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Captain Ookami & The Beauty Lady Takagi

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Tokio suspiró al ver a la gente pasar por la calle junto a su ventana. A pesar de estar en pleno verano, en Agosto, la gente no paraba un momento en sus quehaceres, los niños no corrían por las calles de Aizu.

Su estancia en Nagareyama fue corta debido a los tratados que Hijikata había realizado con los últimos generales de los ejércitos de Tokugawa. Aunque sabían que todo estaba perdido pensaban luchar hasta el final contra el terrible ejército que había conseguido formar el nuevo gobierno Meiji

Y ella... Su situación era única. Era una patriota que estaba en el bando del Shinsengumi. Fuera de la casa donde cuidaba a Toshizou estaban sus amigos, su familia e incluso Kuro, su prometido. Ellos eran poderosos, tenían armas y fuerza de sobra para acabar con la centena de Tokugawas que quedaban con vida. Nadie podía impedir ahora que se reuniera con ellos. El comandante no aguantaría una carrera larga para detenerla, y estaban solos allí.

Saitou estaba liderando en esos momentos un ataque contra los patriotas y no tenía ni idea de cuándo volvería, y evidentemente Sanosuke estaba con él.

Aún con eso, Tokio seguía mirando por la ventana.

Usando su frío tono normal, Hijikata le preguntó en qué estaba pensando. Ella volvió la cabeza con una ligera sonrisa melancólica "Estaba pensando en que Saitou-san es un buen estratega, no cree? No han matado a ninguno de los nuestros desde que él los dirige..."

"De los nuestros?" Preguntó el comandante de acerados ojos azules. Tokio dio un respingo al darse cuenta de lo que había dicho, pero antes de que pudiera decir nada el hombre continuó hablando

"Acaso no te consideras Meiji?"

La mujer apartó la mirada y buscó una respuesta para tan perturbadora pregunta. Era patriota? Sí, desde luego que sí, estaba de acuerdo con abrir el Japón al exterior y con darle el poder a su dueño, el Emperador. Pero su vida no había sido feliz entre los patriotas, más bien todo lo contrario. Comenzó realmente a vivir cuando entró en el Shinsengumi.

Y no era sólo por el hecho de que Hajime estuviera allí, era algo más. De alguna manera, aquellos hombres se habían convertido en su familia. Una un poco extraña, pero así lo sentía. Quizás sus ideas no fueran las mismas, pero esa sensación de camaradería, de amistad que había en las reuniones nocturnas en su casita de Edo no la había tenido antes con sus compañeros Meijis. Esa era la respuesta, y así se lo dijo al comandante.

Él tardó unos momentos en asimilar sus palabras antes de probarla una vez más "Y qué defenderías antes, tus ideas o tu familia?"

Tokio apretó los labios a la pregunta que sabía acabaría llegando. Si Toushizou de por sí siempre había sido un tipo frío y retorcido, desde que asumió su rol de comandante las cosas habían empeorado sustancialmente.

"Tendría que verme en esa situación"

En el momento en que el hombre asentía a sus palabras se dejó oír un tiro cerca de allí, y luego el estruendo de un cañón que hizo temblar la estructura de esa y varias casas más.

La puerta se abrió estrepitosamente y los dos empuñaron sus armas sin pensarlo. Un hombre maduro, de pelo oscuro como la noche entró jadeando. Era el dueño de la casa, un Tokugawa que estaba ayudando a sus tropas como podía. Sus ideas eran lo único que tenía y las defendía hasta la muerte; los Meijis habían matado a su mujer y a sus hijas.

"Tenemos que avisarles!!" Consiguió exclamar tras tomar aire unos instantes

"Tranquilo, cuéntanos qué pasa..." Le dijo Tokio ayudándole a sentarse e intentando controlar su propio nerviosismo despertado por la ansiedad del recién llegado

"Les... Les van a rodear, vienen por el camino que bordea la montaña! Son demasiados, tienen que escapar o estarán perdidos...!" Dijo atropelladamente, el corazón casi saliéndosele por la boca de lo rápido que latía

El comandante le miró con expresión grave, su mente discurriendo a gran velocidad un plan que salvara a su tropa del desastre "Tokio... Estás dispuesta a defender tu familia?"

"Yo...? Quiere que entre en el combate y mate a los Meijis por salvarles?" Le preguntó casi escandalizada por su proposición

"Es hora de que decidas qué es más importante para ti. Si no te abres camino hasta allí, Saitou, Sanosuke y el resto serán arrestados y ejecutados públicamente por atentar contra el nuevo gobierno Meiji. Es eso lo que quieres?"

"No puede pedirme eso! No es justo, Hijikata-san..." Tokio comenzó con un tono bastante elevado, pero acabó casi en un susurro. Serán arrestados y ejecutados públicamente...

Tiene razón... Es hora de que decida qué me importa más, si mis ideas Meijis o la vida de mis amigos... y de Hajime. Ojalá no tuviera que hacerlo, no quiero matar soldados del kangun, y menos si son los de Aizu... Conozco a muchos de ellos, no son mala gente.... Pero una vez me prometí que haría todo lo posible para defender a los míos si alguna vez estaban en peligro, y eso es lo que voy a hacer. No puedo seguir siendo neutral, es hora de que me implique para bien o para mal....

"De acuerdo... --dijo con un suspiro-- Confío en que no haga ninguna tontería mientras yo no estoy, comandante"

El hombre sonrió ladino y apartó el flequillo negro de su cara, dejando ver sus bonitos ojos azules "No te preocupes por eso. Lo único que debe importarte ahora es llegar hasta Saitou y contarle esto. En cuanto pueda me reuniré con vosotros"

Tokio suspiró y se marchó a la habitación contigua. Se desnudó completamente y cambiando su kimono azul celeste por uno más práctico para lo que tenía que hacer. Desde que se marcharan de Edo no se lo había vuelto a poner.

Su corazón se ensombreció al recordar cómo el joven Okita había muerto entre sus brazos. Fue en la mañana del 30 de mayo, lo recordaba perfectamente. El capitán estaba persuadido de que la racha de mala suerte que estaba teniendo el Shinsengumi se debía a un gato negro que convivía con ellos desde hacía un tiempo. Le parecía mucha casualidad que desde mediados de abril --tiempo en el que el felino pasó a formar parte de los inquilinos habituales del lugar-- y a pesar de que el Shinsengumi había unido sus fuerzas con el ejército de Ootori Keisuke, estuvieran perdiendo tantas batallas. La gota que colmó el vaso fue el día en que trajeron a Toshizou gravemente herido. A partir de entonces siempre que veía al animal corría a espantarlo con la esperanza de alejarlo de allí.

Aquél día quiso el destino que la carrera colapsara sus pulmones para siempre. A pesar de que le llevaron rápidamente al médico, no pudieron hacer nada por él....

Se colocó la kodachi en el cinturón y recogió su pelo con dos varillas plateadas, haciendo un moño en la parte alta de su cabeza.

Los dos hombres, que estaban hablando quedamente, callaron al verla salir. El dueño de la casa la miró de arriba abajo, admirado por el cambio de la muchacha. Parecía un guerrero, y no sólo por su atuendo, sino por la determinación que llevaba pintada en el rostro. Rápidamente le indicó en qué zona de la ciudad estaban luchando; los alrededores del castillo de Aizu. Con una leve inclinación se despidió de los dos hombres, sin sospechar que sería la última vez que viera a ambos.

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Con un gruñido, Harada Sanosuke saco su lanza del cuerpo de un soldado moreno. Miró a su alrededor, la calle estaba llena de cuerpos, pero afortunadamente la mayoría eran enemigos. Se notaba que muchos de ellos eran jóvenes inexpertos, y eso era una suerte para los Miburos.

Escuchó entre el griterío y los aceros entrechocando el grito de guerra de un patriota y, asiendo su arma con fuerza dio un rápido giro para tomarle desprevenido. El soldado no pudo reaccionar a tiempo y el brutal ataque le hundió una parte del cráneo.

Se limpió el sudor de la cara y el dorso de su mano apareció manchado con la sangre de alguno de los enemigos que le había salpicado. Un fugaz barrido de sus ojos azules le informó que todo él estaba igual de sangriento a pesar de no tener casi heridas.

Escuchó disparos un poco alejados de donde se encontraba él luchando con la mitad de los hombres e inconscientemente volvió la cabeza hacia la parte alta de la calle. Saitou y los suyos debían estar teniendo problemas... Pero no podía hacer nada, al menos hasta que acabaran con los enemigos que les ocupaban en ese momento

"Capitán Harada! Capitán Harada!!" Oyó que le llamaban de lejos. Un soldado y una mujer corrían hacia allí abriéndose camino entre los Meijis con sus espadas

El hombre dejó de prestarles atención para seguir combatiendo con fiereza hasta que llegaran. Pero su mente estaba algo distraída del combate. Qué estaría haciendo Tokio allí?

Con un golpe certero partió la hoja de la nihontou enemiga y con un revés, su cuello. Dos soldados más se desplomaron a sus pies muertos antes de que Omi y Tokio llegaran hasta él

"Qué estás haciendo aquí, Tokio? Que ha pasado? Dónde está Toshizou-san?" Preguntó el capitán como si fuese una ametralladora mientras barría la zona con su mirada en busca de posibles enemigos. La batalla estaba decayendo, ya no eran dos masas de soldados luchando apelotonados, sino pequeños grupos de diez o veinte

"Tenemos que irnos de aquí, otra partida del kangun viene por el camino de la montaña para rodearnos! Ya deben de estar en la ciudad, Harada-san!!" Exclamó la mujer entre jadeos. La kodachi estaba fuertemente apretada en su mano derecha, y su hoja goteaba la sangre que había derramado su dueña

Sanosuke la miró con grandes ojos azules, ya que nunca había visto su faceta guerrera en todo su apogeo y se sorprendió de encontrarla tan hermosa. Dio un respingo al darse cuenta que se la había quedado viendo fijamente y se concentró en sus palabras "Quién te lo ha dicho?"

"Yabu-san, el dueño de la casa, ya sabe! Tenemos que avisar a Saitou-san! Vamos, hay que darse prisa!" Le urgió con grandes aspavientos

El capitán asintió, y cuando les ordenó quedarse allí para coordinar el ataque e ir adelantando posiciones, Tokio se negó en rotundo. Le habían ordenado buscar a Saitou y eso era lo que iba a hacer aunque tuviera que hacer enfadar al otro hombre.

Harada no tuvo más remedio que ceder y ambos echaron a correr, no sin antes dejarle bien claro a Omi que tenía que ordenar a los hombres que fueran subiendo calle arriba para encontrarse con los demás.

La plaza donde habían estado luchando se estrechó hasta convertirse en una calleja como siempre alfombrada de cuerpos y sangre. Mientras subían calle arriba hasta el lugar donde se oían escaramuzas con disparos de fusil incluidos, el hombre recordó batallas antiguas; las de Kyoto, las de Edo. Aquello estaba resultando una matanza como las de entonces. Gracias a los dioses Battousai no estaba allí, si no todo sería muy diferente.

Desde Toba-Fushimi no habían vuelto a ver su cabeza pelirroja, y había comenzado a pensar que alguien había conseguido derrotar al hitorikki más famoso de todos los patriotas

La única lástima es que no haya sido yo su ejecutor... Pensó mientras se abría camino a golpes de lanza, siempre con Tokio pegada a su lado

La calle se ensanchó una vez más, dando paso a una plaza casi cuadrada que tenía salida a una de las calles principales de la ciudad, la que llevaba al castillo de Aizu. Como en casi toda la ciudad, las puertas y las ventanas estaban cerradas completamente para evitar entrar en contacto con cualquiera de los bandos.

Los soldados del Shinsengumi estaban parapetados detrás de cualquier cosa que pudiera servirles de pantalla contra las balas que ocasionalmente cruzaban la calle o se habían colocado en los puntos ciegos de los francotiradores para mantener allí sus escaramuzas contra el kangun.

Vieron a lo lejos la alta figura que era el capitán lanzándose con su nihontou contra el soldado lo suficientemente osado como para desafiarle, y se fueron fundiendo con los pequeños grupos de soldados para despistar a los tiradores y poder acercarse hasta allí

Pero cometieron el gran error de presentarse a su lado sin anunciar su presencia y Saitou, dándose cuenta de que alguien corría hasta él se giró con brusquedad y lanzó un fiero mandoble al aire con su zurda

Inconscientemente Sanosuke colocó su arma en vertical para parar la hoja que iba a cortarle el cuello, salvándose así por la mínima. Ambos se miraron fieramente, y el capitán de la antigua 10 unidad pudo ver cómo por unos instantes el otro hombre dudaba sobre su identidad

Tokio miró al hombre que amaba con las cejas enarcadas, sorprendida por su violenta reacción y la mirada de asesino que había en sus ojos de ámbar. Agitó la cabeza, diciéndose así misma que esa forma de actuar era la normal en alguien que combate tras combate salvaba su vida

"Saitou-san, tranquilo, somos nosotros" Le imprecó. Pronto sintió su taladrante mirada sobre ella, pero la soportó y se la devolvió con sus ojos esmeralda, que parecieron infundirle una nueva cordura más allá del combate

Hajime dejó de hacer fuerza con su espada y la acabó bajando, dejando a Harada hacer lo mismo con su lanza

"Qué estáis haciendo aquí?" Preguntó con voz fría como el acero de su katana mientras tal y como hizo Sanosuke en su momento recorría la plaza con su mirada, siempre alerta ante cualquier emboscada

En pocas palabras la mujer le contó lo referente a la nueva partida del kangun que llegaba a Aizu y la orden de Hijikata

El capitán rumió rápido sus palabras y su mente comenzó a imaginarse las posibles tácticas que el general enemigo utilizaría para encerrarles. No era muy difícil darse cuenta que con dividir el ejército en dos, una facción para cada una de las salidas de la calle, les tendrían acorralados. Lo único que podían hacer entonces era salir a la calle principal. Una vez allí ya decidirían si se quedaban a luchar o si se retiraban

"Sanosuke, métete en la calle por donde habéis venido y grita a los tuyos que se den prisa en subir, da igual si la escoria monárquica se entera o no, vamos!" Le ordenó tajantemente. Quisiera o no, Harada obedeció porque él era el comandante cuando Toshizou no estaba presente

Un disparo silbó cerca de sus cabezas, y los dos se agacharon rápidamente "Tenías que venir tú, Tokio?" Le preguntó intercambiando miradas

"No fue por gusto, Saitou, pero no había nadie más... --suspiró, aunque una pequeña sonrisa tocó sus labios al darse cuenta de que se estaba preocupando por ella... una vez más-- Cómo va la batalla?"

"A su favor. Son muchos, y desde luego no venceremos si vienen más" Fue la seria respuesta

Dos soldados enemigos se les acercaron por detrás aprovechando que estaban agachados para evitar los tiros, pero al contrario de lo que pensaban no pasaron desapercibidos para el hombre, que les había visto por el rabillo del ojo.

Les dejó que se acercaran confiados hasta que fuera demasiado tarde. Entonces se levantó como un resorte y su nihontou trazó media circunferencia en el aire. Al punto, dos cabezas rodaron por el suelo entre una lluvia de sangre

Saitou se volvió a agachar junto a ella, y arqueó una ceja al verla secarse los ojos sin demasiado éxito. Su kimono y su pelo estaban manchados de sangre, pero eso no le pareció tan terrible. La observó detenidamente, pero tampoco vio heridas en su cuerpo

"Qué es lo que te pasa?" Le preguntó al fin sin entender nada

Ella tragó saliva y se obligó a serenarse. Después de todo, sabía que tarde o temprano sucedería. Aquello era una guerra, y estaba en el bando contrario. Era normal que sus antiguos camaradas patriotas acabaran muertos a sus pies... "Na-Nada... Me asusté como una tonta, eso es todo... " Le mintió borrando de su mente el recuerdo de cuando conoció a uno de esos jóvenes en la clínica donde ella ayudaba al doctor Takani.

Sanosuke corrió hasta donde estaban ellos, saltando y esquivando balas con relativa facilidad "Ya vienen, pero tenemos que darles un poco de tiempo, esos malditos están haciendo un tapón en la calle!"

"Ishido!!" Llamó Saitou a un soldado de su edad aproximadamente. El hombre despachó al monárquico moreno que le ocupaba y dejó al resto para sus compañeros. Era relativamente nuevo allí, de los últimos que se habían unido al ejército Tokugawa, pero era un buen luchador y se había ganado el respeto de sus compañeros y la confianza de sus oficiales

"Sí, capitán Hajime?" Preguntó el castaño resoplando cansado

"Corre hasta la salida de la calle con varios hombres y quédate allí esperando. En cuanto que veas las banderas Meijis a lo lejos silbarás tres veces, has entendido?"

El hombre asintió y salió corriendo a su nuevo destino sin hacer preguntas. Era el prototipo del buen soldado, cumpliendo las órdenes sin cuestionarlas....

"Y qué haremos nosotros mientras llegan los soldados?" Preguntó Tokio inocentemente

"Luchar y matar a cuantos podamos" Fue la respuesta de Saitou. Ella bajó los ojos hasta su arma y asintió levemente

De esta forma, cada uno de ellos se integró en un grupo de Miburos. Como un goteo comenzaron a llegar soldados de los que estaban a las órdenes de Sanosuke. Eran rápidos subiendo, pero no lo bastante. Los Meijis debían tener una buena barrera montada en medio de la calle, y por desgracia no podían ayudarles...

De pronto se abrió la ventana de un segundo piso y un hombre mayor, entrado en canas se asomó con un cuenco de barro en la mano e hizo blanco en la cabeza de un patriota. Así estuvo ayudando al Shinsengumi tirando todo lo que tenía a mano hasta que un disparo silbó junto a su cabeza y le hizo entrar de nuevo en su vivienda para no salir más.

La gente de Aizu, por mucho que les molestara a los monárquicos, estaban a favor del antiguo régimen, y algunos, hartos de la guerra y de los patriotas les ayudaban como podían. Si en esos momentos el ejército tenía los hombres que tenía era por la incorporación de muchos de los habitantes...

Poco tardaron los tres silbidos en hacerse oír entre el bullicio de la batalla. El tiempo de espera había terminado y si se quedaban más tiempo morirían todos. Por mucho que le pesara, Harada sabía esto, así que no discutió cuando el comandante en funciones dio la orden de retirada.

Tal y como lo habían ensayado en multitud de ocasiones, los Lobos de Mibu se juntaron en manada y salieron calle arriba, deteniéndose fortuitamente a pelear contra los patriotas a mitad de camino.

Al fin se reunieron con Ishido en una de las calles principales de la ciudad, desierta debido a la batalla. El hombre estaba herido y había perdido a tres de sus cuatro hombres, pero su semblante no estaba serio por eso. Cuando miraron calle abajo y vieron los estandartes comprobaron con desánimo cómo el kangun les superaba al menos cuatro veces en el número que eran ellos al principio

"Tenemos que marcharnos de aquí ahora!" Exclamó Sanosuke viéndose totalmente perdido

"Al castillo, vamos!" Saitou elevó su nihountou y apuntó con ella a la enorme construcción que se recortaba en el horizonte cercano. A la carrera, los Lobos recorrieron la avenida en la que estaban y doblaron el final para tomar la calle que les llevaría directos a las murallas del recinto

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El castillo de Aizu era una gran construcción, quizás no tanto como el de Edo pero sí igual de hermoso. Tenía fuertes murallas y estaba bien abastecido, no debería costarles demasiado defenderlo...

No hizo falta que se pararan a hablar con los guardias del castillo. Como el resto de la ciudad, defendían el Bakufu y no creían en el gobierno Meiji, y veían en el ejército que corría hacia sus puertas la última esperanza de volver atrás.

Nada más llegar les informaron de que los altos cargos de la ciudad estaban refugiados allí también. Tokio enarcó las cejas a estas palabras y dejando su posición junto a varios soldados se acercó al comandante

"Saitou... Mi... mi padre está aquí..." Balbució ella compungida. El que Takagi Kojuurou estuviera allí complicaba las cosas en gran medida e implicaba también que varios soldados del castillo serían del bando enemigo... Pero qué estaría haciendo un monárquico importante en un castillo regido por Tokugawas?

"No pasa nada, ya pensaremos en algo"

"Pero... querrá matarnos a los dos, no lo entiendes? Le mentí y además he traicionado sus principios...!"

Sanosuke, que había escuchado la conversación por casualidad, se quedó asombrado ante la familiaridad que usaba Tokio con Saitou y se preguntó qué era lo que el comandante no les había contado sobre ella... O mejor dicho, sobre ellos.

Decidió entrar en la conversación como si no supiera nada "Qué ocurre, Tokio? Pareces preocupada por algo..."

"Uno de los altos cargos de Aizu es patriota y está aquí, así que es bastante posible que tengamos soldados enemigos en el castillo" Le contestó el comandante en funciones cruzándose de brazos

"Bueno, no pasa nada... Estaremos alerta. Además, serán pocos en comparación con los nuestros. No te preocupes más por eso, yo me haré cargo" Dijo hinchando el pecho

Hajime pensó en replicarle algo, pero descubrió que no estaba de humor para meterse con el otro capitán. El que el padre de Tokio estuviera con ellos en la fortaleza le perturbaba...

Pronto se presentó ante ellos el capitán de los soldados del castillo. Era un hombre mayor, de unos cincuenta años aproximadamente y vestía el mismo kimono que el resto de los guardianes. A pesar de haber perdido un ojo en un violento golpe de espada, su mirada negra imponía respeto donde se posaba

Mientras que Tokio, ayudada por algunos sirvientes del castillo, hacía las veces de médico con sus soldados, los tres capitanes entraron en el edificio.

Anduvieron por el interior impoluto y perfectamente decorado. Varios soldados andaban de aquí para allá ocupados en sus cosas, hablando sobre la guerra y la batalla que se les avecinaba mientras que algunos sirvientes limpiaban, cambiaban flores o simplemente velaban por que todo el palacio estuviese perfecto.

Antes de llegar al salón donde iban a comenzar a hablar sobre estrategias se detuvieron a saludar a uno de los peces gordos que cohabitaban allí. Fue un contacto breve pero amistoso, se veía claramente que confiaba en que aquellos tres aguerridos capitanes consiguieran derrotar a los Meijis...

Todo lo que restó de tarde Tokio la tuvo muy ocupada a pesar de que los hombres y mujeres que le ayudaban eran bastante competentes. No había ningún soldado de los que habían luchado que no tuviera alguna herida que tratar. Mayormente no estaban heridos de gravedad, si no, no habrían conseguido alcanzar el castillo a tiempo, pero algunas heridas de bala, luxaciones o roturas necesitaban atención especial.

Llegó un momento que temió que se terminaran las vendas y demás útiles necesarios, pero los sirvientes que le ayudaban le quitaron importancia al asunto; en vista de cómo se habían desarrollado los acontecimientos en los últimos meses se habían aprovisionado bien de todo lo indispensable...

Después de haber sido curado de sus heridas, Ishido se había quedado allí con la mujer para ayudarla, decidiendo que era lo mejor que podía hacer hasta que sus superiores decidieran lo que había que hacer. Realmente nunca había practicado la medicina pero limpiar cortes y vendarlos era algo que cualquier guerrero algo experimentado sabía realizar

Estaba la mujer cosiendo a un muchacho cuando escuchó una discusión a poca distancia de donde estaba ella. Era uno de los soldados de guardia empeñado en no dejar pasar a alguien hasta allí, pero no podía identificar quién era esa otra persona

"Déjale pasar, Benimaru" Dijo con firmeza sin distraerse de su trabajo. El soldado gruñó algo inteligible y a regañadientes se quitó de la puerta

"Chínchate! --exclamó entonces una voz infantil antes de sacarle la lengua al hombre, que estaba comenzando a pensar en cometer infanticidio-- Hola, puedes curar a mi pajarito?"

Tokio levantó la cabeza y dejó de coser al instante. Sus ojos verdes se posaron entonces en una cría de 9 años aproximadamente vestida con un kimono verde y malva que llevaba entre las manos un pájaro. Tenía los ojos marrones y el pelo negro y liso recogido en un alto copete que daba saltitos con sus andares

"M-Moe...?" Vaciló casi sin creer lo que estaba viendo. Ella parpadeó varias veces con sus grandes ojos y se acercó a la "doctora" sin dejar de mirarla. La observó detenidamente durante unos instantes, puso su animalito en manos del muchacho a quien estaba curando Tokio y de repente quitó las varillas plateadas que sujetaban su moño. Su pelo negro, algo enmarañado y sucio de la batalla cayó sobre los hombros de la incrédula mujer

"Nee-chan, eres tú!!" Exclamó por fin echándose en sus brazos. Ante las miradas asombradas de todo el personal, la "doctora" estrechó a la cría con fuerza mientras reía felizmente

"No sabíamos que tuvieras una hermana, Tokio..." Comentó uno de los guardias asistentes que había convivido con ella durante todo ese tiempo

Tokio la separó de sí y la miró, admirándose de todo lo que había crecido durante su ausencia "Sí, es Moe, mi querida hermanita... Qué guapa te has puesto en estos cuatro años, y cuánto has crecido!"

La pequeña se rió ante sus halagos y tocó la cara de su hermana mayor ligeramente "Te echaba de menos, Nee-chan, dónde estuviste estos últimos meses? No sabíamos nada de ti..."

"Tuve... eh, problemas, Moe, pero ya pasó todo... Está Padre aquí?"

"Sí. Quieres que vaya a buscarle?"

"No! No, Moe, escúchame bien, no debe enterarse, vale? Al menos todavía no... Es muy complicado de explicar, pero confío en ti, sí?"

"De acuerdo, pero dime una cosa --entonces se acercó a su oído para que nadie más la oyera-- Todos ellos son del Shinsengumi, verdad? Está Hajime por aquí también?"

La mayor se puso un poco colorada "Eh... sí, sí que está aquí. Por qué lo preguntas?"

"Por nada --contestó ella con una sonrisa de oreja a oreja-- Me gustaría verle otra vez..."

El muchacho tosió ligeramente y le devolvió el pajarito a la niña, esperando con paciencia a que la mujer se volviera a acordar de él, ya que a su alrededor el resto de los ayudantes proseguían con su quehacer.

"Lo siento, no puedo hacer nada por él, no entiendo de pájaros, Moe..."

"Bueno... --dijo ella encogiéndose de hombros-- Sólo espero que no se muera... Te podré ver más veces?"

"Claro, pero ahora tienes que dejarme trabajar, vale? Vuelve con Padre, y recuerda, no le digas nada de esto, de ninguno de los dos...!"

Cuando la niña se hubo marchado Tokio elevó la voz y les pidió a todos los presentes que no dijeran nada de lo que habían oído allí "Os lo pido por favor. No le digáis a nadie que la pequeña es mi hermana, y los que sabéis ya quién soy mantened el secreto. Mi padre no debe enterarse de esto..."

Para muchos de los soldados aquello no tenía ni pies ni cabeza, pero los sirvientes sí que habían relacionado todo. Si la "doctora" era hermana de la pequeña Moe significaba que también era hija de Takagi Kojuurou. No entendían muy bien qué era lo que sucedía, pero como no había dinero de por medio ni otros intereses que pudieran beneficiarles decidieron callar...

Para cuando quiso acabar su trabajo se había hecho muy tarde, era noche cerrada y apenas sí había cenado algo. Los sirvientes le habían conducido a un baño y además habían sido tan amables de prepararle un kimono limpio de mujer, más acorde con ella. Tokio suspiró ligeramente cuando una de las mujeres que servían en el castillo le ayudó a vestirse. Hacía mucho tiempo que no tenía tanto lujo, y la verdad, se había desacostumbrado a ello. Además, le parecía extraño que la trataran tan bien.

La sirvienta se encogió de hombros y le respondió que ella era sólo una mandada. Le habían dicho sus jefes que ella era una persona importante para el ejército y le ordenaron servirla, y eso era lo que estaba haciendo.

"El capitán Hajime-san quiere verla. En cuanto terminemos le mandaré llamar, de acuerdo, Takagi-dono?"

Con un fino peine desenredó sus cabellos negros, limpios y perfumados como hacía mucho tiempo y le ayudó a peinarse a su gusto. De este modo, la joven Takagi volvía a lucir tan hermosa, limpia, bien peinada y vestida como cuando habitaban en su casa de Kyoto

"Puedes llamarle ahora, Kara"

Kara asintió y se despidió de ella con una ligera inclinación antes de salir de la habitación. Unos minutos más tarde llamó a la puerta y entró seguida del alto Miburo

Estaban en un palacio, y tal y como mandaba la cortesía, Tokio hizo una reverencia al recién llegado, invitándole a sentarse con ella. El capitán la correspondió con una ligera inclinación aceptando su ofrecimiento sin tardanza

Una vez la sirvienta se hubo asegurado de que no les hacía falta nada, dejó la habitación para que pudieran hablar en privado. De cualquier forma no estaría lejos de allí por si la necesitaban...

Antes de decir nada, Tokio se fijó en él. Como siempre hacía, estaba observando minuciosamente cada detalle de la estancia con sus inquietos ojos ámbar. Llevaba puesto aún el ensangrentado abrigo aguamarina sobre los hombros y tenía la impresión de que, a pesar de que hacía horas que acabó la batalla, no había descansado nada

Saitou, adivinando sus pensamientos le contestó llanamente que acababan de terminar la reunión hacía diez minutos escasos y que no había tenido tiempo para nada

"Debíais estar hablando de algo muy importante, ni siquiera habéis venido a que os vea las heridas..."

"Hazlo ahora. Si quieres..." Se retractó al darse cuenta que quizás había sido muy brusco al principio de la frase. No quería que sonara como una orden...

Tokio asintió con una suave sonrisa y llamó a la criada, ya que sabía que estaría esperando una orden suya para ir.

Se sentó junto a él y le quitó el abrigo aguamarina, comenzando a limpiarle los cortes de espada en cuanto Kara le trajo lo necesario. Al principio notó su cuerpo en tensión, y pensó que quizás le estaba haciendo daño, pero pronto los músculos comenzaron a relajarse. Miró de soslayo y vio que tenía los ojos cerrados y una expresión serena en el rostro.

"Saitou... Por qué querías verme?" Le preguntó casualmente tras unos minutos de suave silencio

"Tengo que hablar contigo" Respondió el Miburo casi en voz baja relajándose bajo las finas manos de la mujer. Ella siguió con su trabajo intrigada, pero no dijo nada. Después de todo era él quien tenía que hablar...

Así pasaron unos minutos más en silencio en los que Tokio terminó de curarle, no había tenido mucho trabajo. En realidad, nunca lo tenía. No era normal que alguien consiguiera herirle gravemente; o bien el enemigo era un espadachín excelente o había tenido mucha suerte... Y aquél día no se había dado ninguno de los dos casos. De cualquier forma, por profundos que fueran los cortes, nunca se quejaba. Alguna vez se había llegado a cuestionar si sería insensible al dolor, pero el propio capitán le había contado que conocía algunas técnicas de concentración para esos menesteres

Suspiró levemente a su silencio. Estaba tardando mucho en dejar salir lo que fuera que quisiera decir, y eso le hacía sentir nerviosa. Levantó la vista y le vio tal y como le había visto antes. Sus ojos cerrados en una expresión tranquila y casi suave acompañada por una respiración lenta y acompasada

Tokio se rió ligeramente entre dientes mientras le miraba con cariño. El capitán se había quedado dormido bajo sus manos

Por unos momentos pensó en despertarle, pero acabó decidiendo que le dejaría dormir. Se lo había ganado. Pasó dos dedos por su mejilla con tanta suavidad que ni siquiera se dio cuenta y se levantó, andando hasta la puerta, donde llamó a Kara y le ordenó que trajera una almohada y un edredón fino.

Con paso lento y cuidadoso volvió hasta su lugar junto a él, donde se arrodilló. Le tomó suavemente por la cintura y entre sus brazos le fue llevando hacia la derecha para dejarle tumbado sobre un costado

Le escuchó murmurar algo y ella acarició su pelo suavemente "Shh... confía en mí..." Le susurró sin parar en su tarea.

Una vez le tuvo tapado hasta la cintura le quitó la coleta y la bandana de la tropa y se lo dejó todo a su derecha, también el daisho, a sabiendas de que si se despertaba a media noche lo primero que buscaría a su lado serían sus espadas

Le estaba observando cuando Kara se paró a su lado y le susurró que dejar a un hombre dormir en su habitación no era correcto y que todos en el castillo pensarían mal cuando a la mañana siguiente le vieran salir de allí. Tokio palmeó la mano de la sirvienta ligeramente y agitó la cabeza

"No te preocupes, iré a dormir a su habitación. No pasará nada por eso, no crees?"

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Acababa de amanecer cuando Saitou se despertó. Apenas sí había mudado su postura durante toda la noche, así que se tumbó boca arriba y miró al techo mientras se acababa de despejar, tocando a su lado en un gesto ya casi involuntario su nihontou.

No recordaba mucho de lo que había sucedido la noche anterior. La reunión, sí, y también el haber ido a hablar con Tokio, pero nada más. Debía de haberse quedado dormido... Tenía la sensación de haber soñado con ella, seguramente debido a su presencia mientras dormitaba...

Casi perezosamente se sentó, quitándose de encima el edredón. A su lado encontró la cinta que sujetaba su pelo y también la bandana, a parte de un kimono y su abrigo aguamarina perfectamente limpio

Se dio un baño y cuando estaba terminando de atarse el kimono llamaron delicadamente a la puerta. Era una mujer preguntando si estaba dispuesto a recibir una visita

La corredera se abrió tras dar él su consentimiento y Tokio apareció vestida como la noche pasada, con aquél kimono rojo estampado con flores y el pelo recogido en dos brillantes coletas que enmarcaban su cara.

"Buenos días, has dormido bien?" Le preguntó con una ligera sonrisa mientras se sentaba sobre sus talones en el tatami

"Sí, gracias a ti, supongo" Contestó sin violencia sentándose frente a ella. Estuvieron unos momentos sin decirse nada, sólo mirándose, hasta que al final Saitou decidió que tenía que decirle lo que la otra noche no pudo. Suspiró ligeramente antes de comenzar

"Tokio, Sanosuke y yo hemos decidido que tienes que volver con tu padre. Dirás que te tuvimos retenida pero al saber que eras su hija te dejamos libre"

"Qué?" Tokio tragó aire, sus ojos verdes muy abiertos. El hombre se silenció durante unos segundos, y cuando iba a exponerle sus razones llamaron de nuevo a la puerta. Era Kara

"Capitán Hajime-san, el capitán Harada-san y el capitán Iori-san le esperan en el salón"

"Ahora voy. Luego seguiremos hablando" Le dijo a la mujer mientras se levantaba, pero antes de que pudiera abrir la corredera un agarro en su abrigo le hizo detenerse. Hajime se volvió sorprendido y la vio de pie junto a él, su pequeña figura agitándose con sus sollozos

"No te deshagas de mí, por favor...!"

"Tokio..." La llamó turbado por sus palabras y su reacción

Ella le miro borroso entre sus lágrimas y se abrazó a su pecho "Sé defenderme sola, y además siempre sirvo para algo! Por favor, Saitou, nunca he sido una carga para vosotros!"

El capitán la rodeó con sus brazos y la apretó contra sí, dejándola llorar libremente "Vamos, no llores... No es por eso, nos has ayudado muchas veces... Pero la guerra se acaba, y nosotros vamos a perder. Los patriotas nos matarán a todos, pero tú eres una de ellos... Por eso tienes que volver con tu padre"

"No quiero ser Meiji si con ello tengo que verte morir!!" Le gritó abrazándole más fuerte aún y enterrando la cara en su kimono

"No entiendo por qué me tienes tanto cariño --dijo casi con suavidad unos instantes después-- Soy un asesino hijo de un granjero, y tú eres una señorita de buena familia. Tu padre no tendrá problemas para casarte con alguien que valga más que yo"

"Pero yo quiero al asesino..."

Saitou bajó la mirada y la abrazó más fuerte, tocando con una de sus manos su sedoso pelo negro. Ella le quería, le había querido desde que se conocieron a pesar de haberla hecho daño tantas veces, empezando por el día que la abandonó. Ya se lo había dicho, no podía entender cómo una mujer tan dulce y tan guapa podía querer tanto a un hombre como él...

Porque ella... a una mujer tan maravillosa era difícil no quererla. Era perfecta; inteligente, bonita, buena ama de casa y buena guerrera y con un carácter imposible de olvidar. Y para colmo tenía ese poder sobre él de hacerle olvidar todo lo que sucedía a su alrededor. Bastaba un roce de sus suaves manos para enseñarle un camino diferente al que había vivido siempre

"E-Estoy dispuesta a volver con mi padre... --dijo ella cuando se hubo calmado-- Pero a cambio quiero que me prometas algo"

"Qué quieres?"

"Prométeme que cuando acabe la guerra te casarás conmigo"

El soldado levantó una ceja ante lo insólito de su petición y no pudo sino reírse suavemente "No puedo prometerte algo como eso... Sería estúpido atarte a algo así tal y como están las cosas"

"No, no lo es... Es cierto que la guerra está muy mal, pero eres un hombre de honor, un samurai, y harás todo lo posible por vivir para cumplirla, me equivoco?"

Saitou se rió de buena gana ante la picardía de la señorita, que le conocía casi mejor que él mismo y la separó ligeramente de sí, lo suficiente como para que agachándose un poco pudiera unir su frente a la de ella "Si eso es lo único que quieres, te doy mi palabra"

Una sonrisa tocó sus labios delicadamente maquillados "En realidad... Quisiera algo más de ti..." Susurró la mujer. Sus brazos soltaron lentamente su cintura para ir a enroscarse cual finas serpientes en su cuello.

El capitán tenía su mirada prendida en la de ella, atrapado en las lagunas verdes que eran sus ojos tan brillantes, tan bellamente enmarcados en sombra grana. Sus manos suaves y frías encontraron un camino hacia su espalda, y su contacto hizo que se estremeciera ligeramente. Podía sentir su respiración, más acelerada de lo normal cada vez más cerca de él; lentamente se estaba poniendo de puntillas, elevando su altura para ponerse a su nivel

En un leve encuentro sintió sus suaves y coloreados labios sobre los suyos, entreabiertos debido al éxtasis del trance en el que estaba sumido, para luego verse envuelto en el apasionado mundo que era su boca...

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N del A:

-- Al parecer, Toshizou no luchó en las batallas de Aizu, ni siquiera el la del castillo, pero tampoco murió allí. El comandante del Shinsengumi recuperó a unos pocos soldados que habían sobrevivido al kangun y se marchó a Hokkaido (una isla que está en el norte del país, si no me equivoco), donde aún estuvo dando guerra durante unos meses más hasta que le mataron de un tiro

--Ya sé que la muerte de Okita os parecerá un poco extraña, pero puedo asegurar que según mi información fue así. Yo también me asombré....

-- Bueno, creo que ya conté antes que metí la pata con Sanosuke. Según tengo entendido, murió en la batalla de Ueno de un flechazo... Pero en fin!

-- Lo del doctor Takani... Bueno, me refiero evidentemente al padre de Megumi. Es que como las dos vivían en Aizu pues... me hacía ilusión ^__^

-- Os ha parecido muy paposo--lloroso--pastelero este final? Espero que no....! Y diré que lo escribí así para afirmarme más en mi idea de que hay bastante diferencia entre cómo somos con nuestra gente y cómo somos con los demás. Y os aseguro que a mi pesar hablo por experiencia propia...