Cuando recibí la invitación para participar en el concurso "We Love Fics" de Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma no me pude resistir y me propuse escribir algo que tuviese como base mi festividad japonesa favorita. Espero que les guste.
Nota: Los personajes son de la grandiosa mangaka Rumiko Takahashi. La historia es un pedacito de mi inspiración que quise compartir con ustedes.
Decir que le gustaba el verano era una mentira, porque la realidad era que le encantaba. Sentir el calor del sol en la piel, el viento que la despeinaba, las risas de los niños que jugaban como si no hubiera un mañana.
Pero ese año el verano sería especial. Este sería su primer verano junto a Inuyasha desde que regresara para vivir a su lado tres años después de su gran aventura en busca de la Perla de Shikon. Y Kagome no podía estar más emocionada.
Lo había planeado todo: primero irían a la playa y allí disfrutarían de un poco de tiempo juntos y de la comida que ella había preparado para ambos. Luego gozarían del agua deliciosa y del intenso brillo del sol mientras se divertían y en la noche…, bueno, en la noche tenía preparada una sorpresa: un deseo que había pedido hacía mucho tiempo y que esperaba que se hiciera realidad.
Al principio se le ocurrió la idea de que fueran todos, en familia. Sango y Miroku tenían a sus hermosas gemelas Kin´u y Gyokuto y el pequeño Hisui ya contaba con un año de vida. Le había resultado difícil negarles a las hijas de su amiga Sango un viaje a la playa. Eso por no mencionar a Rin y a la anciana Kaede. Pero, al final, había decidido que solo serían ella e Inuyasha. Al fin y al cabo, eran una pareja recién casada y necesitaban pasar tiempo a solas.
El agua salada hacía que sus rizos fueran aún más marcados y era un efecto que le encantaba. Cuando era niña le hacía pensar en los cabellos de las princesas de los dibujos animados de Disney. Además, el sol le daba un tono dorado a su piel que hacía resaltar más aún sus ojos color chocolate.
Y esperaba utilizar todas esas armas en su plan de conquista. Porque sí, ya eran una pareja casada, pero desde que Inuyasha le había pedido que fuera su esposa, no le había vuelto a abrir ni un poquito su corazón. Ella incluso esperaba que le dijera que la amaba. La boda había transcurrido apenas una semana antes, pero no se sentía diferente. Y esa situación tenía que cambiar. Hoy era el día en que tendría que cambiar.
…
Decir que le gustaba el verano era una mentira, porque la realidad era que lo odiaba, y eso era por no hablar del mar. El olor salado del agua le molestaba a sobremanera, por no mencionar que el sol tan intenso, ligado a la sal del agua le resultaban agobiantes.
Pero ese año el verano sería especial. Este sería su primer verano junto a Kagome desde que ella regresara para vivir a su lado tres años después de su gran aventura en busca de la Perla de Shikon. E Inuyasha no podía estar más emocionado.
Al principio temió que a Kagome se le ocurriera la idea de que fueran todos, en familia. Sango y Miroku tenían a las revoltosas gemelas Kin´u y Gyokuto y el pequeño Hisui ya había aprendido a caminar, lo que significaba que siempre lo perseguía para tocarle las orejas (era igual que sus hermanas). Eso por no mencionar a Rin y a la anciana Kaede. Pero, al final, (por suerte para su bienestar mental y la integridad física de todos los demás) Kagome había decidido que solo serían ella e Inuyasha. Al fin y al cabo, eran una pareja recién casada y necesitaban pasar tiempo a solas.
Inuyasha estaba seguro de que el agua salada haría que sus rizos fueran aún más marcados. Además, el sol le daba un tono dorado a su piel que hacía resaltar más aún sus ojos color chocolate.
Ella lo había planeado todo: primero irían a la playa y allí disfrutarían de un poco de tiempo juntos y de la comida que ella había preparado para ambos. Luego gozarían del agua deliciosa y del intenso brillo del sol mientras se divertían y en la noche…, bueno, realmente no quería pensar mucho en la noche.
Porque todo lo anterior era en extremo preocupante. Porque sí, ya eran una pareja casada, pero desde que Inuyasha le había pedido que fuera su esposa, no le había vuelto a abrir ni un poquito su corazón. La boda había transcurrido apenas una semana antes, pero no se sentía diferente. Ella incluso esperaba que le dijera que la amaba y él lo sabía. Y también sabía que las palabras no eran lo suyo. Pero esa situación tenía que cambiar. Hoy era el día en que tendría que cambiar.
…
El día había transcurrido tal y como ambos lo habían planeado: llegaron cercano el mediodía, almorzaron bajo un árbol próximo a la orilla que les brindó sombra también en la cena, aunque ya para ese momento, el sol había comenzado a desaparecer tras la línea del horizonte, creando una imagen hermosa del atardecer. Entre ambas comidas habían conversado mucho y sobre muchos temas, redescubriendo la comunicación que siempre habían tenido y cómo esta se había intensificado tras su matrimonio, así como su confianza. Pero, mientras veían los bellos colores que dibujaba el sol en el agua, ambos anunciaron la llegada de la noche y con ella, el momento tan temido y esperado por ambos.
—Inuyasha, ¿podrías… podrías acompañarme? —preguntó Kagome—Me gustaría dar una vuelta por la orilla.
—Feh. —le respondió Inuyasha, pero aun así se levantó de la roca en la que se encontraba sentado bajo el árbol.
—Sabes algo, Inuyasha, —comentó Kagome mientras se quitaba las sandalias para que el agua mojara sus pies— por estas fechas se celebra el festival Tanabata en mi época.
—¿El qué?
—El festival Tanabata o festival de las estrellas. Es una celebración por el reencuentro de Orihime y Hikoboshi. Es por una antigua leyenda.
» Orihime, que era una tejedora experimentada, se enamoró locamente de Hikoboshi, el cuidador de rebaños. El amor entre ellos era tan grande que comenzaron a descuidar sus responsabilidades y el día llegó que Orihime no produjo más telas y a Hikoboshi se le escaparon las vacas y el caos se adueñó del cielo. Como consecuencia, Tentei, dios de los cielos y padre de Orihime, los separó como castigo, dejándolos en lados opuestos del río Amanogawa, permitiéndoles reencontrarse únicamente una vez en el año. En homenaje a ese reencuentro, se realiza el festival.
Inuyasha no era muy dado a creer en leyendas, de hecho le parecían inútiles. Pero no podía negar que le encantaba escuchar a Kagome contarla con tanta emoción, mientras el viento le despeinaba suavemente el flequillo y el sonido del mar le hacía compañía.
—Claro que en mi época ya se conoce que Orihime es en realidad Vega, una estrella de la constelación de la Lira y Himeboshi es Altair, la estrella más brillante de la constelación del Águila. Además de que el río Amanogawa es en realidad la Vía Láctea. —continuó Kagome— Pero, aun así es una historia hermosa y muy triste.
—Ese Hikoboshi es un estúpido. —interrumpió Inuyasha dispuesto a dar su opinión y sorprendiéndola por su ímpetu— Ningún hombre realmente enamorado espera un año por estar con la mujer que ama. Si estaba realmente enamorado no hubiera esperado más de tres días. Tenía que haber cruzado ese río así fuera a nado. Eso era lo único que los separaba. No como en… en otros casos.
Kagome no pudo evitar que sus mejillas se acaloraran o que una radiante sonrisa adornara su rostro. Las palabras de Inuyasha eran casi una declaración de intenciones dado que él no soportaba estar separado de ella por más de tres días. Pero esa vacilación al final le dijo más que millones de palabras.
—¿Lo dices porque estuviste yendo al pozo cada tres días? ¿Y aun así estuvimos separados tres años?
Inuyasha gruñó algo que bien podía haber sido "maldito mocoso".
—Inuyasha, sabes que Shippo no tiene secretos conmigo. Pero no te molestes con él. —Kagome en ese momento se detuvo y volteó para poder mirar a Inuyasha a los ojos. —Yo también iba cada tres días al pozo. Nunca, ni una vez, dejé de intentarlo. Lo gracioso es que resultó que el pozo funcionó un día que ni siquiera estaba planeado que fuera allí. Supongo que fue el destino el que me llevó ese día.
Estaba tan absorta por el brillo de la mirada dorada de Inuyasha que no notó el movimiento que hizo para acercarse a ella, ni cuando sacó sus manos de su hitoe, pero sí notó el calor de sus manos cuando tomaron las suyas y le acariciaron las palmas.
—La cuestión, Inuyasha, es que ese día, en el festival Tanabata, acostumbramos a pedir deseos. Ese día escribimos en un tanzaku un deseo desde el fondo de nuestro corazón. Y cuando escribí el mío, me di cuenta de que solo lo podía hacer realidad en esta época, si regresaba, porque solo lo podía hacer realidad contigo.
—¿Qué deseaste?
Como toda respuesta, Kagome soltó las manos de Inuyasha y lentamente comenzó a desnudarse frente a su esposo sin despegar ni un minuto la mirada de su rostro. Inuyasha, mientras más tela veía desaparecer y más piel veía que Kagome se descubría, sintió su rostro arder y juraría que hasta se puso del color de su traje.
Cuando estuvo completamente desnuda a la luz de la luna, cuando el viento provocaba que su piel se enfriara, dio la espalda hacia el agua y se internó suavemente en la playa sin quitar la vista de Inuyasha, que parecía igualmente incapaz de apartar su vista de ella. Cuando el agua salada le besaba las rodillas se detuvo.
—Mi deseo fue ser uno contigo, Inuyasha, en cuerpo, alma, corazón y espíritu. Solo tú me puedes ayudar a hacer mi deseo realidad.
Ambos tenían miedo, y ambos sentían vergüenza, pero en un instante en que sus miradas conectaron como nunca lo habían hecho y se comunicaron de un modo que solo ellos conocían, tanto el miedo como la vergüenza desaparecieron. Así como lo hicieron las ropas del cuerpo de Inuyasha.
Y con una velocidad que superaba la empleada en los mayores y más arriesgados combates, Inuyasha tomó la mano de Kagome y se internaron más en el agua, mientras compartían un beso cuyos únicos testigos fueron las estrellas, el agua, el viento y la luna.
…
—Si tuvieras que elegir una estrella, ¿cuál sería?
Se encontraban acostados sobre la Túnica de Rata de Fuego que estaba extendida sobre la arena. Aún estaban mojados y aún estaban desnudos, pero el viento no lograba disminuir el calor que emitían sus pieles. Kagome se encontraba con la cabeza recostada en el brazo de Inuyasha y lo miraba interesada, esperando su respuesta.
—A ti.
—¿Qué?
—Si tuviera que elegir una estrella, te elegiría a ti. —ratificó él.
—Inuyasha, yo no soy una estrella.
—Para mí lo eres.
—Pero…
—Además, es lo que significa tu nombre. Las estrellas simbolizan luz y esperanza, por eso siempre les pides deseos. Además son hermosas y también pueden ser nuestra guía si nos sentimos perdidos. Si lo piensas, es quien eres para mí.
—Inuyasha…—trató de decir, pero las lágrimas en sus ojos le impidieron continuar.
—Kagome, yo me he sentido perdido más veces de las que me gusta admitir, pero tu luz siempre me ha servido de guía para salir de mi oscuridad. Y siempre fuiste mi esperanza de un futuro diferente, incluso cuando yo no quería tener esa esperanza. Llegaste a mi vida y arrasaste con todo lo que yo había considerado que era necesario para sobrevivir… De hecho, no, fue más que eso: tú me enseñaste a vivir.
—Yo solo…
—Sé que nunca te lo dije, pero cuando estuviste atrapada en el interior de la Perla de Shikon, unos demonios me dijeron que debía rendirme, que nunca te encontraría. Que tu destino había sido sellado y que era enfrentarte eternamente a Naraku en la misma eterna batalla que ya libraban esos demonios contra Midoriko.
—En aquel momento, parecía ser así. —todavía recordaba los momentos de angustia y desesperación que sintió al estar encerrada en la oscuridad, con miedo de desear algo que nunca se cumpliría.
—Pero era mentira. Ese no era tu destino. Si no te hubiera conocido hubiese seguido atrapado en el árbol, consumido por el rencor y sin conocer lo que eran la verdadera fuerza y la bondad. Gracias a ti hice amigos y confié en ellos. Y lloré, Kagome, algo que para mí no había estado permitido desde que mi madre murió, y sonreí. Gracias a ti fui feliz. Tú me hiciste feliz. Y lo sigues haciendo cada día que paso contigo.
—Yo…
—Tu destino era conocerme, Kagome, y el mío es estar siempre a tu lado, para eso fue que nacimos tú y yo. Así que, sí, tú eres mi estrella, y siempre lo serás.
Y ella se había estado quejando porque él no le decía que la amaba. A medida que pasó el día se dio cuenta de que, en realidad, no lo necesitaba, o no tanto, al menos. Pero luego de escuchar esa declaración, no le quedaba ninguna duda. Ahora se percataba que existían miles de formas de decir "te amo".
Y ella se había enamorado de un hanyō que la mayor parte del tiempo era parco y rudo, y muy malo con las palabras, pero cuando las empleaba derretía hasta el más inseguro de los corazones.
—Yo también te amo, Inuyasha, por siempre y para siempre, y me enfrentaré al mismísimo tiempo para estar a tu lado.
—Yo creo que ya lo hiciste. —respondió Inuyasha con una sonrisa brillante.
Y se unieron en un beso y se entregaron nuevamente a las caricias que el amor creaba. Y esta vez, podrían jurar que las estrellas y la luna brillaron más deslumbrantes que nunca.
