"Vaya semana llevo" pensó Emily agotada, mientras recogía sus cosas en su escritorio de la oficina. El anuncio del perfume de Antoine (claramente sexista), los problemas de fontanería en su apartamento, los compañeros de trabajo que no llegaban a aceptarla… Pensó que París sería un sueño, pero de momento le estaba costando alcanzarlo.

Reparó entonces en una caja blanca que alguien había dejado en su escritorio. Frunció el ceño y la abrió con curiosidad. La nota que lo acompañaba decía:

Gracias por tu brillante idea,

Antoine.

PS. ¿Esto es sexy o sexista?

Emily tragó saliva sospechando que no podía ser bueno. Apartó el papel de seda blanca. Lo que había dentro era un conjunto de lencería negro, casi transparente. Lo miró con disgusto, ¿quién se creía Antoine para enviarle algo así? Era una falta de respeto absoluta. ¿¡Cómo sabía siquiera su talla de sujetador el pervertido ese!? No iba a perder ni un segundo en devolverlo…

—Tenemos una reunión… —empezó Sylvie, que pasaba por el pasillo. Se interrumpió a mitad de frase al mirar el sujetador que sostenía Emily— con los de Renault… Hace cinco minutos.

—Ahora mismo voy —respondió Emily muy nerviosa.

Su jefa asintió. Pareció que se iba a marchar, pero no pudo evitar preguntar recelosa:

—¿Quién te lo envía?

—Nadie, solo un amigo —respondió Emily con voz ahogada.

"Ajá" respondió Sylvie continuando su camino. Sintiéndose tremendamente mal —porque todo iba mal— Emily cerró la caja, la ocultó bajo su mesa y entró a la reunión.

Sylvie no la miró durante la media hora que duró y en cuanto terminó, desapareció de la oficina. Emily cogió el paquete y lo llevó a la empresa de paquetería más próxima para que lo devolvieran. O eso esperaba, con su francés nunca podía estar segura de que la hubieran entendido.

Ligeramente aliviada por haberse librado de eso, quedó con su amiga Mindy para ir a una exposición de arte a la que Camille la había invitado.

—¿Por qué tanto interés en caerle bien a esa mujer? —le preguntó Mindy cuando le contó lo sucedido.

—Es mi jefa. Cuyo novio, nuestro cliente, me mandó lencería que ya he devuelto.

—¿Por qué la devuelves? ¡Es tuya, te la has ganado!

—Me interesa más ganarme el respeto de Sylvie.

—Eso no lo conseguirás nunca —sentenció Mindy.

Emily se entristeció y no volvieron a tocar el tema. Vieron la exposición de Camille, pero Emily no logró disfrutar ni pensar en nada que no fuesen sus problemas… laborales.

A la mañana siguiente no mejoró: Antoine apareció en Savoir a primera hora para comentar los resultados de la encuesta sobre su anuncio de perfume. Emily intentó huir de él, pero no fue posible: el hombre se acercó y le preguntó en voz baja si le había gustado su regalo. Ella le explicó detalladamente por qué era inapropiado. Antoine le dio una réplica que Emily no escuchó porque en ese momento entró Sylvie y comenzó la reunión. Emily tomó la palabra y desgranó los resultados obtenidos en redes sociales. Antoine la felicitó por su trabajo; Sylvie no la miró, ni siquiera prestó atención, ocupada en mirar cosas en su móvil.

Cuando terminó la reunión, Antoine se marchó de Savoir y el resto volvieron a sus puestos.

—¡Sylvie! —la llamó Emily cuando pasó junto a su mesa— Quería enseñarte mis nuevas ideas para…

—Estoy ocupada —respondió su jefa con frialdad sin levantar la vista del móvil.

—Será solo un minuto —se apresuró a responder Emily— y…

—Dedica ese minuto a algo más útil, como estudiar francés. Por cierto, se te cayó esto.

Emily contempló paralizada como su jefa le arrojaba con desprecio la nota de Antoine. Lo siguiente que se escuchó fue el portazo que dio Sylvie para encerrarse en su despacho.

A Emily le costó varios minutos reaccionar. Lo más sabio sería dejarlo pasar y esperar a que se olvidara el tema, pero ella nunca fue capaz de estarse quieta. Así que entró al despacho de Sylvie (sin llamar, ya contaba con que no le permitiera entrar). Sylvie estaba de pie, de espaldas a ella, apoyada junto a la ventana. Emily aprovechó y empezó a hablar con rapidez sin darle tiempo a echarla:

—Fue cosa de Antoine, yo no le dije nada y devolví lo que me envió. Te juro que yo no…

—¿Tanto te cuesta dejarnos algo a los demás? —le preguntó Sylvie lentamente, mirándola por fin— La chica americana perfecta… perfecta en todo…

—¿Q-qué? —replicó Emily desconcertada y de nuevo asustada por su tono.

Esa mujer sería capaz de asesinarla sin subir el tono de voz, solo con su mirada.

—Vienes a París, sin hablar el idioma ni tener experiencia en nuestro campo. Pretendes decirnos cómo trabajar, qué es apropiado y qué no debemos hacer, tratas de quedarte a nuestros clientes y ahora también a mí… lo que fuese ese —terminó Sylvie haciendo un gesto despectivo con la mano.

Estaba claro que con Antoine tampoco estaba contenta.

—¡No es verdad! —protestó Emily— Yo solo quiero ayudar a la empresa, ¡estamos en el mismo equipo!

—Sí, ese es el problema —ironizó Sylvie.

—¡No me refería al equipo de ligarse a Antoine! —chilló Emily cada vez más agobiada.

—Lo intentaste y lo conseguiste, enhorabuena. En apenas dos días te cargaste una relación de casi una década. Era lo que querías, ¿verdad?

Emily la miró casi a punto de llorar. Tardó unos segundos, en los que ambas guardaron un silencio tenso. Optó por atacar, por ir con todo, arriesgarse a cometer la típica locura parisina que todo el mundo la exhortaba a hacer.

—¿Sabes qué? Sí. Sí era lo que quería.

Sylvie la miró alzando las cejas, sorprendida de que lo reconociera. O tal vez porque ni ella creía sus propias acusaciones. Pero no dijo nada. Lo cual a Emily la puso más nerviosa, pero se lanzó con todo:

—Quería que tú y el cerdo ese rompierais.

—Excusez-moi? —replicó Sylvie con incredulidad.

—Mereces algo mejor, alguien que te trate mejor, que esté siempre por ti.

Tras declarar aquello, sin pensarlo para no arrepentirse, Emily se acercó a Sylvie y la besó. Sus labios eran suaves, muy agradables de besar; tal y como había imaginado la chica cuando se masturbaba en su apartamento las noches previas. Emily no hubiese parado si su jefa no la hubiese apartado.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Sylvie en un susurro amenazante, con la respiración entrecortada.

—Eh…

Emily no tenía mejor respuesta que eso. Intentó elaborar una frase completa, retrocediendo de forma inconsciente hasta chocarse con la pared porque Sylvie le daba miedo.

—¿Me… me… me gustas? —balbuceó al final temblando.

—Te gusto —repitió Sylvie con incredulidad.

—Desde el momento en que te vi —añadió Emily con voz entrecortada.

Era verdad. Desde el momento en que vio a su jefa —tan elegante, inteligente, poderosa, sexy— sintió cosas en su pecho y en su entrepierna que ni su exnovio ni Gabriel despertarían nunca. ¿Por qué si no se iba a esforzar tanto en complacerla? Desde luego jamás se esforzó así por Madeline… ¡Si hasta le regaló rosas!

—¿Me quieres decir —insistió Sylvie como esperando a que se derrumbara— que Antoine intentó ligar descaradamente, te hizo propuestas tentadoras y un regalo carísimo… pero te gusto yo?

—Sí —confirmó Emily un poco más segura porque llevaba viva más minutos de los que había previsto.

De nuevo, un silencio largo e incómodo. Emily no podía moverse, no tenía fuerzas y Sylvie estaba muy cerca, casi atrapándola entre su cuerpo y la pared. Al final, su jefa susurró:

—Se lo dirás a él.

Emily la miró desconcertada.

—¿Qué?

No podía estar pidiéndole que le dijera a Antoine que no le interesaba él porque la que le gustaba era Sylvie… En realidad, ni siquiera se lo estaba pidiendo, había sonado más a una orden. Pero no pudo pedir detalles porque Sylvie la besó.

Emily no perdió el tiempo y respondió al beso, dejando que su jefa introdujera la lengua en su boca y gimiendo de excitación cuando notó sus finos dedos envolviendo su garganta y apretando (no tanto como para asfixiarla, pero sí para dejar claro su dominio).

—Sylvie —jadeó casi sin voz.

Le pasó los brazos por el cuello en un intento frustrado de abrazarla: Sylvie le sujetó las manos y le ordenó que parara. Emily obedeció sin dudar. Sintió que ahora, tras haber probado sus labios y su piel, se asfixiaba al separarse de ella.

—Sylvie, por favor…

—¿Qué? —le exigió ella mirándola impasible.

—Déjame… déjame…

—¿Qué te deje qué?

—Hacerte feliz —completó Emily sintiéndose a la vez estúpida y excitada.

Sylvie la miró casi burlona, pero al final, la soltó. Se separó de ella, se sentó en el sillón de su escritorio abriendo las piernas y murmuró:

—De acuerdo. Hazme feliz.

A Emily le faltó tiempo para arrodillarse a sus pies. Dio gracias de que llevase una de sus faldas abiertas hasta el muslo porque no estaba para perder tiempo. Le quitó las bragas casi con veneración, como quien desviste a una diosa, y empezó a lamer tentativamente su sexo. Para no haberlo hecho nunca con una mujer, se le daba bastante bien. O eso dedujo por los suaves gruñidos y jadeos que Sylvie intentaba sofocar.

Emily calculó que sería más rápido usando los dedos, en eso sí tenía experiencia (al menos con ella misma), pero en cuanto lo intentó, Sylvie la agarró del pelo y la frenó.

—Las manos no. Solo tu boca.

En el estado de excitación en el que se encontraba, el acento francés de Sylvie se marcaba en cada sílaba y eso a Emily todavía la ponía más cachonda. Asintió como un cachorrito deseoso de complacer a su dueña.

Fueron unos minutos de sudor y jadeos. Emily fue notando lo que le gustaba, succionando su clítoris con la presión exacta, hasta que al final, Sylvie llegó al orgasmo. Emily no se apartó, dejó que Sylvie terminara en su cara y la cubriera de fluidos. La sorpresa fue que aquello le supo a Emily a ambrosía, era casi ridículo lo adictivo que era.

—Sabe mucho mejor que con cualquier hombre —aseguró lamiendo con entusiasmo la vagina de su jefa.

Sylvie rio entre dientes y respondió con voz ausente:

—Solo porque soy yo.

Emily asintió. Era verdad que no había deseado a ninguna otra mujer, pero no verbalizó nada porque estaba muy ocupada chupando. Cuando terminó sin dejar una gota, miró a Sylvie expectante. Ni siquiera se levantó (Sylvie no le había dado permiso). Seguía ahí, de rodillas en el suelo entre las piernas de su jefa. Sylvie le acarició el pelo con una mano. Finalmente, con la respiración todavía agitada tras el orgasmo, murmuró:

—Tengo que reconocer que en esta posición estás mucho mejor.

Emily sonrió aceptando el cumplido. Por fin le caía bien a su jefa y alababa sus virtudes (unas que ni sabía que poseía). No respondió por vergüenza y por intentar conservar algo de dignidad, pero fácilmente aceptaría dejar las redes sociales y ocupar ese nuevo puesto.

—Te dije que encajaría bien en la empresa —comentó Emily risueña.

Sylvie contempló en silencio su rostro cubierto de su placer y murmuró tendiéndole la mano:

—Vamos a ver dónde más encajas.

Emily aceptó su mano incorporándose y Sylvie la sentó en su regazo. Emily se acomodó sobre sus muslos con las bragas empapadas y gran felicidad.

Oh sí, sin duda su nuevo puesto era mucho mejor.


N/A: ¡Hola! Doy por hecho que nadie va a leer esto, ni siquiera existen fics de esta serie en esta web... Pero me encanta Sylvie y quería probar, ojalá a alguien le guste. ¡Muchas gracias si llegaste hasta aquí!