Capítulo 6. Amenaza detectada

Pocas veces me había despertado con una sobrecarga de energía inusual que me mantenía activa desde la salida del Sol por la mañana hasta que se ocultaba de nuevo en el ocaso. El motivo era fácil de explicar. Sonreí para mis adentros cuando surgió en mi mente el vívido recuerdo de Levi colocándome la sudadera mientras me mandaba a resguardarme en un intento por demostrar preocupación genuina. ¿Era real aquello que sentí? Esperaba que la respuesta fuese afirmativa.

Aunque no había logrado reunir mi cuota mínima de horas de sueño, no me sentía cansada. Convenientemente, me le adelanté al despertador y decidí preparar el desayuno para ambas. Hange siempre estaba procurándome, sin embargo, ayer se invirtieron los papeles y eso me brindaba la magnífica oportunidad de demostrarle cuán agradecida estaba por su apoyo.

Me esforcé por evitar un exceso de ruido para concederle unos minutos extra de descanso, aunque ella ya se había.

—Kim, buenos días —dijo una somnolienta Hange en medio de bostezos que terminaron por contagiárseme, a pesar de que no podía verla desde mi posición.

Me mantuve en mi cuarto, en donde fui ordenando las sábanas en búsqueda de un sitio donde esconder la sudadera. Pensé en acomodarla al fondo del cajón inferior y esperar a que ella se fuera para meterla en mi mochila.

—Hange, ¿dormiste bien? —respondí alzando la voz.

—Sí, vaya que lo necesitaba. —Se plantó en el marco de mi puerta. Se frotaba los ojos y estiraba los músculos de los brazos y el cuello—. ¿Te costó mucho traerme de vuelta? —Me dedicó una sonrisa ladina.

—Lo necesario, pero digamos que un ángel guardián llegó para auxiliarme justo cuando más lo necesitaba —destaqué sin pensármelo dos veces. Yo también esbocé una sonrisa de esas que te hacían lucir ridículo.

—¿Ah sí? —Alzó las cejas, señal de que ya había captado el total de su atención—. ¿Y se puede saber de quién se trata?

—Uy, quien menos te hubiese imaginado.

Llené dos vasos con jugo de arándanos y le ofrecí uno.

Comenzamos una especie de juego de adivinanzas con mímica, repleto de risas y negación de mi parte. Mencionó a la mayoría de sus amigos, a Erwin y los miembros de su escuadrón, e incluso a Petra. Por alguna razón, Hange estaba segura de que se trataba de esta última, y en verdad no entendí qué la había hecho llegar a dicha conclusión.

La desilusión en su rostro se volvió un chillido ensordecedor cuando le dije que se había equivocado con todas las posibles alternativas. Los nombres en su lista terminaron por agotarse a la brevedad. Claramente, nunca mencionó al pelinegro. Esa omisión me alegró porque significaba que mis esfuerzos por no interrumpir su descanso habían rendido fruto puesto que no había notado su presencia anoche.

—Kim, vamos. Ya te he dicho todos los nombres que conozco. Si no fue ninguno de ellos, ¿entonces quién? —suplicó.

Acto seguido, me tomó por los hombros y me sacudió con impetuosa energía. Mi cerebro daba vueltas y se estrellaba contra las paredes craneales. Los objetos a mi alrededor comenzaron a verse borrosos, me estaba mareando.

—¿En serio no has caído en cuenta? —reí divertida ante su impaciencia. El suspenso la estaba matando, quizá del mismo modo que a mí. —Hange, fue Levi quien me ayudó. —Apenas pronuncié aquella oración, su mandíbula cayó hasta el suelo y emitió un alarido de sorpresa que terminó de sacarme de mi aturdimiento—. Lo encontré de pura casualidad en el pasillo y ni siquiera tuve que decirle nada. De inmediato comprendió la situación y vino a auxiliarme.

Mi respuesta pareció satisfacer su hambre de curiosidad. Me extrañó que no quisiera ahondar en detalles, pero se lo adjudiqué a lo compendioso del tiempo. Ponernos al tanto se estaba convirtiendo en una prioridad. Eso sí, mantuvo las comisuras levantadas durante todo el rato que permanecimos en la habitación. Sabía lo que estaba pensando y me parecía anormal que no lo externara, aunque sus gritos de alegría ya retumbaban en mis tímpanos.

Se encargó de tender su cama. En seguida buscó un par de toallas entre sus cajones y anunció que saldría a tomar un baño. Le encantaba este horario debido a que la mayoría de las regaderas se encontraban libres, y su afición por levantarse temprano ciertamente le concedía una ventaja.

El día de hoy no teníamos ninguna clase juntas, así que me despedí de ella y quedamos en vernos más tarde.

Apenas escuché la puerta atrancarse, corrí a mi habitación y tomé la prenda de Levi. Me encargué de alisar las arrugas causadas por el movimiento para rematar doblándola con esmero.

Fue entonces que me di cuenta de que tenerla en mis manos me daba un pretexto ideal para acercarme a él, dirigirle un par de frases y devolvérsela. La idea de que él mismo me la pidiera de vuelta resultaba inverosímil. Opté por esperarlo al final de la jornada cuando no quedase nadie más que nosotros dentro del salón. Ah, y ya no cometería la imprudencia de espiarlo.

Lo encontré subiendo las escaleras al mismo tiempo que yo. Sin embargo, no se dignó a voltear en dirección mía, y mucho menos en dirigirme la palabra. Me pasó de largo. «¿Y qué querías? Él es así», pensé. O tal vez simplemente no me había visto. Siempre buscando la forma de justificar las acciones de los demás, una mala costumbre de la que necesito deshacerme.

Estaba decepcionada conmigo misma por esperar demasiado de él. En el fondo, reconocía que lo estaba juzgando mal y, además, no estaba en posición de reclamarle nada en lo absoluto.

Si en efecto se parecía a mí, resultaba evidente que me trataría con indiferencia. Quién sabe qué me condujo a creer que merecía un reconocimiento especial. No es como si la intensidad hubiera estado presente en nuestro encuentro de anoche. En realidad, no creo que le haya importado demasiado, pero en cuanto a mí, puedo constatar que fue suficiente para poner mi mundo entero de cabeza.

Si no me sobreponía ante la repentina oleada de emociones negativas, la amargura se apoderaría de mi mente. De manera simbólica, transformé tal decepción en un trozo de vidrio que rompí de una patada y lo contemplé volando en pedacitos.

Luego de un agotador día de clases en el que las tareas aparecieron por montones, encontré el momento justo para poner en marcha mi plan. Había empleado toda la mañana ideando situaciones imaginarias en las que ensayé cómo regresarle su prenda. Me convencí de que el esfuerzo debía valer la pena.

No era capaz de suponer que me iba a devolver nada que extralimitase una mirada arisca como la que tiene normalmente. Incluso me atrevería a decir que era justo lo que deseaba, con eso me conformaba.

Cuando la mayoría de mis compañeros ya habían recogido sus pertenencias y abandonaron el aula, entendí que me había llegado la hora. No podía echarme para atrás.

—Levi —llamé su atención al tocarle el hombro un par de veces con la punta de mi dedo índice, como suelo hacer con las personas que me brindan confianza. Una descarga de electricidad inundó mi cuerpo al contacto con él.

Me barrió con la mirada. Por un momento, me dio la impresión de que no me consideraba digna de hablarle, pero ni me inmuté. Era ahora o nunca.

Antes de que pudiera lanzarme alguna suerte de comentario sarcástico, abrí mi mochila y le entregué la sudadera perfectamente doblada. Me miró desconcertado, como si no la reconociera. Sin demora, procedió a guardarla.

—Te dije que te la devolvería pronto —le recordé con amabilidad—. Me sirvió bastante anoche, te lo agradezco.

Abrió levemente la boca, se retractó al instante.

Era todo lo que tenía por anunciarle. Sin rodeos, sin miradas provocativas ni coqueteos innecesarios, cumplí mi objetivo. Ahora dejaría el asunto en sus manos, no quería dar la apariencia de estar desesperada por obtener un gramo de su atención. Quizá una de las mayores mentiras que me he contado a mí misma para no decepcionarme por no poder conseguir lo que quería desde el principio.

—Oye, mocosa —interrumpió mi huida con su voz grave, ocasionando que me estremeciera.

Todavía no me costumbraba a que se dirigiese a mí de esa forma. Más bien era el tono autoritario el que no me daba margen de pensar correctamente.

—¿Qué sucede? —Me di la vuelta para encontrarlo. Esos encantadores ojos grises se aprecian mejor desde esta distancia.

—Tu compañía ayer… —hizo una pausa y evitó encontrarse con mis ojos—, fue buena.

—Lo mismo digo, Levi. —Estaba a punto de sucumbir ante la delicadeza de sus palabras. Inferí que pretendía agradecerme de vuelta y pensé en facilitar dicha labor—. En fin —resoplé—, debo volver a mi habitación. Más vale que empiece con la tarea. Por cierto, quizás mañana podamos empezar a ponernos de acuerdo con lo del proyecto que nos ha encomendado Shadis, esperaba que estuviéramos todos y, ante la ausencia de Hange, creo que es lo mejor.

—Estaría bien.

Abandoné el salón de clases con cierto remordimiento ante mi evidente incapacidad por extender la conversación. Pero ¿qué más podía decirle? Me había quedado sin ideas. A estas alturas, ya había asumido que ambos éramos de pocas palabras y lengua torpe.

Anoche tus ojos abundaron en mis sueños, los cuales se volvieron más y más lúcidos conforme las manecillas del reloj avanzaban. No puedo creer que en cuestión de un día hayas logrado desestabilizar mi mundo ideal, rompiendo las murallas que protegían a mi corazón de las decepciones inherentes al maldito amor y tampoco puedo decir con certeza que sé cómo culminará esta historia. Sin embargo, prometo solemnemente que disfrutaré cada segundo de ella. Dios, eres tan guapo, me pregunto si también posees un corazón de oro puro y qué ocultas tras esa expresión de seriedad inalterable.

Dejé la pluma por un lado luego de suspirar.

Jamás se lo diría. Si era menester pasar un tiempo admirándolo desde la sombra de un árbol para grabarme su imagen, lo haría sin reparo. Si tenía que llenar un cuaderno con aquellos sentimientos que incitaba en mí, no me negaría el gusto, aun si se me terminaran todas las hojas y el grueso de mis bolígrafos se quedaran sin tinta. Al menos de esta forma me aseguraría de mantener mi integridad intacta con el fin de no convertirme en la protagonista de escenas vergonzosas como la que tuvo con Petra.

Petra. Recordar su esquelética figura encima de las piernas de Levi me revolvía el estómago y disparaba una corriente de energía dañina por todo mi cuerpo, comenzando en el pecho. «Son celos», concluí de inmediato. No quería pensar en ella, pero estaba segura que de aquí en adelante esa sensación abrumadora me acompañaría con mayor frecuencia.

Y pensar que los tres compartimos el mismo salón… No podré librarme de su presencia en las actividades extracurriculares ni en el entrenamiento del equipo de atletismo, porque resulta que, de todas las disciplinas disponibles para elegir, tuvimos que inclinarnos por la misma opción. Como si no tuviese una mejor manera de tonificar las piernas.

Hablando del equipo de atletismo, había olvidado por completo que los entrenamientos comenzaban a la inmediatez, por la tarde. Menos mal no tenía que acudir sola al gimnasio, Hange también formaba parte del equipo. De repente, me intrigaba saber a qué deporte se uniría Levi o si pensaba cubrir sus horas complementarias con alguna otra actividad.

Considerando su estatura, tenía mis reservas respecto a que lo considerasen un candidato ideal para el equipo de básquetbol, y no era que me estuviese burlando de él, ni mucho menos. Empero, un golpe de realidad no le hace daño a nadie. Uno nunca sabe, quizá el tamaño le otorgaría ciertas ventajas que lo convertirían en un miembro valioso, como la agilidad al moverse.

Consideré también el de futbol americano, pero tampoco terminó de convencerme. Me aterraba la simple suposición de que un chico del tamaño de Erwin o Mike no midiera su fuerza y terminaran lastimándolo de gravedad. Un percance que equivaldría a que pasara un largo tiempo entre las mortecinas paredes del hospital y, a la vez, a una enorme pérdida en el mundo de los amores platónicos. De todas sus posibles admiradoras, yo sería la más afectada.

De repente, contemplé la posibilidad de que se uniera a la misma disciplina que yo, formando parte del equipo varonil. Sería un honor entrenar a su lado tres veces por semana y luego, sentarnos en las gradas a esperar que el gimnasio se despejara por completo, celebrando juntos la victoria luego de una intricada competencia antes de volver a nuestras actividades de rutina y…

Me estaba adelantando con creces. Decidí poner un alto antes de que la imaginación se saliera de control y mi burbuja terminara explotando.

Hange y yo bajamos rumbo al gimnasio poco antes de que dieran las seis de la tarde. Ambas nos aseguramos de empacar una muda de ropa, un cepillo para el cabello y otros enseres.

Portábamos el uniforme deportivo de la escuela, que consistía en un pants o en su defecto, un short de color verde militar con una franja blanca rodeada de una más fina en color azul a los costados, una sudadera de cierre del mismo tono con el escudo bordado en el lado derecho y una playera blanca, que también contenía el símbolo de nuestra institución: las alas de la libertad.

Tanto mi amiga como yo preferíamos utilizar el pants durante los entrenamientos. Aunque el nombre lo acreditaba, el short era demasiado corto para mi gusto, y ella decía que de esta forma evitaba las incómodas rozaduras causadas por la fricción constante de la piel impregnada de sudor. Sin embargo, en las competencias era un requisito utilizar aquella prenda. Yo no ponía objeciones en esos casos, lógicamente mientras menos peso cargásemos, más rápido podríamos desplazarnos.

Solía recoger mi cabello en una coleta baja y me colocaba una diadema alrededor de la cabeza para evitar que el sudor se me escurriera por la frente. Hoy no fue la excepción. Guardamos un termo con agua y caminamos mientras Hange me contaba sobre los experimentos que tenían planeados para el semestre. Me pareció increíble cómo mi semblante se transforma cuando la escucho hablar con entusiasmo sobre aquello que la apasiona. Definitivamente, mi vida sería un torbellino de negatividad si ella no hubiese tomado la iniciativa de acercarse a mí.

La entrenadora, Yelena, era una mujer que cumplía a cabalidad con su papel de líder dispuesto a intercambiar puntos de vista, aunque tampoco tenía reparos al decir lo que debíamos hacer y de qué manera. La admiraba por ello, más aún porque era capaz de admitir sus errores y tomar la responsabilidad en caso de que todo el equipo mostrara un desempeño que se ubicara por debajo de las expectativas. Había estado trabajando los últimos meses para ganarme su confianza, presentía que estaba dando buenos resultados.

Dejamos nuestras maletas en las gradas de la primera fila y empezamos a caminar alrededor de la cancha. Dimos dos vueltas para continuar trotando un par más, a modo de calentamiento.

Había perdido la flexibilidad hasta cierto punto debido a que durante el periodo vacacional me tomaba muy en serio la consigna de descansar y desconectarme de cualquier actividad relacionada con la escuela. Mis mayores intereses en esa época se remitían a pasar el tiempo con mi familia y amigos, visitar la ciudad, ir al parque de diversiones, dar una caminata por el centro comercial, concentrarme en mi novela y aprender a realizar por mi cuenta varias reparaciones que se requieren para dar mantenimiento a una casa.

Antes de la segunda vuelta, ya estaba agotada, empero, me obligué a seguirle el ritmo a mis compañeras. Solo era cuestión de recordarle a mi cuerpo que ya había realizado este tipo de ejercicios con anterioridad y mantener un buen nivel de hidratación para no desmayarme a media cancha.

Hange me ayudó con los estiramientos de rutina, con las sentadillas, abdominales y otros ejercicios que podíamos realizar en pareja. Ella era excelente motivando. A ratos alzaba la voz y me decía: «Vamos, Kiomy, ¿eso es todo lo que tienes?», además de que gritaba con entusiasmo cuando lograba completar una serie sin que mi corazón saliera disparado a una velocidad exorbitante desde mi pecho.

Al finalizar, me permití acostarme en el suelo, esperando que mi respiración volviera a sus niveles regulares antes de dirigirme a las regaderas. Cerré los ojos por un instante, tratando de ordenar mis pendientes en una lista de acuerdo con su importancia. De este modo, me aseguraba de poner manos a la obra apenas volviera a la habitación. Sin embargo, la profunda y misteriosa mirada de Levi apareció en mi mente, nublando mi raciocinio y llevándome a ese estado de trance en el que dejaba de lado todo aquello que me rodea.

Imaginaba su esbelta figura entrando por las puertas a mi costado, dando pasos ligeros y con su fascinante cara de «preferiría estar en cualquier otro sitio que no sea este». En realidad, es la única que posee, no podría pedirle que se presente con otra. Entonces, yo lo seguiría con ojos escurridizos hasta que saliera de mi campo visual y me quedaría ahí, aguantando los suspiros en la profundidad de mis entrañas. Con un poco de suerte, conseguiría grabar aquella imagen y más tarde me dedicaría a plasmarla en el papel.

—Kiomy, estoy exhausta —anunció Hange mientras se recostaba a mi lado, extendiendo todos sus miembros—. No cabe duda que el cuerpo se acostumbra a holgazanear, ¿eh? —Me dio un par de golpecitos en el hombro y luego pasó ambas manos detrás de su nuca, simulando las bondades de una almohada.

—No podría estar más de acuerdo contigo. Me siento como una liga que ha sido estirada al máximo y que está a punto de reventar —suspiré—. Un pequeño precio a pagar por el descanso de casi dos meses.

—Sí, es cierto. Kim, deberíamos ir a bañarnos ahora, aún hay cosas que hacer y quisiera irme a dormir temprano. —Se puso de pie en un segundo y me ofreció su mano para levantarme. Yo acepté de inmediato.

Metimos nuestras pertenencias en el locker y lo cerramos con llave, ambas nos reservábamos el derecho de confiar a ciegas en las demás.

Abrí la regadera y el agua tibia no tardó en aparecer. Mis músculos se relajaron y me dejé envolver por la tranquilidad que me brindó sentir el agua cayendo por mi piel.

Cuando pretendí salir hacia los vestidores para cambiarme, me horroricé al percatarme de un detalle que pasé por alto: la toalla se había quedado en mi habitación y Hange ya no estaba ahí, así que no podía pedírsela. Tampoco iba a darme el lujo de esperar hasta que no hubiera nadie merodeando a los alrededores para conseguir una.

Bien. Todas somos mujeres, ¿qué tendré yo que ellas no hayan visto antes? Me sacudí la vergüenza y caminé encorvada, a paso veloz, esperando no encontrarme con ningún alma en el trayecto. Al parecer, sí existía una persona capaz de olfatear mis problemas, una que decidió que era buena idea empeorarlos, al puro estilo de una serpiente venenosa.

—Petra, ¿qué se te ofrece? ¿No ves que no estoy en condiciones de entablar una conversación?

Me estaba cubriendo el pecho con un brazo y con el otro me esforzaba por ocultar lo de ahí abajo. Mi cabello escurría, la corriente que se dispersó desde la entrada me causó un tremendo escalofrío.

—Kiomy, no sabía que eras tan desinhibida. ¿A dónde te diriges con tanta premura? —preguntó con suspicacia, analizando mi precaria situación mientras me fulminaba con la mirada. De haber sido un chico, pensaría en demandarla por acoso.

Ella tampoco estaba vestida y andaba por paseándose con una toalla envuelta alrededor del cuerpo y una más amarrada en el cabello. Ni siquiera debería molestarse en gastar una extra, no es como si contase con una larga cabellera que necesitara secar.

—No es de tu incumbencia, y créeme que no ando así por gusto —repliqué mientras oprimía mis brazos. Comenzaba a enfriarme y a temblar levemente—. No quiero ser grosera, pero necesito pasar y estás siendo un impedimento. —Le sonreí con sorna.

Justo cuando se interpuso en mi camino, comprendí el trasfondo de su pregunta y me di cuenta de sus malas intenciones. Debí anticipar que se aprovecharía de mi renuencia a quitar mis manos de encima de mi cuerpo.

Sin previo aviso, me empujó por los hombros, estampándome contra la fría y húmeda pared de azulejo y apoyó el antebrazo en mi clavícula. En realidad, no me producía ni una pizca de temor, más bien, fue la curiosidad por lo que tenía que reclamarme la que me impulsó a dejarla acercárseme. No había que ser demasiado astuto para dilucidar por dónde pensaba atacarme.

—¿Qué quieres, pelos de zanahoria? —protesté. Su expresión denotaba cierto odio ante el sobrenombre. No comprendí a qué se debió su extrañeza.

Ese fue el apodo que se ganó cuando estábamos en la primaria. Un grupo de niñas detestables se lo pusieron en afán de molestarla porque, como ocurre en todos lados, de alguna manera tenían que hacerla sentir inferior al resto.

Las niñas bonitas sufren un tipo de rechazo que yo nunca experimenté, y a pesar de que no lo engendran las mismas razones que el mío, ocasionaba el mismo efecto en la persona que lo padecía. Siempre pensé que los rechazados pueden (y deberían) formar alianzas entre ellos, de ese modo, no se sentirán tan solos. Así es al menos hasta que aparece alguien que te ofrece algo mejor que una amistad sincera. Me preguntaba si aún conservaría intacto el recuerdo de que yo fui la única dispuesta a hablarle cuando nadie más la tomaba en cuenta. Qué extraña forma de recompensármelo en la actualidad.

No dejaba de cubrirme los pechos debido a la incomodidad que me invadía por la cercanía entre ambas. Deseé con todas mis fuerzas que la pared estuviera hecha de goma para hundirme en ella, con tal de poner unos centímetros de distancia.

—Kiomy Takaheda, aléjate de Levi —exigió mientras una expresión confundida se dibujaba en mis adentros—. Él… solo está un poco desorientado —«Dudo mucho que su confusión sea mayor a la que yo experimento ahora, si me lo permites»—, pero pronto caerá rendido en mis brazos y no hay nada que puedas hacer para evitarlo.

Dudé que aquella fuera la misma chica dulce y gentil que "ama" a todo el mundo.

—Lo siento, debo refutar ante esa declaración tuya —me quejé. Apreté los puños con fuerza, con la esperanza de no perder el control y dejarme llevar por la imprudencia—. Sé que no debí espiarlos y me arrepiento más o menos de ello —mentí. No me arrepentía en lo absoluto, ella pareció comprenderlo—. Pero hay un detalle que no puedo pasar por alto así como así, y me refiero a la parte en la que él dijo explícitamente que tú no le gustas. No puedes obligarlo a que te ame.

Mi intención no era regañarla, a mí no me competía darle consejos sobre la vida. Me odiaba a mí misma por conservar un ápice del aprecio que solía tenerle y creo que esa compasión fue la que me impulsaba a prevenirla de seguir hundiéndose dentro de aquel fango. Sí, debía ser eso.

—Eres una maldita entrometida —respondió con firmeza—. Tú no sabes cómo es él, tal vez lo dijo porque sabía que nos estabas oyendo y no quería que te enteraras de lo nuestro.

«Maldita seas tú, Petra, por decir aquello. Ustedes dos no tienen nada... que se pueda comprobar».

—No lo conozco lo suficiente para concordar en ese aspecto contigo —admití haciendo un enorme esfuerzo por mantener la calma. No quería darle el gusto de envalentonarse frente a mi malestar—. Se nota que cuando toma una decisión, se mantiene firme en ella y no se anda con rodeos al momento de decir la verdad. En cuanto a lo que me pides de alejarme de él... ¿De qué rayos estás hablando, Petra? ¿Se te fundió el cerebro de tanto teñirte el cabello?

Había adivinado sus motivaciones, pero necesitaba reunir más información.

—Para alguien que se ufana de ser brillante, hacerse la desentendida no se te da para nada bien. Te lo advierto, Levi es mío. —Me lanzó una mirada de advertencia y yo le correspondí el gesto—. No permitiré que termine con alguien tan despreciable e insignificante como tú, merece algo mejor.

—Creo que no te estoy entendiendo. —Emití una risa jocosa que me distrajera de aquel insulto que me había herido—. ¿En serio me consideras una amenaza? Tienes un serio problema de autoestima —me burlé con ironía—. Mira que pedirme tajantemente que no me acerque a Levi… ¿Acaso no eres la que siempre consigue al chico que quiere en un abrir y cerrar de ojos? ¿O es que Levi representa un desafío de proporciones geriátricas y por eso te has empecinado en que se fije en ti? —Esquivé su mirada con desinterés—. Como sea. No me interesa lo que pienses hacer. Recuerda que todos somos libres de elegir con quién y en dónde queremos echar raíces.

No tenía idea de dónde había obtenido el valor para decirle lo que realmente pensaba sobre ella, aunque tampoco esperaba comenzar un incendio. Me mostró los dientes al igual que un animal salvaje a punto de incrustar la mandíbula en su presa y levantó su mano libre con el fin de asestarme un golpe en la mejilla. Sin ser consciente de ello, alcancé a detenerla con mi antebrazo. Lo que menos me preocupaba era el hecho de estar desnuda, no le iba a dar la satisfacción de sentirse superior como había hecho en el pasado y tampoco la dejaría volver a sus asuntos tan quitada de la pena después de haberse tomado el atrevimiento de amenazarme de frente.

—Levi estaba en lo correcto, eres demasiado lenta. No me extraña que te derribara en el suelo tan fácilmente —enfaticé sin preocuparme porque notara mi desdén.

Aproveché su desconcierto para concentrar toda mi fuerza en el brazo que utilicé como barrera y logré girarme hasta invertir nuestras posiciones. Ahora yo era la que tenía el control absoluto. Me aseguré de prensar su cuello con mayor intensidad que la que me había infligido anteriormente, manteniendo una distancia soportable dadas las circunstancias.

Admiraba su valentía, sin embargo, yo también contaba con un as bajo la manga, uno que pasó desapercibido ante sus ojos que me escaneaban con incredulidad.

—Qué osadía la tuya de ir por la vida amenazando personas a diestra y siniestra, primero con él y ahora conmigo —le reproché con voz hostil. Ella luchaba por liberarse de mi agarre, no lo consiguió—. Creo que en vez de eso deberías considerar los motivos que conducen a Levi a descartarte como posible alternativa para entablar una relación. ¿Nunca pensaste en que quizás él te encuentra repulsiva por algún motivo que escapa de tu limitada comprensión?

Su rostro se empezaba a tornar morado debido al esfuerzo que le implicaba respirar. Incluso así, recordar la presunción con que quiso infundirme desconfianza me suministró el coraje para no mostrarme compasiva como antes. Yo ni siquiera me inmutaba de su sufrimiento. Debía asegurarme de que entendiera mi mensaje. Fruncí el ceño durante unos segundos y me miró aterrada a la vez que daba manotazos al aire. La pobrecita imploraba por su vida.

Fue entonces que comprendí que estaba sobrepasando los límites. Hay personas que claramente están buscando que alguien los ponga en su lugar, no entiendo por qué lloran cuando consiguen su objetivo.

No debió subestimarme. Ella jamás volvería a acercarse a mí con ínfulas de superioridad, de eso yo me encargaría.

Cedí el paso a la ira y aflojé mi agarre hasta que la solté por completo. Se llevó ambas manos al cuello, tanteando el daño que le había hecho. Tosió un par de veces para tragar saliva y aclararse la garganta. A la toalla que la envolvía se le deshizo el nudo y por un instante pensé en arrebatársela y salir corriendo.

Me mostré contrariada ante mis acciones. Observé mis propias manos, preguntándome cómo había sido capaz de cometer tal atrocidad: casi ahorcaba a esa pobre chica. Apreté los ojos tratando de comprender por qué había llegado tan lejos, solo quería esclarecer un asunto con el fin de evitar una disputa. A pesar de todo, no sentí remordimiento alguno al verla sentada en derrota, respirando con dificultad y esquivando mi mirada.

—Eres una ingenua —musitó aferrándose a su toalla con el puño cerrado apenas recuperó el aliento y las ideas—. No sabes con quién te estás metiendo.

—¿Qué parte de «ahórrate tus amenazas sin fundamento» es la que no entendiste? No te tengo miedo —aseguré. Después me incliné hacia ella y la tomé por las muñecas, con la mirada inyectada de furia.

Había visto a Hange actuar de este modo en una ocasión con una chica fastidiosa de su clase, quien terminó por colmarle la paciencia luego de un año de constantes quejas por ser la favorita de los profesores. Era culpa de ellas.

—Tienes un serio problema, Kiomy —destacó—. Quizá logres atraer a Levi, pero él se dará cuenta de la oscuridad que hay en ti y se ocupará de ella, tenlo por seguro.

—Y dale con eso. —Rodé los ojos—. Armas demasiado escándalo por una persona que prefirió estar en mi equipo que en el tuyo. Acéptalo. Él fue quién me eligió, no al revés —puntualicé con cierto orgullo.

—Por favor, no pensarás que eso fue una mera casualidad —emitió un gruñido apagado.

—¿Tanto te cuesta aceptar que existen chicas que pueden conseguir la atención de Levi sin ofrecérsele en bandeja de plata? —espeté. Agachó la cabeza y la solté. Me descarté de entre las posibles opciones.

Jamás creí que alguien como ella pudiera desarrollar cierta envidia hacia mí. Y pensar que, durante un largo período, llegué a considerarla como una especie de ejemplo a seguir. Esos días se han terminado.

En el fondo, me ocasionaba un mágico bienestar escuchar aquella declaración. El que alguien como Petra, quien a simple vista tenía todo cuanto podría desear, anhelara estar en mi lugar a causa de aquel magnífico hombre cuyo rostro había sido tallado por los mismísimos dioses, me hizo comprender que yo no era poca cosa, como ella se había atrevido a manifestar hace un momento. Yo misma me había rebajado y, gracias a su impertinencia, ya no cometería ese error.

—Aun así, no voy a rendirme —reiteró. Su actitud desesperante comenzaba a cansarme—. Tarde o temprano se dará cuenta de que lo que necesita en realidad siempre ha estado aquí, frente a sus ojos, y ni esas caderas pronunciadas, cabello largo bien cuidado y senos firmes podrán hacer que se aparte de mi lado.

Qué observadora me pareció. Si no la conociera, pensaría que aquel comentario fuera de lugar era un simple cumplido. No. Lo cierto era que reconocía mis atributos físicos y se sintió insegura por ello. ¿Desde cuándo la niña perfecta me veía como su sombra en algunos aspectos? Y yo que me creía invisible.

—¿Te aburriste de todos esos chicos guapos y ahora estás intentando seducir a mi amiga? —dijo una voz insinuante que me retumbó en los oídos.

Hange estaba de pie con dos toallas colgando de sus brazos. Al verla, me sonrojé e intenté cubrirme, pero fue muy tarde y ella comenzó a reír apenada. Seguramente creyó que interrumpía una conversación significativa. Nada más alejado de la realidad.

Petra se levantó por sus propios medios y la fulminó con la mirada, sin preocuparse por mostrar lo ofendida que se sintió ante las implicaciones de su comentario. Si no estuviera muriendo de la vergüenza, me habría unido a aquella broma tan oportuna.

—La verdad es que no te culpo —pregonó mientras se colgaba de sus hombros y me ofreció ambas toallas. En seguida envolví mi cuerpo con una de ellas. Petra rodó los ojos con hastío y se cruzó de brazos, resignada ante la excentricidad que acompañaba a mi amiga—. Le he dicho millones de veces a Kiomy que es muy linda, pero no sabe sacarle provecho a su belleza. Quizá tú podrías enseñarle unos cuantos trucos para enamorar a quién se le plazca.

Negué con la cabeza, reprimiendo una carcajada.

—Será en otra ocasión, par de genios incomprendidas. —Se desprendió del brazo de Hange y lo dejó caer a los costados.

La embistió con el hombro al darse la vuelta para alejarse, para demostrar su nivel de indignación. Ambas nos miramos como diciendo: «¿A esta qué le pasa?», y reímos alegremente.

—Si te soy sincera Kiomy —se detuvo y me miró por encima del hombro—, no creo que necesites ayuda con eso.

Entonces, se dio vuelta rumbo a los vestidores y la perdimos de vista.