Oxidado
Con extrema destreza y algunas gotas de agua aún escurriendo de su cabello, el distinguido caballero inglés deslizaba suavemente la navaja sobre la espuma de su rostro, hasta que el vapor presente en la ducha comenzó a empañar su reflejo forzándole a hacer una pausa.
Y ahí estaban de nuevo…
Podía sentir esa extraña mezcla de emociones y sentimientos, mismos que después de tantos años entregado a su deber hacia el dios del Inframundo, creía extintos. Sin embargo, ahora parecían estar más vivos que nunca.
Secó su rostro y regresó a la austera alcoba para vestirse. Sobre su cama, su mejor chaqué de lana, un pantalón a rallas y una camisa blanca con chaleco gris. No recordaba a bien, cuando había sido última vez que se los habías puesto, ¿100 años quizás?
Soltó un suspiro y mientras se despojaba de la toalla que cubría su masculinidad, los recuerdos regresaban a su mente.
Y no pudo evitarlo…
Aquel momento en que sus vidas colisionaron irremediablemente. Como hubiera deseado haberle conocido en una situación completamente distinta. Pero el destino así lo tenía escrito y ninguno de los dos pudo escapar a él. Sin embargo, la crueldad de la batalla no le impidió descubrir en la mirada de su valiente adversario, el reflejo de un alma excepcionalmente única.
En un mundo donde todos son juzgados por las reglas que otros han impuesto, ese hombre se había atrevido a romper las pautas y regirse por sus propios ideales y valores. Fue entonces que deseó, si en algún momento la vida se lo permitiera, que quería ser parte de su vida.
Y ese día era hoy...
El ruido de la habitación contigua lo devolvió a la realidad y comenzó a vestirse con las prendas que yacían sobre la cama. Con cada una, un pensamiento, un deseo, quizás un anhelo.
¿Amar?... Ser amado ¿Sentir? ¿Vivir?… sentirse vivo...
Terminó de ajustar su corbata, tomó su levita, miró su reloj, se aseguró de llevar efectivo y se dispuso a emprender la misión más difícil de su vida. Una de la que por primera vez no sentía la seguridad de poder salir victorioso.
El caballero con tan peculiar indumentaria sobresalía del resto que lo miraban con curiosidad mientras pasaban a su lado por las calles. Pero a él, esto parecía no importarle pues sus pensamientos pertenecían a una sola persona. Y esta se encontraba ya tan solo a unos metros de su alcance.
y ahí estaba él…
Se detuvo frente a la terraza de un café y lo vio, de pie frente a algunos comensales, vistiendo unos vaqueros azules desgastados, una camisa blanca remangada y un delantal negro, charlando relajadamente con ellos.
Su insistente mirada sobre el atractivo joven no pasó inadvertida para una de las clientas que curiosa volteó hacia el caballero de anticuada apariencia, causando el impulso automático en el otro para hacer lo mismo.
Sus miradas se encontraban nuevamente…
El rostro de Kanon súbitamente se tornó serio. Radamanthys titubeo si sería prudente continuar, pero pronto su duda fue despejada cuando el griego soltó una sonora carcajada para que abrió paso a una cálida sonrisa.
Kanon se disculpó con sus clientes y se dirigió con paso seguro hacia la calle para encontrarse con aquel por quien había estado esperando.
