Tentaciones

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Episodio 3: ¿A quién amar?

Le fue imposible volver a hablar con ella. Kira pasaba todo su tiempo en los estudios de televisión y recorriendo Japón en entrevistas y exposiciones. Había llamado en varias ocasiones por teléfono a su departamento, a sus oficinas pero no había podido comunicarse. Por fin después de un mes de sueños apasionados, de repentinos momentos en que creía ver a Kira en Michiru, de llamarla por las noches, de ansiarla en sus brazos, simplemente se olvidó de la pasión que había despertado en ella.

Sin embargo su relación con Michiru no iba bien, por todo discutían y cada vez se mostraba mas indiferente con Michiru. No era justo para la violinista. Mientras meditaba el último mes observó su alrededor con desinterés. Su brazo rodeaba a Michiru por los hombros mientras ésta estaba concentrada en dibujar un niño que jugueteaba con la fuente. La observó tratando de entender lo que había despertado en ella aquella chica rusa.

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- ¿Iuju? ¿Haruka?

- ¿Qué…? Dime…

- Estás en otra parte.

- No, ¿cómo crees? Estaba pensando en lo preciosa que te ves en ese vestido azul.

- ¡Oh vamos! No nací ayer, Haruka. Vámonos ¿quieres?

Aquella noche asistirían a la fiesta de cumpleaños del embajador de Noruega, quien cordialmente las había invitado. Michiru vestía un hermoso vestido azul que hacía juego con sus ojos. Haruka, por otra parte, llevaba un tuxedo blanco. Bajaron por el elevador y llegaron al automóvil.

- ¡Oh no!

- ¿Qué pasa, Michiru?

- Olvidé mi bolso… tendré que ir por él al departamento.

- Yo voy, aguarda aquí. - le sonrió Haruka.

Trató de darse prisa pues no querían llegar tarde a la fiesta. Una enorme sonrisa se dibujaba en sus labios mientras esperaba que el elevador llegara al piso de su departamento. Introdujo la llave en la cerradura y después entró al lugar. Haruka tomó el bolso de Michiru y se dirigía a la salida cuando el teléfono comenzó a sonar.

- ¿Diga?

- Haruka necesito verte… ¿podrías venir a mi departamento? Es mi última noche en Japón.

- Kira…

- Por favor, Haruka…

- Ahí estaré…

Su respuesta fue mecánica, un eco de sus propios deseos. Aún tenía el pañuelo de aquella noche. Lo tomó y lo guardó en su bolsillo. Corrió escaleras abajo donde Michiru le esperaba. De alguna manera se las arreglaría para ver a Kira, la tenía que ver, deseaba verla con todas sus ganas. Su corazón comenzó a palpitar con violencia, Haruka temió por un momento que se fuera a salir de su pecho. Una cálida sensación recorrió su cuerpo mientras bajaba y pensaba en esa hermosa mujer. Su mente comenzó a maquinar caricias y besos que repartiría por todo el cuerpo de esa joven, porque eso deseaba desde hacía mucho. Tenía semanas cumpliendo esos deseos en el cuerpo de Michiru, pero no era a la violinista a quien pertenecían esas caricias, y ahora, se le presentaba la oportunidad perfecta para darle lo que pertenecía a ella. Subió al auto con una gran sonrisa pintada en sus labios.

Pronto llegaron a la embajada de Noruega, donde el embajador en persona las esperaba.

- ¡Ah mi querida Michiru Kaioh! ¡Y su gallardo amigo el señor Haruka Tenoh! ¡Bienvenidos amigos, pasen!

- Feliz cumpleaños, Embajador. - sonrió Michiru entregándole una caja.

- Dulce muchacha, es usted muy amable. Pasen a la fiesta y diviértanse.

- A su salud, embajador. - bromeó Haruka guiñándole un ojo al distinguido anfitrión.

Haruka constantemente observaba el reloj y estaba alerta a cualquier ocasión para escabullirse de la fiesta. Su espera valió la pena, pues tras varios vasos de vino se convenció de que era la mejor manera de huir sin levantar sospechas. Se acercó a Michiru fingiendo tambalearse.

- ¿Qué tienes, Haruka? ¿Te sientes mal?

- Creo que tantos valses y tanto vino ha terminado por sentarme mal. - murmuró la fingida enferma.

- ¿Quieres que nos vayamos?

- Madam Michiru, ¿me concedería esta pieza? - el embajador llegó muy a tiempo para cooperar con el plan de Haruka que por poco se veía arruinado.

- Oh, lo siento embajador, pero Haruka no se siente bien y volveremos a casa.

- ¡Nada de eso! - rugió Haruka tiernamente - No seré yo quien incumpla los deseos del festejado, después de todo hoy es su cumpleaños. Yo volveré a casa, tú quédate a hacerle compañía al embajador y te esperaré en casa.

- Yo la cuidaré, Sr. Tenoh.

- Confío en eso, embajador. Tomaré un taxi.- sonrió Haruka. - No te quiero temprano en casa, ¿eh? Diviértete.

Eso último lo había dicho, más que sinceramente, para lavar su conciencia. Salió de la embajada y detuvo un taxi. Pagó extra para que el conductor se diera prisa en llegar a su destino. Su cuerpo ardía de ganas de ver a aquella diosa nórdica.

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En el edificio reinaba una total calma, no había nadie en el vestíbulo. Haruka llamó el elevador y después presionó el botón con el número diez. Su corazón cada vez latía con mas fuerza y un sudor frío bajaba por su espalda como una cascada. Algo en su interior le decía que aquella noche y aquél encuentro no serían comunes. El elevador se detuvo en el décimo piso y Haruka se apresuró al departamento. Al llegar ahí encontró la puerta sin cerrojo, giró el pomo y se adentró.

Entró al departamento de Kira sigilosamente, tal y como el viento se cuela en las habitaciones de las jóvenes por las noches de primavera. La oscuridad reinaba en el interior, salvo por los lugares donde el departamento era salpicado por la tímida luz de pequeñas velas colocadas en puntos específicos. Llamó varias veces a Kira con impaciencia pero no hubo respuesta, sólo el dulce aroma del jazmín flotaba en la atmósfera. Había olvidado cerrar la puerta y la débil luz que entraba del pasillo le permitió adivinar la silueta de Kira sentada en un sofá a espaldas de ella. Contuvo la respiración por unos instantes y comenzó a acercarse con cautela.

- Cierra la puerta… por favor…

Haruka se dedicó a obedecerle, en seguida Kira encendió una vela frente a ella. Las rodillas comenzaron a fallarle, más no se detuvo.

- Sólo… sólo vine a…

- Shh… acércate - su voz era sensual, calmada, parecía el canto de una sirena, fatal y encantador.

Haruka se sentía a merced de aquella maravillosa criatura. Nuevamente le obedeció y se acercó a ella, pero no demasiado. La deseaba pero al mismo tiempo le temía en cierta forma. Kira observa a su rubio dios quedarse de pie frente al sofá. Con una palmada sobre la superficie le pidió silenciosamente que se sentara junto a ella. Haruka accede y observa a Kira abstraerse en la luz de una vela, una diminuta flama que se mece de un lado a otro luchando por existir en la mecha sobre la que había sido puesta.

- ¿Ves esa pequeña flama? - Haruka asintió sin despegar la vista del rostro de la joven - Mi vida ha sido como esa pequeña flama… frágil… deseosa de arder… Basta… basta tan sólo un soplo débil de viento para que desaparezca, con sólo un soplo se pueden venir años de lucha, años de empeño, de lágrimas y de sangre perdidas en una guerra contra la soledad. Siempre encontré refugio en la pintura; fue mi amiga, mi única compañera. Jamás conocí el amor, la calidez de un compañero, el deseo por alguien hasta… hasta que te conocí a ti, Haruka.

Haruka comenzó a sentirse nerviosa, la adrenalina subía por sus venas hasta su cerebro, dejándola ciega ante la razón. Su sangre palpitaba en sus sienes y podía sentirla corriendo por cada fibra de su ser, a la par de deseo y la pasión por aquella mujer.

- Yo… no…. - balbuceó torpemente víctima del influjo de aquél par de pupilas grises.

Kira se acercó tímidamente a Haruka, quedando a pocos centímetros de su rostro. Se miraron mutuamente sin poder emitir ni una palabra, no era necesario, el calor que sus cuerpos irradiaban y la sensación de sentirse complementados, el carmín sobre aquellas mejillas de marfil lo decían todo. Por primera vez en su vida, los nervios de acero de Haruka fallaron y no supo qué hacer. La atracción que sentía por Kira era enorme, bullía en todo su ser. Más, al sentirla tan cerca le invadió el temor, Kira no sabía que era una mujer… tenerla tan cerca, poder respirar su aliento, mirar sus labios rojos abiertos pidiendo ser poseídos y quemados en la hoguera de la pasión.

- Debo… decirte algo… yo soy…

A Kira simplemente no le interesaba escuchar, no quería desaprovechar el momento en pláticas. Si el momento era abrumado por palabras, toda la magia que había logrado crearse desaparecería, besó las palabras de Haruka enmudeciéndolas. El cuerpo de Haruka se estremeció y se entregó por completo al remolino de pasión que la envolvía. Cerró los ojos, y con ellos, el escudo que la había estado protegiendo. Los labios de aquella joven mujer, de aquella diosa de marfil que no había conocido el amor, la poseían. Kira se recargó contra el cuerpo de Haruka obligándola a recostarse, abandonó por unos momentos la boca de Haruka. Recorrió con sus labios su mejilla y su barbilla hasta llegar al cuello, con un dócil movimiento de sus manos comenzó a desabotonar la blusa de su acompañante introduciendo sus manos por la abertura descubriendo en su interior algo que no esperaba. Su mano se acababa de topar con un pecho femenino, con un par de senos… rápidamente se incorporó sobre Haruka observándola con los ojos abiertos.

- Haruka… tú…

Haruka se sonrojó por lo bajo y perdió su mirada en la flama de la vela sobre la mesita frente al sofá. Permaneció callada aceptando cualquier sentencia que viniera de aquél hermoso juez.

- Eso quería decirte… yo… Kira… debo irme.

Kira atrapó los hombros de Haruka con ambas manos impidiéndole levantarse. La obligó a mirarla a los ojos, aquellos reflejaban todo lo que sentía en aquellos momentos, la confusión, el miedo y al mismo tiempo… el tórrido amor que emanaba de ellos, el deseo…

- No te vayas… Haruka… no me importa si eres mujer… me has demostrado que el amor no es exclusivo entre hombres y mujeres… quiero… yo… - se mordió los labios, no dudando, más bien meditando - Quiero estar contigo, quiero que me enseñes a amar.

Los ojos de Haruka se iluminaron, se incorporó poco a poco, con un dedo recorrió el entorno de los labios de Kira preparándose para besarlos. Acercó sus labios a los de ella, primero fue un beso tierno como el del inexperto amante a su dulce dama, después se volvió como el beso de amante que se fuga por la ventana hasta convertirlo en un beso apasionado, a punto de convertirse en un incendio abrasador, se volvió salvaje, el viento estaba desatando toda su pasión y la estaba transmitiendo a su reina, a la dueña del viento.

Haruka desató todo su deseo, toda su pasión, tomó a la chica de cabello de ónice por la cintura obligándola a acercarse más. Kira pudo sentir el contacto de sus pechos excitándola más allá de donde podía creerlo. Haruka recorrió su cuello con los labios bajando lentamente hasta la altura del pecho donde desabotonó la blusa de seda roja que llevaba, el encaje de la lencería de Kira le hizo cosquillas. Abandonó su posición en su cintura y subió por el vientre de marfil para desabrochar su prenda íntima. Haciendo uso de su habilidad, Haruka giró ágilmente tomando control de la situación, ahora Kira permanecía debajo de Haruka.

Estaba dispuesta a cumplir todo lo que ella deseara, a experimentar un mundo totalmente desconocido para ella, estaba dispuesta a disfrutar de dulces sensaciones, de éxtasis mágico. Kira estaba en un terreno desconocido para ella, donde Haruka era el maestro y podía dominar fácilmente a la inexperta muchacha. El deseo corría como electricidad por cada fibra de sus cuerpos, dejando atrapados sus labios magnetizados unos contra los otros. La pasión ardiente del momento condujo con maestría los movimientos de ambas amantes, a través del beso se daban pequeños mordiscos provocando un dolor excitante para ambas, pero al final una tierna caricia recorrió la espalda de Haruka controlándola, sabía que estaba yendo con demasiada prisa. Quería hacerla sentir el máximo placer que podía sentir, quería que aquella noche fuera inolvidable para Kira, que ninguno de sus sentidos se quedara sin probar la pasión del viento.

Haruka tranquilizó sus pasiones y comenzó a besarla con menor intensidad, con mano firme recorrió el cuerpo de su amante dibujando su silueta a la luz de las velas. Siempre con los ojos clavados en la mirada de Kira, sumergió su mano más allá del vientre de la joven rusa, no deseaba hacerla sentir temor ante aquellas sensaciones y caricias que su cuerpo virgen desconocía. Pudo sentir que la joven contenía la respiración mientras identificaba su siguiente movimiento, entonces Haruka comenzó a deshacerse de la falda de Kira dejando al descubierto su cuerpo semidesnudo. La última barrera era un calzoncillo de encaje tipo bikini. Haruka sonrió con ternura y Kira comprendió que no debía temer a las lecciones de su experto maestro. Dejó escapar un gemido cuando los dedos de Haruka superaron aquella última defensa.

Haruka sonrió en la débil oscuridad al sentir el placer que le proporcionaba a su compañera, a esa joven que deseaba desde hacía tanto tiempo poseer. Kira no podía creer la ola de placer que la arrasaba desde adentro subiendo hasta emitir un gemido, mismo que provocaba más agitación en su compañera. Kira sentía cada célula de su cuerpo vibrar al contacto de las manos de Haruka, esa mujer que le había robado el sueño y la razón la estaba envolviendo en el sueño más maravilloso jamás soñado. Se sentía como una princesa de Las Mil y Una Noches* que era salvada por su hermoso príncipe, sólo que en este caso era otra princesa quien la salvaba de la maldición de vivir sin amar.

Haruka se inclinó sobre su amada diosa nórdica dirigiendo sus labios a los senos blancos. Con dulces y pausados besos recorrió cada uno de ellos, con la punta de los dedos acaricio con vehemencia la aureola de cada pezón. Bajo sus dedos sintió como se endurecían a su contacto, entre sus labios aprisionó uno de ellos mientras con su mano daba un sutil masaje al opuesto. Kira mientras tanto enmarañaba el cabello rubio de Haruka pidiéndole que siguiera.

La noche lentamente extendió su manto llamando a las estrellas a que brillaran con mas intensidad, el viento comenzó a soplar con fuerza jugando con las hojas de otoño a su antojo, tal y como hace el destino con los pobres mortales. Una ráfaga de viento se coló por una ventana y bruscamente apagó todas las velas, dejando a la joven pareja amarse sin mas testigo que la oscuridad.

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Una ráfaga fría despertó a Haruka al chocar con su espalda sudada. Se despabiló lentamente y observó a la hermosa chica que descansaba sobre su pecho. Suavemente rodó sobre sí misma para colocarla sobre el sofá, la joven estaba rendida y no despertaría fácilmente. La alborada comenzaba a teñirse en el lejano horizonte y filtraba sus rayos por la ventana abierta del departamento, Haruka estiró sus músculos y volteó su mirada hacia Kira, la observó largo rato al igual que su piel desnuda. Había pasado una noche increíble junto a esa princesa occidental. Buscó su ropa regada por el suelo y la tomó bajo el brazo. La chica que yacía en el sofá se estremeció por el frío de la madrugada próxima. Haruka buscó una cobija y la extendió sobre la dulce joven que había sido su amante la noche anterior. Suspiró y después salió del departamento.

En el elevador suspiró al recordar la noche anterior. Kira le había ofrecido regresar con ella a Rusia. ¿Qué debía hacer? Deseaba a esa mujer con toda su alma, sin embargo algo le impedía correr tras ella. Ese algo era una dulce joven, pintora, violinista, amante comprensiva, Michiru.

No era una decisión sencilla, sobre todo porque no sabía qué sentía por Kira, si era sólo pasión o si era un amor mucho mas fuerte que el que tenía a Michiru. Caminó por las calles semi desiertas sin ningún rumbo. Tenía a penas unas horas para decidir. Las palabras de Kira aún resonaban en su mente. "Ven conmigo a Rusia…" Ir con ella. Su mente era un acertijo egipcio, no había manera en que las cosas salieran bien de una manera u otra. Cualquiera que fuese su decisión heriría a una dulce y bondadosa joven. ¿La pasión de Kira o el amor de Michiru?

La pasión se consumiría a prisa pero… ¿no era eso lo que había pasado con Michiru? La pasión repentina se convirtió en un amor que las tenía juntas desde hacía seis años. La atracción hacia Kira era mucho mayor que la que nunca sintió hacia Michiru, y de la misma manera lo había sido esa noche llena de placer y las caricias de aquella inexperta joven. ¿Qué podía hacer?

Dio vuelta a un callejón y salió a una de las zonas comerciales del barrio, la madrugada aún las mantenía dormidas pero en cuestión de horas estaría la calle repleta de compradores bulliciosos. La pregunta seguía rondando en su cabeza. ¿Kira o Michiru? ¿La diosa nórdica o la princesa de los océanos? ¿A quién amaba? Eso era algo que ya no podía responder. Aquella última noche había confundido para siempre los sentidos de la señora de los vientos.

- Debes decidirte, Haruka.

La joven rubia levantó la mirada y se encontró con una silueta oculta entre las últimas sombras de la noche. El sol arrojó sus primeros rayos dejando al descubierto su identidad. No era necesario desde luego, pues Haruka ya le había reconocido. Se trataba de Michiru. La confusión la hizo presa, ¿cómo es que Michiru le decía eso? No era otro indicativo sino que ella sabía lo que había pasado con Kira.

- Tienes que hacerle caso a tu corazón. - dijo la princesa marina saliendo de las sombras con la mirada melancólica de quien se despide sin decir adiós.

Así, en el silencio del naciente día, Haruka comprendió el enorme amor que Michiru sentía por ella. Allí, entre las tinieblas de las dudas, pudo observar que su amor era tal que incluso la cedería a alguien más con tal de verla feliz. Haruka sonrió. Había tomado una decisión. Cerró los ojos y metió ambas manos a los bolillos traseros de su pantalón, abrió nuevamente los ojos y dirigió su mirada hacia Michiru.

- Vamos a casa, Michiru. Estoy muriendo de hambre.

Le extendió la mano y Michiru la tomó firmemente. Tomó el brazo de su rey del cielo y recargó su cabeza contra su hombro.

- ¿Me dirás dónde estuviste anoche?

- Sólo si prometes no hacerme desayunar avena.

Michiru rió ante el comentario más no dejaría aquello así nada más.

- Lo prometeré con la condición de que me des mi regalo de Navidad llegando a casa.

- ¿Tu regalo de Navidad? - preguntó desconcertada Haruka.

- Sí. Tú usando un gorrito de Papá Noel… - se puso de puntillas y susurró al oído de la joven - y nada más.

Haruka se detuvo en seco y se sonrojó hasta que su rostro se puso del color del sol naciente. Tosió compulsivamente, después entornó los ojos al cielo y volvió a mirar a Michiru quien corría alegremente hacia el auto. Haruka corrió tras ella con una gran sonrisa en los labios, esa chica era algo especial.

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Kira terminó de recoger su equipaje y echó una mirada al departamento que había sido el escenario para la noche más hermosa de toda su vida. En sus ojos se podía observar un nuevo brillo, era como si la madrugada le hubiera brindado toda su luz a aquellos diamantes grises. Recorrió con la punta de los dedos el camino que los besos de Haruka habían marcado. Sonrió derramando una lágrima, la cual secó con el dorso de la mano y después se dirigió a la salida para tomar el taxi que la llevaría al aeropuerto de vuelta a Rusia.

- Haruka…

Apretó contra su pecho el pañuelo que había cubierto la herida de Haruka aquella noche en que se conocieron. El pañuelo estaba impregnado del aroma de la joven pianista, y todo el calor de la noche anterior estaba guardado celosamente en su memoria. Echó un último vistazo a ambos lados de la calle con la esperanza de encontrar a Haruka corriendo hacia ella, dispuesta a ir a Rusia. Sin embargo, eso no ocurrió.

- Srita. Levine, el vuelo saldrá en cualquier momento, debemos darnos prisa. - indicó el joven enviado de la galería de arte.

Kira subió al taxi inmersa en sus propias ensoñaciones. Pronto llego al aeropuerto donde todo estaba listo para partir. Se despidió de sus anfitriones pidiendo una nueva invitación quizá muy pronto. Lentamente y caso dolosamente tomó su equipaje y abordó el avión.

Aún guardaba la esperanza de verle aparecer, aún faltaban un par de minutos para despegar. El capitán del avión se presentó y las aeromozas dieron las indicaciones para casos de emergencia. Aún podía llegar. Las puertas del avión se cerraron y, éste, se encaminó hacia la pista de despegue. Kira buscó en su bolso una foto que le había dado el dueño de la galería, una foto de la cena en donde salían el dueño, Michiru y ella al lado de Haruka. Acarició el rostro de su rubia amante y sintió como un enorme nudo se formaba en su garganta y un dolor se formaba en su vientre.

- Gracias, Haruka, por haberme mostrado lo cálido del amor. Ahora me toca conocer su lado amargo.

Siguió observando la fotografía y observó un detalle que no había notado antes. Haruka sostenía la mano de Michiru en la fotografía, mientras Kira simplemente estaba sentada junto a Haruka. Sacudió la cabeza y se dedicó a observar ese detalle tan pequeño y tan significativo.

- Sabía… - su rostro se tornó rojo y de sus ojos emanaron gruesas lágrimas al tratar de hablar - sabía que jamás podría competir con ella…

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La mañana se había asomado al departamento Tenoh Kaioh desde hacía buen rato. Haruka se puso su camisa y se dirigió a la ventana. Cerró los ojos para sentir el viento colándose por la ventana y golpeando su rostro. Abrió los ojos nuevamente y se encontró con un avión sobrevolando la ciudad, dirigiéndose hacia el oeste. Su mente voló hasta Kira, seguro iría en ese avión. Esperaba que algún día ella le perdonara no haber podido amarla como merecía, pero ella ya tenía a Michiru. Un par de manos femeninas se apoderaron de su cintura y entonces movió su mirada del cielo a la joven que le abrazaba. Le dedicó una cálida sonrisa y después volvió a observar el avión que ya se perdía más allá de las siluetas de los edificios.

- Pudiste haber ido con ella… - susurró tiernamente Michiru.

- ¿Para qué? Todo lo que necesito lo tengo contigo. Te amo, Michiru.

- ¡Santo cielo! Invitaré a Kira a venir más seguido. Tanta demostración de amor bien vale la pena su presencia aquí. - rió Michiru en un tono más que sarcástico.

- ¡Oh, calla!

- Cállame. - dijo guiñando un ojo la sirena aquamarina.

- Lo haré. - sonrió Haruka tratando de pescarla entre sus brazos pero fallando en su intento. - ¡Vuelve aquí!

Había sido una dolorosa lección, las peleas, la infidelidad, la duda… pero al final, se había dado cuenta de que el amor por su Michiru nadie jamás podría igualarlo por mucha pasión que se ofreciera. Gracias a Kira y a su pasión se había dado cuenta del maravilloso tesoro que tenía justo junto a ella, al maravilloso tesoro que despertaba a su lado cada día, al maravilloso tesoro llamado Michiru Kaioh.

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FIN

Comentarios, dudas y/o sugerencias a:

usagi2099@hotmail.com

Nota de la Autora:

Gracias a Usagi83 por haberme dejado hacer esta historia, que al fin y al cabo fue su idea.

Dedicatoria:

Ok. Esta historia está dedicada a… a nadie en especial. A ustedes lectores. A todos los que nos hemos visto inmiscuidos en una situación así, ya sea en el papel de Kira, de Haruka o de Michiru. En cualquiera que sea el papel en el que se desarrollen no olviden que el amor es el sentimiento que mueve al mundo, pero que cuando es un amor no correspondido es hora de buscar en otro lado. No podemos vivir aferrados a una persona que lo más seguro es que nunca llegue a amarnos. Los quiero a todos. *Smuak*



* Las Mil y Una Noches es un libro árabe que cuenta la historia de una joven que contaba historias cada noche al sultán para salvar su vida. Las historias son todas llenas de magia y fantasía.