Resultó ser cierto el hecho de que Yuuji es un verdadero estúpido. Bien, no es que sea necesario ser tan groseros, pero Sukuna considera que sus nervios se crisparon lo suficiente como para que esta ofensa sea permitida. Al menos esta vez.

Sukuna nunca antes ha tenido, ni siquiera, la más remota consideración con un ser humano, eso es una verdad casi universal, pero sucede que, bueno, no tan a menudo como quisiera consigue tener una mascota tan adorable como Itadori. Solamente con él se permite ser tan asquerosamente blando como lo es ahora. De todos modos, tampoco es que vaya a bajarle la luna y las estrellas como si fuera completo imbécil. En cambio, sí que puede ofrecerle el mundo, la agonía y el dolor del resto de la humanidad, de cada ser miserable que se atrevió a volver su vida un infierno. Es todo lo romántico que alguien como él puede ser, y Yuuji lo sabe.

(Y aun así lo acepta. Por eso Sukuna jamás piensa dejarlo ir.)

El caso es que Yuuji es demasiado ingenuo para su propio bien, porque permite que todo el mundo tome de él lo que se le antoje, y nunca pide nada a cambio. Y eso sería aceptable, por lo menos, si lo que tomaran fueran cosas materiales, tan fáciles de reponer que no hace falta más que el chasquido de sus dedos. Sin embargo, no es así.

Cada maldito ser humano que se acerca a él tiene una razón retorcida detrás, el deseo escondido bajo la piel, la idea de tomar el mayor provecho con respecto a Yuuji antes de que lo ejecuten como siempre estuvo planeado. Y es francamente enfermizo hasta para una maldición de su calibre, el innegable hecho de que Yuuji lo sabe y, aun así, no hace nada de lo que podría para remediarlo.

Si debe ser sincero, Sukuna anhela matar a cada repugnante viejo que haya concebido la sola idea de poner un dedo sobre Yuuji, y en verdad lo hará en algún momento. Todos esos malditos viejos, y también a esos hechiceros que fingían ser amigos del mocoso, mientras escondían el constante temor de que les hiciera algo, asustados sí, pero sobre todo ansiosos sobre la idea de que el hechicero más fuerte no estuviera cerca para poder matarlo. Y ese maldito seis ojos es, sin dudas, el peor de todos. Sukuna lo aborrece como a nada en la tierra.

Sukuna mataría una y otra y otra vez a Gojo Satoru si fuera posible. Lo odia con cada partícula ínfima de su cuerpo, con toda su sangre y su energía maldita, pero Yuuji lo quiere, lo quiere tanto que lo enferma de celos, pero Yuuji dice que no vería a nadie más incluso si Sukuna le quitara todo lo que ama, y eso generalmente sirve para apaciguar a la bestia que crece con sed de sangre.

Excepto en momentos como estos, donde Yuuji deja que el maldito seis ojos se acerque hasta que respiran el mismo aire, porque sus caras están simplemente demasiado cerca. Y Sukuna lo odia incluso más que antes.

Ciertamente Yuuji no siente amor romántico por su maestro (y lo sabe con total certeza solo por el hecho de que él en verdad puede escuchar los pensamientos del mocoso), pero ese hombre es muy astuto, y también es perfecto manipulador. Tan enfermo de amor por Yuuji como lo está Sukuna. Por eso mismo lo odia con tantas fuerzas, porque sabe que Gojo Satoru haría lo que fuera por tener a su recipiente.

Mentirle a Yuuji, fingir, actuar, todo lo que el propio Sukuna haría, y Gojo lo sabe bien. No son tan diferentes, incluso en el acto de tomar de Yuuji cada parte de él: el sol radiante y amable, y la luna nublada de ira. Aceptarían todo solo si viene de él.

Justo por eso Sukuna murmura en la mente de Yuuji, promesas de caos si no se aleja ahora mismo del hechicero, y el chico solo se ríe como si no pudiera desatar una guerra por esa simple risa. Tan ajeno a su poder de destrucción que roza en lo estúpido.

"Lo siento, profe", exhala, "es solo que Sukuna se pone celoso".

Y se aleja de él, llevándose el aire que Satoru no sabía que estaba soltando. Tan deshecho en suspiros por un niño.

"Eres patético", aprovecha Sukuna para decir, mostrándose como una boca burlona en la mejilla de Itadori.

"Y tú no eres mejor", le devuelve la sonrisa socarrona, con toda la imponencia que su altura le permite demostrar.

(Sukuna también lo odia por eso, pero no es algo que vaya a admitir nunca. Y de todos modos su forma real es más alta.)

Yuuji se despide antes de que las cosas empeoren.

"Y te lo había dicho muchas veces antes", Sukuna dice con hastío, "ese maldito hechicero está enamorado de ti".

Su recipiente no reacciona ante eso.

"Y yo te respondí cada vez", responde con la lentitud propia que se le otorga al énfasis, "que aunque me quitaras todo lo que tengo, solo te podría mirar a ti".

Sukuna siempre se calma con eso, pero esta vez es diferente. Nunca antes pensó que eso no necesariamente implica devoción.

"Pero podrías mirarme con odio".

Y Yuuji se ríe, con ese sonido malditamente dulce que le hace cosquillas en la nuca.

"Lo aceptarías de todas formas", le reprocha.

Y es cierto.

"Podría acostumbrarme a tus miradas de devoción", él explica.

"Entonces, eso es lo que tendrás", Yuuji concede.

Sukuna está bien con eso.