Muchas gracias por revisar la historia, Kali. Me alegro mucho que te gustase. Después de leer tantos fanfics en los que muere Sorata, a veces Arashi, o los dos, decidí que iba a romper la norma y que ambos sobrevivieran a la batalla. Hacen una pareja tan bonita... Estoy cruzando los dedos para que terminen más o menos bien en X... Veremos... ^_~
NOTAS:
*La prefectura de Wakayama es donde está situado Koya. Limita al norte con la prefectura de Osaka.
*He intentado buscar información sobre Koya, pero hay muy poca, así que todas las descripciones que veáis del templo son ficticias.
*bioroide: no sé si esta palabra existe en español. Es una traducción directa de la palabra inglesa que utilizan para describir a Nataku...
Y creo que no me dejo nada en el tintero... Sin más, con el segundo capítulo.
DESTINO
Capítulo 2
Unas horas antes...
Ni siquiera ella misma podía creer lo que estaba haciendo. Arashi apretó las manos sobre su regazo y continuó con la cabeza ligeramente ladeada, simulando admirar el paisaje que pasaba a toda velocidad frente a ella, estando en realidad completamente inmersa en sus pensamientos. Allí estaba ella, en un tren camino de la prefectura de Wakayama, sin tener una idea clara de lo que iba a hacer. Ante sus ojos pasó una imagen de Sorata riendo, en algún momento antes del Día Prometido. No había sido su habitual risa escandalosa, sino una jovial y divertida, que había terminado por contagiar al resto del grupo, y que incluso arrancó una sonrisa de sus labios. Claro que él nunca lo supo... Cuando Arashi vio su reflejo en el cristal de la ventana del tren, vio que también ahora sonreía, aunque sólo era una ligera curva de los labios. Suspiró. Su carácter había cambiado notablemente en las últimas semanas. De ser la joven reservada y seria que era antes, ahora dejaba traslucir sus sentimientos, aunque no llegaba a mostrarlos del todo. Y todo era culpa suya. Por su mente cruzaron imágenes de la primera vez que Sorata y ella se encontraron, de sus traviesas sonrisas, de sus incansables declaraciones de amor... y resonaron en su mente las tres palabras que habían marcado su destino.
"Te he elegido."
Cuando le había preguntado por el significado de aquella frase, esperaba cualquier respuesta, excepto la que él le dio. Recordó su sonrisa, y la serenidad con que le había dicho que había elegido a la persona por la que daría su vida. Y cómo ella había intentado evitar aquello a toda costa. Si él iba a morir por la mujer que amase, no sería por ella. Hizo todo lo posible por alejarlo. Fue fría y cortante, ignorando constantemente todo lo que decía o hacía. Pero había sido inútil. Él se había erigido en su guardián y siempre la acompañaba fuese adonde fuese. Y lo peor era que a ella no le desagradaba su compañía. Durante la convivencia de los Dragones del Cielo en la mansión Imonoyama, el joven había conseguido romper la máscara que ella siempre llevaba, y había leído sus pensamientos, aunque no sus sentimientos ni sus deseos que, sin embargo, no habían pasado desapercibidos a los otros. Aquello en parte la había aliviado, pensando que con ello había conseguido su objetivo, pero la última noche antes del Día Prometido, se dio cuenta de que sus esfuerzos no habían servido de nada, porque antes de entrar en su dormitorio, Sorata la había mirado a los ojos y le había declarado su amor una vez más, antes de desearle buenas noches.
El Día Prometido... Frunció ligeramente el ceño y sus ojos se oscurecieron al recordar el cuerpo ensangrentado de Sorata sobre el suyo, protegiéndola, su débil sonrisa, y sus palabras...
-Te dije que te protegería, que daría mi vida por ti...
Después, aquellos ojos, siempre tan llenos de vida, se habían apagado y Sorata se había desplomado pesadamente sobre ella. Sintió un nudo en la garganta, y tuvo la sensación de que el mundo ya se había acabado. Sintió ira, desesperación, y se lanzó a por Nataku después de depositar suavemente el cuerpo del joven a un lado. El bioroide apenas había tenido tiempo de reaccionar. Creyendo que ambos estaban muertos, había bajado la guardia. Pudo esquivar el ataque de Arashi, pero la joven no había fallado la segunda vez. Limpiamente había atravesado el cuerpo de su oponente con su espada, hasta la empuñadura.
-Por Sorata - susurró cuando el cuerpo de Nataku se inclinó, ya sin vida.
Sacó la espada del cadáver y se encaminó a ayudar a sus compañeros sin mirar atrás. Solamente cuando todo había terminado fue con los demás hacia el lugar donde yacía Sorata. Se mantuvo atrás, viendo cómo Seiichiro se acercaba a él. Se sentía vacía, como si aquella escena no tuviera nada que ver con ella. Podía oír tras ella los sollozos de Yuzuriha, y los susurros de Karen, tratando de consolarla. Y entonces...
-¡Aún vive!
Todos miraron asombrados al editor de revistas, que se había vuelto con una sonrisa en los labios. Una de sus manos estaba sobre el pecho del joven novicio, sobre su corazón. Y no recordaba nada más. El momento se volvió borroso, demasiado confuso. No sabía si había ido junto a Sorata con los demás o se había quedado allí quieta, sin poder reaccionar; o cuándo llegaron al hospital más cercano. Sin embargo, recordaba las largas noches en vela vigilando su sueño, cuando los médicos no daban ninguna esperanza por su vida, el haber acariciado su mano y haber dejado de hacerlo repentinamente, regañándose a sí misma por ser tan débil y ceder a sus impulsos. Pero las ganas de vivir habían superado a la muerte y Sorata despertó una semana más tarde. Y seguía siendo el mismo. Tumbado en la cama del hospital, seguía bromeando y animando a los demás, como antes. Ella tampoco había cambiado. Ni siquiera en esos momentos había sido capaz de devolver una mirada o una sonrisa...
La voz del altavoz anunciando la próxima parada interrumpió sus pensamientos. La siguiente estación era la suya. Cogió la pequeña maleta en la que llevaba lo necesario para pasar la noche allí y caminó hacia la puerta, ignorando las miradas de admiración y los comentarios de un grupo de chicos sentados unos asientos más atrás del suyo.
Arashi bajó del tren y, después de dejar su equipaje en consigna, se encaminó hacia la taquilla de la estación para preguntar cómo podía llegar al monasterio de Koya. Allí le indicaron el camino hacia los autobuses que solían llevar a los turistas que lo visitaban durante el verano, y que no estaba a gran distacia de allí. Sin embargo, la oficina estaba cerrada. Tendría que buscar otro transporte. No tardó en encontrar un taxi.
-Al monasterio de Koya.
El taxista la miró brevemente, pero no dijo nada. Arrancó el coche y comenzó el camino. Arashi miró por la ventanilla y suspiró. Pero lo cierto era que Sorata había cambiado su vida. Había despertado una parte de ella que creía enterrada para siempre. Desde que había comenzado su entrenamiento como sacerdotisa, había ido restringiendo sus sentimientos hasta hacerlos invisibles a los ojos de los demás, pero esa máscara se había agrietado durante su estancia en Tokio. Y fue rompiéndose poco a poco. Cuando volvió a Ise creyó que sería fácil continuar con su vida anterior, pero estaba equivocada. Sorata seguía allí. Y cuanto más aparecía él en sus pensamientos, en sus sueños, más se esforzaba por ocultarlo, para que nadie sospechara. Sólo una persona se dio cuenta de lo que pasaba, la mujer que la había encontrado en la calle rebuscando entre los cubos de basura, la que la convenció de que debía vivir.
Kaede había entrado en la habitación donde ella estaba meditando delante del fuego. Llevaba algo en las manos, algo que no podía distinguir claramente debido a las sombras que proyectaban las llamas en la oscuridad de la sala. Se había arrodillado frente a ella y la había mirado de una forma que la había turbado, trayendo recuerdos a su mente de una niña de seis años frente a una mujer de la que apenas recordaba el rostro. Como una madre a una hija. Tras unos momentos de silencio, la mujer había comenzado a hablar. Fue directa y precisa, y con cada palabra el corazón de Arashi latía más rápido. Kaede lo sabía, sabía que algo la atormentaba, que estaba huyendo de algo... o de alguien. La mujer depositó lo que había traído en medio de las dos. Era un paquete grande y grueso, envuelto en papel y atado con una cuerda muy fina. Arashi lo miró desconcertada.
-Ábrelo.
Y ella había obedecido. Dentro había varias prendas de ropa, que ella separó cuidadosamente. Una falda, una chaqueta y un jersey de cuello alto. No podía distinguir bien el color debido a la penumbra. Ella había levantado la cabeza, con miles de preguntas en su mirada. Pero Kaede había sonreído, sus ojos llenos de comprensión.
-Busca en tu corazón y descubre qué es lo que deseas en realidad, Arashi.
Sin decir nada más, se había levantado y había salido de la estancia, dejándola confusa y, no sabía por qué, sintiéndose culpable.
-Señorita, ya hemos llegado.
Arashi levantó la cabeza y miró al taxista durante un segundo, desorientada. Recuperó rápidamente la compostura y pagó el viaje. Cuando iba a abrir la puerta del coche, se dio cuenta de que estaba lloviendo. Afortunadamente, había traído un paraguas. El taxi dio la vuelta y comenzó el viaje hacia pueblo, dejando a la joven sacerdotisa delante de la gran escalinata que conducía al templo. Respiró hondo. Ya no había vuelta atrás. Comenzó a subir las escaleras, despacio.
"¿Y ahora qué?" - se dijo -. "Ya estás aquí. ¿Qué vas a decirle?"
Arashi sacudió suavemente la cabeza, alejando aquellos pensamientos, y respiró hondo, tratando de serenar sus nervios cuando vio el final de la escalera.
La explanada estaba vacía, y no había rastro de nadie, ni siquiera de los monjes. Todo estaba cerrado. Caminó por los alrededores sin resultado. En una ocasión le pareció ver una sombra, pero fue tan rápido que no pudo asegurar que se tratase de una persona. No podía ir más allá, el resto del recinto era privado. Bueno, al menos lo había intentado. Sería mejor volver al pueblo y buscar un sitio donde pasar la noche. Lo intentaría de nuevo por la mañana. Tenía tiempo, ya que el tren a Osaka no pasaba hasta la tarde. De repente, cuando se encaminaba a la escalinata, la lluvia empezó a arreciar, cayendo tan fuerte que el paraguas parecía que no podría resistir la fuerza del aguacero. Se cobijó bajo el gran árbol que crecía junto a la entrada del templo. Su espesura apenas dejaba pasar el agua, aunque de vez en cuando, algunas finísimas gotas caían sobre su pelo o sus hombros. Suspiró. Las preguntas volvieron a su cabeza, llenandola de dudas, y tuvo miedo. Lo mejor era volver a Ise y tratar de olvidar todo aquello, conservar el recuerdo de Sorata como uno de los mejores de su vida, y seguir siendo la sacerdotisa oculta de su templo. Se miró la palma de la mano derecha, símbolo del arma letal que escondía en su cuerpo.
"Tus manos son tan suaves..."
Arashi cerró los ojos. Otra vez su voz. Respiró hondo y comenzó a caminar, mientras abría el paraguas.Iba a terminar con aquella locura de una vez.
No oyó pasos a su espalda, ni tampoco sintió una presencia que avanzaba hacia ella. De repente, una voz la hizo detenerse y su pulso se aceleró levemente al reconocerla.
-Espero que no se haya mojado mucho, señorita, es que hoy no esperábamos visita y...
Era él, él, de entre todos los monjes de Koya el que había ido a su encuentro. Se volvió despacio y vio como la sonrisa que se había dibujado en el rostro de Sorata se congelaba, y en sus ojos se reflejaba una enorme sorpresa. Y volvió a oír su nombre en sus labios.
-Arashi...
Continuará...
NOTAS:
*La prefectura de Wakayama es donde está situado Koya. Limita al norte con la prefectura de Osaka.
*He intentado buscar información sobre Koya, pero hay muy poca, así que todas las descripciones que veáis del templo son ficticias.
*bioroide: no sé si esta palabra existe en español. Es una traducción directa de la palabra inglesa que utilizan para describir a Nataku...
Y creo que no me dejo nada en el tintero... Sin más, con el segundo capítulo.
DESTINO
Capítulo 2
Unas horas antes...
Ni siquiera ella misma podía creer lo que estaba haciendo. Arashi apretó las manos sobre su regazo y continuó con la cabeza ligeramente ladeada, simulando admirar el paisaje que pasaba a toda velocidad frente a ella, estando en realidad completamente inmersa en sus pensamientos. Allí estaba ella, en un tren camino de la prefectura de Wakayama, sin tener una idea clara de lo que iba a hacer. Ante sus ojos pasó una imagen de Sorata riendo, en algún momento antes del Día Prometido. No había sido su habitual risa escandalosa, sino una jovial y divertida, que había terminado por contagiar al resto del grupo, y que incluso arrancó una sonrisa de sus labios. Claro que él nunca lo supo... Cuando Arashi vio su reflejo en el cristal de la ventana del tren, vio que también ahora sonreía, aunque sólo era una ligera curva de los labios. Suspiró. Su carácter había cambiado notablemente en las últimas semanas. De ser la joven reservada y seria que era antes, ahora dejaba traslucir sus sentimientos, aunque no llegaba a mostrarlos del todo. Y todo era culpa suya. Por su mente cruzaron imágenes de la primera vez que Sorata y ella se encontraron, de sus traviesas sonrisas, de sus incansables declaraciones de amor... y resonaron en su mente las tres palabras que habían marcado su destino.
"Te he elegido."
Cuando le había preguntado por el significado de aquella frase, esperaba cualquier respuesta, excepto la que él le dio. Recordó su sonrisa, y la serenidad con que le había dicho que había elegido a la persona por la que daría su vida. Y cómo ella había intentado evitar aquello a toda costa. Si él iba a morir por la mujer que amase, no sería por ella. Hizo todo lo posible por alejarlo. Fue fría y cortante, ignorando constantemente todo lo que decía o hacía. Pero había sido inútil. Él se había erigido en su guardián y siempre la acompañaba fuese adonde fuese. Y lo peor era que a ella no le desagradaba su compañía. Durante la convivencia de los Dragones del Cielo en la mansión Imonoyama, el joven había conseguido romper la máscara que ella siempre llevaba, y había leído sus pensamientos, aunque no sus sentimientos ni sus deseos que, sin embargo, no habían pasado desapercibidos a los otros. Aquello en parte la había aliviado, pensando que con ello había conseguido su objetivo, pero la última noche antes del Día Prometido, se dio cuenta de que sus esfuerzos no habían servido de nada, porque antes de entrar en su dormitorio, Sorata la había mirado a los ojos y le había declarado su amor una vez más, antes de desearle buenas noches.
El Día Prometido... Frunció ligeramente el ceño y sus ojos se oscurecieron al recordar el cuerpo ensangrentado de Sorata sobre el suyo, protegiéndola, su débil sonrisa, y sus palabras...
-Te dije que te protegería, que daría mi vida por ti...
Después, aquellos ojos, siempre tan llenos de vida, se habían apagado y Sorata se había desplomado pesadamente sobre ella. Sintió un nudo en la garganta, y tuvo la sensación de que el mundo ya se había acabado. Sintió ira, desesperación, y se lanzó a por Nataku después de depositar suavemente el cuerpo del joven a un lado. El bioroide apenas había tenido tiempo de reaccionar. Creyendo que ambos estaban muertos, había bajado la guardia. Pudo esquivar el ataque de Arashi, pero la joven no había fallado la segunda vez. Limpiamente había atravesado el cuerpo de su oponente con su espada, hasta la empuñadura.
-Por Sorata - susurró cuando el cuerpo de Nataku se inclinó, ya sin vida.
Sacó la espada del cadáver y se encaminó a ayudar a sus compañeros sin mirar atrás. Solamente cuando todo había terminado fue con los demás hacia el lugar donde yacía Sorata. Se mantuvo atrás, viendo cómo Seiichiro se acercaba a él. Se sentía vacía, como si aquella escena no tuviera nada que ver con ella. Podía oír tras ella los sollozos de Yuzuriha, y los susurros de Karen, tratando de consolarla. Y entonces...
-¡Aún vive!
Todos miraron asombrados al editor de revistas, que se había vuelto con una sonrisa en los labios. Una de sus manos estaba sobre el pecho del joven novicio, sobre su corazón. Y no recordaba nada más. El momento se volvió borroso, demasiado confuso. No sabía si había ido junto a Sorata con los demás o se había quedado allí quieta, sin poder reaccionar; o cuándo llegaron al hospital más cercano. Sin embargo, recordaba las largas noches en vela vigilando su sueño, cuando los médicos no daban ninguna esperanza por su vida, el haber acariciado su mano y haber dejado de hacerlo repentinamente, regañándose a sí misma por ser tan débil y ceder a sus impulsos. Pero las ganas de vivir habían superado a la muerte y Sorata despertó una semana más tarde. Y seguía siendo el mismo. Tumbado en la cama del hospital, seguía bromeando y animando a los demás, como antes. Ella tampoco había cambiado. Ni siquiera en esos momentos había sido capaz de devolver una mirada o una sonrisa...
La voz del altavoz anunciando la próxima parada interrumpió sus pensamientos. La siguiente estación era la suya. Cogió la pequeña maleta en la que llevaba lo necesario para pasar la noche allí y caminó hacia la puerta, ignorando las miradas de admiración y los comentarios de un grupo de chicos sentados unos asientos más atrás del suyo.
Arashi bajó del tren y, después de dejar su equipaje en consigna, se encaminó hacia la taquilla de la estación para preguntar cómo podía llegar al monasterio de Koya. Allí le indicaron el camino hacia los autobuses que solían llevar a los turistas que lo visitaban durante el verano, y que no estaba a gran distacia de allí. Sin embargo, la oficina estaba cerrada. Tendría que buscar otro transporte. No tardó en encontrar un taxi.
-Al monasterio de Koya.
El taxista la miró brevemente, pero no dijo nada. Arrancó el coche y comenzó el camino. Arashi miró por la ventanilla y suspiró. Pero lo cierto era que Sorata había cambiado su vida. Había despertado una parte de ella que creía enterrada para siempre. Desde que había comenzado su entrenamiento como sacerdotisa, había ido restringiendo sus sentimientos hasta hacerlos invisibles a los ojos de los demás, pero esa máscara se había agrietado durante su estancia en Tokio. Y fue rompiéndose poco a poco. Cuando volvió a Ise creyó que sería fácil continuar con su vida anterior, pero estaba equivocada. Sorata seguía allí. Y cuanto más aparecía él en sus pensamientos, en sus sueños, más se esforzaba por ocultarlo, para que nadie sospechara. Sólo una persona se dio cuenta de lo que pasaba, la mujer que la había encontrado en la calle rebuscando entre los cubos de basura, la que la convenció de que debía vivir.
Kaede había entrado en la habitación donde ella estaba meditando delante del fuego. Llevaba algo en las manos, algo que no podía distinguir claramente debido a las sombras que proyectaban las llamas en la oscuridad de la sala. Se había arrodillado frente a ella y la había mirado de una forma que la había turbado, trayendo recuerdos a su mente de una niña de seis años frente a una mujer de la que apenas recordaba el rostro. Como una madre a una hija. Tras unos momentos de silencio, la mujer había comenzado a hablar. Fue directa y precisa, y con cada palabra el corazón de Arashi latía más rápido. Kaede lo sabía, sabía que algo la atormentaba, que estaba huyendo de algo... o de alguien. La mujer depositó lo que había traído en medio de las dos. Era un paquete grande y grueso, envuelto en papel y atado con una cuerda muy fina. Arashi lo miró desconcertada.
-Ábrelo.
Y ella había obedecido. Dentro había varias prendas de ropa, que ella separó cuidadosamente. Una falda, una chaqueta y un jersey de cuello alto. No podía distinguir bien el color debido a la penumbra. Ella había levantado la cabeza, con miles de preguntas en su mirada. Pero Kaede había sonreído, sus ojos llenos de comprensión.
-Busca en tu corazón y descubre qué es lo que deseas en realidad, Arashi.
Sin decir nada más, se había levantado y había salido de la estancia, dejándola confusa y, no sabía por qué, sintiéndose culpable.
-Señorita, ya hemos llegado.
Arashi levantó la cabeza y miró al taxista durante un segundo, desorientada. Recuperó rápidamente la compostura y pagó el viaje. Cuando iba a abrir la puerta del coche, se dio cuenta de que estaba lloviendo. Afortunadamente, había traído un paraguas. El taxi dio la vuelta y comenzó el viaje hacia pueblo, dejando a la joven sacerdotisa delante de la gran escalinata que conducía al templo. Respiró hondo. Ya no había vuelta atrás. Comenzó a subir las escaleras, despacio.
"¿Y ahora qué?" - se dijo -. "Ya estás aquí. ¿Qué vas a decirle?"
Arashi sacudió suavemente la cabeza, alejando aquellos pensamientos, y respiró hondo, tratando de serenar sus nervios cuando vio el final de la escalera.
La explanada estaba vacía, y no había rastro de nadie, ni siquiera de los monjes. Todo estaba cerrado. Caminó por los alrededores sin resultado. En una ocasión le pareció ver una sombra, pero fue tan rápido que no pudo asegurar que se tratase de una persona. No podía ir más allá, el resto del recinto era privado. Bueno, al menos lo había intentado. Sería mejor volver al pueblo y buscar un sitio donde pasar la noche. Lo intentaría de nuevo por la mañana. Tenía tiempo, ya que el tren a Osaka no pasaba hasta la tarde. De repente, cuando se encaminaba a la escalinata, la lluvia empezó a arreciar, cayendo tan fuerte que el paraguas parecía que no podría resistir la fuerza del aguacero. Se cobijó bajo el gran árbol que crecía junto a la entrada del templo. Su espesura apenas dejaba pasar el agua, aunque de vez en cuando, algunas finísimas gotas caían sobre su pelo o sus hombros. Suspiró. Las preguntas volvieron a su cabeza, llenandola de dudas, y tuvo miedo. Lo mejor era volver a Ise y tratar de olvidar todo aquello, conservar el recuerdo de Sorata como uno de los mejores de su vida, y seguir siendo la sacerdotisa oculta de su templo. Se miró la palma de la mano derecha, símbolo del arma letal que escondía en su cuerpo.
"Tus manos son tan suaves..."
Arashi cerró los ojos. Otra vez su voz. Respiró hondo y comenzó a caminar, mientras abría el paraguas.Iba a terminar con aquella locura de una vez.
No oyó pasos a su espalda, ni tampoco sintió una presencia que avanzaba hacia ella. De repente, una voz la hizo detenerse y su pulso se aceleró levemente al reconocerla.
-Espero que no se haya mojado mucho, señorita, es que hoy no esperábamos visita y...
Era él, él, de entre todos los monjes de Koya el que había ido a su encuentro. Se volvió despacio y vio como la sonrisa que se había dibujado en el rostro de Sorata se congelaba, y en sus ojos se reflejaba una enorme sorpresa. Y volvió a oír su nombre en sus labios.
-Arashi...
Continuará...
