Por fin la tierra podía darse un respiro, el alma de Poseidón había sido devuelta a la vasija y sellada para nunca más poder ser abierta de nuevo. A pesar de que se sentía esa paz tan anhelada, los santos de Athena se encontraban sufriendo las secuelas de aquella gran batalla y estuvieron internados en el hospital del Santuario.
Fue un mes tortuoso en el que los santos estuvieron bajo tratamientos y terapias intensivas, pero al final teniendo por resultado la total recuperación de cada uno, a excepción de Shiryu ya que, por más que los médicos oculistas batallaron, solamente pudo recuperar un sesenta porciento de su visibilidad. Y Hyoga, que había perdido la visibilidad total de un ojo.
Shaina también recibió dicha atención, pero costó demasiado que aceptara, ella quería curarse sola y Saori no iba a permitir aquello así que, a regañadientes la santo de plata había aceptado. La diosa se encontraba en la sala de espera del hospital, sus manos sudaban y su corazón iba a mil, ya que la desesperación consumía todo su ser por la dada de alta de sus queridos santos y amigos.
La emoción que tenía Saori era la de poder ver de nuevo a sus camaradas. Quería pasar más tiempo con ellos, fortalecer aquel vínculo que ya había formado con ellos, pronto sus deberes de diosa se lo impedirían, lo estaba presintiendo. Este era el momento indicado para hacer planes con ellos, si prácticamente los consideraba su familia.
Mu le había recomendado que esperara con serenidad y no ingresara a las salas donde estaban internados los muchachos, como había intentado en otras ocasiones. Así lo hizo, pero la espera fue larga a pesar de que el médico le notificó que ya estaban por salir. El primero en aparecer fue Ikki, quien de inmediato se sentó a la par de Saori sin decir palabra alguna.
—¡Ikk, cielo santo! —exclamó la diosa, mientras se ponía de pie.
—¿Ocurre algo, Athena? —inquirió con tono seco y sin dirigirle la mirada.
—Pues la verdad sí, ya estás recuperado al fin. Es algo digno de emoción —agregó llena de alegría.
—Bueno, si tu lo dices... —Ikki se encogió de hombros, sonrió con discreción y se cruzó de brazos para quedarse en absoluto silencio. Saori lo dejó tranquilo, sabía que estaba frente a un hombre de pocas palabras y se sentó a su lado sin poder ocultar su sonrisa.
A los pocos minutos salió Hyoga y se acercó hacia donde estaban sus amigos. Saori lo vio bastante animado, a pesar de que sabía que no siempre solía estar con ese estado de humor, eso sin duda era un buen indicio.
—¡Hyoga, qué alegría verte de nuevo! —Se levantó Saori de su asiento —¿Y cómo te sientes? Espero que estés recuperado por completo.
—Sí, me siento como nuevo, Saori. Ya no te preocupes —sonrió Hyoga sin hacer contacto visual y volteó a ver a Ikki —. Oye amargado, te ves recuperado tu también.
—Hyoga, soy el ave fénix ¿Qué esperabas? Claro que estoy bien —espetó con indiferencia.
Hyoga se encogió de hombros y soltó una risilla que contagió también a Saori. Ella esperaba que Hyoga fuera más feliz de ahora en adelante y no solo él, todos merecían ser felices y vivir su vida, aunque fuera transitorio. Se quedó pensativa con la vista fija en el vacío.
De repente Saori salió de sus cavilaciones, porque a cierta distancia divisó a Shiryu, quien venía acompañado de Seiya, Shaina y Shun. El corazón de la diosa se henchía de una inexplicable euforia; eran ellos y estaban allí, encaminándose hacia ella. Por fin el alma le volvió al cuerpo al verlos recuperados.
—¡Saori! —exclamó Seiya con emoción al no mas divisarla.
—Saori... —esbozó Shiryu, guiándose más que todo por el cálido cosmo de Athena.
—Saori, qué gusto volverte a ver —dijo un conmovido Shun.
—Athena... —saludó Shaina con una leve inclinación de respeto, aunque la máscara que no dejaba en ningún momento, impedía la percepción de su estado de ánimo.
—Mis fieles guerreros —esbozó con indicios de lágrimas en sus ojos—. No puedo describir con palabras la alegría de saber que sus heridas físicas han sanado. Acompáñenme, iremos a la fuente de Athena.
El grupo salió del hospital en compañía de Mu, quien había escoltado a Saori desde el Ateneo hasta el hospital, y la había esperado en la entrada de las instalaciones para que se reencontrara con sus guerreros. Juntos se dirigieron hacia las estructuras del Santuario.
Caminaron por senderos de concreto, rodeados de naturaleza ya que los alrededores del Santuario se caracterizan por estar llenos de bosques semidensos. La fragancia que emanaba la variedad de árboles creaba una atmósfera apacible y fresca, eso sin contar los arbustos llenos de flores que atraían a los insectos polinizadores, como abejas y coloridas mariposas.
—Wow, qué bella está la flora esta primavera —comentó Shun, quien veía hacia todos lados mientras caminaba.
—Yo no puedo verlo bien del todo, pero sí que se percibe el olor de las flores —añadió Shiryu.
—Esto es vida... Definitivamente, ya no veía las horas de salir de ese lugar —refunfuñó Seiya.
—Tienes razón, después de esto solo tendré ganas de irme a un lugar con espacios abiertos y creo que ya tengo una idea a donde exactamente —afirmó Hyoga con seriedad.
—Oh vamos amigos, no fue tan malo —contestó Shun —. La comida fue buena y las salas tenían unas ventanas grandes con televisión ilimitada. Además, la zona de fisioterapia y el gimnasio casi estaban al aire libre. Sin mencionar la dedicación de los médicos y demás personal.
—Ay hermano... tú siempre viendo las cosas buenas de todo, no esperaba menos de ti. Sí, he de aceptar que no estuvo nada mal la atención médica —prosiguió Ikki.
—Yo también opino lo mismo, todos fueron muy atentos con nosotros ¿No lo crees Shaina? —inquirió Hyoga.
—Para ser sincera yo odio los hospitales, pero sí... no estuvo tan mal —opinó la guerrera.
—Vaya chicos, gracias por ser observadores. De hecho, se ha estado trabajando en la mejora de todo el Santuario, porque las cosas ya no pueden ser iguales, debemos ir hacia adelante —dijo Saori con firmeza.
—Por supuesto, muchas cosas han cambiado poco a poco en el Santuario y en poco tiempo, debemos agradecerle Athena —esbozó Mu.
—Es lo mínimo que he podido hacer por ustedes y se vienen mejores cosas, lo prometo —concluyó Saori mientras divisaba que habían llegado a su destino—. Oh, vean muchachos ya llegamos.
El grupo de guerreros junto con su diosa llegaron a la Fuente de Athena. Este sitio era una gran sala con médicos y enfermeras auxiliares al cual, por lo general acudían los caballeros y aspirantes para curar sus lesiones menores. En esos momentos no había nadie herido, así que Saori consideró aquel lugar bastante propicio para charlar allí.
—Muchachos, hay algo que quisiera comentarles. Tomen asiento por favor —ofreció Saori con un fino ademán.
Todos quedaron un poco desconcertados ante esas palabras, se vieron unos a otros y obedecieron, a excepción de Mu, Shaina e Ikki, quienes se quedaron de pie y a la expectativa. Saori se aclaró la garganta y comenzó a hablar.
—Bien... en primer lugar, déjenme decirles que todo el mundo está a salvo gracias a ustedes. Este Santuario y mi persona les agradecemos grandemente el hecho de haber luchado con valentía y coraje contra Poseidón. No lo habríamos logrado sin la unidad que ustedes profesaron y la elevación máxima del cosmos que les permitió batallar con las armaduras de oro. Eso sin duda ha sido una hazaña más que valerosa y mis palabras no alcanzan en estos momentos para expresar lo valioso que fue todo esto. Por otra parte, estoy muy feliz de que están de pie nuevamente. Sin duda es un regalo del cielo...
—...Saori, en verdad nos conmueven mucho tus palabras y no hay nada que agradecer, fue una decisión de cada uno y lo hicimos de corazón —esbozó Seiya, conmovido por las palabras de su diosa.
—Sí por supuesto, cumplimos con nuestro deber, porque amamos esta tierra tanto como tú y lo seguiremos haciendo siempre que sea necesario —agregó Shiryu con seriedad y convicción.
—Además tú también nos protegiste con tu cosmo en aquel lugar helado y sellaste de vuelta el alma de Poseidón a donde pertenece, Saori. No nos abandonaste en ningún momento —intervino Shun con los ojos llorosos.
—Si me permite la palabra, Athena. La energía que todos irradiaron hizo la diferencia para ganar esa ardua batalla —opinó Shaina.
—Digamos que este fue un trabajo en equipo. Todos pusimos de nuestra parte y salimos victoriosos en nombre de Athena —puntualizó un enérgico Hyoga.
—Todas sus palabras me llenan de determinación y le dan alegría a este corazón. Saben que estamos en un período de paz que hay que aprovechar al máximo —prosiguió Saori —. Por eso yo quería prop...
—...Perdón, si Athena me lo permite, yo quisiera exponer mis deseos de ir al lado del maestro Dohko y de Shunrei, hace mucho que no se de ellos y pienso que este es el momento oportuno para hacerlo —intervino un melancólico Shiryu.
—Sí claro... entiendo Shiryu. Con total libertad puedes ir —respondió Saori y Shiryu sonrió como nunca ¿Cómo podría negarse? Aunque al parecer sus planes con los chicos se habían ido por la borda en ese instante.
—Eso me hace pensar que yo también quisiera ir a Siberia dejarle flores a mi madre, nunca sabré cuando será la última vez que mi cuerpo me permita ir hasta allí —esbozó Hyoga un poco cabizbajo y volteando su mirada hacia el exterior de la sala.
—Es totalmente entendible Hyoga, claro que debes ir. Ni más faltaba —dijo Saori conmocionada.
—Gracias Saori, sabía que apoyarías mi causa y no sé... a lo mejor me quede un tiempo por allá —sonrió Hyoga.
—Pues... a decir verdad yo no tengo a donde ir Saori, así que puedo quedarme para lo que necesites —expresó Shun y al instante miró de reojo a Ikki —, a no ser... que cierta persona quiera hacer planes familiares —. Sonrió expectante.
—Eh... pues... —Se rascó la la cabeza —esa es una pregunta interesante. La verdad es que tengo que irme Shun y lo sabes —contestó Ikki y Shun dejó de sonreír ante la confusa respuesta de su hermano—, pero cuando regrese, cosa que no sabrás cuando, te prometo que haremos planes. Te doy mi palabra.
—Bueno, si tú lo dices hermano. Como siempre tan misterioso, ya me acostumbré. —Se quejó Shun mientras se encogía de hombros —. Entonces me quedo contigo Saori, para ayudarte en lo que necesites.
—Esa es una excelente idea, entonces ya hablaremos tu y yo después —respondió ella y volteó a ver a su valiente guerrera—. Shaina ¿Tú qué tienes pensado? Veo que utilizas nuevamente la máscara, así que eso me da la pauta de tu decisión, aún así me gustaría oírlo de ti.
Por una fracción de segundo Shaina volteó a ver al caballero de Pegaso, que se encontraba ensimismado, callado y viendo hacia el suelo; la máscara le ayudaba a no ser tan evidente; lamentó no haberle podido hablar de lo que sentía por él, o al menos refrescar aquello que ya le había dicho. Reprimió un suspiro para así darle una respuesta a Saori.
—Athena, tú sabes que yo me quedaré aquí, este es mi lugar, así que estaré por los alrededores —dijo con determinación.
—Shaina, tú también puedes tomarte un merecido descanso, si quieres puedes venir conmigo a la Mansión a cambiar de ambiente ¿Qué dices? —propuso Saori.
Mu, quien estaba un poco distraído volteó a ver a la diosa, analizando aquellas palabras y comenzó a reflexionar en ellas sin intervenir en la conversación.
—Gracias, pero prefiero apañármelas sola, espero que comprendas —respondió Shaina.
—Por supuesto, pero si necesitas algo siempre puedes decirme —Saori sabía lo autosuficiente que era la guerrera de Ofiuco, así que la dejó ser y no insistió.
Mientras los demás murmuraban acerca de sus planes venideros, Saori volteó a ver a Seiya, quien se veía sumergido en sus pensamientos y de inmediato supo que él también tenía algo que hacer, pero tenía un debate interno; esa mirada de preocupación lo decía todo.
—Seiya... —El chico estaba ido por completo y Saori se inclinó un poco hacia él para que le prestara atención —Seiya...
—Oh, disculpa Saori no te escuché —Seiya apenado, sonrió y posó su mano detrás de su cabeza.
—Pues simplemente quería saber si tienes algún plan, aunque... creo que sí lo tienes —dijo con dulzura y comprensión, mientras Mu observaba expectante.
—Eh... pues sí, creo que me conoces bien, Saori. Sabes que tengo que encontrar a mi hermana, es algo que tengo pendiente, pero también quisiera quedarme acá contigo, ahora soy un santo de Athena y...
—...Seiya, se trata de tu hermana y debes hacerlo ya que la Fundación no fue capaz de encontrarla. Tú sabes acerca de la búsqueda fallida.
—Lo sé, así que gracias Saori —sonrió Seiya—. Ambos se quedaron viendo a los ojos por más tiempo del debido, como si quisieran decirse algo más y algunos de los compañeros observaron la escena con complicidad. Mu se aclaró la garganta para intervenir.
—Athena, con todo respeto, creo que es hora de que los santos reciban sus armaduras ya revitalizadas —Mu sacó a los dos jovencitos de su pequeño trance.
—Armaduras... ¡Oh, por supuesto! Claro, claro, gracias Mu —sonrió Saori, mientras sentía calientes sus mejillas por haberse quedado en el limbo—. Bien, aquí está la otra parte de la charla, síganme.
Todos caminaron por un pasillo hasta la salida de la Fuente de Athena para dirigirse a un largo trecho que conducía al mirador, donde se podía apreciar la Estatua de Athena.
Ikki y Shun iban conversando, parecían discutir algo importante. Shiryu y Hyoga hacían alguna que otra broma y se reían. Seiya y Shaina también conversaban amenamente, ya que la batalla contra Poseidón los había unido en una genuina amistad. Saori y Mu iban al frente en silencio y el caballero dorado la veía de reojo por lapsos cortos.
«Va demasiado callada ¿Qué se traerá entre manos?», pensó el santo de Aries, pero decidió callar.
Saori iba cavilando sobre lo mucho que le hubiera gustado pasar unas vacaciones con ellos, pero con aquella conversación se dio cuenta que sería imposible eso que su corazón anhelaba o... ¿Es que acaso aún podría hacer algo?
La mente de la diosa maquinaba cosas aún ininteligibles en su voz interior, pero tendría más tiempo para pensarlo mejor ya que, cuando menos lo esperó ya estaban llegando al mirador de la Estatua de Athena y todos quedaron perplejos ante aquella majestuosa vista, decorada con las pinceladas azules, naranjas y blancas del cielo.
—¡Wow! pero que belleza de atardecer —suspiró Shun.
—La paz se respira en todo el firmamento —añadió Shiryu mientras daba una respiración profunda.
—Este atardecer es vida, es esperanza. Los invité aquí para que observen el fruto de aquellas heridas en combate, todo ha valido la pena —esbozó Saori para luego quedarse en silencio. Todos hicieron lo mismo, simplemente contemplaron la paz y la victoria.
En alguna oportunidad, Saori realizó una breve llamada desde su celular, después de eso, Mu le hizo una mirada cómplice y ella asintió. El santo de oro se dio la vuelta y se alejó del grupo, pero no por mucho tiempo. Al rato de haberse ido, regresó acompañado de Kiki y trajo consigo las armaduras de los santos de bronce.
El primero en darse cuenta fue Ikki, quien al voltear provocó que todos los demás se dieran cuenta de la llegada de sus preciadas compañeras de combate. Todos corrieron a verlas y a saludar a su pequeño amigo Kiki. Hubo mucha conmoción, sonrisas y lágrimas de felicidad, ya que sabían lo que conllevaba la reparación de las armaduras; aquello era verdaderamente un sacrificio.
—Mu, en serio agradecemos el gran detalle que han tenido los santos dorados para con nuestras armaduras ¡No tenemos cómo agradecerles! —exclamó Seiya entre sonrisas, y todos asintieron ante aquellas palabras del Pegaso.
—Estamos para ayudar, ya lo sabes Seiya —respondió Mu con una sutil sonrisa.
—Por favor, cuídense mucho —fue lo último que Saori alcanzó a decirles a manera de despedida.
—Shun, cuida bien de Saori, por favor —suplicó Seiya a su amigo que asintió muy entusiasta.
Seiya se dio cuenta que, Saori ya se encontraba viendo en su dirección con una sonrisa. Él correspondió el gesto y ambos desviaron su mirada con rapidez, ya que había demasiada gente observando cada acción de la diosa.
Los santos de bronce comenzaron a despedirse y se alejaban llevando consigo su respectiva armadura, incluso Shaina se retiró hacia los adentros del Santuario. El corazón de Saori se llenaba de sentimientos mezclados. Por una parte, se sentía aliviada de que los chicos tuvieran un espacio para ellos, por otro estaba aquel vacío que no podía ignorar. Pero aún tenía la idea de ir a la Mansión y poner su propia vida en orden. Eso es lo que haría primero que nada. Unos instantes después, el jet privado de la Fundación Graad había aterrizado.
—Saori... ¿Nos vamos? —sonrió el dulce santo de Andrómeda.
—Ah... claro vamos —respondió Saori, saliendo abruptamente de sus pensamientos y ambos amigos comenzaron a caminar hacia aquel vehículo aéreo, cuando una voz la hizo voltear a ver.
—Athena... —habló aquella tranquila voz a sus espaldas y ella volteó de inmediato.
—¿Mu? —habló Saori consternada y sin saber qué explicaciones dar a su planeada ida a la Mansión.
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Continuará...
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