1 Tercera parte

Por debajo del acolchado, vio dos pares de pies, unos normales y otros bastante grandes. Entonces, uno de ellos (el de los pies grandes) se agachó y metió la mano justo debajo de la cama donde estaba Lucy. Ésta se encogió todo lo que pudo, pero la manota se acercaba cada vez más. Hasta que le tocó el tobillo. Entonces...

- ¡Ayyy! ¡Algo me pateó la mano!

- No digas estupideces ¿qué te pudo haber pateado? A menos que fuera Peeves...

En ese momento, otra mano se metió debajo de la cama y empezó a tantear. Antes que ella pudiera hacer nada, la agarró del tobillo y comenzó a tirar. Lucy se agarró con fuerza de una de las patas de la cama. El primer par de manos también la agarró tratando de arrastrarla fuera, hasta que entre los dos consiguieron sacarla de su escondite. Lucy cerró los ojos. Si iban a hacerle algo, mejor no verlo. Ojalá fuese rápido.

No pasó nada. Al final abrió los ojos: la curiosidad pudo más que el miedo. Lo que vio la sorprendió. No eran bichos de tres cabezas y cinco brazos, sólo eran dos chicos de unos quince años, que llevaban esa especie de túnicas negras. Uno de ellos (el de los pies y las manos grandes) tenía pelo rojo, pecas y parecía ser el más alto. El otro tenía el pelo negro todo despeinado, anteojos y una rara cicatriz en la frente. Los dos la miraban como a un extraterrestre o algo por el estilo. Pasaron algunos segundos antes de que se recuperaran lo suficiente de la sorpresa como para hablarle. Y claro, empezaron los dos al mismo tiempo:

- ¿Qué hacés acá? ¿Por qué no estás en tu propio dormitorio?

- ¿En qué año estás? ¿Qué le pasó a tu uniforme?

- ¿Qué hacías abajo de la cama? ¿De qué te escondías?

Y así siguieron y siguieron por un laaargo rato, hasta que Lucy perdió la paciencia.

- ¡¡¡Si no se callan de una vez, me va a ser imposible responderles nada!!!

Se callaron, aunque más que por los gritos de ella fue porque se habían quedado sin aire. Justo cuando iba a empezar a contarles todo, se volvió a abrir la puerta y entró una chica de pelo castaño y con un libro en la mano.

- ¿Qué hacen ahí tirados en el piso? ¿No íbamos a jugar al Snap Explosivo?

Antes de que le pudieran contestar, descubrió a Lucy sentada en el suelo. También ella se quedó asombrada, mirándola con ojos muy abiertos. Entonces, los otros dos le contaron lo que había pasado, o mejor dicho, lo que ellos sabían que había pasado. Cuando terminaron, Lucy tomó la palabra y les relato toda la historia, explicando cómo se llamaba, dónde vivía, cómo había cruzado la alambrada, el unicornio, etc.

- Pero ¡si los muggles no pueden entrar a Hogwarts! ¡Vos lo dijiste, Hermione!- exclamó el chico pelirrojo.

- Claro que no, tonto. Es obvio que ella no es una muggle.- respondió la otra.

- Disculpen, pero ¿qué significa muggle?- preguntó Lucy. Ésa era la palabra rara que había dicho el cuadro.

- Es una persona que no puede hacer magia. Pero vos sí debes poder. Si no, no hubieras podido entrar aquí.

Lucy se la quedó mirando. Debía estar loca, pensó. Pero no supo cuál de las dos lo estaba más. Al ver su confusión, la otra chica le preguntó si nunca había hecho nada raro en su vida, algo sin explicación lógica. Recordó a su compañera de pelo verde y al jarrón. Y así comprendió: por eso el lugar era tan raro ¡eran todos brujos! ¡Y ella también lo era! Entonces, la chica de pelo castaño (¿cómo era que se llamaba?) siguió explicándole cosas, como que ése lugar era un colegio de magia, que uno entraba a los once años, que no podían entrar los que no fueran magos, que si bien la mayoría era de familia mágica, algunos tenían padres muggles, como a ella misma le había pasado. Y por último, que al cumplir once años también ella recibiría su carta, anunciándole que tenía una vacante en Hogwarts (el nombre del colegio). A Lucy todo le daba vueltas.

- Yo sólo tengo una duda- comentó el chico de pelo negro- ¿Cómo la llevamos de vuelta a su casa?

Todos se miraron, pero ninguno parecía tener mucha idea. Sólo había una cosa completamente segura: por el bosque no, ni locos entrarían allí. Pasó un rato, hasta que la adolescente de pelo castaño sugirió que lo mejor sería llevarla con Dumbledore. Qué o quién era Dumbledore, Lucy no tenía idea, pero los otros estuvieron de acuerdo. Le dieron una túnica un poquito larga (la llevaba arrastrando y pisando) que se la puso encima de la ropa y salieron del dormitorio. Al cruzar el salón de los sillones, algunos chicos los miraron pero no dijeron nada, ni siquiera cuando pasaron por el hueco del retrato. Ahora que estaba más tranquila, pudo notar algunas de las cosas raras que tenían los pasillos. Cuadros que se movían, armaduras que caminaban, puertas que se abrían solas, etc. Y además, estaban los pasadizos secretos, detrás de paneles corredizos o tapices.

Justo cuando salían de uno de ellos, se escuchó una voz helada y furiosa que exclamó:

- ¿¿¿Qué haces aquí, Potter???

El corazón de Lucy hubiera ganado el salto en alto en cualquier olimpíada. Pero al darse vuelta, sólo se encontró con un hombre de grasiento pelo negro y nariz ganchuda, que los miraba fijamente.

A Lucy le sorprendió lo pálidos que se pusieron los otros chicos. Después de un ataque de un bicho raro, un paseo con un hombre-caballo (se llamaban centauros, recordó), cuadros que hablaban, un duende, y todo lo demás; ése hombre no podía tener nada de terrible. ¿O sí?

Por una vez en la vida, Harry fue completamente sincero con el profesor Snape. Sin embargo, al terminar de explicar toda la historia, Snape no pareció creerle nada. Claro que el profesor desconfiaba de tres de cada cuatro palabras que decía Harry. Entonces Snape recordó lo que había contado Filch sobre la chica vestida como muggle. Y definitivamente él no había visto a esa chica antes, aunque podía ser de primero.

- Bien, si es así, yo la acompañaré al despacho del director. Ustedes se vuelven a la cama de inmediato.

A Lucy la idea la espantó. ¿Por qué la tenía que llevar ese tipo tan desagradable y no los otros, que eran tan simpáticos? ¡Era una injusticia! Pero, milagrosamente, no tuvo que quedarse a solas con el narigón.

- Severus, ¿qué sucede aquí?

La niña, que ya creía haberlo visto todo, se dio cuenta de que siempre hay nuevas cosas para sorprenderse.

El señor que habló tenía el pelo y la barba plateados por la cintura, llevaba una túnica con lunas bordadas y un puntiagudo sombrero de mago. Lucy tardó un rato en avivarse de que tenía la boca abierta y la cerró con fuerza.

Así fue como terminaron yendo todos al despacho de Dumbledore, que era el de pelo blanco. Allí él les pidió que le volvieran a contar la historia desde el principio, que no les había podido entender nada con todos hablando al mismo tiempo. Entonces sí mandó a todos (incluyendo al profesor) a la cama. Dijo que tenía que hablar con Lucy a solas. Los chicos (que ahora sabía que se llamaban Ron, Hermione y Harry) parecían algo decepcionados y el profesor algo enojado, pero ninguno dijo nada. Una vez que estuvieron solos, Dumbledore dijo a Lucy:

- Bueno, me parece que por hoy tuviste más que suficiente. Ahora volverás a tu casa, pero prometeme una cosa.

- ¿Qué cosa?

- Que nunca le contarás a nadie lo que viste aquí, ni siquiera a tu familia.

No hacía falta que se lo pidieran, si llegaba a contarlo terminaría en un loquero de eso se daba cuenta perfectamente.

Y entonces sucedió la cosa más rara de toda la noche: el mago la tocó con la varita, ella parpadeó... y se encontró de nuevo en el campamento, con todos los demás. Al mirar su reloj, se dio cuenta que marcaba la misma hora que antes de cruzar la valla. Como si nunca lo hubiera hecho. Y los otros parecían haberse olvidado de la alambrada y se comportaban normalmente, aunque algo asustados porque Marston no había vuelto todavía.

Cuando al día siguiente regresaron a sus casas, todos estaban tan preocupados por la pierna de Wolfang que casi no preguntaron a sus hijos por el campamento ni nada. Lucy tampoco contaría lo sucedido, nunca.

Y a pesar de todo esto, Lucy sabía que no lo había soñado. Sabía que el mundo del otro lado de la cerca era tan real como el de Avonlea, y sabía que cuando cumpliera once años formaría parte de él.

Y ya no sería una intrusa.