Blarney debe morir
El miedo, la angustia y la desesperación se habían apoderado en su totalidad de la casa Loud.
Luna azotaba su cabeza repetidas veces contra el borde de la chimenea, Lucy se mecía junto al sofá abrazando sus rodillas y haciendo castañear sus dientes, Lynn Jr. mordisqueaba su cola de caballo a causa de la ansiedad; caso semejante al de Lori, a quien se le estaba cayendo el cabello. Desesperada, Luan se paseaba por la sala de un lado a otro dando vueltas en círculos y soltando enloquecidas risillas. Leni, que no estaba en si, se tambaleaba atontada en su lugar, similar a cuando viajaban en el auto y se mareaba; parecía que su simplificado cerebro de chícharo había hecho corto circuito como mecanismo de defensa. Con ambas manos, Lincoln y Lisa tenían apretados un par de cojines contra sus oídos, en un intento inútil por acallar el tormento por el que eran asediados.
Los desdichados niños Loud creían que no podía haber peor castigo a ese. Los diez sabían que no eran unos ángeles, y que muchas veces podían resultar bastante molestos para los demás vecinos de la cuadra; pero por muy traviesos que pudieran llegar a ser... ¡Rayos! ¡No había derecho! ¡Si sólo eran unos niños! Que fueran sometidos a tal tortura rayaba en lo enfermizo y hasta podía considerarse una forma de maltrato infantil.
Su sufrimiento era digno de compararse a los estragos vividos en la guerra psicológica de Noriega, al grado que algunos ya deseaban rebanarse las orejas con un cuchillo de cortar carne. ¡Sin exagerar!
Así mismo, la pobre Lana sujetaba sus coletas, a nada de arrancárselas de un tirón, al tiempo que lloriqueaba desconsolada y a voz en grito:
–¡¿Por qué tienen que arruinar las cosas que yo quiero?!
Cómo no, la única que la pasaba bien allí era la pequeña Lily, que seguía sin cansarse de las gracietas del dinosaurio de la tele.
–Ju ju... Hola amiguitos.
El simpático personaje saludó a los televidentes. Sólo que para los hermanos mayores de Lily ya no resultaba nada simpático. A lo que dos niños del cast acudieron a saludarlo muy emocionados.
–¡Blarney!
–Que gusto que estén aquí –canturreó el dinosaurio.
–¡Shi, shi, shi, shi!... –aplaudió Lily por enésima vez.
–Chispas, no quiero decepcionar a mis amiguitos invitados. Ni a mis lindos amiguitos allá en casita. Hola, amiguitos.
–Hola, Blaney –saludó la nena a la pantalla.
–Aquí va un abrazo Blarney especial para cada uno de ustedes.
El dinosaurio abrazó con afecto a los pequeñines que salían con él en el programa. De igual forma, Lily abrazó su peluche del mismo dinosaurio azul con vestimenta irlandesa.
Con sumo repudio, Lola clavó sus ojos abultados de ojeras en la alegre niña, quien además llevaba puesto el mismo sombrero verde que lucía aquel horrible monigote.
En mala hora se le había ocurrido a su hermano borrar todos sus capítulos de ARGGH! del decodificador. A Lola le hubiese gustado aprovechar todo ese espacio para su programa de cirugías plásticas feas. Por desgracia, siendo la bebé de la casa a quien se complacía en mayor medida, fue Lily la que terminó usándolo todo. Gracioso era recordar a las gemelas considerarse fans del mismo personaje en otros tiempos. En la actualidad, el sólo verlo le provocaba nauseas a una y en la otra despertaba un tenaz deseo de arrancarle la cabeza, fuera cierto o no que debajo había un actor disfrazado, según afirmaban algunos chicos mayores.
–Hey, amigos –anunció Blarney–. ¿Saben que clase de día es hoy?
–¡Un día especial! –clamaron los chiquillos del cast.
–Si, y tengo una canción muy especial que cantar.
–¡Shi, shi, shi, shi, shi...! –siguió aplaudiendo Lily a su vez.
–No de nuevo –gruñó Lola entre dientes.
–Y uno... Y dos... Y un, dos, tres y...
A continuación, el dinosaurio de la tele empezó a entonar una de las muchas canciones de su repertorio –con esa molesta voz chillona que hacía a uno preferir escuchar una sinfonía de gatos a medianoche–, la cual iba así:
–Me quieres tú, y yo a ti.
Nuestra amistad es muy especial.
Algo muy especial, soy tu amigo especial.
Un amigo muy especial, lo diré una vez más.
Especial, especial. Especial, especial.
¡Nuestra amistad es especial!
Este es un día especial y tú eres especial.
Especial, especial, especial, especial...
–¡Eshpeshiad! ¡Eshpeshiad! ¡Eshpeshiad! ¡Eshpeshiad! –canturreó Lily, llena de vigor–. ¡Eshpeshiad! ¡Eshpeshiad! ¡Eshpeshiad! ¡Eshpeshiad!...
Finalmente, pasó lo que tendría que haber pasado tarde o temprano.
–¡No!... ¡Ya no!... –chilló Lola, segundos antes de estallar en cólera–. ¡YA BASTA! ¡YA NO LO SOPORTO!
Lanzando un sonoro alarido de furia, la chiquilla se precipitó a arrancar el decodificador del cableado, con lo que la pantalla se puso azul.
–¡Oye! –la bebita protestó frunciendo el ceño–. ¡Eshtaba viendo esho!
Por el contrario, sus demás hermanos soltaron una exclamación, a la que siguió un reconfortante suspiro de alivio.
–¡Esta pesadilla tiene que terminar! –rugió Lola.
Quien de un violento puñetazo le abrió un agujero al aparato decodificador y, acto seguido, empezó a arrancar los cables y circuitos a tiras y arrojarlos al aire.
–¡Maldita lagartija super desarrollada, sé que estás allí adentro!
–¡Ño! –chilló Lily–. ¡Mi pobama!
–¡¿Pero qué rayos haces?! –inquirió una muy escandalizada Lori, que también se puso en pie de un salto.
–¡Primero ese endemoniado zorro y ahora esto! –rugió una muy embravecida Lola, cuyos ojos aparecían eyectados de sangre y su boca chorreaba espuma–. ¡Mañana, tarde y noche es Blarney, Blarney, Blarney, "Blarney en la granja", "Blarney en el parque", "Blarney en la playa", "Blarney visita la galería de arte"...!
–Eshe esh mi favodito –replicó la bebé.
–¡¿Ah si?! –la desafió su hermana–. ¡Pues este es mi favorito! ¡BLARNEY EN UN MILLON DE PEDAZOS!
Y ante las espantadas caras de sus hermanos allí presentes, estrelló lo que quedaba del decodificador contra el suelo. Seguidamente le brincó encima y lo terminó de despedazar a pisotones.
–¡MUERETE, MUERETE, MUERETE...!
Sus demás hermanos estaban por intervenir, hacer que cesara en su destrucción sin sentido, tratar de calmarla y de paso reprenderla por actuar como toda una salvaje. Pero su desesperación era tanta y el alivio que sintieron al haber cesado el tormento tan reconfortante, que en lugar de ello la ovacionaron y le echaron porras, aun a sabiendas que eso estaba mal.
–¡Si!
–¡Eso es, Lols!
–¡Así se hace!
Incluso Lynn corrió a ayudarla a terminar de pisotear los restos del aparato que se dispersaron por la alfombra. También Lori cedió a la desesperación.
–¡Si!
–¡MUERE, COSA, MUERE!...
Al presenciar esto, como era de esperarse, la pobre Lily rompió en un llanto devastador.
–¡BUAAAAAHH!... ¡BUAAAAAHH!...
Para cuando el decodificador quedó irreparable del todo, sus padres salieron de su recamara. Apenas habían captado los llantos de la bebita, dado que cada uno llevaba puestas unas orejeras desde que amaneció.
Cuando vio los restos del aparato decodificador a los pies de sus histéricas hijas, que jadeaban con respiración acelerada, entre ellas a la mayor a cargo colaborando en tan ruin acto, y al resto de sus hijos alentándolas, Rita se enojó al comprender que había pasado.
–¡Niños, eso fue horrible! ¡Miren como pusieron a su hermanita!
–¡BUAAAAAHH!... –berreó Lily a todo pulmón–. ¡QUELO A BLANEY! ¡EXTAÑO A BLANEY!...¡BUAAAAAHH!...
–¡Lo sentimos, mamá! –se excusó Lynn.
–¡Pero ver los mismos programas de Blarney tantas veces seguidas nos estaba volviendo locos a todos! –añadió Lincoln en defensa de ella y sus otras hermanas.
–¡Pídanle perdón ahora! –ordenó su padre molesto.
–Oh, rayos.
Dicho y hecho, los diez hijos mayores rodearon a la pequeña que lloriqueaba mientras se sacudía en su silla de bebé.
–¡BUAAAAAHH!...
–Ya, ya, Lily, no llores –la consoló Luna.
Leni sopló unas burbujas tratando de animarla. Sin embargo, sus intentos fueron inútiles. Nada la iba calmar.
–¡BUAAAAAHH!...
–Si quieres te hago un dinosaurio –ofreció Luan sacando un globo largo de su bolsillo.
Pero esto tampoco funcionó. Apenas lo terminó de inflar y empezó a moldearlo, Lily le arrebató el globo de sopetón, lo apretó enterrándole sus diminutas uñitas y lo acabó de reventar asestándole un buen mordisco; para luego proseguir con su estridente llanto.
–¡BUAAAAAHH!...
–Está bien, lo siento –se disculpó Lola (sin ningún remordimiento en realidad)–. No quise hacerlo.
–¡BUAAAAAHH!...
En esto sacó un fajó de billetes y desprendió unos cuantos que ofreció a la bebita.
–Ya, tranquila. Toma un par de dólares.
Pero Lily tampoco se iba a dejar sobornar.
–¡BUAAAAAHH!...
Cuando vio que se ponía toda roja de tanto berrear, Lincoln tuvo que tomar medidas desesperadas, por lo que fue a su habitación en busca de su peluche favorito. A su regreso ofreció prestárselo a Lily, esperando que eso si sirviese para apaciguarla.
–Mira, aquí está Bun-Bun.
Cosa que tampoco sirvió, ni por asomo. Lejos de calmarse, la histérica niña le arrancó la cabeza al peluche y la arrojó al otro lado de la sala antes de seguir adelante con su berrinche.
–¡ÑO! ¡QUELO UN ABAZO DE BLANEY! ¡QUELO A BLANEY!
–Hay, vamos, Lily –insistió Lori–. A nosotros nos gustaría que te lo diera. Si hubiera algo mágico para que Blarney te diera un abrazo, literalmente, lo haríamos, de veras. Pero por desgracia eso no es posible.
Fue por desgracia que Leni, siendo Leni, dio con la solución.
–¡Si es posible! –avisó yendo en busca del periódico que el señor Lynn se dejó en la mañana en la mesa del comedor. Al regreso mostró la pagina con el anuncio de la primera plana–. Blarney va presentarse hoy en el centro comercial.
–¿Qué?... –con eso bastó para que Lily dejara de berrear y se pusiera muy contenta–. ¡Shi! ¡Vamos a vel a Blaney!
–¿Qué? –se sobresaltó Lori. Sin demora su padre le entregó las llaves de la van familiar.
–Aquí tienes, vayan con cuidado.
–¡¿Y yo porqué?!
–Quelo vel a Blaney, quelo vel a Blaney –canturreó Lily–, quelo vel a Blaney...
Sin intención de involucrarse más, el resto de los hermanos Loud resolvieron desentenderse del asunto y dejar todo en manos de la mayor a cargo. Por lo que ahí mismo se retiraron a prisa tomando diferentes caminos pero con mucha discreción.
–Diviértanse –las despidió Lola, la ultima de los ocho restantes en emprender la estratégica huida.
≪Cobardes≫, pensó Lori, fulminando a su vez con la mirada a Leni, la única que se quedó con ellos en la sala, y sintiendo unas tremendas ganas de apretujar su delicado pescuezo hasta exprimir el ultimo gramo de vida de su ser. Por otro lado, la inocente y gentil rubia no había arrojado su idea con malas intenciones, y menos esperaba provocarle tremendo martirio a su hermana mayor.
–Pero es sábado y había quedado en hablar con Bobby más tarde –intentó protestar la joven–. ¿Por qué no la llevan ustedes?
–Porque eres una hermana mayor muy cariñosa y nosotros no la hicimos llorar –sentenció Rita cruzándose de brazos.
–Mamá, papá –imploró Lori de todos modos, llegando al extremo de juntar las manos y ponerse de rodillas–, literalmente, millones de niños feos gritando. No me hagan esto. ¿Que no me quieren?
Pero por mucho que su hija les suplicó e intentó chantajearlos emocionalmente, la decisión del señor y la señora Loud estaba ya tomada y era irrevocable.
–Más vale que salgan ahora –sugirió el señor Lynn poniendose en jarras y señalando a la puerta.
–¡Shi! –aplaudió Lily.
–¿Pero por qué la prisa? –replicó Lori tras volver a ponerse en pie–. El centro comercial está a escasos diez minutos.
–Blarney es muy popular, puede haber una cola muy larga –le señaló su madre.
–Está bien –accedió Lori a regañadientes–. Iremos.
–¡Shi! –rió Lily cada vez más emocionada.
Más tarde que terminó de vestirla y tuvo lista su pañalera, Lori cargó con su pequeña hermana y salió con ella por la puerta principal... Sólo para toparse con el final de una muy, muy, muy prolongada fila de gente –casi todos padres con sus hijos pequeños–, la cual se extendía por todo el largo de la banqueta hasta perderse de vista.
–¡¿Pero qué rayos es esto?! –inquirió pasmada.
–Es la cola para abrazar a Blarney –le respondió un muy emocionado Clyde, a quien vio formado al final de la fila luciendo su ridiculo gorro del susodicho dinosaurio.
–De ninguna manera –sentenció Lori. Volvió a entrar a la casa y azotó la puerta.
De nueva cuenta, como habría de esperarse, Lily rompió en un llanto todavía más devastador y el doble de estridente al anterior.
–¡BUAAAAAHH!... ¡QUELO A BLANEY! ¡QUELO A BLANEY! ¡QUELO A BLANEY! ¡QUELO A BLANEY!...
Sus hermanos persistieron en reconfortarla, con cada ocurrencia que se les vino a la mente, y fracasando miserablemente en cada intento.
–¡BUAAAAAHH!...
En una de esas, instado por sus hermanas, Lincoln pretendió actuar como un adorable personaje de otro programa infantil muy conocido. Para ello le improvisaron un disfraz que consistió sólo en un par de guantes de cocina, un casco de fútbol que le prestó Lynn y al que le adhirió un gancho para ropa con el fin de emular una antena, y el televisor viejo de papá a blanco y negro, el cual se colgó al pecho con unas cadenas oxidadas. Cuando se presentó ante la bebita, esta calló y se lo quedó viendo asustada y confundida al mismo tiempo.
–¡¿Eh?!
–Hola, Lily –canturreó el peliblanco–. Mira, soy Linky Winky, el teletubbie... ¡Y soy muy macho aunque te digan lo contrario!... Veamos que hay en la tv-panchita...
Con intención de sintonizar el programa de "Los duendecillos felices" que se transmitía a esa hora, Lincoln giró la perilla del televisor. No obstante, el aparato estaba tan desgastado que, nada más encenderlo, el pobre muchacho recibió una potente descarga eléctrica tras otra.
Segundos después, que ironía, Lily reía y aplaudía divertida mientras Lincoln se retorcía de dolor y gritaba desesperado en medio de la sala.
–¡WAAAAAAAHH...!
–¡I ji! ¡I ji!¡I ji! ¡I ji!... ¡Ota ez! ¡Ota ez!
Desde el umbral del comedor, sus hermanas lo observaron preocupadas sin saber como actuar, salvo Lisa, quien si tuvo la sensatez de bajar al sótano a desconectar la energía. Pero como no alcanzaba la caja de fusibles, la tuvo que reventar con un láser que tenía integrado a su reloj de pulsera.
Cuando regresó a la sala, ella y sus demás hermanas rodearon a Lincoln que quedó tendido bocarriba sobre la alfombra, todavía convulsionándose un poco, con el rostro carbonizado y sus pelos blancos erizados y desprendiendo algunas chispas.
–¿Estás bien? –le preguntó Lori.
–Bien hecho, apestoso –lo felicitó Lynn–. Hiciste que Lily dejara de llorar. Que Lana reparé el televisor y lo haces otra vez, ¿si?.
A lo que este, en respuesta, le soltó un bien merecido puñetazo en la quijada a la deportista: ¡Pow!
Ante la evidente negativa de su hermano, la desdichada bebita reanudó su llanto con mayor intensidad.
–¡BUAAAAAHH!...
Y se perpetuó durante toda la semana, yendo de mal en peor.
–Ya no lo resisto más –se aquejó Lincoln, llegada la hora del almuerzo del viernes siguiente–. Es como un par de clavos incandescentes en medio de mis oídos.
Sus amigos, que estaban reunidos con él en la cafetería de la escuela, notaron los estragos que el berrinche de Lily había provocado en su persona. De sus ojos, enrojecidos por la falta de sueño, colgaban un par de enormes ojeras cargadas de lagañas; su cabeza ladeaba, su boca salivaba y con trabajo conseguía mantenerse consciente.
No sólo él. En la mesa en la que se hallaban sentadas, Lola lloriqueaba presa de la desesperación y Lana tenía la cara hundida en su charola de espaguetis con albondigas. A pocos centímetros de la entrada, Lucy chocaba constantemente contra la pared dado que no conseguía orientarse. En otra mesa, sin ser para nada consciente de lo que estaba haciendo, Lisa arrancaba las paginas de su libro, las arrugaba y se las comía en lugar de leerlas.
En efecto, la estaban pasando muy mal. Si bien a esa hora no se hallaban en su casa, los afligidos niños Loud sentían que podían escuchar los incesantes llantos de Lily hasta allí mismo.
–Lo siento por ti, amigo –consoló Zach a Lincoln, a falta de tener algún mejor modo de ayudarlo.
–No entiendo la locura por Blarney –siguió aquejándose el peliblanco con tristeza y enojo–. ¿Qué rayos le ven los niños a ese monigote color azul? Ni siquiera es un dinosaurio de verdad.
–¿No lo es? –indagó Clyde, sorprendido ante esta revelación.
En otras circunstancias Lincoln no hubiese querido romper la ilusión de su amigo; pero estaba tan irritado por el cansancio que acabó por soltarle una buena bofetada de realidad.
–¡Claro que no! –respondió furioso–. ¡¿Cuántos años tienes, Clyde, cinco?! ¡Sabes que es un tipo disfrazado! ¡Y barato! ¡Parece que lo hicieron con esa mugrosa alfombra que tiene Rusty en su sala!
–¡Oye! –protestó el pelirrojo pecoso–. Es felpa extra gruesa de imitación de terciopelo.
A Clyde se le escapó una lagrima y sus labios temblaron.
–¿Significa que Blarney no es real?
–¡Ya, no me rompas las bolas! –amenazó Lincoln con soltarle una bofetada de verdad; a lo que Clyde se encogió asustado–. ¡Estoy hasta la coronilla de ese hijueputa dinosaurio! ¡Todo lo de Blarney me vuelve loco, hasta su manera de hablar!
Esbozando una graciosa mueca y distorsionando un poco su voz, el ofuscado chico soltó una risa burlona y canturreó en voz alta:
–Uh, hu hu, eres tan especial, amigo Blarnomano...
–Muy buena imitación, Linc –felicitó Stella a su amigo de blancos cabellos–. Te salió natural.
En su mesa, Lola pegó un agudo grito de desesperación. En la otra mesa, esta vez fue Lisa la que se echó a llorar. Caso contrario al de los otros niños del preescolar que la acompañaban, quienes reaccionaron entusiasmados.
–¡¿Oyeron eso?! –avisó Darcy poniendose en pie–. ¡Blarney el dinosaurio está aquí!
–¡¿Dónde?! –reaccionó Peter Wimple quien se puso a buscar en derredor–. ¡Yo no lo veo!
–¡Pero si está aquí! –afirmó Charlotte Yang–. Lo acabo de oír con mis propios ojos.
Sorprendido ante la reacción inmediata de los pequeños, el chico peliblanco se aclaró la garganta y probó usar la misma voz falsa, esta vez recitando en alto una de las muchas estrofas cantadas por el mismo personaje, las cuales había memorizado al haberlas escuchado tantas veces seguidas.
–Con un beso y un abrazo te diré que eres alguien muy especial...
–Te salió igualito –lo felicitó Liam esta vez.
El resultado no se hizo esperar. Tan pronto oyeron su imitación tan bien lograda, los chiquillos de preescolar corrieron en estampida hasta su mesa y se pusieron a buscar a sus alrededores.
–¡Lo oí otra vez! –exclamó Peter–. ¡Blarney está aquí!
–¿Donde estás, Blarney? –llamó Darcy al dinosaurio de la tele–. ¡Quiero un abrazo!
–Lo vi salir por allá –mintió Lincoln señalando a la puerta de la cafetería.
–¡Vamos!
Una vez se deshizo de todos esos mocosos entrometidos, el peliblanco chasqueó los dedos y rió triunfante, lo cual era indicativo que acababa de idear un plan que pondría en practica con prontitud.
Así, pues, al regresar a la casa Loud reunió a sus hermanas y les hizo una demostración de lo bien que imitaba la voz de ese personaje tan molesto. Luego les contó la magnifica idea que había tenido.
–¿Saben lo que esto significa?
–¿Que te puede ir muy bien como imitador?
Las otras chicas se palmearon la frente ante lo sugerido por Leni, por lo que, con mucha paciencia, y haciendo un esfuerzo colosal por no perder los estribos, Lori se dedicó a explicarle lo que su hermano se traía entre manos.
–Significa que si Lily quiere ver a Blarney en persona, literalmente, Lincoln puede fingir ser Blarney.
–Oh... Si.
Para confort de sus exasperados hermanos, la ingenua rubia entendió a la primera y sin complicaciones. Y que bueno; con los incesantes llantos de la bebita estremeciendo la casa tenían más que suficiente.
–¡BUAAAAAHH!...
Dicho esto, las chicas concordaron que su idea era estupenda. Ya lo unico que faltaba era confeccionarle un disfraz, pero ese tampoco vendría a ser un detalle que no tuviese arreglo.
Decididos a poner el plan en marcha, los diez hermanos Loud salieron del bunker de Lisa, que era el unico lugar donde más o menos podían hablar con claridad sin ser del todo acallados por los estridentes e imparables berridos de Lily.
Primero fueron a la casa de Rusty. Una vez allí, Lola le arrojó su fajo de billetes entero a la cara al señor Spookes y, sin pedir su consentimiento de antemano, Lincoln, Lynn y Lana entraron a la casa a enrollar la alfombra de la sala y entre los tres la subieron a "Vanzilla".
De vuelta en la casa Loud, Leni se calzó unas orejeras para trabajar tranquila, encendió su maquina de coser y se puso manos a la obra.
Horas de arduo trabajo después, Lori se aventuró a entrar a la cocina, en donde halló a la pequeña sacudiéndose en su sillita de bebé entre constantes lloriqueos y berridos.
–¡Quelo a Blaney! ¡Quelo a Blaney! ¡Quelo a Blaney!... ¡BUAAAAAHH!...
–Tranquila, Lily. Literalmente, si lo deseas con el corazón, tal vez si vayas a ver a Blarney.
El escándalo cesó, ipso facto. De ahí, la chiquilla pasó a lanzarle una mirada desafiante a su hermana mayor.
–Ño jueguesh conmigo.
–Es en serio –insistió Lori con una gran sonrisa–. Haz el intento y tal vez te sorprenderás.
Entonces, Lily cerró sus ojitos y entrelazó sus manitas.
–Quelo vel a Blaney... –oró en voz alta–. Quelo vel...
En eso, Lori se apartó para dejar pasar a Lincoln, quien en ese mismo instante ingresó a la cocina en la botarga que Leni había conseguido improvisar con la alfombra del señor Spookes. Con todo y las prisas había hecho un trabajo excepcional, casi impecable por completo. El disfraz le quedó tal cual como el que usaba el actor que salía en televisión. Si acaso se diferenciaba un poco del autentico por las notorias marcas de remiendos que tenía distribuidas en toda su superficie, pero seguía siendo una recreación muy buena, al menos para que Lily mordiera el anzuelo.
–¡Hola, amiguita!
–¡Blaney!
–Uh ,hu hu, hu hu, hu hu, hu hu...
–¡Elesh tú!
≪Mis hermanas me deben una grande≫, pensó el peliblanco en tanto se aproximaba a la pequeña entre graciosos bailoteos.
–Es cierto, amiguita –la saludó con la voz falsa que sabía hacer–. Hola, soy Blarney, y estas son mis amiguitas invitadas.
Con esto dio entrada a Luan y Luna, quienes ingresaron después de él para asistirlo en su acto, para el cual cada una usaba una camiseta verde con su propio nombre impreso en ella, a juego con la vestimenta de temática irlandesa del personaje.
–Tará... –se anunció la rockera al entrar con una grabadora–. Hola, amiguita Blarnomana.
–¡Shi! –aplaudió la bebita muy contenta.
–Te queremos –rió la comediante.
–Blaney, te quelo mucho –se dirigió Lily a su hermano disfrazado–. Tengo todosh tush pobamash y dos veo una y ota y ota y ota y ota y ota y ota y ota y ota...
–Te felicito, si –rió Lincoln con su voz falsa–. Pero a Blarney le gustaría si pusieras "El barco de los sueños" o el programa de Rip Hardcore de cuando en cuando.
–O un concierto –sugirió Luna.
–O un show de Stan up –sugirió Luan.
Asomándose por detrás de Lily, Lincoln avistó que Lynn y Lucy le hacían gestos.
–O también un partido de football o "Vampiros de la melancolía" –añadió.
–Eshtá bien, Blaney –accedió Lily que ya se había calmado–. ¿Me dash un abasho?
–Claro que si, amiguita Blarnomana. Ojalá no se me caiga la cabeza. Hu hu...
Lincoln abrazó y besó en la mejilla a Lily, que por fin había dejado de llorar. Ahora, en vez de ello, reía muy contenta. Su plan había funcionado a la perfección y ya nada podía salir mal.
–Espero que haya sido un día muy especial para ti –prosiguió Lincoln con su acto–, porque fue muy especial para Blarney, porque... Un, dos... Y un, dos, tres, cuatro...
Luna encendió la grabadora y todos en la cocina empezaron a cantar el tema que ya se sabían de memoria.
–Me quieres tú, y yo a ti.
Nuestra amistad es muy especial.
Algo muy especial, soy tu amigo especial.
Un amigo muy especial, lo diré una vez más...
Si, ya nada podía salir mal... A menos que...
¡POW!
Por desgracia, de la forma más absurda y randomnica, el bonito momento entre hermanos fue interrumpido por dos policías que tumbaron la puerta de la cocina con un ariete e irrumpieron en la estancia.
–¡Lincoln Loud! –la mujer policía amenazó al chico de la botarga con su macana–. ¡Quedas detenido!
–¡¿Qué?! –replico el asustado muchachito, esta vez sin usar la voz falsa–. ¡¿Por qué?!
–Por plagio de personaje –informó el policía varón–. Te metiste con el dinosaurio equivocado, amigo.
Con esto dicho, los policías procedieron a ficharlo y reducirlo a macanazos hasta que la cabeza de dinosaurio se desprendió de su disfraz.
–¡No, esperen, déjenlo! –gritó Luna acudiendo en su ayuda.
–¡Oigan, no pueden hacer esto! –protestó Luan.
–¡No do toquen, esh Blaney! –chilló Lily.
Mas, a pesar de las protestas de sus hermanas, los dos oficiales se llevaron al infeliz a la correccional de menores.
–¡Se resiste!
–¡Échale gas pimienta!
Zzzzzz...
–¡WAAAAAAAAHH...!
Más tarde, con un ruido sordo, las puertas de la cárcel se cerraron frente a Lincoln Loud, cuyo unico crimen fue querer hacer feliz a su hermanita.
–Al menos la ropa me queda bien –se lamentó mirando el uniforme naranja que le fue obligado a ponerse.
Para mayor Inri, no estaba solo en su celda. Lo acompañaba un temible rufián que no dejaba de mirarlo.
En el momento que lo arrojaron dentro, Lincoln lo vio terminando de tallarse algo con un picahielo en uno de sus fornidos brazos, tan gruesos como jamones navideños. Las cicatrices, de sangre fresca semicoagulada, deletreaban: Valente, que asumió debía ser el nombre al que respondía aquel sujeto que lo doblaba en tamaño, a lo alto y a lo ancho, y no lo dejaba de mirar. Aparte de su uniforme de recluso, cuyas mangas habían sido desgarradas, llevaba puesto un gorro de lana con un pompón rojo en la punta.
Tan pronto el guardia en turno los dejó a solas, el rufián guardó el picahielo oxidado con el que había estado tallándose la piel en su bolsillo trasero; se levantó de su banca haciendo crujir su cuello y empezó a aproximársele con aire acechante.
El asustado albino intentó mantenerse al margen, pero sus intentos fueron en vano. No pasó mucho antes que el imponente rufián lo tuviese arrinconado contra una pared y sin ninguna posibilidad de escape.
–Parece que tenemos sangre nueva.
Ante la certeza de que su integridad estaba en juego, Lincoln tragó saliva y, gimiendo con voz entrecortada, preguntó al chico llamado Valente:
–¿Tú no me vas...? ¿No me vas a violar?... ¿O si?
–Por su puesto que no te voy a violar –respondió el otro con una voz endurecida, a la par que se inclinaba a olfatear su blanco cabello...
Tras lo cual relajó su expresión a una más amigable y posó una mano sobre su hombro. Con la otra le acarició el mentón con suavidad. De ahí le susurró al oído en tono galante:
–Primero haré que te enamores de mi, y luego... A ver que pasa...
Sobresaltado, Lincoln se echó para atrás.
–¡Oh no!
Pero luego le sonrió con gentileza y dijo:
–Ya está funcionando.
–¡Loud, tienes visita!
Lincoln caminó hasta la puerta de la celda; pero antes de seguir al guardia se volvió hacia donde estaba Valente, ante cuya presencia se ruborizó.
–Supongo que te veo luego –se despidió de momento, y desvió la mirada con algo de timidez.
–Va a parecer una eternidad sin ti –se despidió el otro, con ese mismo tono galante que consiguió cautivarlo.
–Ouh –conmovido, el peliblanco entrelazó sus manos y levantó un pie–. ¿Cómo es posible que no nos hayamos conocido hasta ahora?
En la sala de visitas, Lincoln se sentó frente a la ventanilla y descolgó el auricular. Del otro lado vio a sus hermanas, a su padre y a su madre. Esta ultima descolgó el otro auricular.
–Ouh, mi pobre bebé. ¿Cómo te está yendo?
–No muy bien –contestó afligido–. Tienen que sacarme de aquí. Los días son largos y las noches más. La comida es espantosa, los guardias buscan excusas para humillarme y no me puedo bañar a gusto sin miedo a que se me caiga el jabón. Me siento tan solo aquí en las sombras.
Lori tomó el auricular para comunicarse con él.
–Literalmente, llevas aquí cinco minutos.
–¡Pero he visto películas, sé lo que me espera!
Está vez el señor Lynn tomó el auricular para hablarle.
–Tranquilo, hijo, todo va a salir bien. Llamé a los estudios Blarney y hablé con Blarney en persona. Fue muy amable, dijo que vendría personalmente a arreglar todo esto.
–Visita, Loud –anunció otro guardia–. Una visita muy especial.
En el acto, quien más sino el genuino dinosaurio de la tele ingresó a la sala de visitas entre graciosos bailoteos y soltando divertidas risillas.
–Hola, hola, amiguitos Blarnomanos.
–¡Blaney! –lo saludó Lily.
–Muchas gracias por venir –agradeció la señora Loud.
–No hay porque. Quería aclarar todo esto lo antes posible, amigos... Uh ,hu hu, hu hu, hu hu, hu hu... –el simpático personaje pasó hasta la ventanilla y pidió que le pasaran el auricular–. Lincoln, lo super siento si te causamos alguna molestia. Es que los de la televisora son tan quisquillosos cuando se trata de patentes, marcas, leyes internacionales de Copyright... Pero nunca esperé causar tanto escándalo. Lo unico que quiero es hacer felices a los niños.
–Bueno –asintió Leni brindándole una cálida sonrisa–, y logras hacer que los niños sonrían.
–Chicos –se dirigió Blarney a los Loud–, ¿les molestaría dejarme hablar un rato con Lincoln a solas?
–No, claro que no –concedió la señora Loud. Tomó a Lily en brazos y salió con ella de la sala de visitas en compañía de su esposo y el resto de sus hijas.
–Lincoln, nos vemos en casa –se despidió su padre.
–Nos vemos –se despidió igualmente.
–Descuiden –dijo el amigable dinosaurio–, será sólo cuestión de tiempo.
No obstante, ni bien los Loud abandonaron la sala de visitas, el sujeto de la botarga dejó de lado su actuación y volvió a dirigirse a Lincoln, esta vez usando su verdadera voz, la cual sonó bastante hostil.
–¡De toda la vida!
–¡¿Qué?!
–No te hagas el listo, mocoso. A las industrias Blarney no les gusta la piratería de nuestras propiedades intelectuales. Voy a poner un ejemplo contigo, Loud. Nadie se mete con mi imperio.
–¿Qué?... ¿Cuál imperio? –balbuceó Lincoln–. Yo sólo trataba de divertir a mi hermanita... Creí que querías hacer felices a los niños.
–Si, fue por hacerlos felices –asintió el sujeto de la botarga–. ¡Los primeros diez minutos! Ahora todo se trata de dinero. Camisetas, muñecos, libros ilustrados... Nuestra saturación del mercado no tiene rival. Y esa es apenas la primera fase.
–No puede ser. Tienes un plan diabólico en mente, ¿cierto?
En respuesta a sus acusaciones, el malvado personaje dio a saber su afirmativa con una maquiavélica risotada.
–¡Mua ja ja ja ja ja ja...! Así es. Pronto pondremos en marcha la segunda fase: El programa de Blarney en todas las pantallas de cada televisor, cada computadora, cada tablet y cada teléfono del mundo. Las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, sólo puros programas y publicidad de Blarney. Venderemos todos los productos Blarney que existen. Vender. ¡Vender! ¡VENDER!... ¡Mua ja ja ja ja ja ja...!
–¡No te saldrás con la tuya! –lo desafió Lincoln–. Te acusaré con la asociación de padres y maestros y cuando lo sepan no dejarán que ninguno de sus hijos vea tu feo programa.
–Eso no va importarnos nada –rió Blarney con malicia–. Para cuando se inicie la tercera fase no necesitaremos de las pantallas. Estaremos enviando los programas directamente a los cerebros de los niños, con micro receptores implantados en sus cráneos durante las revisiones de piojos de rutina. ¡Mua ja ja ja ja ja ja...!
–¿Sabes?, estoy empezando a creer que tú no eres un buen ejemplo para las mentes infantiles.
–No me importa lo que creas, niño estúpido. Porque nunca vas a salir de aquí.
–¡¿Eh?!
–¡Te quedarás a pudrirte en una celda durante el resto de tu vida! ¡Mua ja ja ja ja ja ja...!
Antes de retirarse, el malvado actor de la botarga volvió a usar la juguetona voz falsa para entrar en personaje y burlársele en la cara.
–Adiós, amiguito blarnomano, y no lo olvides: tú eres alguien muy, muy especial. ¡Mua ja ja ja ja ja ja...! Pórtate bien... ¡MUA JA JA JA JA JA JA...!
Aturdido y pálido ante semejante revelación, Lincoln golpeó la ventanilla y se puso a gritar por ayuda.
–¡Guardia! ¡Guardia! ¡Alguien deténgalo!
Pero nadie en la correccional le hizo caso.
Ya bien entrada la madrugada, el pobre dormitaba en su celda, agotado de lo mucho que intentó alertar a otros de la horrible conspiración consumista de la que acababa de enterarse.
El unico que le creyó fue Valente, su fiel compañero de celda. Mas contar con su respaldo no le iba a ser de mucha utilidad, siendo este otro rufián encarcelado del montón al que el sistema despreciaba.
De pronto, a esa hora despertó sobresaltado al oír unos martillazos y el perforar de un taladro al otro lado de la pared.
–¡Oiga, guardia!... –gritó corriendo a sacudir los barrotes–. ¡Alguien quiere entrar a mi celda!... ¡Rayos! Ya no hay seguridad ni en la cárcel.
En su lado del catre, Valente refunfuñó somnoliento.
–Mhp... Linc, lo de anoche fue increíble; pero ahora estoy muy cansado para continuar.
–¡Guardia!
Al ruido de los martilleos y el taladro siguió una potente explosión de dinamita: ¡Kaboom! Con lo que un agujero enorme se abrió en la pared.
Tras haberse disipado el humo, en la celda entró una chica de facciones achinadas, de pelo negro atado en un par de coletas. Vestía un suéter de rayas rojas y negras, a juego con unos jeans de color azul y una elegante boina roja que lucía sobre su cabeza.
–¡Guardia! –gritó Lincoln otra vez–. ¡Guardia!
–Chst, chst... Calla, tonto –lo silenció la achinada, que resultó hablaba con acento francés–. Venimos a rescatarte.
–¿Rescatarme?
–Oui.
En ese instante, alguien más pasó por el agujero en la pared. Se trataba de un chico rubio de ojos verdes que vestía el mismo conjunto que la chica achinada.
–Marinette –la llamó, hablando también con acento francés–, date prisa.
–¿Quienes son ustedes? –preguntó Lincoln al par de intrusos.
La china con acento francés efectuó una cordial reverencia y se presentó.
–Salute, mesié Lincoln Loud. Soy Marinette Dupain Cheng y este de aquí es mi compañero Adrien Agreste. En el pasado fuimos los super héroes protectores de París. Pero ahora luchamos contra una amenaza mucho más grande que el mismísimo Le Papillon, mesié.
–Somos de la résistance –se presentó el chico rubio de ojos verdes–. Luchadores librando guerra de guerrillas contra un mal tan insípido, tan banal y tan empalagoso, que amenaza la cordura de todos los adultos y adolescentes del mundo.
–Están hablando de Blarney el dinosaurio, ¿cierto? –dedujo Lincoln.
–Ese mismo, mesié –afirmó Adrien–. Nuestra misión es quitarlo de los medios para siempre.
–Pero es demasiado poderoso.
–Cierto, es muy poderoso –secundó Marinette–, y nosotros somos humildes adolescentes parisinos sin nuestros miraculous. Pero la causa es justa y nuestro deber es claro: Librar al mundo de la escoria azul Blarney; y con ese fin hemos dedicado la vida, las fortunas y nuestro honor sagrado.
Conmovido y extasiado con ese discurso tan inspirador, el chico rubio agarró la mano de su compañera de pelo negro y empezó a besarla repetidas veces desde la punta de los dedos y yendo en ascenso hasta llegar al hombro y al cuello.
–Ouh, Marinette, mi pasión por ti quema como mil soles. ¿Cómo pude ser tan ciego antes y no darme cuenta de que tú y yo estamos hechos el uno para el otro, mon aimée? Rápido, hazme tuyo aquí y ahora.
–Perdón, mon amour –negó la achinada apartándose de su lado con actuar melodramático–, no hay tiempo, será después. Nuestra causa es muy urgente.
De ahí volvió con el peliblanco.
–Mesié Loud, lo hemos sacrificado todo. ¿Se unirá a nuestra causa?
–No estoy seguro –dudó Lincoln al respecto–. Yo ni siquiera he sido un super héroe de verdad y tampoco sé hablar con acento.
–Eso no importa –lo animó Marinette–. Lo que hace falta es la pasión por la justicia.
A lo que su compañero le tanteó el hombro e insistió mirándola con ojos de borrego a medio morir.
–¿Ni un besito?
–Ya habrá tiempo para muchos besos después, mon amour. Cuando el mundo se deshaga de Blarney para siempre. Mesié Loud, necesitamos de tu. Su increíble habilidad para imitar tan bien a ese molesto dinosaurio ha rejuvenecido nuestra esperanza para acabar con su malévolo imperio.
–¿Quieren que yo lo imite?
–Queremos que imites a Blarney para infiltrarnos en su organización.
–Mmm... Eso me parece arriesgado.
–Mesié –Marinette lo trajo hacia ella y lo abrazó contra su pecho plano–, todas las esperanzas de millones de padres y hermanos mayores desesperados están cerca de tu corazón indomable, como lo está el mío ahora.
–Si que lo siento –gimió el chico, que se puso tan colorado como un tomate.
Valente, que ya se había despertado, llegó a apartar a la achinada de un violento empujón. Acto seguido, se puso entre ella y el peliblanco y la amenazó con su picahielo.
–Eso si que no, bruja. Consigue el tuyo.
–¡Marinette! –la reprendió Adrien a su vez–. Controla tu ardor revolucionario.
Su compañera asintió dandole la razón y volvió a enfocarse en el tema.
–¿Dónde está su disfraz de Blarney, mesié Loud?
–Debe estar en la sala de evidencias –contestó el chico.
–Entonces vayamos a recuperarlo. Recogeremos su disfraz para ir al estudio de Blarney mañana temprano, a las seis.
–Está bien. A las seis.
–Vamos –los guió Adrien a salir por el agujero en la pared–. Les explicaremos todo de camino.
Los cuatro se apuraron a salir; primero Lincoln, después Marinette y Adrien y por ultimo Valente.
–¡Esperen, yo también voy con ustedes!
Luego de haber recuperado su disfraz y escapado de la cárcel, Lincoln pidió a sus compañeros revolucionarios que le dejasen volver a su casa, sólo unos momentos ya que quería empacar sus cosas y resolver uno que otro asunto pendiente.
Marinette y Adrien accedieron, a sabiendas que debía prepararse para una peligrosa misión, que no sabían cuánto duraría y de la que quizá no habría retorno; pero le indicaron que debía apresurarse.
Siendo esa una de las escasas horas en la que se apreciaba un apacible silencio en la casa Loud, el muchachito albino se escabulló con sigilo hasta su habitación. Ninguna de las mascotas se atrevió a atacarlo, en vista de que ya le conocían y por lo tanto no debían tomarlo por un ladrón.
Primero empacó unas cuantas mudas de ropa necesarias en su mochila y después bajó a la cocina a abastecerse de provisiones para el viaje tales como latas de conserva, galletas, queso, azúcar y algunos refrescos en lata.
Fuera, junto a la puerta del jardín de atrás, Valente vigilaba que no hubiera moros en la costa. En dado momento imitó el ulular de un búho para avisarle que alguien se aproximaba.
Según lo acordado, Lincoln salió por la puerta trasera, listo para emprender una rápida huida. A su vez, su compañero sacó el picahielo para defenderlo en caso de que fuese necesario.
Tan pronto vio salir de entre los matorrales a sus amigos de la pandilla, Lincoln le dijo que podía bajar la guardia no más.
–Menos mal son ustedes, chicos.
–¿Y quién iba a ser a las tres de la mañana? –le contestó Liam encogiéndose de hombros.
–Llamaste y dijiste que viniéramos –le recordó Zach.
Con lo que el grupo entero se reunió en el porche de la puerta de atrás.
–Perdonen que sea tan tarde –se excusó Lincoln–; sólo quería decirles que han sido unos buenos amigos.
–Igualmente –asintió Rusty algo extrañado–; hasta esta tontería de madrugada.
–¿Ahora a dónde vas? –le preguntó la chica del grupo.
Interpretando esto como otra señal de lo que habían acordado de antemano, Valente volvió a sacar su picahielo y lo puso junto al cuello de la filipina que se quedó tiesa del espanto y su frente se perló en sudor. En el acto, con cierto pesar ante las asustadas caras de sus otros amigos, el ahora ex-líder de la pandilla tuvo que dejar algo bien en claro.
–Stella, si te lo dijera, tendría que matarte.
–¡Entonces no quiero saberlo! –gimió la aterrorizada chica.
Liam miró por el rabillo del ojo y se arriesgó a adivinar.
–¿Tiene algo que ver con Blarney?
–¡Rayos!
Con un gesto de su mano, Lincoln le indicó a Valente que soltara a Stella no más, y así lo hizo.
–¿Cómo adivinaste?
El chico campirano señaló la ventana de la cocina.
–Dejaste una nota en el refrigerador. Ahí dice: No olvidar llevar cepillo de dientes en misión secreta para derrocar a Blarney.
–¡Demonios!
A toda prisa, Lincoln volvió a entrar a la cocina para desprender la nota del refrigerador. Cuando volvió a salir, Zach ofreció brindarle su apoyo en nombre del grupo.
–Oye, si estás metido en un plan secreto para acabar con la amenaza azul del mal, nosotros te ayudamos.
–Si –secundó Liam.
–Lo siento, chicos –se negó Lincoln–. Es muy peligroso.
–Peligro es mi nombre de pila –presumió Rusty señalándose a sí mismo con los pulgares–. Originalmente era el nombre de pila de mi madre. Me lo pusieron para que no se perdiera. Ahora que hasta esta noche no había servido.
–Yo si voy contigo, lo quieras o no –dijo Clyde, encendido de ira y con gran determinación–. Eres como un hermano para mí y además he de ayudar en lo que me sea posible para desenmascarar a ese farsante.
–Está bien, está bien –accedió su amigo–, no quiero discutir. El resto de ustedes, sólo quería despedirme de las personas que más aprecio en esta vida.
–Nosotros también te apreciamos –jadeó Stella tras haber recobrado el aliento, luego del buen susto que se llevó–. ¿Pero no deberías hablar esto con tu familia?
Al ser consciente de lo inepto que había sido, Lincoln se palmeó la frente.
–¡Rayos!
Minutos después se estaba despidiendo de sus hermanas y sus padres en la sala de su casa.
–... Y por eso tengo que recoger mis cosas para seguir mi camino.
–Literalmente, eso suena muy peligroso –le señaló Lori, una vez terminó de explicarles porque abandonaba su hogar.
–No vayas –le suplicó Lana entre sollozos.
–¿Y si te pasa algo malo? –preguntó su afligida madre.
–Animo, chicos –dijo el peliblanco para reconfortar a su desconsolada familia–. Las necesidades de muchos importan más que las de unos cuantos locos.
Y diciendo esto, con gentileza forzó a la pequeña Lana a que rompiera el abrazo en el que hasta hacía un momento lo había tenido apresado. Sintiéndose impotente, la niña sólo pudo quitarse la gorra frente a él en señal de respeto.
Después de Lana, Lincoln terminó de despedirse de las hermanas que faltaban, siendo la siguiente la bebita, que cabeceaba en brazos de su padre amenazando con quedarse dormida. Verla en ese estado le hizo pensar que quizá sería mejor así.
–Adiós, Lily –susurró para no despertarla del todo–. Tal vez nunca te vea crecer. Sigue siendo tan dulce como ahora.
Besó a la pequeña en la mejilla con suavidad, y de ahí se dirigió a su hermana la comediante.
–Adiós, Luan. Prométeme que no vas a llorar y, pase lo que pase, mantén ese buen animo siempre.
Esperó a que la joven asintiera con una sonrisa triste, antes de pasar a despedirse de la mayor de todas sus hermanas.
–Lori, sólo quiero que sepas que haz sido una excelente hermana mayor y desde ahora espero que tengas más confianza en ti misma, que cuento contigo para que cuides de las demás cuando yo no esté.
–Así lo haré –sollozó la mayor de sus hermanas.
Luego se inclinó a hablar con la niña genio, que se había quitado los anteojos para enjugarse las lagrimas.
–Adiós, Lisa. Sé que nos harás sentir orgullosos a todos con tus descubrimientos científicos. Pero trata de socializar un poco más con la gente, ¿de acuerdo?
Su hermanita dijo que si y le dio un cálido abrazo de despedida. Después le llegó el turno a su hermana mayor inmediata.
–Lynn...
La castaña sonrió expectante, a la espera de recibir algún cumplido de su querido hermano. Lincoln también le sonrió, no obstante sintiéndose incomodo al no saber que decirle. Se quedó en silencio por un buen rato, durante el cual desvió la mirada y se dedicó del todo a pensar en algo bueno o mínimamente decente que decir sobre ella.
–Eh ... Me gusta tu cola de caballo –fue lo que dijo al fin, y eso fue todo.
Por ultimo se dirigió a la rubia, a la que con un gesto le pidió que se acercara y se hincara en una rodilla para estar a su misma altura.
–Leni –dijo tomándola por el hombro y mirándola directo a los ojos–, la gente va a decir que eres tonta y no sirves para nada... Bueno, esas fueron todas.
Habiendo terminado de despedirse, se encaminó a salir por la puerta principal en donde lo esperaba Valente.
–Adiós, familia.
–Por favor, no te vayas –imploró su angustiada madre–. Te dejaré decir groserías. Todo menos la palabra con "P".
–Tengo que irme –dijo sin atreverse a mirar atrás–. Si no, me arrepentiré. Tal vez no hoy, tal vez no mañana, tal vez no el resto de la semana... Pero a fin de mes... ¿Alguien tiene un calendario?
–Ya vete o quédate –le reclamó Lola–. Se están metiendo los mosquitos.
–Sean valientes, Louds. Adios.
Y se marchó a cumplir con su destino.
Mientras se preparaba todo para la grabación del siguiente programa en vivo, el genuino dinosaurio Blarney terminaba de esclarecerle unos términos muy precisos y nada negociables a uno de sus muchos patrocinadores.
–Escucha, quiero la mercancía Blarney en el aparador grande que da a la calle... No me importa que sean abarrotes. Desaste de toda la fruta inútil y las verduras. Pon los videos de Blarney con los muñecos en primer termino. Si no lo haces Blarney les dirá a sus admiradores que no dejen que mami y papi compren en tu cadena de tiendas... Si, ya decía que ibas a entenderlo; y recuerda, eres especial, amigo blarnomano, pero no tan especial que no pueda aplastarte como a un gusano.
El malvado personaje colgó el teléfono y se sentó frente al espejo de su aparador. Mientras terminaba de arreglarse, se regodeaba entre malévolas risillas.
–Me quieres tú, me quiero yo. Soy el más rico de la ciudad...
–Eh... Disculpe –oyó anunciarse a alguien que entró en su camerino–, señor Blarney.
–¿Eh?... ¿Quién es?
Al volverse se topó con un niño de tez morena y grandes lentes que llevaba puesto uno de esos ridículos gorros de Blarney que repartían en los cines. En la una mano sostenía una pluma fuente y en la otra una foto del mismo personaje.
–Soy Clyde McBride –se presentó el niño entusiasmado–. Soy un admirador normal que quiere su autógrafo.
–Oh, un admirador, vaya –canturreó el sujeto vestido de dinosaurio, pasando a emplear su amigable voz falsa–. Lo que sea por un admirador.
Porque se trataba de mostrar una buena imagen al publico. De modo que recibió la pluma fuente y la foto dispuesto a firmarla con una dedicatoria.
–¿Cómo te llamas, amiguito?
El chico de color no respondió. Sólo se echó para atrás y se tapó la nariz, justo a tiempo, ya que, en ese momento, de la pluma fuente salió disparada una nube de gas, tan potente que adormeció del todo al actor disfrazado e hizo que cayera desplomado al suelo.
Una vez confirmaron que quedó fuera de combate, los demás miembros de la résistance irrumpieron en el camerino. Entre ellos estaban Lincoln, que ya llevaba puesta su botarga de dinosaurio. Lo unico que le faltaba ponerse era la cabeza.
–Muy bien –dijo Marinette pasándole unas cuerdas a su compañero–. Adrien, tú átalo. Mesié Lincoln, tu salga al escenario y dígale al mundo lo ladrón que es.
–Treinta segundos, señor Blarney –oyeron llamar al director.
–Ya voy, enseguida –contestó Lincoln con la voz falsa que sabía hacer, y hasta añadió un par de risas para hacer más creíble su imitación–. Hu hu... Hu hu...
–Recuerde –le dijo Marinette–, tu no va salir solo, no, va a salir con los anhelos y la esperanza de millones de padres y adolescentes enojados. Que tenga suerte, mesié.
Su líder le dio un beso en cada mejilla al estilo francés para alentarlo y lo despachó a cumplir con su misión.
–Los demás –llamó a los otros revolucionarios–, vengan conmigo.
A esa misma hora, en la casa Loud, las hermanas y padres de Lincoln se seguían lamentando por su reciente partida. Todos con excepción de Lily, que no comprendía la situación al ser todavía una pequeña e inocente bebé.
Por esto mismo, feliz de la vida, siguió con su rutina de siempre, mientras su pobre hermano se hallaba fugitivo y era participe de una misión muy peligrosa. Por esto mismo pidió que le pusieran su programa favorito a la hora determinada.
–¿Eshtá Blaney? Ya esh hola de Blaney e dinoshaudio.
–Suspiro... ¿Es en serio? –protestó Lucy.
–¿Crees que vamos a seguir viéndolo? –refunfuñó Lana.
–Shi, shi, shi, shi, shi... –aplaudió Lily.
–Olvídalo –gruñó Lynn Jr.–. No quiero volver a ver a ese estúpido dinosaurio. Antes sólo no lo soportaba, pero ahora lo detesto con todo mi ser.
–Yo igual –secundó Leni–. Por su culpa Linky se fue de casa y eso nunca se lo voy a perdonar.
–¿Dincon? –la bebita se olvidó de sus ganas de ver el programa al escucharlas mencionar eso ultimo–. ¿Qué pashó con Dincon?
Por el contrario, Lori encendió el televisor y sintonizó el canal a la hora precisa.
–Y ahora –oyeron anunciar al presentador–, el dinosaurio favorito de todos. Con ustedes: Blarney.
–¡¿Pero qué haces?! –le reclamó Lola.
Tanto ella como sus demás hermanas estaban atónitas ante esta acción; pero Lori veía más allá de su nariz. Comprendía el porqué de su enfado, y era por esa misma razón que no debían perderse el programa que se transmitiría ese día en especifico.
Justo en ese instante, su valiente hermano salió al escenario con su disfraz puesto. De todos, Lori fue la primera en reconocerle por los remiendos de su botarga.
–¿Cómo están, niños y niñas? –saludó Lincoln a la cámara, con la falsa voz del personaje. Al entrar a escena, los infantes del publico le aplaudieron–. Blarney tiene algo muy especial que decirles, je je... Verán, Blarney no es lo que creen...
Su imitación seguía siendo muy buena, pero el resto de su familia lo conocía lo bastante bien para acabar de reconocerlo, aun con la cabeza de la botarga puesta.
–¡¿Lincoln?! –exclamaron Rita y el señor Lynn al unísono.
Sus otras hermanas se quedaron estupefactas. La única excepción fue Lori que ya se lo veía venir. Como lo supuso, el plan se había puesto en marcha y lo unico que quedaba por hacer era encomendarse a los santos y esperar que todo le saliese bien.
–Verán –prosiguió Lincoln/Blarney–, pensarán que Blarney es un dinosaurio tierno y adorable que quiere abrazar al mundo; pero la verdad...
Entre los pequeños del publico se armó un gran alboroto.
–¡Queremos un abrazo! ¡Queremos un abrazo! ¡Queremos un abrazo! ¡Queremos un abrazo! ¡Queremos un abrazo!...
El peliblanco disfrazado vaciló unos instantes, mientras era ovacionado por los pequeñines.
–¡Si, Blarney!
–¡Te quiero mucho, Blarney!
–Eh... Blarney regresará un momento –anunció al final–. Platiquen un rato.
En breve volvió a reunirse con su grupo detrás del telón.
–¡Rayos! –refunfuñó quitándose la cabeza de la botarga–. No puedo hacerlo. Los niños de veras quieren a Blarney. No puedo romperles el corazón.
Con esto, Clyde se puso a reflexionar.
–Piense en todos los adultos y adolescentes en casa que sufren horas sin fin con Blarney, mesié Loud –dijo Marinette tomándolo de los hombros–. Cuentan con tu para salir a decirles a los niños quien es ese farsante en realidad.
Pronto, las ovaciones del publico se reanudaron.
–¡Queremos a Blarney! ¡Que salga Blarney! ¡Que salga Blarney! ¡Que salga Blarney! ¡Que salga Blarney! ¡Que salga Blarney! ¡Que salga Blarney!...
–¡Rayos!
Con una conflictiva mezcla de sentimientos encontrados, Lincoln volvió a calzarse la cabeza de su disfraz. Al verlo salir de nueva cuenta al escenario, Valente se enjugó una lagrima.
–Es un dinosaurio muy valiente.
–Hola, otra vez –se anunció Lincoln/Blarney ante los masivos aplausos y vitoreos que recibió por parte de los pequeñines–. Hola, amigos Blarnomanos, hola. Escuchen, sé que el programa no tiene ningún contenido, pero hoy tengo algo que decirles, hu hu, hu hu, hu hu...
Atrás del escenario, Marinette y sus otros compañeros aguardaron expectantes a que se concretara la fase más importante del plan.
Pero, en ese mismo instante, el verdadero Blarney llegó acompañado de tres encargados de seguridad del estudio. Un cuarto encargado les siguió el paso arrastrando consigo al pobre Adrien, a quien habían reducido a golpes.
–¡Ahí están!
Los fornidos guaruras se abalanzaron sobre los revolucionarios restantes; pero Marinette tuvo la valentía de plantarles cara. Sacó una baguette, larga y dura como un cincel, que traía consigo, y se lanzó a contraatacar a uno de ellos, mientras que Valente se enfrentó a los otros dos a puño limpio. En cuanto a Clyde, él se escondió bajo la mesa de los bocadillos hasta que pasara lo feo.
A su vez, Blarney terminó de desenredarse las cuerdas con las que lo habían atado, las arrojó a un lado e irrumpió en el escenario para detener al imitador que buscaba sabotearlo.
–Verán, a veces los héroes no son lo que parecen ser, y hay algo que tienen que saber sobre Blarney...
–¡Es un impostor, amigos Blarnomanos, él no es Blarney, yo soy Blarney! Hu hu, hu hu, hu hu, hu hu, hu hu...
Los chiquillos se asombraron al ver dos dinosaurios azules en escena, con la misma vestimenta irlandesa. La única diferencia eran los remiendos de la botarga de uno de ellos, pero pasa que los niños no suelen prestar atención a esos detalles.
–¿Qué sucede?
–Hay dos Blarneys.
–¿Cuál es el verdadero?
–No, no lo escuchen, niños, él es el impostor, si, si, si...
–No, yo soy el Blarney verdadero y tengo pruebas.
Entonces estalló una pelea entre ambos dinosaurios, quienes empezaron a darse de empujones, coletazos y puntapiés; a arrojarse juguetes, libros y cuanta cosa encontraran en el escenario.
–Yo te golpeo... Tú me golpeas... Ji ji... ¡Y yo te doy un golpe especial en la rodilla...!
–¡Auch!
–¡En este programa hay lugar para un sólo Blarney! ¡¿Entiendes?!
–¡Oye, espera! No le harías daño a tus amigos, ¿o si?
–¡Claro que si!
Llegó a un punto en que el Blarney verdadero le estrelló una silla en la cabeza al Blarney falso.
¡CRASH!
Lo que no sabía el Blarney verdadero era que años de constantes peleas masivas y el estar expuesto a los desastres provocados por sus hermanas habían dotado a Lincoln Loud de una gran resistencia; sumado a que el material de su botarga era bien mullido por dentro, por lo que apenas y si resintió el golpe.
Eso si, lo suficiente para hacer que montara en cólera y embistiera de un violento cabezazo a su contrincante.
–¡Ahora verás!
¡Pow! ¡Crash! ¡Kapoow!
–¡Eso es, mesié Loud! –ovacionó Marinette a Lincoln, tras dejar fuera de combate a uno de los encargados de seguridad al partirle la dura baguette en la cabeza–. ¡Así se hace!
Y mientras los dos dinosaurios caían de la tarima y se seguían revolcando a puño limpio, Clyde McBride salió a escena. Buscando distraer al publico de la violenta pelea que se llevaba a cabo, el camarógrafo lo enfocó a él.
–Eh... Hola, niños... Eh... Sé que es muy feo ver a Blarney y a su gemelo malo peleándose de ese modo; así que, que tal si... Eh... Hasta que haya vencedor... Eh... ¿Por qué no nos divertimos un rato y cantamos una canción con...?... Con... Con... ¡Con "El primo Clyde"! ¡Si!
El muchacho de color improvisó. Corrió hasta donde estaba la grabadora que halló montada en el escenario y le picó al botón de play. La grabadora era de utileria, pero funcionaba a la perfección y tenía puesto un disco de Blarney para su conveniencia; por lo que al encenderla se empezó a reproducir una canción de su repertorio al azar. Por suerte, Clyde se las sabía todas de memoria al haber sido un fan devoto del dinosaurio Blarney en su tiempo, y las sabía interpretar muy bien, además.
–Si mintiendo vas, un duende llorará...
–Será mejor que cortemos la transmisión –sugirió uno de los encargados de producción.
–No, espera –lo detuvo su jefe, señalando las butacas en el monitor–. Parece que a los niños les gusta.
–Y si es a tus papás –corearon los pequeñines– , peor es la maldad...
En efecto, a los niños les resultó entretenida la actuación de Clyde. Tanto que se olvidaron de la violenta pelea que se llevaba a cabo al pie de la tarima. En breve estuvieron pidiendo más y Clyde felizmente se los dio.
A su vez, el falso Blarney arrinconó al verdadero contra una pared.
–¡Mesié Loud!
En esas, Marinette le lanzó una mitad de la Baguette a Lincoln, quien la atrapó en el aire y empuñó con todas sus fuerzas.
–¡Lincoln! –suplicó el genuino Blarney–, no querrás pegarle al personaje más amado de todos los niños, ¿verdad?
–Esto va por todos los padres y hermanos mayores del mundo.
Tras lo cual levantó la mitad de la baguette y con esta desmayó a Blarney de un certero cogotazo.
Pero a nadie en el estudio le importó. Los productores estaban complacidos con como se desenvolvía Clyde en el escenario y lo carismático que les resultaba a los niños del publico.
–La siguiente canción fue escrita sobre la peste bubónica.
Por lo tanto se le concedió el protagónico durante los minutos restantes del programa.
–Baila entre las rosas y entre las mariposas. Cenizas, cenizas, nos vamos a caer...
–Soy Katherine Mulligan, reportando para ustedes desde la suprema corte. Finalmente, el resultado de los acontecimientos en el programa de la semana pasada de Blarney. Se a iniciado una investigación del departamento de justicia contra el imperio Blarney. El mismo Blarney fue arrestado hoy, acusado de estafa y evasión de impuestos. El joven Lincoln Loud fue perdonado de todos los cargos criminales por el presidente en persona, que también es padre. La alcaldesa Davis le presentó a Lincoln Loud la llave de la ciudad, y le dieron las gracias por, según ellos, "darle a ese payaso alfombrado un merecido leñazo en la nuca". Soy Katherine Mulligan.
Al final del día la misión terminó siendo un éxito total, con resultados mejores a los esperados. Lincoln pudo regresar a casa con su numerosa familia, quienes lo recibieron con la bienvenida de un héroe.
Y así, casi todo volvió a ser como antes, salvo un par de detalles sin mucha importancia.
–Y ahora, con ustedes, el nuevo show favorito de todos los niños. Aquí está su anfitrión: "El primo Clyde".
Ante una infinidad de aplausos y risas infantiles, el mencionado salió a escena luciendo el mismo conjunto de sombrero y chaleco verde con temática irlandesa, usados por su antecesor en sus días de gloria.
–Hola, niños. ¿Saben que día es hoy?
–¡Un día especial!
Lori no se atrevió a cambiar de canal. Sólo le bajó un poco el volumen, lo suficiente para que Lily y las gemelas pudieran escuchar las canciones, pero sin que estas mismas aturdiesen a los demás.
–Hay un oso gris en el piso veintidós, un oso gris, un oso gris. Hay un oso gris en el piso veintidós, un oso gris, un oso gris. Hay un oso gris en el piso veintidós...
–Zupongo que eztá bien –comentó Lisa.
–Si, se ve que él si disfruta de hacer esto –secundó la más mayor–. Osea, literalmente, siempre ha sido igual de irritante que ese idiota dinosaurio, pero ya estábamos acostumbrados, así que no creo que sea tan malo.
–Y recuerden, niños, al primo Clyde le gusta que vean su programa, pero no en exceso. Todo con moderación.
–Por lo menos su voz no es tan irritante –opinó Lynn Jr.
Todos parecían conformes con los resultados, salvo Leni que apartó la mirada del televisor cruzada de brazos y con el ceño fruncido.
–¿Qué pasa, hermana? –le preguntó Luna.
–Pues, como que a mi no me parece justo que a Linky no le hayan dado el reconocimiento que se merece, si fue él quien derrotó a ese malvado dinosaurio, mientras que a Clyde le dieron su propio programa y casi ni hizo nada.
–¿Cómo? –objetó el señor Lynn, que si se sentía bastante orgulloso de su hijo–. ¿Te parece poco que le hayan otorgado la llave de la ciudad?
–Ese es un gran honor –afirmó Rita.
–¿Y de que sirve? –protestó la rubia–. La ciudad ni siquiera tiene puerta.
A lo que sus padres y hermanas se palmearon la frente y negaron con la cabeza.
–¡Ay, Dios! –protestó exasperada la señora Loud–. ¡A esta me la cambiaron en el hospital!
–De todos modos –señaló Luan después de esto–, parece que a Lincoln ni le molesta tanto.
Con lo que todos se volvieron hacia el colchón que Lincoln y Valente habían puesto junto al sofá grande. Los dos estaban sentados en este mismo, desnudos sólo de la cintura para arriba (al menos eso esperaban) y cobijados de la cintura para abajo con una manta. También se habían traído el inodoro del unico baño de arriba. Lo habían arrancado de la tubería y lo estaban usando como ponchera.
Luego de que el rufián le sirviese una copa de vino a su compañero peliblanco, y de que ambos brindaran para celebrar, Lucy se vio en necesidad de preguntar lo obvio.
–¿Y este quién es?
–Cierto –su hermano se dispuso entonces a presentarles a su acompañante–. Valente, ellos son mi familia de la que te hablé. Familia, él es Valente. Espero que lo hagan sentir como en casa.
–¡¿Se va a quedar aquí?! –preguntó Lola quien, al igual que Lana y Lily, apartó su vista de la tele, ni bien lo oyó decir eso.
–Reglas de la prisión, bruja –contestó el rufián alzando su mano y mostrando lo que calzaba en su dedo anular–. ¿Ves este anillo? Está hecho de compromiso, y amor, y limpia pipas, y dientes humanos.
–Ya lo oyeron, chicas –lo apoyó Lincoln tomándolo de la mano, dejando así en evidencia que calzaba un anillo igual–. Las reglas de la prisión son serias y las seguimos hasta la muerte. Por lo tanto, espero que mis brujas se lleven bien de aquí en más.
Ante esto, las once mujeres Loud se quedaron calladas. El señor Lynn permaneció igual durante un buen rato. Miró al temible rufián que acompañaba a su hijo, se rascó la cabeza, y lo meditó un poco antes de dar a saber cuál era su opinión al respecto.
–En ese caso... –sonrió finalmente encogiéndose de hombros–. Bienvenido a la familia, muchacho.
FIN
