e indicándole a Nanaba que su pregunta le había fastidiado y que era preferible que ya cambiaran de tema.
Sin querer, su respuesta breve y concisa se convirtió en mi ruta de escape. Mi amiga marcó la pauta para que yo me limitara a concordar con ella, sin emitir juicios personales que pusieran de manifiesto lo que pensaba en realidad. Los demás la observaron en silencio, esperando atentos por su siguiente declaración.
—Es decir, ¿quién no lo sería? —agregó. Su tono se transformó en uno amigable, diferente al que había empleado al principio—. Ser el chico nuevo nunca resulta sencillo, puede que con el tiempo se adapte, y quién sabe, tal vez nos demos cuenta de que lo hemos juzgado mal.
Magnífico. Yo no podría haberlo expresado mejor. Me emocioné tanto que quise ponerme de pie y darle un fuerte abrazo por haberse atrevido a decir lo que yo no. Amigas como Hange solo se encuentran una vez en la vida.
Ian y Mitabi se mostraron indulgentes y asintieron tras escuchar las palabras de Hange. Rico mostró desinterés y Lynn hizo un mohín de disgusto al reparar en que ella lo había estado insultando desde el principio. Al menos lo entendió, y en verdad esperaba que no volviera a hacer ese tipo de comentarios sobre Levi, no en mi presencia.
Nanaba entrecerró los ojos y frunció los labios, contrariada ante la ingeniosa respuesta de mi mejor amiga, quien se negó a caer en su juego desde un comienzo. No sabía mucho sobre ella, pero estaba segura de que no ocurría lo mismo con Hange. Tal antecedente debió ser la causa de que supiera darle por su lado al mismo tiempo que lograba satisfacer su curiosidad de opiniones prejuiciosas.
Gracias a la oportuna intervención de mi amiga, pude reunir el valor suficiente para seguir adelante por mi cuenta. La expresión desafiante de Nanaba no lograría que me acobardara. Esta sería la primera de muchas ocasiones en que iba a defender a Levi, así me costara ganar enemistades y generar contiendas u ocasionar arrebatos de ira. Me tenía sin cuidado que él se llegase a enterar, lo hacía por decisión propia.
—Yo estoy de acuerdo. —Esta vez, la atención se fijó en mí. Sentí un escalofrió recorriéndome por todo el cuerpo. Sabía que no podía dejar este asunto sin terminar—. Opino que algunas actitudes no se pueden dar por sentado, es mejor conocer a la persona y tal vez así comprendamos por qué se comporta de cierta manera.
Vi de refilón Hange, sonriéndome. Estaba orgullosa de mi respuesta y yo de lo bien que defendimos a Levi sin apenas conocerlo. Sabía que existió complicidad de su parte, ya hablaríamos de eso con tranquilidad. En un solo día ella ya había acumulado varias razones por las cuales pensaba extenderle mi agradecimiento.
Los demás mostraron conformidad ante lo escuchado, todos, excepto Nanaba. Fue entonces que decidí que, de ahora en adelante, tendría cuidado con ella. Petra era su amiga, ¿qué tal que estaba actuando como una especie de agente secreto que le ayudaba a investigarme? Lo creería una locura, pero dado que ya estoy involucrada en su rutina con Levi, no me extrañaría que estuviese informada.
Sentí el ambiente pesado, como si una nube densa cargada de agua que amenaza con dejar caer una lluvia torrencial se hubiera posicionado sobre nosotros. A pesar de ello, no estaba temerosa. Al contrario, ansiaba caminar bajo la tormenta, independientemente de si contaba o no con la protección de un paraguas. Era mil veces preferible dar una respuesta corta y bien pensada a prestarse a alegatos vergonzosos.
Normalmente interpretaba el papel de una observadora silenciosa. Procuraba no tomar partido en ninguna conversación por miedo a realizar comentarios que dieran origen a malas interpretaciones y que entorpecieran el proceso de defender mi postura. Pero cuando se tratase de Levi, sería valiente. Él tiene un no sé qué que me inspiraba a salir de mi zona de confort. Aun si nunca se llegase a fijar en mí, trataría de aprender lo más que pueda de él y de su forma tan despreocupada de andar por la vida.
Realmente deseaba conocerlo, quisiera saber qué es lo que piensa y escudriñar en lo profundo de sus sentimientos. Claro está, no sabía cómo lograrlo, solo estaba consciente de que obligarlo no surtiría efecto. Emplear la táctica de Petra en él fue descartado, no serviría en lo absoluto.
De algún modo, me acercaría a él de manera sutil y me ganaría su confianza. Si en verdad era como yo, esta no resultaría una tarea sencilla. Hace tiempo que no enfrentaba una situación que retara mi entendimiento, y si Levi de pronto fue colocado en mi camino para dotarlo de incertidumbre, estaba dispuesta a brindarle la oportunidad de intentarlo.
