DIABLO, EL VERDADERO GÉNESIS.
5ª Parte
-¡¿Qué quiere decir con eso?!- preguntó Misato una vez que pudo recuperar el habla.
Memnoch la daba la espalda mientras veÃa como él mismo y Lilith desaparecÃan como por arte de magia del JardÃn del Edén. Adán sonreÃa por lo bajo, pero disimulaba su alegrÃa suplicando sin mucho convencimiento a dios.
-Vamonos... te enseñaré ahora cuales son vuestros orÃgenes- dijo dándose la vuelta hacia Misato -aquà no pintamos nada-.
Misato fue a contestar, pero la sombrÃa expresión del rostro de Memnoch la indicaban que no era el momento. Todo se volvió gris y cuando quiso darse cuenta, ya estaban en otro paraje.
-¿Dónde estamos?- preguntó intrigada.
Enfrente de ellos se extendÃa un bosque de conÃferas mientras que a sus espaldas, la llanura parecÃa no tener fin. Todo era verde, pero habÃa algo que no encajaba y no sabÃa que podÃa ser, hasta la hierba alta cerca de los árboles era verde. Memnoch señaló hacia el horizonte -Bienvenida al Cretaceo-.
Al escuchar esas palabras, comprendió que era lo que faltaba. No habÃa colores; las flores todavÃa no habÃan evolucionado para que los insectos las polinizaran, dejaban ese trabajo al viento y para dispersar las semillas, también confiaban en los elementos en vez de en los animales; por lo que las frutas tampoco resultaban atractivas a la vista o al olfato.
-¿Qué es lo que me vas a enseñar ahora?- preguntó Misato con un poco de miedo a lo que le pudiera mostrar.
-Ven por aquÃ- la pidió Memnoch -lo verás con tus propios ojos-.
Siguieron un sendero a traves del mar de hierba. A los costados del sendero, pequeñas criaturas corrÃan susurrando al rozar con las hierbas. ParecÃan muy ágiles gracias a su pequeño tamaño como pudo comprobar la mujer al cruzarse uno, no la llegarÃan a la rodilla. Según avanzaban por la planicie, un olor nauseabundo llegó hasta la nariz de Misato.
-¡Que mal huele!- exclamó tapándose la nariz.
-Es sólo el cadaver de un animal muerto- la informó Memnoch -un triceratops creo-.
Subieron por un pequeño promontorio y allà observaron como un gigantesco tiranosaurio devoraba los restos de su última caza. ParecÃa que nada podrÃa molestar a esa tremenda máquina de cazar excepto otro de su misma especie cuando algo le hizo levantar la cabeza y moverla nerviosamente de un lado a otro. A su alrededor no se distinguÃa ningún animal lo sufientemente grande como para intimidarle de esa manera.
Misato entornó los ojos con la esperanza de observar mejor cuando Memnoch la alcanzó unos prismáticos que tenÃa en la mano -creo que con esto verás mejor-.
Se quedó por un minuto perpleja a punto de preguntar de dónde los habÃa sacado. Pero prefirió cogerlos y no decir nada -es el diablo ¿no?- pensó para sà misma volviendo a la escena anterior.
El tiranosaurio ahora se revolvÃa y chasqueaba las mándibulas amenazadoramente de un lado a otro. De repente, entre la verde hierba apareció un hombre gritando. El tiranosaurio se giró hacia él y se lanzó al ataque. Este se agachó y desapareció entre la hierba dejando al depredador confundido a mitad de su ataque. Por el lado contrario, otro hombre salió también y le gritó. El saurio se revolvió y se lanzó de nuevo hacia el que habÃa aparecido, pero en el último momento, también desapareció.
-¡¡Son hombres!!- exclamó Misato sin dar crédito a sus ojos y bajando los prismáticos -¡¡son hombres y se están enfrentando a un tiranosaurio!!-.
Memnoch sonrió -son los hijos de Lilith... la décima generación para ser más exactos-.
Misato se volvió hacia el enfrentamiento con aire pensativo y enfocó de nuevo los prismáticos. Con su mente de estratega, no tardó mucho en adivinar lo que esos hombres se proponÃan. El tiranosaurio se estaba alejando de su presa y estaba siendo conducido hacia una parte de la llanura en la cual la hierba tenÃa un color más amarillento que el resto. Gracias a los aumentos, comprobó que la cara de cada hombre era distinta al salir de la hierba, por lo que dedujo que estos se escondÃan en agujeros y dejaban al siguiente la tarea de llamar su atención.
El depredador se paró de repente justo donde empezaba la hierba un poco más amarillenta y bajó la cabeza olisqueando el suelo presintiendo una trampa. Al otro lado, aparecieron cuatro hombres que empezaron a vociferar y a lanzar piedras contra el animal. Este no salió de inmediato a su encuentro, si no que les observó extrañado de tan raro comportamiento. Levantó su cabeza y de sus fauces llenas de tiras de carne de su anterior festÃn salió un rugido dirigido a aquellos que estaban poniendo en duda su derecho en ese territorio.
Se volvió a agachar levantando la cola y con una fuerza increÃble, salió disparado hacia adelante. Misato se sorprendió por la rapidez con la que movÃa su enorme mole hacia esos hombres. Estaba a punto de gritar cuando una de las patas traseras llegó hasta donde la hierba cambiaba de color. El crujir de largas varas de madera acompañó al dinosaurio cuando este cayó en la trampa desapareciendo de la vista de todos debido a la polvareda que se levantó.
Memnoch la dio un golpecito en el hombro para indicarla que el espectáculo habÃa concluÃdo -vamos... será mejor que vayamos al pueblo-.
Con algo de reticencia, Misato dejó los prismáticos y fue detrás de Memnoch hasta quedar a su altura -explÃcame una cosa... ¿por qué no hay indicios fósiles de la existencia de la humanidad hasta sólo recientemente?- .
Memnoch seguÃa su camino, pero la contestó mientras seguÃan caminando -De esta época sólo quedaron algunas huellas, y la maldición de dios sobre vosotros es que no recordéis vuestro pasado-.
Ahora Misato estaba más confundida -¿por qué el dios querrÃa esconder los orÃgenes de la humanidad?-.
Los dos llegaron al pueblo justo en mismo momento en el que los cazadores traÃan la mayor cantidad de carne que eran capaces de transportar y volvÃan corriendo para traer más. El pueblo podrÃa haberse considerado como un barrio pequeño de Neo-Tokyo 3. La gente parecÃa contenta por los alimentos que eran traÃdos y una gran algarabÃa se escuchaba en el ambiente.
Memnoch y Misato pasaron por entre la multitud y fueron hasta una especie de gran torre en el centro del pueblo -¿A dónde vamos?- preguntó Misato.
-Vamos a ver a Lilith-.
Entraron en una alcoba bastante bien iluminada en la torre, en donde Lilith estaba peinándose el cabello con un peine de concha. A su lado se encontraba Memnoch observando desde la ventana.
-Han vuelto a cazar... para comer carne- se repugnó Memnoch.
Lilith se giró hacia él -saben que me repugna que maten animales o que coman carne... pero creo que son asà por naturaleza- pasó los brazos por la cintura abrazando a Memnoch por la espalda.
-También piensan que yo soy el culpable de sus desgracias... si supieran cuanto les quiero...- suspiró Memnoch acariciando las manos de ella.
-Es natural que los quieras... eres su padre y es lo normal- murmuró Lilith mientras le mordÃa un oreja -y también estoy yo, que te quiero-.
Una sonrisa surcó los labios de Memnoch -tienes razón...- se giró y la pasó las manos por la cintura -pero me tendrás que convencer-.
Misato y Memnoch salieron de la habitación por indicación de este último y bajaron por las escaleras hasta salir a la calle. Las mujeres estaban haciendo el reparto de la cacerÃa y los niños se entretenÃan intentando coger los pedazos más pequeños antes que pequeños pterodáctilos se apoderaran de ella.
-Eras tú el padre de la humanidad y no Adán...- murmuró Misato mientras le miraba de reojo al caminar a su lado.
-Bueno... sÃ- reconoció este -Lilith y yo fuÃmos expulsados del paraÃso y desterrados a este pequeño planeta. Nuestros poderes estaban muy consumidos y mientras trabajamos para subsistir nos dimos cuenta de algo que era obvio para cualquiera pero que era la primera vez que lo sentÃamos- .
Memnoch se sentó en una piedra a las afueras del pueblo y Misato se sentó en el suelo dispuesta a escuchar todo lo que este le tenÃa que contar.
-El caso es que vivimos juntos y tuvimos hijos; no como vosotras por supuesto; estos niños se llevaban siempre algo de nosotros con ellos. Pero a diferencia de nosotros, morÃan enseguida. No sabÃamos que hacer para vivieran más, pero a la edad de 20 años terrestres, morÃan sin excepción. Lilith lo achacó a la maldición de dios, pero yo como arcángel no creÃa que la maldición significara eso... después de todo, conocÃa a dios desde mucho antes que el universo fuera concebido-.
-¿Y qué paso?- preguntó Misato francamente interesada en el relato.
-Apareció Adán-.
El escenario volvió a cambiar. Era el mismo pueblo, pero las estaciones habÃan corrido su ciclo natural. La llanura que se extendÃa a los pies del poblado se habÃa convertido en un mar ondulante de hierba seca y amarilla. A lo lejos pudo Misato ver como una pareja paseaba por entre unos arbustos. Memnoch la tocó el codo y señaló a la pareja. Ambos se pusieron en camino hasta quedar a la par con ellos.
-Este mundo a veces me pone triste Memnoch- suspiró Lilith, ya vestida con un traje confeccionado con fibras vegetales y relleno de una especie de algodón para protergerse del frÃo -aquà no hay color, y la muerte está por doquier-.
-Pero en este mundo por lo menos somos libres y no tenemos que aguantar a ningún rey de la creación ¿no crees?-.
-SÃ, tienes razón... tú siempres me tratas como a tu igual, nunca has intentado someterme... y de momento nuestros hijos están fuera de la maldición. TodavÃa no he visto que te odien porque te quiero o que te vean como el adversario de dios... pero mueren tan jóvenes... y esa costumbre de comer carne- hizo un gesto de repulsa -nunca serÃa capaz de hacer algo asÃ- .
Memnoch sonrió y recogió unos piñones que estaban esparcidos por el suelo. Con dos piedras partió unos pocos y se los ofreció a su compañera -sigues igual a como te conocà la primera vez en aquel arroyo... tan frágil y a la vez tan fuerte- sonrió -déjales, son parte de esta naturaleza, han nacido en ella y deben estar influenciados por ella, ¿no te has dado cuenta que todos ellos se han esparcido por todo el mundo? hasta a ti te serÃa imposible recordar a todos los nietos que tenemos?-.
-Eso es bueno- se limitó a decir cogiendo los piñones que este le tendÃa.
El sonido de una flecha cruzando el aire les llamó la atención. No es que no conocieran las armas; el mismo Memnoch se las habÃa enseñado a todos para que se defendieran de los animales y luego como medio para cazar. A parte de esto, también les enseñó el fuego y las propiedades de varios minerales con los que hacer que la vida de su descendencia fuera lo más cómoda posible.
Lo que les llamó la atención es que esa flecha estaba dirigida hacia el poblado en el que Lilith y Memnoch vivÃan junto a numerosas familias. Observaron que una columna de humo ascendÃa hasta perderse en el cielo. Se miraron horrorizados a la cara poco antes de salir corriendo hacia dicho pueblo.
CONTINUARÃ
5ª Parte
-¡¿Qué quiere decir con eso?!- preguntó Misato una vez que pudo recuperar el habla.
Memnoch la daba la espalda mientras veÃa como él mismo y Lilith desaparecÃan como por arte de magia del JardÃn del Edén. Adán sonreÃa por lo bajo, pero disimulaba su alegrÃa suplicando sin mucho convencimiento a dios.
-Vamonos... te enseñaré ahora cuales son vuestros orÃgenes- dijo dándose la vuelta hacia Misato -aquà no pintamos nada-.
Misato fue a contestar, pero la sombrÃa expresión del rostro de Memnoch la indicaban que no era el momento. Todo se volvió gris y cuando quiso darse cuenta, ya estaban en otro paraje.
-¿Dónde estamos?- preguntó intrigada.
Enfrente de ellos se extendÃa un bosque de conÃferas mientras que a sus espaldas, la llanura parecÃa no tener fin. Todo era verde, pero habÃa algo que no encajaba y no sabÃa que podÃa ser, hasta la hierba alta cerca de los árboles era verde. Memnoch señaló hacia el horizonte -Bienvenida al Cretaceo-.
Al escuchar esas palabras, comprendió que era lo que faltaba. No habÃa colores; las flores todavÃa no habÃan evolucionado para que los insectos las polinizaran, dejaban ese trabajo al viento y para dispersar las semillas, también confiaban en los elementos en vez de en los animales; por lo que las frutas tampoco resultaban atractivas a la vista o al olfato.
-¿Qué es lo que me vas a enseñar ahora?- preguntó Misato con un poco de miedo a lo que le pudiera mostrar.
-Ven por aquÃ- la pidió Memnoch -lo verás con tus propios ojos-.
Siguieron un sendero a traves del mar de hierba. A los costados del sendero, pequeñas criaturas corrÃan susurrando al rozar con las hierbas. ParecÃan muy ágiles gracias a su pequeño tamaño como pudo comprobar la mujer al cruzarse uno, no la llegarÃan a la rodilla. Según avanzaban por la planicie, un olor nauseabundo llegó hasta la nariz de Misato.
-¡Que mal huele!- exclamó tapándose la nariz.
-Es sólo el cadaver de un animal muerto- la informó Memnoch -un triceratops creo-.
Subieron por un pequeño promontorio y allà observaron como un gigantesco tiranosaurio devoraba los restos de su última caza. ParecÃa que nada podrÃa molestar a esa tremenda máquina de cazar excepto otro de su misma especie cuando algo le hizo levantar la cabeza y moverla nerviosamente de un lado a otro. A su alrededor no se distinguÃa ningún animal lo sufientemente grande como para intimidarle de esa manera.
Misato entornó los ojos con la esperanza de observar mejor cuando Memnoch la alcanzó unos prismáticos que tenÃa en la mano -creo que con esto verás mejor-.
Se quedó por un minuto perpleja a punto de preguntar de dónde los habÃa sacado. Pero prefirió cogerlos y no decir nada -es el diablo ¿no?- pensó para sà misma volviendo a la escena anterior.
El tiranosaurio ahora se revolvÃa y chasqueaba las mándibulas amenazadoramente de un lado a otro. De repente, entre la verde hierba apareció un hombre gritando. El tiranosaurio se giró hacia él y se lanzó al ataque. Este se agachó y desapareció entre la hierba dejando al depredador confundido a mitad de su ataque. Por el lado contrario, otro hombre salió también y le gritó. El saurio se revolvió y se lanzó de nuevo hacia el que habÃa aparecido, pero en el último momento, también desapareció.
-¡¡Son hombres!!- exclamó Misato sin dar crédito a sus ojos y bajando los prismáticos -¡¡son hombres y se están enfrentando a un tiranosaurio!!-.
Memnoch sonrió -son los hijos de Lilith... la décima generación para ser más exactos-.
Misato se volvió hacia el enfrentamiento con aire pensativo y enfocó de nuevo los prismáticos. Con su mente de estratega, no tardó mucho en adivinar lo que esos hombres se proponÃan. El tiranosaurio se estaba alejando de su presa y estaba siendo conducido hacia una parte de la llanura en la cual la hierba tenÃa un color más amarillento que el resto. Gracias a los aumentos, comprobó que la cara de cada hombre era distinta al salir de la hierba, por lo que dedujo que estos se escondÃan en agujeros y dejaban al siguiente la tarea de llamar su atención.
El depredador se paró de repente justo donde empezaba la hierba un poco más amarillenta y bajó la cabeza olisqueando el suelo presintiendo una trampa. Al otro lado, aparecieron cuatro hombres que empezaron a vociferar y a lanzar piedras contra el animal. Este no salió de inmediato a su encuentro, si no que les observó extrañado de tan raro comportamiento. Levantó su cabeza y de sus fauces llenas de tiras de carne de su anterior festÃn salió un rugido dirigido a aquellos que estaban poniendo en duda su derecho en ese territorio.
Se volvió a agachar levantando la cola y con una fuerza increÃble, salió disparado hacia adelante. Misato se sorprendió por la rapidez con la que movÃa su enorme mole hacia esos hombres. Estaba a punto de gritar cuando una de las patas traseras llegó hasta donde la hierba cambiaba de color. El crujir de largas varas de madera acompañó al dinosaurio cuando este cayó en la trampa desapareciendo de la vista de todos debido a la polvareda que se levantó.
Memnoch la dio un golpecito en el hombro para indicarla que el espectáculo habÃa concluÃdo -vamos... será mejor que vayamos al pueblo-.
Con algo de reticencia, Misato dejó los prismáticos y fue detrás de Memnoch hasta quedar a su altura -explÃcame una cosa... ¿por qué no hay indicios fósiles de la existencia de la humanidad hasta sólo recientemente?- .
Memnoch seguÃa su camino, pero la contestó mientras seguÃan caminando -De esta época sólo quedaron algunas huellas, y la maldición de dios sobre vosotros es que no recordéis vuestro pasado-.
Ahora Misato estaba más confundida -¿por qué el dios querrÃa esconder los orÃgenes de la humanidad?-.
Los dos llegaron al pueblo justo en mismo momento en el que los cazadores traÃan la mayor cantidad de carne que eran capaces de transportar y volvÃan corriendo para traer más. El pueblo podrÃa haberse considerado como un barrio pequeño de Neo-Tokyo 3. La gente parecÃa contenta por los alimentos que eran traÃdos y una gran algarabÃa se escuchaba en el ambiente.
Memnoch y Misato pasaron por entre la multitud y fueron hasta una especie de gran torre en el centro del pueblo -¿A dónde vamos?- preguntó Misato.
-Vamos a ver a Lilith-.
Entraron en una alcoba bastante bien iluminada en la torre, en donde Lilith estaba peinándose el cabello con un peine de concha. A su lado se encontraba Memnoch observando desde la ventana.
-Han vuelto a cazar... para comer carne- se repugnó Memnoch.
Lilith se giró hacia él -saben que me repugna que maten animales o que coman carne... pero creo que son asà por naturaleza- pasó los brazos por la cintura abrazando a Memnoch por la espalda.
-También piensan que yo soy el culpable de sus desgracias... si supieran cuanto les quiero...- suspiró Memnoch acariciando las manos de ella.
-Es natural que los quieras... eres su padre y es lo normal- murmuró Lilith mientras le mordÃa un oreja -y también estoy yo, que te quiero-.
Una sonrisa surcó los labios de Memnoch -tienes razón...- se giró y la pasó las manos por la cintura -pero me tendrás que convencer-.
Misato y Memnoch salieron de la habitación por indicación de este último y bajaron por las escaleras hasta salir a la calle. Las mujeres estaban haciendo el reparto de la cacerÃa y los niños se entretenÃan intentando coger los pedazos más pequeños antes que pequeños pterodáctilos se apoderaran de ella.
-Eras tú el padre de la humanidad y no Adán...- murmuró Misato mientras le miraba de reojo al caminar a su lado.
-Bueno... sÃ- reconoció este -Lilith y yo fuÃmos expulsados del paraÃso y desterrados a este pequeño planeta. Nuestros poderes estaban muy consumidos y mientras trabajamos para subsistir nos dimos cuenta de algo que era obvio para cualquiera pero que era la primera vez que lo sentÃamos- .
Memnoch se sentó en una piedra a las afueras del pueblo y Misato se sentó en el suelo dispuesta a escuchar todo lo que este le tenÃa que contar.
-El caso es que vivimos juntos y tuvimos hijos; no como vosotras por supuesto; estos niños se llevaban siempre algo de nosotros con ellos. Pero a diferencia de nosotros, morÃan enseguida. No sabÃamos que hacer para vivieran más, pero a la edad de 20 años terrestres, morÃan sin excepción. Lilith lo achacó a la maldición de dios, pero yo como arcángel no creÃa que la maldición significara eso... después de todo, conocÃa a dios desde mucho antes que el universo fuera concebido-.
-¿Y qué paso?- preguntó Misato francamente interesada en el relato.
-Apareció Adán-.
El escenario volvió a cambiar. Era el mismo pueblo, pero las estaciones habÃan corrido su ciclo natural. La llanura que se extendÃa a los pies del poblado se habÃa convertido en un mar ondulante de hierba seca y amarilla. A lo lejos pudo Misato ver como una pareja paseaba por entre unos arbustos. Memnoch la tocó el codo y señaló a la pareja. Ambos se pusieron en camino hasta quedar a la par con ellos.
-Este mundo a veces me pone triste Memnoch- suspiró Lilith, ya vestida con un traje confeccionado con fibras vegetales y relleno de una especie de algodón para protergerse del frÃo -aquà no hay color, y la muerte está por doquier-.
-Pero en este mundo por lo menos somos libres y no tenemos que aguantar a ningún rey de la creación ¿no crees?-.
-SÃ, tienes razón... tú siempres me tratas como a tu igual, nunca has intentado someterme... y de momento nuestros hijos están fuera de la maldición. TodavÃa no he visto que te odien porque te quiero o que te vean como el adversario de dios... pero mueren tan jóvenes... y esa costumbre de comer carne- hizo un gesto de repulsa -nunca serÃa capaz de hacer algo asÃ- .
Memnoch sonrió y recogió unos piñones que estaban esparcidos por el suelo. Con dos piedras partió unos pocos y se los ofreció a su compañera -sigues igual a como te conocà la primera vez en aquel arroyo... tan frágil y a la vez tan fuerte- sonrió -déjales, son parte de esta naturaleza, han nacido en ella y deben estar influenciados por ella, ¿no te has dado cuenta que todos ellos se han esparcido por todo el mundo? hasta a ti te serÃa imposible recordar a todos los nietos que tenemos?-.
-Eso es bueno- se limitó a decir cogiendo los piñones que este le tendÃa.
El sonido de una flecha cruzando el aire les llamó la atención. No es que no conocieran las armas; el mismo Memnoch se las habÃa enseñado a todos para que se defendieran de los animales y luego como medio para cazar. A parte de esto, también les enseñó el fuego y las propiedades de varios minerales con los que hacer que la vida de su descendencia fuera lo más cómoda posible.
Lo que les llamó la atención es que esa flecha estaba dirigida hacia el poblado en el que Lilith y Memnoch vivÃan junto a numerosas familias. Observaron que una columna de humo ascendÃa hasta perderse en el cielo. Se miraron horrorizados a la cara poco antes de salir corriendo hacia dicho pueblo.
CONTINUARÃ
