Captain
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En aquellas dos semanas se sucedieron varios altercados entre las fuerzas del orden y los anárquicos, cada vez más organizados. Al parecer Yamagata-san se había tomado muy en serio los reproches de Tokio-dono y habían doblado sus esfuerzos para hacer de la facción patriota un verdadero ejército.
La muchacha no solía enterarse demasiado de los asuntos que trataba su padre, pero cuando las reuniones se celebraban en su casa era ella la encargada de atender a todos los invitados, ofreciéndoles lo que necesitaran y preparándoles siempre la comida. En la primera reunión que se celebró desde que el soldado del Shinsengumi habitó su casa, ella estaba bastante nerviosa. Temía que pudiera enterarse de algo, o que fuera a intentar cualquier cosa contra ellos si les oía hablar de algún posible movimiento, pero no fue así, ni esa ni ninguna de las veces que la precedieron.
De igual modo que su tropa eran respetada, él se alejaba de la reunión lo más posible, marchándose a su habitación a leer, o quizás a la sala donde Kojuurou practicaba el kendo para ejercitarse, siempre con la promesa de que no iba a esforzarse demasiado. Tokio se lo agradecía mucho, y aquellos días solía prepararle siempre para cenar lo que él prefiriera, aunque casi siempre le pedía soba.
El domingo de la primera semana fue la última vez que se reunieron allí, y por lo que ella sabía, la última a la que fue su padre al menos mientras vivieron en Kyoto. Por supuesto no sabía el motivo, pero se abstenía de preguntar. No sólo no le contestaría sino que lo más seguro la golpearía por insolente
Aquella mañana el sol lucía amplio y brillante en el cielo, aunque como en todo buen mes de mayo corría una brisa que refrescaba el ambiente. Casi estaban ya en verano, pero aún hacía falta taparse bien al salir a la calle para no coger un resfriado.
La muchacha estaba aquella mañana practicando su kendo ante los ojos observadores de su hermana, que la aplaudía cuando hacía bien sus ejercicios y que eventualmente le pedía que le enseñara alguno que la había fascinado más que los demás.
Estaba tan concentrada en lo que estaba haciendo que no se percató de la presencia de otro observador hasta que acabó su kata
"No está mal, pero tiene que aprender a moverse con más suavidad" Le dijo una voz calmada y profunda
"Hajime! --exclamó ella sobresaltada -- No sabía que estaba ahí..." Tokio bajó la kodachi y se acercó a ellos un poco avergonzada. Él era un maestro y ella estaba aprendiendo todavía...
"Déjemela, le enseñaré cómo se hace..." Le pidió extendiendo la mano
"Pero..." Dudó la muchacha viendo su brazo en cabestrillo
"Puedo hacerlo con la derecha también. Además así le será más fácil de aprender" Tokio le cedió su arma, una kodachi con una funda negra y un dragón dorado y se sentó junto a su hermana para observar cómo lo hacía
Saitou se sujetó el arma en el lazo del kimono como era habitual y se colocó en medio de la estancia. Respiró profundamente, concentrándose en lo que tenía que hacer. No estaba demasiado acostumbrado a hacer ese tipo de katas con el brazo derecho, pero eso no le impidió dejar a las dos mujeres boquiabiertas.
Sus movimientos eran suaves, fluidos, pero seguros. Viéndole, Tokio no podía creer que ella fuera tan torpe a su lado... Qué vergüenza... Con el tiempo que llevo practicando esos ejercicios y lo mal que me salen... Pensó enrojeciendo pero sin quitar ojo de su figura.
Moe estaba encantada con las fintas del soldado, pero aún más de la cara de boba que tenía su hermana mientras le miraba
"Ha estado perfecto, Hajime..." Le alabó la mujer cuando vio que guardaba la espada en su funda de nuevo
"Me hubiera salido mejor con el otro brazo, pero bueno..." Murmuró andando hacia ellas. Se sentó a su lado y le devolvió el arma a su dueña, que la tomó suavemente de su mano
Le miró de soslayo, viendo que su semblante era más serio de lo normal. Sus ojos color ámbar estuvieron contemplando un buen rato el tatami hasta que por fin se volvió hacia ella. Sonrió ligeramente al ver que Tokio giraba de pronto sus ojos hacia otro lado
"Tokio, tengo que marcharme" Le dijo por fin
"Pero...!" La mujer quiso replicar algo, pero el capitán del Shinsengumi no se lo permitió
"Esta mañana me han comunicado que tenemos que irnos a Osaka. Al parecer los patriotas están haciendo de las suyas allí y necesitan que vayamos a detenerles"
"Y qué pasa con los patriotas de aquí? Quién los va a contener?"
"En Kyoto no hacemos falta ahora mismo porque hemos hecho huir de la ciudad a la mayoría... Según me han dicho están reagrupándose allí y tenemos que darles caza"
Los dos tenían una expresión tan seria en sus rostros que Moe no se atrevía casi ni a respirar para no hacer ruido y molestarles
"Y... cuándo se van?" Preguntó Tokio casi en un susurro
"Esta noche iré a buscar a mi hermana y ella me llevará con los demás"
La muchacha abrió la boca ante la inminencia de su partida y bajó la cabeza para que sus largas coletas de pelo negro ocultaran sus ojos
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Cuando Minako llegó a principios de la tarde para quedarse con ellas hasta que Takagi-san regresara de su trabajo, se dio cuenta de algo andaba mal. Lo normal era escuchar a los dos chicas de aquí para allá, ya que Moe solía entretenerse mucho cuando su hermana hacía prácticas de kendo o de cualquier cosa que el profesor que la daba clase en las mañanas le hubiera dejado. También se había acostumbrado ya a la voz profunda y casi sin inflexión del invitado, que a veces se dejaba oír entremezclada con la de ellas dos.
Pero aquel día no se oía nada. Era como si estuviese sola en la gran casa.
Llamó a voces a la pequeña, que no tardó demasiado en presentarse a su lado. La cuidadora la invitó a sentarse junto a ella, y la preguntó si había pasado algo en casa aquella mañana
"No... No nos hemos peleado... -- Negó la niña con un rotundo movimiento de cabeza que agitó su coleta-- Pero Nee-chan está triste... "
"En serio? Qué le ocurre a Tokio-dono? Acaso Katsuro-sensei la suspendió? Me extrañaría, porque siempre tiene buenas notas..."
"No... Es porque Hajime se va esta noche"
"De veras? Vaya, ya me había acostumbrado a verle por aquí... No es un hombre muy conversador pero la casa estaba más llena con él... En fin..." Suspiró ella dándole unos suaves golpecitos en su cabeza morena
El día fue pasando lentamente sin que se dijera una palabra más sobre el tema.
Un rato antes de que Tokio se pusiera a hacer la cena sonaron varios golpes en la puerta de su habitación antes de que se abriera.
La muchacha cerró el libro que estaba estudiando teniendo cuidado de que no se perdiera la página y miró hacia arriba, tan sólo para encontrarse con sus ojos
"Tokio... "
"Ya se marcha... --dijo ella con un suspiro-- le devolveré sus cosas..." Lentamente se acercó hasta el tatami que servía de tapadera para el lugar donde guardaba su ropa y lo levantó, tomando de dentro su abrigo y el daisho.
Le ayudó a colocarse las espadas en la cintura y le puso el abrigo del revés para que nadie supiera quién era en realidad.
Anduvieron en silencio por el pasillo, y tan sólo hablaron al llegar a la puerta principal
"Volveré a verle?" Le preguntó tras unos momentos de dudar sobre la cuestión
"No lo sé, aunque lo más seguro es que cuando volvamos de Osaka sigamos patrullando Kyoto" Le contestó llanamente dando los últimos retoques a su abrigo
"Le echaré de menos..." Murmuró posando sus ojos en las estrellas para distraerse y no mirarle directamente a la cara
Saitou se rió suavemente antes de hacer una profunda inclinación "Gracias por todo, Tokio. Cuídese mucho"
"Adiós Hajime! --Gritó Moe, que se había acercado hasta su hermana -- Vuelve pronto, te estaremos esperando!"
Tokio le siguió con la mirada mientras andaba calle abajo, entre los farolillos de las casas del vecindario. Incluso después de que se hubiera perdido entre el gentío que volvía a casa del trabajo ella siguió con los ojos verdes prendidos en la calle.
La niña la tiró ligeramente de la manga del kimono, y al ver que no la hacía caso se abrazó a sus piernas "Lo siento, Nee-chan..." Le dijo en voz baja
Ella puso una de sus manos finas sobre su cabecita y acarició suavemente su coleta negra "Vamos dentro, Moe. Tenemos que hacer la cena antes de que Padre llegue" Le dijo en voz baja, sin inflexión ni ánimo en sus palabras
La niña la miró con sus grandes ojos marrones y vio a su hermana más triste de lo que nunca hubiera imaginado. Ni siquiera cuando su severo padre la castigaba o la golpeaba por hacer las cosas mal tenía esa expresión...
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Después de una fugaz cena pagada con el dinero que se había llevado para el día que se encontró a Tokio, el capitán anduvo por las calles de Kyoto casi con lentitud. Estaba observando las casas, los farolillos, los jardines... Cualquier cosa.
Le gustaba esa ciudad más que ninguna otra donde hubiera estado antes, y como no tenía ningunas ganas de marcharse a luchar a Osaka estaba intentando memorizar cada detalle del lugar.
Ya era tarde, así que había poca gente por las calles, sólo aquellos hombres que por cualquier motivo salían más tarde de lo normal de sus trabajos. Iban todos encorvados, arrebujados en sus abrigos y con paso rápido y ligero. Seguramente tenían miedo de que algún patriota o Shinsengumi les saliera al paso...
El centro de la capital estaba construido de grandes casas, edificios preciosos y muy valiosos que sólo los personajes más influyentes podían ocupar. A pesar de todo, ninguna era capaz de hacer sombra al palacio, que se recortaba en el horizonte desde cualquier punto de la urbe. Por las noches, con sus farolillos encendidos, parecía un gran guardián sobre todos ellos...
Después de un rato de paseo divisó a lo lejos los farolillos de una gran casa, su destino. Allí vivía el Ministro de Hacienda del Bakufu, y también su hermana, una de sus escoltas personales.
Frunció el ceño y aceleró su paso. El aire traía un olor familiar... el olor de la sangre...
Cuando llegó a la mansión encontró a los guardias de la puerta muertos de manera brutal a manos de un gran kendoka. Corrió al interior; la puerta estaba abierta, y por donde pasaba había más cadáveres regados por el suelo. Fue habitación por habitación buscando al Ministro por si el asesino aún no había conseguido encontrarle, pero pronto llegó a la habitación principal .
En el centro, el cuerpo decapitado del hombre al que buscaba. A su alrededor, los que seguramente fueran sus escoltas y entre ellos...
Saitou anduvo lentamente hasta allí, sabiendo perfectamente lo que se iba a encontrar... Pero tenía que verlo con sus propios ojos, tenía que comprobar que efectivamente estaba muerta.
Fue fácil encontrar su cuerpo; Mariko era la única mujer de la sala. Yacía boca abajo en un charco de sangre, su mano crispada en su wakizashi aún entonces. Las dos coletas altas con las que normalmente recogía su pelo caían desordenadas, sin vida, sobre su cabeza.
Se agachó a su lado y la dio la vuelta. Las heridas eran brutales; literalmente la habían cortado por la mitad y su rostro, su boca, toda ella estaba cubierta con su propia savia. Corrió suavemente dos dedos por su cara y revolvió ligeramente su pelo antes de apretar el puño con fuerza
"Te vengaré, Mariko... Te lo juro... Le mataré aunque tenga que acabar con todos los malditos patriotas con mi espada..." Susurró con filo cortante
De pronto escuchó un ruido amortiguado, y dio un salto hacia un lado al darse cuenta de que había alguien detrás de él. Se volvió rápidamente con la derecha en la nihontou, y a la luz de las estrellas vio a un chico bajito, delgado y el pelo rojizo recogido en una alta coleta. Tenía bastantes años menos que él, y parecía impensable que un muchachito que parecía más una chica que otra cosa pudiera tener el kimono empapado en la sangre de sus víctimas y la katana preparada para continuar su trabajo.
"Tú... " Siseó con una mueca furiosa en su rostro. Sus ojos, más entrecerrados de lo normal brillaban con el fuego del odio cuando sacó la nihontou de su funda. Le daba igual no tener más que un brazo para luchar, le daba igual ser zurdo y empuñar la espada con la derecha... Lo único que le importaba en aquél momento era hacer rodar la cabeza de ese pelirrojo....
Le observó detenidamente, quedándose con cada uno de sus rasgos, sus ojos dorados y su forma de empuñar el arma. Sólo de verle sabía que no estaba ante alguien corriente, y eso aumentó su deseo de borrarle de la faz del Japón... Una vez más haría cumplir su máxima, el Aku Soku Zan
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Durante la cena, Kojuurou preguntó a sus hijas por su invitado, y tuvieron que contarle que se había marchado a Osaka, donde un pariente suyo se había puesto enfermo. El hombre, regio en honor y costumbres, se enfadó muchísimo al darse cuenta de que no había podido recompensar al supuesto profesor de dojo como habría querido y lo pagó con la hermana mayor.
Ella era, después de todo, la anfitriona de la casa cuando no estaba él, y le había dejado marcharse sin darle nada, ni siquiera dinero para el viaje, así que sin rechistar aguantó el par de bofetadas de su progenitor.
Moe no se movió de su sitio, ni siquiera levantó la cabeza, pero temblaba de arriba abajo y lloraba en silencio por la suerte de su hermana.
Ella no había conocido a su madre, murió al darla a luz a ella, pero Tokio muchas veces le decía que su padre no era así cuando ella vivía. Por entonces ya era un hombre severo, pero tenía palabras cariñosas para ella cuando volvía de trabajar, incluso a veces jugaban juntos...
La niña nunca conoció a su padre de esa forma. Para ella siempre era un personaje autoritario, severo y que castigaba a la mínima que hicieran... Por suerte no estaba mucho en casa, eso las salvaba de su cólera...
Mientras quitaban la mesa y limpiaban todo no cruzaron palabra. Moe se sentía triste por su Nee-chan, pero a sus cinco años de edad poca cosa podía hacer para ayudarla... Aún así, hizo todo lo que pudo limpiando la mesa para dejarle el menor trabajo posible ya que todavía tenía que fregar la vajilla.
Quince minutos de fregada se habían sucedido cuando se oyeron fuertes golpes en la puerta. Con un suspiro Tokio se secó las manos en un trapo y fue a ver quién era
"Quién es?" Preguntó sin emoción a la puerta de madera. Sus cejas se enarcaron al escuchar la voz que le contestó y presta abrió la puerta.
Sus ojos se abrieron con horror e instintivamente se cubrió la boca con ambas manos mientras daba un paso hacia atrás sin poder apartar la vista del cuerpo ensangrentado que el soldado llevaba sobre su hombro
"Es Mariko..." Susurró el hombre aún llevando esa expresión fiera en su cara que no hacía sino asustar más a la chica
"Ha-Hajime..." Consiguió al fin articular. Al decir su nombre sabía quién fue ella y lo que significaba para él, pero no fue capaz de decir nada más. A pesar de haber visto innumerables muertos por espada, estaba demasiado horrorizada con la visión como para pensar en algo coherente que decir.
Escuchó a Moe llamarla preguntando qué pasaba, y como una fiera le gritó que no saliera o la daría una paliza que no olvidaría en mucho tiempo. La misma Tokio se sorprendió de sus palabras en el momento que dejaron su boca, pero era mejor así. Prefería que Moe estuviera enfadada con ella durante unos días a que presenciara aquello tan espantoso
Takagi Kojuurou, al escuchar todo ese escándalo salió de su habitación muy enfadado y dispuesto a darle su merecido a la escandalosa de su hija. Pero cuando llegó a la puerta y vio la escena se le olvidó completamente para qué había venido
"Hajime-san, por todos los dioses, qué ha pasado?" Le preguntó sin atreverse a mirar en la severa expresión del hombre
En pocas palabras Saitou le versionó lo que había sucedido para contarle después cómo había perseguido al asesino pelirrojo por medio Kyoto hasta que por fin desapareció
"No puedo creerlo, esta ciudad cada día es menos segura...! Y esos cortes con la espada no son precisamente de aficionado... Mañana por la mañana haré una fotografía y la mandaré a la policía junto con el cuerpo para que busquen relación a esa técnica con otros asesinatos... No se preocupe, haré lo posible por que ese asesino pelirrojo pague con su vida lo que ha hecho. Ve a por una pieza grande de tela, Tokio, rápido"
La mujer asintió y salió corriendo al interior, hacia la cocina donde desde siempre habían guardado la ropa de la casa y tomó lo que su padre le había pedido, llevándoselo lo más rápido posible
Con la ayuda de su hija, Kojuurou envolvió el cuerpo destrozado de la mujer morena en la tela, usándola a modo de sudario que desataría a la mañana siguiente para tomar una foto y mandarla a la policía
"Tokio me ha contado lo de su inminente viaje a Osaka, así que me haré cargo personalmente de su entierro, Hajime-san, es lo mínimo que puedo hacer" El hombre se inclinó ligeramente y cargó el fardo en sus brazos, desapareciendo momentos después en un esquinazo del pasillo
Tokio miró al soldado frente a ella con sus ojos verdes. La estaba dando la espalda, y parecía mirar al cielo por la inclinación de su cabeza. Una vez más estaba empapado en sangre, y se la antojó que ese parecía ser su estado habitual... Se movió hacia él lentamente y rodeó su cintura con finos brazos, apretando ligeramente y dejando que su frente descansara en su espalda "Lo siento... Ojalá pudiera hacer algo para ayudarle..."
"Dígame si conoce algún patriota pelirrojo" Le respondió secamente sin mudar su postura y sin hacer ningún gesto hacia el abrazo de la morena
"No... no conozco a ninguno... Le juro que se lo diría si fuera así... --Estuvieron unos segundos así, en silencio, hasta que ella lo rompió-- Hajime..." Dijo en un susurró apretándose fuerte contra él. No quería dejarle marchar, no quería separarse de él...
"No puede hacer nada para impedirlo" Le dijo como si pudiera leer sus pensamientos, y ella gimió y agitó la cabeza remisa a aceptar sus palabras
"Pero... yo te quiero..." Sollozó ligeramente. Intentó resistir con todas sus fuerzas para que no pudiera romper su abrazo, pero se liberó con mucha facilidad. Saitou se giró, quedando los dos frente a frente. Contempló con seriedad a la mujer que lloraba con la cabeza agachada para que no pudiera verla, y su expresión fue mudando lentamente a una suave y casi triste sonrisa.
Su brazo la rodeó y la apretó fuerte contra su pecho mientras descansaba su cabeza en la suya "Olvídate de mí, Tokio. Estamos en guerra y es hora de que tomemos caminos diferentes" Dijo suavemente separándose de ella. Esta vez, la muchacha no tuvo valor suficiente para verle partir...
"Sí..." Suspiró ella suavemente mirando al techo de madera de la cabaña. Liberó momentáneamente uno de sus brazos para acomodar mejor el edredón sobre ellos, pero pronto volvió a su lugar sobre él. Le miró con nostalgia de aquellos días tan felices que habían pasado juntos y suspiró de nuevo.
"No debe serte fácil convivir con nosotros... Lo digo, bueno, por lo que me has contado y todo eso... Supongo que es por eso por lo que a veces tienes esa cara tan triste"
"Supongo que sí... Pero como tampoco puedo dejarles una se acostumbra a todo..." Se encogió de hombros suavemente para no despertarle
"Seguramente si las circunstancias hubieran sido otras te hubiera dejado marchar porque confía en ti, pero al estar todos nosotros también no pudo ser. Y como dices, el comandante no te dejaría irte, es demasiado peligroso..."
"Ya lo sé, por eso intento que mi estancia aquí sea lo más agradable posible... Al menos no tengo que tratarles como si fuese una puta, no como cuando Hajime-san me encontró. En fin, por qué no se va a dormir, Okita-san? Debe de estar cansado de escucharme..."
El joven capitán iba a replicar contra su comentario, pero comprendió que la mujer no tenía ganas de seguir hablando del tema. No debe ser agradable estar en su situación.... Aunque creo que no tendré tiempo de probarlo... Pensó amargamente saboreando la sangre en su boca.
"Tienes razón, me voy a dormir ahora mismo... Así estaré descansado para cuando lleguen los demás. Vigila por la ventana no vaya a ser que os vean y tengas que contar todo esto de nuevo..." Casi bromeó en su humor normal mientras se levantaba con el edredón aún por encima
Tokio escuchó sus pasos amortiguados sobre el suelo y más tarde el ruido de la corredera al cerrarse. Sus ojos recorrieron la habitación a su alrededor, iluminada casi en su totalidad por la luz que desprendía el candil, ya que el sol estaba muy bajo en el horizonte y no llegaba apenas claridad en el fondo del valle.
Sus manos comenzaron a juguetear con su coleta larga que hacía cosquillas sobre su piel pero unos momentos después decidió que se la quitaría unos momentos porque tenía curiosidad de verle con el pelo suelto
Cuando su mano estaba comenzando a desatar el lazo sintió una fuerte presión en la muñeca.
Sobresaltada agachó la cabeza y se encontró con una mirada en ámbar atravesando sus ojos verdes con una fuerza que casi la dejó helada.
Tragó saliva para recuperar la compostura, ya que nunca le había visto mirarla de esa manera y le preguntó suavemente si le había despertado
"No, ha sido esa conversación de mujer deslenguada que mantenías con Okita" Siseó duramente sin apartar la mirada que, aunque dirigida desde abajo, tenía una fuerte connotación intimidativa
El capitán se había despertado casi a mitad de la historia, y lo que más le llamó la atención en un principio no fue lo que estaba contando, sino dónde estaba. El encontrarse recostado en su pecho y bajo un edredón, sus brazos piel con piel contra su cuerpo medio desnudo...
Cuando escuchó también a Okita hablando decidió prestar atención a su conversación, y lo que oyó hizo que casi se descubriera abriendo los ojos. No podía creer que estuviera contándole esa historia a uno de los capitanes de la tropa!
Ella, sorprendida por sus palabras tardó unos segundos en reaccionar. Dio un firme estirón para soltarse de su agarro y dejó caer los brazos a los lados de su cuerpo "No entiendo por qué le molesta que hable de cómo le conocí con otra gente" Comentó llamándole de usted como siempre a pesar de que cuando estaban solos ya no lo hacía
"Porque no me gusta que hablen de mis cosas"
"Resulta que le estaba contando mi vida, no la suya, así que perdóneme por dejarle tomar parte en ella --le dijo ofendida y apartando la mirada con un ademán de desprecio-- Además, lo que le molesta no es que le contara cómo nos conocimos, verdad?"
Saitou no le contestó, y se preguntó qué estaba haciendo que no se había quitado de encima de ella todavía. Tokio frunció el ceño comenzando a enfadarse seriamente. Le cabreaba más que el hombre no diera la respuesta que debería a su pregunta a que le contestara cualquier barbaridad cínica como a las que últimamente le tenía acostumbrada
"No me va a contestar? Acaso al terrible Lobo de Mibu le da miedo que las palabras de una mujer le puedan hacer daño?" Le dijo entonces con total intención de herir
"Hacerme daño? Tú? No eres más que una mujer, Tokio, y de cualquier forma no te atreverías y los dos sabemos por qué" Espetó el soldado evitando su pregunta e intentando levantarse
Aquellas palabras se clavaron como una lanza en la mujer. Sus ojos verdes se abrieron desmesuradamente y sus puños se apretaron con fuerza, clavándose las uñas en las palmas de las manos. Así que eso era lo que pensaba de ella... Que era una simple mujercita llorosa y demasiado sumisa y enamorada para atreverse a decir o hacer nada que pudiera molestarle o herirle...
Aprovechando la postura que estaba adoptando para levantarse le tomó por el mentón y surgió entonces un fiero intercambio de miradas entre dos pares de ojos ahora entrecerrados.
Todo pasó con gran rapidez. Un fuerte golpe bien dado, y Tokio estaba de pie mirando furiosa la forma de Saitou en el suelo "Repítemelo ahora bastardo!!" Gritó ella
Aunque le hubiera encantado decir algo, el capitán no podía contestar porque la estocada en su costado, abierta con el rodillazo que ella le había dado, dolía demasiado
"Nunca olvides que además de mujer soy una kendoka que sabe defender su orgullo... Tienes suerte de que dejara la kodachi lejos de nosotros..." Siseó con voz de acero plantando el pie fuertemente sobre su espalda. A pesar de su férrea actitud, las lágrimas corrían libres por sus mejillas cuando salió corriendo de la casa agarrando el kimono con las manos para que no se abriera en el exterior
El hombre, entre jadeos de dolor y miles de maldiciones llamó al otro capitán, aunque tuvo que gritar su nombre varias veces antes de que el joven le hiciera caso
Okita salió de la habitación con cara de sueño pero al momento se espabiló al ver a su compañero tirado en el suelo, las vendas en su cuerpo manchadas de nuevo de sangre
"Saitou-san, qué ha pasado?" Se agachó preocupado a su lado al ver el gesto en su cara
"Ve... a buscarla..." Murmuró entre dientes intentando con todas sus fuerzas mantenerse consciente
"Está fuera?" Preguntó, pero al momento se dio cuenta de lo absurdo de su pregunta, ya que sólo había dos estancias en la casa; donde había estado durmiendo y en la que estaban ahora, y definitivamente ella no estaba en ninguna. Se levantó y se arrebujó bien en el edredón sobre sus hombros, preparándose para salir a la nieve
Sus ojos se abrieron de par en par al contemplar el espectáculo que se abría frente a él.
El comandante Isami y el resto de los capitanes miraban atónitos a Tokio llorando entre los brazos de Harada. Pronto se dieron cuenta de su presencia y cinco pares de ojos se volvieron hacia él. Al verle bajo un edredón y casi sin ropa sus miradas sospecharon de él al recordar el obi desatado de la mujer
El primer capitán se rió nerviosamente "No... no es lo que parece, en serio... Vamos dentro y se lo explico..." Terminó agitando su pelo oscuro y echando a andar dentro. Realmente no sabía qué les iba a explicar porque tampoco sabía qué era lo que había pasado... Y no estaba seguro de que ninguno de los dos fuera a contarlo....
Los cuatro hombres se sorprendieron al ver al otro capitán en el suelo, y Kondou pronto se agachó junto a su subordinado "Saitou..." Le llamó dándole la vuelta. Entonces fue cuando realmente notó sus vendajes y la sangre que los teñía
"Vamos Tokio, ayúdale" Dijo el comandante a la mujer, que ya había dejado los brazos de Harada Sanosuke y se ocupaba de abrocharse el obi para mantener el kimono en su sitio
"No" Fue la seca respuesta de la mujer, que contestó mirando hacia otro lado.
Todos se quedaron estupefactos al oírla hablar con esa frialdad, ya que nunca se había negado a hacer nada de lo que le pedían
"Pero se está desangrando..."
"Me da igual. He dicho que no le ayudaré y no lo haré"
Hijikata Toshizou sopló y se quitó el abrigo aguamarina, dejándolo de malas maneras en el suelo antes de arrodillarse junto a Kondou "Está bien, ya lo haré yo. Sanosuke, trae lo que hace falta. Okita, Tokio, contadnos qué ha sucedido" Ordenó el segundo al mando, un hombre muy alto y moreno que tras remangarse el kimono se apartó el flequillo de los ojos para poder ver en condiciones
El joven capitán cruzó miradas con Tokio y se decidió que ella iría haciendo la cena para todos mientras Okita contaba lo sucedido aquella tarde en Edo. Cuando llegara la otra parte ya verían lo que hacían...
Todos escucharon con gran seriedad el relato del joven, dándose cuenta de la gravedad del asunto. Aquello había sido una victoria ridícula, si es que se la podía considerar victoria. El kangun (ejército monárquico) les había hecho mucho daño aquél día destrozando dos de sus unidades y dejándoles casi con tres funcionales.
"Acaso eran muchos los enemigos, Okita?" Preguntó Kondou a su amigo mientras le miraba con serios ojos oscuros. El capitán agitó la cabeza antes de contestar que más o menos estaban equilibrados
"Vuestra torpe actuación nos va a acarrear serios problemas de personal... --comentó Hijikata dando firmes puntadas-- Deberíamos imponeros un castigo por eso"
Okita agachó la cabeza, consciente de lo que aquello significaba pero totalmente dispuesto a acatar la orden de sus superiores y amigos a cometer seppuku. Puso la mano en la wakizashi de Nagakura, sentado a su lado y comenzó a desenfundarla.
Kondou le ordenó que se detuviera "No, Okita. Ahora no. Os necesitamos vivos si queremos que nos quede alguna posibilidad de vencer esta guerra. Somos demasiado pocos como para darnos el lujo de perder a dos de nuestros capitanes. Además siempre habéis demostrado ser competentes en vuestro trabajo. Si alguno no está de acuerdo que hable" Terminó mirando al resto de los hombres presentes
El muchacho se inclinó hasta que su frente tocó el suelo en una profunda reverencia al escuchar silencio en la habitación "Tanto Saitou-san como yo hicimos lo que pudimos para salir victoriosos de la batalla, pero aún así tuvimos que enfrentarnos dos contra quince al final para salir con vida"
"Bien, este asunto está zanjado. Ahora dinos qué ha pasado con Tokio"
"Cuando llegamos me quité la ropa mojada y la dejé a secar. De hecho está ahí todavía... y me abrigué con este edredón. Como no teníamos más que dos para tres personas ella decidió compartirlo con Saitou-san, que estaba inconsciente. Estuvimos hablando un largo rato los dos y al final me fui a dormir. Y cuando desperté me encontré con ustedes. Eso es todo"
"Y por qué ella llevaba el obi desabrochado?" Preguntó Hijikata habiendo terminado su trabajo
Okita se encogió de hombros "No lo sé. Quizás querría ponerse más cómoda..."
"Okita-san no hizo nada --aseveró Tokio desde el lugar donde cocinaba a pesar de no haber sido preguntada-- Y si quieren saberlo, lo único que pasó fue que tuve una discusión con Hajime-san sobre nuestros diferentes modos de ver las cosas. Supongo que después de lo que me dijo pensó en ir a buscarme y se le abrirían las heridas al intentar levantarse" Terminó usando de nuevo esa frialdad tan poco característica de ella y que traía a todos desconcertados.
Sí que tienen que haber discutido para ponerla de tan mal humor... Pensó Harada Sanosuke pasando la mano suavemente por la larga lanza que utilizaba para combatir y que tantas veces le había salvado la vida.
A pesar de todo no perdieron la costumbre de siempre de hablar y bromear sobre lo acontecido en el día. Aunque comenzaron con un tono bastante distendido, a mitad de la cena los comandantes comenzaron la reunión y el ambiente se cargó de tensión. Los dos comandantes comenzaron a explicar a los suyos lo que habían averiguado a través de las redes de información y sus contactos con el Bakufu.
Los patriotas controlaban gran parte del Japón en aquellos momentos, y su ejército les superaba ampliamente aún a pesar de unirse a las otras tropas del Shogun Tokugawa. Aquello que les había sucedido a los dos capitanes en Edo estaba sucediendo en todas las ciudades importantes del país, Kyoto, Osaka y sobre todo en Aizu, donde todo parecía más complejo a cada instante.
A esta parte Tokio, a la que por una vez habían dejado quedarse ya que aún estaba cenando, abrió la boca, recordando que se habían trasladado allí un año después de su encuentro con Saitou. Todo fue debido a un aumento de nivel de su padre, que pasó a formar parte del gobierno activo de Aizu a pesar de que la mayoría eran seguidores del Shogun. Seguramente los movimientos patriotas de entonces estaban vigilados de cerca por él...
La preocupación que tenía sobre todo por el futuro que le aguardaba a su hermana en aquella ciudad le hizo olvidarse de los asuntos desagradables ocurridos hasta entonces, cosa que agradeció a pesar de tener otra cosa más que sabía le llevaría de cabeza más de una vez.
N del A:
-- Cometer seppuku es lo mismo que hacerse el harakiri, es decir, suicidarse clavándose una espada en las tripas como método de morir con honor para reparar una falta o simplemente por orden de tu señor. Al parecer era algo a la orden del día en Japón desde antiguo....
-- Los hechos históricos que salen en esta historia procuro no inventármelos... (Lo de Toba-Fushimi, el viaje a Osaka, los problemas de Aizu...) Vamos, como ya dije antes no estoy 100% segura de mi fuente pero es lo mejor que encontré y me fío bastante de lo que cuenta...
-- Sí, bueno, a estas alturas todos sabréis que el pelirrojo aquél era Battousai... El tema es que no sé si ya tenía la cicatriz o no... Quería haberle sacado más veces, como en Toba-Fushimi, esa era mi idea al principio cuando me inventé la historia para que comenzara el diciembre de 1867 pero luego me di cuenta de que me era imposible... Así que lo siento, chicos!
--El Aku Soku Zan era la filosofía que compartían tanto los asesinos Meijis como los Tokugawas. Viene a significar algo así como la necesidad de matar al enemigo al instante, castigarle por sus delitos contra la facción que el soldado en sí defendiera. Eso les daba una moral y un sentido del honor diferentes a los que no la comparten. Tengo que decir a esto que... Bueno, que la aplicaban mucho. Ya sabéis, que mataban a diestro y siniestro...
--He tenido una colaboración muy especial para hacer este capítulo. Gracias a mi co-guionista Julia por ser tan maravillosa, y ojalá me pudieras ayudar más...
-- Como ya dijo Tokio en el capítulo anterior, en cuatro años Saitou cambió bastante. En realidad, ella también. Quise que así fuera porque me parece que uno cambia cuando uno se pasa tanto tiempo entre las intrigas de una guerra teniendo que luchar por sobrevivir...
