Hola gente. Aquí estamos otra vez con nuestra escritora francesa fetiche, Sedgie. Este se trata de un mini fic, solo cinco capítulos, pero son muy largos, tal y como ella nos tiene acostumbrados. Espero que os guste.
Sinopsis: Una joven es encontrada sin conocimiento en la playa, y no hace falta nada más para que los rumores corran entre los habitantes de Blue Cove. Y cuando ella abre los ojos, la misteriosa desconocida no tiene ningún recuerdo de su vida pasada. Una joven, de pasado tormentoso, y su joven hijo la toman bajo sus alas y pronto nacen para cada uno nuevas perspectivas.
Capítulo 1
Un extraño milagro. Así fue como bautizaron en Blue Cove al domingo 5 de agosto. Ese día un pequeño muchacho de ocho años encontró en la playa que rodeaba su casa a una sirena.
‒ ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Ven a ver!
El pequeño corrió hacia la casa, abriendo con ímpetu la puerta de entrada, haciendo que chocara contra la pared de atrás, lo que hizo sobresaltarse a su madre, en la cocina.
‒ ¡HENRY!
‒ ¡Pero mamá, ven a ver!
Su madre se giró, con una mano en la cadera y la otra colocándose un mechón oscuro detrás de la oreja.
‒ ¿Qué ocurre?
‒ ¡He encontrado una sirena!‒ se entusiasmó el pequeño dando palmadas, feliz.
Su madre reviró los ojos y suspiró pesadamente
‒ Henry, te lo ruego…
Y cuando ella iba a volver a enfrascarse en sus fogones, el chico se acercó y tiró de su suéter.
‒ ¡Pero, es verdad, mamá! ¡Está en la playa! Creo que está muerta, no se mueve.
La joven frunció el ceño.
‒ Henry…
‒ ¡Que es verdad, te digo! ¡Está allí, ven!
La bella morena estaba acostumbrada a las fantasías de su hijo, que amaba los libros de historias fantásticas, pueblos de seres irreales: dragones, duendes, unicornios e incluso…sirenas. No era raro que creyera divisar un dragón sobrevolando el cielo, duendes escondiéndose entre la alta hierba, sin hablar de sus sueños sembrados la mayor parte de las veces de seres sobrenaturales salidos completamente de su imaginación.
Pero esta vez, su fuerza de persuasión y convicción llamó su atención.
‒ Henry…
‒ ¡En la playa, ven!
Él cogió su mano y tiró de ella hacia afuera. Apenas tuvo tiempo de quitarse el delantal que ya estaba en el umbral de la puerta. El sol estaba en su plenitud esa mañana. Deslumbrada, colocó una mano delante de sus ojos mientras que seguía a su hijo hacia la playa. Y si, en los primeros segundos, no vio nada, pronto una forma oscura apareció. Su hijo estaba inclinado sobre ella, y agitó los brazos como para invitar a su madre a caminar más rápido, lo que ella hizo.
La aprehensión y el miedo se apoderaron de ella entonces al llegar a la altura del hijo y ver lo que se parecía a un…cuerpo.
‒ ¡Henry, ven aquí!
‒ Pero, mamá, mira, creo que está muerta‒ la joven agarró a su hijo por los hombros antes de alejarlo un poco ‒ Es una sirena, mamá, y la he encontrado yo.
Su madre se acercó con prudencia y analizó lo que tenía ante los ojos: efectivamente se trataba de un cuerpo, por lo que se veía una mujer, rubia, con sus cabellos aún mojados y enredados entre algas. Sus ropas también estaban empapadas, señal de que la marea acababa de dejarla sobre la arena. La joven miró a su alrededor y vio una ancha plancha de madera, ciertamente el elemento salvador de aquella bella náufraga. Ella se agachó despacio y escrutó a esa desconocida, esa sirena como la llamaba su hijo.
‒ ¿Está muerta, mamá?
La morena observó el rostro de la bella rubia, cubierto de arena, antes de percibir un mohín y un temblor, lo que la sorprendió.
‒ Yo…Creo que respira…‒ deslizó su mirada por todo su cuerpo, notando las aventajadas curvas de la náufraga cuando de repente…
La rubia abrió los ojos y se dobló, tosiendo hasta echar fuera toda el agua de mar, sorprendiendo al pequeño y a su madre quien, de estupor, cayó de culo en la arena.
‒ ¡Mamá, hay que ayudarla!
‒ Henry, stop, no vamos…
Pero al ver a la rubia enderezarse sobre sus brazos, mirando alrededor con pánico, la joven se levantó y se acercó.
‒ ¿Es…Está bien?
La rubia entonces la miró y cuando sus miradas se cruzaron, el corazón de la morena se saltó un latido, entre el miedo y la sorpresa, curiosidad y aprehensión
‒ ¿Señorita? ¿Está bien?
Incapaz de hablar, la rubia se enderezó sobre sus piernas, con un gesto poco seguro, le fallaba el equilibrio, y casi se cae. La madre de Henry, por reflejo, la cogió a tiempo.
Cuando la rubia comprendió que, sin su salvadora, habría caído al suelo, le dio las gracias con una mirada. Con un movimiento de cabeza, la madre de Henry la invitó a seguirla y juntos llegaron a la casa de Henry y su madre.
‒ Henry, quita tus libros del sofá, por favor
‒ ¡Enseguida!
El pequeño se precipitó y quitó sus volúmenes a tiempo para que su madre ayudara a la desconocida a echarse en el sofá. La joven entonces vio que la rubia temblaba ligeramente. Cogió entonces la manta que cubría el respaldo del sofá y, delicadamente, la colocó sobre los hombros de la rubia. Esta última se sobresaltó ligeramente, visiblemente perdida aún, antes de agarrarla y ajustarla sobre los hombros, murmurando un débil "Gracias"
‒ Ya vuelvo, no se mueva
La joven volvió a la cocina y cogió su teléfono y tecleó un numéro mientras, le echaba un ojo a la desconocida que se encontraba en su salón.
‒ Sí, Greg, soy yo. Tengo…Un pequeño problema…
Mientras, Henry se colocó en un sillón, al otro lado de la mesita, mirando de frente a la desconocida. Cuando esta, sintiéndose espiada, alzó el rostro, se encontró casi pegada al rostro del muchacho, se quedó petrificada.
‒ ¿Eres una sirena?‒ preguntó
‒ ¿Q…Qué?
‒ ¿Eres una sirena? ¿Dónde está tu cola?
Frunciendo el ceño, la rubia iba a responder, pero fue interrumpida por la llegada de la madre del muchacho, con una bandeja en la mano.
‒ Henry, basta. Tome, algo caliente. Espero que le guste el chocolate‒ dejó la bandeja en la mesita ‒ He llamado a una ambulancia. Van a venir.
‒ ¿Por qué una ambulancia, mamá?
‒ Henry, stop‒ se giró hacia la joven rubia ‒ No tardarán, deben hacerle un chequeo.
La bella rubia asintió ligeramente como aprobación antes de inclinarse ligeramente y coger una taza. La bella morena la ayudó en su empresa y se la pasó. La rubia se llevó entonces a los labios el líquido y tragó un buche. Cerró los ojos brevemente, parecía que se deleitaba con el brebaje.
‒ ¿Canela?
‒ Sí, es una costumbre. A mi hijo le encanta…¿A usted también?
‒ Yo…No lo sé…‒ balbuceó ella
‒ ¿Puede decirme cómo se llama?
La rubia se detuvo en seco, pareciendo reflexionar. Pero la verdad era que no le venía nada, entró en pánico.
‒ Yo…No lo sé, yo…
La bella morena entonces posó una mano amiga en su rodilla, intentando tranquilizarla.
‒ No es grave. Todavía todo debe estar algo confuso después de la desgracia que ha tenido que pasar.
‒ La desgracia…
‒ Imagino que ha sufrido un naufragio y que ha tenido suerte de llegar hasta aquí, donde la hemos podido encontrar.
‒¡También podría ser una sirena!
‒ Henry…Sube a tu habitación
‒ ¿Pero por qué? ¡No he hecho nada!
‒ Lo sé, pero mañana tienes cole, e imagino que aún no has comenzado tus deberes, ¿me equivoco?
‒ …
‒ Bien. Sube.
El muchacho subió mientras iba farfullando en voz baja.
‒ Cuando les diga a los compañeros que he encontrado a una sirena…
La bella morena suspiró ligeramente
‒ Lo siento…Es bastante…
‒ No, está bien‒ sonrió débilmente la bella rubia ‒ Henry, ¿verdad?
‒ Sí. Lo siento, no me he presentado: me llamo Regina. Regina Mills
‒ Regina…‒ susurró la bella rubia ‒ Gracias…Por haberme salvado.
‒ Yo no he hecho nada. En realidad, Henry no se equivoca al decir que él la ha salvado. Sin él, estaría aún en la playa.
‒ …
‒ La ambulancia no debería tardar‒ y como si hubiera visto el futuro, escuchó un coche aparcar delante de su casa. Se levantó y miró por la ventana ‒ Ahí están, ya vengo.
Ella salió y fue al encuentro de los paramédicos.
‒ Está dentro
‒ ¿Cómo se encuentra?
‒ Está consciente, habla. Incluso ha tomado algo de chocolate. Pero parece sufrir de amnesia. Es incapaz de recordar su identidad. No hay heridas aparentes.
El hombre que tenía delante le sonrió.
‒ No has perdido nada de tus reflejos, eh. Te echamos de menos en el servicio.
‒ Greg, para, definitivamente no es el momento.
‒ Sí, lo siento.
Él la siguió hasta el salón donde la bella desconocida, aún un poco en las nubes, se dejó realizar algunos exámenes rápidos y la toma de las constantes. Regina vio cómo la ambulancia se la llevaba al hospital de la ciudad antes de subir a ver a su hijo a su habitación. Lo encontró sentado en la cama, concentrado leyendo un libro. Cuando comprendió que se trataba de un libro de cuentos, arqueó una ceja, divertida.
‒ Es interesante eso como deberes. ¿Qué estás mirando?
‒ Mira, podría ser una verdadera sirena, mamá
‒ Oh, por favor, Henry…
‒ Pero mira, las sirenas tienen largos cabellos que brillan. A veces, algunas hacen desaparecer su cola fuera del agua. Y además, ¿cómo explicas que haya podido sobrevivir así como así en el agua?
‒ No lo sé, Henry. A su lado había restos. Ha podido estar a la deriva, agarrada a uno de esos restos.
‒ Pues yo estoy seguro de que viene del mar
‒ …
‒ ¿Qué va a pasar con ella?
‒ ¿Perdón?
‒ La sirena. ¿Qué va a pasar después? ¿Crees que ella va a volver al mar?
Regina habría querido responderle, pero parecía tan en el aire como el hijo. En lugar de eso, se dirigió a la cocina para terminar la comida. Pero su mirada se perdió por la ventana, en la playa donde la bella náufraga fue encontrada. Tirada por la curiosidad, salió de la casa y regresó al sitio donde había encontrado a la bella rubia. Inspeccionó los restos: tablas, algas, papeles…Sí, parecía que un naufragio había tenido lugar. Se sentó en la arena, intentando reflexionar: si un barco hubiera zozobrado, las autoridades lo sabrían rápidamente. Esa mujer le era desconocida, sin embargo en Blue Cove todo el mundo conocía a todo el mundo.
Entonces suspiró y al fijar su vista en la arena, algo brilló con la luz del sol. Se inclinó y cogió el objeto, una gargantilla plateada con una medalla redonda.
Lo observó minuciosamente: por un lado, tenía grabado el dibujo de un cisne. Por el otro, una palabra, un nombre.
Regina entonces susurró dulcemente "Emma…"
Pasó el día y Regina intentó retomar su rutina, no sin dificultad con su hijo que la atosigaba con preguntas sobre su sirena. Evidentemente, Regina no podía culpar a su hijo. Era, para él, un suceso en ese pueblo donde generalmente no pasaba nada. Blue Cove era una pequeña ciudad costera, tranquila y serena. Atrapada entre las montañas, esa ciudad en forma de herradura llamaba la atención de valientes turistas, demasiado atrevidos para enfrentarse a las montañas y encontrar esa pequeña joya.
Regina había nacido ahí, sus padres habían sido ricos notables. La única vez en que Regina había abandonado la ciudad fue para acabar sus estudios de medicina. Cuando volvió a su pueblo, entró a formar parte del hospital de la ciudad.
‒ ¿Mamá?
‒ ¿Hm?
‒ ¿Qué crees que comen las sirenas?
‒ No lo sé. La sirena es un pez que vive en el mar, imagino que debe comer lo que comen los peces: plancton, amebas…Quizás incluso pescado…
Henry abrió de par en par los ojos
‒ ¿Tú crees? ¿Incluso peces?
‒ No lo sé, Henry, de verdad.
‒ ¿Crees que ella está bien? No hemos tenido noticias
Regina frunció el ceño
‒ Ahora está a salvo. Cuidan de ella en el hospital.
‒ Me hubiera gustado mucho saber…
Sin decir nada, Regina regresó a la cocina, antes de echar una ojeada hacia el collar que había encontrado unas horas antes. Entonces suspiró y llamó a una de sus amigas
‒ Hey, Ruby, necesito que me hagas un favor
‒ Todo lo que quieras, bella
‒ Necesito que te quedes con Henry una hora
‒ Ya voy
Ruby era la amiga más cercana de Regina, testigo de todas las adversidades que había atravesado la joven. Ruby siempre había vivido al margen de la sociedad, una libre pensadora y amante de la vida. Con sus mechas rojas en sus cabellos castaños, siempre se vestía con colores vivos y ropa demasiado corta por todos lados. Pero Regina y ella eran amigas desde la infancia. Juntas habían hecho mil y una travesuras. También habían conocido los primeros amores juntas, también sus primeras desilusiones. Regina consideraba a Ruby como una hermana.
Cuando Regina la llamaba, Ruby corría, como en ese momento en que no le hizo falta sino cinco minutos para llegar al lado de la bella morena.
‒ Hey, entonces, cuenta…¿Qué te saca de esta forma de tu casa?
‒ Yo…Henry…Encontró a una desconocida desvanecida en la playa
‒ ¡Ah, la sirena!‒ dijo divertida Ruby
‒ ¿Cómo lo sabes?
‒ Ja, ja, aquí las noticias corren. Una joven encontrada en la playa cuyo salvador la llama sirena. Aquí la gente habla mucho…
‒ Hm, no me dices nada nuevo.
‒ Entonces, ¿cómo está ella? Según la autoridad, está completamente perdida, pero es muy bella.
Regina reviró los ojos
‒ ¿No paras nunca?
‒ Nunca. Es poco frecuente que aparezcan desconocidos por aquí. Así que, ¿cómo es?
‒ Normal. Rubia, ojos verdes. Parece amnésica.
‒ Rubia, eh…Interesante.
‒ Para. Ni siquiera sabemos quién es. Podría ser una criminal a la fuga.
‒ Vale y ¿a dónde vas para abandonar así a tu hijo?
‒ …
‒ ¿Gina?
‒ Al hospital
‒ Ohhh, ya veo…Vas a hacerle una visita a esa peligrosa criminal, eh…
‒ Calla, lo hago por Henry.
‒ Ok, ok‒ soltó Ruby alzando las manos al aire ‒ Haz lo que quieras. Yo predigo que aún no hemos acabado con esa mujer.
‒ ¿Qué dices?
‒ ¿Crees en el destino? Pues yo creo que ella no ha parado aquí por casualidad. En Blue Cove, en la playa…Y tu hijo es quien la encuentra…
‒ Menuda tontería. Podría haber aparecido en cualquier otra parte
‒ Pero apareció delante de tu casa
‒ Bueno, stop. Me voy, regresaré dentro de una hora más o menos.
‒ No te preocupes. Yo me ocupo de mi ahijado.
‒ Prohibido salir
‒ Sí, mamá…‒ canturreó la morena de mechas
Entonces, Regina dejó su casa para dirigirse al hospital. Allí, se encontró con el ambiente que había abandonado tres años antes: la animación de urgencias, el olor característico de los pasillos desinfectados.
‒ ¿Regina? ¿Qué haces aquí?‒ preguntó un médico que pasaba por su lado ‒ Hace un siglo que no te veíamos
‒ Sí, yo…Vengo a que me den noticias de la joven desconocida que fue encontrada hoy en la playa.
‒ Ah, sí, Greg se ha encargado de ella. Lo llamo
‒ Gracias
‒ Ha sido un placer volverte a ver por aquí
‒ Sí…
No esperó sino pocos minutos para ver a Greg, todo sonrisas.
‒ Ah, precisamente iba a llamarte
‒ ¿Algún problema?
‒ No, no, al contrario. Quería darte noticias de nuestra bella náufraga.
‒ Entonces, ¿cómo está?
‒ Bueno, si solo tenemos en cuenta el lado físico, está bastante bien, teniendo en cuenta lo que ha vivido. Sus pulmones han sufrido un poco, pero nada grave. Parece tener buena salud.
‒ ¿Entonces físicamente todo va bien?
‒ Vamos a realizar algunos exámenes más, sobre todo para saber más sobre ella. Es incapaz de decirnos nada más.
‒ ¿Amnesia?
‒ Parcial, sí. No tiene recuerdos inmediatos ni recientes, así que es incapaz de relatar lo que ha pasado en el mar. Pero tampoco quién es, su edad, dónde vive. A veces un olor, una palabra o una situación puede desbloquear la memoria y todo puede volver en algunos minutos…Pero también puede llevar días, incluso meses…O más.
‒ Oh, ya veo…
‒ La mantendremos esta noche, después…
‒ ¿Después?
‒ No tendremos ninguna razón para mantenerla. La dirigiremos a las autoridades que se ocuparán de ella. Si ha desaparecido, un aviso de búsqueda se lanzará, acabarán por saber quién es. Forzosamente habrá alguien que la esté buscando.
‒ Sí, evidentemente
‒ ¿Venías a buscar noticias?
‒ Henry ha insistido. Siente una verdadera fascinación hacia ella.
‒ Ja, ja, una sirena siempre tiene ese efecto, sobre todo aquí, en Blue Cove ‒ sonrió él
‒ Eso parece. Bueno, ya veo que está en buenas manos
‒ Puedo darte más noticias mañana si lo deseas. Quizás sepamos algo más.
‒ Pasaré cuando lleve a Henry a clase
‒ Muy bien.
Cuando estaba saliendo del edificio, se detuvo en seco, sacó de su bolsillo la cadena.
‒ Vaya…
Cuando iba a dar media vuelta, suspiró: mañana la entregaría.
Ya era de noche y Henry no había dejado de hablar, ni una vez, de su misteriosa sirena con su madrina.
‒ ¿Y sabes? ¡Las sirenas comen también algas! Me pregunto a qué sabrá eso…
‒ Oh, pero si mi querido hijo prefiere algas, yo puedo perfectamente cambiarlas por este asado…
‒ ¡No, no! ¡Yo no soy una sirena!‒ refunfuñó ante las risas de su madre y de Ruby.
‒ Entonces, come, y deja de hablar de ella un poco. Se encuentra bien.
‒ Ok, ok…
Más tarde, cuando ya dormía, Regina y Ruby compartieron una última copa en la arena de la playa.
‒ Pareces distraída…
‒ ¿Hm?
‒ Piensas en ella, ¿eh? De tal palo, tal astilla.
‒ Solo me pregunto… qué habrá pasado…Si su barco ha sufrido un naufragio, ¿es la única sobreviviente? Está amnésica…Quizás sea mejor para ella no acordarse.
‒ Regina…
Ruby posó su mano en la de su amiga. A pesar de los años, el dolor aún estaba presente y el duelo aún era difícil de superar.
‒ ¿Qué va a pasar con ella? Quiero decir…Si no se acuerda de nada…
‒ Las autoridades la llevarán seguramente a un hogar de acogida…Los médicos piensan que cualquier cosa puede provocar la vuelta de su memoria.
‒ Tu hijo se ha apegado mucho a ella…
‒ Lo sé
‒ Él, que adora los cosas fantásticas, está bien servido‒ rió Ruby
‒ Sobre todo creo que necesita apegarse a cualquier cosa en lo que cree y que estima. Tiene una manera particular de sobrellevar las cosas…
‒ Era pequeño, y hace tres años ya. ¿De verdad crees que no ha pasado página?
‒ …
‒ No porque tú…
‒ Lo sé, lo sé‒ replicó de repente Regina antes de levantarse ‒ Es tarde, deberías regresar a casa
‒ Sí, voy a hacer eso‒ sonrió tristemente Ruby antes de levantarse a su vez y dejar la casa. Pero antes de llegar a subir al coche
‒ ¡Ruby!
Regina corrió hacia ella y la tomó en sus brazos
‒ Lo siento…Sé que cuando sale ese tema soy un caso, pero…
‒ No pasa nada. Estoy acostumbrada.
‒ No es una razón.
‒ Hey, todo va bien‒ la tranquilizó Ruby ‒ Mañana me darás noticias de tu bella sirena
‒ ¿Mañana? No tengo la intención de…
‒ Oh, claro que sí, claro que sí…
Le dejó un beso en la frente y le dio un golpecito en el hombro antes de coger el coche y desaparecer entre dos curvas. Regina esperó a no verla ya antes de entrar en la casa. Fue a su habitación y, tras haberse desvestido, se deslizó en la cama. Mañana sería otro día, pero, y lo sabía, para su hijo, la aventura no había hecho sino comenzar.
‒ ¡Henry! ¡Henry, te lo ruego, date prisa, vas a llegar tarde!
‒ Sí, sí. No encuentro mis calcetines.
‒ Si tu habitación no pareciera el triángulo de las Bermudas, encontrarías tus calcetines.
‒ ¡Yaaaaaaa…..!
El pequeño bajó en tromba, los cabellos revueltos.
‒ Dios mío, Henry, pareces un salvaje. Ven aquí
Henry, mientras seguía masticando un pancake, se acercó a su madre, y esta iba peinándolo como podía antes de echar una ojeada a su reloj.
‒ ¡No puede ser! ¡Venga, vámonos!
Henry se tragó el jugo de naranja de un sorbo antes de que su madre lo arrastrara hacia el coche. Cuando se detuvo delante del cole, Henry salió del coche, pero antes se giró una última vez hacia la madre.
‒ Mamá, ¿vas a ir a ver a la sirena?
‒ Henry, ya te he dicho que…‒ pero ante la mirada entre inquieta y admirada de su hijo, suspiró ‒ Me enteraré de cómo está, prometido.
Henry sonrió de oreja a oreja.
‒ ¡Gracias, mamá!‒ Y echó a correr hacia la entrada.
Una vez que se aseguró de que estaba dentro, Regina se permitió finalmente arrancar y dirigirse al centro de la ciudad, y aparcó detrás de Granny's, el pequeño restaurante que acogía a buena parte de la ciudad.
‒ ¡Ahhh, Regina!
‒ Lo siento, Granny, esta mañana Henry estaba más lento de lo normal…
‒ Oh, imagino que ha dormido poco. Conociéndolo, estuvo pensando en su sirena‒ bromeó la anciana.
Regina rió.
‒ Eso es quedarse corto. No tiene nada más en la cabeza.
‒ Tiene ocho años, es todo un suceso para él.
Regina cogió un delantal y se puso tras el mostrador, tras darle un pequeño abrazo a la anciana que lucía un moño grisáceo, del que se escapaban algunos mechones que se entremezclaban con la harina de su pan recién horneado. Granny era un monumento en Blue Cove. La leyenda dice que estaba ahí antes de que la ciudad fuera una ciudad, antes incluso de que se llamara Blue Cove. Era una eminencia en la región y por eso formaba parte del consejo de la ciudad. La gente la escuchaba, le tenían confianza, y gracias a que quería con toda su alma su pequeño restaurante nunca había sentido ganas de tomar las riendas de la ciudad.
Conocía a Regina desde que era un bebé. Amiga de la familia, la había visto crecer, madurar y convertirse en una hermosa joven. Cuando se casó, Granny fue quien la acompañó al altar, ya que sus padres habían fallecido desde hacía tiempo. Fue ella quien le dio sus primeros consejos sobre la maternidad. Ella fue quien secó sus lágrimas y quien la ayudó con Henry.
Cuando ella dejó su trabajo y se encerró en la soledad, Granny le propuso un puesto de cocinera en el restaurante, que aceptó. Desde entonces, Granny ha visto cómo Regina ha vuelto a abrirse a la vida y a sonreír.
‒ Entonces, ¿tenemos más información sobre esa misteriosa mujer?‒ preguntó Granny
‒ Ninguna. Los médicos dicen que sufre de amnesia parcial. Parece, sin embargo, en buena salud.
‒ Pero es una desgracia de todas maneras. Si su barco ha naufragado…
‒ Ninguna idea. Pero al parecer, por los alrededores, no ha habido ninguna alerta de tempestad‒ respondió Regina
‒ ¿Sabes algo más?
‒ No, no más de lo que me enteré ayer. Pero al parecer, debería salir hoy y las autoridades se encargarán de ella.
‒ Una hermosa chica como ella, debería haber avisos de búsqueda.
Regina arqueó una ceja y se puso una mano en la cadera.
‒ ¿Cómo sabes que es bonita?
‒ Hm, es lo que cuentan.
‒ Dios mío, la pobre. Parece que toda la ciudad está al corriente mientras que ella no tiene idea de quién es. No me gustaría estar en su lugar‒ replicó Regina
‒ Las autoridades se ocuparán de ella‒ afirmó Granny
‒ Sí, probablemente.
Terminaron de hablar. Regina se metió en su cocina, y Granny comenzó a recibir las primeras comandas de la mañana. Y el día pasó, como tantos otros. Regina cogió su descanso al mediodía y se dirigió al puerto. Allí almorzó sentada frente a los barcos, cuyos caparazones chocando entre sí producían una dulce música.
Había cogido la costumbre de almorzar sola, prefiriendo la soledad y el silencio a la agitación de Granny's. Amaba Blue Cove, en lo más profundo de su ser. No imaginaba vivir en otro sitio, ni ella ni su hijo. Y en esa soledad en la que se deleitaba ese mediodía, sus pensamientos se desviaron hacia la desconocida de la playa. Henry estaba empeñado en tener noticias. Podría llamar a Greg, pero la curiosidad era más fuerte, tenía la intención de acercarse al hospital para tener noticias, y serían las últimas, de esa joven.
Dicho y hecho, tras su trabajo, Regina marchó en dirección al hospital.
‒ Buenos días, me gustaría ver al doctor Maze.
‒ Entendido.
Regina esperó en la entrada, aún se ponía nerviosa por encontrarse de nuevo en esa atmósfera que conocía demasiado bien. Se sentó pacientemente en la sala de espera hasta que vio aparecer un rostro conocido acercándose a ella.
‒ Regina, aquí otra vez.
‒ Greg.
‒ Imagino que has venido a tener noticias de la sirena de Blue Cove.
‒ Oh, no, tú también no‒ resopló Regina
‒ Lo encuentro bastante novelesco. Y trae algo de vidilla a Blue Cove.
‒ Ni me hables‒ suspiró la bella morena ‒ Entonces…¿Cómo se encuentra?
‒ Evidentemente no puedo hablar con precisión del caso, secreto médico, pero de manera general, tiene buena salud.
‒ ¿Ha salido?
‒ La policía se pasó esta mañana para tomarle declaración. Si he entendido bien, la ha direccionado a un centro de acogida.
‒ Eso está bien‒ sonrió, tranquilizada, Regina
‒ Sí. Pero aún así es triste. No tiene idea de lo que hacía en el mar: ya fuera un avión que hubiera amerizado o un barco hundido… Mientras, desde ayer, las autoridades no han tenido noticia de ningún naufragio ni de ningún barco desaparecido.
‒ Los días sucesivos serán decisivos.
‒ Exacto. Ahora, está en manos de las autoridades, todo irá bien para ella.
‒ Perfecto, Henry se pondrá contento al saberlo.
Y tras algunos intercambios amistosos, Regina salió del hospital, aliviada, pero, sin embargo, con una punzada de decepción en su interior. Y mientras cogía una gran bocanada de aire, como siempre que salía de ese sitio, recorrió con su mirada el lugar y se topó, para su gran sorpresa, con la náufraga, sentada en un banco, con la cabeza alzada, parecía que estaba tomando el sol.
Ella se acercó
‒ Perdóneme…
La rubia se sobresaltó ligeramente antes de mirarla. Regina se sorprendió al ver la diferencia con el día en que la había encontrado en la playa, empapada y en shock. Ahora, sus largos cabellos rubios rodeaban un rostro pálido y de grandes ojos verde esmeralda. Era delgada, pero aún así parecía musculosa. Parecía estar totalmente perdida.
‒ ¿Puedo?
La bella rubia asintió ligeramente y Regina se sentó a su lado.
‒ Parece en mejor forma que ayer‒ sonrió Regina. Pero ante la expresión dubitativa de la joven, completo ‒ Yo soy la que la encontró, en la playa. Bueno, mi hijo
‒ Oh, sí…Lo siento, yo…Estoy un poco perdida.
‒ Es comprensible.
‒ No sé dónde estoy, quién soy…No sé qué hacer…
Regina vio que la joven sostenía entre sus dedos una tarjeta.
‒ ¿Qué es eso?
‒ Los…Los policías me han dado esta tarjeta…Tengo que contactar con este sitio…Pueden ayudarme, al parecer.
‒ Hm, ya veo. Sí, probablemente podrán.
‒ Sí…
‒ Blue Cove
‒ ¿Perdón?
‒ Preguntó dónde estaba. Se encuentra en Blue Cove. En la costa oeste, a 50 kilómetros de Portland.
‒ Costa oeste…Ni siquiera sé si soy oriunda de esta zona…
‒ En cuanto a su nombre…Creo que se llama Emma.
‒ ¿Emma?
‒ ¿Le dice algo?
La rubia miró hacia el vacío.
‒ Puede ser…No lo sé. ¿Cómo lo sabe?
Regina sacó de su bolsillo la gargantilla y se la dio.
‒ La encontré en la arena, cerca de donde la hallamos. Imagino que le pertenece.
‒ Sí, yo…‒ la cogió entre sus dedos y la miró: una medalla de plata en cuyo reverso había grabado un "Emma" mientras que al otro lado, había un cisne.
‒ ¿Le dice algo?
‒ No, no por el momento…
‒ Probablemente le venga más tarde.
‒ …
Regina tomó aire
‒ Bueno…La dejo…
‒ Sí…Gracias por su ayuda…Yo….No recuerdo su nombre
‒ Regina‒ sonrió la bella morena.
‒ Regina…Gracias.
Y por primera vez desde que la había encontrado, Regina distinguió una débil sonrisa en el rostro de la bella desconocida. Se despidieron educadamente y Regina se alejó, no sin echar una última mirada hacia la rubia que se quedó sentada en el banco. Una vez en su coche, Regina dudó un instante antes de meter la llave en el contacto, entonces suspiró y volvió a salir del coche. Volvió sobre sus pasos, y vio a la rubia que no se había movido ni un milímetro del sitio.
‒ ¿Qué…?
‒ Venga conmigo
‒ ¿Perdón?
‒ Si no tiene a donde ir.
La rubia alzó la tarjeta.
‒ Tengo este sitio
‒ Ellos no harán nada más. Yo, al menos, la invito a cenar esta noche. Insisto.
‒ No me conoce. Quizás sea una psicópata asesina en busca y captura.
Regina alzó una ceja.
‒ Exacto. Al igual que yo puedo ser una sociópata que solo espera el momento para secuestrar a una desconocida a la que nadie reclama.
‒ Touché‒ sonrió la rubia
‒ Hay un hostal donde puede quedarse esta noche.
‒ Gracias, es muy amable
‒ Venga, vamos. Conozco a uno que alucinará al verla
‒ ¿Quién?
‒ Mi hijo Henry
‒ Oh, ¿no es él el que me encontró?
‒ Exacto
‒ Piensa que soy una sirena‒ rió la joven
‒ Sí, lo siento, es un poco…
‒ No, no pasa nada. Es divertido.
‒ Entonces, ¿se viene?
La bella rubia se quedó pensando unos segundos antes de levantarse y de seguir a Regina hasta su coche. Se asombró ante la hermosa berlina, pero no soltó prenda. Subió y disfrutó del paisaje que ofrecía Blue Cove a través de la ventanilla del copiloto: pequeñas casas de fachadas coloridas y floreadas. Pequeños jardines bien cuidados, calles y aceras limpias y bien iluminadas por la noche. Una playa y un puerto bordeaban la ciudad en forma de U. Sí, Blue Cove parecía un pequeño paraíso en la tierra.
Regina condujo hasta salir algo de la ciudad y llegar al extremo norte de la "U". Aparcó delante de la mansión y la bella rubia se quedó admirando la estética: fachada blanca, inmaculada, techo azul cielo y jardineras con flores adornando las ventanas. Aunque estaba al borde del mar, había que rodear la casa para encontrar una terraza cubierta, que daba a la playa.
‒ Esto es magnífico
‒ Es verdad, no tuvo la ocasión de verla. Entre.
Regina la invitó y Emma descubrió un interior en el que apenas se había fijado la noche anterior: al igual que la fachada exterior, el interior era blanco y crema, y el techo con listones de madera.
‒ Es relajante…
‒ Sí. Menos cuando Henry deja sus juguetes tirados por ahí
‒ ¿Qué edad tiene su hijo?
‒ Ocho años
‒ Está grande para su edad
‒ Pero aún tiene sueños de niño pequeño: le encantaría cabalgar sobre su fiera montura para ir a combatir contra un feroz dragón y defender su reino
‒ ¿Le gustan los cuentos de hadas?
‒ Un poco, sí‒ sonrió Regina ‒ Piensa que usted es una sirena, con eso se lo digo todo
‒ Tengo suerte. Podría haberme considerado una arpía o una gorgona…
‒ También usted parece conocer la materia
Emma se calló y pensó
‒ Sí, eso parece
‒ Lo siento
‒ No, no, nada malo…Ciertamente voy a ir descubriendo cosas sobre mí…No sé cuál es mi color favorito, mi plato preferido, ni si prefiero lo dulce o lo salado. Si sé nadar o no…
‒ Sobre ese tema, podemos estar de acuerdo en que no se las ha apañado mal‒ sonrió Regina
‒ Y me llamó Emma…Bueno, creo.
‒ Hasta que se pruebe lo contrario, la llamaremos así
‒ Me gusta‒ dijo mientras se ponía al cuello el collar. Entonces lanzó una ojeada hacia las cristaleras ‒ ¿Puedo?
‒ Por supuesto
Emma salió y se quedó parada en la terraza, mirando fijamente hacia el horizonte antes de posar la mirada en la playa y más en particular en el sitio donde fue hallada el día anterior.
De forma mecánica, echó a andar hacia allí, seguida de cerca por Regina. Podría ser, como habían sugerido los médicos, que un sitio o un suceso reavivara su memoria. Emma se acercó y pasó su mirada por los pedazos sobre la arena. Se arrodilló y hundió su mano en la arena caliente. Se estremeció y suspiró cerrando brevemente los ojos.
‒ ¿Emma? ¿Todo bien?
La bella rubia abrió de nuevo los ojos y se levantó. Hundió sus manos en los dos bolsillos traseros y sonrió con tristeza a Regina.
‒ Nada…No me acuerdo de nada.
‒ Volverá, hay que ser paciente.
‒ …
﹘ Lo sé: es más fácil decirlo que hacerlo…Pero estoy segura de que todo regresará.
Emma no dijo nada, pero se quedó, con el rostro impasible, mirando fijamente la arena. Regina, entonces, sintió un malestar, como si no debiera estar ahí, como si ya no fuera su sitio. Carraspeó suavemente, y retrocedió un paso.
‒ Voy a preparar un café, ya vuelvo…
‒ Sí…Gracias…
Entonces se alejó y Emma se quedó allí, unos diez minutos, observando la superficie azulada del agua, tranquila, como un plato. Intentó recordar los sucesos del día anterior: ¿cómo fue a parar desmayada a esa playa? ¿Había nadado? ¿Se había aferrado a algunos de esos restos y había rezado al cielo para que le diera fuerzas para sujetarse y aguantar? ¿Estaba sola? ¿Tenía familia, amigos en ese barco? ¿Estaban ellos bien?
Se estremeció ante la idea de imaginarse que estaba casada y era madre de familia, y que podría haberlo perdido todo. Reprimió un sollozo antes de recuperarse, levantarse, y sacudirse la arena de las manos en la parte de atrás de los vaqueros. Miró una última vez hacia el horizonte antes de volver a la casa y encontrarse allí a Regina preparando una bandeja bien surtida de pasteles.
‒ Venga a sentarse
‒ Gracias
‒ Tenga, sírvase
‒ ¿Por qué hace esto?
La pregunta llegó abruptamente, sorprendiendo a Regina
‒ ¿Perdón?
‒ ¿Siente piedad? Aparecí al lado de su casa, así que se siente obligada a ocuparse de mí
‒ No le tengo piedad‒ respondió Regina ‒ Y no me estoy obligando a nada. Solo intento ser cortés y altruista, pero si eso le molesta, no la retengo. Después de todo, tiene la dirección del centro de acogida.
‒ …
Regina reviró los ojos y se disponía a marcharse cuando Emma le agarró la mano y la estrechó entre las suyas.
‒ ¡No, espere!‒ Regina se paró, y la miró fijamente ‒ Yo…Lo siento…Es solo que…Estoy totalmente perdida…No tengo ninguna referencia, ningún asidero…
Regina, entonces, se suavizó.
‒ Comprendo. Lo siento, suelo olvidar la naturaleza de nuestro encuentro.
‒ Es una muerda. No saber nada de uno mismo‒ Cuando Emma se dio cuenta de que seguía sosteniendo la mano de Regina, la soltó ‒ Perdón
‒ No, no, no pasa nada. ¿Un café?
‒ Gracias
Regina se sentó frente a ella y le sonrió educadamente. Emma vaciló antes de llevarse la taza a sus labios. Bebió un sorbo y entonces hizo una mueca.
‒ Hm…¿Demasiado fuerte?
‒ No, no, creo que…No me gusta el café
‒ Oh…Creo que recordar que ayer le gustó mi chocolate caliente
‒ … ‒ Emma se sonrojó ligeramente, lo que hizo sonreír a Regina
‒ Le voy a traer uno
‒ No se moleste tanto
‒ Insisto
Regina desapareció algunos instantes, y volvió minutos después
‒ No me cuesta nada, mi hijo bebe de esto como si fuera una droga dulce‒ bromeó la morena
‒ ¿Solo tiene un hijo?
‒ Oh, sí, y ya es suficiente‒ sonrió ella
‒ ¿Está casada?
Regina se quedó estática y tragó saliva.
‒ Sí, bueno…Ya no.
‒ Oh, ¿divorciada?
‒ Viuda.
‒ Oh, lo siento
‒ No tiene por qué‒ sonrió tristemente la joven ‒ Ya hace algunos años…Henry era pequeño.
Emma miró sus propias manos.
‒ No tengo alianza…No tengo pinta de estar casada, ni prometida…
‒ Quizás. O a lo mejor ha perdido su anillo, como había perdido el collar.
‒ Y yo que pensaba que, al menos, tendría un indicio sobre mi vida.
Regina se acercó y tendió su mano hacia Emma
‒ ¿Me permite?‒ Emma asintió y le dio su mano. Reina la observó minuciosamente ‒ No tiene marca de ningún anillo.
‒ Ha podido desaparecer con el agua, ¿no?
‒ Quizás. O a lo mejor, si tenía alguno en el dedo, no hacía mucho.
‒ ¿Y si he naufragado estando de luna de miel? ¿Podría ser?
‒ ¿Francamente? Todo es posible. Y no sabría qué aconsejarle, a no ser que no le dé tantas vueltas. Imagínese que piensa en cosas, y al final es todo lo contrario…
‒ Por un lado, sé que usted tiene razón, pero por otro, es tan difícil no imaginarse una vida…distinta. Sé que la caída podría ser dura…‒ se llevó las manos a la cabeza, y suspiró ‒ Estoy perdida…
Regina se sentía impotente y no pudo hacer nada para aliviar a la bella desconocida. Le hubiera gustado resolver sus problemas, pero ¿qué hacer? Suspiró.
‒ Voy a buscar a mi hijo al colegio.
Emma se levantó.
‒ Ok, ningún problema, es muy amable de su par…
‒ ¿Qué está haciendo?
‒ Bah…Me marcho‒ dijo ella moviendo la tarjeta del centro de acogida.
‒ No
‒ ¿No?
‒ Quédese aquí‒ ordenó ella, amablemente ‒ Solo me llevará unos diez minutos
‒ Euh…Ok
Regina sonrió antes de coger su bolso y su chaqueta y salir. Emma se quedó ahí, sola. ¿toda la gente de ese sitio era así? Esa mujer la había acogido en su casa, y la había dejado allí, sola. Definitivamente no tenía miedo de que la robara o de cualquier otra cosa…
Evidentemente esa no era su intención, y antes de ponerse a pensar y rumiar, dio una vuelta por el salón: cada cosa tenía su sitio, nada estaba fuera de lugar. Y si no lo supiera ya, se podría pensar que no tenía hijos. Dejó vagar su mirada hacia una cómoda de madera blanca donde se podía ver un ramo de flores secas, el primer par de zapatos de Henry y dos fotos. La primera mostraba un día de boda: Regina lucía un magnífico vestido blanco y algunas flores en los cabellos. Enarbolaba una sonrisa resplandeciente, estaba magnífica. Tenía algunos años menos, pero su belleza estaba intacta. Y la joven que estaba a su lado no tenía nada que envidiarle en cuanto a belleza: cabellos castaño claro, grandes ojos azules, y dos hoyuelos que reconocía en Henry. Regina no había mencionado su orientación sexual y Emma no veía ningún problema. Al contrario, parecía fascinada con esa pareja que parecía tan perfecta. ¿Se sentiría ella también atraída por mujeres? No lo sabía. Regina no era una mujer para despreciar, lejos de eso, pero ni siquiera sabía si actualmente ella misma tendría pareja, y si fuera así, quién sería.
Se giró hacia la segunda foto y vio a quien sería la difunta mujer de Regina, sosteniendo en brazos a un Henry de pocos meses. El retrato era conmovedor e incluso a Emma, que no conocía al muchacho sino de un día, se le encogió el corazón al imaginárselo privado de uno de sus progenitores.
Se dirigió a la cocina y sonrió al ver su taza de café. Había sido bastante maleducada, pero ese brebaje definitivamente no era de su gusto. ¿Y si recobraba sus recuerdos de la misma manera? ¿Y si se veía sorprendida por flashes, sensaciones fulgurantes…?
Se sentó en una silla y contempló la playa por la ventana, entonces tuvo una idea y quiso ponerla en práctica al momento.
‒ Mamá, ¿por qué vamos a hacer la compra?‒ se asombró el muchacho que estaba acostumbrado a volver a casa directamente después del cole. Su madre prefería hacer la compra mientras él estaba en clase y así le evitaba a este el gentío. Regina era un poco agorafóbica y no le gustaba mucho salir.
‒ Tenemos una invitada esta noche
‒ ¡Oh! ¿Quién es? ¿Quién es?
‒ Ya verás‒ aparcó y se giró hacia su hijo ‒ Henry. Entramos y salimos. No vamos a quedarnos mucho rato.
‒ De acuerdo.
Dicho eso, Regina agarró a Henry por la mano y, a una rapidez tremenda, la morena hizo sus compras, cogiendo lo estrictamente necesario, sonriendo brevemente a los que la saludaban educadamente.
Al llegar a la caja, se sintió aliviada…Hasta escuchar un "¡Regina!" Se giró y se encontró con Ruby, toda sonriente.
‒ ¿Qué haces aquí? Hey, ¡pero si es mi pequeño príncipe!
‒ ¡Hola, Rub's!‒ dijo el pequeño
‒ ¿Qué hace Regina Mills aquí a esta hora?
‒ ¿Ya has acabado? Ni que fuera un suceso.
‒ Siempre vienes a la hora en que abren…Así que, ¿qué cosa rica has comprado y cuál es la razón para que te saltes tu sempiterna regla?
‒ Nada.
‒ ¿Ah, no? ¿De verdad?‒ preguntó Ruby lanzando una mirada curiosa a su carrito ‒ Hm, pechuga de pollo, salsa de tomate, placas de…Oh, pero…¿Vas a hacer tu famosa lasaña de pollo?
‒ Calla, eres terrible
‒ ¿A quién has invitado?
‒ …
‒ Oh, Dios mío…¿Tienes una cita?
‒ ¡Pero te vas a callar de una vez, por Dios! ‒ se agitó Regina ‒ Podrían escucharte
‒ ¿Y? ¿Es verdad o no?
‒ ¡En absoluto!
‒ Mamá, ¿qué es una cita?
Regina fusiló a Ruby con la mirada.
‒ Henry, ve poniendo las cosas en la cinta, ¿quieres?
El pequeño obedeció amablemente, sin más preguntas, mientras que Ruby reía y Regina la maldecía interiormente.
‒ Eres insoportable…
Ruby entonces se inclinó y le susurró discretamente
‒ Entonces, ¿me vas a decir quién va a ir a tu casa?
‒ ¿Y por qué crees que alguien viene esta noche?
‒ Por varios motivos: primero, vienes acá a esta hora…Es totalmente inhabitual en ti. Después, sacas tu mejor plato, y Dios sabe que eres la mejor cocinera que conozco. Y por último…Te irritas.
‒ Eso no es una señal. Tú me irritas a menudo, y mucho más de un tiempo a esta parte‒ rió Regina
Las dos mujeres pasaron entonces por la caja y salieron.
‒ Entonces, ¿no me vas a decir nada?
‒ Porque no hay nada que decir. Hasta mañana, Ruby
‒ Ok, vale…‒ dijo mientras se alejaba
‒ ¡Hasta mañana, tía Rub's! ¡Hey, esta noche tenemos una invitada!
Regina se golpeó la frente con la mano, mientras que Ruby volvió sobre sus pasos.
‒ ¿Ah, sí? ¿Una invitada? Hm…
‒ Stop. ¡Henry, sube!
Regina metió la compra en el maletero bajo la mirada divertida de Ruby.
‒ Ya me contarás, eh…
Regina vuelve a lanzarle una oscura mirada antes de subir al coche sin decir una palabra. Ruby se quedó mirando cómo se alejaba el coche, con una chispa de diversión apenas disimulada. Quería profundamente a Regina, como si fuera su hermana. La había apoyado, incluso en los momentos más oscuros. Pero desde hacía ya tres años, esperaba que su amiga pasara página y dejara atrás su tristeza y soledad.
En el camino de vuelta, Regina fue, evidentemente, avasallada de preguntas por parte de su hijo, pero las esquivó todas afirmándole que, si continuaba, no vería nada de la velada a no ser su habitación y la comida en una bandeja. Cuando llegaron, Regina cogió las bolsas de la compra, y apenas hubo abierto la puerta de la entrada, notó el olor a quemado.
‒ ¿Emma? ¿Está ahí?
‒ ¿Emma?‒ replicó su hijo, curioso.
Pero al no ver a nadie, recorrió rápidamente el sitio pasando por la cocina, y vio restos de lo que parecía comida carbonizada. Inquieta, Regina gritó un poco más fuerte "¿Emma?". Cuando vio abierta la puerta de cristal que daba a la playa, salió y se sintió aliviada al ver a la bella rubia sentada en el borde de la terraza.
‒ ¿Emma?‒ se sentó a su lado. Se sorprendió al ver a la joven con lágrimas en sus ojos ‒ ¿Qué ocurre?
‒ Lo siento
‒ ¿Por qué?
‒ Creo que no soy una muy buena cocinera
‒ Pero…
‒ Quise agradecerle su hospitalidad preparando algún plato, pero…
‒ Oh, ya veo…De ahí el olor a quemado…
‒ Le repondré lo echado a perder, prometido.
Regina sonrió
‒ No sea tonta. He hecho la compra.
Emma la miró y sonrió débilmente.
‒ Se está tomando muchas molestias por mí…
Y cuando iba a responder.
‒ ¡La sirena! ¡Mamá, ha vuelto!
‒ Sí, cariño, está aquí‒ Regina se levantó y se acercó a él ‒ Aún está cansada, así que sé bueno y pórtate bien, ¿de acuerdo?
‒ Prometido.
‒ Voy a hacer la comida
Dejó a Henry solo con Emma, pero cada cierto tiempo lanzaba una ojeada por la ventana. El pequeño se acercó y se sentó cerca de la bella rubia.
‒ Hey…
‒ Hey.
‒ ¿Te llamas Emma?
‒ Eso parece‒ dijo ella posando sus dedos en la medalla alrededor de su cuello ‒ Y tú Henry
‒ ¡Sí!‒ sonrió. Miró hacia el horizonte ‒ ¿Cómo has llegado aquí?
‒ Ninguna idea. No me acuerdo de nada.
‒ Sé que no eres una verdadera sirena, ¿sabes?...‒ susurró mientras dibuja sobre la arena con su pie
‒ ¿Ah, no?‒ sonrió Emma ‒ ¿Cómo lo sabes?
‒ Bah, pues porque no existen…
Ante la pena del muchacho, ella golpeó su hombro con el suyo, captando su atención.
‒ ¿Y si fuera verdad?
‒ No, en el cole me han dicho que no existen…¿Sabes? Como Papá Noel.
‒ Oh…
‒ Pero ya no creía demasiado en eso…Soy grande ya, ya no soy un bebé. Así que, sé que las sirenas no existen…
‒ ¿Sabes? Seré tu sirena, para ti solo, si quieres
Henry sonrió discretamente antes de volver a centrar, una vez más, su atención en el mar.
‒ ¿Estabas en un barco?
‒ Supongo.
‒ ¿Se ha hundido?
‒ Ni idea. Te lo he dicho: no me acuerdo de nada.
‒ Quizás lo encontremos. A veces, la marea devuelve objetos
‒ Parece que sabes de eso.
‒ Me gusta mucho el mar. Un día, tendré un gran barco y recorreré el mundo entero. Le traeré un recuerdo de cada país a mi madre.
Emma sonrió y lanzó una ojeada tras ella, hacia la ventana de la cocina.
‒ Tu madre es muy amable. ¿Acoge a menudo a desconocidos de esta manera?
‒ No, siempre está sola. Solo Ruby viene a menudo.
‒ ¿Ruby?
‒ Es mi madrina y la menor amiga de mi madre. Es divertida.
‒ Hm, me lo imagino.
‒ ¿Sabes? ¡Es un gran médico! Antes trabajaba en el hospital
‒ ¿Ya no?
‒ No…Cuando mi madre se marchó, mamá dejó el hospital, tenía demasiada pena.
‒ Oh…
‒ Ella se fue al cielo, ¿sabes? Bueno, es lo que la gente dice. Yo no sé muy bien que quiere decir eso, solo sé que ella ya no está. Pero yo era pequeño, así que no me acuerdo mucho.
‒ Lo siento.
‒ Pero mamá está aquí. Trabaja en Granny's ahora y tiene más tiempo para mí‒ sonrió ‒ Además, por las noches trae gofres y tortitas, está guay. Ya verás, ella cocina muy bien.
‒ ¡Ouh, me muero de ganas!
‒ ¿De qué se muere de ganas?‒ Emma se sobresaltó ligeramente y se giró para ver aparecer a Regina, toda sonriente, y ponerse cerca de su hijo ‒ ¿De qué hablamos?
‒ ¡De ti! ¡Tengo hambre!‒ exclamó el pequeño
‒ Ya casi está listo. Ve a lavarte las manos y pon la mesa, ¿quieres?
‒ ¡De acuerdo, mamá!
Emma arqueó una ceja al ver al muchachito entrar feliz en la casa.
‒ Aunque tengo pocos recuerdos, pocas veces he visto a un niño de ocho años tan feliz por poner la mesa.
‒ Solo me aprovecho de que está contento de que usted esté aquí‒ bromeó Regina ‒ Aunque tengo mucha suerte, es muy complaciente.
‒ Efectivamente parece muy despierto‒ Ella inhaló ‒ Me…Me ha hablado de…Su madre…
Regina entonces se tensó
‒ Sí, yo…
‒ Lo siento, no quería…
Entonces Regina se levantó abruptamente.
‒ La comida está lista‒ Entonces la morena desapareció y Emma se quedó allí, golpeándose la frente con la mano, maldiciendo interiormente por haber sido una completa imbécil.
Cuando ella se unió a los Mills, Henry ya estaba sentado a la mesa y Regina traía la bandeja, una sonrisa de fachada ocultando el malestar de hacía unos minutos. Emma se habría dado de bofetadas: estaba siendo acogida con amabilidad y cortesía, y ella se mostraba intrusiva hablando de una vida privada que no le concernía.
Evidentemente, nadie tocó el tema durante la cena. Henry habló de su día inundando a Emma de preguntas, para las que ella, claramente, no tenía respuesta.
‒ La comida ha estado absolutamente deliciosa. No he comido una lasaña tan exquisita. Bueno, imagino.
‒ Gracias
‒ ¡Es la especialidad de mamá!
‒ Un título ampliamente merecido. Bravo a la cocinera.
‒ Gracias‒ se giró hacia su hijo ‒ Henry, ya es tarde y mañana hay cole
‒ Ok, ok…‒ se levantó de la mesa y sonrió a Emma ‒ ¡Buenas noches!
‒ Buenas noches, Henry
‒ Sube, ya voy para el cuento‒ Henry asintió antes de subir los escalones de dos en dos, y Regina se levantó ‒ Ya vuelvo.
‒ Oh, euh…Ok.
‒ Me llevará unos diez minutos
Cuando Regina desapareció, Emma, no queriendo estar de brazos cruzados, decidió recoger la mesa, y después limpiarla. Cuando hubo acabado, Regina volvió a bajar.
‒ No estaba obligada a…
‒ Lo sé, pero ya que casi destrozo su horno, era lo menos que podía hacer‒ Regina sonrió, entonces Emma se acercó ‒ Escuche, lo siento por…Bueno, ya sabe…No debí, no era asunto mío
‒ No debí reaccionar así…
‒ Al contrario. No es de mi incumbencia. Henry me habló de ello, pero…
‒ A Henry le gusta hablar. Quiero decir que es su válvula de escape. Él…‒ ella desvió la mirada antes de tomar aire ‒ Sus recuerdos están confusos…Y así lo compensa
‒ …
‒ Usted no ha hecho nada malo, créame
Emma sonrió educadamente.
‒ Se hace tarde. Le agradezco su acogida.
‒ ¿A dónde piensa ir?
‒ A ese centro. Imagino que me ofrecerán una cama para esta noche.
‒ Sí, ciertamente
‒ Yo…¿Puede llamarme a un taxi?
Regina no respondió, vacilante. Jamás había hecho esto: acoger a una perfecta desconocida bajo su techo. Ofrecerle un cubierto, dejarla con su hijo. Pero no sabía por qué, pero esa situación la intrigaba y la apenaba al mismo tiempo. Cuando la miraba, no podía evitar sentir empatía por ella.
‒ Escuche…Conozco bien ese centro y…No la ayudarán
‒ ¿De verdad?
‒ Yo…Era médico. Cuando teníamos casos traumáticos como el suyo, los mandábamos allí. Ayudan de manera material: le darán dinero, la ayudarán a hacerse nuevos papeles temporales. Pero, técnicamente, no la ayudarán a recobrar la memoria.
Emma la miró y sonrió
‒ Lo sé. Bueno, lo imagino…Solo voy a disfrutar de una cama esta noche, mañana se verá
‒ Quédese aquí
‒ ¿Per…Perdón? Pero…
‒ Al menos esta noche. Como ha dicho: mañana se verá
‒ Pero…
‒ Por favor. No me sentiré tranquila dejándola sola. En fin, quiero decir, lejos de…No, bueno…
‒ Quiere mantenerme vigilada‒ dijo Emma sonriendo ‒ Lo he pillado
‒ No, no quiero ser intrusiva, y no quiero que piense que soy una hostigadora.
‒ No, al contrario, es tranquilizador saber que alguien cuida de mí.
‒ Mi lado maternal, sin duda. Pero insisto, al menos por esta noche. Mañana tendrá muchas cosas que gestionar y quizás respuestas. Tenemos una pequeña invitación de invitados. Tiene la comodidad justa, pero…
‒ Gracias. Se lo agradezco. También me bastaría con el sofá.
‒ Ni hablar. Una invitada no va a dormir en el sofá. Venga.
Emma siguió a Regina hasta la primera planta, al final del pasillo.
‒ Aquí. Espere, ya vuelvo‒ Emma entró en la pequeña habitación en la que había una cama individual, una mesa de noche y una cómoda. Las paredes estaban cubiertas de grandes estantes llenos de libros. Regina volvió segundos después ‒ Tenga. Espero que esto sea suficiente‒ le tendió una camiseta y unos shorts.
‒ Es perfecto. Gracias.
‒ Mañana iremos de compras para que se haga con un guardarropa.
‒ Gracias‒ sonrió Emma ‒ Entonces…buenas noches
‒ Buenas noches, Emma
La bella morena se dio la vuelta, y bajo la mirada de Emma, se dirigió a su habitación. Regina se giró brevemente antes de entrar en su cuarto, y vio que Emma la miraba, con una ligera sonrisa en los labios. Cuando la rubia se dio cuenta que había sido pillada in fraganti, desvió la mirada y cerró la puerta rápidamente. Divertida, Regina sonrió antes de entrar en la suya.
Cuando Emma se desvistió y se puso la ropa prestada por Regina, notó un dulce aroma floral, que también encontró en las sábanas. Sonrió al cerrar los ojos: no sabía nada, no se acordaba de nada, pero de lo único que estaba segura era de que esa noche estaba a salvo y serena. Regina tenía razón: mañana sería otro día.
