[One-shot]

Un dulce cambio

―Kagome H. & Inuyasha―

Kagome ha decidido hacer un ligero, pero significativo cambio en su apariencia. Eso a Inuyasha no le gustó del todo.

Advertencias: WHAT IF. / OOC.

Disclaimer:

InuYasha © Takahashi Rumiko

Un dulce cambio © Adilay Himelric

Nota: Esta historia participa en el #Gran_Concurso_MundoFanficsIyR el cual lleva por nombre #WeLoveFicsMundoFanficsIyR #Por_amor_al_fandom_MundoFanficsIyR.

Espero que este fic les guste.


NO PLAGIEN, NO RESUBAN Y TAMPOCO TRADUZCAN SI YO NO LO HE AUTORIZADO. —Gracias.



Hace ya más de diez años que Naraku fue vencido y Kagome retornó a su época; pero eso no fue todo, no sólo ella fue imposibilitada para volver a ver a sus amigos, resulta que Inuyasha tampoco pudo regresar a su propio tiempo.

El puente a la época feudal se destruyó para los dos.

»¿Por qué no podemos volver? —fue la pregunta que más se hizo Kagome a sí misma durante ese año.

Kagome podía entender que para ella, la puerta al pasado se hubiese cerrado dado a que su misión, aparentemente era la de acabar con la Perla Shikon. ¿Pero Inuyasha? ¿Cuál era su motivo para no poder regresar a su propio tiempo?

Mientras lo deducían, Kagome y la familia Higurashi aceptó a Inuyasha con los brazos abiertos.

Adaptarse fue un poco complicado para él ya que Inuyasha, para empezar, no podía creer que ni él ni Kagome podrían volver a ver a sus compañeros… y también le molestaba que estuviese atrapado en un mundo que no conocía del todo bien, y en realidad, tampoco le agradaba. Además de que a él, esta era le parecía más caótica que la suya propia, algo que Kagome podría fácilmente debatir.

»La vida antes del papel higiénico no era tan cómoda —decía Kagome, ganando cualquier discusión.

Pero hasta ella extrañaba muchas cosas de aquel mundo del pasado, la más importante: sus amigos.

Por otro lado, a Inuyasha (incluso cuando lo intentaba) le costaba mucho adaptarse.

¿Trabajo de ocho horas? ¿Vestir "apropiadamente" para andar en transporte público en lugar de correr usando su propio atuendo?

A la familia Higurashi no les parecía adecuado que Inuyasha se expusiera tanto a la vista de la gente. Les daba algo de miedo que en algún momento el gobierno japonés (o estadounidense) quisiera raptarlo para hacer experimentos con él o algo así.

Sōta trató de explicarle eso a Inuyasha.

»¡Ja! ¡Quisiera ver que lo intenten! —exclamó envalentonado.

Lo peor es que sí hubo un intento por capturarlo en el más estricto de los secretos.

Kagome y él iban caminando de noche por las calles de la ciudad cuando de pronto Inuyasha percibió enemigos al asecho. Eludieron unos dardos que les fueron disparados y más pronto que tarde se encontraron con algo que les dejó pasmados en su sitio.

»Eres un verdadero fastidio.

Aquella figura que salió de las sombras con varios humanos armados y vestidos de negro, les enmudeció hasta que Inuyasha pudo musitar:

»¿Sesshōmaru?

El medio hermano de Inuyasha. El demonio de orgullo inigualable… y aquel que en ese momento lucía como todo un señor de negocios turbios. Porque a pesar de que usaba un traje de etiqueta negro, con corbata y una gabardina larga hasta sus pantorrillas, no había cambiado su largo cabello blanco y sus rasgos demoniacos como los ojos y las marcas de nacimiento en su rostro.

Sin preámbulos, Sesshōmaru le explicó, o más bien, le advirtió a su hermano que la próxima vez le iría mal si seguía exponiendo a los yōkais y daiyōkais al ojo público como lo había estado haciendo.

»¿De qué estás hablando, Sesshōmaru? ¿Acaso aún hay yōkais en esta época? —se sorprendió Kagome.

»Los hay —respondió como si fuese lo más obvio del mundo.

Entonces una cuarta persona se entrometió:

»Sólo que son muy raros aquellos que viven en las ciudades sin tener forma humana.

Si ver a Sesshōmaru usando ropa moderna y tener a un grupo de humanos armados atrás de él les voló la cabeza, al ver la figura femenina que se les unió a la conversación en definitiva los confundió muchísimo más.

»¿Tú eres…?

»¡Oh! Disculpen. Es todo un placer verlos otra vez, señor Inuyasha, señora Kagome. Soy Rin.

La mujer incluso les hizo una reverencia a cada uno, a pesar de lucir de mayor edad que ellos.

»¡¿Rin?!

Al principio, Kagome creyó que veían a alguna descendiente de la pequeña Rin que ellos conocían; o alguna reencarnación, pero pronto se enteraron que aquella mujer que parecía tener casi 30 años, en realidad tenía más de 600 y por motivos que a ellos no les concernían, ella tenía mucha más vida por delante que ambos, seguramente.

Rin continuó explicándoles a Inuyasha y Kagome que hubo un acuerdo entre los yōkais que era de mantenerse en bajo perfil y no tener mucha relación con los humanos. Actualmente, sólo yōkais de mucho poder, se encontraban mezclados entre los altos mandos entre los mortales, que controlaban a los gobiernos mundiales. Entre ellos estaba Sesshōmaru, y su esposa, Rin.

Eran ellos quienes se encargaban de los yōkais problemáticos en Japón que no acataban la norma de mantener su naturaleza en secreto.

Los yōkais de bajo nivel y fantasmales no eran un problema. A la gente le gustaba creer en lo sobrenatural y hasta cierto punto, era rentable tener casas embrujadas por ahí. Sin embargo, los yōkais y han'yōs como Inuyasha que daban el aspecto poder interactuar normalmente con los seres humanos, eran otra cosa.

»Aquí vas a tener que ser lo que ya eres. Un mitad-humano. ¿Entendiste? —espetó Sesshōmaru a Inuyasha antes de sonreírle con cierta malicia—. Dame una razón para ponerte una correa en el cuello y la tomaré.

Poco después, en una de sus visitas, Rin les comentaría a Kagome e Inuyasha que Sesshōmaru había extrañado a su hermanito, y que en el fondo, se preocupaba por él.

»Qué linda forma de demostrarlo —musitó Inuyasha refunfuñando mientras comía sopa instantánea.

A partir de esa pequeña visita por parte de su hermano, Inuyasha accedió finalmente a usar la ropa moderna, guardando la suya muy bien, salvo cuando quería vestirla para estar de ocioso en el templo.

Acomodarse a los zapatos fue lo más difícil por sus garras, pero al final logró su objetivo: lucir "normal".

En un principio también pensó en cortar su largo cabello y dejar de llamar tanto la atención con él. Pero descubrió que no sólo era su cabello sino también sus orejas las que le daban un aspecto de ser un cosplayer.

Pasó algunos meses fastidiándose entre no querer ocultar su identidad, entre ocultando muy mal su identidad por no saber cómo hacerlo (y la verdad, tampoco es que se esforzara demasiado en aprender) y entre peleando con Kagome porque precisamente él no parecía estar esforzándose en unirse a su nueva vida…

»¿Quieres tomarte esto en serio, Inuyasha? ¡Ya oíste al amargado de tu hermano! Debes ocultarte.

Cada vez que ella le decía eso, Inuyasha sentía que Kagome se avergonzaba de él. Pero nunca ha sido así. Ella se preocupaba y él estaba cada vez más harto de vivir en un mundo que ni siquiera le gustaba.

Como ya era su costumbre, Inuyasha y Kagome discutían mucho por ese tema, y si llegaban a enfadarse demasiado con el otro, él se iba a dormir a uno de los árboles cercanos al templo y/o ella se encerraba a cal y canto en su alcoba.

La familia Higurashi en un principio intentaba calmarlos; trataban de razonar con ellos por separado, pero era casi inútil. Si algo seguía latente en ellos a pesar de todo el tiempo juntos, era esa terquedad con eso tener siempre la razón.

Después, en su mayoría, era Kagome la que daba ese pequeño primer paso, acercándose, y ambos volvían a convivir con normalidad, pero Inuyasha poco a poco ponía más de su parte para sobrellevar mejor su propia situación.

Lo que sí se puede decir es que Inuyasha intentó vivir en el mundo moderno.

Intentó trabajar en puestos pequeños donde no se solicitaban tanto papeleo…

Por suerte, Rin pudo ayudarlo a tener por lo menos una identificación y unos certificados falsos de tener concluidas la primaria y secundaria.

»Estos son solo papeles. El señor Inuyasha en verdad va a tener que esforzarse.

»Lo sé —masculló Kagome en respuesta al saber que debería darle clases privadas para enseñarle al menos a escribir y leer.

Otra Odisea… más dolores de cabeza; más discusiones y berrinches por parte de ambos.

En verdad, no les fue fácil.

En medio de todo, Inuyasha también intentó convivir con otros seres humanos, e incluso trató de conducir un automóvil…

Pero no era muy puntual para sus empleos además de ser bastante respondón con sus jefes, y comúnmente (por cualquier cosa) se iba sin anunciar de los mismos sin cumplir sus horarios, lo que le ocasionaba ser despedido. Así que después de varios intentos fallidos, Inuyasha fue más bien aceptado en el templo Higurashi como ayudante del abuelo. Eso claro, hasta que el pobre anciano murió a los 88 años de edad por un paro cardiaco.

Aquellos fueron días difíciles, pero todos tuvieron que continuar.

Kagome retomó sus estudios y se graduó como enfermera, Sōta cursaba la universidad como ingeniero en sistemas computacionales y la madre de ambos cuidaba el templo junto a Inuyasha y Kagome, que también trabajaba arduamente en el hospital de la ciudad.

En un principio, Kagome quiso independizarse y vivir en un apartamento cercano a su trabajo, pero las rentas en Tokyo eran carísimas, su sueldo era el mínimo aún y las cuentas no cuadraban, pero por suerte, Inuyasha estaba cerca para llevarla a tiempo record a casa y de casa al trabajo.

A veces la pobre no salía del trabajo hasta muy tarde, o a veces pasaba uno o dos días completos trabajando.

La labor era muy ardua y… cansada.

La vida de un adulto en esta época era casi tan difícil como perseguir a Naraku, sólo que aquí, el castigo por fallar era tener hambre, sed, estrés por las cuentas del agua, luz y vivienda…

Pero, ellos estaban adaptándose.

Poco a poco. Pero sentían que iban haciendo progresos.



—Hay café, ¿quieres que te sirva un poco? —le preguntó Inuyasha arrodillándose con Kagome en su espalda para que ella bajase y comenzase a caminar hasta el interior de la casa.

Ya casi iba a amanecer y ella apenas volvía de un turno de casi veinticuatro horas.

—No, estoy cansada del café —respondió agotadísima—, necesito dormir. ¿Podrías por favor dejar esto en la sala? Lo revisaré cuando despierte.

Bostezando ella le extendió su mochila negra donde debía llevar documentos importantes o algo así, por lo que Inuyasha no le dijo nada y se apresuró a hacer algo para el desayuno.

Sí.

Él se encargaba de eso también.

Digamos que limpiar el templo y la casa no era suficiente trabajo para Inuyasha por lo que pronto comenzó a agarrarle un gusto curioso a cocinar.

Cuando no estaba practicando sus técnicas de ataque (por si acaso llegaba a aparecer un yōkai problemático) en el patio y con cuidado de no destruir nada como en veces anteriores y llamar la atención de la gente; Inuyasha se encontraba haciendo la comida o la labor del hogar.

La madre de Kagome por fin estaba pensionada por su trabajo de años en una oficina, por lo que a veces salía con sus amigas o descansaba en casa. Tanto ella como Kagome solían darle dinero a Inuyasha como pago por su esfuerzo, dinero que él no sabía en qué gastar y mientras pensaba en ello, lo guardaba celosamente en un "sitio secreto".

«Cada día se ve más cansada» pensó Inuyasha preocupado, cerrando una olla con sopa, que ya se encontraba hirviendo.

Apagó toda flama de la estufa y se dispuso a cortar fruta. Al terminar, se puso a lavar algunas prendas de Kagome en la lavadora (que tanto le costó aprender a manejar), y mientras se encontraba afuera colgándolas, Kagome se estaba levantando luego de unas horas de sueño.

Abrió la ventana de su alcoba e inhaló profundo el aroma de la tarde, apenas se notaban las luces del amanecer, pero se encontraba contenta porque por fin… luego de dos años trabajando, estaba iniciando sus vacaciones de una semana.

«Y ya sé lo que haré primero» pensó decidida, alistándose con una muda de ropa, con la cual se dispuso a salir de casa.

Mientras bajaba por las escaleras, Inuyasha se encontraba ingresando de vuelta a la casa con una canasta de ropa vacía.

—Ya despertaste, hice el desayuno —le avisó.

—¡Gracias! Pero comeré más tarde. Saldré por un rato, no tardo —respondió ella caminando deprisa por el corredor hasta llegar a la puerta.

—¿Saldrás? ¿A dónde? —Inuyasha se giró para verla extrañado—. Pero si acabas de volver.

—No te preocupes —Kagome se iba poniendo sus zapatos—, será rápido.

—¿Y no quieres que te lleve?

—No será lejos —ella abrió la puerta con tomando su bolso de mano de un buró y del mismo tomó sus llaves de un platito de cerámica—. Descansa un poco, también has trabajado mucho. Nos vemos.

Y se fue cerrando la puerta tras ella.

Sorprendido por lo que acaba de pasar, Inuyasha suspiró alzando los hombros.

El "ya vuelvo" de Kagome se transformó en todo un día sin verla.

Lo único que había mantenido a Inuyasha, un poco tranquilo, en la casa de los Higurashi fueron las constantes llamadas telefónicas de Kagome reportándose y pidiéndole que no la buscase.

Inuyasha aprendió por las malas a no ser tan sobreprotector y confiar más en ella.

Luego de terminar sus deberes en el templo, se centró en darse un baño y luego alistarse con su piyama de dos piezas, color azul cielo, y pequeños Pikachus. Pues para cuando se libró de tanto trabajo, ya casi estaba anocheciendo.

Al bajar a la cocina, luego de descansar, vio a la madre de Kagome y Sōta, que ya se encontraban comiendo. Ambos lo saludaron y agradecieron por la comida que él preparó.

—¿Y Kagome? —preguntó la señora Higurashi.

Sirviéndose de comer, Inuyasha le contó que ella había salido, pero no le había dicho a donde iba o lo que haría.

—Mmm, ya es algo tarde —musitó preocupada.

—Si no vuelve en veinte minutos iré a buscarla —aseguró Inuyasha, sentándose con ambos en la mesa.

Como no volviese pronto, sería él quien la regañaría.

Pero tendría fe en que nada malo le pasaría a Kagome. Además, por lo regular, cuando algo malo estaba a punto de pasar… los instintos de Inuyasha se lo avisaban, pero ahora estaban tranquilos.

Los tres comieron en silencio.

Sōta se levantó para lavar sus trates, agradeciendo otra vez por la comida; poco después, la señora Higurashi hizo lo mismo, pidiéndole a Inuyasha no olvidar cerrar bien las puertas de la casa cuando Kagome volviese, él por su lado, estaba secándose el agua de sus manos cuando oyó a Kagome volver.

Caminando hasta el pasillo donde la miró, Inuyasha paró sus pies con sorpresa al verla.

—¿Kagome? —musitó sorprendido.

Era ella. Era su aroma. Y era la ropa con la que había salido.

—Hola —sonrió ella dándole la cara, apartándose un mechón de cabello.

—¿Eres tú?

—Sí —se rio apenada. Con un ligero rubor.

—¿Pero qué te pasó en la cabeza?

Inuyasha, sin parpadear ni una sola vez, se acercó a ella para ver de cerca su cabello.

Si bien antes el largo cabello de Kagome era ligeramente ondulado, ahora se veía por completo rizado y un poco más pequeño, pero voluminoso. Incluso se había cortado el fleco de forma más simétrica, dándole así un "aire" completamente diferente.

E Inuyasha no era fan de ese tipo de diferencias.

Acostumbrarse a lo nuevo le produjo estrés, esto no debería ser algo tan grave, ¿verdad?

—¿Te gusta? —preguntó ella meciendo sus rizos de un lado a otro—. Quise cambiar un poco mi estilo, ¡las vacaciones nos esperan! —espetó animada, teniendo cuidado de no ser tan ruidosa.

—Sí… te ves bien —masculló Inuyasha siendo un poco tosco, y mentiroso—. Iré a cerrar las puertas, cena antes de irte a dormir.

Quedándose sola, Kagome frunció el ceño ante tal frialdad.

Bien, ella no esperaba que Inuyasha se pusiera a saltar a su alrededor y gritase lo bien que se veía su nuevo aspecto, pero tampoco esperaba ese recibimiento.

Negando con la cabeza, Kagome decidió no dejar las cosas así.

Salió de la casa otra vez para seguir a Inuyasha, que estaba asegurándose de que las puertas de cada construcción en el templo Higurashi estuviesen bien cerradas.

Cuando él volvió, pues era demasiado rápido moviéndose en la oscuridad, Kagome lo estaba esperando en la puerta principal de la casa, de brazos cruzados.

—¿Qué? —preguntó él sin dejar de verla con ese semblante serio y hasta esquivo.

—No te gusta —adivinó Kagome refiriéndose a su cabello.

—¿Eso importa?

—No debería importarme, pero me importa —dijo Kagome—. ¿Qué tiene de malo mi cabello?

—Tu cabello está bien —respondió de ese mismo modo; intentó pasar de largo, pero Kagome le sujetó del brazo—. ¿Ahora qué?

—¿Por qué me hablas así? —quiso saber, un poco fastidiada—. Hasta parece que te ofendo con mi apariencia.

—No es eso —dijo serio. Y si hubiese querido soltarse, no le habría costado trabajo zafarse del agarre de Kagome, pero no lo hizo; algo que ella notó—. Es solo que… te ves diferente.

—¿Y eso qué se supone que significa?

—¡No lo sé! —espetó sin llegar a ser agresivo como antes—. Kagome, quiero dormir. ¿Me sueltas?

Ella pudo haberlo presionado para conseguir una respuesta mejor, más específica, por lo menos, pero Kagome había aprendido que hacer eso nunca llevaba a nada bueno.

Inuyasha volvió a la casa y ella pasó las manos por su cara.

Ni siquiera tenía hambre.

No sólo Inuyasha se mostró sorprendido. Su madre y Sōta también hicieron gestos de impacto cuando vieron sus rizos.

—Te ves linda, hija —al menos su madre dijo eso con ternura.

—Jamás entenderé estas cosas de las mujeres —musitó Sōta confundido, ¿por qué estaba confundido? ¡Quién sabe!

Inuyasha no le dijo nada en todo el día.

Él cumplió sus labores en el templo como todos los días, pero salió de la casa apenas terminó, llevándose su katana. Seguro iría a destrozar algo con ella y cuando se le pasase… lo que sea que le estuviese pasando, volvería.

«Entonces hablaremos» decretó Kagome, firme, negándose a cambiar su apariencia sólo porque a Inuyasha no le gustaba.

¿Qué tenía de malo que haya querido elegir un nuevo estilo? Ya era toda una mujer, no tenía por qué pedirle aprobación a nadie (menos a Inuyasha) para cambiar algo en ella.

Fastidiada, Kagome decidió salir también de su casa en busca de un sitio donde pudiese pasar sus vacaciones con dignidad: la zona de juegos, de un gran centro comercial.

Aunque le incomodó estar sola y notar a muchos grupos de chicos y chicas jóvenes rodeándola, Kagome buscó un modo de entretenerse.

Ya no tenía ningún tipo de contacto con sus antiguas amigas de instituto, y aunque tuviese algunas amistades en su trabajo, no todas podrían acompañarla a jugar ahora mismo por trabajo o por ya tener otros planes para sus vacaciones; así que no pensó mucho en lo solitaria que podría verse, y se puso a jugar videojuegos de arcade por un rato.

—¿Cambios? ¿Tienes problemas con los cambios, Inuyasha? —musitaba haciendo una rabieta, desquitándose con los zombis, disparándole en las cabezas; apretaba los botones con fuerza y movía la palanca bruscamente—. Yo tengo problemas con que tú te niegues tanto a cambiar, y no te las recalco en la cara.

No dejó de matar zombis ni aunque un niño de secundaria le habló.

—¿Señora? ¿Ya casi termina de usar eso? Es que unos amigos y yo…

—No —respondió gruñendo, sin dignarse a ver al chico—, no he terminado.

—Vámonos —dijo otro, resignado.

Por suerte, no insistieron en que dejara ese juego.

Cuando las fichas se le acabaron, Kagome se retiró del sitio en busca de un helado y una hamburguesa.

En la zona de los alimentos, Kagome encontró algo de paz. Posterior a alimentarse, decidió volver a casa.

Durante el camino, su mente volvió a hacer esa pregunta. La pregunta de las preguntas: ¿por qué?

¿Por qué Inuyasha no había podido volver a su época?

Quizás todo fuese más sencillo si él volviese al mundo que entendía y aceptaba.

—Estás muy pensativa. ¿Sigues enojada?

Kagome suspiró. Ilusa ella que creyó que él no la seguiría hasta acá. Ahora ambos estaban a la espera de un autobús.

—No estoy enojada.

—Estás enojada porque no me gustó tu cambio —acertó, pero Kagome no quería admitirlo ahora.

—¿Quieres dejar ese tema en paz? No lo cambiaré —decretó aferrada a su decisión.

—No dije que tenías que hacerlo.

—Pues parece que sí.

Ambos se quedaron en silencio por un rato.

—Kagome, fue cierto lo que te dije. No me gustan los cambios bruscos, pero eso no significa que no crea que te ves bien.

Ella lo miró de reojo.

—¿Lo crees?

Él sonrió con ternura.

—Te ves muy bien, Kagome.

El autobús que los acercaría a casa arribó y algunos pasajeros comenzaron a subirse. Cuando Inuyasha sujetó su mano para acompañarla en ese viaje, ella se negó a ir.

—¿Kagome?

—Yo… quisiera… quisiera ir a casa como en los viejos tiempos —dijo con una inusual timidez y un ligero rubor en sus mejillas, mandando un mensaje más que claro—, ¿qué dices?

—De acuerdo —se rio él llevándola a un sitio más oscuro y solitario donde se agachó enfrente de ella. Kagome se subió a su espalda y él comenzó a correr en dirección al templo de los Higurashi.

Kagome abrazó con fuerza, pero no brusquedad, el cuello de Inuyasha. Como si él le respondiese, apretó con cierta picardía la piel de sus piernas cubiertas por su pantalón.

Inuyasha llevaba su largo cabello amarrado en una trenza, así que Kagome no tuvo problemas en ver cómo dejaban atrás varios coches.

Quizás el porqué de la caprichosa decisión del destino con respecto a Inuyasha no sería respondida hoy, pero al menos, Kagome estaba segura de que, aunque su relación actual fuese un tira y afloja incluso ahora que ambos sabían de los sentimientos del otro y de vez en cuando tuviesen ciertos roces más allá de un inocente beso, todavía tenían muchas cosas qué descubrir y disfrutar… juntos.

—FIN—


¡Espero que les haya gustado y gracias por leer!


Reviews?


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