Cuando era niño, todo le parecía demasiado sencillo. Ingresó a la academia siendo más joven que los otros alumnos, quizá, podría haber ingresado un poco más antes si no hubiese sido por su padre. Sakumo quería que Kakashi fuera un niño feliz por un poco más de tiempo, antes de entrar en el mundo de los ninjas donde sabía que podía conocer el dolor también.
Kakashi varias veces discutió con su padre por eso. Era mucho más inteligente que cualquier niño de su edad, incluso que cualquier otro niño mayor que él.
—La arrogancia no es un camino que debas seguir, Kakashi —solía decirle su padre.
—¿Por qué? Si soy mejor que ellos, deberían saberlo. Así no pierdo el tiempo.
Su padre sonreía con cierta vergüenza cuando escuchaba hablar a su hijo de esa manera. Él mismo estaba orgulloso de lo lejos que podía llegar Kakashi, incluso, de lo lejos que había llegado a la corta edad de seis años. Pero sabía que también, con el orgullo que él le producía, debía corregirlo con mucha paciencia y amor.
—Algún día entenderás que ser el mejor no es lo mejor que te puede pasar. Hay cosas que se disfrutan mucho más que un título —le dijo en alguna ocasión.
Kakashi no lo entendió entonces. Y tampoco se tomó el tiempo de pensar en ello. Si eras bueno en algo, debían reconocerlo. Él mismo era hijo del gran colmillo blanco.
—Tú eres el mejor y te reconocen en todos lados.
—¿Y sabes qué es lo mejor de mis días?
—¿Qué? —preguntó con desgano.
—Llegar a casa contigo, hijo —respondió tomándolo en brazos. Aunque ya había crecido y Kakashi le recordaba que era vergonzoso que lo alzara como si fuera un bebé, su padre no lo bajó.
Así, Kakashi se graduó de la academia siendo uno de los mejores ninjas de la clase, uno tan bueno que se graduó antes de tiempo, siendo uno de los más jóvenes en obtener el titulo de chuunin.
Sin embargo, nada de eso sirvió cuando su padre falleció.
Él, que siempre estuvo orgulloso de ser el hijo del gran colmillo blanco, el terror de la aldea y de cualquiera de sus enemigos… ahora, era un simple huérfano, hijo de un cobarde.
El día que encontró a su padre tirado en el suelo en un charco de sangre, fue uno de los peores días de su vida, sin embargo, aún no asimilaba todo lo que había sucedido. Sólo tenía la triste idea de que su papá no despertaba, que su cabello se teñía de carmín al igual que sus manos… y que jamás volvería a escuchar su voz.
No, en ese momento no cayó en cuenta de todo lo que significa. Lidiaba con la perdida, hasta el funeral.
Si había algo peor que encontrarse a su padre muerto en un charco de sangre, era estar en el velorio, con su padre muerto en un cajón y un montón de idiotas hablando mal de él a sus espaldas.
Kakashi lo supo en ese momento. Ninguna de las escorias que su padre había salvado valía que las salvara. No, su padre debió haber cumplido la misión aún a costa de sus vidas por darle la espalda. Ni siquiera ahora que estaba muerto tenían un mínimo de compasión y seguían hablando de él.
No sabían que Kakashi los escuchaba. O quizá sí y no le importaba en lo absoluto. Lo cierto es que el niño no podía perdonar eso.
Su padre había puesto en juego su reputación por sus amigos… y sus amigos apenas habían podido le dieron la espalda. Calaron tan fuerte en él que terminaron doblando su psique hasta partirla y llevarlo al suicidio para remendar el error que había cometido.
—Papá, yo no cometeré los mismos errores —juró frente al cajón cerrado con los ojos llenos de lagrimas y la máscara empapada por lo mismo. Sólo, entre decenas de adultos que no entendían ni entenderían jamás el dolor por el que pasó su padre ni por el que él pasaba.
Kakashi juró ser mejor que él.
Y nunca volvió a romper una regla.
Kakashi vivió con la sombra de un traidor en su espalda. Aunque él seguía recordando a su padre con cariño, llevaba su espada inclusive, lo único que le quedaba de él además de la enorme casa que había dejado vacía.
A veces recordaba cuando le dijo que él era lo mejor de su día. Y repetía entre lágrimas que era un mentiroso por haberlo dejado solo. Así fue hasta que se acostumbró al dolor de su ausencia y empezó a ignorarlo. Que su corazón sangrara era algo diario e inevitable. Acostumbrarse a que jamás podría repararlo era su único destino.
Al menos, así fue hasta que tuvo su equipo. A Kakashi no podían importarle menos esas tres personas. Rin, Obito y Minato. Eran simples colegas que podían ser reemplazados por otros llegado el caso. Si morían, llegaría alguien más.
Pero gracias a ellos, se dio cuenta de que su corazón aún herido era capaz de quererlos y formar lazos con ellos. Y aunque fue indiferente y arrogante como siempre, fue acostumbrándose a su presencia.
La vida se acostumbraba a sonreírle por breves períodos de tiempo y darle largas estaciones de lágrimas.
Su primera misión sin su sensei fue cuando lo perdió: al primer amigo que hizo en su vida. Y más aún, al primero que había reconocido a su padre como un héroe.
Kakashi no sabía qué pensar entonces, sólo vivía atado a una promesa: proteger a Rin.
Él, que pensaba que esas tres personas eran fácilmente reemplazables, jamás logró siquiera pensar en reemplazar a Obito. Su lugar quedó vacío por siempre. Entonces, fue cuando se dio cuenta de que la herida de su corazón aumentaba.
Perder a Obito fue sólo el comienzo de ese viento que anunciaba tempestades. Él ya debía saber que encariñarse con alguien sólo llevaba al mismo camino: a llorar. Aún así, se lo permitió.
Y por eso, fue él quién mató a Rin.
Su chidori no era para ella, pero se había interpuesto en su camino tan rápido que no tenía forma de escapar de su ataque. Así, Kakashi le atravesó el corazón.
Y el propio volvió a sangrar mientras la veía morir en su mano.
Una vez más, recordó lo estúpido que era querer a alguien.
Una vez más, recordó lo increíblemente hiriente que podían ser las personas.
Finalmente, Kakashi se terminó aislando de todos, sin embargo, su reputación de asesino de amigos no tardó en aparecer y perseguirlo. Como le había pasado con su padre, ninguno de esos idiotas sabían de qué hablaban, sin embargo, hablaban. Según ellos, Kakashi abandonó a Obito, se quedó con su ojo y luego, mató a Rin.
Ninguno sabía la verdad.
—A ninguno les interesa —se dijo a sí mismo mientras entraba a su casa y anunciaba su llegado a un lugar lleno de fantasmas.
Desde entonces, tuvo pesadillas con la muerte de Rin cada una de sus noches. No era suficiente lo mucho que se atormentaba durante el día, en la noche era su subconsciente y en el día, los demás aldeanos.
Kakashi sólo estaba seguro de algo: amar a alguien significaba sufrir. Y él ya no quería sufrir.
Así fue como solicitó empezar a hacer sus misiones en solitario, sin embargo, Minato tenía otros planes para él y no era precisamente mandarlo a una misión complicada donde pudiera revivir vivencias que debía sanar primero. No, lo mandó a vigilar a su esposa y a controlar que todo estuviera bien, después de todo, ella era un recibiente del zorro de nueve colas, así que debían ser cuidadosos en todos los aspectos. Y más que nada, Minato quería alejar a Kakashi de todas las penurias.
Y lo consiguió por diez meses que lo mantuvo en la aldea, siguiendo a Kushina durante el día y la noche, hasta que él llegaba a la casa y él se retiraba a la suya. Kakashi empezaba a dejar de rascar las heridas y poco a poco cicatrizaban.
Fue entonces cuando llegó el ojo de la tormenta. Y todo fue a pique para él.
La noche que la aldea fue destruida por el zorro de las nueve colas, fue el día que él terminó de perder a las últimas personas que quería.
Ir a funerales se había vuelto costumbre ya. Y no le hubiese molestado de no haber dolido tanto. Minato había muerto con su esposa en la misma noche, protegiendo a su hijo y sellando al zorro de las nueve colas en él.
En un momento, pensó en ir a verlo, lo había cuidado durante diez meses, sin embargo, podía dolerle aún más. Diez meses no eran nada comparado al dolor que llevaba cargado durante años en él.
—Lo mejor es mantener distancias, porque soy estúpido —se dijo a sí mismo.
Él sabía que sí forjaba lazos con alguien más, sería un camino de ida, sólo de ida. Una vez que amaba a alguien, venía la muerte y se lo llevaba. Él lo sabía bien. Estaba maldito y por cada minuto de alegría que la vida le daba, tenía diez años de pena. Y no lo valía.
Solo y con la decisión consciente de no dejar entrar a nadie en su vida, Kakashi fue cayendo más y más en la oscuridad. El Hokage lo ingresó en ANBU y fue el colmo de su plenitud.
Kakashi se sentía mal, estaba deprimido y se quería torturar por no haber podido salvar a nadie de los que él había amado. Y ANBU era la maquinaria perfecta para ello.
La mascara ocultaba su dolor. No había nombres, no había personalidades, sólo misiones secretas y un dolor que no compartiría con nadie.
De golpe y sin decir nada, se aisló de todos. Sus antiguos compañeros e incluso, personas que lo querían, intentaron sacarlo de ahí, sin embargo, no lo lograron. Cada día se moría un poco más, se castigaba un poco más. Y eso estaba bien para él porque lo merecía.
Fueron años que la oscuridad de ANBU penetró en su cuerpo y se volvió uno con él. Y en base a eso, aquella mirada de muerto que tenía en su rostro y la insistencia de sus amigos que Kakashi fue nombrado profesor.
Salir de ANBU fue liberador para Kakashi. Fue como un prisionero que veía la luz del día después de muchísimos años de oscuridad. Y aunque sus ojos tardaron en acostumbrarse a la luz, lo hizo, pero no del todo.
Reafirmó algunos vínculos, aunque muy por encima. A veces salía con Asuma y Kurenai y solía aceptar los retos de Gai, sin embargo, sabía que involucrarse más de la cuenta lo llevaba a un camino sin retorno y no quería eso.
Se dedicó de lleno a la enseñanza.
Sin embargo, sus estándares eran enormes.
Kakashi veía en sus estudiantes todas las fallas que él había tenido de joven. Ser arrogante, egoísta, demasiado serio, demasiado amable, demasiado idiota. Había demasiadas cosas qué corregir.
Y uno por uno, desaprobaba a cada alumno a su cargo.
Ninguno servía para ser ninjas.
Todos podían cometer sus mismos errores y él no estaba dispuesto a mandar a nadie al mundo ninja sin preparación.
Hasta que tuvo a aquel grupo bajo su cargo.
Después de tantos años de evitar acercarse al hijo de su profesor y su querida esposa, lo tuvo bajo su tutela. Naruto le recordaba a Minato y a Kushina cada vez que lo veía y lo escuchaba hablar. Ahí estaba lo ruidoso de ella; la apariencia de él. Era imposible no revivir ese deseo de alejarse y no poner a nadie en peligro: no ponerse a él mismo en peligro de sufrir de nuevo.
Pensó que ninguno llegaría lejos, pero se vio en la tarea de aprobarlos y volverse su profesor por mucho más tiempo. Por esa ocasión, se permitió sufrir una vez más al encariñarse con ellos, pero esta vez, su actitud como su visión habían cambiado por completo. Ahora él era quien estaba a cargo de aquellos tres chicos y como fuera, quería evitar que pasaran por las mismas penas que él había sufrido en toda su vida. Y así, estaba dispuesto a dar su vida para proteger la felicidad de alguien más. Era consciente de que ser el blanco del dolor podía salvar la felicidad de ellos.
Una vez más, lo intentaría…
¡Hola, gente linda! ¿Cómo están? Realmente, no sé qué tan bueno fue escribir este fic. Me largué a llorar a mitad del fic y escribí el resto entre lágrimas xD no puedo decir que no fue catártico también.
Esta cosa salió del Club de Lectura de Fanfiction que proponía un reto para "De demandas a preferencias" donde consistía en mostrar los cambios de un personaje al afrontar diferentes situaciones y cómo afrontarlas, provocando un cambio en ellas.
Yo creo que mejor lo tiene es Kakashi, la evolución de este hombre es increíble y su sufrimiento lo es por doble partida también. Todo lo que podía salir mal, sale peor con él, pobrecito mi bebé.
Igual, creo que hice un buen trabajo con esto, así que espero que les guste.
¡Un abrazo!
