Disclaimer: Los personajes de Miroku son de Rumiko Takahashi.

U.A y posible O.o.C

El aire frío se colaba entre el amplio tejido del suéter que abrigaba a la joven morena. Con manos temblorosas, Sango intentó calentar sus manos con el aire que exhalaba el defectuoso aire acondicionado de su pequeño auto. Todo lo contrario a sus expectativas, este parecía enfriarlas aún más.

Frotó sus manos con frenesí para después acercarlas a su boca. Exhaló un poco sobre ellas, tratando de generar un poco de calor con su aliento, pero nada funcionaba. Resignada, soltó un bufido de molestia mientras se cruzaba de brazos.

Una risa burlona se escuchó a su lado, y Sango miró con el ceño molesto al causante de ese sonido junto a ella.

—No sé qué es lo que te parece tan divertido —murmuró la chica con los dientes temblorosos. Miró a mano descubierta de Miroku sobre la palanca de cambios y colocó sobre ella la suya—. Si continuo de esa manera cogeré un resfriado. Y tú tendrás que lidiar con las consecuencias.

Miroku sonrió, entrelazó su mano con la de ella y llevo el dorso de la mano de Sango a sus labios, dándole un beso suave a la fría piel.

—¡Estás helada! —le dijo mientras le daba masajes con su pulgar—. Toma mis guantes, deben de estar en la guantera —le indicó.

Sango de liberó contenta de su agarre y comenzó a revisar entre las diversas cosas que se encontraban en ese lugar. Cuando finalmente los encontró, no tardó ni un minuto en colocárselos. Le parecieron extremadamente cálidos. Los guantes eran de piel, el cual resguardaba el calor del interior de lana. Los grandes dedos de estos, rebasaban en sobre manera a los de ella, pero sin duda funcionaban a la perfección para calmar el temblor que tenía.

—¡Ah, mucho mejor! —exclamó alegre— Tenía un frío horrible.

Sango miró a través de la ventana, tratando de ubicarse entre la oscuridad que los rodeaba. Casi no podía ver nada, a excepción de los pequeños reflectores de la carretera que brillaban por las luces del auto.

—Falta mucho para llegar a la casa, ¿verdad? —preguntó Sango.

—Así es. Mejor relájate y disfruta del paseo —dijo Miroku, mientras con su mano derecha revolvía el cabello de Sango.

Pasaron varias horas de viaje en el pequeño Volkswagen del 86. Tenían el conocido escarabajo desde que empezaron la universidad. Después de ver que necesitaban un medio de transporte, fue lo único que pudieron permitirse con su salario de estudiantes.

Aunque era un completo desastre. Espejos opacos, agujeros en el tapiz de los asientos, sin radio y con un aire acondicionado defectuoso. Pero ellos lo adoraban, era la primera cosa que habían comprado juntos y no tenían planes de deshacerse de él pronto, a pesar de que muy apenas tenía potenciales para moverse.

Sango comenzó a dormitar, hasta que sintió que la velocidad del auto disminuía. Se enderezó de su asiento, para concentrarse en la carretera.

—No se ve nada—dijo ella con preocupación.

—Lo sé, tal vez debimos quedarnos en el hotel— respondió Miroku mientras giraba a verla con el ceño un poco fruncido. También estaba preocupado.

Sango le sonrió un poco y ambos regresaron la vista al frente, tratando de tranquilizarse. Con mucha dificultad se podía ver lo que estaba a tres metros del auto, solo tenues líneas amarillas de la carretera los guiaban por el camino en el que debían manejar.

Pasaron unos pocos minutos tranquilos, casi en un silencio presagio, hasta que, sin darles tiempo de reaccionar, dos faros rojos se encendieron, justo frente a ellos.

Era la parte trasera de otro auto.

—¡Miroku! —gritó Sango mientras lo sujetaba del brazo asustada.

—Mierda— masculló el, dado un fuerte tirón al volante para evitar estrellarse de lleno contra el automóvil.

Las uñas de Sango clavaron sobre el brazo de su amado. No podía siquiera gritar del miedo. Todo parecía estar en cámara lenta. La barrera de metal de la carretera no amortiguó el impacto, solamente se abrió para ellos expulsándolos del camino. El movimiento fue brusco, el choque fue aún peor. Sólo observaron como el exterior del auto comenzaba a ser borroso.

"Maldición", es lo único que Sango logró pensar. Sintió como unos brazos la rodearon para abrazarla. Ella cerró los ojos, enterrando su rostro en su hombro, mientras que sus manos temblorosas lo abrazaron con fuerza.


Sango despertó por el ruido de las sirenas y el ligero brillo de las luces cambiantes. Tardó un poco en poder abrir los ojos, todo le parecía horriblemente borroso.

Cuando logró enfocar la vista, se dio cuenta del desastre en el que estaba. Su auto, girado de cabeza, estaba deshecho. El vidrio del parabrisas estaba totalmente astillado y la moldura del techo se doblaba desde su centro. La ventana junto a ella había desaparecido, llenando todo a su alrededor de pequeños trozos de vidrio roto.

Sango sintió el dolor punzante en una de sus piernas, pero no le dio mucha importancia. Giró la vista para buscar quien realmente le importaba: Miroku.

"No está, ¡No está!".

En el asiento en el que debían estar su pareja, pudo ver una gran mancha de sangre, y no había rastro de la puerta del lado del conductor.

"No por favor. Por favor, que esté bien" suplicó Sango entre lágrimas.

Ignorando el dolor que sentía en el cuerpo intentó moverse, pero fue imposible. Sólo podía mirar a su alrededor y esperar que alguien la sacara de ahí. Pasaron unos pocos minutos que se le hicieron eternos, hasta que escuchó algunos gritos y pisabas cerca de ella. Un ruido fuerte estalló, antes de que algo arrancara la puerta de su lado.

—¿Cómo se encuentra? —Un hombre gritó a lo lejos.

Cuando observó hacia afuera, un joven paramédico la miraba angustiado, mientras apuntaba su rostro con una pequeña linterna.

—Tiene los ojos abiertos, pero no reacciona a la luz— el joven torció un poco la boca y en sus ojos marrones se nota la preocupación —.Intentaré sacarla ¡Necesito una camilla! —gritó a una de las tantas personas que se encontraban en el lugar.

El paramédico, con una pequeña navaja, cortó el cinturón que aún la mantenía sujeta al asiento. Colocó un brazo sobre su torso, evitando que cayera de golpe. Sango podía ver todo, pero no sintió las manos que la sujetaron. Fue arrastrada poco a poco hacia el exterior y observó el resto de lo que antes fue su automóvil… un completo desastre.

Intentó encontrar a Miroku, pero no pudo verlo en ningún lado. Desde su posición observó las patrullas y la ambulancia que estaba a pocos metros. Las personas corrían de un lado a otro, gritándose entre sí para conseguir ayuda.

Colocaron a Sango en una pequeña camilla en el suelo y comenzaron a hacer cosas a su alrededor. Pero ella no prestó atención. En ese momento no le importaba lo que sucediera con ella, ya que logró encontrar un cúmulo de personas a su derecha.

"Miroku… ", pensó afligida.

Él estaba en el suelo con los ojos cerrados. Su camisa estaba hecha jirones a su alrededor. Tenía un respirador en rostro y, sobre su pecho, el desfibrilador.

—¡Carguen nuevamente! —escuchó el grito desesperado a lo lejos.

"Vamos amor", quiso gritar.

—¡Otra vez! —la voz desesperada del paramédico y la interior de Sango eran casi la misma.

—Parece que lo han perdido— el joven que la estaba atendiendo susurró a su compañero. Pesando que ella estaba en estado de shock y no podía escucharlo.

Sango quería gritar, pero no salía su voz. Sólo veía como el cuerpo de Miroku se convulsionaba cada vez que recibía una descarga.

—Lo perdimos— escuchó cómo dijo el hombre —. Hora de muerte 2:35 a.m.

"No… ¡NO!"

Sango observó cómo cubrían con una manta el cuerpo inerte de su esposo, y fue lo último que sus ojos enfocaron con claridad. En un instante todo se volvió borroso y perdió el conocimiento.


Se encontraba recostada en la cama de su ahora desanimada habitación. No sabía cómo había llegado ahí. Las gruesas cortinas impedían el paso de la luz, así que se le era imposible saber si era de noche o de día. Recordó cuando Miroku no quería comprarlas, él le aseguraba que ver el amanecer era algo por lo cual estar alegres. Sango se arrepintió un poco de no haberle hecho caso, desearía poder disfrutar de los amaneceres con él, ahora que no podía.

Dio vueltas en su cama. Había llorado incontables veces, tal vez nunca dejó de hacerlo. De vez en cuando también escuchaba el llanto de Hachi, o la voz Kohaku a través de las delgadas paredes de la casa.

Se preguntó si Kohaku se ofreció a cuidar de ella, ya que debía se estar preocupado porque su hermana no salía de su habitación. Además, cuando Hachi no estaba, podía escuchar los ligeros sollozos de su hermanito. Pobrecito, lo entendía, él también quería mucho a Miroku.

Sango se sintió mal, por no poder consolar a su hermano. Pero ella no tenía la fortaleza en ese momento, o las ganas.

Sentía que todo habría sido más sencillo si ella hubiera muerto en su lugar, o aún mejor, que no hubieran salido de noche en ese estúpido auto en pésimo estado.

Observó su habitación. Las cosas que antes le parecían tan agradables ahora la molestaban. Cómo aquel sillón que estaba junto a la cama.

"¿Para qué rayos lo teníamos?", se preguntó.

Recordó que antes lo adoraba, si alguno de los dos se enfermaba o si tenían visitas, podían acomodar ahí a su familia. Pero, en ese momento sólo le creaba un inmenso dolor de cabeza.

No era sencillo estar acostada sola. Tampoco era fácil saber que él estaba muerto. Y lo peor, era su mente que estaba enloqueciendo y la hacía ver a Miroku sentado en el sillón junto a ella.

Llamándola.


"No es real…"

—Sango.

—No es real— murmuró ella, cerrando los ojos y cubriéndose los oídos.

—Sango— escuchó su voz, pero ahora con un tono que le indicaba que se estaba divirtiendo. Ese tono que venía antes de cometer una travesura.

—No es real, no es real, ¡no es real! —se repetía la joven una y otra vez, cómo si se tratase del coro de una canción.

—Oh, vamos —dijo Miroku poniendo los ojos en blanco —¿Así quieres jugar? Puedo hacerlo. Sango, Sango, Sango ¡SANGO!

—¡CALLATE! —le gritó desesperada sentándose de golpe en su cama y mirando con enojo a lo que le hablaba. Inmediatamente tapó su boca con ambas manos. Posiblemente Kohaku la había escuchado y ahora pensaría que estaba loca. No estaría tan equivocado.

—Puedo estar así toda la vida— dijo Miroku, pero después hizo una mueca disconforme —. Bueno, podemos aclarar qué una vida no, pero tú me entiendes— sonrió arrogante.

"Maldito" pensó Sango.

Si su cerebro quería hacer una recreación de él, no tenía por qué hacerla tan perfecta. Él Miroku que se encontraba frente a ella era el mismo hombre sarcástico y juguetón con el que había vivido tantos años.

—Sí voy a alucinarte, al menos deberías ser el Miroku pervertido qué tanto conozco. Al menos eso sería más divertido.

—Me encantaría cariño, pero tengo una misión— dijo el en respuesta. —. Te conozco Sango. Ese ceño fruncido y la mirada fúrica que me lanzas, me dicen que estás harta. Eso es bueno, tal vez ahora dejes de ignorarme y hables conmigo.

Miroku observó alrededor y frunció el ceño.

—No te puedes quedar todo el tiempo encerrada en esta deprimente habitación—comentó molesto —. Qué tétrico el lugar. Eso te debe de encantar ¿no?

Sango no respondió. Sólo se dio la vuelta acostándose nuevamente en la cama, dándole la espalda y dejando que hablara solo.

—Vuelves a ignorarme. De seguro ni sabes si es de día o de noche.

Pasaron unos pocos segundos, en los que Miroku no dijo nada. Sango casi canta victoria, pensando que se había ido. Giró hacia el sillón desconfiada e ilusionada, pero el seguía ahí sentado, viéndola fijamente con una sonrisa retadora y satisfecha.

—Es de día, por cierto. ¡Anda! Habla conmigo— sus ojos azules parecían los de un cachorro abandonado.

Sango lo observó. Se levantó un poco para quedar sentada sobre la cama, con sus pies cayendo por la orilla de la misma.

—¿Qué es lo que mi subconsciente tiene que hablar conmigo? —preguntó Sango. Tal vez lo que su mente enloquecida necesitaba era una charla. Así dejaría de verlo.

—¿Crees que me estás alucinando? —preguntó Miroku recargado los codos sobre sus piernas y ladeando la cabeza.

—¿Qué otra cosa podría ser?

—No lo sé, ¿un espíritu, un demonio? —Sango puso los ojos en blanco y soltó un suspiro —¿Prefieres estar loca a que sea un fantasma? —ella no dijo nada —Ok, si así lo quieres— dijo mientras recorría el techo con la mirada —. Me quedaré aquí y seré tu sombra todo el tiempo, tal vez, de vez en cuando, me ponga a recitar los mantras de buda las 108 veces, tal vez así logre limpiar un poco este lúgubre lugar.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó ya molesta.

—Mira, ¿qué tienes que perder? Si soy un fantasma, sabrás que existe algo más allá de la muerte, y si no, pues… ¡Felicidades! Estás loca.

—De acuerdo—contestó —¿Por qué se supone que estás aquí? —preguntó Sango.

—Has visto muchas películas, ¿Cuál es el motivo por el que no pueden ir al "mas allá"?

—Que tienen asuntos pendientes—respondió segura —¿Qué? ¿Acaso estás aquí para decirme que en realidad soy millonaria?

La sonrisa de Miroku se ensanchó y liberó una carcajada.

—¿Qué? ¿Millonaria? —río divertido —Con mi muerte serías más pobre que nunca. Ya que sin mi salario casi estás en la banca rota.

Sango lo miró con molestia.

—¿Planeas dejarme con la duda hasta que lo descubra por mi cuenta? —preguntó con desesperación. Agachó la cabeza y hundió sus dedos entre el cabello que le cayó como cascada en su rostro.

—No tendría sentido si no lo haces sola— le dijo él —. No puedes quedare estancada en este lugar. Me aseguraré de ello.

Miroku se levantó del sillón y se agachó frente a Sango, quien aún tenía el rostro escondido entre sus manos. Con ternura, Miroku la veía desde su posición.

—¿Qué es lo que quieres de mí?

—Lo quiero todo, Sango. Pero ahora no es el momento.

Miroku se puso de pie y caminó a la puerta de la habitación y sin ningún problema la abrió. La brillante luz del pasillo entró por ella.

—¿Por qué no salimos, aunque sea al resto de la casa? Parece que tu hermano ha salido a comer— dijo al ver su rostro dubitativo.

—¿Cómo abriste la puerta? —preguntó Sango alarmada, al pensar que sus alucinaciones tal vez eran peor de lo que ella creía.

—No lo sé—dijo Miroku —. Tal vez soy un fantasma con mucho poder —comentó riéndose un poco —. Acompáñame, ¿quieres?

Sango lo miró desde la cama. Aun sintiendo el impulso de lanzarse sobre ella y taparse con todos los cobertores hasta asfixiarse. Pero, sea lo que sea; el Miroku que lo esperaba en el marco de la puerta, no la dejaría en paz hasta que hiciera lo que él quería.


La luz que entraba desde la puerta, era cegadora para Sango, quien se había acostumbrado a la oscuridad. Miroku se encontraba recargado sobre el marco de la misma, esperando que Sango fuera con él.

Ella no había querido mirarlo con tanto detalle, parecía tan irreal. Llevaba con él la ropa que usaba los domingos. Unos pantalones de franela azul, y una playera blanca de algodón.

"No quiero ir", pensó Sango.

No quería saber que era lo que la esperaba ahí afuera, pero entendía que tenía que hacerlo. Sango dejó de lado la cobija que momentos antes la abrazaba de la cintura y se puso de pie. Casi cae al piso, tenía tanto tiempo en esa cama que las piernas le temblaban con cada paso que daba. Era eso, o el terror al que se estaba enfrentando.

Miroku estaba tranquilo, sus orbes cual océano la miraban con ternura y sonreía satisfecho. La joven se armó de valor para llegar junto a él. Sango sentía que sus manos le cosquilleaban, quería extenderlas y tocar el rostro de su amado.

"¿Realmente está aquí?".

Tenía miedo, miedo de que sus caricias no lo pudieran alcanzar y saber que eso era realmente una pesadilla. Pero, si lograba tocarlo, ¿qué le impediría soñar que estaba ahí con ella? El creer que realmente existe una vida después de la muerte y que, por alguna razón, ella aún podía compartir más tiempo con él.

Sango pasó junto a Miroku con calma, tratando de que sus cuerpos no se juntaran para nada, casi ignorándolo. Aún no estaba lista para afrontar si era algo real o no.

—¿Y bien? —preguntó Sango —¿Qué es lo que haremos? —le dijo una vez que se sintió en un lugar seguro, fuera del estrecho marco de la puerta.

Miroku observó su raro comportamiento y creyó saber lo que pasaba por su mente. Alargó su mano para tomar la muñeca de Sango y la arrastró unos pasos hacia atrás. Le dio un pequeño giro, haciendo que Sango quedara de frente a él. Miroku, con decisión, abrazó su cintura con uno de sus brazos, mientras que, con su otra mano, le tomó el rostro para que lo viera.

"¡Maldita sea!", pensó Sango "Es real, es real, ¡es real!".

Podía sentirlo. Las lágrimas corrían por las mejillas de Sango, ella podía tocarlo.

Miroku limpió la lágrima que surcaba por el rostro de su amada y sonrió con ternura. Sus manos se aferraron a sus brazos, sosteniéndolo con fuerza para que no se escapara de su lado.

—¿Ahora si me quieres tocar? —Miroku se burló un poco de ella, mientras limpiaba aún las mejillas de Sango.

—Eres cruel—le respondio. Pero no pudo evitar sonreír.

Las lágrimas le caían sin parar, no podía creer que Miroku estaba realmente ahí. Sentía el calor de sus manos, su respiración frente a su rostro.

—¿Cómo?, ¿cómo es posible? —preguntó Sango mientras tomaba el rostro de Miroku entre sus manos y se perdía en su mirada.

—Estoy aquí, Sango, es momento de que lo aceptes— le respondió él mientras tomaba una de sus manos entre las suyas. Miroku se inclinó un poco hacia ella y depositó un suave beso en sus labios.

Se alejó y la miró fijamente.

—Estoy aquí amor.

Sango volvió a besarlo. No le importaba si eso fuera un sueño, no quería despertar. No podía soportar la idea de tener que vivir sin él. Quería quedarse para siempre de esa manera. Sango sonrió ante la idea de quedarse encerrada en la casa, pero ahora junto a él.

Pero al separarse de Miroku, con una pequeña sonrisa en el rostro, la mirada seria que él le dedicó hizo que su corazón se contrajera.

—No, Sango—dijo Miroku —. Necesitas seguir adelante.

La sonrisa en el rostro de Sango desapareció y clavó su mirada en él

—¿Cómo…?¿A qué te refieres? —preguntó ella asustada.

—No puedo irme si no sigues adelante. ¡Deja de aferrarte, Sango!

"¿De qué demonios habla?", pensó asustada.

—No.

—Sango no puedes estar aquí. Tienes que aceptar lo que pasó. ¿Crees que esto es una vida? Estar encerrada en un cuarto oscuro, llenándote de polvo junto el resto de las cosas. ¡No puedes seguir así!

—¿¡Y qué esperas que haga!? ¡Estás muerto Miroku! —le gritó Sango.

—¡Ya lo sé! —le respondió de vuelta frustrado.

Miroku pasó junto a Sango y continuó caminando por el pasillo de su casa, dirigiéndose a la sala. Sango observó el lugar. Todo seguía igual, como lo habían dejado antes de irse de viaje.

"¿Kohaku y Hachi no han movido nada?", se extrañó Sango.

Las cortinas de la sala estaban cerradas, pero eran tan ligeras y de un color blanco, que permitían el paso de la luz del sol con facilidad. Las lámparas estaban encendidas y sin lugar a dudas, era un ambiente mucho más agradable que el que se vivía dentro de la habitación.

La sala era acogedora. Dos sofás largos enmarcaban la mesa de centro. Las ventanas se posaban en cada una de las paredes que conformaban la esquina de la habitación. Estas, pintadas de un tenue beige, iban acorde a los colores cálidos del mobiliario.

Miroku se sentó en uno de los sillones, con los codos apoyados en sus rodillas y observó fijamente el librero que estaba frente a él.

Era una gran pared de madera, cada repisa tenía cientos de recuerdos de los jóvenes. Marcos de fotografías se sus familias y de ellos. Álbumes llenos de cartas, recortes o fotos. Varias repisas llenas de discos con su música y películas favoritas. Un antiguo tocadiscos en la parte central y sobre la repisa de este, una pantalla de televisión en la que se podían perder por horas durante los fines de semana.

Pero la mirada de Miroku estaba fija en otra cosa, una fotografía. En ella estaban los dos frente al pequeño escarabajo que era su auto. Foto que tomaron el día que lo compraron. La mirada fúrica de Miroku, le dio una idea a Sango de lo que pasaba por su mente.

—No es culpa de nuestro carro—le dijo ella con el ceño fruncido, sentándose en la mesa frente a Miroku.

—Esa chatarra. Debimos deshacernos de él desde hace años. Teníamos el dinero para comprar uno nuevo, ¿por qué no lo hicimos?

—Teníamos otras prioridades. El carro funcionaba bien, sólo fue cuestión de la niebla, el viajar de noche y ¡el maldito auto detenido en medio de la carretera! —gritó Sango desesperada— No puedes culpar a nuestro carro —regañó levantándose de la mesa. Molesta, al ver el cambio de humor de Miroku a uno más pesimista.

Amaban ese pequeño automóvil.

Eran sólo unos niños cuando lo compraron. Miroku acababa de cumplir los dieciocho años, y ella tenía diecisiete. En esos años, les faltaban pocos meses para que se mudaran a otra ciudad para comenzar su universidad.

Sango había acepado que vivir en el mismo complejo de apartamentos que Miroku, confiando en que estaría más protegida junto a él. Estaban convencidos que necesitaban un auto para poderse mover por toda la ciudad.

Ambos tenían un poco de dinero ahorrando, juntando el dinero ganado en sus trabajos de medio tiempo. Aunque realmente, comenzaron a ahorrar ese dinero para un pequeño viaje de graduación, decidieron invertirlo finalmente en un auto.

Fueron a varias agencias, lotes y con vendedores que se promocionaban por internet, pero ninguno de ellos los convencía, o convenía. Los precios les parecían exorbitantes, tanto de la máquina cómo de la gasolina que probablemente consumirían.

Fue a una semana antes de mudarse, cuando un viejo amigo del padre de Miroku los contactó. Quería vender su pequeño auto por una cantidad bastante accesible. El anciano propietario, tenía el auto más por el recuerdo que por realmente conducirlo con regularidad. La pintura color vino tinto, estaba casi en perfectas condiciones y el motor rugía sin ninguna irregularidad.

—Volveré al templo budista— dijo Mushin—. No puedo llevarlo conmigo a ese lugar. Será mejor que un par de jóvenes como ustedes lo disfruten —mencionó mientras le entregaba las llaves del auto a Miroku.

La emoción los invadió tanto ese día, que se pasaron toda la tarde dando vueltas por la ciudad. Manejando por cada calle que conocían y aventurándose a lugares a los que nunca antes habían ido a píe.

Llegaron tarde a sus casas, recibiendo un regaño del hermano pequeño de Sango. Sin embargo, no podían evitar estar completamente felices.

Año tras año, realizaron muchos viajes en ese pequeño auto. Recorridos que pudieron haber realizado en avión, preferían realizarlos por la carretera, disfrutando de cada lugar turístico que había por recorrer. En ocasiones no podían encontrar dónde quedarse a dormir y, a pesar de ser incómodo, sólo recargaban sus asientos, abrían las ventanas y se relajaban en las carreteras de sus travesías.

Sango pensó en que tenía muchísimos recuerdos hermosos en ese auto. No podía culparlo por la situación que pasaron.

—Fue nuestra culpa—le dijo a Miroku volviendo a sentarse frente a él —. No debimos viajar de noche. No voy a permitir que arruines mis hermosos recuerdos contigo en ese auto, por lo que pasó.

Sango pensó que al principio estaba muy molesta con su auto, llegando a odiar algo que le había traído tanta felicidad anteriormente. Pero siento honesta, habría ocurrido lo mismo con cualquier otro. No fue algo que estuviera en sus manos.

Era el destino.

Cuando Sango comprendió esto no pudo evitar llorar un poco más. Lo entendía, realmente lo hacía, pero aun así dolía como el demonio.

Agachó la mirada, no podía ver a Miroku, ya no sabía si todo eso era real.

—Sango, amor, ve a tu alrededor— le dijo Miroku con voz pausada —. Piensa un poco, ¿cuándo fue la última vez que comiste algo? ¿Has hablado con alguien en este tiempo?

Sango se confundió y levantó el rostro para ver a Miroku.

—¿A qué te…?— la pregunta quedó atorada en su garganta.

Todo a su alrededor había cambiado en un instante. Aquel librero frente a ella estaba vacío. El polvo parecía tener meses acumulándose en la superficie. Las ventanas que antes habían estado cubiertas por una hermosa tela, se encontraban sin ella y los vidrios opacos le impedían ver bien que había en el exterior.

Se estaba volviendo loca. Tenía un nudo en la garganta y no podía parar de llorar.

—Ven conmigo, Sango. Tenemos que continuar —le dijo Miroku extendiendo su mano, invitándola a tomarla.

—Miroku, yo…—las palabras no salían de su boca.

Pequeñas ideas llegaron a su mente.

¿Cómo llegó a su habitación?

Lo último que recordaba fue el accidente y después despertar en aquella cama desolada y llorar por un tiempo interminable. Pero, no podía recordar lo demás. El funeral de Miroku, amigos y familiares preocupados visitándola, o alguna de las cosas normales por las que pasaría una persona tras perder a un ser amado.

Sango observó a su alrededor, y a pasos apresurados se dirigió a su habitación, aquella en la que había estado hace pocos minutos. Todo estaba diferente. Había una montaña de cajas de distintos tamaños apiladas en la orilla de la habitación. Se acercó con pasos temblorosos y vio como estaban etiquetadas. Ropa de Miroku, Accesorios de Sango, sábanas, zapatos.

—Los chicos han estado muy ocupados— dijo Miroku a sus espaldas —. Pobres, estaban devastados hace unos meses. Pero se han podido apoyar juntos.

Sango se giró para verlo. Ahora llevaba la misma ropa que traía la noche del accidente. Sus pantalones de mezclilla oscuros, un suéter negro que se puede ver entre abrigo desabrochado que lleva. En sus manos nerviosas, jugaba con aquellos guantes que ella se había puesto por el frio.

Sango lo vio, e inmediatamente se fijó en la ropa que llevaba ella. Era la misma de aquella noche. No pudo ignorar más lo que pasaba.

—¿Yo también…? —preguntó Sango sabiendo la respuesta.

—Sí.

La realidad la había golpeado de frente. Tenía miedo, mucho. Pero nuevamente, una mano se extendió para ella.

—¿Nos vamos? —preguntó Miroku.

Sango tomó un gran suspiro, y alzando su mano sujetó con fuerza la de Miroku. Una calma la invadió en ese instante. Tenía miedo, sí. Pero sabía que a dónde fuera que fuese, estaría junto a su amado.

Quiero que disfruten de mis historias como yo lo hago con muchas de las de ustedes. Dejen sus sugerencias en sus comentarios.

Muchas gracias.