Ese verano estaba siendo el peor de todos para Harry. Dos semanas después de volver a Pivet Drive, había recibido una carta de Ron, emborronada de lágrimas, comunicándole el asesinato de Percy en su propia casa, mientras el resto de la familia había ido a ver un partido de Quiddish. Ni siquiera pudo ir al funeral, por su propia seguridad, y el mes de agosto lo tendría que pasar con sus tíos y su primo, que había sido sometido a una estricta dieta en el colegio y había vuelto más delgado, más alto y más peligroso.
La noticia de la muerte de Percy le había dejado aún peor de lo que estaba tras la muerte de Cedric. Por lo que decía Ron en su carta, habían encontrado la marca tenebrosa flotando sobre la casa, y el señor Weasley les había impedido entrar a pesar de que todos sabían ya lo que encontrarían. Le habían lanzado la maldición asesina, de modo que no habría sufrido, pero eso no era mucho consuelo para sus padres y hermanos, ni para Penélope, con quien ya estaba comprometido. Harry no soportaba estar allí, sin poder acompañar a la que consideraba su auténtica familia en tan terribles momentos. Se sentía como si hubieran matado a su propio hermano. Pero lo único que pudo hacer fue pedirle a Hagrid que comprara de su parte un ramo de flores, y escribió unas líneas para que pudieran leerlas en el funeral.
Lo estaba pasando tan mal que ni siquiera las constantes agresiones de Dudley le parecían un problema importante. Sus gafas estaban rotas desde que empezó el verano y sólo podía arreglarlas con esparadrapo. No le afectó que los Dursley pasaran como de costumbre de su cumpleaños, puesto que él mismo no se acordó hasta dos días más tarde. Lógicamente, tampoco le importó en absoluto que la noche del último sábado de agosto los Dursley se fueran al cine con su hijo y lo dejaran encerrado en su habitación. Al menos ya sólo quedaba un día para volver a Hogwarts.
Estaba tumbado boca arriba en su cama, mirando inexpresivamente al techo. El dolor empezaba a dar paso a la indignación, y Harry sintió las lágrimas de rabia quemarle las mejillas. Ojalá hubiera tenido el poder suficiente para destruir a Voldemort cuando se enfrentaron.
Una explosión lo devolvió de repente a la realidad. Las paredes de su habitación se estremecieron. Alguien había entrado en la casa, y por la forma de hacerlo, no traía buenas intenciones.
Se levantó de la cama y se dirigió hacia la ventana, la única vía posible de escape. Hedwig se acercaba hacia ella y Harry empezó a mover desesperadamente los brazos para indicarle que se alejara. Al hacerlo, sus dedos rozaron la enredadera que cubría la pared que daba a su ventana. Sin pensárselo dos veces, se subió al alféizar y, agarrándose al entramado de maderas sobre el que ésta crecía, empezó a descender.
Cuando le quedaba medio metro para llegar al suelo, vislumbró como alguien se asomaba. Se apretó contra la pared, sin mover un músculo, pero la madera cedió en ese mismo momento y cayó al suelo estruendosamente. Al incorporarse y levantar la vista hacia la ventana vio una figura enmascarada apuntándole con una varita.
- No te muevas - susurró una voz aguda.
Harry se quedó quieto, observando fijamente la varita. Súbitamente, y en el más absoluto silencio, una enorme mancha blanca cayó en picado sobre la figura. El mortífago chilló de dolor y Harry oyó caer la varita entre los parterres de flores, al parecer junto al rosal. Sin mirar atrás, Harry salió corriendo hacia la calle.
La calzada estaba desierta, y Harry no se atrevía a gritar para pedir ayuda, para no facilitarle a su perseguidor la tarea, además de poner la vida de algún muggle en peligro. De repente, notó como un rayo pasaba rozándole el hombro derecho, y giró hacia la izquierda.
Nada más entrar en la calle, se vio deslumbrado por los faros de la motocicleta que iba en su misma dirección pero en sentido opuesto. Se tapó la cara con los brazos mientras oía el derrape de las ruedas al intentar frenar, incapaz de moverse ni de pensar.
- Chaval, ¿se puede saber que haces en medio de la calle a estas horas? - preguntó una voz ahogada.
Harry abrió los ojos. La rodadura de la motocicleta trazaba una línea recta hasta justo dos metros delante de él, punto en el que se curvaba hacia la derecha y se ensanchaba, formando a su alrededor una circunferencia casi completa. La motocicleta estaba a su izquierda, con el conductor mirándole a través de la visera de su casco. En ese momento, Harry oyó el ruido de los pasos del mortífago que lo perseguía, ya muy cercanos.
- ¡Váyase, rápido!. Aquí corre usted peligro... - exclamó Harry por toda respuesta, mientras echaba a correr de nuevo.
- ¡Impedimenta! - exclamó de nuevo la voz aguda.
Harry cayó de bruces al suelo.
Se oyó un sonido silbante, un golpe seco y un estrépito metálico. Harry se levantó y se volvió. El mortífago yacía inconsciente en el suelo y la tapa de un cubo de basura se bamboleaba a su lado. Se quedó mirando sorprendido como la moto se le acercaba de nuevo. Frenó justo a su lado.
- Bueno, chaval... Tenías razón: hay que largarse de aquí cuanto antes. ¿Subes o qué?
Harry miró, sorprendido, el asiento trasero de la motocicleta, y se subió a él.
Salieron a toda velocidad de Pivet Drive, entre las quejas de algunos vecinos que se habían despertado con el estrépito. Incluso se cruzaron con el coche de sus tíos aunque por suerte no pareció que hubieran tenido tiempo de verle. La motocicleta salió por la autopista en dirección a Londres.
Harry estaba tan cansado que casi no reconocía por donde iban. Sólo veía líneas de colores a través de la visera del casco que le había prestado su misterioso rescatador. Cuando entraron en el centro de Londres redujeron la velocidad y se quedó medio dormido. Al cabo de un rato notó como la moto se detenía.
Abrió los ojos y se encontró en el interior de un garaje.
El motorista le ayudó a bajar, y con los pies en el suelo vio con sorpresa que sólo era un poco más alto que él mismo. Se quitaron los cascos y Harry se quedó pasmado al ver que su acompañante era una joven de unos veintipocos años, de pelo corto y oscuro, tez morena y ojos azul cobalto. Pero lo más extraordinario era que también tenia dos cicatrices simétricas, plateadas, una en cada mejilla. La joven le tendió una mano mientras con la otra se revolvía los rizos que habían quedado aplastados por el casco.
- Serena Greenwood. Encantada de conocerte. ¿ Y tú eres...?
- Harry Potter.
La chica le miró, sorprendida.
- Entonces, me pregunto de nuevo, ¿qué demonios hacías a las once de la noche en medio de la calle, sin protección y perseguido por un mortífago de intenciones más que claras?
Harry se quedó mirándola sin saber que decir. Si esa chica era una maga, ¿cómo no sabía lo que estaba ocurriendo en su propio mundo?
- Vamos a mi casa - dijo, mientras apuntaba con un mando a distancia la puerta del garaje, que empezó a cerrarse - y me explicas lo que ocurre. Parece que las cosas han cambiado mucho en los últimos ocho años.
Y le guió hacia la puerta que comunicaba con la casa.
Al cruzar la puerta, se encontró en medio de un pasillo. Al parecer la puerta daba justo debajo de las escaleras. Serena lo llevó a la sala de estar, y señalándole un balancín que había junto al fuego, dijo:
- Ponte cómodo. Debes tener un frío horroroso después de este viajecito. Voy a hacer un poco de té y me explicas lo que esta ocurriendo en el mundo mágico.
Harry asintió, y se dirigió al balancín mientras ella daba media vuelta y salía de la habitación. Nada más sentarse, rodeado por el calor y acunado por el suave movimiento de su asiento, se relajó. La casa era un poco extraña, aunque no en un sentido mágico. Más bien era mediterránea. Las paredes encaladas, el suelo de cerámica, los cuadros de las paredes, representando hermosas calas y pequeñas barcas blancas... incluso el balancín. Sólo le faltaba oír las gaviotas. En lugar de eso, lo que oyó fue un ¡ay! lejano y el ruido de pasos acercándose.
Serena entró de nuevo en la habitación, sacudiendo una mano y sosteniendo con la otra una bandeja con una tetera, dos tazas, pastas y fruta. Dejó la bandeja en una mesa baja de cristal, justo enfrente del sofá. Harry se levantó a duras penas - no es tan fácil levantarse de un balancín si está muy cansado - y se sentó en el sofá.
Ella tomó asiento en la alfombra, al otro lado de la mesa. Mientras servía el té, Harry vio que el dorso de su mano estaba enrojecido.
- La tetera - dijo ella, siguiendo la dirección de su mirada. - Normalmente yo siempre tomo café, y este trasto se me hace inmenso. Además, siempre que me relaciono con algo del mundo mágico acabo herida. - Hizo una divertida mueca, mirándole - O sea, que es tu culpa.
Harry se echo a reír, por primera vez en bastante tiempo. Pero su risa no duró mucho.
La joven le observó con detenimiento.
- Algo terrible debe haber ocurrido para que un chico de tu edad no pueda reír.
Harry tomó aire, la miró y empezó a explicarle todo lo que podía acerca de lo que había ocurrido en los últimos meses.
Serena lo escuchaba, sin decir nada, tomando pequeños sorbos de la taza que tenía justo enfrente, sin apartar su mirada de él y preocupándose por momentos. Cuando le mencionó las muertes del señor Bryce, Bertha Jorkins, el señor Crouch, Cedric y Percy, y el regreso de Voldemort, la joven dejó la taza en el plato, cerró los ojos y se pasó la mano por el pelo.
- Maldición. Eso quiere decir que la guerra ha vuelto a empezar.
Harry asintió con tristeza.
La joven se levantó y se dirigió a una de las paredes. Quitó un cuadro y Harry pudo ver una pequeña caja fuerte empotrada en la pared. La puerta era lisa, y no había ningún dispositivo para abrirla.
La joven apoyó la mano sobre la puertecilla y esta desapareció. En el interior de la caja sólo había dos cosas: una varita y una llave.
Serena se enganchó la varita en el cinturón, se metió la llave en el bolsillo y se dirigió a la mesa.
- Lo primero que tendremos que hacer - dijo, mirándole a los ojos - será avisar a Dumbledore. Debe estar preocupadísimo, al igual que tus tíos.
- Mis tíos estarán más preocupados por la puerta de su casa que por mí, señorita.
- Bueno, da lo mismo. Toma papel y bolígrafo. Si lo lee de tu propia letra se tranquilizará de inmediato. Será mejor que despierte a la mensajera.
Harry asintió y escribió una nota breve y lo menos preocupante posible para el director de Hogwarts. Estaba ya terminándola cuando oyó ruido de pasos bajando de la escalera. Parecía que bajaran dos personas.
Un momento después, apareció de nuevo Serena, esta vez acompañada por una pequeña elfina.
Harry quedó paralizado por la sorpresa. La elfina era totalmente diferente a lo que había conocido hasta ahora, incluido Dobby. Llevaba ropas muggle bien combinadas no sólo entre ellas sino con el color de su piel, que al fin y al cabo, era verde. Y su actitud y su aspecto eran los de un ser humano libre. Y además, la que en teoría era su dueña todavía estaba disculpándose por haberle despertado.
- De veras que lo siento, Cagney, pero se trata de algo muy importante...
Harry se levantó, y la pequeña elfina lo miró con interés. Serena sonrió.
- Cagney, te presento a Harry Potter. Harry, esta es Cagney.
Harry le tendió la mano. La elfina pareció sorprendida por el gesto, pero la estrechó con aire de satisfacción.
- Es un honor conocerlo, señor.
- En-encantado.
- Cagney cuida de mí desde que murió mi abuelo. Es libre desde que empezó a vivir con mis padres, pero son pocos los magos que la trataron como tal. – le explicó Serena – ¿Cagney, recuerdas a Dobby, el elfo al que maltrataban los Malfoy?. Ahora trabaja remuneradamente para Dumbledore. ¿Por qué no sigues su ejemplo? – se volvió de nuevo a Harry – En Gringotts deben estar hartos de trasladar el sueldo que le pago a cámaras más espaciosas y profundas. A este paso van a tener que guardar su dinero en el mismísimo infierno.
La elfina frunció el ceño. Aunque parecía bastante adaptada a la libertad, aún no debía haberse acostumbrado a la idea de poseer dinero.
- ¡Bueno! – exclamó Serena - ¿Tienes la nota lista, Harry?
Harry asintió, entregándosela.
- Cagney, necesito que te aparezcas en Hogwarts y le entregues esto a Dumbledore en persona. – dijo, pasándole la nota - Han intentado matar a Harry y a estas alturas debe estar preocupadísimo. Pregúntale si quiere que lo acompañe mañana a la estación o prefiere enviar a alguien a buscarlo.
La elfina asintió, y desapareció. Serena observó el rostro cansado de Harry, que empezaba a sentir las consecuencias de la tensión de aquella noche.
- Será mejor que descanses hasta que vuelva Cagney. Te ofrecería mi habitación, pero ahora mismo es una leonera. Si no te importa tumbarte en el sofá..
Harry aseguró que no tenía ningún problema, y al poco estaba tendido en el mullido sofá, tapado con un suave edredón. Serena se sentó en el balancín y lo ultimo que vio Harry antes de quedarse dormido fue el rostro preocupado de la joven iluminado por las llamas de la chimenea.
* * *
- ¡Despierta!
Harry abrió los ojos, desconcertado. Estaba en el salón de una casa desconocida, tumbado en un sofá... Tardó unos momentos en recordar. Miró un reloj que había en una estantería. Las tres de la madrugada.
En la chimenea, el fuego casi se había apagado, y Serena estaba sentada en el balancín.
Tenía los ojos abiertos de par en par, y sus manos agarraban con fuerza los apoyabrazos.
- ¿Qué ocurre? – preguntó Harry, levantándose y dirigiéndose hacia ella.
- ¿Qué?
Tenía la cara cubierta de sudor y tal vez – probablemente – lágrimas. Por un momento pareció no reconocerle. Entonces, casi con vergüenza, se limpió la cara con la manga del jersey.
-¿Qué pasa? – dijo.
- No sé – respondió Harry – Juraría que usted me ha dicho que me despertara...
- ¿Que yo... – se detuvo, como si de repente se hubiera dado cuenta de algo – Claro. Perdona, me he quedado dormida. Una vieja pesadilla...
La repentina aparición de Cagney la interrumpió.
- Perdonad el retraso. El profesor Dumbledore no estaba en Hogwarts cuando aparecí, y tuve que esperar a que llegara para entregarle la nota. Aquí esta la respuesta. –dijo la elfina, entregándole a Serena un sobre lacrado con el escudo de Hogwarts.
Serena lo abrió y en ese momento empezó a oírse la voz de Dumbledore.
" Serena, Harry. Me alegro de que os encontréis bien. La situación es bastante complicada, y el ministerio de Magia estaba al borde del colapso hasta que llegó Cagney. Aunque han insistido en escoltar a Harry hasta el tren de Hogwarts, creo que lo mejor es que seas tu misma, Serena, la que acompañe a Harry del modo más discreto posible hasta el colegio. Teniendo en cuenta a lo que nos enfrentamos, existe el riesgo de que ataquen el tren de camino hacia aquí si saben que Harry está en él. Tened mucho cuidado y venid hacia aquí utilizando la menor magia posible. Las cosas de Harry ya están aquí."
- De acuerdo. – dijo Serena. – Harry, si he entendido bien tendremos que ir en coche hasta Hogwarts, así que tendríamos que salir... miró el reloj de su muñeca - ya.
Harry suspiró. Estaba agotado y parecía ser que no iba a poder descansar en al menos catorce horas.
- Cálmate – Serena sonrió. – Los asientos traseros de mi coche son tan confortables como el sofá. Coge el edredón. Nos vamos.
Volvieron al garaje, aunque esta vez el medio de transporte no era la motocicleta. Harry miró sorprendido el viejísimo R5 que no parecía capaz de llegar ni siquiera a salir de la ciudad, y mucho menos al norte de Escocia.
- Digamos que tiene muchas modificaciones en el interior, y prefería un medio más discreto que una alarma para evitar que me lo robaran. – abrió la puerta de atrás, y Harry pudo ver cómo los asientos eran mucho más grandes de lo que sugería el tamaño del coche. Pudo tumbarse perfectamente y aun le sobraba espacio.
Al poco de salir, volvió a quedarse dormido y cuando despertó ya eran las once de la mañana. Se sentó y asomó la cabeza por el hueco entre los dos asientos delanteros.
- Ah, buenos días. ¿Has descansado bien? – preguntó Serena, sin apartar la vista de la carretera. – Creo que Cagney dejó algo por ahí atrás para desayunar.
Harry se giró y vio una bolsa de plástico. En el interior había una cantimplora que contenía zumo de calabaza y una fiambrera con salchichas y bacon.
- Sí, gracias. ¿Estamos muy lejos de Hogwarts?
- Todavía quedan unas seis horas, será mejor que te lo tomes con calma. Si tenemos que parecer muggles no podemos ir demasiado rápido. Dentro de un par de horas pararemos para estirar un poco las piernas y comer.
Definitivamente, el camino se hacía mucho más largo sin ir por aire o con el expreso. Harry nunca había recorrido tantos kilómetros en un coche normal, aunque ir por carreteras muggles no era tan terrible. Se detuvieron en un lugar espléndido para comer y las vistas valían la pena. El tiempo pasó bastante rápido, aunque a media tarde empezó a sentirse un poco cansado.
Entonces se dio cuenta de que si él estaba cansado, Serena debía llevar más de un día entero sin dormir. Aunque ojerosa, la falta de sueño no parecía afectar demasiado a la joven. Claro que era inevitable fijarse en las latas de bebidas con cafeína que se amontonaban en la guantera.
- No te preocupes – dijo ella cuando levantó la vista de las latas para mirarla con preocupación. – Trabajo de noche, así que esto no es tan duro como parece.
-¿En qué trabaja?
- Seguridad.
Harry la miró sorprendido. Parecía fuerte, desde luego, pero no lo suficiente como para trabajar de portera en una discoteca.
- No creo que sea lo que estás pensando. Trabajo para compañías de seguridad. Me contratan para que compruebe si los sistemas de seguridad que fabrican son eficientes, o para demostrar a clientes en proyecto que los que ellos tienen no lo son. Trabajo como ladrona profesional. De hecho, esta noche tengo que hacer un trabajito en Londres, aunque por suerte podré utilizar medios mágicos para la vuelta. A veces también ayudo a la policía a averiguar cómo se han cometido algunos robos.
A Harry se le escapó un silbido. De bruja a ladrona de guante blanco.
Justo cuando empezaba a anochecer, el paisaje empezó a resultarle a Harry más y más familiar. Empezó a llover.
- No te asustes. – dijo Serena, calmadamente. Y sacando su varita, apuntó hacia un par de robles que había a un lado de la carretera, giró el volante y fue directa hacia ellos.
Harry no pudo evitar cerrar los ojos. Cuando los abrió estaban cruzando Hogsmeade. Siguieron por el camino que los alumnos de Hogwarts tomaban para las visitas al pueblo, y, al cabo de poco, pararon justo enfrente de la entrada principal del colegio.
Bajaron del coche. Llovía con fuerza, así que corrieron los escasos metros que les separaban de la puerta. Nada más llegar, esta se abrió.
- Hola, hola. Pasad, por favor, no os quedéis ahí fuera con el tiempo que hace... Qué alegría ver que estáis bien. – el profesor Dumbledore parecía encantado de verlos sanos y salvos, después del susto de la noche anterior. Miró a Harry. – Tuviste mucha suerte, muchacho. Los aurores atraparon al mortífago que te perseguía, justo cuando empezaba a recuperar la conciencia. El tipo era bastante peligroso y temíamos que te hubiera herido... Menos mal que lo encontraste, Serena.
- Fue pura casualidad. Casi lo atropello. – respondió ella, quitando importancia a su intervención.
- El caso es que estáis bien. Harry, tus cosas están en tu habitación. Será mejor que subas y te pongas ropa seca o la señora Pomfrey te hará sacar humo por las orejas durante semanas y yo no podré hacer nada por evitarlo. Serena, necesito hablar contigo de un tema importante. ¿Podrías quedarte al menos un momento?
Serena, que ya estaba apretándose la gabardina para enfrentarse de nuevo a la lluvia se detuvo, sorprendida.
- Por supuesto.
Harry se dirigió intrigado a la torre. Estaba seguro de que Dumbledore recordaba a todos los alumnos que había tenido, pero parecía conocer bien a Serena. ¿Cuál sería el tema tan importante del que tenían que hablar?.
Dejó de pensar en ello cuando se encontró con que estaba muerto de frío y calado hasta los huesos enfrente del retrato de la señora gorda y no tenía ni idea de cuál era la contraseña.
En ese momento oyó unos pasos rápidos, y la profesora MacGonagall apareció por el pasillo. Parecía muy preocupada.
- Hola, Harry. – le examinó con atención, como para asegurarse de que se encontraba bien. Tenía unas ojeras casi tan profundas como las de Serena – Dumbledore olvidó darte la contraseña. Es "Vera lux". –el retrato se abrió y Harry entró a la sala común, que tenía un aspecto extraño: estaba pulcra y ordenada, se notaba que aún no había llegado nadie.
- ¡Harry! – exclamó la profesora MacGonagall, asomando la cabeza por el hueco. Harry se giró. – Los demás alumnos no llegaran hasta dentro de una hora aproximadamente. Si quieres puedes descansar un poco hasta entonces.
- Gracias, profesora.
Harry se dirigió a su habitación y se cambió de ropa, se secó el pelo y se dirigió de nuevo a la sala común. Sin saber qué hacer, cogió su libro de Quiddish a través de los tiempos y leyó hasta que el reloj dio las ocho.
Bajó a la entrada principal justo en el momento en el que los alumnos llegaban.
- ¡Harry!
De entre la marea de túnicas negras vio surgir la cabeza pelirroja de Ron y a su lado la de Hermione, abriéndose paso hacia él con cierta dificultad.
- Vaya susto nos llevamos anoche cuando desapareciste, Harry. Mi padre salió disparado a casa de los Dursley en cuanto se enteró de lo del ataque. Esos... – Hermione se escandalizó -... estaban más preocupados por su puerta que por ti. Y eso que el mortífago que te perseguía era de los más peligrosos. Incluso medio inconsciente pudo plantar cara un buen rato a los aurores. Y no estaba fichado.
- Una motorista que pasaba por allí le tiró al tipo la tapa de un cubo de basura antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría. – se echó a reír – fue increíble. Es una bruja como nosotros, aunque vive como un muggle, con su elfina doméstica – vio a Hermione fruncir el ceño – Tranquila, la elfina esta liberada desde hace muchísimos años y creo que le pagan bien.
- ¡Qué guay! – exclamó Ron - ¿y cómo es?
- Pues... – Harry no podía encontrar las palabras adecuadas para describirla. – Extraña. No sé. Tiene dos cicatrices, me parece que mágicas, en la cara, una en cada mejilla. Creo que Dumbledore la conoce bien, debe estar hablando con ella ahora. Tal vez la veamos antes de que se vaya.. Trabaja de ladrona para empresas de seguridad.
Ron estaba interesadísimo, cosa que por cierto no parecía hacerle ninguna gracia a Hermione.
Entraron en el comedor. Tenía el aspecto habitual del banquete de principio de curso. Se sentaron en la mesa y empezaron a saludar a todos los compañeros que hacía meses que no veían.
Harry miró la mesa de los profesores. Sorprendido, vio que había dos sillas vacías, y una de ellas correspondía a la del profesor Dumbledore. Aún debía estar hablando con Serena. Los demás profesores parecían también algo extrañados por la tardanza del director, así como algunos alumnos de los últimos cursos. Además, entre los profesores había una cara nueva: un hombre robusto, de porte arrogante y mirada despectiva. A juzgar por el modo en que le miraba Snape, debía ser el nuevo profesor de Artes Oscuras. ¿Pero entonces, quién ocupaba la otra silla vacía?
La respuesta llegó poco después. Dumbledore entró en el Comedor acompañado de la joven. Cruzaron juntos el pasillo entre las mesas, Dumbledore con una túnica azul marino llena de estrellas y planetas, y Serena con su gabardina en el brazo, vestida a punto para ir a robar un museo, toda de negro, con sus pantalones llenos de enganches para arneses y herramientas, y su jersey de cuello alto en medio de una multitud de túnicas. Miraba al frente y no parecían afectarle las miradas de desprecio de los Slytherin ni el silencio sorprendido de los miembros de las demás casas. Sólo cuando llegó a la mesa de los profesores, y justo antes de sentarse en la silla vacía que quedaba, lanzó una mirada rápida al salón, localizando en el acto a Harry, y le guiñó el ojo.
Harry se volvió hacia Ron, que tenía la boca abierta de sorpresa.
- Es ella. Va vestida así porque tenía que ir a trabajar esta noche.
- Qué pasada. Parece una muggle de verdad.
El sombrero cantó, pasó la ceremonia de selección, y Ron no podía apartar los ojos de Serena. Sin embargo, no la miraba de la misma forma que el año pasado miraba a Fleur Delacour. Parecía estar viendo a una especie de superhéroe.
Harry se volvió hacia la mesa alta, al oír los carraspeos de Profesor Dumbledore.
- Queridos alumnos. – su mirada bondadosa recorrió el comedor - Empieza un nuevo curso. Las cosas han cambiado mucho desde que terminó el anterior. Muchos de vosotros ya habéis sufrido la pérdida de seres queridos. Ron palideció, al igual que los gemelos y Ginny. En las otras mesas también se oyeron algunos sollozos ahogados. – Muchas de vuestras familias han solicitado que el colegio permanezca abierto el próximo verano, para que podáis estar a salvo. Lamento decir que las visitas a Hogsmeade se verán reducidas y los castigos para aquellos que salgan de los límites del colegio serán mucho más severos. El peligro que existe no puede negarse. Confío en que todos os comportareis con responsabilidad.
"Pasando a otro tema, tengo el honor de presentaros al nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, el profesor Cresus Rich," - ligeros aplausos, excepto en la mesa de Slytherin, donde parecían jalear a un boxeador - "y a la nueva profesora de Estudios Muggles, la profesora Serena Greenwood." – aplausos más convincentes, excepto en la mesa de Slytherin de la que se oyeron ligeros silbidos.
Al parecer la nominación de una nueva profesora de Estudios Muggles pilló por sorpresa al resto de profesores, que miraron a Serena con aire de preocupación y empezaron a hablar entre ellos. Snape, curiosamente, parecía más molesto por la nueva profesora que por el hecho de que le hubieran pisado de nuevo el puesto de Defensa contra las Artes Oscuras. Estaba blanco de ira, y casi no se le veían los labios de lo apretados que los tenía. Parecía a punto de levantarse y ponerse a discutir con Dumbledore. Harry no podía dejar de observarle, intrigado. Estaba sentado al lado del director y no disimuló su enfado al mirarlo. Dumbledore le dijo algo, pero si tenía la intención de calmarlo no tuvo demasiado éxito.
- Y ahora que está todo listo, ¡a comer! – dijo el director, impertérrito a pesar de la ira del Profesor de Pociones.
La comida fue deliciosa, como de costumbre, y para cuando terminó la cena estaba repleto. Cuando Dumbledore les advirtió que era el momento de volver a la cama, Harry se levantó y se dirigió a la mesa de los profesores, acompañado por Ron y Hermione.
Serena estaba escuchando tranquilamente a un muy irritado Severus Snape, mientras se ponía la gabardina.
- ... amenazada de muerte, atacada varias veces, la última vez estuvo dos semanas ingresada en San Mungo... Y la amenaza se extiende a todo aquel que ocupe el puesto. Usted no esta preparada para enfrentarse a esto, ha vivido demasiado tiempo entre... – parecía estar riñéndola más que advirtiéndola. Se giró repentinamente hacia ellos - ¿QUÉ DEMONIOS QUERÉIS?
- Tumbó a un mortífago con la tapa de un cubo de basura – Harry dijo lo primero que se le ocurrió. Snape parecía una olla a presión. Serena se acercó interponiéndose entre ellos.
– Gracias, Harry. – susurró – Bueno, parece que nos vamos a ver a menudo este curso, ¿eh?. – miró a Ron y a Hermione - ¿Quiénes son tus amigos?
- Ron Weasley y Hermione Granger.
- Encantada de conoceros – dijo, tendiéndoles la mano. – Serena Greenwood.
- ¿Usted... – Ron se quedó un momento pensativo -... no ganó un premio por Servicios Especiales al colegio hará unos ocho años o así?
- Buenos, yo no los llamaría Servicios Especiales, pero sí, me entregaron un bonito trofeo por separar peleas a lo largo y a lo ancho de Hogwarts. Mis amigos le denominaron "Compensación por ojos morado y labios partidos". Por entonces no podíamos tener las varitas fuera de las clases.
- Claro – exclamó Hermione – Usted fue Prefecta de Gryffindor. Ya decía que su nombre me sonaba de algo.
Serena se echó a reír.
- También es verdad, pero créeme que si las circunstancias no hubieran sido muy especiales ni se les habría pasado por la cabeza. Era la última de la clase. – señaló con la cabeza a Snape, que había vuelto a dirigirse a Dumbledore para intentar convencerle de que no contratara a la joven – Adivinad quién se cargó la mazmorra ocho.
Los tres se quedaron con la boca abierta. La mazmorra ocho estaba cerrada, y lo poco que podía verse de ella a través de la ventana de la puerta era un montón de escombros.
- Mis hermanos te adorarían. – murmuró Ron.
Ella sonrió, se abrochó la gabardina y se metió las manos en los bolsillos.
- En fin. Tengo que irme a acabar mi último trabajo muggle. Creo que vosotros no estáis matriculados en mi asignatura, pero, ¿podéis hacerme un favor?
Los tres asintieron.
- Han cambiado el horario para que no coincida con ninguna clase, así que, ¿os importaría venir de oyentes y decirme que tal lo hago?. Nunca había trabajado de profesora y aún no sé si sabré hacerlo.
- Será un placer – respondió Hermione.
- Vale – dijo Ron.
- De acuerdo entonces – dijo Harry – Mañana estaremos allí.
- Gracias – dijo ella. – Hasta mañana.
Serena se volvió y se dirigió rápidamente a la puerta, aprovechando que Snape estaba entretenido exponiéndole todas sus objeciones a Dumbledore.
Los tres volvieron a la torre Gryffindor sorprendidos e intrigados. Lo más sorprendente fue que al llegar a la sala común todos los Gryffindor parecían tan interesados en la nueva profesora como Ron. Hablaban de todo tipo de rumores acerca de sus años en el colegio, y Fred y George mencionaban algo acerca de un monumento en conmemoración a su tarea destructiva en la mazmorra ocho. Para cuando se acostaron, ya se había hecho muy tarde, y el día siguiente prometía ser de lo más interesante.
* * *
A la mañana siguiente, los Harry y Ron se levantaron muy temprano, a pesar de lo tarde que se habían acostado. En el gran comedor sólo estaban los profesores más madrugadores –Snape entre ellos – y unos pocos alumnos.
- Serena debe estar durmiendo todavía – le comentó Harry a Ron, mientras tomaba asiento en la semivacía mesa de Gryffindor. – No creo que llegara antes de acostarnos... ¿Qué pasa?
Ron se había quedado paralizado, con una tostada en una mano y una cuchara goteando mermelada en la otra.
- Creo que aún no se ha acostado – respondió Ron, señalando con la cabeza la entrada del comedor.
- No puede ser. Llevaría cuarenta y ocho... – Harry se quedó paralizado. En efecto, la nueva profesora estaba caminando por el pasillo entre las mesas, aún con la gabardina puesta, quitándose los guantes con los dientes y con las ojeras aún más marcadas que la noche anterior. Pasó por su lado murmurando algo parecido a "maldito láser" y fue a sentarse a la mesa de los profesores. Probablemente ni los había visto.
Decididamente estaba cansada, porque lo primero que hizo nada más sentarse fue golpear sin querer la tetera. Afortunadamente Dumbledore estaba al quite, y con un rápido movimiento de la varita impidió que cayera sobre el profesor Snape. Acto seguido, y tras pedir disculpas, fue a servirse café, pero Snape fue más rápido, y, decidido a no correr más riesgos de los estrictamente necesarios, le quitó la cafetera y se lo sirvió el mismo. Ella le dio las gracias, echó tres terrones de azúcar, lo removió con el tenedor y se llevó la taza a los labios.
En ese momento, un enorme búho entró volando por el comedor, y al pasar por encima de ella dejó caer un sobre. Ella levantó la mirada, extrañada, mientras la carta caía. Pareció despertarse en el acto. La carta se estaba frenando antes de llegar a la mesa, y empezó a girar. Con un chirrido metálico, cortó limpiamente el candelabro que había justo delante de ella y fue directa a su cuello.
- ¡CUIDADO! –gritó Snape, sacando su varita.
Al parecer, la falta de sueño tal vez había empeorado su concentración, pero debía haber mejorado sus reflejos. Había levantado los pies y, apoyando las botas sobre el borde de la mesa, se dio un fuerte impulso y se lanzó hacia atrás, tumbando la pesada silla de madera maciza en la que estaba sentada.
El sobre pasó como una exhalación por el lugar donde un momento antes había estado su cabeza, pero cuando parecía que iba a chocar contra la pared se inclinó, como para dar la vuelta. En ese mismo instante, vieron surgir de nuevo la cabeza de la joven tras la mesa de los profesores, se giró, y estiró el brazo en dirección a la carta. Ésta quedó quieta contra la pared, clavada contra el estandarte de Slytherin con un cuchillo.
Serena se incorporó y se dirigió hacia allí, pero cuando se encontraba a dos metros del estandarte, Snape la agarró por el brazo y la echó a un lado. La carta escupió una sustancia verde directamente al lugar donde la joven había estado un momento antes. El líquido alcanzó la mesa de los profesores y la agujereó nada más tocarla. Acto seguido, el sobre empezó a arder sin llama.
- ¡SE LO DIJE! –la voz de Snape retumbó por todo el comedor. Prácticamente todos los presentes dieron un respingo, pero Serena continuaba mirando fascinada cómo la carta se ennegrecía. – ¡LA PRÓXIMA VEZ NO TENDRÁ TANTA SUERTE!
Serena lo miró sorprendida.
- ¿Qué suerte?
Snape temblaba de cólera. Dumbledore se acercó.
- Será mejor que discutamos esto fuera, Severus. Serena, ¿puedes acompañarnos?
- Sí, claro.
Salieron del comedor. El profesor Rich, que acababa de entrar en el mismo, examinaba con interés el agujero de la mesa.
Los alumnos que llegaban al comedor miraban sorprendidos el destrozo en la mesa de los profesores y el estandarte requemado. Por encima de los sonoros murmullos que recorrían el comedor, aún se oía de vez en cuanto la voz de Snape, que continuaba discutiendo en la entrada.
- ...incompetente... basta ver sus calificaciones... la mazmorra...
Harry y Ron se acabaron lo más rápido posible el desayuno y se dirigieron hacia allí. Tanto Dumbledore como Serena tenían una expresión extraña en la cara mientras escuchaban el discurso de Snape.
Harry vio cómo la puerta principal empezó a abrirse. Una pequeña figura se coló y se oyó un grito que dejó mudo al profesor de Pociones.
- ¡Mamá!
- ¡Amy, cariño!
Serena se agachó y la pequeña se dirigió corriendo hacia ella. Durante unos segundos sólo se oyó el golpeteo de sus botitas sobre las baldosas. Snape parecía haber visto un basilisco.
La joven la tomó en brazos.
- Amy, estos son el profesor Albus Dumbledore y el profesor Severus Snape. Diles hola.
La niña se giró hacia el director.
- Hola, señor profesor. – dijo, tendiéndole la mano como si fuera una embajadora. La manita prácticamente desapareció en la de Dumbledore, pero aun así la niña sacudió el brazo. El director sonreía, encantado. Parecía un abuelito.
La niña se volvió hacia Snape, el cual parecía haberse recuperado de la impresión inicial y estaba totalmente iracundo. Pero la niña estaba hecha de la misma pasta que su madre.
- Hola, señor profesor Snape. – dijo, imperturbable. Se detuvo un momento y lo miró con más atención, como intentando descubrir por qué estaba tan enfadado. Tras pensárselo un poco, y mientras le tendía la mano continuó – Me llamo Amy O'Neal y tengo cuatro años. ¿Por qué esta usted enfadado?
- ¡Amy!- Serena miraba sorprendida a su hija. Dumbledore sonreía extremadamente divertido mientras la niña sacudía el brazo contra la mano de Snape. Mientras, Cagney y un enorme pastor alemán se unieron al grupo. La expresión de Snape oscilaba entre el enfado y el asombro.
- Por lo que veo no sólo se viene usted sino toda su familia... – Snape se puso rígido – Ahora su vulnerabilidad se multiplica por cinco si contamos al perro... ¿Es que es usted tan inconsciente como cuando tenía diecisiete años?
- ¿Cinco? – Amy miraba su mano derecha con cuatro dedos estirados – Me falta uno...
- Me refiero a tu papá – esas palabras en boca de Snape hubieran sonado graciosas en cualquier otra circunstancia, pero el rostro de Serena se ensombreció.
- Mi papá se murió cuando yo aún estaba en la barriga de mi mamá. – dijo la niña. – Mi mamá siempre se pone muy triste cuando hablamos de él.- añadió en tono confidencial.
A Snape se le pasó el enfado de golpe.
- Yo... lo siento – parecía avergonzado.
- No se preocupe. No tenía por qué saberlo – Serena bajó a la niña, entregándosela a Cagney. – Vamos, Amy, ve a desayunar.
La niña se cogió de la mano de la elfina y la siguió alegremente en dirección a las cocinas, escoltada por el perro.
- Ahora escúcheme, profesor. Creo que lo mejor es que nos dejemos de discusiones porque yo no pienso irme de aquí. No sólo me quedo para ocupar el puesto de Estudios Muggles. Hay otros motivos, que de momento quedarán entre el profesor Dumbledore y yo. Mi hija y Cagney estarán más seguras en Hogwarts que en el mundo muggle, y corren el mismo peligro tanto si yo doy clases de Estudios Muggles como si no.
