Capítulo 5. Como caído del cielo
Cuando el silencio incómodo se esparció a lo largo y ancho del recinto, dimos la conversación por terminada. Tomamos nuestras pertenencias y dejamos los bancos en su sitio antes de abandonar el laboratorio.
Apagué las luces y esperé a Hange en la entrada, quien fue la última en salir pues ella estaba a cargo de cerrar y mantener las llaves en custodia. Les pasó una hoja y todos firmaron con rapidez. La letra de Nanaba captó mi atención, era bastante prolija. No pude opinar lo mismo respecto de la de los demás.
Al despedirnos, se mezclaron varios «Descansen» y «Nos vemos mañana» de manera aleatoria.
Ian, Mitabi y Rico se fueron en un grupo que se desvaneció entre la oscuridad del pasillo. Sus voces se escuchaban cada vez más y más débiles, hasta que dejaron de percibirse en su totalidad. Nanaba se quedó en medio, junto a Lynn. Yo me mantuve atrás a propósito, estaba ansiosa de discutir con Hange sobre lo que había sucedido.
La temperatura había bajado considerablemente, pero aún era soportable. En cuanto a mí, seguía tan ensimismada en las preguntas audaces de Nanaba y en cómo había logrado sortearlas gracias a Hange, que el frío en el exterior se convirtió en la más insignificante de mis preocupaciones. Solo esperaba que mis defensas estuviesen listas para sobreponerse ante un resfriado. No era momento de enfermarme.
—Oye, Hange —hablé en voz baja y ella hizo una expresión que denotaba interés—. Gracias por la ayuda de hace un momento, te debo una muy grande.
—Ah, eso. —Me dedicó una sonrisa amigable—. No fue nada, para eso somos las amigas. Supongo que tenemos una charla pendiente, Kim —suspiró con fatiga, en medio de bostezos que se volvieron constantes. Noté que estaba luchando por no cerrar los ojos—. Pero será en otra ocasión ¿de acuerdo? Estoy tan cansada que podría dormir durante varios días seguidos.
La observé condescendiente. A veces pensaba que mi carrera era difícil y solía quejarme por la sobrecarga de tareas, proyectos e información por estudiar, cuando evidentemente en su caso era todavía peor.
Personas cercanas a mí solían concordar en que yo terminaría estudiando Medicina o alguna Ingeniería, porque supuestamente tengo el perfil. Yo discrepaba con ellas. Mi amor no radica, y, de hecho, nunca estuvo en la ciencia ni en las operaciones matemáticas imposibles, no había logrado amenizar con ellas ni durante tres años escabrosos de preparatoria. Solo quería dejarlas por la paz.
Sabía que no contaba con las cualidades ni la motivación necesaria para enfocarme en ese tipo de carreras, así que las descarté después de hacer el test de habilidades y aptitudes. Los negocios tampoco estaban en mi lista de opciones, al principio. No obstante, vida da muchas vueltas y nunca es tarde para descubrir algún talento que se mantiene oculto en las profundidades de tu ser.
Hange, por su parte, contaba con motivación de sobra. Debido a ello, era capaz de perderse a sí misma con tal de lograr sus objetivos. La admiración que yo le profesaba crecía con el transcurso del tiempo. Sin embargo, seguía siendo humana y, por ende, requería periodos de descanso para recuperar energías. Mientras estuviésemos juntas iba a asegurarme de apoyarla cuando se esforzara más de la cuenta, incluso si eso significa llevarla a rastras.
Coloqué uno de sus brazos encima de mi hombro para que funcionara a modo de soporte. Seguimos caminando por el sendero que conectaba con las residencias. Alcé la vista y me detuve a meditar en las estrellas. Sé que siempre estarán ahí, podría desvelarme admirándolas en cualquier otra ocasión.
Avanzamos despacio hasta llegar a las escaleras. Maldije para mis adentros por haber elegido una habitación en el último piso. «Qué tonta eres, ¿para qué sirven entonces los elevadores», me regañé a mí misma.
Y, como lo había considerado, casi tuve que remolcarla durante la recta final del camino. Incluso así no se rindió; siguió avanzando con pesadez. Sabía que yo no era del todo capaz de cargarla.
—Vamos Hange, tú puedes. Ya casi llegamos —susurré a modo de recordatorio. Ella solo emitía un gemido ahogado a modo de respuesta—. No pienso abandonarte aquí.
Con mis fuerzas pendiendo de un hilo, decidí echar un vistazo a la hora en el reloj de la pared. Comenzaba a sentir los efectos del cansancio en mi propio cuerpo. Ya pasaba de las once de la noche y el desvelo del día anterior me recordó por qué de repente me sentía agotada.
Tal vez debí haber tomado una siesta en lugar de pasar el tiempo imaginando la fría mirada de Levi para finalmente dibujarla. No, la verdad es que no me arrepentía de intercambiar un momento de reposo con tal de pensar en él, aunque podría evocarlo en mis sueños.
Cargar con Hange no resultó sencillo. Aunque tenía un peso acorde a lo que se esperaría, también era cierto que es mucho más alta que yo, y si a esto le añadíamos mi sorprendente debilidad, tenemos la fórmula perfecta para fracasar en una misión tan simple. Pero ¿qué más iba a hacer? Nuestra habitación ya no se encontraba tan lejos.
Lo gracioso era que, por más que avanzaba, el camino no dejaba de parecerme eterno. Consideré que debí haberle pedido ayuda a Nanaba, solo que me retraje debido la incomodad que embargó el ambiente luego de aquellas confesiones.
La sacudí con ligereza para comprobar si podía avanzar por sí misma en última instancia, pero reparé en que el sueño finalmente la había vencido. No tuve el corazón para despertarla, sé cuánta falta le hace. De todas maneras, tendría que ingeniármelas para cargar con ambos pesos y no desplomarme en el intento.
«Ojalá hubiese algún alma viviente que siguiera despierta para ayudarme». Reí en voz baja ante mi súplica inútil. La mayoría, por no decir todos, ya debían estar encerrados en sus cuartos.
Los sueños sí se cumplían en ocasiones, yo creía firmemente en ello. La ayuda divina suele ser difícil de interpretar porque se manifiesta de maneras que ni siquiera se te habrían pasado por la cabeza, y yo no cometería el error de ignorarla solo porque no resultaba como yo lo hubiese imaginado. Estuve orgullosa de hacer una excepción cuando decidí levantar la mirada.
Levi caminaba sosegado, con ambas manos en los bolsillos y mirando hacia el suelo. Supe que se trataba de él en cuanto el reflejo de la Luna abrazó su sombra y me permitió contemplar su bello rostro. Parecía un ángel… La alegoría cobró sentido dadas las desesperadas circunstancias en que me encontraba.
En el momento en que dirigió la vista hacia donde yo estaba, pensé que fingiría no habernos notado y que tomaría una ruta alterna para volver a su habitación. En vez de eso, se detuvo con el fin de analizar el escenario que tenía frente a sus narices y cuando comprendió lo que estaba sucediendo, caminó a paso veloz hasta llegar a mí.
De todas las personas que creí podían andar merodeando por los pasillos, Levi era la última que pensé que vendría en mi auxilio. No es como que hubiera incurrido en una deuda conmigo y, siendo sincera, no parecía ser el tipo de persona que ayudaba a los demás desinteresadamente. Las palabras de Hange rebotaron en mis tímpanos, haciéndome recordar que las primeras impresiones no son determinantes para conocer a una persona.
No dijo nada. Se limitó a pasar el brazo libre de Hange por encima de su hombro, tal y cómo yo lo hacía. Seguro creyó que estaba cayéndose de ebria, nada más alejado de la realidad. Era una genio que descuidaba su alimentación, higiene y descanso.
—¿Dónde está su habitación? —preguntó con voz autoritaria, sin embargo, no le presté la suficiente atención como para llegar a molestarme.
—Al final del pasillo, a la derecha —respondí con urgencia. No me importaba su tono de voz, solo la mano extra que podía brindarme.
Avanzamos hacia adelante. Me pareció curiosa la forma equitativa en que el peso de ella se distribuyó en el hombro de ambos. Es más, ya ni siquiera lo sentía. Levi de laguna manera había concentrado el punto de gravedad en su propio cuerpo para evitar que recayera enteramente sobre mí.
La segunda puerta a la derecha tenía un letrero en el que se leía 4-K y este era nuestro destino. Nos detuvimos mientras buscaba las llaves con mi mano libre. Antes de que me permitiera agradecerle y asegurarle de que yo me encargaría del resto, entró a la habitación. No tuve más remedio que seguirlo para indicarle donde recostar a Hange.
Un pasillo alargado conectaba con un espacio al que se le consideraba como la sala de estar. Nuestras habitaciones formaban una letra "T" respecto de esta, y la de Hange se ubicaba en el del lado izquierdo.
Me incliné para destender su colcha y la fui soltando poco a poco. Levi me ayudó a acomodar sus piernas, yo me encargué del torso y la cabeza. Al final, le pasé la manta por encima y retiré sus anteojos para colocarlos en la mesita de noche. La observé con benevolencia, me sentía complacida de haber podido ayudarle a descansar mejor de lo que habría hecho si se quedaba en el laboratorio.
Entonces, recordé que no estaba sola. Reparé en Levi, quien yacía recargado en la pared, con los brazos cruzados. Él estaba… ¿esperándome? Y yo que pensaba que ya se había retirado, juzgándolo por su descortesía al no despedirse si quiera.
Me pareció extraño que siguiera ahí, así que, con un ademán, le indiqué que saliéramos. No estaba dispuesta a encender ninguna de las luces, podrían interrumpir el sueño reparador de mi amiga.
Me siguió sin poner objeciones. Cerré la puerta con cuidado a mis espaldas cuando lo tuve de frente.
—Levi, te agradezco por ayudarme con Hange. No sé qué hubiera hecho si no hubieras aparecido —declaré.
—No es nada. De cualquier manera creo que habrías podido hacerlo tú sola. —Nuevamente se acomodó sobre la pared, con la pierna flexionada. Se me erizó la piel al contacto con sus ojos, pero recordé mi promesa de actuar con naturalidad.
—Sí, puede ser. Ya estaba planeando una estrategia diferente cuando apareciste. En fin, ya es tarde Levi. Deberías ir a descansar. —Miré hacia abajo. Necesitaba desviar la mirada, de otro modo, me delataría.
En realidad, iba decirle que era yo la que tenía la imperante urgencia de dormir, mas no deseaba dar el primer paso y alentarlo a irse. De seguro él también estaba a punto de caer rendido y había empleado sus últimas reservas en ayudarme con Hange, no lo haría perder más de su valioso tiempo.
—Tch, en realidad, no tengo sueño —murmuró.
¿Me estaba diciendo que quería prolongar el tiempo que pasaba conmigo? Imposible. No cabe duda que el cansancio actúa de manera graciosa en la mente de las personas. El significado más razonable de su declaración se traducía al hecho de que no había comprendido mi indirecta. Esto a la vez me conflictuaba porque, a mi parecer, él poseía la inteligencia suficiente para captar el significado oculto de mi respuesta.
«Yo tampoco estoy tan cansada, preciosura. ¿Por qué no entras a mi habitación y hablamos un rato? No te preocupes por mi amiga, duerme como un bebé; tiene el sueño tan pesado que no se despertará hasta mañana, cuando los rayos del Sol iluminen su rostro. ¿Qué dices?».
Entonces, lo tomaría del brazo y lo obligaría a entrar detrás de mí. Puesto que no tendría intenciones de poner resistencia, me atrevería a afirmar que la confusión en su rostro era tan grande como la emoción provocada por mi propuesta indecente.
Nunca en esta vida, antes me cambio de nombre. Confieso que la imagen mental era deleitable, activó todos mis sentidos de un momento a otro. Alguien tan lindo como Levi se puede apreciar de muchas formas, por ahora me conformaba con el simple hecho de estimular mis pupilas.
Yo no poseía las agallas necesarias para insinuármele de esa manera. Ante todo, no pensaba caer tan bajo como para imitar a Petra, necesito ser yo misma y conservar mi propio grado de singularidad. No podría traicionar lo que considero correcto para atraerlo hacia mí, no pretendía ser un espejismo puesto que sé que tarde o temprano me atraparía mintiéndome a mí misma, y a él por añadidura. No, Levi. Esa no soy yo.
—¿Cómo que no tienes sueño? —añadí confundida—. Mañana tenemos clases temprano. Déjate de juegos.
Carecía de la fuerza de voluntad que me condujese a abandonarlo tras darme la media vuelta como lo hice durante todo el día. Justo en ese momento, contemplé la posibilidad de que trataba de decirme que se sentía solo y deseaba entablar una conversación con alguien. Me conmocioné al pensar que me había elegido para cumplir ese papel, aunque la verdad era que este encuentro fue meramente casual. Me odiaría a mí misma durante una larga temporada si no lo aprovechaba. Quién sabe hasta cuándo se volvería a presentar una oportunidad de esta índole.
La seriedad en su rostro me indicó que no estaba jugando y que no se trataba de un comentario que debiera tomar a la ligera. Si en verdad estaba resuelto a quedarse conmigo, ¿por qué no simplemente me lo decía? Claro… El mensaje estaba implícito en las indirectas, él lo entendió desde el principio. Era yo quien se mostraba reacia a aceptarlo.
Ciertamente no podíamos quedarnos en medio del corredor. Nos expondríamos a ser vistos por alguno de esos despistados que beben a raudales, independientemente de que sea lunes o sábado, y terminaríamos encabezando la primera plana de los chismes que abundaban en la escuela. No gracias, mientras más lejos me encuentre del foco de atención, mayor es mi estabilidad emocional.
Tampoco lo invitaría a entrar a mi cuarto. Si nos quedábamos dormidos luego de perder la noción del tiempo, no sabía hasta cuando le daría por recobrar el juicio y volver al suyo. Aunado a esto, no planeaba despertar a mi amiga y mucho menos preocuparla con la presencia de Levi.
Por donde se examinara, ver a un chico como él abandonando mi habitación a hurtadillas en medio de la noche no pintaba para nada a que había sido por una reunión común y corriente. Ya había formado parte de un escándalo por no saber cuidar mi intimidad, no estaba dispuesta a permitirlo otra vez.
Las opciones se redujeron de inmediato a cero, dependía de lo que él decidiera. Me mostré expectante ante su mirada impaciente, como indicándole que me ponía a su disposición y que no tenía más qué agregar, estaba presta para acompañarlo, ¿qué me lo impedía? Mañana iba a tomar una larga siesta y estaría al cien nuevamente.
—¿Padeces de insomnio o algo así? —indagué con prudencia, mostrando preocupación genuina con el fin de motivarlo a continuar si no se sentía competente para dar comienzo al diálogo.
—Así parece. —Apartó la mirada de mí y se concentró en algún punto en el horizonte, al fondo del pasillo.
Empecé a reconsiderar el hecho de compartir mi tiempo con él. Su actitud desinteresada comenzó a parecerme molesta debido a que me sentía a punto de desfallecer, pero aquí estaba, de pie frente a él. Me sentí incapaz de persuadirlo a emitir un vocablo o un simple gesto que diera indicios de que mi decisión había sido la correcta, que no era el momento de arrepentirme, aunque ya no estaba tan segura de esto último.
¿Acaso era mi reflejo lo que me molestaba? Estaba contemplando a un enano gruñón y apático, renuente a expresar sus verdaderas emociones. Llegué a la irritante conclusión de que tendría que leer entre sus labios para comprenderlo (como ya había anticipado), ya que de él no brotaría la invitación a quedarme unos minutos. Yo tendría que acceder por iniciativa propia, seguirle la corriente para que no creyera que estaba ansiosa por hacerlo.
Reconozco que yo misma había actuado de manera esquiva en ocasiones. Desde esta perspectiva, no parecía tan agradable lidiar conmigo. No comprendo cómo es que Hange había aceptado ser mi amiga sin tambalearse. Hasta me atrevería a decir que mi personalidad terminó encajando con la suya: ella hacía un excelente trabajo al mantener mis emociones negativas al borde de lo idóneo y yo le recordaba que no es posible mantener una actitud favorable todo el tiempo, que es normal derrumbarse de vez en cuando.
Vaya, en serio era todo un reto tratar conmigo, quiero decir, con Levi. Ahora pienso que él apareció en mi vida para enseñarme una dura lección, o en su defecto, para instarme a seguir trabajando con la paciencia, que tanta falta me hacía. Nos encontrábamos en la misma situación.
—¿Y el té no te ayuda a relajarte? —le pregunté luego de aclararme la garganta, escondiendo el fastidio que empezaba a sentir. Me acomodé en la pared, a su lado, imitando su postura.
—Digamos que hoy no ha funcionado como esperaría —respondió vacilante, bajó la pierna que tenía flexionada y metió las manos en los bolsillos de la sudadera.
Cielos, se veía sumamente adorable con esa expresión cabizbaja. Moría de ganas por lanzarme a su cuello y rodearlo en un abrazo que durase más de lo normal. Pero imaginarme siendo empujada por él al igual que Petra fue lo que me mantuvo en mis cabales.
—Debe ser terrible no poder dormir. Me volvería loca si estuviera en tu situación porque, bueno, yo amo dormir —expliqué en un intento de animar el ambiente. Su expresión se mantuvo seria—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
Ni siquiera sabía por qué me atreví a extenderle tal ofrecimiento. Mi intención no era que se sintiera incómodo y me cortara la conversación de repente. Ya bastante había tenido con mis vagos intentos de incitarlo a pronunciarse como para terminar arrojando todo ese esfuerzo por la borda. Solo quería mostrarme empática, no limitarme a simular interés de dientes para afuera.
—Eso lo dudo. —Temía que dijera algo por el estilo. Me reincorporé mientras me sentía una fracasada, lista para volver a su mi habitación, solo que me interrumpió antes de que pudiera dar un solo paso—. Pero no me molesta tu compañía.
Lo observé con una extrañeza tal que sentí que en cualquier momento mis ojos se saldrían de sus órbitas y no podía hacer nada para evitar que se diera cuenta. Los froté un par de veces para espabilar, probablemente me estaba quedando dormida sin darme cuenta y ya comenzaba a delirar cosas sin sentido. Sí. Era lo más razonable.
—¿Qué estás diciendo, Levi? —respondí contrariada ante su cambio de actitud.
«No puedo quedarme contigo, lo lamento. Ya es tarde, deberías volver a tu habitación y dar vueltas en círculos hasta que te canses, o quizá contar ovejas. Entonces podrás conciliar el sueño.
»Qué tierno escuchar eso, pero necesitarás emplear una técnica más efectiva y menos sentimentalista si pretendes coquetearme y luego convencerme de dormir contigo. No soy como esas arpías que de seguro se amontonan detrás de ti y están dispuestas a pelear a muerte por un pedazo de tu deliciosa carne.
»Si en verdad quieres que me quede a hacerte compañía, deberías ser capaz de formularlo con tus propias palabras y realizar una invitación directa en vez de pretender que yo adivine el significado de tus dichos. Se necesitan dos para jugar ese juego, y sinceramente no estoy interesada, te deseo suerte para la próxima».
Terrible momento para que mi mente formulara una respuesta dividida en tres, a pesar de esconder el mismo significado en todas sus variantes. Como sea, ninguna me parecía la correcta, Levi merece algo mejor.
—Lo que estás oyendo mocosa, quédate conmigo un momento —reiteró usando un tono imperativo, que curiosamente me ocasionó una sensación de calidez en el pecho.
No concebía la idea de que hubiese leído mi mente y terminara actuando justo como yo esperaba. Pero era un hecho: iba a pasar tiempo a solas con esta bella creación de la naturaleza, y la mejor parte es que él me lo había pedido.
—Claro, como quieras, Capitán —le sonreí, maliciosa.
Me lanzó una mirada asesina que, en vez de asustarme, me pareció divertida. Era obvio que entendió la referencia, aunque no me dio pie a hablar acerca de ello. El ciclo ya estaba cerrado para él. Algún día yo haré lo mismo.
Le hice señas con la cabeza para que me siguiera. En medio de la batalla con el coraje, había recordado un sitio en el que podríamos quedarnos sin ser molestados. Estaba alejado de las habitaciones y contaba con dos posibles escapes que le concedían una ventaja.
Si uno se sienta en el alfeizar de la última ventana del pasillo, tendrá una vista completa de este. Así que si por casualidad alguien caminaba rumbo a nosotros, tendríamos tiempo de reaccionar en cuanto lo viéramos y, de esta manera, correr a escondernos en la pared que quedaba a nuestras espaldas.
Era un punto ciego debido a que la luz no alcanzaba a iluminar ese pequeño espacio. Por si fuera poco, bastaba con dar unos cuantos pasos para llegar a las escaleras de emergencia. Y nadie se asomaba por ahí gracias a la existencia de los elevadores, además de que se encuentra demasiado oculta.
Me recargué en la orilla, dejando una de mis piernas suspendida en el aire. Él se posicionó no muy lejos. La luz de Luna que atravesaba el fino cristal proyectaba una sombra mística en la figura erguida de Levi, que logró sacarme de la realidad por un instante. Si tan solo tuviera a la mano hojas y unos cuantos lápices inmortalizaría tal belleza para admirarla cada que se me antoje.
Me sentía tan nerviosa debido a la proximidad entre nuestros cuerpos que enmudecí, y la situación empeoraba a medida que el tiempo pasaba sin más dilación. Levi permanecía tan silencioso como yo. Tal vez estaba en lo cierto y lo que él precisaba era la cercanía con un rostro familiar, no necesariamente envolverse en una conversación improductiva que iba a olvidársele a la mañana siguiente.
Este chico era asombroso, no trataba de forzar nuestro vínculo y tampoco me dio la sensación de que intentaría hacerme algo en caso de que bajase la guardia. La seguridad que me transmitía era hasta cierto punto contradictoria, considerando el espectáculo que presencié esta mañana y lo eventual que es leer «aléjate de mí» y «odio a todo el mundo» cuando lo miras a los ojos. Me inclinaba a creer que tal vez yo no formaba parte de ese mundo.
—Bonito lugar —consideró al asomarse para analizar el paisaje.
—Sí, lo es. A veces vengo aquí en búsqueda de inspiración —admití de repente, mientras jugueteaba con los dedos para aminorar la angustia cosquilleante.
—¿Inspiración? —indagó en un tono de voz que me pareció que iba a minimizar mi comentario. Me preparé para el impacto.
¿Por qué le estaba diciendo aquello? No creí que alcanzaría a entender el trasfondo. Empero, no se burló de mí ni esbozó muecas de desagrado. Tampoco fingió imitar a un enfermo mental, como muchos. Su silencio intermitente me indicó que estaba esperando una respuesta, y no iba a hacerlo esperar.
—Sí… —tartamudeé, pero hice un esfuerzo para poner a mi lengua en su lugar—. Soy medio artista, a veces —confesé un poco más animada—, y normalmente me llegan ideas bastante curiosas luego de pasar un buen rato admirando el cielo. No sé por qué, es grandioso.
Fue el comienzo de una agradable plática en la que me cuestionó sobre las actividades en las que encontraba inspiración y qué era exactamente lo que generaba con ella.
Le conté que, a pesar de no estudiar arquitectura, siempre tuve inclinaciones hacia el dibujo y que durante la secundaria estuve en un taller afín a esta carrera. Gracias a dicha preparación aprendí diversas técnicas que, combinadas con la paciencia y la dedicación, me ayudaron a mejorar notoriamente mis trazos, lo cual a su vez contribuyó a desarrollar otro pasatiempo que en la actualidad forma parte de mi vida.
Hablé hasta por los codos sobre los elementos de la naturaleza que me fascinaban y mi fijación por plasmarlos en un dibujo, como si de este modo les diera un sentido de pertenencia, atándolos a mí sin remedio. Evidentemente omití mencionar que él se había convertido en mi principal admiración, y que, de ahora en adelante, mis manos se encargarían de trazar hasta el más mínimo detalle de su precioso rostro.
Conforme más entusiasmo salía a relucir de mi parte, Levi me interrumpía cada vez con menor frecuencia. Cuando se atrevía era con el fin de plantear más y más preguntas para animarme a continuar.
La sensación de hablar sobre algo que amas sin el miedo a ser juzgado o inclusive, ignorado, era revitalizante, a tal punto que la exaltación en mi voz se empezó a extender a lo largo del corredor. A él no le preocupaba en lo absoluto. Había quienes solían decir que yo no hablo, sino que grito, y luego estaba Levi, a quien parecía agradarle lo escandalosa que podía llegar a ser cuando me dan cuerda.
Aun así, no me parecía correcto dominar la conversación ni centrarme solo en mis intereses. Mi punto fuerte era alentar a mi interlocutor a involucrarse y así lograr un equilibrio entre la información que recibía y la que enviaba, que normalmente era exigua.
Justo aquí comenzaba el reto porque, por lo visto, hacer hablar a Levi no era una tarea fácil. Ni siquiera sabía si estaba de acuerdo en mantenerse al margen y dedicarse únicamente a escucharme.
—Creo que estoy hablando demasiado, debes estar aburrido —señalé avergonzada—. ¿No crees que ya es tu turno? —Miré hacia afuera y me concentré en el vaivén de los árboles que se movían a causa de la fuerza del viento.
Él se echó para atrás levemente y giró el cabeza, desorientado. ¿Acaso estaba nervioso?
Me estremecí por instinto. Me había enfrascado tanto en nosotros que dejé de lado la sensación gélida que me recorría lentamente. Froté mis manos y noté que mis fosas nasales estaban obstruidas, inspirar el aire me tomaba el doble del esfuerzo. Acto seguido, estornudé varias veces y me cubrí con el antebrazo, un mal indicio. No podía darme el lujo de resfriarme en la primera semana de clases, aquello me retrasaría.
Consideré dar por terminada nuestra velada y volver a mi habitación para abrigarme. Al fin y al cabo, ya no tenía nada más que agregar y estimé que él tampoco. Sin embargo, un aroma cautivador que emanaba de una prenda tibia me detuvo al instante en que cayó sobre mis hombros.
Era una delicia: fragancia con un toque de las hojas de té que cargaba en los bolsillos. Fresca y dotada de un efecto tranquilizante que me impulsó a realizar un esfuerzo por respirar con normalidad para contenerlo durante el mayor tiempo posible. Me olvidé de mí y de mis alrededores para sumergirme en esa maravillosa sensación y me pregunté si en realidad estaba sucediendo.
Levi se había puesto de pie frente a mí y me había extendido su sudadera a modo de capa, ajustándola por el cuello. Yo la tomé entre mis manos en cuanto volvió a su posición de siempre, recargado en la pared y con la mirada perdida.
Estaba perpleja ante su noble gesto de caballerosidad. Era una de las tantas maniobras que no habría esperado de él. Conforme más convivíamos, más me sorprendía al descubrir que ciertamente no se comporta como me imaginé. Fue como si borrase cada uno de los puntos negativos en mi lista y los reemplazara por unos dignos de alabanza.
La penumbra se convirtió en mi aliada cuando confirmé que Levi no se había percatado del sonrojo que crecía en mis mejillas. Pasé de estar semicongelada a arder en calor, y no solo porque su sudadera me abrigaba, sino debido a las implicaciones de su iniciativa por protegerme. Si no fuera tan penosa, en este punto ya lo habría rodeado entre mis brazos.
—Gracias, Levi —anuncié una vez que reuní el valor suficiente para sostenerle la mirada—. Te la devolveré mañana sin falta —prometí mientras me aferraba a ella.
Me quedaba a la perfección, algo me decía que éramos de la misma talla.
—No es nada —ignoró mi agradecimiento volviendo a su mirada esquiva—. ¿Sabes, mocosa? Deberías ir a dormir, no creo que te haga bien estar aquí afuera por más tiempo —sugirió con cierto grado de interés que hizo que me sonrojara aún más.
Me ofreció un pañuelo de tela de color blanco como la nieve. Era tan bonito que me negué a limpiarme la nariz con él en un principio, argumentando que sería un desperdicio. No obstante, Levi no parecía tener prisa en irse a descansar. No dio su brazo a torcer hasta que me vi forzada a hacerle caso. Nuevamente prometí entregárselo en breve y desinfectado, por supuesto.
No entendí por qué cargaba con un pañuelo de tela, siendo que existen las versiones desechables que se consiguen en cualquier tienda de conveniencia.
—Te salvó la campana —bromeé mientras me frotaba los brazos para generar calor—. La próxima vez que hablemos será únicamente sobre ti —le advertí a modo de ocurrencia, obteniendo chasquido de lengua como contestación.
No supe cómo interpretar su gesto. Técnicamente jamás mencionó que estuviera de acuerdo, pero tampoco rechistó. Fue una respuesta abierta a la interpretación subjetiva, y la verdad es que yo estaba ansiosa por repetir el encuentro.
Mi imaginación me había jugado una mala pasada. Estaba convencida de que sería desastroso, no obstante, paradójicamente me dejó con una sensación placentera que no experimentaba hace años.
Bajé de mi asiento en un brinco y me dirigí hacia mi cuarto, no sin antes echarle un vistazo por última vez. Mantener los ojos abiertos se me dificultaba, mis párpados resultaban pesados y rogaban por una tregua. Los continuos bostezos no hacían más que recalcar que me había excedido.
—Espero que logres dormir, aunque sea un poco —manifesté con cierto pesar, pues estaba consciente de que probablemente no lo lograría—. Nos vemos mañana, Levi —me despedí, sintiéndome orgullosa de haber actuado con naturalidad.
Una vez más, me encontraba huyendo de él. De algún modo, ese patrón había llegado para instalarse en medio de ambos. Tal vez ese era mi destino: alejarme repentinamente para incitarlo a ir detrás de mí.
Esta noche me iría a dormir acompañada de un aroma embriagante que quemaba los pulmones. Debido a la sobrecarga de emociones que hacían estragos dentro de mi pecho, ni siquiera me preocupé por cambiarme de ropa. Esperaba conservar el rastro de Levi sobre mi piel, al menos por esta ocasión.
Opté por deshacerme de la sudadera y la doblé con ternura, como si la vida se me fuera en ello, para colocarla junto a mi cabeza una vez que me recostara. El pañuelo terminó sobre mi cómoda, encima de una bolsa de plástico. Pucca podía quedarse en la cabecera ya que no tenía a diario a mi disposición una de las propiedades de ese chico de características cautivadoras que sobrepasan mi entendimiento y que me roban suspiros impertinentes.
Antes de cerrar los ojos y perderme en la opacidad de la atmósfera, me resolví a no resignarme ante esta miserable condición de espectadora. Me negué a seguir viendo como todo aquello que deseo se me va de las manos a medida que el tiempo avanza, sin detenerse. Ya no quiero ser la que siempre se queda atrás, no pueden culparme por eso.
