Captain
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Así, un día después, al amanecer, el Shinsengumi dejaba su refugio en Edo para marchar a Nagareyama. Los caballos andaban a paso ligero, levantando poco polvo a su paso por los caminos de tierra apisonada. Cierto que podían ir más rápido, pero su paso era parte del disfraz. A cualquier ojo le parecería una marcha de mercaderes de todos los estilos. Esa había sido la misión de Tokio y Okita, comprar lo necesario para la tapadera de parecer un mercado ambulante.
En cabeza iban los dos comandantes marcando paso y la dirección correcta, y entre los soldados rasos se intercalaban tres capitanes y Tokio, dejando la retaguardia cubierta por Ogata.
Para todos fue una gran sorpresa el encontrar de vuelta a Sanosuke, ya que por entonces se había difundido ya la noticia de su marcha con Nakagura. El soldado se presentó ante sus superiores al anochecer con Tokio y Okita y, tras pedir perdón públicamente por su tontería Kondou le dejó reintegrarse en sus filas, con la condición de que él mismo le mataría a la mínima que hiciera.
Harada estuvo de acuerdo con aquello y también con el mandato de que no tuviera soldados bajo sus órdenes. Sabía de sobra que la idea había sido del capitán de la tercera unidad al que tanto odiaba, pero no dijo nada.
Con el pensamiento de que la venganza es un plato que se sirve frío calmó sus ánimos. Más tarde encontraría la oportunidad de hacérselo pagar, al igual que le agradecería a Tokio el haber mentido por ambos al decir que su nariz y las magulladuras se debían al terremoto de por la noche. Una de las reglas fundamentales del Shinsengumi castigaba a los soldados que se enzarzasen en rencillas personales a cometer seppuku...
El camino a Nagareyama era algo largo pero no difícil, y los caballos les habían llevado con facilidad sobre sus lomos durante dos jornadas, pero a pesar de esto Kondou y Toshizou decidieron que sería más seguro que atravesaran parte del bosque por donde sabían había un pequeño sendero. De este modo pasaron a viajar entre gruesos árboles que casi tapaban el sol sobre sus cabezas
Okita azuzó a su caballo para acercarse al lugar donde Tokio cabalgaba rodeada de soldados que charlaban animadamente con ella. Para montar, la mujer vestía amplios pantalones azul oscuro y camisa blanca y había recogido su pelo en una larga coleta arriba de su cabeza para que no la molestara con los saltitos que producía el animal bajo ella. Ellos, como siempre, llevaban sus kimonos y sus sables en la cintura, aunque por seguridad no llevaban el abrigo aguamarina sobre sus hombros.
"Nunca pensé que supieras montar tan bien, Tokio... Ayer me quedé con ganas de decírtelo después de que salieras al galope a parar el caballo desbocado de Omi" Dijo el capitán con su característica jovialidad, pero era ella la que se sorprendía de que su amigo tuviera la fuerza suficiente para controlar el caballo como lo hacía. Llevaba la tuberculosis bastante avanzada, sólo había que verle para darse cuenta de ello. Cada vez estaba más delgado, los pómulos comenzaban a marcarse en su cara como infalibles indicadores de que cada día que pasaba la muerte se le acercaba más y más
"Mi padre me instruyó en todo... Ya sabe, no sólo los hombres entienden las artes de la guerra" Se encogió de hombros ella con una sonrisa que no pasó desapercibida para él
"Ultimamente estás muy contenta..." Comentó con malicia para ver qué le contestaba
"En serio...?" Tokio le miró con expresión interrogante, pensando si en realidad eran ciertas las palabras del muchacho
"No os parece, chicos?"
Un soldado de pelo castaño contestó afirmativamente que llevaba todos esos días de buen humor, y sus compañeros, los otros que habían estado hablando con ella hasta que llegó Okita, asintieron desde sus monturas
Ella se rió ligeramente mientras se encogía de hombros "Supongo que será porque al fin dejamos aquella cabaña... Llevaba tanto tiempo sin salir de allí que ir a cualquier otro lugar me pone de buen humor --le contestó sin decir toda la verdad, ya que la causa principal de su felicidad era su reconciliación con Saitou-- Y usted qué tal se encuentra, Okita-san?"
"Bien, bien... Como siempre --sonrió el muchacho dulcemente-- Cuéntame algo, se pelearon Saitou-san y Sanosuke-san?"
"Eh?" Tokio le miró con grandes ojos vedes, y su descuido delató su mentira
"Era algo que tenía que pasar más pronto o más tarde, nunca se han llevado bien..." Se encogió de hombros satisfecho de haberlo descubierto
La mujer suspiró y levantó la vista hacia el arco de ramas de árboles que cubría sus cabezas en su travesía por el bosque "Gracias a los Dioses surgió el terremoto aquél... Pensaba que se iban a matar..."
"No tienes que preocuparte si no luchan con sus armas. Saitou-san es muy hábil con la nihontou, pero hay que tener en cuenta que Sanosuke-san es un lancero... La verdad es que sería un combate digno de ser visto. Apostaría a que Toshizou-san no se lo perdería... Si no estuviera castigado por las leyes del Shinsengumi, claro..."
Dejaron de hablar alertados por el súbito descenso de la marcha de los compañeros que cabalgaban delante de ellos. Miraron a su alrededor con mil ojos atentos, intentando captar algún movimiento sospechoso en el bosque.
Al momento los tenían encima.
"Es el kangun!!" Gritó uno de los soldados. Los pájaros levantaron el vuelo entre asustados trinos al escuchar el estruendo de los aceros al desenfundarse.
En el bosque, los caballos tenían poca capacidad de maniobra, y los atacantes tenían la ventaja de ir a pie, pero aún así los experimentados soldados de Shinsengumi se defendían bastante bien
Agrupándose y resguardándose con los troncos de los árboles, los atacantes tenían menos posibilidades de acertarles. Las espadas largas de los hombres eran bastante efectivas contra ellos, sobre todo la larga lanza de Harada, que fuera donde fuese siempre encontraba un blanco.
Tras unos minutos de escaramuza acabaron con todos los enemigos nada más que con una o dos bajas. Todos estaban en el más absoluto de los silencios, esperando por si llegaba algún otro ataque, pero nada más sucedió.
Tokio limpió la hoja de su kodachi antes de guardarla en la funda negra y dorada sujeta en su pantalón. Hacía mucho tiempo que no participaba en un combate real, pero al parecer no se le había olvidado cómo luchar...
"Qué va a pasar ahora, Okita-san?" Preguntó en voz baja echando una última ojeada a su alrededor. Volvió a repetir la pregunta un poco más alto al ver que no le respondía, y se giró hacia él al fin cansada de que no le hiciera caso.
Sus cejas se enarcaron con horror al ver al joven capitán a su lado con la mano crispada en la empuñadura de su nihontou. Por su rostro pálido bajaban gotas de sudor frío mientras daba débiles bocanadas de aire.
"Okita-san...!" Exclamó pegando su caballo al de él preocupada por su salud. Vio su pecho moviéndose irregularmente bajo el kimono, sus ojos muy abiertos, con las pupilas dilatadas, mirando la cabeza del caballo sin ver. Su mano soltó la espada, que cayó al suelo como un peso muerto, y él hubiera seguido su camino de no ser por un soldado que le cogió.
A esto los soldados comenzaron a cuchichear y preguntarse por la suerte del capitán, y el rumor pronto llegó a los extremos de la comitiva.
Kondou y Toshizou estaban hablando muy seriamente cuando uno de los rasos que tenían detrás les informó. Tras la escaramuza el segundo al mando se había adelantado hasta el final del bosque y desde allí había podido comprobar que estaban rodeados por el kangun, quienes incluso tenían tiendas de campaña a campo abierto.
Todo aquello era muy extraño, y olía a traición porque nadie más que ellos sabía que iban a Nagareyama. Kondou pensaba que había sido la noche que se marcharon Harada y Shinpachi, porque el Gobierno Meiji habría necesitado tiempo para reunir a todo aquél ejército y colocarlo allí. Ellos dos quedaban automáticamente descartados porque no había forma de que Shinpachi lo supiera y Harada había estado vigilado desde que volviera.
Podía haber sido cualquiera de los soldados rasos, Saitou, u Ogata. De Okita no sospechaban porque conocían al muchacho desde mucho tiempo, sabían que les era totalmente fiel y además era un buen amigo de ambos. No, el primer capitán no podía haber sido. Tampoco la mujer, vigilada constantemente, podía haber alertado al gobierno a pesar de ser uno de ellos.
De este modo sólo dos capitanes les resultaban sospechosos además de los soldados, y eso era todavía demasiada gente. Pero decidieron tratar una cosa de cada vez. En ese momento era importante ver qué le sucedía a Okita.
Hijikata se bajó de su caballo y entró entre las filas de sus soldados hasta llegar al lugar donde Tokio intentaba sin éxito reanimar al muchacho. En pocas palabras ella y el soldado que la ayudaba le relataron lo sucedido, y el ceño del segundo comandante se hizo profundo bajo su flequillo negro.
Habló con el soldado y le ordenó que trajera allí a Saitou. Cierto que podía ser un traidor, pero llevaba años sirviendo a su causa con voluntad férrea, persiguiendo a los traidores al Shinsengumi con su nihontou hasta acabar con ellos. Además, siempre estaba acompañado de Okita, por lo que de haber realizado algún acto de traición el muchacho habría hecho justicia, o lo habría intentado al menos.
Acostumbrado a sus actos y a su forma de ser, Toshizou había aprendido a confiar en él, e incluso le caía bien. Era una máquina de matar, como él y como Okita, sin los sentimentalismos propios de Sanosuke, o del propio Kondou.
"Sí, Toshizou-san?" Preguntó el tercer capitán con semblante de hielo cuando llegó hasta allí
"Quiero que cojas a Okita y a Tokio y que vayáis los tres a Nagareyama. Estamos cerca, al galope tardaréis dos horas más o menos. Mientras ella se ocupa de llevar al muchacho al médico más cercano tú buscarás un lugar donde podamos establecernos. Nosotros iremos tan pronto como podamos"
"Y si me niego? Estos hombres que nos han atacado era sólo una avanzadilla, quiero quedarme a luchar"
"No vamos a luchar con ellos, Saitou, son demasiados. Es más importante que asaltemos el castillo de Aizu en su momento que intentar un ataque contra estos. Además, Kondou tiene un plan, no hay de qué preocuparse. Espéranos en el puente que hay en la entrada a última hora de la tarde. Y ten cuidado, parece ser que estamos rodeados" Le dijo dándose la vuelta y marchándose por donde había venido. Su actuación dejaba en claro que no había nada que replicar.
Saitou sopló disconforme con la orden recibida y, poniendo a Okita sobre su hombro marchó hasta el extremo de la fila, donde Ogata aguardaba.
Él y sus soldados preguntaron qué es lo que sucedía y se interesaron por su misión y por la salud de su compañero, pero el soldado no respondió. Tokio, que le seguía de cerca tuvo que contárselo todo en pocas palabras.
Dos soldados desmontaron y les ofrecieron sus caballos, yendo ellos a buscar los que habían quedado sin amo. Sin más tardar los dos animales salieron al galope en dirección contraria.
Hijikata volvió a su posición y la fila de "mercaderes" se adelantó hasta salir a campo a través. Allí, tal y como Kondou había supuesto, un emisario del kangun les estaba esperando.
Era un hombre maduro, bastante mayor que ellos y algo entrado en canas. Al verles llegar a la linde del bosque azuzó a su caballo moteado para que fuera hasta allí.
"Que puede desear el poderoso ejército del Emperador de unos pobres mercaderes como nosotros, señor?" Preguntó Kondou con una amplia sonrisa en su rostro
"Mi comandante ordena que vuestro jefe me acompañe. Quiere hablar con él"
"Pero somos mercaderes, cada uno es su propio jefe... Viajamos juntos porque comerciamos juntos, nada más" Añadió Toshizou esforzándose por ser amable
"Para ser mercaderes utilizan muy bien los sables. No ha quedado nada de mi tropa de reconocimiento" Sonrió cínico el emisario, que sabía perfectamente con quién estaba tratando
"Sus soldados nos atacaron, señor, era justo que nos defendiéramos" Se encogió de hombros el comandante rabiando por dentro al darse cuenta de que las cosas no estaban yendo por donde él quería
"De cualquier modo, después de la entrevista con su comandante nos dejará partir?"
"Por supuesto, siempre y cuando nos hagan un precio especial en las mercancías que les pidamos --se rió el hombre de buena gana-- Diga a su jefe que le espero en mitad de la explanada" Apretó un poco los talones en los ijares del caballo y partió al punto de encuentro
"Lo saben" Murmuró Hijikata furioso conteniendo las ganas de golpear al árbol que tenía más cerca para desahogarse
Kondou asintió "Me llevaré a cuatro soldados conmigo y veré qué es lo que quieren"
"Pero eso es un suicidio"
"No tienen pruebas de quienes somos, Toshizou. No somos los únicos que van de Edo a Nagareyama, o sí? Lo único que tenemos que hacer es hacerles creer que se han equivocado y venderles todas las chucherías que compró Tokio"
"Iré contigo. Por si intentan algo"
"No. Tienes que quedarte y dirigir a las tropas. Tú eres el segundo comandante, es tu responsabilidad atacar Aizu si yo no vuelvo"
El segundo al mando apretó la mano en la empuñadura de su nihontou con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron lívidos. Era una locura, estaba seguro de que no le dejarían marcharse una vez estuviera allí, y Kondou se lo tomaba con esa tranquilidad...!
"Kondou..."
"Ya está bien! Hijikata Toshizou, te comportas como un crío! --le cortó el mayor frunciendo el ceño sobre sus ojos marrones-- Esto es la guerra, recuerdas? Mis intereses son los del Shinsengumi, y mi honor me dice que esto es lo que tengo que hacer. Cada uno sirve a la causa como tiene que hacerlo, es karma, el destino. No se puede cambiar. Ahora escúchame. Ten a todos preparados. Si ves que empiezo a armar jaleo salid corriendo de aquí, me oyes? No os quedéis a luchar de ninguna de las maneras, es una orden"
El otro hombre bajó ligeramente sus ojos azules. En el monólogo de su amigo podía encontrar casi las mismas palabras que él mismo le había dicho a Saitou un rato antes. El comandante era su amigo, el único que le conocía realmente bajo esa máscara fría que llevaba bajo el flequillo negro, y le dolería perderle... Pero así era el destino de los dos
"Tienes razón, disculpa mi cabezonería, Kondou. Todo estará apunto en cualquiera de los casos" Sintió una mano del fornido comandante apretar su hombro unos segundos antes de ordenar a cuatro soldados que marcharan con él
Mientras les veía alejarse en la distancia explicó lo que estaba sucediendo y les preparó para lo que pudiera pasar. En cuanto los seis puntos bajaron del caballo y desaparecieron dentro de una de las tiendas todos los soldados desenvainaron haciendo el menor ruido posible por si había espías.
Estaban demasiado lejos para oír nada, pero pudieron ver perfectamente cómo la tienda de campaña donde habían entrado se desplomaba como una sábana cualquiera. Esa era la señal.
Toshizou levantó el sable para que todos lo vieran y rápidamente salieron al galope desde retaguardia Sanosuke y Ogata seguido por el resto de soldados
Encontraré al traidor, Kondou, y le haré pagar por todo, lo juro por el Aku Soku Zan!! Pensó Hijikata espoleando su montura para que cogiera velocidad
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Era casi la hora que había acordado con Hijikata, y Saitou estaba en el puente acordado montado en su caballo marrón oscuro. Había hecho exactamente lo que le habían ordenado.
Tras la larga cabalgada había dejado a Tokio y a Okita en el primer médico que habían encontrado y desde allí se había marchado a cumplir el segundo encargo. Tuvo que recorrerse muchas tabernas y hablar con mucha gente hasta encontrar por fin alguien que le alquilara o vendiera una casa en las afueras de la ciudad.
Sacudió la cabeza ligeramente intentando despejarse un poco. Para cerrar el trato con aquél hombre había tenido que beber sake como en los meses que estuvo con los renegados que se fugaron del Shinsengumi. Y había perdido práctica, se emborrachaba con más facilidad que entonces...
Comprobó por quinta vez que sus espadas estaban donde deberían y se bajó del caballo. Estuvo un rato de pie, cogido a las riendas, esperando a que el suelo de madera dejara de moverse bajo él. Maldiciendo como un marinero se acercó con paso inseguro a la baranda del puente y miró al agua que corría limpia bajo él. Se le ocurrió que quizás el agua fría le despejaría y le devolvería los reflejos, ya que no estaba tan borracho como para no darse cuenta de la que le caería si sus comandantes le veían en ese estado tan lamentable.
Agarró las riendas del caballo y le llevó con él hasta el borde del río, donde se dejó caer. El suelo estaba mullido, lleno de hierba fresca que el animal no desaprovechó.
Saitou se arrodilló entonces y se asomó al caudal que corría tranquilo a su lado. Vio peces moverse cerca de él, y también libélulas, y uno o dos sapos comiéndoselas.
La gente que pasaba por allí le miraba hasta con curiosidad, intentando imaginar qué es lo que se le habría caído al hombre para estar mirando el río con tanta insistencia.
Observó su reflejo durante unos segundos y deliberadamente metió la cabeza en el agua y se mojó hasta el cuello. Evidentemente salió chorreando, pero no le importó mojarse el kimono porque había conseguido lo que quería; tener las ideas claras.
Cuando la superficie se hubo tranquilizado volvió a mirarse en el río, y se rió de buena gana al ver que a sus 24 años seguía siendo igual de viejo --o joven-- que cuando se marchó de su casa o se enroló en el Shinsengumi.
Mirándose notó que tenía manchas de sangre fresca en la manga izquierda de su ropa. Frunció el ceño ligeramente y sacó la nihontou de su funda, comprobando para más disgusto que ni siquiera había acertado a limpiarla adecuadamente. La introdujo en el agua corriente y dejó que el río hiciera su trabajo. Apenas podía creer la facilidad que tenía para matar estando ebrio... Era una mala costumbre, pensó secando con delicadeza la hoja con un pañito de algodón.
No lo iba a negar, le gustaba el sake, pero le hacía perder los papeles. Y si había algo que odiaba era perder la compostura y el autocontrol
Se tumbó en la hierba y puso las manos tras su cabeza. Si se detenía a pensarlo, era una ironía que matando se ganase la vida cuando por la misma razón tuvo que exiliarse de su casa.
Los tiempos cambian, es cierto, pero por alguna razón yo sigo igual que siempre... O no? Tokio piensa que he cambiado...
Su pensamiento entonces voló hacia la clínica donde ella todavía estaría con Okita. A pesar de que el muchacho había recuperado la consciencia en medio de la marcha le habían llevado a ver al doctor. En cualquier caso, lo que le había ocurrido aquél día estaba dentro de lo esperable. Su enfermedad estaba en fase terminal, y por muchos médicos que viera no se salvaría de ninguna manera. Era una lástima perder así a un gran espadachín...
Y qué habría sucedido con el resto de la tropa? Se estaban retrasando... Toshizou le aseguró que no lucharían pero... Cómo iban a salir de esa encerrona sin pelear? Era imposible, si incluso Tokio y él tuvieron que desenvainar para librarse de unos cuantos soldados que les perseguían en su carrera...
Casi pareció que sus compañeros leyeran sus pensamientos, porque al pronto escuchó la voz fría del segundo al mando llamarle desde arriba del puente. Hajime se levantó casi perezosamente, se estaba bien tumbado junto a las aguas tranquilas....
Al momento estaba cabalgando al lado de sus compañeros. No le hizo falta mirar mucho para darse cuenta de que sí habían tenido que entablar batalla para salir de allí. Vio sus caras serias, demasiado para ser normales, y azuzando al caballo, se colocó junto a Hijikata. Al punto notó que faltaba alguien
"Dónde está el comandante?"
"Yo soy ahora el comandante. Kondou ha muerto. Llévanos hasta la casa" Le dijo desapasionadamente y sin intención de continuar hablando. Harada se acercó a ellos también y le pidió permiso para ir a ver a Okita antes de preguntarle a Saitou dónde se encontraba
"Luego te llevaré. Cuéntame qué es lo que ha pasado, Sanosuke" Le dijo secamente sabiendo que aquello no era más que un mero intercambio de servicios. El capitán de ojos azules le refirió brevemente el plan e Kondou y su escapada campo a través donde tuvieron que pelear para salvar sus vidas. Evidentemente no todos lo lograron
"El comandante piensa que alguien nos ha traicionado, Saitou. Y yo también lo creo. Es demasiada coincidencia que supieran exactamente dónde estábamos, quiénes éramos y por dónde íbamos a pasar"
"Y no piensas que haya podido ser yo?" Le preguntó con su sonrisa cínica favorita
Sanosuke decidió no seguirle el juego, pero aún así le respondió amargamente "Eres un maldito jilipollas, pero eres leal a tus principios, lo sé. Y también Toshizou-san lo sabe. Si no ten por seguro que ya estarías muerto"
Saitou frunció ligeramente el ceño durante unos momentos, pero pronto sonrió de nuevo, esta vez ladino y casi con cierto sadismo "Creo que tendré que volver a hacer mi trabajo. Es muy divertido, y además se me da bien, qué más puedo pedir?"
"Eres un psicópata desalmado..." Le censuró Harada casi escupiendo las palabras debido a la repulsión que aquél capitán le merecía. El otro tan solo se encogió de hombros, divertido por las reacciones tan pasionales que siempre conseguía al hablar con el capitán de la 10º unidad
Pronto llegaron a la cabaña. Era más grande que la que tenían en Edo precisamente porque los soldados tenían que dormir allí también. Aunque, como siguieran así pronto no tendrían problemas de espacio. Si cuando salieron de la ciudad eran aproximadamente veinte, su numero se había reducido a la docena contando con Okita y Tokio.
De nuevo su pensamiento se marchó hasta ella. Mientras cabalgaban había pensado, y con lógica, que ella podía haberse quedado con los Meijis que la devolverían a su casa o podía haberse escapado con el caballo, pero no lo había hecho. Se dijo que sería una pregunta que estaría encantado de hacerle aunque de antemano conociera parte de la respuesta.
"Os quiero aquí con tiempo suficiente para que Tokio haga la cena, entendido?" Ordenó el comandante bajándose del caballo sin siquiera mirarles. Ellos dos dieron la vuelta a sus monturas y a paso ligero marcharon al centro de la ciudad.
La mujer se alegró mucho cuando vio a los dos capitanes entrar en la clínica. El que Sanosuke estuviera allí también le decía que habían conseguido salir de la encerrona del kangun.
Se inclinaron cortésmente frente al doctor que se les presentó y le dieron las gracias por informarles sobre el estado de salud de Okita. Les dijo que lo que le había pasado había sido fruto de algún fuerte esfuerzo físico. La tuberculosis es una enfermedad que afecta principalmente a los pulmones y al pedirles tanto trabajo se habían colapsado, esa había sido la causa de su desmayo. El resto no fue nada nuevo, su enfermedad era incurable y estaba en fase terminal. Debía hacer el menor ejercicio posible para que no le volviera a pasar lo mismo y por lo demás sólo era cuestión de tiempo
"Okita era muy amigo de Kondou --comentó Sanosuke después de poner a la mujer al corriente de lo sucedido-- Será bueno que se lo digamos?"
"Tarde o temprano tendrá que enterarse..." Se encogió de hombros Saitou
"No si tenemos cuidado... Es cuestión de hacerle creer que está espiando o qué se yo en algún sitio junto con algunos hombres, los que también murieron..."
Dejaron de hablar al escuchar el ruido de una corredera. El muchacho salió de la habitación por su propio pie, con su típica sonrisa en el rostro aunque aún un poco pálido "Nos vamos?" Preguntó jovialmente, como si nunca hubiera pasado nada
Por orden de Hijikata aquella misma noche Saitou comenzó sus pesquisas para encontrar al responsable de la traición y muerte de Kondou. No fue muy complicado adivinar quién era el culpable entre tan pocos sospechosos. A los once que eran sin contarle a él había que quitar al comandante, Harada, Okita y Tokio. Y de esos siete, seis eran soldados rasos, fáciles de impresionar y amenazar hasta conseguir la verdad.
Pero ninguno de sus malos trucos hizo falta, el traidor se desenmascaró solo mientras hablaba con él, ya que desde la última fila, en el bosque, no podía saber el aspecto del mensajero del kangun, al que según Toshizou sólo habían podido ver él, Kondou y los soldados que estaban inmediatamente detrás de ellos.
A la mañana siguiente Ogata estaba tranquilamente comiendo un bol de gachas de avena cuando Saitou se sentó delante de él con expresión sonriente y dejó su nihontou desenfundada a su lado
"Qué hay, Saitou? Quieres hacerme más preguntas? Ya te dije que yo no traicionaría nunca al Shinsengumi, pero en fin... Dispara"
"No voy a hacerte más preguntas, sólo quiero discutir contigo la manera de acabar con el traidor... Cuando lo encuentre, claro. Los dos sabemos cómo son de ruines los Meijis, y sabes que de cualquier manera, el traidor no será recompensado más que con la muerte... Bueno, sí, me encantaría ver su cara entonces, pero hay que mejorarlo. Qué te parece esto? Yo personalmente perseguiré al traidor hasta darle caza, y le cortaré su lengua mentirosa además de sus manos de traidor, y esas orejas que sólo oyen lo que le conviene. Sabes que soy muy capaz de hacerlo, creo que recuerdas lo que pasó cuando todos aquellos quisieron dejar el Shinsengumi... Después de eso, bueno, le dejaré marchar para que piense que se ha escapado. Correrá a los brazos de sus amiguitos Meijis y ellos le darán el golpe de gracia por mí. Qué te parece, quieres que comencemos ahora mismo o prefieres morir con el estómago lleno?" Le preguntó por fin después de todo el soliloquio.
Los ojos marrones del capitán se abrieron con sorpresa al verle tomar su nihontou y dejó caer la cuchara de madera en el bol, salpicando el suelo de gachas.
"Yo no... yo no... fui, lo juro"
"Claro, claro... Sabes? Eso es lo que dicen todos" Dijo con una sonrisa divertida. El resto de los hombres que estaban comiendo en la misma habitación, que era la más grande y utilizada para muchas cosas, se volvieron para ver la escena
Ogata se puso en pie de un salto y salió corriendo a toda velocidad, perseguido de cerca por el Lobo que pretendía darle caza. Recorrió varias habitaciones, a veces sin molestarse siquiera en descorrer las puertas, y salió al exterior, donde guió sus pasos al abrevadero.
Saitou casi chocó con Sanosuke en la puerta de salida, y el otro capitán, alertado con anterioridad por el mismo Hajime de que había encontrado al traidor, lo entendió todo y salió corriendo tras él también siempre con su lanza dispuesta.
Cuando llegaron allí Ogata ya se había subido a un caballo y lo espoleaba para escapar. Sanosuke tomó entonces su arma, apuntó, y la lanza voló con increíble destreza hasta su objetivo.
Con un relincho agónico el caballo se derrumbó al clavársele la lanza en un costado, casi aplastando a su jinete en la caída. Para cuando el hombre consiguió desenredarse de los correajes, sus perseguidores ya estaban allí.
Había verdadero terror en su cara cuando miró hacia arriba y se encontró con un par de ojos ámbar mirándole con malicia. Hajime tenía su espada desenvainada, y podía haberle cortado el cuello allí mismo, pero esperó a que el enemigo se levantara y saliera corriendo haciendo gala de su instinto de supervivencia.
Entonces se colocó en su postura favorita, el Gatotsu, que consistía en la Estocada Horizontal propia del Shinsengumi pero mejorada de forma que con la derecha guiara la hoja de la espada mientras se lanzaba contra el enemigo con toda la fuerza de sus piernas
Sanosuke agitó la cabeza con desaprobación cuando el otro capitán empaló a Ogata por la espalda y lo clavó en el tronco de un árbol
"Así es como entiendes tú un combate? Matando por la espalda?"
El hombre sacó su arma de un tirón y la limpió con la misma ropa de su víctima "Ogata era un traidor, y se merecía una muerte de traidor. A ti en cambio te mataré de frente para ver tus ojos mientras mi hoja te atraviesa, Sanosuke"
"Serás tú el que acabes en la punta de mi lanza, Saitou" Le dijo sacando susodicha del cuerpo sin vida del equino
N del A:
--Bueno, tengo que pedir perdón por éste capítulo porque falta gravemente a la realidad... El caso es que me enteré más tarde, pero Okita estuvo en Edo, y Sanosuke no se marchó con el Shinsengumi a Nagareyama, sino que también estuvo en Edo. Luego, también tuve problemas con las fechas y eso...
--Lo de Kondou sé que sucedió, pero no tengo ni idea de dónde ni cuándo... Así que también me lo tuve que inventar.
--La traición de Ogata es falsa, me la inventé yo. Bueno, esto es un fic y mi información no es maravillosa, qué le voy a hacer! Algo tenía que inventarme para lo de Kondou.... Gomen nasai.
